hamsun - victoria

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  • 7/31/2019 Hamsun - Victoria

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    KNUT HAMSUNVICTORIA

    Traductora:BERTA CURIEL

    Portada de: GRACIA Ediciones G. P., 1956

    Difundido por PLAZA & JANES, S. A.

    Barcelona: Enrique Granados, 86-88Buenos Aires: Montevideo, 333

    Mxico D. F.: Ayuntamiento, 162-B.Bogot: Carrera 8. Nms. 17-41.

    Printed in SpainImpreso en Espaa

    Grficas Guada, S. R. C.Roselln, 24 (Barcelona)Depsito Legal B. 18.844 -1966Nmero de Registro: 2.358/60

    Contienen todas las novelas de Knut Hamsun pginas ntimas de autobiografa,remansos en la corriente de la accin, en los que el autor se recrea en investigar, descubriry exponer ante los lectores los laberintos y las profundidades de su alma, rudamente

    probada en la lucha por la existencia.Los protagonistas suelen tener el espritu errabundo que impuls a Hamsun, en los

    aos jvenes, a dejar el ambiente nativo y a combatir bravamente por la vida, comoaprendiz de zapatero en la ciudad americana, como pescador, en los bancos de Terranova,y a pleno sol y azotado por, el aire, como picapedrero en las carreteras de Ultramar.

    La primera obra con que conquist al pblico, Hambre, evoca, seguramente comoninguna, los padecimientos del vagabundo noruego en sus andanzas por las tierrasamericanas.

    Esta exaltacin de un yo que se esfuerza en analizar en todas sus novelasconstituye un ciclo, cuyas etapas principales son Hambre, Misterios, Pan yVictoria.

    Tenia 31 aos cuando escribi Hambre (haba nacido en Gudbranstal el 4 deagosto de 1859) y 40 aos cuando public Victoria con el subttulo: Una historia deamor (1899). Tres aos despus (1902) en un poema hizo revivir al monje Vendt quecruza las pginas de Victoria, como creacin del protagonista Juan, en una de susnoches de insomnio.

    La crtica mundial considera a Victoria como el exponente ms alto del talento deHamsun en su madurez, como la obra en que alcanza la perfeccin de la forma y en que elanlisis psicolgico penetra en mayor extensin y con mayor profundidad en los actos delos protagonistas.

    La lectura de Victoria nos induce al anlisis de nosotros mismos y nos predisponea combatir lo accidental, lo que enturbia nuestras sensaciones y acaba por deformarlas o

    por deprimirlas, y nos impulsa hacia el fin que el pensamiento le propone a la voluntad.He aqu el secreto del gran xito que en todos los idiomas ha obtenido Victoria.

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    CAPITULO PRIMERO

    El hijo del molinero caminaba con la imaginacin llena de ensueos. Era unmocetn de catorce aos, curtido por el viento y el sol y con muchas ideas en lacabeza.

    Cuando fuese mayor se hara fosforero, lo que se le antojaba deliciosamentepeligroso. Sus dedos estaran llenos de azufre, y as nadie se atrevera a alargarle lamano. Y adems los compaeros le tendran el mayor respeto a causa de su siniestrooficio.

    A travs del bosque, sus ojos seguan el vuelo de los pjaros. Los conoca atodos; saba dnde encontrar sus nidos y comprenda sus trinos, a los quecorresponda con diferentes gritos. Ms de una vez les haba echado bolitas de pasta,confeccionadas con harina del molino.

    Tambin los rboles del sendero le eran familiares. Durante la primavera lesextraa la savia, y en invierno era como un padre para ellos, quitndoles la nieve yayudndoles a enderezar las ramas. Y all arriba, en la cantera de granitoabandonada, ninguna piedra le era desconocida; en sus superficies haba grabadoletras y signos y habalas alineado como fieles en torno de un sacerdote. En aquella

    antigua y solitaria cantera ocurran cosas extraordinarias.Desvi su camino y se dirigi al borde del lago. Las ruedas del molino estaban

    en marcha, y un ruido inmenso, ensordecedor, lo envolvi. Acostumbraba a pasearpor all hablando consigo mismo en voz alta. Abajo, en la presa, el agua caa verticalcomo un lienzo tendido al sol; y cada rizo de espuma pareca cantar su pequeotesoro de vida. En el lago los peces nadaban bajo la cascada; a menudo se parabaall con su caa.

    Cuando fuese mayor sera buzo. S, sera buzo. Entonces, desde el puente deun navo, descendera hasta el fondo del mar y se aventurara por aquellosdesconocidos reinos en que ondulaban mgicas selvas gigantescas. Y muy al fondo,

    encontrara un castillo de coral. Desde una ventana, la princesa le hara seas:Entra!En aquel momento oy gritar su nombre detrs de l. Su padre le llamaba:

    Juan! Te envan a buscar desde el castillo; tienes que llevar los muchachos enbarca hasta la isla.

    Se alej con paso rpido. Era una nueva y gran aventura que la suertedeparaba al hijo del molinero.

    En el verde paisaje, la quinta tena el aspecto de un pequeo castillo; s, de unincreble palacio en la soledad. Era un edificio de madera pintada de blanco, connumerosas ventanas cimbradas, abiertas en las paredes y en la techumbre. Cada vez

    que haba invitados en la casa, ondeaba una bandera en la torrecilla redonda. Loshabitantes la llamaban el castillo. Ms all estaban, a un lado la baha, al otro losbosques inmensos, y a lo lejos se divisaban algunas casitas aldeanas.

    Juan lleg al embarcadero e hizo subir los muchachos a la barca. Ya losconoca: eran los hijos del castellano y sus amigos de la ciudad. Todos llevabanbotas altas para andar por el agua. Cuando atracaron en la isla fue preciso llevar atierra a Victoria, que calzaba unos zapatitos bajos y no tena ms que diez aos.

    Quieres que te lleve? le pregunt Juan.Permteme se apresur a decir Otto, un jovencito que habitaba en la

    ciudad, de unos quince aos, al mismo tiempo que la tomaba en sus brazos.

    Juan quedse mirando como el otro la llevaba a una buena distancia de la orillay oy como ella le daba las gracias. Luego, Otto, volvindose, dijo:Entretanto, guardars la barca t... A propsito, cmo se llama?Juan respondi Victoria . S, l guardar la barca.

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    Y se qued. Los otros se dirigieron hacia el interior de la isla, llevndose cestaspara recoger huevos. Qued unos momentos pensativo; cunto le hubiera gustadoacompaarles! Sencillamente, se habra podido arrastrar la barca a tierra. Que erademasiado pesada? No, no lo era. Y, tirando vigorosamente con el puo, var laembarcacin.

    Oy alejarse a los jvenes camaradas entre charlas y risas. Hasta luego!Pero bien hubieran podido llevarle con ellos. El saba dnde haba nidos; habrapodido conducirles a ver los extraos agujeros, disimulados en las rocas, dondeanidaban las aves de presa, con sus picos erizados de pelos. En una ocasin habavisto un armio.

    Volvi a poner nuevamente la barca a flote y se dirigi hacia la otra orilla.Llevaba un buen rato remando cuando oy una voz que le gritaba:

    Vulvete! Espantas a los pjaros.Slo quera indicaros dnde est el armio contest l, en tono

    interrogativo. Esper unos momentos . Y despus podramos ahumar el nido de lasvboras. He trado cerillas.

    No obtuvo respuesta. Entonces, cambiando de rumbo, volvi al lugar departida. Sac la barca a tierra.

    Cuando fuese mayor, comprara al Sultn una isla y vedara la entrada en ella.Tendra una caonera para proteger sus costas. Excelencia iran a anunciarle losesclavos , un barco ha naufragado; est embarrancado en los arrecifes, y susjvenes tripulantes van a perecer. Que perezcan!, respondera l. Excelencia,piden socorro y an se est a tiempo de salvarlos: entre ellos hay una joven vestidade blanco. Entonces, con voz de trueno, dara la orden: Salvadlos. Vuelve a ver,despus de muchos aos, a los hijos del castellano. Victoria se echa a sus pies porhaberla salvado. No tenis que darme las gracias por nada responde l ; no hehecho ms que cumplir con mi deber; id libremente donde os plazca en misdominios. Y les abre las puertas del castillo y les sirve de comer en vajilla de oro, y

    trescientas esclavas negras cantan y danzan durante toda la noche. Pero cuandollega la hora en que los hijos del castellano han de partir, Victoria no puede dejarle;se echa a sus pies y, entre sollozos, confiesa que le ama. Permitidme que me quedeaqu, seor mo, no me rechacis, haced de m una de vuestras esclavas...

    Transido de emocin, se pone a recorrer la isla. Bueno, salvara a los hijos delcastellano. Quin sabe, quiz en este momento andaban extraviados. Tal vez Victoriahaba quedado aprisionada entre dos piedras, sin poder salir. Y l no tena ms quealargarle los brazos para libertarla.

    Pero, a su regreso, los nios quedronse mirndole llenos de asombro. Habaabandonado la barca?

    Te hago responsable de la canoa dijo Otto.Podra ensearos dnde hay frambuesas...Todos guardaron silencio. Seguidamente, Victoria accedi:Di, dnde estn?Pero Otto, dominando en seguida su deseo, objet:No es momento de ocuparse de esto.Juan prosigui:Tambin s dnde hay conchas.Nuevo silencio.Con perlas dentro? pregunt Otto.

    Oh! Si las hubiese! exclam Victoria.Juan respondi que no: vamos, que no lo saba: pero las conchas estaban alllejos, sobre la arena blanca; se necesitaba una barca y, adems, zambullirse paracogerlas.

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    La idea se ahog entre sonoras carcajadas, y Otto observ:S, veo que tienes todo el aspecto de un buzo...Juan empezaba a sentirse oprimido.Si quisierais, podra subirme a lo alto de la vertiente y, desde all, hacer

    rodar una gran piedra hasta el mar dijo.Y eso, por qu?Oh!, por nada. Podrais contemplarlo.Tampoco esta proposicin fue aceptada y Juan call avergonzado. Despus, se

    puso a buscar huevos en el otro extremo de la isla, apartado de los dems.Cuando todo el grupo se haba reunido junto a la barca, Juan haba recogido

    ms huevos que todos ellos; los traa cuidadosamente colocados en su gorra.Cmo es que has encontrado tantos? pregunt el jovencito de la ciudad.Es porque s dnde estn los nidos respondi Juan lleno de alegra .

    Aqu los tienes, Victoria; los pongo con los tuyos.Alto ah! grit Otto . Por qu haces eso?Todos le miraron. Otto, sealando la gorra con el dedo, aadi:Quin me asegura que esa gorra est limpia?Juan no dijo nada. En un instante se haba desvanecido toda su alegra. Dio

    algunos pasos hacia el interior de la isla, llevndose los huevos.Qu le pasa? Adonde va? dijo Otto, impaciente.Adnde vas, Juan? grita Victoria, corriendo detrs de l.El se detiene y contesta en voz baja:Voy a devolver los huevos a sus nidos.Se quedaron mirndose unos momentos en silencio.Y por la tarde me ir a la cantera.Ella no contest nada.Si vinieras, podra ensearte la gruta.Oh! Pero me da tanto miedo... dijo Victoria . Me has dicho que era tan

    negra...Entonces Juan, a pesar de su gran tristeza, dijo sonriendo con bravura:Es cierto, pero como yo estar contigo...Toda su vida haba jugado en la antigua cantera de granito. La gente del pas

    haba odo cmo hablaba y trabajaba all arriba, completamente solitario; aveces, sefiguraba ser un sacerdote celebrando misa.

