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Creencias y tradiciones relacionados con la víspera y el día de todos los santosTRANSCRIPT
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HALLOWEEN / SAMAÍN: CREENCIAS Y TRADICIONES
RELACIONADAS CON LA VÍSPERA Y EL DÍA DE
TODOS LOS SANTOS
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Folklore is one of the oldest and most international inheritances of the human race. It brings us into close touch with a mentality that embraces all countries and all times.
( Ó Súilleabháin , Irish Folk Custom and Belief, 1987 : 8)
En el inicio del mes de noviembre, el mundo cristiano celebra dos fiestas
importantes de su calendario litúrgico: el día de Todos los Santos, 1 de noviembre, y el
día de los Fieles Difuntos, 2 de noviembre. Como sus nombres indican, estas
festividades rinden culto por un lado a “todos los santos”, canonizados o no, que gozan
ya de la vida eterna y por otro a todas aquellas almas que, habiendo muerto en gracia de
Dios, están en el Purgatorio tratando de redimir la pena impuesta por sus pecados. Es
curioso, sin embargo, el que a pesar de que la Iglesia haya hecho una clara
diferenciación de ambas festividades, asignándoles dos fechas distintas, el pueblo
cristiano recuerde a sus fieles difuntos el día 1 y no el 2 de noviembre. Prueba de ello
son los actos que en la América y en la Europa cristianas se repiten cada año el día de
Todos los Santos en honor, no obstante, a los fieles difuntos: Los creyentes acuden a los
cementerios y depositan en las tumbas de sus parientes cirios encendidos y flores.
Dicho ritual se acompaña con una misa y con plegarias a través de las cuales los vivos
intentan reducir la estancia de sus difuntos en el Purgatorio. Tal “confusión” de fechas
junto con sus correspondientes rituales son síntomas claros de lo que muchos autores,
entre ellos Kevin Danaher (1972), Ann Ross (1987) , Rafael López Loureiro (2003) ,
Jesús Callejo (1999), entre otros, han defendido ya en sus obras. Para ellos, las creencias
y tradiciones relacionadas con la víspera de Todos los Santos constituyen uno de los
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ejemplos más típicos del contacto entre culturas, más en concreto de la apropiación de
la festividad celta de Samaín y de otros rituales pre-cristianos por parte de la cultura
hegemónica en la Europa Antigua, Medieval, Moderna y Contemporánea: El
Cristianismo.
En sus estudios, los autores mencionados aportan múltiples argumentos para
justificar tal afirmación. De hecho, los lugares donde la cultura celta tuvo mayor
impacto (Galicia y el Noroeste de la Península Ibérica en general, Irlanda, Gran Bretaña,
Isla de Mann y la Bretaña Francesa) viven la víspera y el día de Todos los Santos de una
forma más ritualizada que el resto de la cristiandad. En ellos, creencias cristianas han
convivido hasta hace poco e incluso conviven hoy en día con creencias y ritos propios
del Samaín celta. Este ensayo, además de recoger los hallazgos de los estudiosos en el
tema, intenta seguir la invitación que Rafael López Loureiro hace en su libro Samaín: A
Festa das Caliveras, ofrecer “unha documentada investigación para deixar establecida a
relación directa entre ámbolos dous mundos mitolóxicos sen ningún xénero de dúbidas”
(2003: 55). Así como este autor se documenta sobre el Samaín celta bebiendo de
historiadores gallegos, ingleses e irlandeses, y de sus propios recuerdos de infancia
cuando confeccionaba caliveras la víspera de Todos los Santos, aquí se beberá de varios
autores, incluído el propio López Loureiro, para seguir evidenciando el origen pre-
cristiano de esta tradición.
En noviembre de 1897 se produjo un descubrimiento capital para el estudio de la
cultura celta. En unos campos de Verpoix, Francia, un agricultor encontró un total de
550 piezas de bronce enterradas 30cm bajo tierra. Se trataba de dos objetos diferentes:
la estatua de un Dios, que fue más tarde identificado como el Dios romano Marte, y el
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famoso “Calendrier de Coligny” ( calendario de Coligny) , que data del siglo I a C y se
compone de 150 fragmentos de bronce escritos en alfabeto latino pero en la lengua galo-
celta. Este calendario representa el año fraccionado en unos períodos de tiempo
delimitados por las 4 grandes fiestas célticas: el Samonios, 1 de noviembre; el “Imbolc”,
2 de febrero; el “Beltaine”, 1 de mayo, y el “Lugnasad”, 1 de agosto. De todas ellas el
Samonios es la fiesta que abría el año nuevo celta. El Calendario de Coligny constituye,
por lo tanto, la prueba más irrefutable de la celebración el día 1 de noviembre del año
nuevo celta, que se refuerza con la similitud entre la palabra “samonios” y los varios
nombres que recibe dependiendo de su localizacin: “Samhainn” o “ Samhuinn” en
Irlanda, “Oicha Sanhara” (noche de Samaín) en Escocia, “Sauin” en la Isla de Mann.
