granujas de regent street 02 - angel tentador.pdf

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  • JULIA LONDON ngel Tentador

    2 de la Serie Granujas de Regent Street

    Escaneado por PACI Corregido por Mara Adiln Pgina 1

  • JULIA LONDON ngel Tentador

    2 de la Serie Granujas de Regent Street

    Escaneado por PACI Corregido por Mara Adiln Pgina 2

    JJJJJJJJUUUUUUUULLLLLLLLIIIIIIIIAAAAAAAA LLLLLLLLOOOOOOOONNNNNNNNDDDDDDDDOOOOOOOONNNNNNNN nnggeell TTeennttaaddoorr

    22 ddee llaa SSeerriiee GGrraannuujjaass ddee RReeggeenntt SSttrreeeett

    WWiicckkeedd AAnnggeell ((11999999))

    AAARRRGGGUUUMMMEEENNNTTTOOO:::

    El amor prohibido es siempre una eleccin escandalosa...

    Ella corra a toda velocidad cuando aterriz estrepitosamente encima de un jadeante y estupefacto desconocido, era el hombre ms guapo que nunca haba conocido. El desconocido aturdido slo vea la cantidad de nios hurfanos que tena a su cargo, pero rob el corazn de Lauren Hill con un beso abrasador antes de irse. Lauren no poda decirle que era una condesa viuda que pasaba momentos de apuro. Trat de olvidarle, hasta que se lo encuentra de nuevo en un baile en Londres. El hombre que la hechiz, con el que suea desde entonces es un duque, est fuera de su alcance... y adems est comprometido con otra mujer.

    La encantadora condesa bvara despierta la curiosidad de toda la sociedad. Alexander Christian, Duque de Sutherland, queda estupefacto al conocer a la dama que ocupa la mayora de los rumores de la temporada, no es otra que Lauren la chica de campo que ha capturado su corazn. El deber le ha forzado a comprometerse con otra persona, una capaz de ocupar el lugar que por derecho le pertenece en la sociedad y el Parlamento. Pero el quiero una noche con su hechicera de ojos azules, despus intentar alejarse de ella de nuevo, va a arriesgar todo por estar con la mujer que hace hervir su sangre y domina sus sueos... su ngel malvado.

    SSSOOOBBBRRREEE LLLAAA AAAUUUTTTOOORRRAAA:::

    Julia London se cri en un rancho al oeste de Texas, donde pas sus primeros aos de educacin en medio de los vastos campos de trigo, conduciendo un tractor a la temeraria velocidad de ocho kilmetros por hora. A pesar de sus orgenes humildes, Julia saba desde pequea que estaba destinada a vivir una gran aventura; as que se fue a estudiar la carrera de Ciencias Polticas y acab trabajando para el gobierno en Washington. Pas all nueve aos, y experiment su momento de gloria el da que comparti ascensor con un senador de Iowa.

    Pero tanta aventura puede hacer que una chica eche de menos su casa, as que Julia decidi volver a Texas y trabajar en el campo del derecho criminalstico. Actualmente vive all con su marido y dos enormes perros labrador, Hugo y Maude. En 1998 se public su primera novela, y en 2002 sus libros se vendan ya lo bastante como para dejar su trabajo como abogada y dedicarse plenamente a la escritura. Sus dos perros se volvieron locos de felicidad al ver que pasaba todo el da en casa con ellos. Es autora de una larga lista de best-sellers.

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    CCCAAAPPPTTTUUULLLOOO 000111

    Baviera, 1828.

    Paul Hill sinti la primera punzada de verdadero pnico: una joven llevaba lo que l crea uno de los vestidos de su hermana. Y, si no se equivocaba, llevaba tambin un medalln de oro que l le haba regalado a Lauren por su decimosexto cumpleaos. De pie en el vestbulo fro y hmedo de un tpico castillo gtico, Paul temi haber llegado demasiado tarde. Mientras la mujer buscaba a alguien que pudiera explicarle lo que l haba querido expresar con su lamentable alemn, l no pudo evitar preguntarse una vez ms si se vera en una situacin en la que no pudiera ayudar a su hermana. Trag saliva para deshacer el nudo de pnico que se le haba hecho en la garganta, y pens que deba haber una explicacin perfectamente razonable de por qu aquella mujer llevaba la ropa y las joyas de Lauren, aunque, en aquel momento, esa explicacin perfectamente razonable escapaba a su entendimiento.

    l se balance, apoyndose en el bastn para descansar la pierna mutilada. De no haber sido por el tiempo que haba pasado hospitalizado, habra podido salvarla haca dos aos. Habra podido mantenerla y casarla mucho antes de que to Ethan pusiera en marcha su detestable plan. Habra podido...

    Entschuldigen Sie, Herr...

    Paul abandon sus divagaciones e igual la mirada de frialdad de un hombre encorvado por los aos.

    He venido a por mi hermana anunci, grandilocuente.

    El mayordomo lo observ en silencio. Paul suspir, frustrado: no tena la facilidad de Lauren para los idiomas.

    Meine Schwester. Lauren Hill recalc Paul.

    Al anciano se le ilumin el semblante de forma visible.

    Grafin Bergen! Se alegrar mucho. No sabamos exactamente cundo llegara respondi, en perfecto ingls, y sonri mostrando tres dientes.

    Sobresaltado, Paul se irgui.

    Exijo saber de inmediato dnde se encuentra!

    El anciano junt los labios al tiempo que se acercaba arrastrando los pies.

    No tengo el menor inconveniente en indicrselo repuso sorbindose la nariz. No tiene ms que pedirlo. En estos momentos, est en los aposentos de los criados.

    De modo que la haban obligado a servir, los muy brbaros!

    Dudo que los aposentos del servicio sean el lugar idneo para una condesa espet.

    Disculpe, seor, los aposentos del servicio se encuentran junto al ala norte del castillo respondi el anciano, indignado, mientras abra la inmensa puerta forrada de roble.

    Paul pas por delante de l y avanz lo ms rpido que pudo en la direccin indicada. Al volver la esquina, oy unas carcajadas procedentes de un edificio bajo de piedra levantado a lo largo de la contramuralla. Imaginando que Lauren estaba siendo sometida a la peor de las humillaciones, se llev la mano automticamente a la pequea pistola que llevaba en un costado.

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    Su ltima carta, en la que le comunicaba la muerte de su marido, Helmut Bergen, pareca indicar que la situacin en la casa era tensa. Al nuevo conde, el sobrino de Helmut, Magnus, lo haba contrariado el poco ortodoxo matrimonio de ella con el viejo aristcrata. No era de extraar: su to guardin, lord Ethan Hill, haba dispuesto aquel matrimonio absurdo a cambio de la totalidad del patrimonio del anciano conde a la muerte de ste, una hazaa que haba logrado con poco ms que una dote. Maldita fuera, si algo le haba ocurrido a Lauren, estrangulara a Ethan con sus propias manos.

    Un coro de voces alemanas se alzaba al cielo color pizarra mientras Paul intentaba apretar el paso, algo casi imposible sobre el suelo de piedra mojado. Otra carcajada hizo que empezara a palpitarle el corazn y se abalanzase sobre la puerta que tena ms a mano. La abri de par en par, agarrando con fuerza el pomo para mantener el equilibrio.

    Fue como si hubiese abierto la puerta del cementerio, al otro lado de la muralla del castillo, y hubiese elegido su tumba. Rodeada de un grupo de personas, Lauren, de pie en el centro de la estancia, llevaba un sencillo vestido pardo y el pelo castao oscuro recogido a la altura de la nuca y cayndole descuidado por encima de un hombro. En el rincn, un hombre sobresala de entre los dems, y su rostro reflejaba un tedio absoluto. A juzgar por la exquisita factura de sus ropas, Paul supuso que se trataba del nuevo conde de Bergen. Y Lauren le sonrea entusiasmada.

    Como haba temido Paul, pasara lo que pasase en aquella habitacin atestada, su hermana era el centro. Y la condenada muchacha, sin duda, lo estaba disfrutando. Sin que nadie se percatara de su presencia, Paul se col por la puerta. Casi haba confiado en encontrarla al otro lado de los fros muros de piedra, esperando ansiosa a que la rescataran. Pero no. Lauren no.

    Se despeda contenta, y al mirar alrededor, Paul pudo ver que varios de los presentes parecan lastimosamente enamorados de ella. De su interminable monlogo en alemn, tan slo pudo inferir que les estaba contando, a uno por uno, que se marchaba.

    Paul carraspe con fuerza y logr atraer la atencin de la sala. Lauren interrumpi por un instante su soliloquio y mir por encima del hombro. Una amplia sonrisa le ilumin el rostro de inmediato, y dando un grito de alegra, se abri paso entre la multitud y se arroj a los brazos de su hermano.

    Ay, Paul! Cunto te agradezco que hayas venido! No imaginas las ganas que tena de verte! Te he echado tantsimo de menos! Llor y lo bes con vehemencia en ambas mejillas. Ay, seor, mrate! Lo guapo que ests! exclam.

    La clida punzada de un rubor empez a subirle a Paul por el cuello. En seguida la cogi de los brazos y la apart de s al tiempo que examinaba con cautela a los presentes.

    Yo tambin te he echado de menos. Has terminado ya aqu? El coche espera le dijo en voz baja.

    La risa de Lauren era musical.

    S, deja que acabe de despedirme. Se volvi hacia la multitud, sonriente.

    El grupo le sonri tambin. Todos salvo Magnus Bergen, claro, cuyo gesto ceudo en su duro semblante le produjo un escalofro a Paul. Cielo santo, era inmenso, y a juzgar por aquellos rasgos que parecan cincelados en piedra, no era un hombre feliz.

    Quin es ste? pregunt Bergen en ingls con un leve acento alemn.

    Mi hermano Paul proclam Lauren, orgullosa. Mein Bruderaadi para informacin de los otros.

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    Se oy una ronda de aspavientos, acompaada de amplias sonrisas.

    Vamos, Lauren murmur Paul. Nos espera un coche de alquiler. La cogi por el codo, con la intencin de sacarla de aquella atestada estancia cuanto antes.

    Espera exclam Lauren. Me olvidaba de herr Bauer! Se zaf de l y volvi a perderse entre la multitud, donde una especie de jardinero hurgaba en un tosco saco de camo.

    El hombre hablaba muy de prisa en alemn. La pequea multitud se esforzaba por or lo que deca. Nervioso, extrajo del saco una patata grandsima y se la ofreci con cario, con una vocecilla que ya era casi un susurro.

    Lauren se inclin hacia adelante, muy concentrada; luego se incorpor y le sonri, afectuosa. Bergen gru, impaciente, y cruz los brazos sobre su vasto pecho.

    Ay, Herr Bauer, danke shoen! exclam ella, dndole una palmadita cariosa en el brazo y haciendo que el jardinero se pusiera rojo como un tomate.

