george eliot - middlemarch

634
LIBROdot.com George Eliot Middlemarch Un estudio de la vida de Provincias ÍNDICE Preludio Libro primero. La señorita Brooke Capítulo I Capítulo II Capítulo III Capítulo IV Capítulo V Capítulo VI Capítulo VII Capítulo VIII Capítulo IX Capítulo X Capítulo XI Capítulo XII Libro segundo. Viejos y jóvenes Capítulo XIII Capítulo XIV Capítulo XV Capítulo XVI Capítulo XVII Capítulo XVIII Capítulo XIX Capítulo XX Capítulo XXI Capítulo XXII Libro tercero. Esperando la muerte Capítulo XXIII Capítulo XXIV Capítulo XXV Capítulo XXVI Capítulo XXVII Capítulo XXVIII Capítulo XXIX Capítulo XXX Capítulo XXXI

Upload: echenagucia1255

Post on 17-Sep-2015

279 views

Category:

Documents


5 download

DESCRIPTION

yhj

TRANSCRIPT

Middlemarch

LIBROdot.comGeorge Eliot

Middlemarch

Un estudio de la vida de Provincias

NDICE

Preludio

Libro primero.

La seorita Brooke

Captulo I

Captulo II

Captulo III

Captulo IV

Captulo V

Captulo VI

Captulo VII

Captulo VIII

Captulo IX

Captulo X

Captulo XI

Captulo XII

Libro segundo.

Viejos y jvenes

Captulo XIII

Captulo XIV

Captulo XV

Captulo XVI

Captulo XVII

Captulo XVIII

Captulo XIX

Captulo XX

Captulo XXI

Captulo XXII

Libro tercero.

Esperando la muerte

Captulo XXIII

Captulo XXIV

Captulo XXV

Captulo XXVI

Captulo XXVII

Captulo XXVIII

Captulo XXIX

Captulo XXX

Captulo XXXI

Captulo XXXII

Captulo XXXIII

Libro cuarto.

Tres problemas de amor

Captulo XXXIV

Captulo XXXV

Captulo XXXVI

Captulo XXXVII

Captulo XXXVIII

Captulo XXXIX

Captulo XL

Captulo XLI

Captulo XLII

Libro quinto.

La mano muerta

Captulo XLIII

Captulo XLIV

Captulo XLV

Captulo XLVI

Captulo XLVII

Captulo XLVIII

Captulo XLIX

Captulo L

Captulo LI

Captulo LII

Captulo LIII

Libro sexto.

La viuda y la esposa

Captulo LIV

Captulo LV

Captulo LVI

Captulo LVII

Captulo LVIII

Captulo LIX

Captulo LX

Captulo LXI

Captulo LXII

Libro sptimo.

Dos tentaciones

Captulo LXIII

Captulo LXIV

Captulo LXV

Captulo LXVI

Captulo LXVII

Captulo LXVIII

Captulo LXIX

Captulo LXX

Captulo LXXI

Libro octavo.

Ocaso y amanecer

Captulo LXXII

Captulo LXXIII

Captulo LXXIV

Captulo LXXV

Captulo LXXVI

Captulo LXXVII

Captulo LXXVIII

Captulo LXXIX

Captulo LXXX

Captulo LXXXI

Captulo LXXXII

Captulo LXXXIII

Captulo LXXXIV

Captulo LXXXV

Captulo LXXXVI

Final

PRELUDIO

Quin que se preocupe por la historia del hombre y cmo se comporta la mezcla misteriosa bajo los diversos experimentos del Tiempo, no se ha parado a examinar, aunque sea someramente, la vida de Santa Teresa; no ha sonredo con ternura ante la idea de la nia caminando una maana de la mano de su hermano an ms pequeo, en pos del martirio en tierra de moros? Con paso incierto salieron de la escarpada Avila, desvalidos y asombrados como dos cervatillos, pero con un corazn humano que ya lata al son de una idea nacional, hasta que les sali al encuentro la realidad domstica en forma de tos, y les hizo desistir de su gran resolucin. El infantil peregrinaje fue un inicio adecuado. La naturaleza apasionada e idealista de Teresa exiga una vida pica: qu significaban para ella los volmenes de novelas de caballeras y las conquistas sociales de una joven brillante? Su llama pronto quem tan dbil combustible y, nutrida desde dentro, se alz tras alguna satisfaccin sin lmite, algn objetivo que no justificara nunca el abatimiento, que reconciliara la desesperacin en s misma con la conciencia arrobadora de una vida ms all del ser. Encontr su epopeya en la reforma de una orden religiosa.

Esa mujer espaola que vivi hace trescientos aos, no fue en modo alguno la ltima de su especie. Han nacido muchas Teresas que no encontraron una vida pica en la que hubiera un constante desarrollo de acciones con amplias resonancias; tal vez slo encontraran una vida cuajada de errores, el resultado de cierta grandeza espiritual mal avenida con la mezquindad de las oportunidades; o un trgico fracaso que no hall su poeta sagrado, y se hundi en el olvido sin que nadie lo llorara. Con tenue luz y enmaraada circunstancia intentaron aunar noblemente sus pensamientos y sus actos; pero finalmente, ante los ojos del vulgo, sus esfuerzos no fueron ms que inconsistencias y borrones, pues estas Teresas posteriores no se vieron ayudadas por una fe social y un orden coherentes que pudieran cumplir la funcin del conocimiento para un alma ardientemente deseosa. Su ardor oscilaba entre un desdibujado ideal y el anhelo comn de la feminidad, de forma que se desaprobaba el uno por extravagante y se condenaba el otro como un desliz.

Hay quienes piensan que estas vidas desperdiciadas se deben a la inconveniente vaguedad con la que el Supremo Poder ha modelado la naturaleza de las mujeres: si hubiera slo un nivel de incompetencia femenina tan rgido como la habilidad de contar tres y no ms, se podra tratar el sino social de las mujeres con certeza cientfica. Entretanto, la vaguedad persiste, y los lmites de variacin son en realidad mucho ms amplios de lo que nadie pudiera deducir de lo similar del peinado femenino o las historias de amor en prosa y verso que prefieren las mujeres. Aqu y all un cisne se cra, incmodo, entre los patitos del parduzco estanque y no halla jams el riachuelo vivo en compaa de los otros de su especie de pies de remo. Aqu y all nace una Santa Teresa, fundadora de nada, cuyo tierno palpitar de corazn y llanto por un bienhacer inalcanzado se va calmando y se dispersa entre los obstculos, en lugar de concentrarse en un hecho que perdure largos aos en el recuerdo.

LIBRO PRIMERO

LA SEORITA BROOKE

CAPTULO PRIMERO

Ya que ningn bien puedo hacer por ser mujer,

Aspiro constantemente a lo que ms se asemeja.

(La tragedia de la doncella, BEAUMONT y FLETCHER.)

A seorita Brooke posea ese tipo de hermosura que parece quedar realzada por el atuendo modesto. Tena las manos y las muecas tan finas que poda llevar mangas no menos carentes de estilo que aquellas con las que la Virgen Mara se apareca a los pintores italianos, y su perfil, as como su altura y porte, parecan cobrar mayor dignidad a partir de su ropa sencilla, la cual, comparada con la moda de provincias, le otorgaba la solemnidad de una buena cita bblica -o de alguno de nuestros antiguos poetas- inserta en un prrafo de un peridico actual. Solan hablar de ella como persona de excepcional agudeza, si bien se aada que su hermana Celia tena ms sentido comn. Sin embargo, Celia apenas llevaba ms perifollos y slo el buen observador perciba que su vestimenta difera de la de su hermana y que su atuendo tena un punto de coquetera; pues el sencillo vestir de la seorita Brooke se deba a una mezcla de circunstancias, la mayora de las cuales comparta su hermana. El orgullo de ser damas tena algo que ver con ello: los parientes de las Brooke, con todo y no ser exactamente aristcratas, eran indudablemente buenos y aunque se rastreara una o dos generaciones atrs, no se descubran antepasados menestrales o tenderos, ni nada inferior a un almirante o un clrigo; incluso exista un ascendiente discernible como caballero puritano a las rdenes de Cromwell(1), que posteriormente claudic y se las arregl para salir de los conflictos polticos convertido en el propietario de una respetable hacienda familiar. Era natural que jvenes de tal cuna, que vivan en una tranquila casa de campo y asistan a una iglesia vecinal apenas mayor que una sala de estar, consideraran el perifollo como la aspiracin de la hija de un buhonero. Adems, exista el punto de la economa seorial, la cual, en aquellos tiempos, sealaba el vestir como el primer artculo a recortar cuando se precisaba de una reserva para destinar a gastos ms indicativos del rango social. Tales razones, bien al margen de los sentimientos religiosos, hubieran bastado para justificar una modestia en el vestir, pero en el caso de la seorita Brooke la religin en s misma habra sido un determinante y Celia se plegaba apaciblemente a todos los sentimientos de su hermana, infundindoles tan slo ese sentido comn que es capaz de aceptar doctrinas trascendentales sin agitacin excntrica alguna. Dorothea conoca de memoria numerosos pasajes de los Penses de Pascal, as como de Jeremy Taylor(2); y a su juicio, los destinos de la humanidad, a la luz del Cristianismo, convertan la preocupacin sobre la moda femenina en entretenimiento para un manicomio. No poda reconciliar las inquietudes de una vida espiritual, que involucraba consecuencias eternas, con un intenso inters por el galn y las colgaduras artificiales del ropaje. Tena una mente terica que por naturaleza tenda a una elevada concepcin del universo que incluyera abiertamente la parroquia de Tipton y su propia norma de conducta all.

Estaba enamorada de la intensidad y de la grandeza y era imprudente a la hora de abrazar aquello que se le antojaba posea dichos aspectos; igualmente, era capaz de buscar l martirio, de retractarse y de finalmente incurrir en l justamente all donde no lo haba buscado.

(1) Oliver Cromwell (1599-1658), Lord Protector de Inglaterra tras la victoria de los parlamentarios en la guerra civil contra Carlos 1 Estuardo. La claudicacin del antepasado puritano de Dorothea Brooke se refiere a la aceptacin de la Iglesia Establecida (anglicana) tras la restauracin monrquica en 1660.

(2) Jeremy Taylor (1613-67), capelln de Carlos I Estuardo y obispo anglicano tras la Restauracin, famoso por sus sermones y escritos religiosos.

Tales componentes en el carcter de una joven casadera no podan por menos que interferir en su destino y entorpecer el que ste viniera decidido, segn la costumbre, por la hermosura, la vanidad y el mero afecto canino. Con todo esto, ella, la mayor de las hermanas, no contaba an veinte aos, y ambas, desde que perdieran a sus padres cuando tenan alrededor de los doce, haban sido educadas conforme a planes a un tiempo angostos y promiscuos, primero con una familia inglesa y posteriormente con otra Suiza en Lausana, tratando de este modo su tutor, un to soltero, de remedar las desventajas de su condicin de hurfanas.

Apenas haca un ao que haban llegado a Tipton Grange para vivir con su to, hombre prximo a los sesenta, de carcter complaciente, opiniones miscelneas y voto imprevisible. Viajero en su juventud, se consideraba, en esta parte del condado, que haba contrado hbitos mentales en exceso irregulares. Las decisiones del seor Brooke eran tan difciles de predecir como el tiempo, y lo nico que se poda afirmar con total seguridad era que actuara de buena fe, invirtiendo la menor cantidad posible de dinero en llevar a cabo sus intenciones. Pues incluso las mentes menos definidas en cuanto a la avaricia contienen algn recio germen de hbito, y se han conocido hombres relajados en todo lo referente a sus intereses salvo su caja de rap, respecto de la cual se mostraban cuidadosos, suspicaces y agarrados.