Entre los lingüistas existe el convencimiento de que “Samonios”, “Sanhain” y “Sauin”
derivan de una combinación de palabras célticas “Samm fuin”, que significa “el fin del
verano”, o lo que es lo mismo, y así nos lo indica su equivalente en Galés “Nos Calan
Gaeaf”, “el principio del invierno”. Las propias lenguas celtas nos sugieren de
inmediato lo que ya ha afirmado Frazer (apuntes de clase de costumbres), que el Samaín
antes que una fiesta celestial, sobrenatural, fue una fiesta terrenal, “the celestial division
of the year was preceded by what we may call a terrestrial division of the year according
to the beginning of summer and the beginning of winter”. Incluso en la Isla de Mann
hasta hace poco el día 1 de noviembre se consideraba el día de año nuevo. Este mismo
autor explica cómo dicha división del año refleja la estructura de la vida de los antiguos
poblados celtas; siendo básicamente comunidades pastoriles, sus vidas estaban
determinadas por el clima. De este modo, el transcurso de una estación a otra suponía
un cambio radical: el paso del calor al frío, de la luz de los días a la oscuridad de las
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noches. Era el momento en el que se almacenaban los frutos, se guardaba el ganado y se
permanecía en el interior de las viviendas esperando el comienzo del buen tiempo, el
renacer de la naturaleza con el consiguiente retorno de la vida al poblado. Muchos
dichos populares que se conservan hoy en día hacen referencia a este crucial cambio
climático. En Inglaterra “Ice before Christmas enough to bear a duck, the rest of winter
is sure to be but muck”, en Gales “ very severe weather early in the month (noviembre)
means that winter has miscarried” , en Galicia “ Entre Santos e Nadal é o inverno
candeal”, “Cando Santos acaba, o inverno empeza”. ( apuntes de “Costumbres”).
A pesar de esta lógica explicación de los orígenes del Samaín, Frazer se
cuestiona el porqué de su celebración el día 1 de noviembre. Esta fecha no coincide con
ninguno de los cuatro grandes puntos sobre los que gira el año solar, ni solsticios ni
equinocios. Tampoco tiene lugar en este día la recogida de las cosechas. Las respuestas
que se han dado a esta pregunta son fundamentalmente dos: según Fernando Alonso
Romero (apuntes de clase) y Charles Squire (1975:41) el criterio seguido para situar el
comienzo del año celta el día 1 de noviembre era astronómico. Los antiguos celtas se
fijaban en la desaparición de una constelación “Las Pléyades”, que tenía lugar el 1 de
noviembre, para marcar el comienzo de invierno, y en su aparición el 1 de mayo para
marcar el principio de la primavera. En Galicia esta constelación se denomina “a galiña
cos pitos” y muy significativamente recibía el mismo nombre en la Inglaterra de la Edad
Media. Otra explicación posible es la aportada por Jean Markale (2001). Según este
antropólogo francés:
el dicho de los 40 días es lo que nos permite comprender por qué las fiestas célticas, fijadas a comienzos de mes, a intervalos regulares estaban desplazadas
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40 días en relación con los solsticios y equinoccios: ese desfase corresponde a los 40 días del oso.
(2001:189)
“Los 40 días del oso” corresponden al período de tiempo que el oso, al igual
que cualquier animal que hiberne, espera para entrar o salir de su guarida después del 21
de Septiembre y del 21 de Diciembre, señal de que el verano y el invierno
respectivamente durarán 40 días más.
Sobre lo que no existen dudas es acerca de la importancia del fuego y de la luz en
general en la celebración del Samaín. Según historiadores tales como Danaher (1972) o
Alberro (2004), en el contraste luz-oscuridad se funden las necesidades terrenales de los
celtas con sus creencias celestiales al atribuir a la luz y a la oscuridad divinidades varias.
