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Antonio Marlasca López ¿EUTANASIA O DERECHO A MORIR? Summary: Tbe author of this article critically attempts to elucidate and clarify the basic concepts about the right to die and euthanasia from a fundamentally ethical perspective. Tbe specific concepts which are developed are tbe following: (1) Dying as a natural pbenomenon, (2) Dying as ahuman right; (3) explanation and critique of traditional theories on euthanasia and its different forms. The concluding part exposes a panoramic view of uibat today is commonly accepted as indisputable about euthanasia as well as what is considered problematical. Tbe difficult problem of active and voluntary euthanasia is analyzed, both from tbe believer's perspective and from a non-religious and secularized perspective. Resumen: El autor en el presente trabajo inten- ta dilucidar y esclarecer criticamente los conceptos fundamentales sobre el derecho a morir y la euta- nasia desde una perspectiva primordialmente ética. Los puntos concretos que se estudian son los si- guientes: 1) el morir como un hecho natural; 2) el morir como un derecho humano; 3) exposición y critica de las teorias tradicionales sobre la eutana- sia y sus diversos tipos. En la parte final se ofrece una visión panorámica de lo que hoy, comúnmen- te, se acepta como indiscutido y como problemáti- co en torno a la eutanasia. Se analiza especialmen- te el dift'cil problema de la eutanasia activa y vo- luntaria tanto desde una óptica creyente como des- de una perspectiva laica y secularizada, Introducción Las declaraciones usuales de los derechos huma- nos reconocen siempre, como el primero y funda- mental de los derechos, el derecho a la vida. Que sepamos, en ninguna declaración de este tipo está recogido el derecho -a contrario sensu- a la muer- te. ¿Sería un sin-sentido y una aberración postular hoy, para el hombre, tal derecho? La cuestión no es tan simple como, a primera vista, podría parecer y se ha vuelto a plantear con especial énfasis en estos últimos años. En efecto, el 9 de enero de 1973 la "Arn erican Hospital Association" aprobó la Carta de los dere- chos de los enfermos, en la que se reconoce a éstos el derecho "a rechazar el tratamiento en la exten- sión permitida por la ley, y a ser informados de las consecuencias médicas de su acción" (1); se reco- noce igualmente a los pacientes el "derecho a mo- rir con dignidad" en casos bien determinados de incurabilidad e insoportabilidad del sufrimiento. En igual sentido se pronunció la "New York State Medical Society ". "El uso de la eutanasia no entra en la competencia del médico. El derecho a morir con dignidad o el cese de empleo de medios ex- traordinarios para prolongar la vida del cuerpo, cuando existe una prueba irrefutable de que la muerte biológica es inevitable, es decisión del en- fermo y/o de la familia con aprobación del médico de la misma" (2). Posteriormente merece señalarse el "manifiesto sobre la eutanasia" de 37 personali- dades del mundo cultural, entre las que se encon- traban tres premios Nobel, que se declaraban a fa- vor de la "muerte dulce", como actitud profunda- mente humana hacia los moribundos que sufren inútilmente. Estas declaraciones -y otras similares- suscita- ron un amplio eco en la prensa que, en general, reaccionó en contra, como si se hubiera pedido el derecho de practicar libremente la eutanasia. La Asociación americana concretamente tuvo que pre- cisar que no pedía la liberalización de la eutanasia sino que reclamaba simplemente el derecho del en- fermo a que no sea prolongada su vida sin sentido. Rev. Fil. Univ. Costa Rica, XXIII (58), 215-225,1985

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Antonio Marlasca López

¿EUTANASIA O DERECHO A MORIR?

Summary: Tbe author of this article criticallyattempts to elucidate and clarify the basicconcepts about the right to die and euthanasiafrom a fundamentally ethical perspective.

Tbe specific concepts which are developed aretbe following: (1) Dying as a natural pbenomenon,(2) Dying as ahuman right; (3) explanation andcritique of traditional theories on euthanasia andits different forms. The concluding part exposes apanoramic view of uibat today is commonlyaccepted as indisputable about euthanasia as wellas what is considered problematical. Tbe difficultproblem of active and voluntary euthanasia isanalyzed, both from tbe believer's perspective andfrom a non-religious and secularized perspective.