En el seor Brooke, la vena hereditaria de energa puritana se encontraba claramente en desuso. Por el contrario, en su sobrina Dorothea brillaba a travs tanto de fallos como de virtudes, convirtindose en ocasiones en impaciencia ante el modo de hablar de su to o su costumbre de dejar estar las cosas de la hacienda, lo que ocasionaba que aorara tanto ms la llegada de su mayora de edad, momento en el que tendra cierta disponibilidad sobre el dinero para destinar a fines generosos. Se la consideraba una heredera, pues no slo reciba cada una de las hermanas setecientas libras anuales de sus padres, sino que si Dorothea se casaba y tena un varn, ste heredara la hacienda del seor Brooke que presuntamente vala unas tres mil al ao, renta que pareca una fortuna para las familias de provincias que seguan comentando la reciente conducta del seor Peele(3) en cuanto a la cuestin catlica y continuaban inocentes respecto de futuros campos de oro y de esa gloriosa plutocracia que tan noblemente ha ensalzado las necesidades de la vida regalada.

Y cmo no iba a casarse Dorothea, joven tan hermosa y con semejantes perspectivas? Nada poda impedirlo salvo su tendencia a los extremos y su insistencia por ordenar la vida de acuerdo con conceptos que podran hacer titubear a un hombre cauto antes de declarrsele, o incluso inducirla a ella misma, finalmente, a rechazar cualquier proposicin. Imagnense! Una joven de buena cuna y fortuna que se arrodillaba repentinamente en el suelo de ladrillo junto a un jornalero enfermo y oraba fervorosamente como si creyera que viva en los tiempos de los apstoles; una joven a quien le cogan extraos caprichos de ayunar como los papistas y que se quedaba leyendo viejos libros de teologa hasta entrada la noche! Semejante esposa poda despertarle a uno cualquier buena maana con un nuevo plan para la inversin de sus ingresos, lo cual interferira con la poltica econmica y el mantenimiento de los caballos de silla. No era de extraar, por tanto, que un hombre se lo pensara dos veces antes de arriesgarse a semejante asociacin. De las mujeres se esperaba que no tuvieran opiniones demasiado concretas, pero en todo caso, la mayor garanta de la sociedad, as como de la vida familiar, consista en que las opiniones no era algo segn lo que se actuara. La gente cuerda haca lo que hacan sus vecinos, de manera que si algn loco andaba suelto se le poda conocer y esquivar.

La opinin rural acerca de las jvenes recin llegadas, opinin sostenida incluso por los jornaleros, se inclinaba por lo general a favor de Celia, por su amabilidad y aspecto inocente, en tanto que los grandes ojos de la seorita Brooke resultaban, al igual que su religin, demasiado poco corrientes y chocantes. Pobre Dorothea! Comparada con ella, la Celia de aspecto inocente era sagaz y mundana -cunto ms sutil es la mente humana que los tejidos externos, que componen para aqulla una especie de blasn o escudo!

(3) Sir Robert Peel (1788-1850), poltico ingls, varias veces primer ministro. Como ministro del Interior patrocin la ley de emancipacin de los catlicos (privados de derechos civiles) que fue aprobada en 1829.Sin embargo, quienes se acercaban a Dorothea, si bien estaban predispuestos en su contra a causa de estos alarmantes rumores, encontraban que tena un encanto extraamente reconciliable con los mismos. A la mayora de los hombres les resultaba cautivadora cuando montaba a caballo. Le encantaba el aire fresco y las mltiples variaciones del campo, y cuando le brillaban los ojos y las mejillas de placer, distaba mucho de parecer una beata. Montar a caballo era una satisfaccin que se permita a pesar del remordimiento consciente que ello le produca; pensaba que lo disfrutaba de una forma pagana y sensual y le deleitaba la idea de renunciar a ello.

Era extrovertida, ardiente y tan poco pagada de s misma que resultaba entraable ver cmo su imaginacin adornaba a su hermana Celia con atractivos de todo punto superiores a los suyos propios, y si algn caballero llegaba a Tipton Grange por otro motivo que el de ver al seor Brooke, Dorothea conclua que deba estar enamorado de su hermana. Por ejemplo, Sir James Chettam, a quien constantemente consideraba desde el punto de vista de Celia, sopesando interiormente si sera bueno para ella aceptarle. A Dorothea le hubiera parecido una ridiculez que se considerara a este caballero como pretendiente suyo, pues pese a todo su afn por conocer las verdades del mundo, segua teniendo una idea muy ingenua del matrimonio. Estaba segura de que habra aceptado al juicioso Hooker (4) de haber nacido a tiempo de salvarle de aquel desdichado error que cometi con el matrimonio; o a John Milton, cuando le sobrevino la ceguera; o a cualquiera de esos grandes hombres cuyas rarezas hubieran significado un glorioso acto de piedad el soportar. Pero, cmo iba a considerar como pretendiente suyo a un apuesto y agradable baronet que responda en efecto a sus comentarios aun cuando ella se expresara con incertidumbre? El matrimonio verdaderamente maravilloso tena por fuerza que ser aquel en el que el esposo era una especia de padre que pudiera ensearte incluso hebreo, si as lo deseabas.

Estas excentricidades del carcter de Dorothea eran la causa de que las familias vecinas culparan tanto ms al seor Brooke por no proporcionarles a sus sobrinas alguna mujer madura que les sirviera de compaa y gua.

(4) Richard Hooker (1554-1600), telogo ingls, defensor en sus escritos de la Iglesia Anglicana.Pero l mismo tema tanto al tipo de mujer altiva que estara dispuesta a aceptar el trabajo que se dejaba disuadir por las pegas que Dorothea le pona, y en este caso era lo bastante valiente como para enfrentarse al mundo, es decir, a la seora Cadwallader, la esposa del rector, y al pequeo grupo de hacendados con quienes se relacionaba en la esquina noreste de Loamshire. As pues, la seorita Brooke presida la casa de su to, sin que le disgustara lo ms mnimo su nueva autoridad y el respeto que conllevaba.

Sir James Chettam cenaba hoy en Tipton Grange con otro caballero a quien las jvenes no haban visto antes y acerca del cual Dorothea senta una venerante expectacin. Se trataba del reverendo Edward Casaubon, considerado en el condado como hombre de profundo saber y dedicado desde haca aos a una gran obra relativa a la historia de la religin; se le supona, asimismo, hombre de riqueza bastante para realzar su piedad, y de opiniones personales propias, las cuales quedaran clarificadas con la publicacin de su libro. Su mismo nombre conllevaba un estremecimiento apenas inteligible sin una cronologa precisa del saber.

Dorothea haba regresado no muy entrado el da del parvulario que haba puesto en marcha en el pueblo y estaba sentada en su lugar acostumbrado en el acogedor cuarto de estar que separaba los dormitorios de las hermanas, empeada en terminar los planos de unas edificaciones (tipo de trabajo que la deleitaba), cuando Celia, que haba estado observndola con el deseo titubeante de proponerle algo, dijo:

-Dorothea, si no te importa y no ests muy ocupada, qu te parecera si sacramos hoy las joyas de mam y nos las dividiramos? Hoy hace exactamente seis meses que te las dio el to y ni las has mirado an.

En el rostro de Celia apuntaba la sombra de un mohn cuya presencia total slo se vea reprimida por su habitual temor a Dorothea y a los principios, dos hechos asociados que podan desencadenar una misteriosa electricidad si se tocaban incautamente. Ante su alivio, los ojos de Dorothea sonrean al levantar la vista.

-Qu almanaque tan maravilloso eres, Celia! Qu son, seis meses lunares o de calendario?

-Hoy es el ltimo da de septiembre y el to te las dio el primero de abril. Ya sabes, dijo que se le haba olvidado hasta entonces. Estoy segura de que no has vuelto a pensar en ellas desde que las guardaste en el bargueo.

-De todas formas, cario, no deberamos ponrnoslas nunca -el tono de voz de Dorothea era cordial, a medio camino entre la ternura y la explicacin. Sostena el lpiz en la mano e iba haciendo diminutos apuntes en el margen.

Celia se sonroj y su aspecto se torn grave.

-Pienso que tenerlas guardadas y no prestarles ninguna atencin es una falta de respeto a la memoria de mam. Adems -aadi con un incipiente sollozo de mortificacin tras titubear un instante-, los collares son algo muy corriente hoy en da. Incluso Madame Poincgon, que era an ms severa que t en algunas cosas, sola llevar adornos. Y los cristianos en general; seguro que hay mujeres en el cielo que llevaron joyas -Celia era consciente de alguna fuerza mental cuando se aplicaba de verdad a la argumentacin.

-Es que te gustara llevarlas? -exclam Dorothea. Un aire de asombrado descubrimiento animaba todo su ser con un gesto dramtico, adoptado de la misma Madame Poincgon que usara los adornos-. Si es as, saqumoslas. Por qu no me lo dijiste antes? Pero, y las llaves? Dnde estarn las llaves? -con las manos se apretaba las sienes como si desesperara de su memoria.

-Estn aqu -dijo Celia, que llevaba largo tiempo meditando y planeando esta explicacin.

-En ese caso, te ruego que abras el cajn grande del bargueo y saques el joyero.

Pronto tuvieron ante s el cofre y las diversas joyas esparcidas cual alegre parterre sobre la mesa. No era una gran coleccin, pero algunas de las piezas eran de una extraordinaria belleza, siendo a primera vista las ms hermosas un collar de amatistas malvas con un exquisito trabajo de engarce en oro, y una cruz de ncar con cinco brillantes incrustados. Dorothea al punto cogi el collar y lo abroch en torno al cuello de su hermana, que ci con casi la misma precisin de un brazalete; pero el redondel favoreca la cabeza y el cuello de Celia, al estilo Enriqueta-Mara, y ella misma comprob que as era en el espejo de cuerpo entero que tena enfrente.

Ah tienes, Celia! Te lo puedes poner con el vestido de muselina india. Pero esta cruz debes ponrtela con los trajes oscuros.

Celia intentaba no sonrer de placer.

-Pero Dodo, no, la cruz te la tienes que quedar t! -No, no, cario, ni hablar -dijo Dorothea, levantando la mano con despreocupada indiferencia.

-Pero claro que s; te quedara bien con tu traje negro -insisti Celia-. Tratndose de una cruz, tal vez s que te la pusieras.

-Ni pensarlo. Lo ltimo que me pondra como adorno sera una cruz -y Dorothea se estremeci levemente. -En ese caso vers mal que me la ponga yo -dijo Celia con cierta vacilacin.

-En absoluto -dijo Dorothea acaricindole la mejilla a su hermana-. Las almas tambin tienen tez: lo que favorece a una puede no sentarle bien a otra.

-Pero tal vez te gustara quedrtela, como recuerdo de mam.

-No, tengo otras cosas suyas: su caja de madera de sndalo que me gusta tanto, y muchas otras cosas. Pensndolo bien, qudate todas las joyas. No hace falta que lo hablemos ms. Ten, llvate tus posesiones.

Celia se sinti un poco herida. Haba una fuerte presuncin de superioridad en esta tolerancia puritana, apenas menos molesta para la mrbida carne de una hermana poco entusiasta que una persecucin del mismo signo religioso.

-Pero cmo voy a ponerme yo joyas si t, que eres la hermana mayor, no las vas a llevar nunca?