“Lugh”, al que posteriormente se le denominó “Crom Cruaich” (Squire, 1975:41), era el
Dios del Sol, de la Luz. Cada año era derrotado por “Tanist”, el Dios de las tinieblas y
el caos, que gobernaba hasta la nueva victoria del Sol con la ayuda de “Cailleach
Bheur” “Diosa del invierno” como se le conoce en las Highlands escocesas o “Cailleach
Béur”, en Irlanda, “ a woman goddess who struck the ground with her hammer and
made it hard until winter” (Danaher, 1972) , la gran diosa de la soberanía y protectora
de la tierra, dadora de fertilidad y riqueza para después del invierno (Caridad Arias,
1999:34).
La víspera del Samaín, cuando tenía lugar la lucha entre los dioses del verano y
el invierno, era considerada por los celtas un momento mágico, de transición, el cambio
de una estación a otra, de un año a otro, de un poder a otro, de la luz al invierno; una
época en la que el tiempo quedaba suspendido y Lugh abría y atravesaba las fronteras
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entre el mundo celestial de los espíritus “Tir na Nog” y el mundo terrenal. Esta creencia
constituye una de las más importantes del sistema de creencias celtas. No sólo los dioses
y los seres sobrenaturales, sino que también los difuntos tenían la oportunidad de
regresar en esa noche mágica al mundo de los vivos y estar entre sus familiares, “no
Samaín o outro mundo está presente en todas partes” (López Loureiro, 2003:64). Con
esta creencia en mente, una serie de prácticas muy estrechamente relacionadas con la
simbología luz=vida, oscuridad=muerte, se llevaban a cabo en la noche más importante
para los celtas. Hoy en día muchas de ellas siguen vigentes en el folclore popular de la
Europa atlántica.
En la Irlanda pre-cristiana, todos los hogares debían extinguir su lumbre la
víspera del Samaín. Seguidamente los druídas encendían una hoguera sagrada en
Tlachtga, a doce millas de la fortaleza real de Tara, a partir de la cual volvería a
encenderse la lumbre de todos los hogares. Este ritual estaba cargado de significación.
Por un lado, el primero extinguir y luego encender hogueras simbolizaba las mitades
oscura y clara del año. Por otro, la hoguera era una forma de rendir culto a los dioses en
el comienzo del año, ofreciéndoles sacrificios animales, y según algunos autores,
incluso humanos. Se trataba de cabezas de ganado que no habrían sobrevivido al
invierno y que, una vez sacrificados, se consumían durante la fiesta de año nuevo,
celebración a la cual debían asistir todos los habitantes “baixo pena de morte” (López
Loureiro, 2003:42). Las personas que estaban fuera de sus hogares tenían que regresar
antes del 31 de Octubre, los guerreros celtas también abandonaban las posibles guerras
hasta la llegada de la primavera, y las deudas debían ser pagadas antes del comienzo del
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año. Incluso en la Irlanda del S. XVIII los sirvientes debían pagar galones al “landlord”
terrateniente, quien posteriormente les dejaba marchar ( O´Suilleaban, 1967:70).
Durante dicha celebración, se bailaba alrededor de la hoguera y se practicaban
diversas costumbres. Los antepasados echaban piedras y los huesos del banquete a la
hoguera, de ello se cree que procede el equivalente inglés de hoguera “bonfire”: “bone”
hueso y “fire” fuego. Las cenizas eran extendidas por las tierras de cultivo para la
bendición de los mismos. Otra práctica era la de los juegos adivinatorios que todavía
hoy son comunes la víspera del día 1. En ellos se utilizaban castañas, manzanas, piedras
o tazones con agua. Consistía en adivinar el futuro de los jugadores, muchas veces el
futuro marido de las jugadoras, dependiendo de la posición que los objetos tomasen. Por
ejemplo, el lanzar una manzana al aire indicaba el lugar de la vivienda del amado
“North, South, East, West / Tell me where my love does rest” (apuntes de Costumbres).
En Irlanda, además, se solía escribir sobre pequeñas piedras el nombre de cada persona
para después echarlas a la hoguera. Una vez extinguido el fuego los restos de cada
piedra indicaban la fortuna de cada individuo durante el próximo año (Danaher ,1972).