Resumen: El autor en el presente trabajo inten-ta dilucidar y esclarecer criticamente los conceptosfundamentales sobre el derecho a morir y la euta-nasia desde una perspectiva primordialmente ética.Los puntos concretos que se estudian son los si-guientes: 1) el morir como un hecho natural; 2) elmorir como un derecho humano; 3) exposición ycritica de las teorias tradicionales sobre la eutana-sia y sus diversos tipos. En la parte final se ofreceuna visión panorámica de lo que hoy, comúnmen-te, se acepta como indiscutido y como problemáti-co en torno a la eutanasia. Se analiza especialmen-te el dift'cil problema de la eutanasia activa y vo-luntaria tanto desde una óptica creyente como des-de una perspectiva laica y secularizada,

Introducción

Las declaraciones usuales de los derechos huma-nos reconocen siempre, como el primero y funda-mental de los derechos, el derecho a la vida. Quesepamos, en ninguna declaración de este tipo está

recogido el derecho -a contrario sensu- a la muer-te. ¿Sería un sin-sentido y una aberración postularhoy, para el hombre, tal derecho?

La cuestión no es tan simple como, a primeravista, podría parecer y se ha vuelto a plantear conespecial énfasis en estos últimos años.

En efecto, el 9 de enero de 1973 la "Arn ericanHospital Association" aprobó la Carta de los dere-chos de los enfermos, en la que se reconoce a éstosel derecho "a rechazar el tratamiento en la exten-sión permitida por la ley, y a ser informados de lasconsecuencias médicas de su acción" (1); se reco-noce igualmente a los pacientes el "derecho a mo-rir con dignidad" en casos bien determinados deincurabilidad e insoportabilidad del sufrimiento.En igual sentido se pronunció la "New York StateMedical Society ". "El uso de la eutanasia no entraen la competencia del médico. El derecho a morircon dignidad o el cese de empleo de medios ex-traordinarios para prolongar la vida del cuerpo,cuando existe una prueba irrefutable de que lamuerte biológica es inevitable, es decisión del en-fermo y/o de la familia con aprobación del médicode la misma" (2). Posteriormente merece señalarseel "manifiesto sobre la eutanasia" de 37 personali-dades del mundo cultural, entre las que se encon-traban tres premios Nobel, que se declaraban a fa-vor de la "muerte dulce", como actitud profunda-mente humana hacia los moribundos que sufreninútilmente.

Estas declaraciones -y otras similares- suscita-ron un amplio eco en la prensa que, en general,reaccionó en contra, como si se hubiera pedido elderecho de practicar libremente la eutanasia. LaAsociación americana concretamente tuvo que pre-cisar que no pedía la liberalización de la eutanasiasino que reclamaba simplemente el derecho del en-fermo a que no sea prolongada su vida sin sentido.

Rev. Fil. Univ. Costa Rica, XXIII (58), 215-225,1985

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En todo caso hay que reconocer que tales declara-ciones contienen cierta ambigüedad -máximecuando está de por medio una vida humana- y seprestan a interpretaciones divergentes (3). Ocurreexactamente lo mismo con el término eutanasiaque si etimológicamente, como todo el mundo sa-be, significa sencillamente una "buena muerte", enla práctica puede recubrir hechos y situacionesmuy distintas, desde un asesinato alevoso hasta unacto de verdadero amor (y de ahí que los moralis-tas suelen distinguir y precisar -en la medida enque es posible- distintos tipos de eutanasia: leniti-va-occisiva, activa-pasiva, directa-indirecta, etc.).

En el presente trabajo no intentamos elaborarteorías llamativas u originales sobre el "derecho amorir" y la eutanasia. Tratamos más bien de diluci-dar y esclarecer criticamente los conceptos funda-mentales sobre estos tópicos desde una perspectivaprimordialmente ética y, en nuestra intención, hu-manista. Los puntos concretos que iremos desarro-llando se articulan en la forma siguiente: I) El mo-rir como un hecho natural; 11) El morir como underecho humano; ILl ) Exposición y crítica de lasteorías tradicionales sobre la eutanasia y sus diver-sos tipos, para finalizar con una visión panorámicade lo que hoy, comúnmente, se acepta como indis-cutido y como problemático en torno a la eutana-sia.

l. El morir como un hecho "natural".

Aclaremos en primer lugar que morir -sin másprecisiones- no constituye primordialmente underecho del hombre, sino que simplemente es algopropio de su misma naturaleza. "Todo lo que nacedebe morir", declaró lúcidamente el poeta.

En teoría, toda persona medianamente cultaaceptaría hoy sin rechistar verdades tan evidentesy perogrullescas como las que siguen: la muertehumana constituye un elemento natural de la vida,es el resultado normal y necesario de un ciclo evo-lutivo que comienza con la concepción; más sim-plemente, es la consecuencia biológica y naturaldel nacimiento. La muerte forma parte de la tramamisma de la vida y no es un accidente que se lesobreañada, sino que es el acabamiento natural dela vida. Escuetamente, la muerte es natural a lavida.