-Pero Celia, no ves que obligarme a llevar joyas para que t ests contenta es pedir demasiado? Si me tuviera que poner un collar como se me sentira como si hubiera estado haciendo piruetas. El mundo girara conmigo y no sabra cmo andar.

Celia se haba desabrochado y quitado el collar.

-A ti te quedara un poco demasiado prieto; t ira mejor algo plano, que colgara -dijo con un punto de satisfaccin. Desde cualquier punto de vista el collar era completamente inadecuado para Dorothea, lo cual hizo que Celia se sintiera ms feliz de aceptarlo. Se encontraba abriendo unas cajitas que descubrieron un hermoso anillo con una esmeralda y brillantes cuando el sol, saliendo de una nube, arroj un destello sobre la mesa.

-Qu preciosas son estas joyas! -dijo Dorothea, sacudida por una nueva corriente de sentimiento tan repentina como el destello-. Es curioso la intensidad con que los colores le penetran a uno, como el olor. Supongo que esa ser la razn de que en la Revelacin de San Juan se utilicen las joyas como emblemas espirituales. Parecen retazos de cielo. Creo que esta esmeralda es la ms bonita de todas.

-Y hay una pulsera a juego -dijo Celia-. No nos habamos fijado en ella.

-Son muy bonitas -dijo Dorothea, ponindose el anillo y el brazalete en la mueca y el dedo bien torneados y levantndolos hacia la ventana a la altura de sus ojos. Durante todo este tiempo su mente intentaba justificar el placer que senta ante los colores por va de mezclarlos con su gozo mstico-religioso.

-Dorothea, esas s que te gustaran -dijo Celia con cierta vacilacin. Empezaba a pensar, con sorpresa, que su hermana mostraba alguna debilidad y tambin que las esmeraldas iran mejor con el color de su propia tez que las amatistas malvas-. Si no quieres nada ms, tienes que quedarte al menos con el anillo y la pulsera. Pero mira, estas gatas son muy bonitas... y discretas.

-S! Me quedar stas, el anillo y la pulsera -dijo Dorothea, aadiendo en tono diferente mientras dejaba caer la mano sobre la mesa-. Y sin embargo, qu pobres hombres encuentran estas cosas, las trabajan y las venden! -hizo una nueva pausa y Celia crey que su hermana iba a renunciar a las joyas, como debera hacer para ser coherente.

-S, s, me quedar stas -dijo Dorothea con firmeza-. Pero llvate las dems, y tambin el joyero.

Cogi el lpiz sin quitarse las joyas, que continu mirando. Pens en tenerlas a menudo junto a ella para saciarse la vista con estas fuentecillas de ntido color.

-Las llevars en pblico? -pregunt Celia, que observaba con verdadera expectacin lo que hara su hermana. Dorothea le dirigi una rpida mirada. De cuando en cuando, un incisivo juicio no carente de mordacidad se filtraba por entre la fantasa de adornos con que dotaba a quienes quera. Si la seorita Brooke llegaba alguna vez a alcanzar la sumisin absoluta no sera por falta de fuego interno. -Tal vez -respondi altiva-. Desconozco el punto de degradacin al que puedo llegar!

Celia se sonroj y se sinti triste; vio que haba ofendido a su hermana y ni siquiera se atrevi a decir nada agradable acerca del regalo de las joyas, que volvi a meter en el joyero y procedi a llevarse. Dorothea, mientras continuaba con sus bocetos, tampoco estaba contenta y se preguntaba por la pureza de sus sentimientos y oratoria en la escena que haba concluido un tanto alteradamente.

La conciencia de Celia le deca que no estaba en absoluto equivocada; era natural y estaba muy justificado que hubiera hecho esa pregunta y se repeta a s misma que Dorothea no era consecuente: o bien se deba haber quedado con la parte de las joyas que le corresponda o renunciar a todas ellas.

Estoy segura, al menos en ello confo, pens Celia, que el llevar un collar no interferir con mis oraciones. Y, ahora que vamos a entrar en sociedad, no creo que las opiniones de Dorothea tengan que condicionarme a m, aunque a ella s deberan obligarla. Pero Dorothea no es siempre consecuente.

Estos eran los pensamientos de Celia mientras se inclinaba en silencio sobre su tapiz hasta que oy a su hermana llamndola.

-Ven, Kitty, ven a ver mis planos. Si al final no me encuentro con escaleras y chimeneas incompatibles pensar que soy un gran arquitecto.

Al inclinarse Celia sobre el papel, Dorothea repos tiernamente la mejilla en el brazo de su hermana. Celia comprendi el gesto, Dorothea reconoca su error y su hermana la perdon. Hasta donde alcanzaba su memoria, siempre haba habido una mezcla de crtica y admiracin en la actitud de Celia hacia su hermana mayor. La menor haba llevado siempre un yugo, pero existe una sola criatura que carezca de opinin personal?

CAPTULO II

Dime, no ves aquel caballero que hacia nosotros viene sobre un caballo rucio rodado

que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro?

Lo que veo y columbro, respondi Sancho, no es sino un hombre sobre un asno pardo como el mo,

que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.

Pues ese es el yelmo de Mambrino, dijo Don Quijote.

(CERVANTES.)

-Sir Humphry Davy? (1) -dijo el seor Brooke con su habitual modo apacible y sonriente mientras tomaba la sopa y al hilo del comentario de Sir James Chattam de que se encontraba estudiando la Qumica Agrcola de Davy-. Vaya, vaya, Sir Humphry Davy. Cen con l hace aos en Cartwright's. Wordsworth tambin estaba all; ya sabe, Wordsworth, el poeta. Eso fue algo muy curioso. Estudi en Cambridge al mismo tiempo que Wordsworth y nunca coincid con l entonces, y veinte aos despus cenamos juntos en Cartwright's. Hay cosas muy raras. Como iba diciendo, Davy estaba all. Tambin era poeta. O, mejor dicho, Wordsworth era el poeta nmero uno y Davy el poeta nmero dos. Eso era cierto en todos los sentidos.

Dorothea se encontraba un poco ms incmoda que de costumbre. La cena estaba en sus comienzos, y al ser el grupo reducido y la estancia silenciosa, las nimiedades fruto de la masa enceflica de un juez de paz resultaban demasiado evidentes. Se preguntaba cmo un hombre como el seor Casaubon poda soportar semejante trivialidad.

Sus modales eran muy serios, pens, y el pelo gris y los ojos hundidos le hacan parecerse al retrato de Locke (2).

(1) Sir Humphry Davy (1778-1829), catedrtico de qumica y escritor, inventor de la lmpara de seguridad de los mineros.

(2) John Locke (1632-1704), filsofo ingls, autor de Cartassobre la tolerancia (1689), Ensayo sobre el entendimiento humano (1690), y los dos Tratados sobre el gobierno civil (1690).

Tena la constitucin enjuta y la tez plida propia del estudioso, de todo punto distinto al tipo de ingls saludable de bigotes cobrizos encarnado por Sir James Chettam.

-Estoy leyendo la Qumica Agrcola -dijo este excelente barones-, porque voy a hacerme cargo personalmente de una de las fincas; a ver si puedo proporcionarles a mis arrendatarios un buen modelo de cultivo. Qu le parece la idea, seorita Brooke?

-Un grave error, Chettam -interpuso el seor Brooke-, meterse a electrificar la tierra y todo eso y convertir su establo en un saln. No se lo aconsejo. Yo mismo me dediqu mucho a la ciencia durante una temporada, pero vi que no era aconsejable. Es un camino sin fin; luego no hay nada que se pueda dejar en paz. Nada, nada, asegrese de que sus arrendatarios no venden la paja y... bueno... proporcineles tubos de desage, ya sabe, ese tipo de cosas. Pero esas estrafalarias ideas suyas sobre el cultivo no son aconsejables. Eso es un pozo sin fondo. Es como criar cuervos.

-Pero, no ser mejor -dijo Dorothea- invertir el dinero en descubrir cmo pueden los hombres sacarle mejor partido a la tierra que les alimenta a todos, que invertirlo en mantener perros y caballos que la pisotean? No es ningn delito empobrecerse haciendo experimentos para el bien de todos.

Hablaba con ms energa de la que cabra esperar de una dama tan joven, pero Sir James se haba dirigido a ella. Era frecuente en l, y Dorothea pensaba a menudo que cuando fuera su cuado podra animarle a llevar a cabo muchas buenas acciones.

El seor Casaubon mir a Dorothea abiertamente mientras hablaba, como observndola bajo una nueva luz. -Las jvenes, ya sabe, no entienden de economa poltica -dijo el seor Brooke dirigindole una sonrisa al seor Casaubon-. Recuerdo cuando todos leamos a Adam Smith(3). Ese s que es un buen libro. Absorb todas las nuevas ideas de golpe... la perfeccionabilidad humana, digamos.

(3) Adam Smith (1723-90), filsofo escocs que con La riqueza de las naciones (1776) revolucion la teora econmica de la poca.

Pero hay quien dice que la historia se mueve en crculos y puede que tenga razn. Yo mismo lo sostengo. Lo cierto es que a veces el razonamiento humano te lleva un poco demasiado lejos. Hubo un tiempo en que a m me llev muy lejos, pero vi que no era aconsejable. Me detuve; me detuve justo a tiempo. Aunque no del todo. Siempre he estado a favor de un poco de teora; debemos tener Pensamiento, de lo contrario nos encontraramos de nuevo en la Edad de Piedra. Pero hablando de libros, qu me dicen de Peninsular Wr de Southey? (4). Lo estoy leyendo por las maanas. Conocen a Southey?

-No -dijo el seor Casaubon, sin seguir el impetuoso razonamiento del seor Brooke y pensando slo en el libro-. Dispongo de poco tiempo para este tipo de literatura de momento. He estado empleando mi vista en caracteres antiguos ltimamente. La verdad es que quisiera encontrar a alguien que me leyera por las tardes, pero soy bastante manitico con las voces y no soporto escuchar a una persona leyendo imperfectamente. En cierto modo es una desgracia; me alimento en demasa de los recursos internos; vivo excesivamente con los muertos. Mi mente es como el espectro de un antiguo que deambula por el mundo e intenta reconstruirlo mentalmente como sola ser, a pesar de la ruina y los cambios desconcertantes. Pero me resulta necesario tomar la mxima precaucin con la vista.

Era la primera vez que el seor Casaubon hablaba con cierta prolijidad. Lo hizo con precisin, como si se le hubiera pedido que hiciera una declaracin pblica, y la pulcritud equilibrada y modulada de sus palabras, en ocasiones acompaadas de un movimiento de la cabeza, era tanto ms conspicua por cuanto contrastaba con el desmadejado desalio del bueno del seor Brooke. Dorothea se dijo que el seor Casaubon era el hombre ms interesante que haba conocido, sin tan siquiera la exclusin de Monsieur Liret, el clrigo de Vaudois que haba conferenciado sobre la historia de los valdenses (5).

(4) Robert Southey (1774-1843), poeta romntico ingls. Adems de la Htory of the Peninsular IVar (1823-1832) que el seor Brooke menciona, Southey escribi varias obras con tema espaol y tradujo algunos de nuestros clsicos medievales.

(5) Miembros de una secta religiosa fundada por Pierre Valdo en Francia en el siglo xii. Negaban la autoridad del papa y crean que los laicos, incluidas las mujeres, podan predicar. Aunque fueron perseguidos por la Inquisicin, los valdenses se extendieron por toda Europa, y hoy en da perviven en Italia, Hispanoamrica y Estados Unidos.