Se sabe que hasta finales del S. XIX y principios del XX, este festejo pervivió
en la costa atlántica con algunas modificaciones: Alrededor de 1840, la víspera del 1 de
noviembre, el sheriff Barclay, que viajaba desde Dunkeld a Aberfeldy, apreció no
menos de veinte hogueras en las colinas “each having a ring of people dancing round it”
(apuntes de costumbres). Asimismo, en Escocia hasta mediados del siglo XX se
encendían hogueras “samhags” la noche del Samaín y la gente se pintaba la cara con las
cenizas. En Inglaterra, más en concreto en Lancanshire y en Westmorland, las hogueras
del Samaín eran conocidas como “Teanlas” o “Teanlay”. Estas hogueras del Samaín no
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sólo se circunscriben a Irlanda o a Gran Bretaña, en la Península Ibérica, incluso hoy en
día, se encienden en muchos lugares. En Galicia esta práctica recibe el nombre de
“Magosto” y tiene mayor arraigo en mi provincia, Ourense, donde se considera la
última romería antes del inverno “a ocasión final de gozar dun tempo cálido [xa que] o
clima de Ourense prolonga o verán de xeito máis perceptible” (López Loureiro,
2003:80). Los jóvenes comen castañas y chorizos, beben y bailan en torno a las
“fogueiras” y, al igual que los escoceses, se pintan la cara con las cenizas. Existe, sin
embargo, una diferencia fundamental: el “Magosto” se celebra el 11 de noviembre y no
la víspera del día 1. Esta diferencia constituye al parecer una prueba del intento de
cristianizar en este territorio la antigua festividad del Samaín asignándole una fecha
distinta con su respectivo Santo Cristiano, San Martín, patrón de Ourense. Esta hipótesis
se ve apoyada por la definición del día de San Martín en Gran Bretaña, el “Martinmas”,
que nos ofrece Christiva Hole en A Dictionary of British Folk Customs (1979),en el
siglo VII, el Papa Martín I instauró esta festividad el 11 de noviembre pero, al igual que
el día de Todos los Santos, tenía un origen pre-cristiano que lo asociaba con los antiguos
festivales de Año Nuevo a principios de mes, tal y como esta canción escocesa
evidencia:
This is HallaevenThe Morm is HalladayNine free nights till MartinmasAn`sune They´ll wear away
Además, en otros lugares de España, el Magosto se sigue celebrando el día 1 de
noviembre “como consecuencia de recordo ós mortos” (López Loureiro 2003:80) y
recibe diferentes nombres. En Asturias “magustus” o “magüestus”, en Extremadura y en
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algunas comarcas madrileñas “la Gira” o “la Moragá”, en Seradilla “los Tosantos” y en
tierra de Carbajo y de Valencia de Alcántara, a esta celebración se le denomina
“Magosto”. (López Loureiro 2003:81).
La pervivencia de las hogueras en la víspera de Todos los Santos evidencian, por
lo tanto, el fracaso de la Iglesia por suprimir las tradiciones pre-cristianas, intento que se
extendió a lo largo de toda la Edad Media. Fue S. Odilón de Cluny quien, en el año 988,
incorporó el día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos al calendario litúrgico
(Callejo 2001:242). Más de un siglo antes, en el año 830, el Papa Gregorio IV había
dedicado una capilla de la Iglesia Vaticana a Todos los Santos y había fijado su culto el
día 1 de noviembre, el cual se difundió rápidamente por todo el Imperio Carolingio. En
las Islas Británicas, el día de Todos los Santos fue declarado oficialmente festividad
cristiana en el Concilio de Oxford del año 1222, pasándose a llamar “All Hallows`
Even”, origen del tan popular “Halloween”. En 1475, el Papa Sixto I hace obligatoria la
efeméride para toda la cristiandad.
Mucho antes de estas medidas, los misioneros cristianos que llegaron a Irlanda
entre finales del siglo IV y principios del siglo V llevaron a cabo una estrategia
evangelizadora que Charles Squire resume de la siguiente forma: “permitir la
continuidad de antiguos ritos, con un significado diferente […] el diablo de una nueva
creencia es el Dios de la que ésta ha suplantado” (1975:410). Una de las pruebas más
claras de la demonización cristiana de dioses celtas se halla en una colección de sagas
irlandesas recopiladas entre los siglos IX y XI y titulada “Dindsenchas”. En ella aparece
una divinidad celta, el Crom Cruaich, “The Bowed One of The Mound” (“el caído de la
colina”), presentada como un ídolo exorcizado al que se le ofrecían sacrificios humanos
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la víspera del 1 de noviembre, concretamente los primogénitos, los primeros renuevos
de cada clan,
Es hacia él [Crom Cruaich] hacia quienTingermas, rey de Irlanda , se dirigió en Samaín con los hombres y las mujeres de Irlanda para adorarle […] al postrarse ante él,la parte alta de su frente, los cartílagos de su nariz,las extremidades de sus rodillas, las puntas de sus codosse rompieron de manera que las tres cuartas partes de los hombres de Irlanda murieron en el transcurso de esas postraciones.