En la práctica, sin embargo (así lo atestiguan laetnología, la historia de las religiones y de las cul-turas, el psicoanálisis, etc.), casi es universal la ten-dencia a negar el carácter natural de la muerte delhombre. La muerte sería el resultado de un castigoinfringido por los dioses a la raza humana a conse-cuencia de alguna transgresión de los humanos aun mandato divino, sería el efecto de un podermaléfico enemigo del hombre (un demonio, un

totem, un hechicero, etc.). Cualquier explicaciónmítica y precientífica de la muerte como un casti-go divino o maleficio humano implica el rechazode la contingencia de la vida humana, cuya pruebamás evidente es la muerte, pues de algún modosupone que la muerte no es algo natural, sino elresultado de una intervención exterior.

"El hombre -escribe J.M. Pohier- concibe la muertecomo un acto de los dioses, de los demonios o de losenemigos para evitar verse obligado a reconocer que cons-tituye simplemente un hecho de su humanidad, de su naoturaleza de hombre. Y en el caso de no atribuírsela a unacausa exterior a sí mismo, se la imputará a sí mismo pen-sando que esta muerte es el resultado de alguna falta suya;él mismo por su culpa se ha hecho mortal. No obstantetambién en este caso, el rodeo que se da es el mismo,porque le permite al hombre pensar que si no hubieracometido la transgresión o si hubiera sido liberado de esafalta, se vería convertido en lo que sueña que hubiera sidosu verdadera naturaleza; una naturaleza para quien lamuerte no sería natural" (4).

En definitiva, nos topamos con la siguiente pa-radoja: el carácter natural de la muerte y la casiincapacidad (práctica) del hombre para reconoceresa naturalidad de su acabamiento como organis-mo biológico.

Por otra parte, es indudable que el hombre pue-de y debe prepararse a su propia muerte -los me-dievales hablaban de un "ars moriendi"; de un "ar-te de morir"- por ser ésta un momento capital desu existencia. Sin embargo, todas las aparienciasnos llevan a concluir que la muerte escapa de unmodo casi radical al campo de la conciencia y delquerer del hombre y que el acto de morir no espara él objeto de conciencia. Casi siempre, y porrazones de índole puramente fisiológica, la con-ciencia se torna imposible. Es claro que no puedesaberse con absoluta certeza el grado de concienciaque puede tener un moribundo. Pero la muerteconsiste precisamente en un proceso de desorgani-zación de las funciones físicas y psíquicas y dedescomposición del organismo, que no puede pormenos de obnubilar y anular la conciencia. Si biencabe preparase (previamente) a la muerte -ya elviejo Platón concibió, alguna vez, la filosofía comouna "preparación para la muerte"-, la muerte mis-ma, por definición, está más allá de la conciencia.En este sentido, hay algo de verdad en la soberanafrase de Epicuro:

"Mientras nosotros existimos, no existe la muerte, y cuan-do existe la muerte, entonces no existimos nosotros" (5).

Existe, pues, una barrera insalvable a la posibili-dad de vivir humanamente la muerte, si por "hu-manamente" se entiende el "arbitrio y el poder

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que ejerce el hombre sobre sus propios actos" (6).Todo esto lleva a la conclusión de que la muerte

en cuanto tal no es un derecho humano, sino másbien un hecho natural, que el hombre -y la medi-cina- pueden retrasar pero no eliminar. Es propiodel hombre -y de la medicina- luchar contra elsufrimiento y la muerte, pero debe admitirse tam-bién, por más que nos pese, que la muerte es, pornecesidad, inevitable por ser la "coronación" de lavida.