Reconstruir un mundo pasado -qu obra cerca de la cual encontrarse, en la que colaborar, aunque slo fuera sosteniendo la lmpara! Este pensamiento ennoblecedor la hizo vencer la irritacin ante la imputacin de ignorancia en cuanto a la economa poltica, esa misteriosa ciencia que, a modo de extintor, sola serle arrojada contra su lucidez.

-Seorita Brooke, creo que a usted le gusta montar -aprovech para decir en ese momento Sir James-. Tal vez quisiera participar un poco en los placeres de la caza. Me gustara que me permitiera mandarle un caballo castao para que lo probara. Lo han domado expresamente para una dama. La vi el sbado al trote por la colina en un rocn indigno de usted. Mi mozo le traer a Corydon todos los das; no tiene ms que indicarme la hora.

-Se lo agradezco, y es usted muy amable, pero pienso dejar de montar. Ya no montar ms -dijo Dorothea, empujada a esta brusca decisin por el enojo que le produca el que Sir James reclamara su atencin cuando ella quera dedicrsela plenamente al seor Casaubon.

-Pero, qu lstima! -dijo Sir James en un tono de reproche que dejaba traslucir un fuerte inters-. Es que a su hermana le gusta mortificarse? -continu, volvindose a Celia que estaba sentada a su derecha.

-Creo que s -respondi Celia, temerosa de decir algo que disgustara a Dorothea y sonrojndose suavemente por encima del collar-. Le gusta renunciar.

-De ser eso cierto, Celia, mi renuncia supondra satisfaccin y no mortificacin. Pero puede haber muy buenas razones para escoger no hacer lo que resulta muy agradable -dijo Dorothea.

El seor Brooke estaba hablando al mismo tiempo, pero era evidente que el seor Casaubon observaba a Dorothea abiertamente y ella lo saba.

-En efecto -dijo Sir James-. Su renuncia obedece a algn elevado y generoso motivo.

-No, no, en absoluto. No dije eso de m misma -respondi Dorothea sonrojndose.

Al contrario que Celia, no sola ponerse colorada, y cuando le suceda se deba o a un gran placer o a la irritacin. En este momento estaba irritada con el perverso Sir James. Por qu no le prestaba atencin a Celia y dejaba que ella escuchara al seor Casaubon? -si es que ese hombre instruido se decida a hablar en lugar de dejar que le hablara el seor Brooke, el cual, a la sazn, le informaba de que la Reforma significaba algo o no significaba nada, que l mismo era protestante hasta la mdula, pero que el catolicismo era un hecho; y en cuanto a negar un acre de tu tierra para una capilla romana, todo el mundo precisaba la brida de la religin, lo cual, hablando con propiedad, significaba el miedo al Ms All.

-Durante un tiempo estudi mucha teologa -dijo el seor Brooke, como explicando la razn de la idea recin manifestada-. Conozco algo de todas las escuelas. Conoc a Wilberforcel(6) en su mejor momento. Conoce usted a Wilberforce?

-No -dijo el seor Casaubon.

-Bueno, tal vez Wilberforce no fuera un gran pensador; pero de entrar yo en el Parlamento, como se me ha pedido que haga, me sentara con los independientes, como hizo Wilberforce, y trabajara por la filantropa.

El seor Casaubon inclin la cabeza al tiempo que observ que era aqul un campo muy amplio.

-S -dijo el seor Brooke con su sonrisa amable-, pero poseo documentos. Hace ya tiempo que comenc a coleccionar documentos. Hace falta ordenarlos, pero cuando algo me ha llamado la atencin, he escrito a alguien y he obtenido una respuesta. Tengo mucha documentacin. Pero dgame, cmo ordena usted su material?

-Mediante casilleros, en parte -dijo el seor Casaubon con cierto aire de perplejo esfuerzo.

-Ah, pero los casilleros no funcionan! Los he probado, s, pero todo acaba confundindose: jams s si un papel est por la A o por la Z.

-Debera dejarme ordenarle los papeles, to -dijo Dorothea-. Los clasificara por letras y luego hara una lista de los temas incluidos bajo cada letra.

(6) William Wilberforce (1759-1833), filntropo ingls que se distingui en la campaa para abolir la esclavitud.

El seor Casaubon esboz una circunspecta sonrisa de aprobacin, y dirigindose al seor Brooke le dijo: -Ver que tiene a mano una excelente secretaria. -No, no -dijo el seor Brooke con un gesto negativo de la cabeza. No puedo permitir que las jovencitas toqueteen mis documentos. Son demasiado volubles.

Dorothea se sinti dolida. El seor Casaubon pensara que habra alguna razn concreta para manifestar esta opinin, cuando el comentario no tena ms peso en la mente de su to que el ala rota de un insecto ubicada entre los dems fragmentos que en ella pululaban, y siendo tan slo una corriente fortuita la que hiciera de Dorothea su destinatario.

Cuando las dos jvenes se encontraron a solas en el saln, Celia observ:

-Pero qu feo es el seor Casaubon!

-Celia! Es uno de los hombres ms distinguidos que jams he visto. Se parece enormemente al retrato de Locke. Tiene los mismos ojos hundidos.

-Tambin tena Locke esas dos verrugas peludas? -No dira yo que no, cuando le miraran segn quines -dijo Dorothea alejndose unos pasos.

-Adems, tiene un color tan cetrino.

-Pues tanto que mejor. Supongo que t admiras a los hombres que tienen una tez de cochon de lait.

-Dodo! Jams te he odo hacer una comparacin as antes -exclam Celia, mirndola sorprendida.

-Por qu habra de hacerla antes de que surgiera el momento? Es una buena comparacin; se ajusta perfectamente. La seorita Brooke se estaba excediendo y Celia as lo manifest:

-Me extraa que te alteres tanto, Dorothea.

-Es que resulta muy triste, Celia, que consideres a los seres humanos como si fueran meros animales acicalados y nunca veas en el rostro de un hombre que tiene un alma bella.

-Tiene el seor Casaubon un alma bella? -pregunt Celia con tono no ausente de malicia ingenua.

-S, creo que s -respondi Dorothea con decisin rotunda-. Todo cuanto veo en l concuerda con su folleto sobre cosmologa bblica.

-Habla muy poco -dijo Celia.

-No hay nadie con quien pueda hacerlo.

Celia reflexion para s que Dorothea despreciaba a Sir James Chettam. Asimismo dud de que le aceptara, y pens que era una lstima. Nunca se haba engaado respecto del objetivo del inters del baronet. Incluso a veces se haba hecho la reflexin de que Dodo tal vez no hiciera feliz a un marido que no viera las cosas desde su mismo punto de vista, y arrinconada en el fondo de su corazn yaca la idea de que su hermana era demasiado religiosa para la comodidad familiar. Los principios y los escrpulos eran como agujas cadas, que hacen que uno tema pisar, sentarse e incluso comer.

Cuando la seorita Brooke se sent junto a la mesita de t, Sir James se uni a ella, no habiendo interpretado como ofensiva la forma en la que ella le contestara. Por qu haba de hacerlo? Crea probable gustarle a la seorita Brooke y los modales han de ser muy marcados antes de que los prejuicios, bien de confianza bien de recelo, puedan dejar de interpretarlos. Por su parte, Dorothea le resultaba de todo punto encantadora aunque, naturalmente, el baronet teorizara un poco respecto de su afecto. Estaba hecho de una pasta humana excelente y posea el inslito mrito de saber que sus talentos, incluso dndoles rienda suelta, no haran que se desbordara ni siquiera el ms minsculo de los riachuelos del condado; gustaba, por tanto, de la expectativa de una esposa que pudiera ayudar a su marido con argumentos y tuviera el aval de la propiedad para as hacerlo. En cuanto a la excesiva religiosidad que se le imputaba a la seorita Brooke, tena una idea muy vaga de lo que sta era y supona que se apagara con el matrimonio. En resumidas cuentas, senta que se haba enamorado adecuadamente y estaba dispuesto a soportar una buena dosis de predominio, algo que, despus de todo, un hombre poda cortar en cuanto quisiera. A Sir James no se le ocurra que jams quisiera cortar el predominio de esta hermosa joven, cuya sagacidad le deleitaba. Por qu no? La mente de un hombre -en la medida en la que posee tal- siempre tiene la ventaja de ser masculina (el ms diminuto abedul es de mejor calidad que la palmera ms alta), e incluso su ignorancia es de ndole ms cabal. Tal vez Sir James nunca hubiera originado esta apreciacin, pero una amable Providencia proporciona a la personalidad ms desvalida un poco de cola o de almidn bajo el aspecto de tradicin.

-Espero poder confiar en que revocar esa decisin acerca del caballo, seorita Brooke -dijo el tenaz admirador-. Le aseguro que montar es el ejercicio ms sano.

-Soy consciente de ello -dijo Dorothea con frialdad-. Creo que le hara bien a Celia si se aficionara a ello. -Pero usted es tan buena amazona...

-Usted me disculpar; he practicado poco y el caballo me tirara con facilidad.

-Razn de ms para aplicarse. Toda dama debera ser una perfecta amazona a fin de poder acompaar a su marido. -Ya ve cun dispares somos, Sir James. He decidido que no debo ser una perfecta amazona, de modo que nunca podra responder a su modelo de lo que es una dama.

Dorothea miraba al frente y hablaba bruscamente, con frialdad, muy con el aire de un apuesto joven, lo que ofreca un divertido contraste con la solcita amabilidad de su admirador.

-Me gustara conocer las razones de tan cruel decisin. No es posible que considere que montar est mal.

-Es muy posible que piense que est mal en m. -Pero, por qu? -pregunt Sir James, con tono de cariosa reprimenda.

El seor Casaubon se haba acercado a la mesa y escuchaba mientras sostena una taza de t.

-No debemos indagar con demasiada curiosidad en los motivos -interpuso, en su forma pausada-. La seorita Brooke sabe que tienden a resultar endebles cuando se expresan: el aroma se mezcla con el aire ms burdo. Debemos mantener alejado de la luz el grano que germina.

Dorothea se ruboriz de placer y levant la mirada, llena de gratitud, hacia el orador. Hete aqu un hombre que entenda la ms noble vida interior y con el cual podra haber una comunin espiritual; mejor dicho, que podra iluminar los principios con el ms amplio saber. un hombre cuyos conocimientos casi eran una prueba de lo que crea!

Las deducciones de Dorothea tal vez parezcan vastas, pero verdaderamente, la vida no habra podido proseguir, durante ninguna poca, de no ser por esta amplia tolerancia de la conclusin, la cual ha facilitado el matrimonio bajo las dificultades de la civilizacin. Alguien ha condensado alguna vez a su minscula pequeez la telaraa del conocimiento prematrimonial?

-Por supuesto -dijo el bueno de Sir James-. A la seorita Brooke no se la forzar a dar razones que preferira mantener en silencio. Estoy seguro de que la honraran.

No se senta en absoluto celoso por el inters con el que Dorothea haba observado al seor Casaubon; ni se le ocurri pensar que una joven a la cual estaba considerando proponerle matrimonio, pudiera interesarse por un acartonado ratn de biblioteca cercano a los cincuenta, salvo, por supuesto, por motivaciones religiosas, como clrigo de cierta distincin.

Sin embargo, puesto que la seorita Brooke haba entablado una conversacin con el seor Casaubon sobre el clero valdense, Sir James se dirigi a Celia y le habl de su hermana, le habl de una casa en la ciudad, y pregunt si a la seorita Brooke le disgustaba Londres. Cuando estaba lejos de su hermana Celia hablaba con soltura y Sir James se dijo para s que la segunda seorita Brooke era muy agradable adems de bonita, si bien no ms lista ni sensata que su hermana mayor, como habla quien sostena. Pens que haba escogido la que era de todo punto superior, y a un hombre, naturalmente, le gusta saber que tendr lo mejor. Tendra que ser el mismsimo Maworm(7) de los solteros para fingir no esperarlo.