    Paul ya poda aadir a los jardineros tontorrones a la lista de bobos enamoradizos a los que atraa su hermana. Desde que se haba puesto tan guapa, los encandilaba a todos. Adems de su recio y ensortijado pelo castao oscuro y sus poco corrientes ojos azul cobalto que relucan como zafiros, tena una sonrisa con la que poda desarmar fcilmente a un hombre; sin embargo, ella no pareca darse cuenta de la atencin que despertaba y, si lo haca, no le afectaba en absoluto. Paul jams la haba visto acicalarse ni coquetear de modo alguno. Lauren era exactamente lo que pareca, una mujer de lo ms ingenua; tanto, que poda aceptar una patata como obsequio de un bobalicn sin apenas inmutarse. Era la persona ms generosa que haba conocido jams, muy tolerante con todos y con todo.

    Por Dios, cmo la necesitaban en Rosewood.

    Lauren! la llam Paul, impaciente. Con una sonrisa seductora y apretndose la patata contra el pecho, volvi obediente junto a Paul, despidindose con la mano y gritando sonoros auf wiedersehen y leben Sie wohl a los presentes.

    En cuanto la tuvo a mano, Paul volvi a agarrarla del codo y tir de ella.

    Bergen sali del fro y hmedo edificio atestado de gente casi pisndoles los talones, mascullando algo en un alemn incomprensible mientras Paul se llevaba a su hermana, casi a rastras, al carruaje.

    Eso no es as! exclam Lauren a algo de lo que dijo el bvaro y le dedic un gesto medio sonriente medio ceudo por encima del hombro.

    Paul intent apretar el paso. Pero Lauren, que era una bendita, se detuvo en cuanto llegaron al patio y se volvi para mirar al hombre que en una ocasin haba amenazado con sacarla de all a la fuerza.

    Adis, conde de Bergen! Has sido muy generoso, dadas las circunstancias, y quiero que sepas que te lo agradezco concluy con una respetuosa reverencia.

    Bergen separ mucho sus enormes piernas y se cruz de brazos.

    As que te vas? inquiri, ceudo. Pens que tenamos un acuerdo.

    Paul mir a Lauren de soslayo, dispuesto a discutir si haca falta.

    Un acuerdo?

    Ah, eso. Ella le rest importancia con un gesto de la mano. Al conde de Bergen se le ha metido en la cabeza que debera quedarme a regentar la casa. Yo acced a ayudarlo, pero slo

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    hasta que vinieras a buscarme. Y ya ests aqu, de modo que ya he cumplido mi parte del trato. Sonri a Magnus y asinti, resuelta, con la cabeza.

    El resopl.

    Bergenschloss te sienta bien. Para qu vas a volver a esa granja cuando podras regentar todo esto como quisieras? insisti l, recorriendo figuradamente con el brazo el viejo muro exterior del castillo en direccin a la vivienda principal.

    Pretendes convertir a mi hermana en tu ama de llaves? pregunt Paul a Bergen, malhumorado.

    No, claro que no! espet el gigante. Bergenschloss necesita una ama y yo estoy fuera a menudo...

    Magnus, sabes que no puedo quedarme le dijo ella, cariosa.

    Por qu? salt l, furioso. Pero en seguida se interrumpi, y empez a peinarse el pelo rubsimo con la mano mientras " miraba fijamente al suelo. Reconozco que he dicho algunas cosas de las que me arrepiento aadi, nervioso. Y no me extraa que quieras irte de aqu. Pero t has trado... la alegra a Bergenschloss y yo... ellos quieren que te quedes concluy, sealando por encima del hombro al grupo de criados reunidos a su espalda.

    Lauren sonri.

    Qu tierno! Pero no puedo quedarme.

    S puedes replic Bergen con los brazos en jarras.

    Sorprendentemente, Lauren se dirigi hacia donde estaba el gigante. El alemn la mir de forma extraa, tan extraa que Paul avanz unos pasos y agarr con fuerza su bastn por si lo necesitaba.

    Ahora me necesita mi familia, ya lo sabes le susurr Lauren, y entonces, para sorpresa de Paul, su hermana se puso de puntillas y bes al alemn en la cara. Pero agradezco tus amables palabras.

    Bergen pareca tan espantado como Paul y tard un rato en reaccionar. Despacio, su rostro empez a ensombrecerse mientras la contemplaba; en la mejilla, le lata un msculo de forma errtica. Paul not que contena la respiracin, a la espera de la explosin que estaba convencido que iba a tener lugar. Sin embargo, Bergen lo sorprendi meneando de pronto la cabeza.

    Quiz puedas venir a vernos murmur suspirando hondo.

    Me encantara accedi Lauren.

    Te vamos a echar de menos aadi Bergen, malhumorado.

    Ella se asom por detrs del cuerpo inmenso de l y sonri a los criados.

    Yo tambin os voy a echar de menos a todos, hasta a ti, conde de Bergen dijo guindole el ojo, sonriente; luego dio media vuelta y se encamin al coche. Ests listo, Paul?

    Por supuesto, muy listo. Meti a Lauren en el carruaje que los esperaba y le dio la seal al cochero antes de que Bergen pudiera volver a abrir la boca. Cuando el vehculo se puso en marcha, Lauren asom la cabeza por la ventanilla y sigui despidindose, agitando la mano, riendo al ver cmo los criados le gritaban palabras de despedida y se atropellaban los unos a los otros. Lo ltimo que Paul vio mientras el carruaje cruzaba el puente, traqueteante, fue a Bergen siguindolos malhumorado con la mirada y con los brazos cruzados tensamente sobre el pecho.

    Cuando al fin dejaron atrs las murallas del castillo, Lauren cerr la ventana y se acomod en el

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    ajado asiento de cuero.

    Ay, Paul, cunto te agradezco que hayas venido! Te he echado tantsimo de menos! Adems, ni te imaginas lo caprichoso que se ha vuelto Magnus Bergen!

    S se lo imaginaba. Mientras avanzaban a trompicones por aquella carretera bvara casi intransitable, Lauren le habl, entusiasmada, de los ltimos meses pasados en Bergenschloss, como si no hubiese sido una absoluta locura que renunciara hasta al ltimo penique de su herencia, como si fuera completamente razonable que Bergen hubiera pasado de amenazarla con colgarla de los torreones a pedirle que fuera el ama de llaves de aquella monstruosidad llamada Bergenschloss.

    El conde de Bergen es un imbcil dej caer Paul en algn momento de la chchara de su hermana. No alcanzo a comprender cmo te las apaas para atraerlos a todos.

    El conde de Bergen no es un imbcil Lo que pasa es que ah arriba est muy solo. l est acostumbrado a vivir en la ciudad, sabes? Y, por cierto, yo no atraigo a..., bueno..., a imbciles aadi con desaprobacin. Oye, me parece que has crecido tres cuatro centmetros seal cambiando en seguida de tema.

    Paul sonri tmidamente.

    Tres admiti l, orgulloso.

    La seora Peterman habr tenido que arreglarte todas las camisas para que te queden bien de los hombros. Ests estupendo.

    l se sonroj.

    Bueno, supongo que he crecido desde la ltima vez que me viste. Me he habituado a caminar todos los das confes l, e inici un relato entusiasta de lo sucedido en los ltimos dos aos, repitiendo las mismas cosas que le haba contado ya en sus innumerables cartas y explicndole todo lo que ansiaba compartir con su querida hermana mayor desde el da en que ella se haba marchado de Rosewood.

    No llegaron a Rosewood tan pronto como Lauren habra querido. Despus de haber viajado varios das en diligencias mal ventiladas y en un desvencijado barco mercante, estaba ansiosa por llegar a casa y volver a ver a los nios.

    Seguro que los nios estn bien? le pregunt a Paul por segunda vez mientras la diligencia avanzaba a buen ritmo por una carretera llena de baches que serpenteaba por la campia inglesa.

    La seora Peterman cuida de esos polluelos como mam gallina. No permitira que les ocurriera nada.

    Y Ethan? La seora Peterman me cont que estaba peor de la gota.

    De la gota! resopl Paul con desdn. A nuestro to le encanta quejarse, eso es todo.

    Lauren frunci el cejo y escudri a su hermano. Aunque insista en que todo iba bien, por lo que le haba contado, ella saba que no era as. Paul contaba el dinero que llevaba en la bolsa todas las maanas, y no necesitaba que nadie le dijera que la falta de apetito de su hermano era fruto de su escaso capital.

    Saba muy bien que haba hecho lo impensable al desafiar a Ethan y ceder su herencia a Magnus. En aquel momento, haba sido un gesto muy noble, pero empezaba a pensar que quiz

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    hubiese pecado de impetuosa. El sentimiento de culpa fue apoderndose de ella, y se mir indecisa la puntera desgastada de las botas.

    Supongo que Ethan estar enfadado... dijo ella.

    A lo hecho, pecho seal Paul. Hizo una pausa y la mir de reojo. Pero por qu lo hiciste? Por qu se lo diste todo a Bergen?

    Por qu? Porque los dos aos que ella haba estado casada con el anciano conde haban sido una autntica farsa, porque el anciano senil jams le haba puesto una mano encima, porque su herencia corresponda en realidad a la familia de Magnus. A l, para ser exactos.

    No me corresponda a m. To Ethan hizo un trato, y yo no cumpl mi parte.

    Pues claro que s! Te casaste con el viejo, no?

    Se cas con l por poderes, s, pero el anciano conde, ya muy dbil, jams haba entendido quin era ella.

    Ya estaba muy mayor y jams me puso una mano encima. Ni siquiera lleg a conocerme. Mi parte del trato consista en proporcionarle un heredero, pero nunca fui su esposa de verdad. De modo que no lo cumpl.

    Paul se sonroj un poco y mir al otro lado, por la ventanilla.

    Se qued Bergen con tus cosas? He visto a una mujer con uno de tus vestidos...

    No, no! sa era Helga, la fregona. Le encantaba el vestido y, como no tena nada que ponerse para la boda de su hermano, se lo regal. Yo no lo necesitaba. Ri. En Rosewood, apenas salgo.

    Paul no sonri.

    Y el medalln?

    Lo perd desgraciada pero justamente en una partida de cartas le explic, sonriente. Su hermano sigui mirando por la ventanilla, silencioso, demasiado silencioso.

    Dios, qu haba hecho? Cuando haba entrado en el estudio de Magnus con el documento por el que renunciaba a las propiedades y la fortuna de Bergen, casi haba podido or los alaridos de protesta de Ethan desde el otro lado del mar del Norte. Hasta Magnus la haba mirado como si estuviese loca. El haba entendido, en cuanto haba llegado de Suiza, lo que Ethan haba hecho. Todo el patrimonio de Helmut a cambio de un heredero, qu absurdo! El anciano senil ya octogenario haba firmado sin pensar un documento por el que ella se quedaba con todo a cambio de nada. Magnus la haba despreciado por aquella farsa matrimonial y ambos haban soportado aquella violenta situacin durante muchos meses hasta la muerte de Helmut.

    Al fallecer ste, Magnus se haba hecho con el ttulo y, libre al fin para decir y hacer lo que le viniera en gana, haba tachado a Lauren de ladrona. Y con razn, segn lo entenda ella. Ethan se haba aprovechado de Helmut. Tan convencida estaba, que haba ignorado las cartas de la seora Peterman, en las que el ama de llaves dejaba entrever la lamentable situacin de Rosewood. Deba ignorarlas, porque no era tico que se apropiara de la herencia de Bergen. Como era lgico, Magnus haba coincidido con ella. Cierto era que se haba suavizado un poco en las ltimas semanas, si es que un hombre con el corazn de piedra poda suavizarse, pero eso no haba cambiado nada.