(Markale, 2001:186)
Squire (1975) y Caridad Arias(1999) consideran que Crom Cruaich, nombre que
se le aplicó una vez escrita la victoria de San Patricio sobre él en “Dindsenchas”, era la
antigua divinidad solar celta, el principal ídolo de la Irlanda pre-cristiana.
at the approach of the all-conquering Saint Patrick, the “demon” fled from his golden image, which thereupon sank forward in the earth homage to the power that had to supersede it.
(Squire, 1975:41)
Esta victoria simbolizaría el triunfo del cristianismo sobre la religión celta, con
la consiguiente demonización de los dioses celtas. Esta estrategia afectó a las
tradiciones que se llevaban a cabo la víspera y el día de Samaín. Kevin Danaher (1972)
describe cómo el folclore irlandés se caracteriza por la creencia de que en la víspera del
día 1 de noviembre, seres malévolos como brujas, hadas, duendes y demonios vagaban
libres por el mundo de los vivos. La gente que salía de sus hogares esa noche podía ser
abducida por éstos. Para distraerlos, los irlandeses se disfrazaban con pieles de animales
y máscaras, costumbre muy en vigor en la actualidad, y gritaban “ Seachain!”, que
significa “¡Atención!”. También confeccionaban cruces de pajas denominadas
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“parshell”, cuya forma y atributos eran muy parecidos a las de las cruces que se
confeccionaban con la llegada del Imbolc o día de Santa Brígida, de ahí “cruces de
Santa Brígida”. Las “parshell” se colocaban en las puertas de las casas para proteger a
sus habitantes de los malos espíritus y de la mala suerte durante los doce meses
siguientes, indicio de que el día 1 de noviembre seguía siendo considerado el inicio del
año. Pasado un año, la antigua cruz se sustituía por una nueva a la vez que se gritaba
“Fonstarensheehy!”, cuyo equivalente en Galicia es “¡meigas fóra!” Una de las más
populares manifestaciones del mal era el “an cholann gan ceann”, en inglés denominado
“Jack O´Lantern”, personaje de leyenda que parecía destinado a vagar en búsqueda de
su cabeza decapitada (O´Súilleaban, 1967:88). En Gales, hasta hace poco, después de
haber festejado la llegada del 1 de noviembre en torno a las hogueras, la gente regresaba
a sus hogares gritando “ May the tailless Black Sow take the hindmost!”, siendo la
“Black Sow” uno de los demonios del Samaín. En Escocia, los jóvenes gritaban “Gic´s
a peat burn the witchen!” “¡danos turba para quemar a las brujas!” y se pintaban la cara
con las cenizas para poder despistar a los espíritus diabólicos que rondaban esa noche
por allí. Según Frazer, los habitantes de las Highlands escocesas tenían un nombre para
denominar a los espíritus malignos que esa noche salían a “robar bebés y a cometer
atrocidades”, eran los “Samhanach”. Pero sin duda la figura maligna más popular de
todas las relacionadas con la llegada del día de Todos los Santos es la que se conoce en
Galicia como “A Santa Compaña”, la procesión nocturna de almas en pena que portan
luces (antorchas o velas) y anuncian la muerte de un vecino. Según la creencia popular,
“a Santa Compaña” solía aparecer en encrucijadas y cementerios, el mortal que la viese
tenía que unirse toda la noche a la procesión. Para protegerse de ella bastaba con trazar
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un círculo en el suelo y meterse en él (Alberro 2004:10). Son muchos los lugares donde
todavía hoy en día se recuerdan leyendas de la Santa Compaña. En Finisterre, por
ejemplo, los vecinos cuentan que la Santa Compaña aparece delante de la casa donde
uno de los habitantes iba a morir (Alonso Romero,1996:147-52). En la Isla de Ons,
Pontevedra, existe la creencia de que cuando una persona logra ver la Compaña, puede
transmitir su don a los demás pisándoles el pie izquierdo (Alberno, 2004:106).
Equivalentes a la Santa Compaña se encuentran en otros lugares de la Península
Ibérica. En Asturias se denomina la “huestia” o “güestia”, concretamente en Cudillero
se creía que la huestia acostumbraba a volar por la costa la víspera y el día 1 de
noviembre por eso los pescadores no salían a pescar en esa fecha. En Portugal la figura
de la Santa Compaña recibe el nombre de “Estantigua” y en el Alto Aragón “las
Lumbretas” (López Loureiro 2003:69). En las Islas Británicas, la creencia en esta
procesión de almas también gozó de una fuerte presencia hasta hace poco. En Irlanda
recibía el nombre de “fairy host”, la similitud entre “host” y “estantigua” (“hostis
antigua”) sugiere el origen común de ambos vocablos. En Escocia “sluagh” es el
nombre con el que se denominaba al grupo de almas no perdonadas que se reunían en
Samaín, mientras que en Gales se llamaban “toili” (Alberro 2004:107-8).