    Desde mucho tiempo era aqul un paraje abandonado; el musgo cubra ahoralas paredes, borrando las huellas de los antiguos barrenos. En la misteriosa gruta, elhijo del molinero haba alineado y adornado las cosas con todo su arte; haba hechode ella su guarida, imaginndose ser el jefe de los ms valientes y arrojados

    bandidos que en el mundo hubiese.Agita una campanilla de plata. Un hombre diminuto, un enano, entra dandobrincos; adorna su bonete una escarapela de brillantes. Es el criado. Se inclina hastael suelo. Con voz fuerte. Juan le dice: Cuando llegue la princesa Victoria, hazlaentrar. El enano, despus de inclinarse nuevamente hasta el suelo, desaparece.Juan, pensativo, se tiende indolentemente en el mullido divn... All la hara sentar.All le ofrecera los ms raros manjares en fuentes de plata y oro; un fuegoresplandeciente iluminara los muros, y al fondo de la gruta, detrs del espesocortinaje de brocado de oro, estara su lecho, guardado por doce caballeros...

    Juan se levanta, sale arrastrndose de la gruta y escucha. Acaba de or en el

    sendero un ruido de hojas y el crujir de ramas secas.Victoria! grita.Hola! le responde una voz.Se adelanta a recibirla.

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    Casi no me atrevo dice ella.Yo he ido. Ahora vengo de all contesta, encogindose indolentemente de

    hombros.Dentro de la gruta, le designa una piedra como asiento, diciendo:En esa piedra se sentaba el Gran Brujo.Oh! No me lo expliques, no quiero saberlo. Y no sentas miedo?No.Oye, me has dicho que no tena ms que un ojo; sabes de sobra que slo los

    ogros no tienen ms que un ojo.Juan vacila,Cierto que tena dos ojos, pero no vea ms que con uno. Me lo dijo l

    mismo.Y qu ms te dijo? Pero, oh, no, cllate!Me pregunt si quera entrar a su servicio.Ah! Supongo que no aceptaras? Dios mo!Oh! No dije que no. Es decir, no me negu rotundamente.Pero ests loco! Es que quieres quedarte en el monte?A fe ma, no lo s. Tampoco en el llano se est muy bien.

    Pausa.Desde que los muchachos de la ciudad estn aqu, no vas ms que con ellos

    dice.Nueva pausa.Juan prosigue:Sin embargo, soy ms fuerte que ninguno de ellos para levantarte y llevarte

    a tierra. Estoy seguro de que tengo fuerza suficiente para sostenerte durante unahora. Mira.

    Y tomndola en sus brazos la levant.Ella enlaz los suyos alrededor de su cuello.

    Ah! Ya no tengo fuerzas!Cuando la dej en el suelo, dijo ella:S, pero tambin Otto es fuerte. Incluso se ha peleado con chicos mayores.Con chicos mayores? pregunta Juan, incrdulo.S, te lo aseguro; en la ciudad.Un momento de silencio. Juan queda pensativo.En fin, sea. No hablemos ms. Ya s lo que voy a hacer.Qu vas a hacer?Voy a entrar al servicio del Gran Brujo.Te repito que ests loco.

    Tanto peor; me da lo mismo. Lo har.Victoria vislumbra una solucin.Quiz no venga ms.Vendr.Aqu? pregunta vivamente Victoria.S.Victoria se levanta y se acerca a la puerta de la gruta.Ven; vale ms salir.No hay prisa declara Juan, plido tambin , pues no vendr hasta esta

    noche. A las doce.

    Victoria, tranquilizada, quiere volver a sentarse. Pero Juan lucha para vencer lasensacin de terror que lmismo se ha provocado; la gruta le parece ahora muypeligrosa, y dice:

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    Si tu deseo es salir, puedo ensearte una piedra que tengo ah fuera, en laque he grabado tu nombre.

    Se arrastran fuera de la gruta y encuentran la piedra. Al verla, Victoria sesiente orgullosa y feliz. Juan, emocionado y casi llorando, le dice:

    Siempre que la mires, tendrs que acordarte de m, cuando est lejos.Dedicarme un pensamiento amistoso.

    Claro que s contesta Victoria . Pero regresars, verdad?Ah, quin sabe...!Ms bien creo que no.Volvironse a casa. Juan senta las lgrimas subrsele a los ojos.Bueno, hasta la vista le dice Victoria.Vamos, puedo acompaarte todava un poquito ms.Oh! Cmo era capaz de despedirse de aquella forma? Esto le amargaba y

    sublevaba su nimo. Parse bruscamente y grit con enojo:Voy a decirte una cosa, Victoria: nadie ser nunca contigo tan amable como

    yo. Te lo advierto.Pero tambin Otto es amable objet ella.Bien; si es as, qudate con l.Andan algunos pasos en silencio.

    Voy a llevar una vida estupenda, no temas; todava no sabes lo que van adarme en recompensa.

    No; qu es lo que van a darte?La mitad de un reino.De veras te darn eso?Y adems, tendr la princesa.Victoria se detiene.Es eso verdad?S, l me lo ha dicho.Pausa.

    Me pregunto cmo ser ella... prosigue Victoria con aire soador.Oh! Respecto a eso, es la ms hermosa de cuantas mujeres hay en elmundo. No hay que decirlo.

    Victoria se siente desfallecer.Entonces, es que la quieres?S, acabar por quedarme con ella.Pero, viendo a Victoria realmente emocionada, agrega:Puede ser que algn da regrese. Que salga a hacer un recorrido por el

    mundo.Pero no con la princesa dice Victoria . Qu necesidad tendras de

    llevarla?En fin, tambin podra venir solo.Me lo prometes? Oh! Claro que puedo prometrtelo. Pero qu puede importarte eso a ti? Ya

    s que te es igual.Oh, Juan!... Estoy segura de que ella no te quiere tanto como yo.Estas palabras hacen palpitar de alegra su joven corazn. Es tal su timidez y

    su felicidad, que, por un momento, quisiera poder ocultarse bajo la tierra. Vuelve lacabeza sin atreverse a mirarla. Luego, cogiendo una ramita, roe la corteza y segolpea la mano con ella. Finalmente, para disimular su turbacin, se pone a silbar.

    Vamos, tengo que regresar dice.Adis contesta ella, tendindole la mano.

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    CAPITULO IIEl hijo del molinero parti. Estuvo ausente durante mucho tiempo a la escuela

    y aprendi muchas cosas. La ciudad estaba lejos y el viaje era caro. El molinero, queno andaba sobrado de dinero, dej que su hijo pasara en ella veranos o inviernos,durante muchos aos. Todo este tiempo lo dedic al estudio.

    Y as se hizo un mozo alto y fuerte; un vello fino extendase sobre su labiosuperior. Contaba en la actualidad de dieciocho a veinte aos.

    Una tarde de primavera, Juan desembarc del vapor.En el castillo haban izado la bandera en honor del hijo, que tambin regresaba

    de vacaciones: un coche le esperaba en el muelle. Juan salud a los castellanos y aVictoria. Cunto haba crecido y qu esbelta era! Ella le mir, pero no correspondi asu saludo.

    Quitndose la gorra, salud nuevamente y oyla preguntar a su hermano:Dime, Ditlef: quin es aqul que nos saluda desde el muelle?Es Juan, Juan Moller respondile el hermano.Ella volvi a mirarle, pero l no quiso saludar otra vez, y el coche parti.Juan se dirigi a su casa.Dios mo, qu acogedora y qu linda era, y qu pequea! No poda traspasar

    el umbral de la puerta sin bajar la cabeza. Sus padres lo acogieron abrazndolo unotras otro y festejaron su regreso escancindole vino. A la vista de su padre y de sumadre, ya encanecidos, mas siempre tan buenos, oprimile el pecho una fuerteemocin. Todo le era tan familiar, tan querido, tan conmovedor...

    Al atardecer de aquel da, recorri los alrededores; fue a ver el molino, lacantera, el lago; escuch enternecido a sus viejos amigos los pjaros, que yaempezaban a hacer sus nidos en las copas de los rboles; fue a ver tambin elenorme hormiguero del bosque; las hormigas ya no estaban; escarb un poco; noquedaban en l restos de vida.

    Mientras andaba, observ que el bosque del castellano haba sido

    lamentablemente talado.Lo encuentras todo como antes? le pregunt su padre bromeando .Has vuelto a ver a tus viejos mirlos?

    No lo encuentro todo igual. El bosque est muy aclarado.El bosque es del castellano respondi su padre . Y no somos quines

    para contar sus rboles. Un da u otro, todo el mundo necesita dinero, y l precisamucho.

    Transcurrieron los das, hermosos y dulces das, mgicas horas de soledadllenas de los tiernos recuerdos de la infancia; la tierra, el cielo, el aire, las montaas,todo le hablaba de ella.

    Segua el camino que conduca al castillo. Por la maana, le haba picado unaavispa y tena el labio hinchado. Si en este momento encontrase a alguien sedeca , pasara sin detenerme.

    Pero no encontr a nadie. En el parque del castillo, vio a una dama, a la quehizo, al pasar, una profunda reverencia. Era la castellana. Como otras veces, la vistade la quinta agit su corazn. An conservaba el respeto que siempre la habainspirado aquella solariega casa con sus numerosas ventanas y la persona distinguiday severa del castellano.

    Torci su camino y dirigise hacia el muelle. Y de pronto, vio venir hacia l aDitlef y Victoria. Juan se sinti molesto; quiz creyeran que los haba seguido.

    Adems, con este labio hinchado... Moderando su paso, dudoso de si deba continuarsu camino, les salud desde lejos y conserv su gorra en la mano al pasar junto aellos. Caminaban lentamente y ambos correspondieron a su saludo. Victoria le mirfijamente al rostro; su semblante se alter ligeramente.

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    Juan continu su paseo hasta el muelle; sentase turbado y andaba con pasonervioso. Seor, qu hermosa y qu alta era Victoria; ms alta y ms hermosa quenunca! Sus apretadas cejas eran dos lneas finas y aterciopeladas. Sus ojos se habanoscurecido; ahora los tena de un azul profundo.

    De regreso, tom un sendero que serpenteaba a travs del bosque, lejos delcastillo. Qu no pudiera decirse que iba en seguimiento de los hijos del castellano!Llegado sobre un montculo, escogi una piedra para sentarse. Los pjaros hacan oruna msica silvestre y apasionada; se llamaban, se buscaban, volaban llevandobriznas en sus picos. Un dulce perfume de tierra, de retoos, de brotes y de maderaputrefacta saturaba el aire.

    El azar lo haba conducido por el mismo camino por el cual Victoria vena enderechura hacia l.

    Despechado, presa de impotente clera, hubiera deseado en aquel momentoestar lejos, muy lejos de all. Seguramente, ella creera esta vez que la habaseguido. Tena que saludar nuevamente? Y, para colmo, aquella picadura deavispa...

    Pero, cuando ella estuvo ms cerca, se levant y se quit la gorra. Ella inclinla cabeza sonriente.

    Buenos das. Otra vez por aqu le dijo . Le doy mi bienvenida.Parecile que sus labios temblaban; pero en seguida recobr su calma.Qu rara casualidad! dijo Juan . No saba que ibas a venir por aqu.En efecto, tena que ignorarlo usted respondile . He venido por

    capricho.Ay! Y l la haba tuteado!Cunto tiempo pasar usted en su casa?Hasta el final de las vacaciones respondi l con dificultad. Le pareca, de

    pronto, tan alejada de l! Por qu le haba hablado?Ditlef me ha dicho que trabaja usted mucho, y que sus exmenes son muy

    brillantes. Tambin me ha dicho que escribe usted poesas; es verdad?Con turbado acento contest:Oh!, ciertamente. Todo el mundo hace poesas.Pens: Se marchar en seguida, puesto que se queda callada.Qu tontera!; esta maana me ha picado una avispa dijo, sealando su

    boca . Por eso estoy as.Seal de que ha estado usted demasiado tiempo ausente ; nuestras avispas

    ya no le conocen.A ella deba serle indiferente que estuviese o no desfigurado por una picadura

    de avispa. Bueno... Se qued all con aire distrado, haciendo girar sobre el hombro

    su sombrilla encarnada, con el puo adornado con una manzana dorada. Pensar queen otro tiempo esta seorita se haba dignado dejarse llevar por l ms de una vez!Ya no me parecen las mismas avispas de antes le respondi .