    Hasta aquel preciso momento, momento en que se arrepenta de haber rechazado el que poda ser el nico medio de subsistencia de Rosewood.

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    Por todos los santos, tengo ya veinticuatro aos espet, de pronto consciente de la gravedad de lo que haba hecho. Veinticuatro repiti, gesticulando enftica. Cmo he podido ser tan impetuosa?

    No es culpa tuya, cielo la tranquiliz Paul.

    La inund una ola de admiracin. Cunto quera a su hermano. An no haba logrado dejar de sentirse culpable por su cojera. La fiel ama de llaves de Rosewood, la seora Peterman, sostena la teora de que Lauren no haba podido perdonarse nunca el hecho de haber salido ilesa de aquel accidente, de haber discutido a sus nueve aos con su hermano de cinco, quien finalmente se sent junto al cochero, o de que Paul hubiera salido despedido despus de sufrir el percance que le mutil la pierna y acab con la vida de sus padres. Adems, a juicio de la seora Peterman, el sentimiento de culpa de Lauren era lo que la llevaba a esforzarse tanto por Rosewood. Lauren era menos romntica al respecto: se esforzaba porque amaba su hogar.

    Durante los primeros aos tras la muerte de sus padres, la finca haba ido bastante bien, y Ethan haba optado por criarlos bajo la mxima de ojos que no ven, corazn que no siente. Paul haba proseguido su formacin en la escuela parroquial y a ella la haban sometido al severo tutelaje de la esposa de Ethan, lady Wilma Hill. La ta Wilma se propuso inculcar a su pupila toda la elegancia y el decoro femeninos de que era capaz. La vieja arpa logr su propsito hasta su fallecimiento, haca ya diez aos, y a Lauren le haba ido muy bien en Rosewood. Muerta su ta, Lauren se neg a aprender una sola cosa ms del arte de ser una dama y se inici en el estudio de cosas tiles, como tcnicas agrcolas, citas y proverbios, e idiomas.

    Sin embargo, con los aos, la finca se haba precipitado hacia el abismo de la pobreza. Mientras Ethan gastaba la menguante herencia de los hermanos, como su estatus legal de tutor forzoso le autorizaba a hacerlo, Paul y Lauren vivan prcticamente al da. Las pocas tierras que les quedaban, de las que no se haba apropiado an la parroquia, pronto se tornaron sobre-utilizadas e improductivas.

    Haba sido idea de la seora Peterman aceptar al primer inquilino diez aos antes. Se llamaba Rupert, un pnfilo quinceaero y, al parecer, una vergenza para su acaudalada familia. El vicario de la dicesis lo haba dispuesto todo: a cambio de un lugar donde instalar a su hijo para perderlo de vista, el padre de Rupert ofreca un estipendio que al menos les permita llevar comida a la mesa. El trato haba resultado tan provechoso que el vicario le haba propuesto a la seora Peterman el alojamiento de hurfanos en la finca por un pequeo estipendio de la parroquia, con lo que haba llevado ms dinero a lo largo de los aos.

    Su to haba aceptado de muy buena gana las cantidades insignificantes que le proporcionaban los desafortunados muchachos y a Lauren le haba satisfecho el trato, hasta que Ethan haba convencido al moribundo Helmut Bergen de que aceptara una propuesta matrimonial por completo descabellada, valindose de poco ms que un pequeo retrato de Lauren. Al principio, se haba negado rotundamente, pero luego, bajo la insoportable presin de su to, lo haba hecho por Rosewood y por los nios.

    Los nios! Qu ganas tena de verlos! Estaba Lydia, de pelo rojsimo y grandes ojos verdes, y Horace, que soaba siempre con el da en que pudiera ser pirata de verdad. Luego estaban Theodore, al que le gustaban los libros tanto como a Lauren, y la pequea Sally, una rubia preciosa que adoraba a Paul. Y, cmo no, Leonard, el querido Leonard, el ms brillante y trgico de todos ellos. Nacido de una ramera de taberna, el pobre nio llevaba desde su nacimiento una marca color prpura que le cubra media cara.

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    Con los aos, Lauren haba llegado a aceptar que la muerte de sus padres haba sido una bendicin. De no haber sido por aquel horrendo da de primavera, Paul y ella jams habran conocido a los internos, que lo eran todo para ella. Y pensar que haba perdido la nica oportunidad que tena de mantenerlos... Qu demonios iba a hacer ahora?

    Lauren mir a Paul, que haba viajado miles de kilmetros para ir a buscarla, y le tom la mano impulsivamente.

    Ay, Paul! Lo he echado todo a perder!

    Paul le pas un brazo por el cuello.

    Hiciste lo correcto, cielo. Saldremos adelante la tranquiliz. Siempre lo hemos hecho, y seguiremos hacindolo sin necesidad de robarle a un anciano moribundo. Hiciste lo correcto repiti.

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    Rosewood, sur de Inglaterra.

    (Rupert, el primero de los internos de Rosewood, esperaba en el apostadero de Pemberheath, encaramado a un viejo carricoche tirado por dos caballos grises esculidos que parecan no haber visto un buen pasto en una decena de aos. Por suerte, Rosewood estaba a slo cinco kilmetros de Pemberheath, y la ilusin de Lauren aumentaba a cada metro. Sin embargo, cuando tomaron el desvo de Rosewood, su entusiasmo se torn en conmocin. La que un da fuera una casa seorial se encontraba en tal mal estado que apenas la reconoca. Las extraordinarias contraventanas verdes, tan imponentes durante su juventud, se haban deteriorado con los aos, y una de ellas colgaba de una sola bisagra. Las ventanas de vidrio de las que su madre se haba sentido tan orgullosa presentaban varias grietas. El csped de la entrada principal estaba plagado de malas hierbas, la valla se desmoronaba, y una fina columna de humo se alzaba sin fuerza desde una de las cuatro chimeneas. Dos cras de cabra se coman las malas hierbas prximas a una de las esquinas de la mansin.

    Qu ha ocurrido? exclam sin ocultar su angustia.

    Andamos un poco escasos de fondos mascull Paul con desaliento.

    Escasos de fondos? A juzgar por el aspecto del lugar, deban de andar en la indigencia.

    Pero... algn ingreso tendremos! grit.

    Es complicado respondi Paul con tristeza. Ya te lo explicar murmur mientras el carricoche se detena ante la puerta principal.

    Rupert salt de inmediato de donde estaba encaramado y sali disparado para iniciar lo que, por lo visto, para l era la importantsima tarea de acorralar a las cras de cabra.

    La puerta principal se abri de pronto y un chaval de casi doce aos sali con dificultad gritando:

    Ha vuelto! Est en casa! Una gran mancha prpura le cubra la parte superior de la frente, el ojo y la mejilla izquierdos hasta el cuero cabelludo.

    Lauren se ape del coche en seguida, y el nio ech a correr y le rode la cintura con sus brazos flacos.

    Cunto me alegro de verte, Leonard! le dijo ella, contenta, mientras lo abrazaba con fuerza.

    Has viajado en un barco muy grande? pregunt l, ansioso.

    S, cielo, hemos navegado en un barco muy grande respondi ella con una risita. Pero slo hemos visto un pirata.

    Un pirata! Pero cmo sabais que era pirata? pregunt, sobrecogido.

    Lauren ri.

    Porque llevaba un tricornio, un parche en un ojo y una espada en la cintura, por eso!

    Era ms alto que to Ethan? grit desde la puerta otro nio de unos diez aos mientras se acercaba corriendo a Lauren.

    Ella lo intercept antes de que se le tirara encima. Lo estrech con fuerza entre sus brazos y le

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    bes su dorada cabecita.

    Era ms alto que to Ethan y hablaba un idioma raro confes ella arrodillndose.

    Te lo dije, Lydia! Te dije que habra piratas! Ya lo s, Theodore replic, indignada, una nia desde la puerta.

    Lauren sonri y le tendi una mano a la hermosa nia de doce aos. Lydia se dispona a acercarse cuando recibi un empujn de la pequea Sally, que sala veloz al encuentro de Paul. Horace, otro nio, de siete aos, se apretuj delante de Lydia, con su espada de madera enfundada en el cinturn. Los nios se amontonaron a su alrededor como cras en busca de alimento, y Lauren los abraz a todos, respondiendo con paciencia a las preguntas que le gritaban y riendo, satisfecha, mientras escuchaba de su boca las novedades.

    Ms vale que tengas una buena explicacin! se oy retumbar una voz hosca procedente de la puerta.

    Lauren levant la vista y contuvo un grito de conmocin. A las dos en punto de la tarde, to Ethan llevaba una bata rada y, a la altura del costado, sujeto con un par de dedos, un vaso con un trago de whisky. Sin embargo, an era ms sorprendente el que estuviera... enorme. Cielo santo, habra ganado treinta kilos, o puede que cuarenta. Tena el semblante plido, los mofletes tan llenos como los del viejo y obstinado cerdo de la finca. Siempre haba sido un hombre corpulento, pero aquello... aquello era algo ms que corpulencia. Por alguna razn inexplicable, la irrit. Desde que haba dilapidado la herencia de los hermanos, Ethan haba ido a vivir a la finca con ellos. Rosewood se encontraba en la miseria, pero su to..., bueno, era obvio que se alimentaba bien. Lauren se puso de pie despacio, le solt la mano a Theodore y se cruz de brazos.

    Buenos das, to.

    En qu demonios estabas pensando? bram l. Aquello fue el colmo. Lauren frunci los ojos mientras se abra paso, airada, entre la multitud de nios, con los brazos casi en jarras.

    Que en qu estaba pensando yo? En qu estabas pensando t? Me lo prometiste, to Ethan! Me prometiste que los nios estaran bien atendidos!

    Sobresaltado, el hombre mir de reojo a la pandilla de nios que la rodeaba.

    Me he encargado de ellos! bram, sonrojndose. No intentes cambiar de tema ni me hables de promesas, nia! T has incumplido la tuya!

    Dirigindose a donde se encontraba su corpulento to, Lauren grit:

    Yo no he hecho nada semejante! Firmamos un acuerdo, que no se cumpli! Ese dinero no me perteneca! Mirndolo fijamente a los ojos, lo desafi en silencio a que le llevara la contraria.

    Ethan se mostr visiblemente desconcertado. Nervioso, se recoloc las solapas de la bata mientras murmuraba en voz baja:

    Jovencita impertinente.

    Pero Lauren no lo oy. La seora Peterman haba salido a la puerta, con la frente embadurnada de harina y unos mechones de pelo sueltos del moo. Lauren solt un chillido de alegra y se lanz a los brazos de la mujer. Las dos dieron saltos de jbilo mientras se abrazaban la una a la otra.

    Ethan recondujo su hostilidad hacia Paul, que se acercaba cojeando al centro del bullicio.