(7) Personaje hipcrita de la obra de Isaac Biskerstaff El hipcrita.

CAPTULO II

Cuenta, diosa, lo que ocurri despus que Rafael, al apacible arcngel...

Eva Escuch atenta este relato y se llen de admiracin y reflexin profunda,

Al or cosas tan raras y elevadas.

(El Paraso perdido, L. vil.)

Al seor Casaubon se le haba ocurrido pensar en la seorita Brooke como una esposa adecuada para l, sta ya tena plantadas en su mente las razones que podran inducirla a aceptarle, razones que por la tarde del da siguiente haban brotado y florecido. Haban mantenido una larga conversacin por la maana mientras Celia, que no gustaba de la compaa de las verrugas y la palidez del seor Casaubon, se haba escapado a la vicara para jugar con los mal calzados, pero alegres hijos del coadjutor.

Para entonces, Dorothea haba buceado en el depsito cencido de la mente del seor Casaubon, viendo all reflejada en vaga y laberntica extensin cada una de las cualidades que ella misma aportaba: le haba revelado gran parte de su propia experiencia y, a su vez, haba sido informada por l de la amplitud de su gran obra, tambin de extensin atractivamente laberntica. Haba sido tan instructivo como el apacible arcngel de Milton: y con atisbos arcanglicos le cont cmo se haba impuesto demostrar (lo que ciertamente ya se haba intentado antes, si bien no con la profundidad, equidad comparativa y eficacia de organizacin a la que el seor Casaubon aspiraba) que todos los sistemas mticos o fragmentos mticos errticos del mundo eran corrupciones de una tradicin revelada originariamente. Una vez conquistada la posicin autntica y tras hacerse fuerte en ella, el inmenso campo de las construcciones mticas se volva inteligible, o mejor dicho, luminoso, con la luz reflejada de las correspondencias. Pero recolectar entre esta gran cosecha de verdad no era tarea ni fcil ni rpida. Sus notas ya constituan un formidable nmero de volmenes, pero la labor cimera consistira en condensar estos resultados, voluminosos y an acumulantes, y conseguir que, al igual que la primera vendimia de los libros hipocrticos, cupieran en una pequea repisa. Al explicarle esto a Dorothea, el seor Casaubon se expresaba casi como lo hubiera hecho con un colega, pues careca de la habilidad de hablar de distintas maneras. Es cierto que cuando empleaba una frase en latn o griego siempre daba con minuciosidad el equivalente ingls, pero es probable que hubiera hecho esto en cualquier caso. Un culto clrigo de provincias acostumbra a creer que sus conocidos son lores, caballeros, y otros hombres nobles y dignos con exiguos conocimientos de latn.

Dorothea se senta totalmente cautivada por la amplitud de este concepto. Aqu haba algo que rebasaba la trivialidad literaria del colegio de seoritas; aqu estaba un Bossuet (1) viviente cuyo trabajo reconciliara el saber absoluto con la piedad sin reservas; aqu se encontraba un moderno Agustn que reuna las glorias del doctor y del santo.

(1) Jacques Bnigne Bossuet (1627-1704), predicador francs famoso por su elocuencia. Sus disputas teolgicas con los protestantes tuvieron cierta influencia en Inglaterra.

La santidad no destacaba con menos claridad que la sabidura, pues cuando Dorothea senta la necesidad de comunicar sus pensamientos sobre ciertos temas de los que no poda hablar con nadie que hubiera visto hasta entonces en Tipton (en especial la importancia secundaria de las formas eclesisticas y los artculos de fe en comparacin con esa religin espiritual, esa inmersin del ser en comunin con la perfeccin divina que le pareca ver expresada en la mejor literatura cristiana de pocas remotas), encontraba en el seor Casaubon un oyente que la comprenda al instante, que poda asegurarla de su propia conformidad con ese punto de vista, siempre que estuviera debidamente templado por una sabia moderacin, y poda citar ejemplos histricos desconocidos anteriormente para ella.

-Piensa conmigo -se deca Dorothea-, o, mejor dicho, abarca un mundo entero, del cual mi pensamiento no es ms que un pobre y despreciable espejo. Aparte de sus sentimientos, toda su experiencia... qu lago comparado con mi pobre charco!

La seorita Brooke argumentaba desde palabras y disposiciones con no menos decisin que otras jvenes de su edad. Los signos son cosas pequeas y medibles, pero las interpretaciones son ilimitadas, y en jvenes de naturaleza dulce y ardiente, cada signo suele producir asombro, esperanza, fe, amplios como un cielo y coloreados por una difusa parquedad de sustancia en la forma de sabidura. Y no siempre se engaan en exceso; el propio Simbad pudo dar con una descripcin verdadera gracias a una suerte favorable, y un razonamiento equivocado puede llevar, en ocasiones, a los pobres mortales a conclusiones acertadas: arrancando a gran distancia del punto verdadero y caminando por vueltas y revueltas, de vez en cuando llegamos justo donde debiramos. No porque la seorita Brooke fuera precipitada en su confiar debe deducirse claramente que el seor Casaubon fuese inmerecedor de esta confianza.

Se qued un poco ms de lo que tena pensado, ante la leve presin de una invitacin del seor Brooke, el cual no ofreca mayor seuelo que sus propios documentos sobre el destrozo de las mquinas y la quema de almiares(2). El seor Casaubon fue llevado a la biblioteca para que los contemplara amontonados, mientras su anfitrin coga primero uno y despus otro, leyendo de ellos en voz alta de manera indecisa y alternante, pasando de una pgina sin terminar a otra con un Esto, esto, aqu, aqu! arrinconndolos todos finalmente para abrir el diario de sus viajes juveniles.

-Mire, aqu est todo sobre Grecia, Ramnunte, las ruinas de Ramnunte; bien, usted es un gran helenista; no s si se habr dedicado mucho a la topografa, pero yo he pasado una eternidad descifrando estas cosas, Ah! El Helicn! Escuche! Partimos a la maana siguiente para el Parnaso, el Parnaso de doble pico. Todo este volumen es sobre Grecia, sabe? -el seor Brooke concluy, pasando el pulgar transversalmente por el borde de las hojas al tiempo que extenda las manos mostrando el libro.

La presencia del seor Casaubon era digna aunque bastante triste; se inclinaba ligeramente cuando corresponda y evitaba, en la medida de lo posible y sin caer en la impaciencia o la irrespetuosidad, mirar todos los documentos, consciente de que esta falta de coherencia estaba vinculada a las instituciones rurales, as como de que el hombre que le conduca por este estricto correteo mental no era tan slo un anfitrin amable, sino un terrateniente y custos rotulorum(3). Acaso su aguante se vea apoyado por la reflexin de que el seor Brooke era el to de Dorothea?

Lo cierto es que pareca cada vez ms empeado en conseguir que Dorothea hablara con l, en que se explayara, como Celia se deca a s misma; y cuando la miraba, a menudo se le iluminaba el rostro con una sonrisa como un plido sol invernal. La maana siguiente, antes de partir, y mientras daba un agradable paseo por el camino de gravilla, le haba mencionado que senta la desventaja de la soledad, la necesidad de esa alegre compaa con la que la presencia de la juventud puede iluminar o variar las severas penas de la madurez.

(2) El destrozo de mquinas de fbricas lo haban iniciado en Inglaterra los luditas (1811-16), seguidores de Ned Ludd. Incidentes de este tipo se repitieron en pocas de crisis econmica.

(3) Guardin de los archivos.Y profiri este comentario con la misma cuidadosa precisin de un emisario diplomtico cuyas palabras seran atendidas con unos resultados. Efectivamente, el seor Casaubon no estaba habituado a esperar tener que repetir o revisar sus comunicaciones de tipo prctico o personal. Consideraba suficiente el referirse a las inclinaciones que deliberadamente hubiera manifestado el 2 de octubre con la simple mencin de esa fecha; su rasero era su propia memoria, que era un volumen donde el vide supra podra reemplazar la repeticiones, y no el usual borrador que slo conserva escritos olvidados. Pero en esta ocasin no era probable que la confianza del seor Casaubon se viera traicionada, pues Dorothea escuchaba y retena cuanto l deca con el ansioso inters de las naturalezas frescas y jvenes para las que cada variacin en la experiencia supone una poca.

Eran las tres del hermoso da de brisa otoal cuando el seor Casaubon parti hacia su rectora en Lowick, a tan slo cinco millas de Tipton, y Dorothea, que llevaba puestos el sombrero y el chal, cruz apresuradamente los arbustos y el parque a fin de poder deambular por el bosque cercano sin otra compaa visible que la de Monk, el enorme perro San Bernardo que siempre cuidaba de las jvenes en sus paseos. Haba surgido ante ella la visin juvenil de un posible futuro que ansiaba con trmula esperanza, y quera vagar por ese futuro imaginario sin que la interrumpieran. Camin con paso ligero en el fresco aire; el color fue sonrosndole las mejillas y el sombrero de paja (que nuestros contemporneos podran observar con curiosidad como una obsoleta forma de cesto) un poco cado hacia atrs. Tal vez no estuviera suficientemente caracterizada si se omitiera que llevaba el pelo castao tirante, recogido en trenzas que se enroscaban detrs, de forma que la silueta de la cabeza quedaba atrevidamente expuesta en una poca en la que el sentir pblico exiga que la mediocridad de la naturaleza se disimulara con altas barricadas de rizos y lazos, nunca superadas por ninguna gran raza salvo la melansica.

Era esta una caracterstica del ascetismo de la seorita Brooke. Pero no haba ni rastro de la expresin de un asceta en los grandes ojos brillantes que miraban hacia adelante, y sin ver conscientemente, absorban dentro de la intensidad de su nimo la gloria solemne de la tarde, con sus largas bandas de luz entre las lejanas hileras de tilos, cuyas sombras se tocaban.

Todas las personas, jvenes y mayores (es decir, todos las personas en aquellos tiempos anteriores a la reforma), la hubieran considerado un objeto interesante de haber atribuido el ardor en sus ojos y mejillas a las recientemente despertadas imgenes usuales del amor joven: la poesa ha consagrado suficientemente las ilusiones de Cloe por Estrefn, como debe consagrarse la pattica hermosura de toda confianza espontnea. La seorita Pippin adorando al joven Pumpkin y soando con interminables horizontes de apetecida compaa constitua un pequeo drama que jams cansaba a nuestros padres y que haba adoptado un sinfn de formas. Bastaba con que Pumpkin tuviera una figura que aguantara las desventajas del frac, con su talle alto, para que todo el mundo encontrara no slo natural sino necesario para la perfeccin del estado de ser mujer, que una dulce joven se convenciera al momento de la virtud de aqul, de su excepcional habilidad y, sobre todo, de su absoluta sinceridad. Pero quiz nadie que viviera entonces, sin duda nadie que viviera en Tipton, hubiera comprendido los sueos de una joven cuya idea del matrimonio vena totalmente coloreada por un exaltado entusiasmo acerca de los fines de la vida, un entusiasmo encendido principalmente por su propio fuego y que no inclua ni las delicadezas de un ajuar, ni el dibujo de la vajilla ni tan siquiera los honores y las dulces alegras de la radiante esposa.