    Antiguamente eran amigas mas.Pero ella no comprendi el sentido profundo de sus palabras, y no contest

    nada. Ah! Tenan un sentido tan profundo!Todo est desconocido, incluso el bosque, tan cortado.Por un instante, el semblante de Victoria se contrajo.Entonces, no podr usted hacer poesas aqu? dijo . Y si escribiese una

    para m? Pero, qu digo...?, ya ve lo poco entendida que soy en eso.

    Mir al suelo, silencioso y confuso. Saba mofarse de l de manera muyamable, dirigindole palabras altivas para observar el efecto que le producan.Perdn, no todo su tiempo haba sido dedicado a emborronar papeles; tambin habaledo ms que muchos otros.

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    Bueno, ya volveremos a vernos. Hasta la vista.Se quit la gorra y alejse sin contestar. Si ella supiera tan slo que todos sus

    poemas, incluso los poemas a la noche y al alma de los eriales haban sido escritospara ella, slo para ella... Pero no, no lo sabra jams.

    Domingo. Ditlef fue a su casa para que le acompaase a la isla. Todava meharn remar, iba pensando mientras andaban. En el muelle, paseaban algunosociosos endomingados. Aparte de esto, todo estaba en calma y un sol clido brillabaen el cielo. Repentinamente se oy un ruido de msica que vena del agua. El barcocorreo apareci entre unas islas cercanas y, describiendo una amplia curva, fue apararse cerca del muelle. A bordo, haba una orquesta.

    Juan desamarr la embarcacin y cogi los remos. Sentase mecido porextraas y dulces sensaciones; la radiante claridad del da, la msica del barco, tejanante sus ojos una cortina de flores y de gavillas doradas.

    Por qu no le segua Ditlef? Inmvil en el muelle, contemplaba a los pasajeroscomo si no tuviese intencin de irse. No me quedo ms aqu con los remos entre lasmanos pens Juan ; voy a desembarcar. E hizo girar la embarcacin.

    De pronto, una forma blanca cruza ante sus ojos y oye casi al mismo tiempo, elclocde un cuerpo en el agua. Un grito unnime y desesperado se eleva del barco y

    del muelle; una multitud de manos y de ojos seala el lugar donde la forma blancaha desaparecido. La msica enmudece.

    En un instante, se dio Juan cuenta de lo ocurrido. Obr instintivamente, sinreflexionar ni vacilar. Ni siquiera oy a la madre que, desde lo alto, clamaba: Mihija, mi hija! No vio a nadie. Simplemente, saltando con rapidez de la canoa, sezambull.

    Desapareci durante unos momentos; vise burbujear el agua en el sitio dondehaba saltado; toda la gente comprendi que actuaba.

    A bordo del vapor seguan las lamentaciones.Volvi a la superficie algunas brazas ms lejos del lugar del accidente.

    Todos le sealaban enrgicamente, furiosamente, la direccin:No era por aqu, por all.Zambullse de nuevo.La espera hacase eterna. En el puente del barco, un hombre y una mujer se

    retorcan las manos, dando ininterrumpidos gritos de dolor.Otro hombre salt del vapor. Era el segundo de a bordo, que tomaba parte en

    el salvamento, despus de haberse despojado de las botas y de la chaqueta.Escudri escrupulosamente el lugar donde haba cado la nia, lo que hizo cifrarseen l todas las esperanzas.

    De repente vise aparecer a flor de agua la cabeza de Juan; estaba ms lejos

    que la vez anterior, unas brazas ms all. Haba perdido su gorra y su cabeza brillabaal sol como la de una foca. Pareca luchar con un elemento invisible, nadandopenosamente con una sola mano. Luego, cogi con sus dientes un gran bulto... Era lavctima. Del barco y del muelle se elevaron gritos de sorpresa. La cabeza del otronadador, irguindose por encima del agua, giraba de uno a otro lado, buscando lacausa de estas nuevas exclamaciones.

    Juan alcanz por fin su embarcacin, que iba a la deriva, consigui depositar lania en ella y subise l despus. Se le vio inclinarse sobre el cuerpo de la pequea yrasgar sus vestidos por la espalda; despus cogiendo los remos, bog a toda marchaen direccin al barco. Cuando la vctima fue izada a bordo, de todas partes

    prorrumpieron exclamaciones.Cmo se le ha ocurrido ir a buscarla tan lejos? le preguntaron.Conozco el fondo y saba que hay una corriente.

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    Un seor, abrindose paso entre los pasajeros, llega hasta la borda; estmortalmente plido y brotan las lgrimas de sus ojos; con forzada sonrisa grita,inclinndose:

    Suba un momento. Quisiera darle a usted las gracias. Le estamos tanreconocidos! Slo un momento.

    Y, precipitadamente, vuelve a alejarse de la borda.En el flanco del vapor abrise una puerta. Juan subi a bordo.Permaneci poco tiempo all; dio su nombre y direccin. Una mujer abraz a

    aquel hombre que chorreaba agua; el atribulado y plido seor desliz un reloj en sumano. Juan entr en un camarote donde dos hombres trataban de reanimar a laahogada.

    Recobra el conocimiento dijeron ; ya late el pulso.Contempl a la pequea, tendida, con su vestido corto desgarrado por la

    espalda. Despus, le pusieron un sombrero y la hicieron salir al aire.Juan casi no se dio cuenta de cmo haba desembarcado y llevado la canoa a

    tierra. Oa todava los hurras y la msica tocar alegremente, mientras el vapor sealejaba entre nubes de humo. Un escalofro de voluptuosa alegra estremeci todo suser; sonrea, mova los labios.

    As, no habr paseo hoy articul Ditlef, spero.Victoria estaba all y se acerc.Pero ests loco! dijo vivamente a su hermano . Tiene que marcharse a

    su casa para mudarse de ropa.Ah! Qu acontecimiento a los diecinueve arlos!Juan se march a toda prisa. El eco de la msica y de las entusiastas

    aclamaciones resonaba an en sus odos; andaba empujado por una fuerte emocin.Pasando por delante de su casa, tom el camino que conduca a la cantera a travsdel bosque. Un vaho caliente desprendase de sus ropas. Un gozo exultante le hizolevantarse y vagar de un lado para otro. Desbordaba de felicidad y todo su ser

    sentase invadido por un sentimiento de gratitud; dejse caer de rodillas. Ella lohaba presenciado, haba odo las exclamaciones! Vaya a cambiarse, le habadicho.

    Se sent y, en su jbilo, ri repetidas veces. As, pues, ella lo haba visto enaquella tarea, en aquel acto de herosmo; lo haba contemplado llena de orgullocuando volva con la ahogada entre los dientes. Victoria! Victoria! Si ella supiesecmo le perteneca completamente, indeciblemente, en todos los momentos de suvida. Cmo ansiaba l ser su servidor, su esclavo, desbrozarle el camino con sushombros, besar sus zapatitos, uncirse a su coche y, en los das fros, ser el queechase la lea a la lumbre, lea dorada, Victoria!

    Volvi la cabeza, pero no vio a nadie. Estaba solo. En su mano, el precioso relojhaca tictac, marchaba.Gracias! Oh, gracias por este hermoso da! Con la mano acariciaba las ramas

    y el musgo de las piedras. Es verdad que Victoria no le haba sonredo, pero no eracostumbre en ella. Estaba all, de pie en el muelle, y nada ms; un tenue ruboravivaba sus mejillas. Quiz hubiese aceptado el reloj si se lo hubiese ofrecido?

    El sol descenda y el calor era menos intenso. Sinti que estaba empapado ycorri hacia su casa.

    En el castillo estaban de fiesta; era una fiesta estival con bailes y algaraba demsica, a la que concurran invitados de la ciudad. La bandera onde noche y da,

    durante toda una semana, en la torrecilla redonda.Era la poca de la siega del heno; pero, utilizados los caballos por los alegresinvitados, el heno cortado tuvo que aguardar. Quedaban, adems, grandes

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    extensiones de prado sin segar, pues tambin los hombres haban sido empleadoscomo cocheros y remeros, y la hierba sin cortar se agostaba.

    Pero la msica no cesaba de tocar en el saln amarillo...El viejo molinero par el molino y cerr con llave la puerta de su casa durante

    aquellos das. Las noches eran claras y tibias y los caprichos de los jvenes podanser muchos. Le haban ocurrido anteriormente tantas calamidades, cuando los de laciudad venan en tropel a hacer de las suyas en los sacos de trigo! No le habaintroducido un da el chambeln, con sus manos de ricachn, en el molino unhormiguero dentro de una artesa? Ahora, el chambeln era ya viejo, pero Otto, suhijo, segua frecuentando el castillo y divirtindose con ocurrencias semejantes.Haba mucho que decir de l...

    Un gritero y el galope de unos caballos resonaron en el bosque. Eran unosjvenes que montaban los fogosos caballos del castellano, lanzados a la carrera. Losjinetes llegaron a casa del molinero; con el puo de sus ltigos golpearon la puerta yquisieron entrar. La puerta era muy baja, y pretendan, no obstante, franquearla acaballo.

    Buenos das gritaron . Venimos a hacerle una visita!El molinero sonri humildemente a esta chanza.

    Despus, saltando a tierra, ataron los caballos y pusieron en marcha el molino.El molino est vaco! grit el molinero . Lo echarn a perder.Era tan ensordecedor el ruido que nadie le oy.Volvindose del lado de la cantera, el molinero llam a voz en grito: Juan!Este acudi.Han puesto en marcha el molino en vaco dijo el padre, sealndoles con

    el dedo.Juan avanz con paso lento hacia el grupo. Estaba muy plido y tena

    hinchadas las venas de las sienes. Reconoci a Otto, el hijo del chambeln, quellevaba el uniforme de cadete; con l estaban otros dos jvenes. Uno de ellos,

    sonriendo, hizo un movimiento de cabeza, con la esperanza de arreglar las cosas.Juan, sin gritar, sin alterarse lo ms mnimo, se dirigi hacia Otto. En aquelmomento, dos amazonas salieron del bosque una tras otra. Una de ellas era Victoria,vestida con traje de montar verde, cabalgando la yegua blanca del castillo.

    Erguida en su silla, interrog a todos con los ojos.Entonces Juan cambi de direccin, torci su camino, subi hacia el dique y

    abri la presa; el ruido fue decreciendo poco a poco y el molino acab por pararse.Eh, no! djalo girar. Por qu haces eso? Deja andar el molino, te digo.Eres t quien ha soltado las muelas? pregunt Victoria.S respondi riendo . Por qu hay que pararlas? Por qu no pueden

    girar?Pues porque el molino est vaco respondi Juan secamente, mirndole .Comprende usted? Las muelas giran en el vaco.

    No lo entiendes? Giran en el vaco repiti Victoria.Cmo quieres que lo sepa? dijo Otto, risueo . Por qu diablos ha de

    estar vaco el molino, decidme? Es que no hay trigo all dentro?Volvamos a caballo! interrumpi uno de los compaeros para terminar.Montaron de nuevo. Antes de marchar, uno de ellos se excus con Juan.Victoria era la ltima. Recorri un trecho de camino, hizo volver grupas a su

    cabalgadura y regres.

    Le ruego presente nuestras excusas a su padre dijo.Habra sido ms conveniente que lo hubiera hecho el seor cadete enpersona... respondi Juan.

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    S, ciertamente; pero, en fin... Tiene tantas cosas en la cabeza... Cuntotiempo sin verle, Juan...