    Lo pierde todo y ahora cree que puede hacer lo que le plazca! Por Dios que esto no va a quedar as, fjate bien lo que te digo gru.

    Paul alz una ceja, dubitativo, mientras vea a la seora Peterman y a Lauren, cogidas del brazo,

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    dar media vuelta y entrar a grandes zancadas en la casa.

    S, ya veo cmo tiembla de miedo. Esboz una sonrisa de satisfaccin al pasar por delante de su to para entrar detrs del puado de nios que seguan a su hermana.

    Haba pasado poco ms de un mes desde su regreso a Rosewood, pens Lauren, sentada a la puerta del gabinete del doctor Stephen. Un mes. Con la mirada perdida en la pared, se maravill de todo lo que haba sucedido en ese tiempo. En primer lugar, Ethan la haba mortificado anuncindole, casi desde el instante de su llegada a Rosewood, que tena intencin de volver a casarla. Dicho anuncio haba venido seguido de un conato de proposicin matrimonial del seor Thadeus Goldthwaite apenas cuatro das despus. Ms que suficiente para hacer que saliera gritando de la casa.

    Cielo santo! Ni siquiera estaba remotamente interesada en volver a casarse, ni con cualquier anciano moribundo, como sin duda Ethan tena en mente, ni menos an con el retaco del boticario, el fastidioso Thadeus Goldthwaite.

    Un sonido llam su atencin y, al levantar la vista, Lauren hizo un aspaviento, horrorizada de ver lo que Leonard y Horace haban hecho con un ramo de flores recin cortadas. Haba ptalos por toda la alfombra oriental y por la mesita de la entrada, y en el jarrn slo quedaban los tallos pelados de las flores del invernadero. Lauren se levant despacio y se dispuso a limpiar a toda prisa aquel estropicio antes de que el doctor Stephens lo descubriera. Leonard la ayud mientras Horace los miraba resentido.

    No pasa nada los tranquiliz en seguida Lauren, y busc algn sitio donde tirar los ptalos. No haba ningn receptculo a la vista salvo un paragero. Guindoles el ojo con picarda, tir los ptalos al paragero, luego se volvi y se llev un dedo a los labios antes de dirigirse con los nios a un asiento solitario del pasillo.

    Los hizo sentarse a sus pies y sigui meditando su dilema. Aunque agradeca poder estar de vuelta en casa, la enfermaba el estado deplorable en que se encontraba Rosewood. Paul le haba explicado que, debido al incremento constante de los impuestos de la parroquia, el descenso de los precios del grano y los cercamientos que haban sufrido, a consecuencia de los cuales los ricos se quedaban con las mejores tierras, Rosewood se haba quedado con tan slo una parcela de tierra arable, pero sobre-utilizada.

    Lo que necesitamos es un representante! haba exclamado, furioso, su hermano. No hay nadie en el Parlamento que vele por nuestros intereses.

    Ella no entenda todo aquello, pero s saba que sus tierras estaban tan estropeadas que no soportaban una cosecha de grano decente y, aunque la hubieran soportado, ellos no disponan de dinero para la mano de obra, ni para los impuestos parroquiales. De modo que se haba devanado los sesos por encontrar un modo de resolver el problema.

    Se haba obsesionado tanto con arreglar las cosas que no haba prestado atencin a la seora Peterman cuando sta haba intentado exponerle su solucin para Rosewood. Lauren no acab de entenderlo hasta el da en que el seor Goldthwaite se haba presentado en Rosewood con hierbas para la tos que sufran la mayora de los nios.

    Entonces le ense a Lauren algunas de las hierbas que haba plantado en su inmenso jardn. Aquel jardn haba hecho pensar a la joven en la posibilidad de trocar por vveres las hortalizas y

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    frutas que tan rpidamente parecan crecer en cualquier parte. Tan absorta estaba en sus ideas que el torpe intento de besarla del seor Goldthwaite la sorprendi tanto que se le par el corazn un instante.

    Seor Goldthwaite! chill cuando aquel hombre rechoncho la apres de pronto en un abrazo blindado, y frunci los labios para besarla. Cielo santo, sulteme!

    El hombre se puso tan colorado como una cereza y le solt los brazos de inmediato. Lauren busc desesperada un garrote con el que atizarlo, pero, al no encontrar ninguno, se llev las manos a la cadera y lo mir con cara de odio.

    Qu demonios cree que est haciendo? le pregunt con la autoridad de una condesa.

    El tendero regordete se irgui todo lo que pudo, unos cinco centmetros por debajo de ella, y le replic con arrogancia:

    Qu cree usted que estoy haciendo?

    Por desgracia, la carcajada de Lauren los desconcert a los dos, con lo que el rostro colorado del seor Goldthwaite se torn prpura.

    Lo siento, seor Goldthwaite, no pretenda rerme. Ver...

    Lo veo perfectamente, condesa de Bergen la interrumpi l muy serio.

    Hill. Seorita Hill lo corrigi Lauren. Para agona de Ethan, se empeaba en usar su nombre de soltera, convencida de que tena ms derecho a aquel ttulo que al heredado de los Bergen.

    La seora Peterman me ha dado a entender que ahora es usted viuda...

    Ah, seor Goldthwaite! Por favor, antes de que siga, debe saber que mi sitio est en Rosewood. Esos nios me necesitan. El fastidioso Thadeus infl su abultado pecho.

    Ciertamente lo entiendo, seora, y aplaudo su bondad. sas son cualidades que deben buscarse en una esposa y usted posee tal abundancia de ellas que estoy decidido a...

    Seor Goldthwaite, no siga! le grit ella, horrorizada, levantando la mano. Disclpeme, por favor. Hay algo que debo hacer ahora mismo se excus de forma poco convincente, dio media vuelta y se dispuso a huir, pero el seor Goldthwaite la cogi por la mano y la agarr con fuerza. Seor Goldthwaite, debe dejar de pensar en m...

    Seorita Hill, ni imagina lo que mi corazn...

    Tengo que entrar, de verdad.

    Pero, seorita Hill, hay algo que quiero decir! le grit l muy serio.

    Lauren dio media vuelta y sali corriendo del jardn. Lo ltimo que vio fue al seor Goldthwaite inclinando el sombrero para despedirla.

    Cuando entr corriendo en la cocina, la seora Peterman la recibi con una extraa mirada de regocijo.

    Qu, has hablado ya con el seor Goldthwaite? le pregunt la canosa ama de llaves sonriendo desenfadadamente.

    Lauren se dej caer en un banco de madera.

    Que Dios me asista. Thadeus Goldthwaite quiere casarse conmigo!

    Eso es estupendo! exclam, entusiasmada, la seora Peterman, dando una palmada con las manos embadurnadas de masa.

    Lauren la mir espantada; sin duda, se haba vuelto loca. Era la ms peregrina, inconcebible e

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    increble de las ideas!

    Seora Peterman, eso es imposible!

    Imposible? le grit el ama de llaves. Es perfecto! Debes considerar los aspectos prcticos de una unin as, Lauren.

    Es un buen hombre y est bien situado. Y le preocupan esos nios, no lo olvides le coment alegremente, y empez a elogiar a Thadeus Goldthwaite de tal forma que Lauren empez a pensar que el rechoncho boticario deba de ser descendiente del mismsimo Hrcules.

    Sentada en el vestbulo del doctor Stephens, a Lauren le faltaba el aire al pensar en lo interesados que parecan estar todos en su estado civil. Antes que desposarse con el seor Goldthwaite o con cualquier otro, se tirara por un precipicio. Si alguna vez volva a casarse, sera por amor. Sin embargo, al parecer, toda la poblacin adulta de Rosewood quera verla casada por los aspectos prcticos. Y los entenda. Obviamente, lo mejor para Rosewood era que ella se casara con un hombre acaudalado y, como, por lo visto, Ethan y la seora Peterman se empeaban en casarla, ella haba buscado desesperadamente otra solucin. Si lograba que las tierras volvieran a dar beneficios, razon, podra parar aquella carrera desenfrenada hacia el altar.

    Al menos se le haba ocurrido una idea, y esa idea era la que la haba llevado hasta la casa del doctor aquel da. Los dos nios que la acompaaban, a pesar de la energa con que correteaban por la alfombra, tenan una tos que no remita.

    Se abri de pronto una puerta. Lauren desvi la mirada de los nios hacia un anciano caballero que la miraba por encima de sus anteojos de montura metlica.

    Quin eres? No recuerdo haberte visto por aqu dijo bruscamente.

    Lauren se levant y, tras instruir a los dos nios con cario, le tendi la mano educadamente. Soy Lauren Hill.

    Hill? Yo conoc a una seorita Hill... Cielo santo, eres t? Madre ma, cunto has cambiado!

    S, seor confirm ella cortsmente, luego mir con atencin a los nios.

    El doctor le sigui la mirada y escudri a los pequeos.

    Son hijos tuyos?

    Son internos de Rosewood.

    Ah, de Rosewood, claro.

    Tienen una tos que no se les pasa le inform.

    El doctor la rode y, llevndose las manos a la cadera, estudi a los nios con detenimiento. Leonard, con su desagradable mancha de nacimiento, lo mir a los ojos. El ms pequeo se toquete el rado cinturn.

    Psalos dentro y veremos qu podemos hacer con esa tos que no remite seal l de pronto, luego dio media vuelta y volvi a meterse en el espacioso gabinete.

    El doctor Stephens se acerc a una estantera repleta de frasquitos de diversas formas.

    Treme a uno de los nios dijo, abstrado, mientras examinaba uno de los pequeos recipientes.

    No era un hombre dado al sentimentalismo. Se haba curado de aquella enfermedad haca varios aos. De joven, se le haba ocurrido que no podra ejercer bien la medicina si se implicaba emocionalmente con todos los desafortunados a los que visitaba. Conoca a Leonard, lo conoca

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    desde que era un beb y saba que su madre haba intentado ahogarlo. Lo haba visto espordicamente a lo largo de los ltimos diez o doce aos y, como era de esperar, al pobre muchacho lo traumatizaba la enorme mancha de nacimiento que afeaba su aspecto. Como si no bastara con ser hijo de una ramera que despus lo haba abandonado, llevaba sobre s una horrible marca a causa de la cual la gente se volva a mirarlo.

    Cuando se dio la vuelta para ver qu retena al muchacho, no pudo evitar quedarse boquiabierto. Al parecer, la seorita Hill haba obrado un milagro en el desafortunado chaval. Arrodillada a su lado, le apartaba el pelo rojo de los ojos y le susurraba algo con una sonrisa que llev incluso al doctor Stephens a sentarse cmodamente para observarla. Leonard estaba de pie, erguido, y el facultativo habra jurado por sus revistas mdicas que el muchacho sonrea. Jams lo haba visto sonrer. Asombrado, vio al nio acercarse a l con orgullo y decisin.

    La seorita Hill dice que va a darme una cucharada de felicidad anunci el muchacho.

    Cmo dices? logr espetar el anciano mientras miraba a

    Leonard.

    La seorita Hill se aclar la garganta; el doctor Stephens levant la vista a tiempo para recibir una mirada penetrante de ella.