Esta creencia de que los muertos siguen viviendo al lado de los vivos en forma
invisible reafirma la pervivencia de las creencias relacionadas con el Samaín celta
después de la cristianización de la costa atlántica, reafirmación que se acentúa si se
analizan las prácticas que la víspera del 1 de noviembre se llevaban a cabo para que los
muertos se sintiesen cómodos en su regreso al mundo de los vivos. Danaher (1972)
describe cómo en Irlanda la gente se preparaba para ello, “la familia se retiraba
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temprano, dejando la puerta trasera abierta y la mesa puesta”. En algunos lugares de
County Limerick, la mesa se ponía con un servicio de más para cada uno de los
familiares difuntos. Según Hutton, en Caevonshire, Gales, los vecinos colocaban un
trozo de pan en el alféizar de la ventana para los espíritus ancestrales con una nota
pidiéndoles la bendición. (Hutton, 1996:379)
Prácticas similares se llevaban a cabo en Galicia. En Noia, Cedeira, Muxía,
Sanxenxo y Catoira se tenía la costumbre de dejar un hueco de la mesa libre con una
ración de comida y bebida para los difuntos. En Barbadás, Ourense, se consideraba
pecado barrer la cocina la noche anterior al 1 de noviembre porque se creía que al barrer
se impedía al difunto acercarse a la chimenea. En Asturias, la creencia del regreso
temporal de los muertos estaba tan arraigada que muchas personas no se acostaban esa
noche para que las almas de los difuntos pudieran volver y descansar en sus camas tras
su largo viaje a la tierra. (Caro Baroja, 1968:83). Otra costumbre que se podía remontar
a la celebración del Samaín celta, en particular al festejar comiendo y bebiendo la
llegada del año nuevo, son los llamados “banquetes de difuntos”, “fleadh nan Meirbh”
en Irlanda o “convite de ánimas” en Galicia, cada lugar con su plato típico “los huesos
de Santo” en toda España y el “Colcannos” en Irlanda (O´Súilleaban, 1967:70). A pesar
de los diversos intentos de erradicar estos banquetes por parte de la Iglesia,
especialmente desde el siglo XI hasta el siglo XVII, éstos se han mantenido con fuerza
hasta hoy en día, tal y como evidencia la pedida de aguinaldo la noche del 31 de
octubre. En Irlanda los “mummers” o “guisers” son los muchachos y muchachas que,
con rostros tiznados o máscaras, pedían aguinaldo por las casas para poder celebrar el
banquete al día siguiente. Aquí se haya el origen de tan famoso “treat or trick”, frase
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que cada año los niños y jóvenes de Estados Unidos, repiten la noche del “Halloween”,
“All Hallow´s Eves” (víspera de Todos los Santos”). La transferencia del “treat or trick”
y en general de la celebración del Halloween a Estados Unidos se produjo muy
probablemente a mediados del siglo XIX debido a la “hambruna de la patata” en
Irlanda, la gran peste que además de provocar millones de muertes, motivó la
emigración de más de un millón de irlandeses a Norteamérica.
En Escocia, la costumbre de pedir aguinaldo la víspera del 1 de noviembre
queda recogida en la siguiente canción popular:
Soul! Soul! For a soul a cake!I pray you, Good missus, a soul cake!An apple, a pear, a plum or a cherry!Or any good thing to make us merry!One for Peter, two for PaulThree for Them who made us allUp with the kettle and down with the penGive us goods alms and we´ll be gone
En la Península Ibérica, la pedida de aguinaldos también estuvo muy extendida
hasta la década de los 60. Rafael López Loureiro (2003:49-52) proporciona una
exhaustiva recopilación de los lugares en los que esta práctica se llevaba a cabo. En
primer lugar cita a Eladio Rodríguez, quien en su Diccionario hacía referencia a los
“petitorios” del 1 de noviembre para la comida de difuntos. En Tui, tanto los pobres
como los poderosos iban de puerta en puerta, cantando y pidiendo para los difuntos pan,
carne, habas y vino. Hasta hace unos años en la Isla de Arosa, los niños se levantaban el
1 de noviembre antes de la salida del sol y recorrían las calles pidiendo “unha limosniña
para os difuntiños que van alá”. Fuera de Galicia, en Cáceres, los jóvenes de 14 y 15
años también pedían de puerta en puerta un aguinaldo a base de tortilla, roscas,
bizcochos y bebidas alcohólicas para ser consumidas durante esa noche en el alto del
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campanario de la iglesia donde eran acompañados ya a esas horas por los mayores.