    El levant los ojos hacia ella, y aguz el odo creyendo haber entendido mal.Acaso haba olvidado el ltimo domingo, su da de gloria?

    Respondi:El domingo la vi a usted en el muelle.Ah! S, en efecto dijo al instante . Qu suerte haber podido ayudar al

    otro a salvar a la ahogada! La encontraron, eh?S, la encontramos respondi con tono breve y resentido.O bien prosigui ella como si le viniese una idea , o bien fue usted solo

    quien... En fin, no importa. Bueno, le ruego que diga aquello a su padre. Buenosdas.

    Inclin la cabeza sonriente, agit las riendas y puso su caballo al trote.Cuando Victoria se perdi de vista, Juan, indignado y colrico, penetr en el

    bosque siguiendo sus huellas. La encontr completamente sola, de pie, apoyada enun rbol y sollozando.

    Haba cado? Se haba hecho dao?Avanz hasta ella y le pregunt:

    Le ha ocurrido a usted algn accidente?Ella dio un paso hacia l con los brazos extendidos, los ojos brillantes. Luego,

    parndose, dej caer de nuevo sus brazos y respondi:No, no he tenido ningn accidente; me he bajado de la yegua dejando que el

    animal tomase la delantera... Juan no debe usted mirarme as. All, al borde dellago, me miraba usted. Qu quera?

    Qu quera? No entiendo... articul penosamente.Qu fuerte es usted!... dijo, poniendo de pronto la mano sobre la suya .

    Qu fuertes son sus muecas! Adems, es muy moreno; es usted del color de laavellana...

    El hizo un movimiento para apoderarse de su mano. Mas ella, recogiendo sufalda, dijo:No, no me ha ocurrido nada. He querido, simplemente, regresar a pie.

    Buenas tardes.

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    CAPITULO IIIJuan volvi a la ciudad. Transcurrieron das, y aos, un tiempo largo y agitado,

    tiempo de ensueos, de estudio y de trabajo. Se haba abierto camino; haba logradoescribir un poema sobre Esther, hija de Judea y reina de Persia, obra que fueimpresa y que le pagaron. Otro poema, El laberinto del amor, descrito por el monjeVendt, dio a conocer su nombre.

    S, qu era el amor? Un viento que susurra entre las rosas... Oh!, no, unafosforescencia amarilla clida, diablica, que hace latir hasta los corazones de losms ancianos. Era como la margarita que, en cuanto llega la noche, se abreplenamente, y era la anmona que a un soplo de aire se cierra y muere al ser tocada.

    As era el amor.Abata a un hombre y de nuevo lo levantaba para volverlo a abatir; hoy me

    anima a m, maana a ti, a otro la noche siguiente, tal es su inconstancia. Perotambin poda perdurar, semejante a un sello infrangible, quemar como un fuegocontinuo, hasta el momento supremo, de tal forma era eterno. Cmo es, pues, elamor?

    Oh! El amor es una noche estival, bajo el cielo estrellado, sobre la tierraembalsamada. Pero por qu es causa de que el adolescente siga senderos

    escondidos y hace erguirse al anciano en su habitacin solitaria? Ah! El amor hace elcorazn de los hombres semejante a un vivero, un jardn ubrrimo e insolente, dondecrecen misteriosas y atrevidas plantas.

    No es tambin la causa de que, por la noche, el monje se deslice entre loscercados jardines, con los ojos clavados en las ventanas de las hermosas queduermen? Y no llena de locura a la monja no trastorna la razn de la princesa?Humilla la cabeza del rey hasta el suelo, para hacerle barrer el polvo con suscabellos: mientras se murmura a s mismo palabras desvergonzadas y re, sacando lalengua.

    As es el amor.

    No, no; todava es otra cosa, sin parecido a nada en el mundo. Vino a la tierraen una noche de primavera, cuando un adolescente vio unos ojos. Los contempl,fijndolos en los suyos. Bes una boca, y fueron dos rayos de luz que se cruzaron ensu corazn, un sol resplandeciendo hacia una estrella. Cay entre dos brazos, y ya novio ni oy otra cosa en el mundo entero.

    El amor es la primera palabra de Dios, es el primer pensamiento que cruz porsu mente. Cuando dijo: Que la luz sea!, naci el amor. Y hall muy bueno todo loque haba creado; nada hubiera querido cambiar. Y el amor fue el origen del mundo,el maestro del mundo.

    Mas todos sus caminos estn llenos de flores y de sangre, de sangre y de

    flores.Un da de setiembre.Esta calle retirada era su paseo; la recorra de un extremo al otro como si se

    hallase en su habitacin, pues nunca encontraba a nadie. En los jardines quebordeaban una y otra acera haba rboles de follajes rojos y amarillos.

    Por qu se pasea Victoria por este lugar? Cmo es que sus pasos la conducenpor aqu? Juan no se equivocaba, era ella; quiz tambin fuese ella la que ayerpasaba por all cuando l la mir por la ventana.

    Su corazn palpitaba fuertemente. Saba que Victoria estaba en la ciudad, lohaba odo decir; pero frecuentaba unas esferas a las que no iba el hijo del molinero.

    Tampoco vea a Ditlef.Haciendo un esfuerzo, continu delante de la dama. No le reconoca? Andabaseria y pensativa, con la cabeza erguida, el cuello estirado, altanera.

    El salud.13

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    Buenos das dijo ella muy bajo.Como no hizo ademn de pararse, l pas silencioso. Not que le temblaban

    las piernas. Al final de la pequea calle, dio media vuelta como tena por costumbre.Mantendr los ojos fijos en el suelo, sin levantarlos, se dijo. Slo haba andadodiez pasos cuando levant la cabeza.

    Victoria se haba parado ante un escaparate.Sera preciso esquivar el encuentro y retirarse disimuladamente por la calle

    vecina? Por qu se quedaba all?. Era un humilde escaparate, insignificante portadade tienda, donde se vean algunas barras de jabn rosa puestas en cruz, granomondado en un vaso y algunos sellos viejos para la venta.

    Y si continuase unos diez pasos ms antes de retroceder?Entonces Victoria le mir y, sbitamente, fue en derechura hacia l, con pasos

    rpidos, como movida por una resolucin heroica. Sonri nerviosamente y dijo, nosin dificultad:

    Buenos das. Qu feliz encuentro!Seor, cmo palpitaba su corazn! No palpitaba; temblaba. Quiso decir algo, y

    no lo consigui; slo sus labios se movieron. Un perfume emanaba de las ropas deVictoria, de su vestido amarillo, o quiz fuese de su boca. En aquel momento no

    distingua los rasgos de su cara, pero reconoca la lnea fina de sus hombros, sumano larga y delgada en el puo de su sombrilla. Era la mano derecha; en ellallevaba una sortija. De momento no prest atencin; no reflexion ni tuvo ningnpresentimiento de desdicha. Era su mano extraamente hermosa.

    Estoy en la ciudad desde hace una semana prosigui ella , pero no lehaba visto sino una vez, en la calle; alguien me dijo que era usted. Se ha hecho tanalto!

    Saba que estaba usted aqu farfull l . Se quedar mucho tiempo?Oh! No, mucho tiempo, no; slo algunos das. Regreso pronto.Doy gracias a la casualidad que ha dirigido sus pasos hacia este lado,

    permitindome saludarla.Un momento de silencio.El caso es que temo haberme extraviado por aqu repuso Victoria . Me

    alojo en casa del chambeln; qu direccin hay que tomar?Si usted lo permite, la acompaar,Se pusieron a andar.Est en la casa Otto? pregunt Juan, como sin pensarlo.S, est aqu respondi ella brevemente.Dos hombres que transportaban un piano salieron de un portal, cortando el

    paso. Victoria se apart hacia la izquierda y se apretuj contra su compaero.

    Perdn dijo.Un escalofro de voluptuosidad le recorri a este contacto; el aliento de Victoriale haba rozado la mejilla.

    Veo que lleva usted una sortija dijo sonriendo, con aire indiferente .Debo felicitarla por eso?

    Qu le dira ella? Esper su respuesta sin mirarla, conteniendo la respiracin.Y usted? No lleva sortija? Oh!, no. Sin embargo, alguien me haba

    asegurado... Se habla tanto de usted en los peridicos...Por algunas poesas que he escrito, pero que usted seguramente no habr

    ledo.

    No era un libro? Me parece que...S, escrib tambin un librito.Ella andaba sin prisa, a pesar de tener que ir a casa del chambeln; al llegar a

    una plazoleta, se sent en un banco. Juan permaneci de pie delante de ella,14

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    Sintese a mi lado le dijo de pronto, tendindole la mano.Y no se la solt hasta que estuvo sentado a su vera. El intent reanudar su

    tono jovial e indiferente; sonri, con la vista fija delante de l, pensando: Habrllegado el momento?

    Ah!, es cierto que est usted prometida y no quiere decrmelo. A m, queall soy su vecino.

    Ella vacil.No hablemos hoy de esto.Juan se puso serio de repente y dijo en voz muy baja:En fin, lo comprendo perfectamente.Pausa.Naturalmente, siempre supe que era intil..., s, que no sera yo quien..., yo,

    que no era ms que el hijo del molinero, y usted... Naturalmente, es as. Y no aciertoa comprender cmo en este momento puedo permanecer aqu, a su lado, dndole acomprender... Deba estar de pie delante de usted, o a distancia, de rodillas en elsuelo. Slo esto sera digno. Pero es como si yo... Y todos estos aos que he estadoausente, tambin han servido para algo. Ahora, dirase que me atrevo ms. S queya no soy un nio, y tambin s que no puede usted encarcelarme, si tal fuese su

    deseo. Por eso me atrevo a hablar as. Pero no se enoje conmigo, antes me callara.No, hable. Hable, dgame todo lo que quiera.S? Lo que quiera? Pero en este caso tampoco su sortija debera prohibirme

    nada.No respondi, muy bajo . No, mi sortija no le prohbe nada.Cmo? Pero, entonces, qu? Dios mo, Victoria, estar equivocado?Se levant con viveza e inclinse hacia adelante paraescudriar su rostro.Quiero decir: esta sortija... no significa nada?Tranquilcese, se lo ruego.El se sent.

    Ah! Si supiera cmo he pensado en usted! Seor, nunca hubo otropensamiento en mi corazn! De todo cuanto vea y conoca, usted era lo nico en elmundo! Me repeta sin cesar a m mismo: Victoria es la ms bella, la ms esplndida,y yo la conozco. La seorita Victoria, pensaba siempre. No es que no me diese cuentade que nadie estaba tan distante de usted como yo. Pero saba que usted exista.Ah! S, era mucho para m. Saba que viva all y que quiz alguna vez llegara aacordarse... Oh!; bien s que usted no pensaba en m; pero muchas tardes, sentadoen mi silla, soaba que de cuando en cuando me recordara. Y mire, seorita Victoria,entonces era como si el cielo se abriera a mis ojos. Le escriba poesas, le comprabaflores con todo cuanto posea, las llevaba a mi casa y las pona en bcaros. Todos

    mis poemas estn escritos pensando en usted; los que tienen otra inspiracin sonmuy pocos y nadie los conoce. Pero usted sin duda no habr ledo los que hanpublicado... Ahora he empezado un libro de importancia... Qu reconocido le estoy;soy completamente suyo y en esto est toda mi felicidad! Todos los das, y lasnoches tambin, veo o escucho cosas que me evocan su presencia... He escrito sunombre en el techo y, cuando estoy acostado, lo miro. La sirvienta que arregla micuarto no lo ve; lo he escrito muy pequeo, a fin de reservrmelo para m solo. Yesto me proporciona cierta felicidad...