    Una cucharada de felicidad. Para que se me pase la tos repiti Leonard.

    Una cucharada de felicidad, no? A ver, deja que te oiga respirar, muchacho seal acercando el odo al pecho de Leonard. Comprob si tena fiebre. S, una cucharada de felicidad es lo que necesitas aadi, estupefacto de que l, conocido por su actitud apenas compasiva con los moribundos, llamara cucharada de felicidad al lquido asqueroso que estaba a punto de verter en la boca de aquel nio. Cogi un frasco de la estantera y prepar una cucharada grande. Bueno, abre bien la boca le indic, y le administr la pcima.

    Leonard trag, luego se volvi hacia la seorita Hill. Ella le sonri, cariosa, y le tendi la mano. El muchacho la tom de inmediato y empuj al otro nio, que se situ resuelto junto al doctor Stephens.

    La seorita Hill dice que a m va a darme una dosis doble de felicidad proclam con orgullo.

    Protestando, el doctor Stephens se inclin para escuchar la respiracin del muchacho. Ella tena razn; el murmullo de los pulmones de Horace era peor que el de Leonard.

    Doble dosis, entonces murmur, y prepar la pestilente medicina.

    Horace se trag la primera dosis sin rechistar, esper pacientemente la segunda, luego dio media vuelta y regres al lado de la seorita Hill.

    Cunto durar la felicidad? le pregunt.

    Yo dira que hasta maana, no es as, doctor Stephens?

    As es respondi l con sequedad.

    Me parece, y corrjame si me equivoco, seor, que los muchachos empezarn a sentir el cosquilleo de la felicidad en los pies dentro de un momento. Creo yo. Chicos, por favor, sentaos junto a la puerta y no toquis nada. Hay algo de lo que quiero hablar con el doctor Stephens dijo ella.

    Como dos perfectos caballeretes, los muchachos se sentaron obedientemente junto a la puerta.

    A los ojos del mdico, todo lo que acababa de presenciar era un condenado milagro. Fuera lo que fuese lo que aquella mujer haba hecho para reforzar la autoestima de los dos muchachos,

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    mereca todo el apoyo que l fuera capaz de ofrecerle. Maldicin, aunque slo fuera eso, quera saber cmo lo haba conseguido.

    No s lo que has hecho...

    Se refiere a las flores sonri ella quitndole importancia con un movimiento de la mano. Lo siento muchsimo; me temo que estaba un poco preocupada confes con voz dulce.

    Cmo dices?

    Las flores. Por desgracia, no tengo dinero, si no las reemplazara con gusto, pero es una situacin que lamentablemente no puedo remediar de momento. Por favor, no diga nada an, porque quiero proponerle algo. Ver, los nios de Rosewood no reciben la atencin mdica que necesitan.

    Stephens debi de parecer perplejo mientras se ajustaba los anteojos, porque ella se explic rpidamente:

    No, no por chichones ni moratones, ni cosas as. Pero la tos, las enfermedades de naturaleza ms grave, no las controla un mdico hasta que es demasiado tarde, y los nios se contagian tan fcilmente que, cuando queremos darnos cuenta, ya lo tiene todo Rosewood, de modo que se me ha ocurrido que quiz podramos llegar a un acuerdo por el que usted nos visitara de cuando en cuando, no necesariamente a cambio de dinero, sino de algo infinitamente ms agradable, creo yo.

    El doctor Stephens haba desistido de entender la relacin de todo aquello con las flores y haba captado al fin el hilo de la conversacin, o eso crea.

    No alcanzo a imaginar lo que has hecho, pero te aseguro que...

    Hablo de tomates, seor, grandes como jamones! Y judas, calabazas y coles! Al parecer, hay cierto talento en Rosewood, y me atrevera a decir que es el del cultivo de frutas y verduras. No podemos comernos todo lo que cultivamos, porque crece muy de prisa, sabe?, y, por desgracia, la seora Peterman le ha estado echando a Lucy, una vieja cerda enorme, lo que sobraba. Seguro que sabe que los cerdos subsisten perfectamente con algo menos exquisito que frutas y verduras, de manera que le propongo un trueque...

    Seorita Hill! casi le grit el anciano.

    La joven pestae, extraada. El se quit las gafas y se pellizc el puente de la nariz.

    Sinceramente, doctor Stephens son otra voz femenina, cualquiera con una pizca de juicio sabe que es un desperdicio darle a un puerco algo mejor que bazofia.

    El mdico gru y, al abrir un ojo, vio a la marquesa de Darfield de pie en el umbral de la puerta, con su hijita Alexa. La marquesa era una de las pacientes favoritas del doctor, a pesar del exasperante hbito de ignorar sus sabios consejos. Con su pelo oscuro y sus ojos color violeta, era tan inusualmente hermosa como la misteriosa seorita Hill. No pudo evitar observar que, situadas la una al lado de la otra, las dos mujeres componan un notable cuadro.

    Lady Darfield, estaba a punto de decir... Su idea me parece sencillamente estupenda. Me llamo Abbey Ingram, y me gustara mucho ayudar. La seorita Hill sonri, agradecida.

    Yo soy Lauren Hill. Conoce Rosewood? Es una finca pequea, a unos kilmetros de aqu, y ando buscando un modo de hacerla un poco ms autosuficiente. Los nios que viven all... Bueno, creo que deberan aprender a ser tan responsables como sea posible. Pero no pueden aprender si nadie negocia con ellos, y, por desgracia, no viene nadie a Rosewood, salvo el boticario, claro, pero no puedo esperar que se lleve todas esas verduras, y...

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    Seorita Hill! Por favor, lo que trataba de decirte es que lo que has hecho con esos muchachos es asombroso, y me encantar ayudarte en cuanto pueda, incluso llevndome tomates grandes como jamones! bram el doctor Stephens.

    Las dos mujeres se lo quedaron mirando como si estuviera loco. Lady Darfield arrug la frente con aire censor y le susurr a Lauren:

    Estaba convencida de que aceptara.

    En serio? Yo no lo tena tan claro, pero esperaba que lo hiciera. Por desgracia, andamos escasos de fondos respondi la seorita Hill.

    No debe preocuparse por eso! le dijo lady Darfield con aire desenfadado. Al doctor Stephens no le preocupa el dinero; gana lo bastante para mantenerse. Se encargar encantado de los nios que usted protege.

    Lauren le dedic al doctor una amplia sonrisa.

    Sospechaba que no era tan cascarrabias como me quera hacer creer. Entonces, cree que puedo contar con la ayuda de l?

    Por supuesto! asinti lady Darfield con entusiasmo.

    Incrdulo, el doctor Stephens mir a una mujer y luego a la otra, ambas tan seductoras que habran puesto de rodillas a cualquier otro hombre. Sin mediar palabra, se dio la vuelta bruscamente y volvi a su escritorio.

    Cuando Lauren Hill al fin se march con dos frascos de felicidad a cambio de un cajn de tomates que deba entregarse al da siguiente, las mujeres ya haban quedado en verse en Rosewood para decidir lo que se poda hacer. Como en todo, Abbey Ingram se haba implicado en aquello por completo. Sonri, contenta, al doctor Stephens mientras l examinaba el corte de la rodilla de Alexa y le insisti en que tambin ella haba sabido siempre que no era tan cascarrabias como quera hacerle creer.

    Durante las semanas siguientes, Lauren estableci un trueque de productos naturales por medicinas, harina y labores de costura dos veces a la semana. En los ridos campos de trigo, brotaron calabazas, y tambin tomates y bayas por toda la estacada. Cada maana, tras terminar sus clases, Lauren y los nios desherbaban y regaban sus pequeos huertos.

    A los nios les encantaba su trabajo. Medan los melones todos los das, buscaban pepinos ocultos tras las matas frondosas y disponan a su gusto las calabazas. Su pequeo huerto pronto fue lo bastante grande como para abastecer a unas cuantas cocinas ms y, con la ayuda de Abbey, que se empe en llevar a cabo los trueques personalmente, los habitantes de Pemberheath poco a poco fueron acostumbrndose a los nios y a sus trueques.

    Con la llegada del otoo, Rosewood empez a parecerse a la modesta casa de campo que un da fuera. Lauren lo logr, a pesar de tener que ocuparse de su desaseado to al tiempo que discuta con l sin parar sobre su futuro. Paul se cuidaba mucho de decirle lo que deba hacer, pero, a peticin suya, haba conseguido de saldo un par de libros sobre inversiones. Era muy misterioso con sus planes, pero, de vez en cuando, levantaba la vista de sus libros, se pasaba la mano por el pelo castao oscuro y sonrea. Con aquellos ojos azul claro llenos de vida, le aseguraba a su hermana que pronto ira todo bien en Rosewood.

    Lauren esperaba de verdad que tuviera razn. A la finca le haca falta ms de lo que un boyante

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    comercio de verduras poda proporcionarle. Con la ayuda de Abbey, empez a planificar la inclusin en un futuro de productos lcteos y lana que pudieran trocar por una asistencia ms sustancial.

    Apreciaba mucho su amistad con la marquesa. Por una vez en su vida, Lauren entenda la cita: De todos los dones celestiales que los mortales alaban, qu otro tesoro fiel puede en el mundo igualar a un amigo?. Adems, al contrario de lo que poda haber esperado, a Abbey no le preocupaba lo ms mnimo que ella no tuviera un centavo. Ni siquiera cuando la seora Peterman le haba comunicado alegremente a la aristcrata que Lauren era, en realidad, la viuda del conde de Bergen, a sta no pareci importarle que no le hubiera revelado su verdadera identidad.

    Las dos mujeres intimaron an ms, por extrao que pareciera gracias al fastidioso Thadeus. Su constante persecucin de Lauren la haba llevado al lmite de su paciencia y ella le haba confesado su dilema a Abbey. Cuando sta termin de rerse, y despus de declarar que a Lauren le convena tanto el seor Goldthwaite como la ya famosa cerda vieja, Lucy, la ayud a librarse de su ardiente admirador. Pero al pobre seor Goldthwaite no haba quien lo convenciera; jams perda la oportunidad de quedarse mirando a Lauren con el anhelo de un perro atrapado en el lado equivocado de la puerta.

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    Sutherland Hall, Inglaterra.

    Alexander Daniel Christian se ape del elegante tlburi en cuanto ste se detuvo delante de su inmensa mansin georgiana de Southampton. Tras saludar al lacayo con un gesto seco, entr por la puerta de doble hoja de roble al vestbulo de mrmol donde otros dos lacayos lo esperaban con su mayordomo, Finch.

    Bienvenido a casa, excelencia dijo el hombre con una reverencia.

    Alex le tir el sombrero a un lacayo.

    Finch respondi sin entusiasmo, y le entreg al mayordomo sus guantes de piel, puedes comunicarle a mi madre que he vuelto. Dnde tengo la correspondencia? pregunt mientras se estiraba los puos franceses de su camisa de seda.

    Otro lacayo ataviado con la librea plateada y azul del duque de Sutherland se acerc para despojarlo de su capa.

    En el estudio, excelencia.