Se le haba ahora ocurrido a Dorothea que el seor Casaubon pudiera querer hacerla su esposa, y la idea de que as fuera la enterneca con una especie de reverente gratitud. Qu bondad la suya! Era casi como si un mensajero alado se hubiera de pronto detenido a su lado y extendiera hacia ella sus manos! Durante un buen rato se haba sentido oprimida por la confusin que penda en su mente, como una espesa neblina de verano, respecto de su deseo de hacer de su vida algo muy eficaz. Qu poda hacer, qu deba hacer ella, poco ms que una mujer en ciernes, y sin embargo poseedora de una conciencia activa y una gran necesidad mental, que no se iba a ver satisfecha con una educacin de jovencitas comparable a los mordisquillos y juicios de un ratn discursivo? Con cierta dosis de estupidez y presuncin, hubiera podido pensar que una joven cristiana con fortuna debiera encontrar su ideal de vida en las obras benficas del pueblo, en el patrocinio del clero ms humilde, en la lectura atenta de Personajes femeninos de las Escrituras, desplegando la experiencia ntima de Sara segn la ley Mosaica y de Dorcas segn el Evangelio, cuidando de su alma bordando en su propio tocador, y todo ello con el teln de fondo de un eventual matrimonio con un hombre que, si bien menos severo que ella en cuanto a su involucracin en asuntos religiosamente explicables, pudiera ser objeto de sus oraciones y exhortado oportunamente. Pero este conformismo le estaba vedado a la pobre Dorothea. La intensidad de su disposicin religiosa, la coaccin que ejerca sobre su vida, era tan slo un aspecto de una naturaleza ardiente, terica e intelectualmente consecuente; y con una naturaleza as, forcejeando en el carril de una educacin estrecha, encerrada por una vida social que no pareca ofrecer ms que un laberinto de insignificantes vas, una cercada confusin de pequeos caminos que no llevaban a ninguna parte, el resultado no poda por menos que parecer exageracin al tiempo que inconsistencia. Quera justificar con el conocimiento ms completo aquello que a ella le pareca lo mejor y no vivir en una fingida aceptacin de reglas segn las que jams se actuaba. En esta ansiedad anmica se verta por el momento toda su pasin juvenil; la unin que la atraa era aquella que la rescatara de la sujecin adolescente a su propia ignorancia y le proporcionara la libertad de la sumisin voluntaria a un gua que la llevara por la senda ms grandiosa.

Lo aprendera todo -se deca a s misma, mientras avanzaba con rapidez por el camino de herradura que cruzaba el bosque. Tendra la obligacin de estudiar a fin de ayudarle ms en sus grandes obras. Nuestras vidas no tendran nada de trivial. Las cosas cotidianas seran para nosotros las ms importantes. Sera como casarse con Pascal. Aprendera ayer la verdad a la misma luz que los grandes hombres. Y sabra lo que debera hacer, cuando fuera ms mayor; vera cmo era posible llevar una vida importante aqu, ahora, en Inglaterra. Hoy por hoy no tengo la seguridad de estar haciendo ningn tipo de bien; todo parece como si me enfrentara a una misin con gentes cuya lengua desconozco, -salvo el construir buenas viviendas, claro. Cmo me gustara conseguir que la gente de Lowick estuviera bien alojada! Dibujar diversos planos mientras tengo tiempo.

Dorothea se contuvo de pronto, reprochndose la presuncin con que contaba con sucesos inciertos, pero la aparicin en una curva del sendero de un jinete al trote le evit cualquier esfuerzo interior por desviar la direccin de sus pensamientos. El cuidado alazn y los dos setters no permitan dudar de que el jinete era Sir James Chettam. Vio a Dorothea, desmont al punto del caballo y tras drselo al mozo, avanz hacia ella sosteniendo en el brazo algo blanco que provocaba el animado ladrido de los dos setters.

-Qu maravilloso encontrarla, seorita Brooke! -dijo, levantando el sombrero y dejando ver el cabello rubio y levemente ondulado-. Esto me adelanta el placer que esperaba.

A la seorita Brooke le molest la interrupcin. Este afable baronet, un muy adecuado marido para Celia, exageraba la necesidad de hacerse agradable a la hermana mayor. Incluso un posible cuado puede resultar una opresin si continuamente presupone un entendimiento demasiado bueno contigo, y est de acuerdo aun cuando le contradices. El pensamiento de que el baronet haba incurrido en el error de cortejarla a ella no poda tomar forma: Dorothea empleaba toda su actividad mental en creencias de otro tipo. En cualquier caso, en este momento resultaba de todo punto inoportuno y sus manos llenas de hoyuelos harto desagradables. La irritacin la hizo sonrojarse al devolverle el saludo con cierta altivez.

Sir James interpret el rubor de la manera ms gratificante para l y pens que nunca haba visto a la seorita Brooke tan hermosa.

-He trado un pequeo solicitante -dijo-, o mejor dicho, lo traigo para ver si se le admite antes de que se exponga su solicitud.

Mostr el objeto blanco que llevaba bajo el brazo: era un diminuto cachorro malts, uno de los juguetes ms ingenuos de la naturaleza.

-Me duele ver estas criaturas que se cran para servir de mero capricho -dijo Dorothea, cuya opinin se forjaba en ese mismo instante (como suele ocurrir) bajo el influjo de la irritacin.

-Pero, por qu? -pregunt Sir James mientras continuaba andando.

-Creo que a pesar de todos los mimos que se les dispensan, no son felices. Son demasiado desvalidos, sus vidas son demasiado frgiles. Una comadreja o un ratn que se procura su propio sustento es ms interesante. Quiero pensar que los animales que nos rodean tienen almas algo similares a las nuestras, y o bien llevan a cabo sus pequeos quehaceres o nos hacen compaa, como Monk. Pero esos animales son parsitos.

-Cmo me alegro de saber que no le gustan -dijo el bueno de Sir James. Yo nunca tendra uno, pero a las damas les suelen gustar estos perros malteses. Toma, John, llvate este perro, quieres?

El censurable cachorro, cuyo morro y ojos eran igualmente negros y expresivos, fue de este modo quitado de en medio, puesto que la seorita Brooke haba decidido la conveniencia de que no hubiera nacido. Pero sinti la necesidad de explicarse.

-No debe juzgar los sentimientos de Celia por los mos. Creo que a ella s le gustan estos animalillos. Tuvo un pequeo terrier una vez, al cual quera mucho. A m me entristeca porque tema pisarlo. Soy bastante corta de vista.

-Siempre tiene su propia opinin de las cosas, seorita Brooke, y siempre es una opinin buena.

Qu posible respuesta haba para tan necio piropeo? -Sabe, la envidio en eso -dijo Sir James mientras proseguan al paso rpido que marcaba Dorothea.

-No entiendo bien lo que quiere decir.

-Su capacidad de formarse una opinin. Yo puedo hacerlo con las personas. S cundo me gustan. Pero en otros temas, crame, a menudo me cuesta decidir. Se oyen cosas muy sensatas desde posturas enfrentadas.

-O se nos antojan sensatas. Tal vez no distingamos siempre entre lo sensato y lo insensato.

Dorothea sinti que estaba siendo descorts.

-En efecto -dijo Sir James-, pero usted s parece tener la capacidad de distinguir.

-Al contrario. A menudo soy incapaz de decidir. Pero eso es por ignorancia. La conclusin correcta est ah de todos modos, aunque yo sea incapaz de verla.

-Creo que muy pocos la veran con ms rapidez. Sabe, Lovegood me deca ayer que tiene usted la mejor idea del mundo para un plan de viviendas -pensaba que era algo asombroso, viniendo de una joven. De verdadero genus, para emplear su expresin. Dijo que usted quera que el seor Brooke construyera otro grupo de casitas, pero le daba la impresin de que era improbable que su to consintiera. Ver, esa es una de las cosas que yo quiero hacer, me refiero en mi propia finca. Estara encantado de llevar a cabo ese plan suyo, si me dejara verlo. Ya s que es enterrar el dinero, por eso la gente pone pegas. Los trabajadores nunca podrn pagar un alquiler que lo haga rentable. Pero al fin y al cabo, merece la pena hacerlo.

-Pues claro que merece la pena! -dijo Dorothea con energa, olvidando su leve irritacin previa-. Creo que todos aquellos que permitimos que los arrendatarios vivan en esas pocilgas que vemos a nuestro alrededor merecemos que nos echen de nuestras hermosas casas con un ltigo de pequeas colas. Su vida en sus casitas podra ser ms feliz que la nuestra si fueran autnticas casas, dignas de seres humanos de quienes esperamos obligaciones y afecto.

-Me ensear sus planos?

-S, por supuesto que s. Supongo que tendrn muchos defectos. Pero he examinado todos los planos de casitas en el libro de Loudon y he escogido lo que me ha parecido mejor. Cmo me alegrara iniciar aqu el modelo! Creo que en lugar de tener a Lzaro a la puerta, lo que debiramos desterrar son esas casuchas como pocilgas.

Dorothea estaba de un humor excelente ahora. Sir james, como cuado, construyendo en su hacienda casitas modelo, y luego, tal vez, otras construidas en Lowick, y ms y ms imitaciones en otros lugares sera como si el espritu de Oberlin(4) hubiera pasado por los municipios embelleciendo la pobreza!

Sir james vio todos los planos y se llev uno sobre el que consultar a Lovegood. Tambin se llev una complacida sensacin de estar haciendo grandes progresos con respecto a la buena opinin de la seorita Brooke. No se le ofreci a Celia el cachorro malts, omisin que Dorothea record posteriormente con sorpresa, pero por la cual se culp a s misma: haba monopolizado a Sir James. Aunque, despus de todo, era un alivio el que no existiera cachorro que pudiera pisarse.

(4) J. F. Oberlin (1770-1826), Filntropo alsaciano.

Celia estaba presente mientras se examinaron los planos y observ el entusiasmo de Sir james. Piensa que a Dodo le interesa y a ella slo le interesan sus planos. Y sin embargo, no estoy segura de que le rechazara si pensara que la iba a dejar organizarlo todo y llevar a cabo sus ideas. Y qu incmodo estara Sir James! Cmo aborrezco las ideas!

Recrearse en este aborrecimiento era el lujo privado de Celia. No osaba confesrselo a su hermana abiertamente, pues ello significara exponerse a una demostracin de que, de una u otra forma, estaba en lucha con la bondad. Pero cuando las oportunidades no eran peligrosas, tena un modo indirecto de comunicarle a Dorothea su conocimiento negativo y de apearla de su xtasis recordndole que la gente estaba atnita y no atenta. Celia no era impulsiva: lo que tuviera que decir poda esperar, y siempre lo manifestaba con la misma serena y escueta ecuanimidad. Cuando la gente hablaba con energa y nfasis, ella se limitaba a observarles el rostro y los gestos. No entenda cmo gente educada se avena a cantar y abrir las bocas en la ridcula manera que ese ejercicio vocal exiga.