    Ella se volvi, entreabri su escote y sac un papel.Mire dijo, con un profundo suspiro que levant su pecho . Lo recort y

    me lo guard. Ya puedo decrselo; por la moche lo leo. Cuando pap me lo ensepor primera vez, me fui junto a la ventana para verlo. Dnde est? No loencuentro, dije hojeando el peridico. Pero ya lo haba encontrado y lo estabaleyendo. Y me senta tan dichosa!

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    El papel tena el olor de su corpio. Ella lo despleg y le mostr uno de susprimeros poemas: una pequea cuarteta dedicada a la amazona del caballo blanco.Era la confesin ingenua o impetuosa de su corazn joven, sus irrefrenablesimpulsos, reflejados en aquellas lneas, como luceros que se encienden.

    S dijo , escrib eso hace mucho tiempo. Fue una noche, mientras lashojas de los lamos susurraban en el viento frente a mi ventana. Ah! De verdad lovuelve a su pecho? Gracias por guardrselo...

    Su voz era dulce y grave cuando exclam, turbado:Usted ha venido, est aqu, sentada a mi lado. Siento su brazo junto al mo y

    emana de usted un calor que penetra en m. Cuntas veces, solo, su recuerdo me hatransido de emocin...! La ltima vez que le vi a usted, en casa, estaba hermosa,pero hoy est ms hermosa todava. Son sus ojos, sus cejas, su sonrisa, no s, peroes todo, todo lo que es usted.

    Ella sonrea mirndole, con los oos entornados; las sombras se azulaban bajosus largas pestaas, pareci abandonarse a una dicha suprema e inconscientementetendi la mano hacia l.

    Gracias! Ah, gracias! dijo.No me d las gracias, Victoria.

    Todo su ser se abalanz hacia ella, en un imperioso deseo de decirle cosas yms cosas... Sus confesiones apretbanse en confusas exclamaciones; estaba comoaturdido.

    Ah! Victoria, si me amase un poco... No lo s, pero dgamelo, aunque no seaas. Dgamelo, se lo ruego! Oh!, le prometer hacer grandes cosas, cosas casiinconcebibles. Usted no sospecha lo que yo podra hacer; hay momentos en que,llevado por mis sueos, me siento rebosante de obras a realizar... Muchas veces lacopa rebosa; hay noches en las que, ebrio de visiones, voy tambalendome por lahabitacin. Un hombre ocupa la pieza contigua y, como no puede dormir, golpea lapared. Al amanecer, entra furioso en mi cuarto. No me importa; yo me ro de l;

    porque entonces he soado ya tanto con usted que me parece tenerla cerca de m.Voy a la ventana y canto; empieza a nacer el da; fuera, los lamos susurran en elviento. Buenas noches, digo al alba; y es a usted a quien se lo digo. Ahora elladuerme pienso ; buenas noches. Que Dios la tenga en su guarda! Luego meacuesto. As se suceden las noches. Pero nunca la haba credo tan hermosa; cuandose haya marchado, la recordar as, tal como est aqu. No quiero olvidar nada...

    Victoria dijo:No ir pronto all, a su casa?No, no tengo medios para ello. Pero s, ir. Y marchar en seguida. No

    dispongo de medios, pero har todo en el mundo, todo lo que usted desee... Si pasea

    por el jardn, si sale alguna vez por la tarde, quizs entonces pueda verla, puedadarle los buenos das, no es cierto? Pero si me ama un poco, si puede aceptarme,dgamelo... Oh!, s. dme esta alegra... Mire, hay una palmera que florece una solavez en su vida, y no obstante llega a los setenta aos: es la palmera corifa. Ahorasoy yo el que florece... S, me procurar dinero y marchar all. Publicar lo quetengo escrito, todo lo que est terminado. Vender en seguida desde maana, ungran libro en el que trabajo y que me pagarn a buen precio. Quiere usted, pues,que yo regrese?

    S.Gracias! Oh, gracias! Perdneme si mis esperanzas son quiz desmedidas;

    pero, es tan bueno creer en posibilidades extraordinarias! Este es el da ms feliz decuantos he vivido...Quitse el sombrero y lo puso a su lado.

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    Victoria volvi la cabeza, vio a una seora que bajaba por la calle, y, ms lejos,a una mujer llevando una canasta. Se llev la mano al reloj, inquieta.

    Tiene que marcharse ya? pregunt l . Dgame usted algo antes departir, djeme or su...! La quiero y se lo confieso. De su respuesta depende lo queyo... Dispone usted tan enteramente de m! Contsteme, quiere?

    Victoria permaneci silenciosa.El, bajando la cabeza, suplic:No, no lo diga.No se lo dir ahora, sino cuando estemos all respondi Victoria.Se marcharon.Dicen que va usted a casarse con aquella muchacha, la joven a quien salv

    usted la vida; cmo se llama?Se refiere a Camila?Camila Seier. Dicen que va a desposarse con ella.Ah! Por qu me pregunta eso? Es todava muy joven. He estado en su casa

    con frecuencia; tiene un castillo como el de ustedes, muy grande y suntuoso. No esms que una chiquilla.

    Tiene quince aos. Algunas veces la he visto en la calle y la he encontrado

    encantadora. Qu bonita es!Ah! De verdad?El la mir; sus facciones se contrajeron.Pero por qu me dice todo esto? Por qu hablarme de otra?Ella, sin contestar, aceler el paso.Delante de la residencia del chambeln, le cogi la mano, lo arrastr hacia el

    espacioso vestbulo y subi la escalera.No debo entrar dijo l, algo extraado.Ella tir de la campanilla. Y volvise hacia l, con el pecho jadeante.Le amo dijo . Lo entiende? Es a usted a quien amo.

    De sbito, hacindole descender algunos escalones, le rode con sus brazos yle bes. Todo su ser temblaba apretado contra l.Es usted a quien amo repiti.Arriba, se abri la puerta. Ella desprendise precipitadamente y subi

    corriendo.

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    CAPITULO IVLa noche avanza, el da empieza a despuntar en una maana de setiembre

    azulada y trmula.El viento murmura dulcemente entre los lamos del jardn. Se abre una

    ventana y a ella se asoma un hombre tarareando. Va sin chaqueta, mira el mundocomo un joven loco desnudo que, aquella noche, se ha intoxicado de felicidad.

    Bruscamente, se vuelve de espaldas a la ventana y mira hacia la puerta.Alguien ha llamado.

    Adelante exclama.Aparece un hombre.Buenos das dice el visitante.Este es un hombre de cierta edad. Est plido y furioso; lleva una lmpara,

    pues an no es de da.Se lo pido una vez ms, seor Moller, seor Juan Moller; dgame al menos si

    esto es razonable barbotea el hombre, visiblemente exasperado.No contesta Juan ; tiene usted razn. He escrito algo. Se me ha ocurrido

    tan fcilmente... Vea todo lo que he escrito. Esta noche estaba inspirado. Pero ahoraya he terminado. Abra la ventana y me puse a cantar.

    A bramar dijo el hombre En mi vida he odo cantar tan fuerte,entiende? Y an es medianoche...

    Juan revolvi los papeles y, cogiendo un puado de hojas, exclam:Mire! Le digo que nunca he estado tan inspirado. Fue como un relmpago.

    En una ocasin, vi un relmpago que segua un hilo telegrfico: vlgame Dios!,pareca una cascada de fuego. Era como lo que ha corrido por m esta noche. Quhe de hacer? Creo que no se enfadar usted ms conmigo cuando se d cuenta.Sentado all escriba, comprende?, sin hacer movimiento alguno. Pensaba en usted yno me mova. Pero lleg un momento en que dej de pensar; mi pecho iba a estallar.Tal vez en aquel momento me haya levantado, quizs en el transcurso de la noche

    me haya vuelto a levantar alguna vez ms y paseado a lo largo de mi habitacin.Era tan feliz...!No es slo por ser de noche dijo el hombre con aspereza , sino tambin

    porque es absolutamente imperdonable abrir la ventana y vocear as a estas horas.Bueno, s; es imperdonable. Pero, ya ve, acabo de explicrselo. Escuche, he

    vivido una noche sin igual. Ayer, me ocurri una cosa: voy por la calle y encuentromi felicidad... Ah!, esccheme, encuentro mi estrella y mi dicha. Sabe...? Luego ellame abraza. Sus labios son tan rojos... y yo la amo; me besa y me embriaga. Le hantemblado a usted alguna vez los labios de tal manera que no pudiese hablar? Pues yono poda hablar; los latidos de mi corazn estremecan todo mi cuerpo. Corr a casa y

    me dorm; dorm sentado en aquella silla. Cuando anocheca, me desvel. Me puse aescribir, el alma mecida de felicidad. Qu he escrito? Aqu lo tiene! Estabadominado por un orden de ideas extraas y magnficas, el cielo se haba entreabierto,era para mi alma un clido da de verano... Un ngel me daba de beber, beb, y elvino era embriagador; lo beb en copa de granate. O dar la hora? Vi apagarse lalmpara? Dios quiera que usted pueda comprenderlo! Lo reviv todo, nuevamentepaseaba por la calle con mi amada y todos se volvan para mirarla... Nos internamospor el parque, donde encontramos al rey, al que salud llen de dicha, inclinndomehasta el suelo, y el rey se volvi para verla, para ver a mi amada, tan alta y hermosaes. Nuevamente bajamos a la ciudad y todos los estudiantes la seguan con los ojos,

    pues es joven y lleva un vestido de tonos claros. Llegamos frente a una casa deladrillos rojos y entramos. La acompa hasta la escalera y quise arrodillarme anteella. Entonces me rode con sus brazos y me dio un beso. Esto me ocurri ayertarde, nicamente ayer tarde! Si usted me pregunta qu es lo que he escrito, le

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    dir: un canto nico, ininterrumpido, a la alegra y a la felicidad. He credo ver laalegra desnuda, echada a mis pies, tendindome su esbelto y risueo cuello,alargndome sus brazos!...

    En fin, estoy harto de sus historietas dijo el hombre, impacientndose .Es la ltima vez que se lo advierto.

    Juan le detuvo:Espere un momento. Figrese que he visto un reflejo de sol en su cara. Lo he

    visto cuando usted se volva; era una mancha de sol que pona la lmpara sobre sufrente. Entonces ya no estaba usted tan furioso, lo he visto. Cierto que abr laventana, que cant demasiado fuerte. Me senta el hermano alegre de todo elmundo. A veces sucede as. La razn muere. Hubiera debido pensar que usted andorma...

    Toda la ciudad duerme.S, an es temprano. Voy a regalarle alguna cosa. Quiere aceptar esto? Es

    de plata; me lo dieron. Es un regalo de una muchacha a la que un da salv la vida.Caben veinte cigarrillos. No quiere aceptarla?... Ah!, no fuma nunca... Sinembargo, es conveniente reanudar esta costumbre. Me permite ir maana a suhabitacin para presentarle mis excusas? Quisiera hacer algo, pedirle a usted que me

    perdone.Buenas noches.Buenas noches. Ahora voy a acostarme. Se lo prometo. No oir ms ruidos

    en mi cuarto. Y en lo sucesivo pondr ms cuidado.El hombre sali.Juan abri de nuevo la puerta y aadi:Es verdad: voy a partir. No le molestar ms; marcho maana. Olvidaba

    decrselo.No parti. Diversos asuntos lo retuvieron; tuvo que hacer algunas compras y

    recados. Transcurri la maana, lleg la tarde. Todo el da deambul como en un

    estado de embriaguez.Finalmente, llam en casa del chambeln. Estaba la seorita Victoria?La seorita Victoria haba salido. Explic que eran paisanos, que solamente

    quera saludarla, permitirse, sencillamente, darle los buenos das. Adems, tena quedecirle algunas cosas para su casa.