    Alex asinti con la cabeza y recorri a toda prisa el pasillo de mrmol, acompaado del leve crujido de sus Wellington relucientes bajo su paso resuelto. Ni mir el nuevo damasquinado de las paredes, ni las docenas de rosas dispuestas en las consolas del vestbulo. Al cruzar la puerta de su estudio, se deshizo del abrigo, lo tir descuidadamente a una silla de abultada tapicera en terciopelo verde y se encamin al historiado escritorio Luis XIV del centro de la estancia.

    Whisky le dijo a un lacayo mientras tomaba la correspondencia.

    Instalado, muy digno, en una silla de cuero corintio color burdeos, examin con detenimiento los montones de cartas acumuladas durante las dos semanas que haba pasado en Londres. Adems de la habitual correspondencia de negocios, haba algunas invitaciones a eventos sociales. Esas las ech a un lado. Sus ojos se posaron en una misiva lacrada con el sello de sus abogados de msterdam. Ignorando el whisky que el lacayo le haba dejado junto al codo, la abri. La mir por encima y maldijo en voz baja.

    Cielos, ms problemas con la condenada compaa de trueque! Arrug bruscamente el nuevo informe de prdidas y lo lanz al otro lado de la estancia, en direccin al fuego. Por si el reciente episodio de prdidas no fuera suficiente, los aranceles britnicos lo estaban asfixiando. Aunque contara realmente con un cargamento, los impuestos sobre la importacin eran tan abusivos que sta resultaba casi inviable econmicamente.

    Inquieto, se puso en pie y cogi su whisky, despidiendo al lacayo con un brusco movimiento de cabeza mientras se diriga a los ventanales del otro lado de la estancia. Contempl la vasta extensin de csped verde y el mirador al borde del lago que sealaba la tumba de su hermano. A Alexander Christian, vizconde de Bellingham, no le corresponda ser el duque de Sutherland, con todas las responsabilidades derivadas de la fortuna familiar. Ese iba a ser Anthony; a l le tocaba ser el segundo hijo, el que contara con ttulos menores y dispusiera de tiempo para entretenerse con aventuras mundanas.

    Quiz algunos pensaran que haba vivido aventuras suficientes para toda una vida, pero l no estaba de acuerdo. Cuando Anthony an viva y cumpla con sus deberes de duque, Alex se senta

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    presa de un tedio sofocante. Al enterarse por un viejo amigo de la familia de los tesoros que su hermano haba descubierto en frica, Alex haba aceptado encantado su propuesta de acompaarlo en el siguiente viaje. Aquella experiencia en la llanura del Serengueti haba agudizado su apetito de verdadera aventura. Desde entonces, haba ascendido al Himalaya, haba viajado a Oriente en barco y haba descubierto los parajes vrgenes de Amrica.

    Era un tipo de vida que le sentaba bien y que an anhelaba, pero un trgico accidente cuando montaba a caballo se haba cobrado inesperadamente la vida de Anthony haca cinco aos. Recordaba con amargura el da en que lo haban hecho llamar y, al llegar a casa, se haba encontrado con el cuerpo sin vida de su querido hermano y con su automtica conversin en duque. Sus responsabilidades cambiaron tan de repente como la actitud de los que lo rodeaban: las personas con las que se relacionaba, conocidas y desconocidas, se mostraban afanosamente diligentes en su presencia. As, aparte de tener que superar su prdida, se vio de pronto al mando de un poderoso ducado y una inmensa fortuna. Ya nunca ms haba dispuesto de un par de meses de ocio para explorar tranquilamente el mundo.

    Ya haca cinco aos que era duque, pens agotado. Cinco aos le haba costado acostumbrarse a ser el centro de atencin. Cinco aos para aprender los intrngulis de las propiedades familiares y aceptar las enormes responsabilidades de ser duque, entre las que se encontraba, por supuesto, la de tener herederos. Al menos Anthony le haba facilitado bastante esa parte sealando por fin una fecha para su boda con lady Marlaine Reese, que todos esperaban.

    Anthony llevaba prometido a Marlaine casi desde el nacimiento de ella. La alianza de las familias Christian y Reese era casi legendaria. Su padre, Augustus, haba entablado amistad con el joven conde de Whitcomb antes de que ninguno de los dos se casara, y ambos haban creado una especie de monopolio gracias a su asociacin en el campo de la produccin de hierro. Las fbricas Christian-Reese haban logrado retirar del mercado a otras fbricas en la produccin de caones, armas y herrajes durante la guerra peninsular, proporcionando a ambas familias unos beneficios indecentes. Los dos hombres eran de ideas muy similares, y el poderoso bloque parlamentario que formaron en la Cmara de los Lores no haba hecho sino reforzar su amistad de tantos aos. Todo el mundo saba que, cuando el bloque Christian-Reese votaba una ley, sta se aprobaba.

    Era completamente lgico que sus hijos perpetuaran la alianza, y a Anthony le satisfaca la idea de casarse con Marlaine, a pesar de que le llevaba quince aos. Alex la recordaba siempre hermosa y amable, pero an iba al colegio cuando su hermano muri. Cuando ella haba hecho su presentacin en sociedad tres aos antes, Alex haba decidido que no iba a encontrar una solucin mejor a su responsabilidad ducal de engendrar herederos. Su ttulo le exiga un matrimonio comercialmente ventajoso y Marlaine, sin duda, reuna los requisitos. Adems, la haban educado para que fuera la esposa de un duque, era lo bastante bonita y una compaa tranquila y agradable. Sera una buena esposa, por eso haba terminado proponindole matrimonio, como esperaban todos, haca dos aos, cuando ella haba cumplido los veintiuno.

    El sonido de las puertas correderas al abrirse interrumpi los pensamientos de Alex, que se volvi.

    Bienvenido a casa, cielo. Su madre, Hannah, entr con elegancia en la habitacin seguida de Marlaine, que iba cogida del brazo de Arthur, el hermano menor de Alex.

    El duque cruz la estancia para saludarlos.

    Gracias, madre. Espero que te encuentres bien.

    Claro. Slo puedo quejarme de un leve dolor de espalda dijo Hannah, sonriente. No

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    merece la pena siquiera mentarlo. Te complacer saber que lord y lady Whitcomb estn de visita en casa de la hermana de sta, en Brighton. Como est tan cerca, le he pedido a Marlaine que pase el fin de semana con nosotros.

    Me complace mucho seal Alex, y bes a la joven en la mejilla.

    Ella se sonroj un poco y baj su mirada risuea al suelo.

    Pareces cansado. No duermes bien? murmur ella.

    Me encuentro bien, Marlaine.

    Ests seguro? Parece como si te preocupara algo insisti.

    Son los negocios. Le tendi la mano a Arthur, y luego aadi: Las Indias Orientales.

    Qu, otra vez? Por Dios, Alex, tendramos que retirarnos!

    Esboz una sonrisa mientras se sentaba en un sof de cuero. Arthur se dej caer a su lado mientras Hannah se acomodaba cerca del fuego. Marlaine cogi el abrigo que su prometido se haba quitado y lo dobl con cuidado sobre uno de los brazos de la silla antes de sentarse all con Hannah. Alex inform a Arthur del contenido de su correspondencia al tiempo que jugaba distrado con su vaso de whisky vaco. Sin que nadie se diera cuenta, Marlaine se levant de su sitio y se acerc a Alex.

    Una copa, querido? le pregunt en voz baja.

    El la mir un instante, le entreg el vaso y retom su conversacin con Arthur, que analizaba con vehemencia los pros y los contras de invertir en la Compaa de las Indias Orientales. Marlaine volvi con un vaso de whisky y se lo dio sonriendo silenciosa.

    Por el rabillo del ojo, Alex la vio volver a su sitio. Tuvo el pensamiento breve e impo de que a veces se comportaba como un perro bien amaestrado. Delicadamente sentada con el abrigo de l plegado en el regazo, sonri a los otros sin pronunciar una sola palabra. En contraste, Hannah, sentada al borde de la silla, se inclinaba hacia adelante para escuchar con atencin a sus hijos hablar de los elevados aranceles y de la necesidad de una reforma econmica. De cuando en cuando, tambin ella ofreca su opinin.

    Hablaron hasta que apareci Finch y, librando de inmediato a Marlaine del abrigo de Alex, anunci que el bao de su excelencia estaba listo. Este apur la bebida y se levant.

    Si me disculpis, mam, Marlaine... se despidi con la cabeza y empez a cruzar la gruesa alfombra. Supongo que la cena ser a la hora de siempre coment por encima del hombro.

    A las ocho en punto, cielo. El seor y la seora Whitcomb cenarn con nosotros.

    Alex asinti con la cabeza y sali por la puerta con Finch pisndole los talones.

    Hannah Christian, viuda del duque de Sutherland, mir a Alex por encima del borde de su copa de vino y suspir discretamente. Su hermoso rostro y sus clidos ojos verdes no dejaban traslucir emocin alguna. Saba que era una tontera, pero Alex le haba preocupado desde el mismo da en que haba asumido el ttulo. En contraste con Arthur, que disfrutaba de todos los das como si fueran un nuevo comienzo, l pareca tomarse cada da demasiado en serio, como si el xito de cada uno fuese exclusivamente responsabilidad suya.

    En su modesta opinin, era por completo absurdo. Era un lder fuerte y capaz, con un talento para los negocios que le haba permitido ampliar el patrimonio familiar ms all de lo que ella

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    jams habra imaginado. Poda administrar la fortuna de la familia con los ojos cerrados y, como su liderazgo estaba tan bien considerado en la Cmara de los Lores, todo Londres poda brindar por l si lo deseaba. Sin duda, muchos lo haban querido as. Era uno de los personajes ms buscados del pas. Siendo un duque joven, inmensamente rico y de una belleza fuera de lo comn, su influencia no tena igual entre los aristcratas. Sin embargo, pareca siempre aburrido, en ocasiones incluso angustiado. Desvi la mirada hacia Marlaine, sentada a la derecha de su hijo, cuya sonrisa quedaba reservada slo para l. Alex apenas pareca consciente de su presencia.

    Eso era lo que Hannah odiaba del compromiso matrimonial, que l apenas era consciente de la presencia de Marlaine.

    Sorbi distrada su vino mientras contemplaba a la preciosa rubia. No tena nada en contra de ella; era una joven agradable y bien educada, hija del afable conde de Whitcomb, y un buen partido para un duque, pero no para su hijo. Hannah quera que Alex conociera el gozo puro del amor, como lo haban hecho ella y su querido Augustus, esa absoluta adoracin que uno siente por su verdadera alma gemela. Quera que su hijo se casara por amor, no por algn extrao sentido del deber. Confiaba en que, en algn oscuro rincn de su alma, Alex quisiera amar a la mujer con la que iba a casarse, que quiz, slo quiz, se diera cuenta de que Marlaine no le tocaba esa fibra que le hiciera querer mover montaas slo por complacerla.