No haban transcurrido muchos das cuando el seor Casaubon volvi de visita una maana, durante la cual se le invit de nuevo a cenar y a pasar la noche a la semana siguiente. As, Dorothea sostuvo otras tres conversaciones con l, y qued convencida de que sus primeras impresiones haban sido justas. Era todo cuanto se imagin desde un principio: casi todo lo que deca pareca un espcimen de una mina, o la inscripcin en la puerta de un museo que podra dar paso a los tesoros de pocas pasadas. Esta confianza en su riqueza mental ahondaba y profundizaba tanto ms la inclinacin de Dorothea, puesto que ahora era obvio que ella era el motivo de las visitas. Este hombre educado tena la condescendencia de pensar en una joven, y tomarse las molestias de hablar con ella, no con piropos absurdos, sino apelando a su entendimiento, y, en ocasiones, aportando ayuda constructiva. Qu maravillosa compaa! El seor Casaubon pareca incluso inconsciente de la existencia de las trivialidades, y nunca dispensaba ese charloteo de los hombres pesados que es igual de aceptable que el pastel de bodas con olor a armario. Hablaba de aquello que le interesaba, o permaneca en silencio, inclinando la cabeza con educada tristeza. Esto le pareca a Dorothea una autenticidad adorable y una abstinencia religiosa de la artificiosidad que desgasta el alma con esfuerzos de fingimiento. Admiraba la superior elevacin religiosa del seor Casaubon con la misma reverencia que admiraba su inteligencia y sabidura. l asenta a sus expresiones de devocin y, por lo general, aada una cita adecuada; se permiti decir que haba experimentado algunos conflictos espirituales en su juventud; en resumen, Dorothea vio que en este punto poda contar con comprensin y consejo. En uno, y solamente en uno, de sus temas favoritos qued defraudada. Al seor Casaubon no pareci interesarle la construccin de casitas y desvi la conversacin hacia la extremada estrechez que tenan las viviendas de los antiguos egipcios, como si frenara un nivel en exceso alto. Cuando se hubo marchado, Dorothea reflexion con inquietud sobre esta indiferencia que el seor Casaubon haba mostrado, ejercit mucho la mente con argumentos extrados de las diferentes condiciones climticas que modifican las necesidades humanas y de la reconocida maldad de los dspotas paganos. No debera exponerle al seor Casaubon estos argumentos cuando viniera de nuevo? Pero una mayor reflexin le indic que sera una presuncin el exigir su atencin sobre tal tema; no podra desaprobar el que ella se ocupara de esto en momentos de ocio, como otras mujeres se ocupaban de sus bordados y vestidos; no se lo impedira cuando... Dorothea se sinti avergonzada al sorprenderse especulando de esta forma. Pero su to haba sido invitado a pasar un par de das en Lowick. Era razonable suponer que el seor Casaubon disfrutaba con la compaa del seor Brooke en s misma, con o sin documentos?

Entretanto, esa pequea desilusin la hizo disfrutar tanto ms de la disposicin de Sir James Chettam por poner en marcha las mejoras deseadas. Vena con mucha mayor frecuencia que el seor Casaubon y Dorothea dej de encontrarle desagradable desde que se mostrara ms serio; haba entrado con gran habilidad prctica en las cuentas de Lovegood y se mostraba encantadoramente dcil. Dorothea propona construir un par de casitas a las cuales cambiar dos familias cuyas viejas casuchas podran entonces derribarse para construir otras nuevas en su lugar. En efecto, dijo Sir James, y Dorothea le tom muy bien la palabra.

Verdaderamente, estos hombres que tenan tan escasas ideas espontneas podan resultar miembros muy tiles de la sociedad bajo una adecuada direccin femenina... si acertaban con la eleccin de sus cuadas! Es difcil decir si no haba cierta terquedad en su sostenida ceguera ante la posibilidad de que otro tipo de eleccin estuviera sobre el tapete con relacin a ella. Pero en este momento, la vida de Dorothea estaba llena de esperanza y actividad: no slo pensaba en sus planos, sino que estaba sacando muchos libros eruditos de la biblioteca y leyendo precipitadamente muchas cosas (a fin de poderse mostrar un poco menos ignorante al hablar con el seor Casaubon), mientras no cesaban de atenazarla serias dudas respecto de si no estara sobrevalorando estos pequeos quehaceres, contemplndolos con esa complacencia que es el destino final de la ignorancia y la estupidez.

CAPTULO IV

PRIMER CABALLERO:

Nuestros actos son grilletes que forjamos nosotros mismos.

SEGUNDO CABALLERO:

Ciertamente; pero pienso que es el mundo quien proporciona el hierro(1).

Sir James parece decidido a hacer cuanto quieres -dijo Celia cuando volvan a casa de inspeccionar el nuevo solar a construir.

-Es una buena persona, y ms sensato de lo que cabra imaginar -dijo Dorothea con desconsideracin. -Quieres decir que parece tonto.

-No, no -dijo Dorothea, reportndose y poniendo la mano brevemente sobre la de su hermana-, pero no habla igual de bien sobre todos los temas.

(1) Cuando no hay identificacin podemos suponer que los epgrafes son de George Eliot.

-Yo dira que eso slo lo hace la gente desagradable -dijo Celia con su habitual suavidad-. Debe de ser espantoso vivir con ellos. Imagnate! Ya desde el desayuno en adelante.

Dorothea se ri.

-Kitty, qu maravillosa eres! -pellizc la barbilla de Celia, sintindose ahora de humor para considerarla encantadora y hermosa, digna de ser un eterno querubn, y si no estuviera doctrinalmente mal decirlo, apenas ms necesitada de salvacin que una ardilla-. Claro que las personas no tienen por qu estar siempre hablando bien. Lo que sucede es que se ve la calidad de mente que tienen cuando intentan hacerlo.

-Quieres decir que Sir James lo intenta y no lo consigue.

-Hablaba en general. Por qu me catequizas sobre Sir James? El objetivo de su vida no es complacerme a m. -Pero Dodo, de verdad crees eso?

-Claro que s. Me considera como una futura hermana, nada ms.

Dorothea nunca antes haba insinuado esto, esperando, por cierta mutua timidez entre hermanas sobre estos temas, hasta que algn suceso decisivo lo introdujera. Celia se sonroj pero dijo al punto:

-Dodo, te ruego que no sigas ms en ese error. Cuando el otro da Tantripp me estaba cepillando el pelo, me dijo que el criado de Sir James saba por la doncella de la seora Cadwallader que Sir James se iba a casar con la mayor de las seoritas Brooke.

-Cmo dejas que Tantripp te cuente esos cotilleos, Celia? -dijo Dorothea con indignacin, no menos irritada porque detalles adormilados en su mente despertaban ahora confirmando la ingrata revelacin-. Debes haberle preguntado algo. Es denigrante.

-No veo ningn mal en que Tantripp me hable. Es mejor saber lo que dice la gente. Puedes ver los errores que cometes cuando se te meten ideas en la cabeza. Estoy segura de que Sir James se te va a declarar; y cree que le aceptars, sobre todo desde que te has mostrado tan contenta con l por lo de los planos. Y el to tambin, s que lo espera. Todo el mundo puede ver que Sir James est muy enamorado de ti.

La revulsin fue tan fuerte y dolorosa en la mente de Dorothea que le brotaron las lgrimas y le corrieron copiosamente. Todos sus adorados planes quedaban emponzoados y pens con desagrado en que Sir James concibiera que ella le reconoca como pretendiente. Tambin estaba enojada por Celia.

-Por qu iba a esperarlo? -espet impetuosa-. Jams he estado de acuerdo con l salvo en lo de las casitas: apenas si me portaba con cortesa antes de esto.

-Pero has estado muy contenta con l desde entonces; ha empezado a estar bastante seguro de que le aprecias.

-Apreciarle, Celia? Cmo puedes elegir expresiones tan odiosas? -dijo Dorothea con apasionamiento. -Vlgame Dios, Dorothea, supongo que sera normal apreciar al hombre que se va a aceptar como marido. -Me ofende que Sir James pudiera pensar que le aprecio. Adems, no es la palabra apropiada para el sentimiento que debo tener hacia el hombre que aceptara por esposo. -Pues lo siento por Sir James. Cre que deba decrtelo, porque hacas lo que sueles hacer, sin mirar jams exactamente dnde te encuentres y pisando siempre por donde no debes. Siempre ves lo que no ve nadie ms; es imposible satisfacerte; y sin embargo nunca te das cuenta de lo que es evidente. Es tu manera de ser, Dodo -algo le daba a Celia un inusitado valor, y no estaba teniendo piedad con la hermana que en ocasiones tema. Quin sabe qu justa crtica puede estar haciendo Murr el Gato de nosotros, seres de ms amplio raciocinio!

-Es muy doloroso -dijo Dorothea, sintindose herida-. No puedo tener nada ms que ver en lo de las casitas. Tendr que portarme incivilizadamente con l. Tendr que decirle que no quiero tener nada que ver con las viviendas. Es muy doloroso -de nuevo se le llenaron los ojos de lgrimas.

-Espera un poco. Pinsalo. Ya sabes que se va a ir un par de das a ver a su hermana. No quedar nadie salvo Lovegood -Celia no pudo por menos que ablandarse-. Pobre Dodo -prosigui con suave estilo entrecortado-. Es muy duro; tu pasatiempo favorito es dibujar planos.

-Pasatiempos el dibujar planos? Piensas que slo me ocupo de las casas de mis semejantes de esa forma infantil?

No es de extraar que cometa errores. Cmo se puede hacer algo noblemente cristiano viviendo entre gente de pensamientos tan pequeos?

No se dijo ms: Dorothea estaba demasiado herida como para recomponerse y demostrar con su comportamiento que admita equivocacin alguna por su parte. Ms bien se senta inclinada a condenar la intolerante estrechez y la miope conciencia de la sociedad que la rodeaba. Celia ya no era el eterno querubn, sino una espina en su alma, una escptica rosa y blanca, peor que cualquier presencia desalentadora de Pilgrim's Progrers(2). El pasatiempo de dibujar planos! Qu valor tena la vida, qu gran fe poda existir cuando todo el efecto de las acciones de uno se poda reducir a semejante bobada? Cuando baj del carruaje tena las mejillas plidas y los ojos enrojecidos. Era la imagen del dolor, y su to, que la recibi en la entrada, se hubiera alarmado de no haber estado con ella Celia, tan bonita y compuesta que le hizo concluir al punto que las lgrimas de Dorothea tenan su origen en su excesiva religiosidad. Durante su ausencia, haba regresado de un viaje a la ciudad, hecho con motivo de la peticin de clemencia de algn criminal.

-Bueno, hijas mas -dijo cariosamente cuando se acercaron a besarle-, espero que no haya sucedido nada desagradable durante mi ausencia.

-No, to -dijo Celia-, hemos estado en Freshitt viendo las casitas. Pensbamos que habra llegado a casa para comer.

-Vine por Lowick... no sabais que volvera por Lowick para almorzar all. Y te he trado un par de folletos, Dorothea. Estn en la biblioteca... ya sabes, en la mesa de la biblioteca.

Fue como si una corriente elctrica recorriera a Dorothea, llevndola de la desesperacin a la expectacin.

(4) The PtIgrim's Progress, obra maestra de John Bunyan (1628-88), publicada en dos partes en 1678 y 1684. Relato alegrico del viaje de Cristiano en busca de la ciudad celestial, y de los peligros que le acechan en el valle de la sombra de la muerte, la feria de las vanidades, el castillo de la duda, etc. Escrito en un estilo fresco y directo, The Pilgrim's Progress ha tenido una influencia extraordinaria en el protestantismo ingls. Dentro de la novela victoriana, sus ecos se dejan sentir especialmente en Charlotte Bront y George Eliot.

Eran folletos sobre los principios de la Iglesia. Desapareci la opresin de Celia, Tantripp y Sir James y se fue derecha a la biblioteca. Celia subi arriba. Al seor Brooke le detuvo un mensaje, pero cuando volvi a la biblioteca encontr a Dorothea sentada y enfrascada en uno de los folletos que tena en el margen algo escrito a mano por el seor Casaubon, absorbindolo con la ansiedad con que hubiera absorbido el aroma de un ramo recin cortado tras un paseo caluroso, seco y cansino.

Se estaba alejando de Tipton y Freshitt, y su propia y triste tendencia a pisar por donde no deba en su camino hacia la Nueva Jerusaln.