    Bueno.Volvi a encontrarse en la calle. Recorri la ciudad a la buena de Dios,

    esperando hallarla de un momento a otro. As anduvo todo el da, y ya anochecacuando la percibi frente al teatro. Desde lejos se inclin, sonriendo. Ellacorrespondi al saludo. Ya iba a acercarse, cuando vio que no estaba sola. La

    acompaaba Otto, el hijo del chambeln, con uniforme de teniente.Ella, con la cabeza baja, como si quisiera ocultarse; sonrojada, entrapresuradamente en el teatro.

    Juan, muy pensativo, se dijo que tal vez dentro podra volverla a ver, y quizella le hara alguna pequea sea con los ojos... Sac una localidad y entr.

    Conoca la sala, y saba que el chambeln, como toda la gente rica, tena supalco. Efectivamente, distingui a Victoria, con sus ricos atavos, sentada y mirando asu alrededor. Pero ni por un instante sus ojos se posaron en l.

    Terminado el acto, se fue al pasillo vigilando su salida del palco.Se inclin nuevamente. Ella levant los ojos y visiblemente sorprendida, le

    devolvi el saludo con un movimiento de cabeza.All puede usted beber un vaso de agua dijo Otto, indicndole con la manoel buffet.

    Se alejaron.19

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    Juan los sigui con los ojos. Una bruma opaca velaba su mirada; se sentaincmodo en medio de toda esta gente que tropezaba con l y le zarandeaba. Pedaperdn maquinalmente, sin moverse del sitio.

    Cuando ella volvi, l, inclinndose otra vez profundamente, dijo:Perdn, seorita...Es Juan dijo ella, a modo de presentacin . Lo reconoce?Otto respondi y entorn los ojos para mirarle.Probablemente desea usted tener noticias de sus padres. No se lo puedo

    decir exactamente, pero creo que siguen bien. Perfectamente bien. Les saludar desu parte.

    Se lo agradezco. Entonces, la seorita marchar pronto?Uno de estos das, creo. Llevar sus saludos al molinero.Inclin la cabeza y se fue.Juan, inmvil en su sitio, la mir alejarse; despus sali y anduvo tristemente

    por las calles, para matar el tiempo.Iban a salir de los teatros. A las diez esperaba frente a la vivienda del

    chambeln. Ella no tardara en llegar, podra abrirle la portezuela, quitarse elsombrero, inclinarse hasta el suelo...

    Al cabo de media hora lleg.Poda l permanecer all, junto a la puerta? Se alej precipitadamente por la

    calle, sin volver la cabeza. Oy abrirse el portal, rodar el carruaje y, luego cerrarse lapuerta, con estrpito. Entonces volvi a acercarse.

    Durante una hora pasea frente, a la casa, sin objeto, sin razn; espera.Sbitamente la puerta vuelve a abrirse y en ella aparece Victoria, con la cabezadescubierta y un chal sobre los hombros. Sonre entre miedosa y turbada, y empiezapreguntando:

    De modo que pasea por aqu, entregado a sus meditaciones?No medito. Solamente paseo.

    Desde la ventana le he visto andar de un lado para otro, y he querido...Tengo que volver a entrar en seguida.Gracias por haber venido, Victoria. Hace un momento estaba desesperado;

    ahora, ya pas. Perdneme por haberla saludado en el teatro: debo confesarle queincluso haca poco haba venido aqu, a casa del seor chambeln, a preguntar porusted. Deseaba verla, saber lo que quera decir aquello..., lo que quiso decir usted.

    S contest ella ; sin embargo, deba usted saberlo; bastante le dijeanteayer; no puede equivocarse.

    Todo eso me deja an inseguro...No hablemos ms de ello, Juan. Conoce mi pensamiento, se lo dije, le dije

    demasiado, excesivamente, y ahora soy culpable de que usted sufra... Le quiero,anteayer no le ment y en este momento soy sincera; pero nos separan tantascosas! Le quiero mucho, me gusta hablar con usted ms que con cualquier otro,pero... Oh!, no me atrevo a permanecer ms tiempo aqu; podran vernos desde lasventanas. Juan, existen razones que usted ignora... He pensado en ello noche y da,y reafirmo mis palabras de la otra tarde. Pero sera imposible.

    Qu es lo que sera imposible?Todo, todo...! Escuche, Juan, no me obligue a tener orgullo para los dos.Est bien, no la obligar! Pero, en este caso, ayer usted me enga. Lo que

    pas fue lo siguiente: usted me encontr en la calle, estaba de buen humor, y

    luego...Ella, volvindose, hizo ademn de entrar.

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    He hecho algo malo? pregunt l, con el semblante descompuesto .Quiero decir, por qu he perdido su...? En qu he podido faltar durante estos dosdas y dos noches?

    No, no es eso. Slo que he reflexionado, Y usted...? Esto ha sido siempreirrealizable, usted lo sabe. Le tengo afecto, lo aprecio mucho...

    Y lo considero concluy l, con una sonrisa.Ella lo mir, ultrajada por esta sonrisa, y dijo ms vivamente:Dios mo! No comprende usted que pap se lo negara? Por qu me obliga

    a decirlo? Bien lo ve usted mismo. A qu conducira todo esto? No tengo razn?Pausa.S, claro dijo l.Por otra parte prosigui Victoria , hay tantas razones... No, de ninguna

    manera debe seguirme ms al teatro; hoy me ha dado usted miedo. No debe hacerlonunca ms.

    Bueno respondi l.Ella le cogi la mano.No vendr a dar una vuelta por nuestra tierra? Estara muy contenta. Qu

    caliente est su mano! Yo tengo fro... Ah!, debo dejarle. Buenas noches, Juan.

    Buenas noches.La calle, fra y desanimada, sube como una larga cinta; parece infinita. Juan

    encuentra un rapazuelo que vende unas viejas rosas marchitas; lo llama, coge unaflor, da al pequeo vendedor de flores una moneda de cinco coronas, una bagatela, yprosigue su camino. Ms lejos, ve un grupo de nios jugando en la acera, junto a unzagun. Un chico de diez aos est sentado y mira el juego. Tiene ojos azules ytristes, hundidas las mejillas y la barbilla achatada; un casquete de tela cubre sucabeza. Era el forro de una gorra. Aquel nio llevaba peluca; una enfermedad habadeslucido para siempre aquella cabeza infantil. Tal vez su alma estuviera tambinmarchita.

    Repara en todo esto, sin tener la menor idea del barrio ni de la calle en que sehalla. No nota la lluvia que empieza a caer, no abre el paraguas, a pesar, dellevarlo .arrastrando durante todo el da.

    Llegado finalmente a una glorieta, se dirige hacia un banco y se sienta. Caeentretanto una espesa lluvia; maquinalmente, abre el paraguas... Una invenciblesomnolencia se apodera de l; su cerebro se entorpece, cabecea, cierra los ojos y seduerme.

    Un ruido de voces de los transentes le despierta. Se levanta y se pone a vagarnuevamente. Tiene la cabeza ms lcida, recuerda todo lo ocurrido, todos losacontecimientos; recuerda tambin el rapazuelo al que dio cinco coronas de oro por

    una rosa. Y se imagina el arrobamiento del pilluelo al descubrir entre sus perrasaquella singular moneda. Vaya en gracia de Dios!Quiz la lluvia haya obligado a los otros nios a guarecerse en el zagun,

    donde reanudaran sus juegos, tres en raya y las bolitas. Seguir mirndoles eltriste viejecito de diez aos? Quin sabe si, tal como estaba all, soaba con algunaalegra!; quizs en su choza, dentro de un corral, guarda un polichinela o unapeonza. Tal vez no lo tenga todo perdido en la vida; puede que alguna esperanzaanide en su alma marchita.

    Delante de l apareci una dama, fina y delgada. El se estremece y se detiene.No, no la conoce. Viene de una calle transversal y apresura el paso, pues no lleva

    paraguas a pesar de que llueve a raudales. El la alcanza, la mira y pasa. Qu joven yesbelta es! Se est mojando, enfriando, y l no se atreve a acercrsele., Y cierra elparaguas para que no sea sola en mojarse. Cuando regresa a casa son ms de lasdoce. Encima de la mesa haba una carta; era una invitacin. La familia Seier le

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    rogaba que fuese a visitarles al da siguiente por la tarde. Vera antiguas amistades;entre otras..., adivine quin? Victoria, la castellana.

    Adormecise en una silla. Dos o tres horas ms tarde despert, aterido de fro.Medio dormido, agitado por escalofros, fatigado por los reveses del da, se sienta asu mesa de trabajo para contestar esta invitacin que, por supuesto, no tieneintencin de aceptar.

    Escribe su respuesta y sale para echarla al buzn. De pronto recuerda queVictoria tambin estaba invitada. Ah!, vaya, no le haba dicho nada, quiz por eltemor de que l no fuese; quera deshacerse de l all, entre aquellas personasextraas.

    Rasga su carta y redacta otra, aceptando y agradeciendo la invitacin. Una irasorda hace temblar su mano. Por qu no haba de ir? Por qu esconderse? Bah!

    Su emocin desborda, le invade una especie de alegre exasperacin. De ungolpe, hace saltar un puado de hojas del calendario colgado en la pared, avanzandoas el tiempo una semana. Se imagina que algo lo tiene desmesuradamente contento,extasiado; quiere disfrutar de esta hora, encender la pipa, sentarse en su silla ysaborearla. La pipa no tira; en vano busca un cortaplumas, algo para limpiarla, ybruscamente arranca la aguja del reloj para desatascarla. Este acto de violencia le

    calma, le hace rer interiormente; con los ojos busca alguna otra cosa para romperlaentre sus manos.

    El tiempo pasa. Finalmente, se echa sobre la cama, con la ropa hmeda, y seduerme.

    Cuando despert era ya avanzado el da. La lluvia segua cayendo con fuerza,barriendo la calle con sus rfagas. Su cabeza divagaba; en ella entremezclbanseconfusamente restos de sueo con los acontecimientos de la vspera; no sentafiebre, habase calmado su enervamiento y una sensacin de frescor le invada. Lepareca que toda la noche haba errado por un bosque sofocante y que, ahora seencontraba en las orillas sombreadas de un lago.

    Llamaron a su puerta; era el cartero que le traa una carta. La abri, despusde examinarla la ley y apenas si pudo comprender. Victoria, en una tarjetita, lehaca saber que deseaba verle por la tarde en casa de los Seier; haba olvidadodecrselo. Le explicara su actitud, le rogaba que no pensase ms en ella y quetomase la cosa como un hombre. Se excusaba tambin por el vulgar papel...

    Sali por la ciudad, desayun, regres a casa y escribi finalmente unanegativa al seor Seier. No poda ir; si se lo permitan pasara a visitarles otro da, latarde siguiente, por ejemplo.

    Hizo entregar esta carta a mano.

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    CAPITULO VLleg el otoo. Victoria haba regresado al castillo, y la pequea calle dorma

    como otras veces, entre las casas y el silencio. Mientras duraba la noche haba luz enel cuarto de Juan; su lmpara se encenda al anochecer con las estrellas y seapagaba cuando empezaba a despuntar el da. Trabajaba encarnizadamente en sugran libro.

    Pasaron semanas, meses. Viva solo y no buscaba compaa alguna; nofrecuentaba la casa de los Seier. A menudo su imaginacin mofbase de l,hacindole mezclar en su obra pginas imprevistas que seguidamente tena queborrar y tirar. Esto le retrasaba mucho el trabajo. Un ruido en el silencio de la noche,el rodar de un carruaje por la calle, era suficiente para producir una sacudida en suespritu y hacerle desviarse de su camino.