    Desde el otro lado de la mesa, Alex cruz una mirada con ella y, muy discretamente, alz una ceja, como preguntndole en qu pensaba. Hannah se encogi de hombros, impotente. l forz una sonrisa y mir a Arthur, que relataba algn suceso atroz ocurrido durante uno de los alborotos del infame Harrison Green, para gran divertimento de Edwin Reese. Hannah haba observado que los otros jvenes se mostraban cautivados por los detalles del asunto Harrison Green, pero como siempre, pareca aburrido.

    Su madre estaba equivocada: no estaba aburrido. Maquinaba en silencio el modo de convencer a su futuro suegro para que apoyara un conjunto de reformas que seguramente saldran de la Cmara de los Comunes durante la siguiente consulta; unas reformas que haran bajar los elevadsimos aranceles que pagaba por su compaa naviera.

    Cuando termin la cena y las mujeres se retiraron al saln verde, Alex, Arthur y lord Whitcomb se quedaron en el comedor para beberse una copa de oporto y fumarse un puro, como siempre. Alex miraba en silencio las manecillas del reloj de porcelana que haba sobre la chimenea mientras Arthur y Whitcomb hablaban de un par de perros de caza. Convencido de que la valiosa pieza de relojera se retrasaba, Alex lo compar con su reloj de bolsillo.

    Te aburrimos, Sutherland? dijo Whitcomb sonriendo. Sobresaltado, Alex se guard el reloj de inmediato.

    Est reflexionando sobre la noticia de una nueva prdida en las Indias Orientales dijo Arthur, riendo.

    Es eso cierto? Este negocio con los barcos nunca me ha parecido rentable observ el anciano conde.

    Resultara muy rentable si los aranceles no fuesen condenadamente altos replic l.

    Whitcomb se encogi de hombros.

    Esos aranceles tambin evitan que el grano extranjero llegue a nuestras orillas y compita con el que t cultivas aqu, hijo.

    S, y cuando los mercados nacionales se ven desbordados, impide que el pequeo agricultor

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    exporte su grano al continente.

    Whitcomb ri y dio una calada a su puro.

    No entiendo por qu habra de preocuparte eso. Por lo que s, la mayora ni siquiera puede permitirse el impuesto de jornaleros necesario para cosechar el grano. No creo que compitan con tus exportaciones.

    A eso voy, precisamente, Edwin. La competencia es saludable. Este pas hace tiempo que necesita una reforma econmica. Los impuestos estn ahogando los sectores naviero y agrcola; el sistema est anticuado y carece de equidad. Piensa en los beneficios que podras obtener de tus fbricas si el impuesto de mano de obra fuera el mismo en todos los sectores dijo Alex sin exaltarse mientras daba un largo sorbo a su oporto y miraba por encima del vaso a su futuro suegro.

    Quiz concedi Whitcomb, pensativo. No voy a negar que el campo se lleva la peor parte si lo comparamos con la industria, pero no me gusta el paquete de reformas que intentan introducir los radicales: me temo que pretenden prescindir de todo el sistema parlamentario, y el primer paso ser cederles un escao a los catlicos. De eso ni hablar.

    Alex no respondi al momento. La emancipacin catlica era un punto de gran controversia entre los suyos, pero, sinceramente, a l le traa sin cuidado si los catlicos tenan o no un escao en el Parlamento.

    Lo nico que s es que necesitamos ayuda y un sistema impositivo nuevo y justo. Quiz durante la prxima temporada social podramos elaborar juntos un paquete de reformas ms aceptable.

    Apurando su copa, Whitcomb sonri.

    Eso podra interesarme. Siempre me ha gustado luchar por una buena causa en la Cmara. Bueno, caballeros, vamos a ver qu hacen las mujeres? Sin esperar una respuesta, se levant de la mesa.

    Alex y Arthur lo siguieron sumisos al saln verde, donde pasaron un par de horas ms escuchando en silencio la conversacin de las mujeres sobre fiestas de compromiso.

    Luego, mientras estaba en el vestbulo con su madre, Alex oy a Marlaine decir que ella y lady Whitcomb volveran al da siguiente para hablar de la fiesta de compromiso de invierno. Logr contener una risa nerviosa.

    Dos das despus, habiendo escapado del tedio de Sutherland Hall, Alex se detuvo junto a un riachuelo para que su semental, Jpiter, pudiera beber. Haba estado persiguiendo al mismo ciervo toda la maana, pero el animal era astuto y saba cmo esquivarlo. Imaginaba que se encontraba a menos de ocho kilmetros de su pabelln de caza, Dunwoody. A menudo se acercaba a dicho pabelln, a slo una jornada de Sutherland Hall, a disfrutar de unos das de respiro de sus obligaciones aristocrticas, o de su boda.

    Se frot los ojos, solt las riendas mientras Jpiter beba y se plante poner fin a la expedicin de caza. De pronto, empez a pensar en Marlaine. Como era lgico, a ella no le haba gustado que saliera cazar. La aterrorizaba la idea de que pudiera pasarle algo y ella no estuviese all para cuidarlo. l le haba propuesto, lascivo, que lo acompaara y atendiera todas sus necesidades, pero a Marlaine se le haban puesto los ojos como platos de vergenza ante semejante

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    insinuacin. Nunca se haba acostado con ella, respetando su frrea determinacin de conservar su virtud hasta el matrimonio.

    Por eso haba salido solo, incapaz de soportar un da ms de ocioso parloteo sobre la boda. Marlaine y su madre insistan en celebrar la boda durante la Temporada social, lo que significaba que an tardara varios meses interminables en llevrsela a la cama. Y que an pasara varios meses interminables oyendo hablar de ajuares, almuerzos nupciales, fiestas de compromiso y viajes de novios. Cielo santo.

    Ella haba lloriqueado al verlo marchar. l haba respondido a su femenino despliegue de sentimientos dicindole que ms le vala ir acostumbrndose a sus ausencias. La haba dejado de pie a la entrada principal de Sutherland Hall, conminndolo de corazn a que tuviera cuidado. Cuidado, desde luego. Haba escalado montaas y cruzado ros de aguas bravas sin la ayuda de una enfermera y supona que podra aparselas si sala de caza l solo unos das.

    Un chasquido en los arbustos lo sobresalt, pero no vio al animal. Jpiter se encabrit de pronto y relinch con fuerza. Desprevenido, Alex agarr las riendas y trat de contener al inmenso caballo, casi cayendo de la silla en el intento. Montura y jinete cruzaron el riachuelo al galope y se adentraron en la espesura, cegados por el denso follaje y refrenados por la espesa maleza. Cuando el animal atraves un matorral para salir a un claro unos instantes despus, Alex tir con fuerza de las riendas y logr al fin recuperar el control. El incidente los dej a los dos jadeando, all, en el claro, tratando de recobrar el aliento. Alex not que le escoca la pierna y se la mir. Sus calzones de piel de ciervo se haban rasgado y le sangraba la espinilla donde, obviamente, se haba araado con una zarza.

    Qu pasa, que nunca has visto una liebre, viejo amigo? Acarici despacio el cuello del corcel e intent dar media vuelta. Jpiter se movi de forma rara y relinch un poco al posar en el suelo la pata delantera derecha.

    Dios. Alex suspir, hastiado, y desmont. Lo explor en busca de algn hueso roto; por suerte no encontr ninguno. En cualquier caso, Jpiter no pareca estar en condiciones de andar.

    Maldita sea! murmur Alex, echando un vistazo alrededor. Las tierras de Dunwoody eran vastas, pero de forma extraa, con lo que no poda saber con certeza si an se encontraba en su propiedad. Se quit el sombrero, nervioso, y se pas una mano por su abundante cabello mientras decida qu hacer. No le agradaba la idea de dejar all a Jpiter, pero, sin conocer el alcance de sus lesiones, no poda arriesgarse a llevrselo muy lejos y provocarle un dao mayor. El regreso a Dunwoody a pie era impracticable; se haba alejado demasiado. Si no estaba equivocado, hacia el norte estaba el pueblo de Pemberheath, a dos o tres kilmetros de distancia. Al menos eso esperaba.

    A regaadientes, at las riendas de Jpiter a una rama baja y enterr su pesado rifle bajo un montn de hojas.

    Ojo, no lo pierdas de vista le dijo sin conviccin; luego le acarici el morro y sali del claro en direccin norte, hacia Pemberheath.

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    Avanzando penosamente entre los rastrojos de trigo, Lauren no vea a Lucy por ninguna parte. Haca ms calor de lo normal para aquella poca del ao, as que se detuvo para abrirse el cuello de su vestido de faena. Examin distrada una caa de trigo que Lucy haba pisoteado en su huida y se pregunt cunto vivan los cerdos. Lucy deba de ser viejsima ya, y cuanto ms vieja se haca, ms terca se volva. Por razones que escapaban a su entendimiento, los nios la adoraban. La ltima vez que al animal se le haba metido en la cabeza salir a dar un paseo en busca de comida, a Rupert y a ella les haba costado mucho trabajo convencerla de que volviese a casa, y aquella vez no se haba ido tan lejos. Como Rupert se haba llevado a Ethan y a Paul a Pembertheath, tendra que encerrar a Lucy ella sola. No tena ni la ms remota idea de lo que hara cuando al fin encontrara a aquel jamn ambulante, pero, si no volva con ella, los nios se pondran histricos.

    Lleg al final del campo, sin encontrarla an. Ms all de dicho campo de trigo baldo, haba un huerto de manzanos nuevos, donado por los amigos de Abbey, lord y lady Haversham. Despus de eso, unos tallos larguiruchos de maz cosechado. Y, ms all an, un campo de calabazas, que Lauren ya haba trocado por sebo suficiente para los dos meses siguientes.

    Cielo santo, qu calor haca. Su densa mata de pelo le dejaba el cuello pegajoso; trat de recogrsela, pero consigui poco ms que retirarse de la cara unos cuantos mechones sueltos. Se pas una mano por la frente y sigui avanzando por el campo, meneando la cabeza ante el destrozo que la enorme cerda haba causado al arrasar con su caminar los tallos de maz.

    Encontr a Lucy entre varias calabazas despedazadas, ronzando alegremente.

    No, no! gru Lauren.

    Cuando la vio acercarse, el terco animal se situ delante de la calabaza que devoraba y mir furiosa a Lauren.

    Lucy, sal de ah ahora mismo! insisti la joven, perfectamente consciente de que sta no haba obedecido una orden en su larga vida.

    La cerda respondi con un sonoro bufido de advertencia. Lauren la rode despacio, pensando que si lograba arrancar la ltima calabaza de la hilera, la seguira. Pero en cuanto alarg la mano para cogerla, Lucy embisti. Chillando, ella se apart de su camino. Jams la haba embestido antes. La cerda, situada entre Lauren y la calabaza a medio comer, empez a patear la tierra como un toro. Lauren retrocedi prudentemente, pero no convenci de sus buenas intenciones a la marrana, que sigui pateando la tierra y bufando, furiosa. Adems de la comida, Lauren slo conoca una cosa que calmaba a Lucy.

    Cant, algo atropelladamente, un tema de una obra de teatro de Shakespeare. Si haba algo que a Helmut, ya moribundo, le gustaba, era el buen teatro. Ingls, alemn o francs, le daba igual. En Bergenschloss se haban representado muy distintas obras, con el consiguiente gasto extraordinario, y si Helmut senta predileccin por una en concreto, sa se representaba varias veces.