Entre las frases que estos jóvenes recitaban se encuentran “¿Va dá usté algo pá los
Tosantos?” o “Si no me da la chiquitía no eres mi tía”. Asimismo, en tierras sorianas
era costumbre dejar en las sepulturas ofrendas como “moscas” y “bodigas” que
posteriormente el cura repartía entre los niños de la localidad.
Otra prueba fundamental que demuestra una relación directa entre el folclore de
la víspera del día de Todos los Santos con el del Samaín celta son las prácticas vigentes
hoy en día del tallado de calabazas y la utilización de velas. En Samaín: A Festa das
Caliveras, como su título indica, López Loureiro rescata del olvido la tradición
milenaria del tallado de calabazas en Galicia y relacionada con las otras culturas de zona
celtíbera. Una de las costumbres más arraigadas de la cultura celta era el culto de las
cabezas decapitadas. Según Ann Ross (1987:128), los celtas, como otros pueblos
norteños de la Edad de Hierro, eran “cazadores de cabeza”, cortaban las cabezas de sus
enemigos y orgullosos las colgaban en las puertas de sus casas o en las murallas de sus
fortalezas. Creían firmemente que la cabeza era la morada del espíritu y para dotarlas de
vida colocaban luz, una vela encendida, dentro de las mismas. En esta práctica queda
reflejada de nuevo la simbología luz=vida, oscuridad=muerte. El atributo esencial que
se otorgaba a las cabezas cortadas era el de proteger el lugar donde eran emplazadas
frente al mal tiempo, los enemigos y las desgracias de cualquier otro tipo.
El patriarca de la antropología gallega, Florentino López Cuevillas, relata cómo
esta costumbre también era común en la Galicia pre-cristiana: “Estaba así mesmo entre
os galegos, coma entre os galos, a exhibición da cabeza cortada dos inimigos, que se
cortaría das portas das casas i nas monturas dos cabalos” (López Loureiro, 2003:52-
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3).De hecho, en el castro de Armea, Ourense, durante la noche de Samaín, se encendían
antorchas sobre los cráneos situados alrededor de la muralla para mantener seguros a los
habitantes del lugar frente visitas perturbadoras. Más evidencias sobre el culto a la
cabeza se encuentran en el hallazgo de cabezas de piedra, del mismo estilo y
expresividad, en Galicia, Alemania, la Bretaña francesa e Irlanda. Entre las muchas
interpretaciones destaca la considera que son símbolos de la cabeza seccionada de un
muerto y la que defiende que se trata de representación de divinidades. Ambas
interpretaciones se distinguen entre sí por el estado de los ojos, si los ojos están abiertos
representaría a una divinidad, si por el contrario los ojos están cerrados representaría a
un difunto. Existen dudas sobre la datación de estas cabezas. Muchos autores, entre
ellos Calo Lourido, coinciden en datarlas en el siglo I a C, “en centros ben
romanizados” (López Loureiro 2003:89) y justifica esta datación tardía como producto
de la romanización. Con la llegada de los romanos, la práctica de usar auténticas
cabezas humanas fue prohibida. Sin embargo, sus atributos y cultos pervivieron, y éstas
fueron sustituídas por réplicas en piedra, madera y frutos tales como melones, nabos y
calabazas. En palabras de López Loureiro, pensar que el tallado de cabezas en
sucedáneos era originalmente romano, “sería non recoñecer na tradición romana a súa
compoñente tolerante en materia religiosa” (2003:90).