Nadie puede poner en duda los logros y méritosde la medicina en su lucha contra las enfermedadesy contra ... la postergación de la muerte. La medici-na moderna, en efecto, puede retrasar la muertemediante tratamientos quirúrgicos, químicos o ra-diológicos que, por otra parte, pueden conllevarriesgos graves. En estos casos, todo depende de laclase de vida -a veces, de muerte en vida- que seconsiga por estos medios. ¿Está obligado el enfer-mo a aceptar un tratamiento que retrasará sumuerte pero que supondrá al mismo tiempo unagrave mutilación física o psíquica? (7) ¿riene elmédico el deber de imponérselo, aun contra la vo-luntad del enfermo y/o de sus familiares? El mis-mo interrogante se plantea el afamado moralista B.Haering al preguntarse con razón si debe realizarseuna operación quirúrgica, que salvará probable-mente la vida de una persona, pero al precio dedejarla en un estado de total inconsciencia o degrave perturbación (8). Todo depende, decíamos,del tipo de vida que se considera digno del hom-bre. A este respecto suele distinguirse entre vidahumana puramente biológica y vida humana vivi-ble o humanizada. Una vida meramente biológica,vegetativa, arrancada in extremis a las garras de lamuerte, puede ser una victoria pÍrrica. Una medici-na a medida del hombre debe perseguir simultánea-mente -y en la medida en que ello sea posible- laprolongación de la vida, la disminución del dolor yel mantenimiento de la libertad. Ninguno de lostres objetivos debe perseguirse como algo absolutoy con total prescindencia de los demás. Dicho esto,hay que añadir inmediatamente que no existen vi-das "plenamente humanas" o humanizadas, y quesi tuviéramos que esperar a encontrar una vida ple-namente humana para conferirle el derecho a laexistencia, tal vez estaríamos todavía buscándola.

11. El morir como un derecho humano.

Si bien, como acabamos de ver, la muerte en síno es un derecho sino un hecho natural, correspon-de al hombre -y esto sí es un derecho- hacer quela muerte sea lo más humana posible; en otras pala-bras, el hombre puede y debe humanizar, en lamedida que ello sea posible, la misma muerte.

En general hoy se prefiere utilizar la expresión

"derecho a morir" (las más de las veces se añade"con dignidad", "con honor", "con serenidad","en paz", etc.) al término "eutanasia". Las razonesson varias; tal vez la principal: las connotacionesodiosas que evoca la palabra "eutanasia" debido alas aberraciones que, al amparo de este término, secometieron en Alemania en la época del nacio-nal-socialismo. Además, y por lo regular, no se tra-ta de un mero eufemismo lingüístico -mismos pe-rros con distintos collares o mismos burros condistintas albardas--, sino que la expresión "dere-cho a morir con dignidad", enfática y sibilina, si sequiere, responde a una problemática verdadera-mente nueva. Aunque la cuestión es tremendamen-te compleja -y la casuística al respecto es literal-mente inabarcable- en general los defensores del"derecho a morir" no piden que se mate o asesinea nadie, sino que no se prolongue artificialmenteuna existencia puramente vegetativa, cuando noexiste absolutamente ninguna esperanza de que elproceso sea reversible.

Son precisamente los espectaculares progresosde la medicina moderna los que han llevado a esteproblema que técnicamente suele llamarse distana-sia y que consiste básicamente en lo siguiente:

"La práctica que tiende a alejar lo más posible la muerte,prolongando la vida de un enfermo, de un anciano o de unmoribundo, ya inútiles, desahuciados, sin esperanza huma-na de recuperación; y utilizando para ello no sólo losmedios ordinarios, sino extraordinarios (y) muy costo-sos ...•• (9).

A este mismo problema se refería lean Ro-bert D ebray cuando en las décadas pasadasintrodujo en el lenguaje médico francés la expre-sión obstinación terapéutica para designar el com-portamiento médico, consistente en utilizar proce-dimientos terapéuticos cuyo efecto es más perju-dicial que los efectos del mal que se trata de curar,o inútil porque la curación resulta imposible o por-que el beneficio que cabe esperar es menor que losinconvenientes previsibles (lO).

Ante esta nueva problemática llama la atenciónla convergencia de una serie de declaraciones demuy diferente inspiración. Así por ejemplo, enFrancia, hace unos años, el Ministerio de SaludPública encargó a un grupo interdisciplinario yaconfesional el estudio de las relaciones entre elmédico y el moribundo. Una de las conclusiones aque llegó dicha comisión, reza así:

"Todo hombre tiene derecho a vivir su propia muerte.Este derecho debe reconocerse, pero no debe ser impuesto

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y menos todavía monopolizado. No se puede prohibir aun hombre, en la medida humanamente posible, elegir porsí mismo la propia muerte, y no hay ni personas ni institu-ciones que estén llamadas legítimamente a apropiarse dela muerte de otro" (11).

Por su parte, el célebre moralista italiano, G.Perico, escribe:

"Si con la expresión derecho a morir con dignidad enten-demos esta opción, con la total exclusión de intervencio-nes realmente mortales, es indudable que este derechoexiste. En este caso, el término 'dignidad' indica más quenada la 'respetabilidad de la suma de valores de la perso-na', que no se limita a una supervivencia más o menosprolongada ... sino que se extienden más bien al clima deserenidad, de paz y de conciencia, que debería ser propiodel morir humano" (12).