    Quin es Silvia, y por qu a tantos hace de amor suspirar? cant Lauren con dulzura, luego hizo una pausa. Prosigui de inmediato al ver que Lucy volva a patear la tierra furiosa. Quin es Silvia, que consigue de todos hacerse amar...? Mientras cantaba, el animal dej de patear y la mir con recelo. La dama pura y hermosa, fragante como una rosa. Tiene gracias a millares y es su rostro angelical. Pero qu son sus encantos conociendo su bondad...?

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    Dejando a un lado, de momento, lo ridculo que resultaba estar all en medio de un campo de calabazas cantndole a una cerda, Lauren no tena ni idea de qu hacer. Si paraba, Lucy la embestira. Pero tampoco iba a quedarse all cantando todo el da como si fuera boba. Atrapada entre la valla de madera y la marrana, Lauren trat de pensar mientras cantaba.

    Alex se detuvo y se quit el abrigo, luego levant el pie. Genial. Una piedra le haba agujereado una de sus carsimas botas. Con lo que haba pagado por aquellas Hessians de piel hechas a medida, tena que haber podido ir andando hasta Escocia y volver. Se ech el abrigo al hombro y prosigui, haciendo una mueca de dolor cada vez que pisaba algn canto que se le clavaba en la planta del pie. Dios, jams se haba sentido tan desdichado. Primero aquel ciervo tozudo, luego Jpiter y en esos momentos la bota. Y, para rematarlo, se estaba derritiendo bajo aquel sol abrasador. Se tir rabioso del cuello de la camisa, maldiciendo por lo bajo a su sastre. De pronto, un sonido inusual llam su atencin... Deba de ser una alucinacin.

    Se detuvo para escuchar mejor. Una voz dulce y cantarina se alzaba en el aire procedente de la nada. La dama pura y hermosa, fragante como una rosa. Tiene gracias a millares y es su rostro angelical. Pero qu son sus encantos conociendo su bondad...? Definitivamente, tena alucinaciones. Aquella era una cancin de Los dos hidalgos de Verona. La idea de que alguna campesina pudiera cantar un tema de una obra de Shakespeare le resultaba irrisorio. Con un gesto burln, reanud su camino, pero en seguida se detuvo en seco. Cantemos todos a Silvia, a sus dones y ternura. Rindmosle pleitesa por su exquisita hermosura, pues nadie al verla a su lado no se siente enamorado... Aquello no era una alucinacin, seguro. Alex se volvi despacio hacia el lugar del que proceda el sonido e inspir en silencio.

    Dios todopoderoso, no era ninguna campesina.

    All cerca, en medio de un campo, haba una mujer espectacular. Mujer? Era un ngel, con el pelo castao oscuro apenas recogido a mitad de la espalda y algunos mechones ondulados cayndole por la cara. Cielos, qu hermosa era. Los clsicos rasgos aristcratas, nariz pequea y recta, labios gruesos del color de las rosas, voz de gorrin. Alex sacudi la cabeza y volvi a escudriarla. Habra caminado demasiado rato al sol? Era aquello una fatamorgana? Se acerc despacio a la valla, cautivado por su voz y su extraordinaria belleza. Un movimiento a su derecha perturb su contemplacin y lo oblig a apartar la mirada de aquella visin angelical. No era una ilusin.

    En un sueo, no aparecera aquella cerda descomunal y furibunda. Ni el ngel llevara un sencillo vestido marrn y un par de botas de suela gruesa. El ngel no era ms que una joven que estaba..., cielos, no tena ni idea de qu haca. Salvo estar all plantada en medio del campo, cantndole a un porcino.

    De pronto, se sinti avergonzado de mirarla as, como si fuera una obra de arte de valor incalculable. Como mnimo, deba preguntarle si saba cunto quedaba para Pemberheath. Apoy una pierna en la tosca valla y grit: Buenos das!

    Tanto el animal como la mujer se sobresaltaron y lo miraron con los ojos como platos. Al cabo de un instante, ella volvi a mirar con recelo a la cerda, y la cerda la mir a ella. Entonces, de repente, la marrana embisti.

    El ngel dio media vuelta y se dirigi a la valla, su larga melena ondeando al viento como una bandera irreal. Corra tanto como poda, igual que la tremenda cerda. Alex solt el abrigo y le

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    tendi los brazos con la intencin de ayudarla, pero el animal, que deba de pesar al menos el cudruple que ella, avanzaba a una velocidad alarmante y se acercaba peligrosamente. Ella debi de notarlo, porque ech un vistazo por encima del hombro y solt un chillido. Al llegar a la valla, poco antes que la marrana, ignor los brazos que el hombre le tenda y se lanz a ciegas en una nube de lana marrn y pelo sedoso, aterrizando justo encima de l. Alex logr, de algn modo, cogerla por la cintura, pero el impacto le hizo perder el equilibrio y los dos cayeron al suelo y rodaron por un pequeo terrapln.

    Repentinamente, tumbado boca arriba, el duque mir parpadeando al cielo azul, sin saber muy bien qu le haba ocurrido. An tard un instante ms en darse cuenta de que tena la mano atrapada bajo el firme trasero de ella. Antes de que pudiera hacer nada al respecto, su visin del cielo azul se vio bruscamente obstaculizada por el hermoso rostro del ngel, un par de vivos ojos color cobalto fruncidos de forma amenazante y aquella melena brotndole por los hombros y recogindose en su pecho.

    Ests chiflado? le chill ella mientras se levantaba de un salto.

    Algo aturdido, l se incorpor despacio sobre los codos y la mir con recelo mientras ella se sacuda la tierra y la hierba del vestido.

    Que si estoy chiflado yo? pregunt, incrdulo. Seora, no era yo quien le cantaba a la cerda!

    La has asustado! La tena controlada hasta que has llegado t, o es que no te has dado cuenta? le grit el ngel.

    Perplejo, Alex termin de incorporarse como pudo, cogi su sombrero y se puso de pie. La muchacha le estaba gritando. Nadie se atreva a gritarle. Ni siquiera a levantarle la voz. La mayora de la gente ni siquiera le hablaba.

    A lo mejor yo la he asustado, pero y t qu? le repuso. Esa cerda tena intencin de tragarte entera, y ah estabas t, cantndole como lo hara un actor en escena!

    En escena? La estaba calmando, o es que no lo has visto? grit, y se llev los puos a las enjutas caderas para poder mirarlo furiosa.

    Calmndola? Qu bobada! Poda haberte matado, criatura! le grit.

    A quin ests llamando criatura? le replic casi a gritos. Luego, con la rapidez con que pasan las nubes por el cielo, la rabia se esfum de su rostro, y Lauren ri.

    No fue una risita tonta como las de las mujeres de su entorno, sino una carcajada sonora y sentida. Se llev las manos al tronco como para contener la risa y se arque hacia atrs, divertida. Su pelo reflejaba los rayos del sol poniente en mechones de un intenso dorado. Sus labios rosados cubran una hilera de dientes blancos y perfectos, y rea con tanta vehemencia que le brotaban lgrimas de los rabillos de sus resplandecientes ojos azules. Completamente desacostumbrado a semejante despliegue de jbilo, Alex cambi de postura, incmodo.

    T-te has dado cuenta? jade mientras alzaba una mano para limpiarse una lgrima. Estamos discutiendo por una vieja cerda terca! exclam, divertida, y concluy con otro repique de melodiosa risa.

    Alex supuso que deba agradecer que, en lugar de ponerse histrica por el susto, a ella le hubiera dado por rer a carcajadas, con aquella dulce risa contagiosa.

    Ests bien? le pregunt, esbozando una sonrisa lenta.

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    Ella neg con la cabeza, haciendo bailar los tirabuzones por su rostro perfecto.

    No respondi riendo, y t?

    No.

    Lauren lo mir por entre los mechones ondulados.

    Me muero de vergenza! Te he saltado encima! Pens que..., no s..., que te apartaras.

    Alex ri mientras se agachaba a recoger su abrigo.

    Pretenda ayudarte a saltar la valla. Ella ri con descaro.

    Y creas que con esa bestia en los talones iba a pasar delicadamente por encima?

    Supongo que s reconoci l. Dios, su sonrisa resplandeca tanto como el sol que los abrasaba.

    Soy Lauren Hill lo inform, y le tendi la mano.

    Un cosquilleo leve e indescriptible le inund la boca del estmago al tomar aquellos dedos largos y hermosos entre los suyos.

    Alex Christian murmur l, con los ojos clavados en su mano. De pronto consciente de s mismo, alz la mirada.

    Con las mejillas algo sonrojadas, ella retir la mano poco a poco. Se mir la puntera de las recias botas mientras se coga las manos a la espalda recatadamente.

    Por lo visto, la cerda ha decidido que no mereces la pena como festn observ Alex.

    Lauren levant la cabeza de golpe y, con un pequeo aspaviento, se inclin hacia un lado para mirar detrs de l.

    Dnde demonios se ha ido ahora ese animal estpido? murmur por lo bajo. Sinceramente, por la forma en que Lucy se empea en salir corriendo, cualquier dira que nunca le damos de comer!

    Lucy?

    Le pusimos nombre hace ocho aos, cuando empez a resultar obvio que era demasiado vieja para ser una buena cena de Navidad.

    Entiendo. Y le cantas a menudo? pregunt Alex, esbozando otra de esas sonrisas tan poco usuales en l.

    No, slo cuando se pone furiosa contest ella con voz suave y los ojos clavados en los labios de l.

    Alex dese por lo ms sagrado que ella dejara de mirarle as la boca. Inusitadamente ruborizado, se volvi con brusquedad hacia el campo.

    Al parecer, a Lucy le gustan las calabazas.

    S, demasiado. Ceuda, Lauren se dirigi a la valla.

    Las piernas de Alex se movieron por su cuenta, pero su mirada sigui el suave balanceo de las estrechas caderas de ella y el rebotar de los tirabuzones castao oscuro un poco ms arriba de stas. Record el tacto de aquel trasero pequeo y redondo y, sorprendentemente, sinti una necesidad imperiosa de tocar aquellos rizos. Ella se volvi de pronto y lo asust.

    Te has perdido?

    Perdido? balbuci l.

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    Perdido. Espero no resultar demasiado directa, seor Christian, pero hay alguna razn por la que ests aqu?

    Alex se senta tan cautivado por aquellos ojos azul oscuro y tan aturdido por aquel trato infrecuente que, por un momento, fue incapaz de pensar en una respuesta.

    Supongo que podra decir que he perdido el rumbo. Por no hablar de la razn, aadi para s. Mi caballo se ha quedado cojo, y yo iba a buscar ayuda a pie. Pensaba que el pueblo de Pemberheath estaba cerca...

    Cinco kilmetros ms lo inform ella. Dnde tienes el caballo?

    En un pequeo claro a unos kilmetros al sur. Seras tan amable de indicarme por dnde debo ir? pregunt l, sintindose de lo ms absurdo por mirarla con la admiracin absoluta de un escolar. Pero, demoni