    Cuidado! Paso a este coche por la calle!Por qu? Pero, realmente, por qu apartarse de este coche? Pasa rodando;

    quiz en este momento est cerca del recodo. Tal vez un hombre sin abrigo, singorra, se inclina hacia, adelante presentando su cabeza; quiere ser aplastado,irremediablemente mutilado, aniquilado. El hombre quiere morir, es su propsito. Yano abrocha su camisa, ha dejado de limpiar sus botas por la maana; todo en l es

    desalio; lleva al descubierto su enflaquecido pecho; va a morir... Un hombre en laagona estaba escribiendo a un amigo suyo unas lneas, una pequea splica. Elhombre muri, dejando esta carta, fechada y firmada, escrita con maysculas yminsculas; no obstante, el que la escribi iba a morir dentro de una hora. Quextrao! Incluso haba puesto la rbrica habitual debajo de su nombre. Y una horadespus, estaba muerto...

    Haba otro hombre que permaneca acostado, solo, en un cuarto artesonado,pintado de azul. Qu, todava? Nada. Entre la inmensa multitud es l quien va amorir ahora. Este pensamiento lo domina; suea con l hasta extenuarse. Ve que esde noche, el reloj de pared marca las ocho, y no puede concebir que no d la hora;

    pero el reloj no suena. Ya son las ocho y algunos minutos; el reloj contina haciendotictac, mas no suena. Pobre hombre!, tiene ya el cerebro dolorido y no ha odo elreloj que acaba de sonar... Rompe, en la pared, el retrato de su madre. Qu haraen lo sucesivo de este retrato? Por qu dejarlo cuando l va a partir? Sus ojoscansados se posan en el tiesto de flores que hay sobre la mesa, extiende la mano ydulcemente, pensativamente, atrae hacia l el gran tiesto y lo deja caer al suelo,donde se rompe. Por qu haba de quedar all, entero? Echa por la ventana suboquilla de mbar. Qu hara con ella en lo sucesivo? De tal manera le pareceevidente que no hay necesidad de que permanezca all estando l. Una semanadespus, el hombre haba muerto...

    Juan se levanta, va de uno a otro extremo de la habitacin. Su vecino decuarto se despierta, han cesado sus ronquidos y deja or ahora un suspiro, un gemidosordo. Juan se acerca de puntillas a la mesa y vuelve a sentarse. El gemido delviento entre los lamos le amedrenta. Estos viejos lamos deshojados tienen elaspecto de tristes fantasmas. Sus nudosas ramas gimen y crujen junto a la pared, yeste ruido le recuerda el de una mquina de madera, el rechinar de una trilladora quemarcha, marcha sin cesar.

    Echa una mirada al papel y relee. Vamos, su imaginacin lo ha extraviadonuevamente. No tiene que hacer nada con la muerte, ni con el coche que pasa! Estescribiendo acerca de un jardn, el rico y verdeante jardn del castillo, prximo a su

    casa. Esto es lo que describe. Ahora este jardn est muerto, enterrado en la nieve,pero no es precisamente as como debe describirlo, pues ya no hay nieve; no esinvierno, es primavera, con sus suaves fragancias, sus hlitos tiernos. Y es de noche.All abajo, el agua tranquila y profunda parece un lago de plomo. Los linderos de

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    lilas, todos cubiertos de brotes y de hojas verdes saturan el aire con su perfume. Laatmsfera est tan encalmada que se percibe el canto del gallo salvaje viniendo delotro lado de la baha. En una de las avenidas del jardn est Victoria, de pie, sola,vestida de blanco, con sus veinte abriles. Su talle sobresale de los ms altos rosales;dirige su mirada ms all del agua, hacia los bosques, hacia las montaas dormidasen la lejana. Parece un alma blanca, errante por el verde jardn. Al or un ruido depasos en el camino, se adelanta hasta el pabelln oculto entre el follaje y,acodndose en el muro, se inclina y mira. Un hombre, abajo, en el camino, se quitael sombrero y se inclina en profunda reverencia. Ella le contesta con una ligerainclinacin de cabeza. El hombre mira a su alrededor; nadie le observa. Avanzaalgunos pasos que le separan del muro. Entonces ella retrocede exclamando: No,no!, y, en su gesto de temor, levanta la mano. Victoria le dice l , era verdad,eternamente verdad lo que usted me deca; no deba imaginrmelo, porque esimposible. S responde ella ; pero, entonces, qu quiere usted de m? El seha colocado cerca de ella; slo la pared los separa. Lo que yo quiero prosigue l, valo: no es otra cosa que permanecer aqu un minuto. Por ltima vez. Deseoestar cerca de usted, nada ms que estar cerca de usted. Ella calla. El minuto pasa.Buenas noches dice l saludando con una gran inclinacin. Buenas noches,

    responde ella. Y l se va sin volver la cabeza...La muerte, qu he de hacer yo con la muerte? Estruja el papel y lo tira junto a

    la estufa. Otros estn all, prximos a ser quemados; todos representan los juegosaudaces de una imaginacin desbordante. Y nuevamente se pone a escribir la historiade aquel hombre del camino, del seor vagabundo que parti, saludando cuandohubo transcurrido su hora... En el jardn solitario haba quedado la joven. Iba vestidade blanco con sus veinte abriles. Nada quera de l. Bien. Pero l haba estado juntoa los muros detrs de los cuales ella viva. Haba estado cerca de ella.

    Pasaron nuevamente semanas, meses; lleg la primavera. El hielo y la nievehaban ya desaparecido. El murmullo de las aguas en libertad llenaba todo el espacio.

    He aqu las golondrinas que regresan; lejos de la ciudad el bosque despertbaserumoroso: animales retozones de todas clases pjaros que hablan lenguajesdesconocidos. Un, olor fresco y dulce emanaba de la tierra, cernase en la atmsfera.

    Su trabajo haba durado todo el invierno. Las ramas secas del lamo habangolpeado la pared, noche y da, igual que un estribillo. All estaba la primavera; ya sehaban acabado las tormentas; por fin habra tenido que parar el continuo rodar de larechinante trilladora.

    Abre la ventana y mira afuera; no es tarde, pero la calle est silenciosa. Lasestrellas brillan en un cielo sin nubes; el da de maana se anuncia ardoroso y claro.El tumulto de la ciudad se une al eterno estremecimiento de lo lejano. De pronto

    rompe el silencio el silbido estridente de una locomotora; anuncia el tren de la noche.Resuena en el silencio nocturno cual el aislado canto de un gallo. Es la hora deltrabajo. En el transcurso del invierno, este silbido haba sido para l como un aviso.

    Cierra la ventana, vuelve a sentarse a la mesa; apartando a un lado los librosya ledos, saca sus papeles y coge la pluma.

    Aqu est su gran obra casi terminada; slo le falta el captulo final que sercomo el grito de sirena de un barco que parte; y ya lo tiene en la cabeza.

    Un seor est sentado en una posada al borde del camino; es un viajero quepasa, que se va lejos por el mundo. Los aos han encanecido su barba y suscabellos; pero es tan alta su estatura y an robusto, al parecer, y, por lo dems, no

    es tan viejo como aparenta. Su coche aguarda all fuera, los caballos descansan y elcochero est de buen talante; se siente contento porque el viajero le ha invitado avino y a comer. El hostelero reconoce al seor al escribir ste su nombre, se inclinaante l y lo trata con toda consideracin. Quin vive actualmente en el castillo?,

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    pregunta el caballero. El hostelero responde: El seor capitn que es muy rico. Y laseora, tan buena para todos. Para todos? pregunta el caballero, sonriendo deun modo extrao . Sera buena tambin conmigo? Y se pone a escribir. Cuandotermina, relee lo escrito; es un plcido poema elegiaco, pero lleno de amargaspalabras. Despus rasga el escrito y se queda sentado all, desmenuzando los trocitosde papel. Llaman a la puerta; entra una mujer vestida de amarillo. Levanta su velo:es Victoria, la altiva castellana. El caballero se levanta bruscamente; es como si unaantorcha hubiese iluminado de pronto su alma sombra: Es usted tan buena paratodos dice acerbamente ; que hasta se digna dirigirse a m. Ella, inmvil, lemira sin decir nada; su cara se cubre de un oscuro rubor. Qu quiere? preguntacon la misma aspereza . Ha venido para recordarme el pasado? Pues sepa,seora, que es sta la ltima vez; voy a partir para siempre. La joven castellanapermanece silenciosa; slo sus labios tiemblan. El aade: Entonces no le bastahaberme odo una vez declarar mi locura .. Escuche, voy a confesarla nuevamente:mi deseo volaba hacia usted, pero yo no era digno... Est satisfecha ahora? Y, concreciente ardor, prosigue: Me rechaz usted, acept a otro. Yo era slo uncampesino, un rstico, un oso que, en mi juventud, me haba extraviado en un cotode caza real! Y el caballero se deja caer en una silla sollozando y suplica: Oh!

    Vayase, mrchese! Con el rostro lvido, la altiva castellana pronuncia lentamente,destacando bien las palabras: Le amo; oiga bien, es a usted a quien amo. Adis!Y la joven castellana se oculta la cara entre las manos, va hacia la puerta ydesaparece apresuradamente...

    Deja la pluma y se arrellana en su asiento. Bien: punto y final. He aqu el libro,su obra realizada; todas estas hojas emborronadas son el trabajo de nueve meses. Ymientras all, sentado, mira por la ventana al alba naciente desprenderse de lanoche, su cabeza zumba y palpita, su espritu contina agitado. Vibran en l extraassensaciones; su cerebro es como un jardn silvestre, todava abundante en frutos,hmedo de vahos que exhala la tierra frtil.

    Por el camino misterioso, ha penetrado en un valle profundo y muerto. Ningnser viviente. All abajo, suena un rgano, solitario y olvidado. Se acerca, lo examina;el rgano sangra y la sangre fluye por sus lados mientras va sonando... Ms lejos,llega a una plaza de mercado. Todo est desierto, sin un rbol, todo silencioso; esslo una plaza de mercado desierta. Pero, en la arena, hay huellas de pasos y en elaire parece que vibran an las ltimas palabras pronunciadas en este lugar, tanrecientes son. Una rara sensacin le oprime; estas palabras, suspensas en el aire porencima del mercado, le inquietan, se amontonan a su alrededor, aprisionndolo. Conun gesto de su mano las ahuyenta, pero vuelven; no son las palabras, es un grupode ancianos bailando; ahora los distingue bien. Por qu bailan, y por qu sus caras

    permanecen impasibles mientras estn bailando? Un hlito fro se desprende de estecorro de viejos; no lo ven, estn ciegos y, cuando grita detrs de ellos, no lo oyen,pues estn muertos... Camina hacia el este, hacia el sol y llega frente a unamontaa. Una voz le dice: La montaa que se alza ante tus ojos, es un pie mo,estoy encadenada en los confines del mundo, ven a libertarme! Y emprende lamarcha hacia los confines del mundo. Un hombre acecha cerca de un puente, recogesombras; este hombre es de almizcle. Un terror espantoso le sobrecoge a la vista deaquel hombre que quiere quitarle su sombra. Le escupe y le amenaza con el puo;pero el hombre le espera inmvil. Retrocede!, grita una voz detrs de l. Ve unacabeza que rueda por el camino indicndole una direccin, y la sigue. A la orilla del

    mar, se sumerge. Frente a una puerta gigantesca encuentra un gran pez que ladra,en su cuello tiene melena y le ladra, igual que un perro. Detrs del pez, est Victoriade pie Tiende las manos a ella; ella lo contempla, desnuda y risuea, y unatempestad silba en su cabellera. Entonces la llama, oye su propio grito y despierta.

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    Juan se levanta y se acerca a la ventana. Casi es de da; en el espejito colgadoen el montante, ve sus sienes enrojecidas. Apaga la lmpara y, a la claridad gris dela maana, relee una vez ms la ltima pgina de su manuscrito Despus se acuesta.

    La tarde del mismo da, Juan haba ordenado su habitacin, entregado sumanuscrito y abandonado la ciudad. Se haba marchado al extranjero, nadie saba adnde.