Con ello queda justificado el origen pre-cristiano del tallado de calabazas y nabos
en la víspera de Todos los Santos. Muestras de su pervivencia se dan hoy en día en
Irlanda, Inglaterra, Estados Unidos, país que reclama esta tradición como algo
propiamente americano. Es cierto que en el mundo globalizado en que vivimos, la
noche de “Halloween”, con la calabaza tallada como símbolo, fue revitalizada en
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Estados Unidos y posteriormente popularizada por este país en muchos lugares de
Europa. Pero como ya se ha adelantado, esta práctica llegó a Norteamérica con la
emigración irlandesa de mediados del siglo XIX. En Galicia, desde la romanización de
los celtas o castrexos, se ha mantenido la tradición del tallado de frutos hasta hace
aproximadamente 30 años. López Loureiro recuerda cómo en su Cedeira natal, cuando
era niño, se tallaban las “caliveras” y se les atribuían tres fines: “protexer a nosa casa e
afastar dela calquer mal posible […] afastar da nosa rúa aos cativos dos outros rueiros
[…] asustar ás vellas que volvían do rosario” (2003:38). A pesar de la ausencia total de
referencias o citas sobre esta costumbre gallega, este autor comprobó cómo este trazo
etnográfico se extiende por toda Galicia. En Boebre, Viveiro, Vimianzo y Negreira las
calabazas talladas se ponían en las encrucijadas la víspera del Samaín con fines
protectores. En Valdovinzo, el 6% de los alumnos de la escuela hacía caliveras, casi
siempre con transmisión abuelo-nieto. En Pontevedra, a las calabazas se las conocía
cono “calacús”, nombre que recuerda a la diosa celta “Cailleach”. En Xermade y en el
Norte de Portugal, se las denomina “bonecas” o “abóboras”.
Fuera de Galicia, el tallado de calabazas estuvo muy extendido por distintas zonas
hasta mediados de los años 70. En la zona Cacereña, hace 40 años, las calabazas talladas
eran denominadas “parramentas”, en la zona de la Sierra Pobre madrileña y en comarcas
de Cuenca, los vecinos hacían un desfile por la villa la víspera de Todos los Santos
portando calabazas huecas y con velas dentro. En la zona Riojana hasta los años 80, los
niños confeccionaban las calabazas para la noche del 31 de octubre y tenían el dicho de
“calavera, era, era, al que me la rompa le tiro con ella”. En la zona Aragonesa,
concretamente en las localidades de Samontero y Barbastro, sigue vivo el tallado de
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caliveras, a las que se las denomina “caliveras de ánimas”. En Quiroga, Galicia, se da
una tradición singular. Se seca la calabaza tallada en “Difuntos” para usarla a modo de
máscara en el “Antroido”, lo que indica una permanencia del valor ritual de la cabeza,
una permanencia de sus funciones protectoras o asustadoras perfectamente
intercambiables entre las dos fechas.
En noviembre de 1990, cuando tuvo lugar la primera fiesta de Samaín en
Cedeira, promovida por el propio López Loureiro, la costumbre del tallado de calabazas
había desaparecido ya en Galicia. Sin embargo “A festa das Caliveras” en Cedeira
supuso el primer paso para el recuerdo y el renacer de esta tradición ancestral. Allí, la
Asociación Cultural “Chirlateira” y “Los Amigos del Samaín” organizan cada año una
exposición y un premio para la mejor calabaza esculpida. Además se celebra una
“procesión de ánimas” en la que los niños desfilan por las calles disfrazados y portando
luces como si de la Santa Compaña se tratase. Heredera directa de la Fiesta de Cedeira ,
es el Samaín o “Fiesta de las Cabaças” que desde 1998 organiza la agrupación “A
Revolta” integrada en la “Fundaçom Artábria de Ferrol” en el casco urbano de Ferrol.
Esta asociación reconoce que el tallado de “cabaças” ya no se conservaba en la ciudad,
pero sí que pervivía su recuerdo en muchas de las aldeas de los alrededores. En los
últimos años esta tradición se ha extendido por Narón, donde es organizada por la
asociación de vecinos “San Mareo”, y también por Palmeira. Hasta tal punto comienza a
ser popular la celebración que por la zona de Ferrol ya se escucha la expresión de “facer
un Samaín” para referirse a la preparación de la celebración del día de Todos los Santos.
Un cuento de Celia Saá del programa “Plis Plas” de la Radio Galega recoge también
esta tradición y la revista del programa le ha dedicado varios artículos. Un texto teatral
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Indo para o Samaín de Carlos y Sabela Labrama muestra asimismo a los más pequeños
esta tradición milenaria.
El renacer del Samaín en Galicia constituye el último argumento con el que este
ensayo justifica el origen pre-cristiano de las creencias y tradiciones relacionadas con la
víspera y el día de Todos los Santos. Conviene recordar, por lo tanto, que tales creencias
y prácticas, algunas ya objeto de estudio y otras todavía vigentes , no son originalmente
cristianas ni tampoco proceden de los Estados Unidos, sino que tienen un origen más
remoto y reflejan las necesidades vitales de nuestros antepasados. Con ello, se
reafirman las palabras de Ó Súilleabháin con las que se abría este trabajo, ‘el folclore
popular nos acerca a una mentalidad que abraza todos los países y todas las épocas’.
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