El seor Brooke se sent en su butaca, estir las piernas hacia la chimenea cuyo fuego se haba convertido en un amasijo prodigioso de brillantes dados y se frot suavemente las manos, mirando a Dorothea con discrecin, pero con aire serenamente neutral, como si no tuviera nada en particular que decirle. Dorothea cerr el folleto en cuanto observ la presencia de su to, y se dispuso a marcharse. Normalmente se hubiera interesado por el viaje piadoso de su to a favor del criminal, pero su reciente agitacin la hizo distraerse.

-Volv por Lowick, sabes? -dijo el seor Brooke, no con la intencin de detener su salida, sino por su habitual inclinacin a repetir lo que haba dicho antes. Este principio fundamental del habla humana era muy marcado en el seor Brooke-. Com all y vi la bibliteca de Casaubon, y todo eso. Haca fresco al volver en el carruaje. Pero, no quieres sentarte, hija? Parece que tienes fro.

Dorothea se sinti bien inclinada a aceptar esta invitacin. A veces, cuando la manera relajada en la que su to se tomaba las cosas no resultaba exasperante, era muy tranquilizadora. Se quit el chal y el sombrero y se sent frente a l, disfrutando del calor, pero levantando sus hermosas manos para proteccin. No eran manos delgadas, ni pequeas, sino fuertes, femeninas, maternales. Pareca alzarlas en aplacamiento por su apasionado deseo de conocer y pensar, lo cual en los hostiles medios de Tipton y Freshitt haba dado como resultado las lgrimas y los ojos enrojecidos.

Se acord en ese momento del criminal condenado. -Qu noticias trae, to, del ladrn de ovejas?..

-De quin, del pobre Bunch? Pues, parece que no podemos salvarle. Le van a ahorcar.

El ceo de Dorothea se frunci con un gesto de reprobacin y lstima.

-Le van a ahorcar, sabes? -dijo el seor Brooke, con un sosegado movimiento de cabeza-. Pobre Romilly! l nos habra ayudado. Conoc a Romilly. Casaubon no le conoca. Sabes, est un poco enterrado en sus libros.

-Cuando se es hombre de grandes estudios y se est escribiendo una gran obra, claro est que se debe renunciar a ver muchas cosas. Cmo podra ir por ah haciendo amistades?

-Eso es verdad. Pero sabes?, hay hombres deprimidos. Yo tambin he sido siempre soltero, pero tengo ese tipo de disposicin que nunca se deprime: he ido siempre a todas partes.y me he hecho cargo de las cosas. Nunca me he deprimido: pero veo que Casaubon s. Necesita compaa, una compaa.

-Sera un gran honor para cualquiera ser su compaera -dijo Dorothea enrgicamente.

-Te gusta, verdad? -dijo el seor Brooke sin demostrar sorpresa o ninguna otra emocin-. Bien, pues hace diez aos que conozco a Casaubon, desde que vino a Lowick. Pero nunca he sacado nada de l... ninguna idea, sabes? De todas formas es un hombre estupendo y quiz llegue a obispo... ese tipo de cosa, ya sabes, si Peel sigue. Y tiene una gran opinin de ti, hija.

Dorothea no poda hablar.

-La verdad es que tiene muy buena opinin de ti. Y habla muy bien ese Casaubon. Se ha dirigido a m, puesto que t eres menor de edad. Resumiendo, he prometido hablar contigo, aunque le dije que no pensaba que tuviera muchas probabilidades. Tena que decrselo. Le dije que mi sobrina es muy joven y todo eso. Pero no cre necesario entrar en detalles. Pero, para resumir, me ha pedido permiso para proponerte matrimonio... matrimonio, ya sabes -dijo el seor Brooke, con un gesto explicatorio de la cabeza-. Cre mejor decrtelo, hija.

Nadie hubiera detectado ansiedad alguna en el comportamiento del seor Brooke, pero quera saber algo de lo que pensaba su sobrina a fin de que, caso de que necesitara un consejo, pudiera darlo a tiempo. El sentimiento que l, como juez de paz que haba asimilado tantas ideas, pudiera albergar, era totalmente afectuoso. Puesto que Dorothea no respondi al momento, repiti:

-Cre mejor decrtelo, hija

-Gracias, to -dijo Dorothea en tono claro y decidido-. Le estoy muy agradecida al seor Casaubon. Si se me declara, le aceptar. Le admiro y respeto ms que a ningn otro hombre que conozco.

El seor Brooke se detuvo un instante y luego dijo con voz tenue y pausada:

-Ah?... Bien. Es un buen partido en cierto aspecto. Pero claro, el que s es un buen partido es Chettam. Y nuestras tierras lindan. Nunca contravendr tus deseos, hija ma. La gente debe poder elegir su matrimonio y todo eso..., hasta cierto punto, claro. Siempre he dicho lo mismo, hasta cierto punto. Quiero que te cases bien, y tengo buenas razones para creer que Chettam desea casarse contigo. Slo lo menciono, ya sabes.

-Sera imposible que me casara nunca con Sir James Chettam -dijo Dorothea-. Si est pensando en casarse conmigo, comete un grave error.

-Eso es lo que ocurre. Uno nunca sabe nada. Yo hubiera pensado que Chettam era justo el hombre que le gustara a una mujer.

-Le ruego, to, que no vuelva a referirse a l en esos trminos -dijo Dorothea, notando que se reavivaba su reciente enojo.

El seor Brooke estaba asombrado y pensaba que las mujeres eran un inagotable tema de estudio, ya que incluso l, a su edad, no se encontraba en un perfecto estado de predicacin cientfica respecto de ellas. Hete aqu a un tipo como Chettam, sin ninguna posibilidad!

-Bueno..., volviendo a Casaubon. No hay prisa..., me refiero, para ti. Cierto que l acusar cada ao que pase. Tiene ms de cuarenta y cinco, sabes? Yo dira que sus buenos veintisiete aos ms que t. Claro que si te gusta el estudio, la investigacin y ese tipo de cosas... bueno... no podemos tenerlo todo. Y sus ingresos son buenos... tiene una hermosa propiedad al margen de la Iglesia... S, sus ingresos son buenos. Pero no es joven, y no debo ocultarte, hija ma, que tengo entendido que su salud no es muy fuerte. No conozco nada ms en su contra.

-No deseara un marido de edad muy prxima a la ma -dijo Dorothea con determinacin-. Deseara que me superara en juicio y conocimientos.

El seor Brooke repiti su sereno Ah? aadiendo: -Siempre pens que tenas ms criterio propio que la mayora de las chicas. Saba que te gustaba tener tu propio criterio... que te gustaba, sabes?

-No me imagino viviendo sin opiniones, pero me gustara tener buenas razones para mantenerlas, y un hombre inteligente podra ayudarme a ver cules tenan mejor fundamento, y a vivir de acuerdo con ellas.

-Muy cierto. No podas haber expuesto mejor la cosa..., no podas haberlo expuesto mejor... en principio. Pero hay cosas raras -continu el seor Brooke, cuya conciencia se esmeraba para aconsejar bien a su sobrina en esta ocasin-. La vida no viene cortada en moldes, no se desarrolla segn trazados y medidas y todo eso. Yo nunca me cas, lo cual ser ms beneficioso para ti y los tuyos, pero lo cierto es que nunca am a nadie lo suficiente como para atarme a ella. Porque es una atadura. Por ejemplo, existe el mal humor; s, existe el mal humor. Y al marido le gusta ser el amo.

-S que debo esperar dificultades, to. El matrimonio es un estado de mayores obligaciones. Nunca pens que fuera tan slo comodidad personal -dijo la pobre Dorothea.

-Bueno, la verdad es que a ti no te gusta el boato, ni las viviendas grandes, los bailes, las cenas, o ese tipo de cosas. Veo que quiz las costumbres de Casaubon te vayan mejor que las de Chettam. Y puedes hacer lo que quieras, hija ma. No le pondr peros a Casaubon, lo dije desde el principio; al fin y al cabo nunca se sabe cmo pueden salir las cosas. T no tienes los mismos gustos que las dems jvenes; y tal vez un clrigo, y erudito..., que puede llegar a obispo..., quiz te vaya mejor que Chettam. Chettam es un buen tipo, un hombre de buen corazn; pero no le atraen demasiado las ideas. A m s, cuando tena su edad. Pero esos ojos de Casaubon. Creo que se los ha daado un poco de tanto leer.

-Cuanta ms posibilidad tenga de ayudarle, tanto ms feliz ser, to -dijo Dorothea con ardor.

-Veo que ests decidida. Pues bien, hija, lo cierto es que tengo una carta para ti en el bolsillo -el seor Brooke le entreg la carta a Dorothea, pero as que se levantaba para marcharse, aadi-: no hay demasiada prisa, hija. Pinsatelo. Cuando Dorothea se hubo marchado pens que haba hablado con dureza, exponiendo los riesgos del matrimonio crudamente. Era su obligacin. Pero en cuanto a fingir sabidura con los jvenes, ningn to, por mucho qu hubiera viajado en su juventud, asimilando las ideas nuevas, y cenado con celebridades ahora fallecidas, podra intentar juzgar qu tipo de matrimonio le saldra bien a una joven que prefera Casaubon a Chettam. En resumen, la mujer era un problema que, puesto que la mente del seor Brooke se paralizaba al enfrentarse a l, apenas deba ser menos complicado que las revoluciones de un slido irregular.

CAPTULO V

Los grandes estudiosos se encuentran con frecuencia aquejados de gota, catarros, reumas, caquexia, bradipepsia, ojos enfermos, clculos, clicos, indigestiones, estreimiento, vrtigo, gases, tisis, y todas aquellas enfermedades que provienen de permanecer demasiado tiempo sentado: en su mayora son delgados, enjutos, con mal color... y todo por desmesurados esfuerzos y extraordinario estudio. Si no creen la verdad de esto, observen las obras del gran Tostado y Toms de Aquino, y dganme si esos hombres no se esforzaron.BURTON, Anatoma de la melancola, pg. 1, s. 2)

Esta fue la carta del seor Casaubon.

Estimada seorita Brooke. Tengo la autorizacin de su tutor para dirigirme a usted sobre un tema de sin par significacin para m. Confo no estar equivocado al reconocer alguna ms honda correspondencia que la de la circunstancia entre el hecho de que la conciencia de una carencia en mi propia vida surgiera contemporneamente con la posibilidad de conocerla a usted. Pues a la primera hora de haberla conocido, tuve la impresin de su eminente y tal vez exclusiva idoneidad para cubrir esa carencia (vinculada, puedo aadir, a tal actividad del afecto que ni siquiera las preocupaciones de una labor en demasa especial como para ser desatendida podan ininterrumpidamente disimular); y cada sucesiva oportunidad de observacin ha proporcionado a dicha impresin mayor profundidad al convencerme ms enfticamente de esa idoneidad que yo haba preconcebido, evocando, en consecuencia, ms decisivamente ese afecto al cual acabo de referirme. A mi entender, nuestras conversaciones le habrn expuesto a usted lo suficientemente el tenor de mi vida y mis aspiraciones, tenor, soy conciente, poco adecuado al orden de mentes ms vulgar. Pero he discernido en usted una elevacin de pensamiento y una capacidad de entrega que hasta el momento no haba concebido fuera compatible ni con la temprana flor de la juventud ni con aquellas delicadezas de su sexo que puede decirse que a un tiempo obtienen y confieren distincin cuando se combinan, como sucede admirablemente en usted, con las cualidades mentales anteriormente indicadas. Confieso que rebasaba mis esperanzas encontrar esta rara combinacin de elementos tanto slidos como