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    CAPITULO VISu gran libro haba aparecido: un reino, un pequeo mundo estremecido de

    impresiones, de voces, de visiones Fue puesto en venta, ledo y arrinconado. Pasaronalgunos meses; llegado el otoo, Juan lanz un nuevo libro. Qu era? De pronto, sunombre estaba en todas las bocas, la suerte le acompaaba; este nuevo libro habasido escrito lejos de los acontecimientos del pas natal, era sereno y fuerte,chispeante como el buen vino.

    Querido lector, he aqu el cuento de Diderico e Iselina. Escrito en los hermososdas de las penas ligeras, cuando todo era fcil de soportar, escrito con la mejorvoluntad, el cuento de Diderico, al que Dios hiri de amor...

    Juan estaba en el extranjero, nadie saba dnde. Y ms de un ao transcurriantes de que se supiera.

    Me parece que llaman a la puerta dice una noche el viejo molinero.Su mujer y l escuchan silenciosos.No no es nada dice ella a su vez ; son las diez, pronto medianoche.Transcurren varios minutos.Entonces se oyen unos golpes fuertes y decididos, como de alguien que

    redoblase su energa. El molinero va a abrir All fuera est la seorita del castillo.

    No se asusten, soy yo dice sonriendo con timidez, Entra, le ofrecen unasilla, pero no se sienta. En su cabeza, no lleva puesto ms que un chal y, en los pies,unos zapatitos, a pesar de que la estacin es todava lluviosa.

    Vena solamente a advertirles prosigue que el teniente llegar en laprimavera..., el teniente, mi prometido. Y puedo ser que vaya a la caza de lasbecadas por estos alrededores. Quera decrselo para que no les sorprenda.

    El molinero y su mujer miraron, asombrados, a la castellana. Nunca hastaahora se les haba prevenido cuando los invitados del castillo iban de caza por elmonte opor los campos.

    Le dieron las gracias humildemente..., era demasiado buena!

    Victoria va a salir.No quera decirles otra cosa. He pensado que tratndose de personas deedad como ustedes, no estara de ms decrselo.

    El molinero respondi:Por qu se ha tomado esta molestia la seorita? Y para esto la seorita se

    ha mojado los zapatitos...Paseaba por aqu. Adems, estn secos los caminos dijo ella con tono

    breve . Buenas noches.Buenas noches.Levanta el pestillo y, en el umbral, se vuelve:

    Es verdad. Y Juan, tiene noticias suyas?No, nada sabemos de l, absolutamente nada. Gracias por su inters.Vendr dentro de poco. Crea que tena noticias...No, no tenemos cartas de l desde la primavera pasada. Dicen que est en el

    extranjero.S, est en el extranjero. Sigue bien. El mismo escribe en uno de sus libros

    que vive en los das de las penas ligeras. Debe, pues, estar bien.En fin, en fin... Dios lo sabe. Lo esperamos; pero no nos escribe, no escribe a

    nadie. Lo esperamos solamente.Debe de encontrarse a gusto donde est, puesto que sus penas son ligeras.

    En fin, esto es cosa suya. Slo quera saber si deba regresar en la primavera. Repito,buenas noches.Buenas noches.

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    El molinero y su mujer la siguen hasta la puerta. La ven regresar al castillo,con la cabeza erguida, saltando con sus zapatitos los charcos del camino mojado.

    Dos o tres das despus, lleg una carta de Juan. Regresara dentro de un meslargo, cuando hubiese terminado otro libro. Buenas noticias de todo este tiempo;pronto estara acabada la nueva obra: una pululacin de pensamientos cruzando porsu cerebro...

    El molinero fue al castillo. En el camino encontr un pauelo marcado con lasiniciales de Victoria; lo habra perdido laotra noche, seguramente.

    La seorita estaba arriba, pero una sirvienta se ofreci para devolver larespuesta. De qu se trataba?

    El molinero rehus, prefiriendo esperar. Por fin, la seorita apareci.Dicen que desea hablarme? pregunt ella, abriendo de par en par la

    puerta de un saln.Entr el molinero, entreg el pauelo y dijo:Adems, hemos recibido una carta de Juan.Fue breve, pero un relmpago de alegra pas por la cara de ella. Despus dijo:En efecto, el pauelo es mo, muchas gracias.Ahora no tardar en venir prosigui el molinero casi en voz baja.

    Ella adopt una actitud altiva:Hable ms alto, molinero; quin dice usted que va a venir?Juan.Juan? Ah! Y qu?No, era... Pensbamos que era necesario decrselo a usted. Habl de ello con

    mi mujer y tambin lo crey as Anteayer usted nos pregunt si iba a volver en laprimavera. S, vendr.

    Entonces, deben estar contentos dijo la castellana . Cundo llega?Dentro de un mes.Ah...! Y no tena nada ms qu decirme?

    No, solamente pensbamos, puesto que usted preguntaba... No, ningunaotra cosa. Nada ms que eso.El molinero haba bajado todava la voz.Ella volvi a conducirlo hasta la puerta. En el vestbulo encontraron a su padre;

    con tono indiferente y elevando la voz, ella le dijo:El molinero explica que Juan volver. Debes de recordar bien a Juan...El molinero sali del castillo jurndose a s mismo que jams, nunca jams,

    sera juguete de su mujer; nunca la escuchara cuando se hiciese la entendida encosas secretas. As se lo hara saber.

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    CAPITULO VIIHaba pensado algunas veces cortar aquel esbelto serbal de junto al lago y

    hacerse con l una caa de pescar. Ahora que haban pasado muchos aos, el rbolse haba hecho ms grueso que su brazo. Lo mir, lleno de sorpresa, y pas.

    A lo largo del ro, an verdeaba el impenetrable soto de helechos; era todo unbosque de hojas ondulantes, en el fondo del cual el ganado se haba abierto slidossenderos con su pisoteo. Como en los das de su infancia, abrise camino a vivafuerza a travs de la espesura, hundindose entre las plantas altas, maniobrando conlas manos y buscando a tientas dnde poner el pie. Los insectos y los reptiles seasustaban y huan ante su proximidad.

    All arriba, en la cantera de granito, encontraba nuevamente majuelos en flor,anmonas y violetas. Cogi al azar un ramo y su perfume familiar le record los dasde antao. Volva a ver en la lejana los montes azulados de la vecina comarca, oaotra vez al cuco iniciar su estribillo...

    Se sent, qued unos momentos pensativo y despus se puso a tararear. Delotro lado del sendero lleg a l un ruido de pasos.

    El da tocaba a su fin, el sol se haba ocultado, pero el calor vibraba an en elaire, baando las montaas, el agua y el bosque en una calma infinita. Una mujer

    suba hacia la carretera; era Victoria; llevaba una canastilla.Juan se levant, salud y pens en alejarse.No quera molestarle le dijo Victoria . Vena a ver si haba flores por

    aqu.El no contest. Habra podido decirle que ella tena en su jardn todas las flores

    del mundo...He trado una canastilla para las flores prosigui ; pero quiz no

    encuentre. Las necesitamos para adornar la mesa, pues vamos a dar una fiesta.Aqu hay anmonas y violetas dijo l . Ms arriba, otras veces, haba

    lpulo, pero debe de ser an demasiado pronto para que haya floras.

    Est usted ms plido que la ltima vez observ ella . Desde entonceshan transcurrido ms de dos aos... Estuvo ausente, segn me han dicho. He ledosus libros.

    A todo esto, no respondi nada. Tuvo la intencin de irse, de decir: Buenastardes, seorita, y alejarse. Slo les separaban algunos pasos; ella estaba en mediodel sendero, con un traje amarillo, la cabeza cubierta con un gran sombreroencarnado. Era extraamente hermosa. Tena el cuello desnudo.

    Le privo el paso murmur l bajando. Se reprima para no dejar traslucirninguna emocin.

    Ahora hallbanse uno frente a otro. Victoria no se movi para dejarle pasar.

    Sus miradas se cruzaron. Sbitamente, ella ruborizse, turbado el semblante, y seapart, mas no sin una sonrisa.Cuando hubo pasado, se detuvo; su amarga sonrisa le haba conmovido. De

    nuevo, su corazn vol hacia ella e impensadamente, dijo:Como es natural usted habr estado muchas veces en la ciudad desde...,

    desde aquella vez... A propsito de las flores, recuerdo dnde haba siempre en otrotiempo. Era en el altozano del parque, junto a la seal.

    Ella se volvi hacia l; vio, sorprendido, que su cara se haba tornado plida ygrave.

    Quiere usted ser de los nuestros esta noche? Podra venir a la fiesta?

    Damos una fiesta continu ruborizndose nuevamente . Vendrn amistades dela ciudad; ser dentro de pocos das, pero se lo har saber exactamente.Contsteme: Quiere usted?

    El no respondi nada. No era para l esta fiesta, no sola frecuentar el castillo.29

  • 7/31/2019 Hamsun - Victoria

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    No me diga que no. No se aburrir; lo he pensado, tendr una sorpresa parausted.

    Pausa.Usted ya no puede sorprenderme dijo l.Ella se mordi los labios; una sonrisa desesperada dibujse de nuevo en su

    cara.Qu quiere usted que haga? dijo con voz apagada.No quiero pedirle nada, seorita Victoria. Estaba sentado all, en una piedra;

    le ofrezco marcharme, esto es todo.Ah! S, andaba por casa, dando vueltas todo el da de un lado para otro,

    luego he venido aqu. Hubiera podido bordear el ro, tomar otro camino; entonces nohubiese venido precisamente aqu...

    Querida seorita, el lugar es suyo y no mo.Una vez le hice sufrir, Juan; quisiera remediarlo borrndolo. De veras, tongo

    una sorpresa que, creo..., es decir, espero le agradar..., no puedo decirle ms. Perole ruego que asista esta vez.

    Si eso puede serle agradable, ir.Me lo promete?

    S, le agradezco su amabilidad.Llegado a los linderos del bosque, volvise y mir. Victoria se haba sentado,

    con la canastilla en el suelo, a su lado. No regres a su casa, continu vagando, iba yvena por el camino, mil pensamientos le asaltaban. Una sorpresa? Ella lo acababade decir, y su voz temblaba. Una alegra viva y nerviosa le invade, haciendo latiraceleradamente su corazn. Se siente como levantado en vilo por encima del camino.Y era una casualidad que hoy tambin llevase un traje amarillo... Haba mirado sumano que, la vez anterior, luca una sortija; ya no la llevaba.

    Pas una hora. El perfume del bosque y del campo lo envolva, penetrando sualiento y su corazn... Se sent, tendise cmodamente en el suelo, con las manos

    cruzadas detrs de la nuca, escuchando, unos momentos, las notas aflautadas delcuco, que venan del otro lado del agua. A su alrededor, el aire vibraba con el cantode los pjaros.

    Haba vivido an este momento. Cuando ella suba por la cantera, con elvestido amarillo y el sombrero rojo sangre, hubirase dicho una mariposa vagabundaque, posndose de piedra en piedra, iba a pararse delante de l. No queramolestarle, dijo sonriendo, y su sonrisa era dorada e iluminaba todo su rostro,sembraba estrellas. Unas venas finas y azules haban aparecido en su cuello y, pordebajo de sus ojos, unas pecas le daban un tono clido. Cumplira pronto los veinteaos.

    Una sorpresa? Cul era su propsito? Le mostrara tal vez sus libros,pondra bajo sus ojos aquellos dos o tres volmenes, para darle el gusto dedemostrarle que los haba comprado y abierto todos? Se le ofrece un poco deagasajo y de carioso consuelo! No desdee la humilde aportacin!

    Irguise impetuosamente... Victoria regresaba, la canastilla estaba vaca.No ha encontrado flores? pregunt l distradamente.No; he renunciado a ello. Ni siquiera he buscado; sencillamente, me qued

    sentada all arriba.El dijo:Estoy pensando: no crea usted que me causar pena alguna. Nada tiene que

    repa