Los autores católicos suelen aducir una serie detomas de posición del magisterio eclesiástico a esterespecto. Limitándonos a las dos últimas décadas,cabe mencionar las siguientes declaraciones.

En primer lugar, la de Pablo VI en 1970:

"En muchos casos, ¿no sería una tortura inútil imponer lareanimación vegetativa en la última fase de una enferme-dad incurable? El deber del médico consiste más bien enhacer lo posible por calmar el dolor, en vez de alargar elmayor tiempo posible, con cualquier medio y en cualquiercondición, una vida que ya no es del todo humana y quese dirige naturalmente hacia su acabamiento" (13).

En igual sentido y con mayor nitidez se pronun-ció el Consejo Permanente de la ConferenciaEpiscopal Alemana en 1975:

"Al afrontar un problema tan fundamental es necesario,primero, mantener firme un punto: que todo hombre tie-ne derecho a una muerte humana. La muerte es el últimoacontecimiento importante de la vida, y nadie puede pri-var de él al hombre ... El derecho a una muerte humana nodebe significar que se busquen todos los medios a disposi-ción de la medicina, si con ellos se obtiene como únicoresultado el de retrasar artificialmente la muerte. Esto serefiere al caso en el que, por una intervención de caráctermédico, una operación, por ejemplo, la vida se prolongarealmente poco y con duros sufrimientos, hasta tal puntoque el enfermo, en breve período de la propia vida, seencuentra sometido, a pesar de la operación o justamentecomo resultado de la misma, a graves trastornos físicos opsicológicos ... Si el paciente, sus parientes y el médico,tras haber sopesado todas las circunstancias, renuncian alempleo de medicinas y de medidas excepcionales, no seles puede imputar el atribuirse un derecho ilícito a dispo-ner de la vida humana" (14).

Finalmente, en un extenso documento emitidoen 1980 por la Sagrada Congregación para la doc-trina de la fe, y aprobado por Juan Pablo 11, se

vuelve a insistir en los mismos tópicos:

"Es muy importante hoy día proteger, en el momento dela muerte, la dignidad de la persona humana y la concep-ción cristiana de la vida contra un tecnicismo que corre elriesgo de hacerse abusivo ... Ante la inminencia de unamuerte inevitable, a pesar de los medios empleados, eslícito en conciencia, tomar la decisión de renunciar a unostratamientos que procurarían, únicamente, una prolonga-ción precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sinembargo las curas normales debidas al enfermo en casossimilares ... Su rechazo (de tratamientos peligrosos y costo-sos por parte del enfermo) no equivale al suicidio, signifi-ca más bien, o simple aceptación de la condición humana,o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivomédico desproporcionado a los resultados que se podríanesperar, o bien la voluntad de no imponer gastos excesiva-mente pesados a la familia o la colectividad ... " (15).

Tal vez no sea del todo innecesario añadir a lostextos citados que, en estos casos, no se trata deeutanasia positiva ni negativa; no es cuestión -aun-que las fronteras no sean del todo nítidas sino untanto borrosas- de hacer morir, sino de dejar mo-rir; en pocas palabras, de respetar el derecho fun-damental del enfermo a su propia muerte.

Con las declaraciones citadas se puede relacio-nar también la "American Euthanasia Society"que propugna la aplicación del "Living Will", "elderecho a mOI:Y con dignidad" y exige que se per-mita a la persona -lecidir si quiere morir, en vez demantenerla viva mediante recursos artificiales oheroicos, al mismo tiempo que se le administransin regateo las drogas necesarias para evitarle losúltimos sufrimientos, aunque ello suponga acelerarel momento de la muerte. Al parecer, en EstadosUnidos es cada vez mayor el número de médicos,hospitales y juristas que defienden este derecho delos pacientes a tomar sus propias decisiones y loadoptan como moralmente obligatorio. Una vezmás, advertimos, no ha de tomarse esta posturacomo si fomentara la eutanasia activa (infligir lamuerte por piedad), a la que tan firme oposiciónlegal se ha dado, a partir de la segunda guerra mun-dial, en casi todos los países. El "derecho a morircon dignidad" es un problema planteado en estosúltimos años por los éxitos más que por los fraca-sos de la nueva medicina que puede alargar, a vecesinútilmente, una vida que ya no es del todo huma-na (16).

De todo lo expuesto en este apartado creemosque se deduce con toda claridad lo siguiente:

Hay que distinguir el "derecho a practicar laeutanasia" (cuya existencia, como se verá en elsiguiente apartado, es problemática) del "derechoa morir dignamente", que nos parece éticamenteaceptable. Se tiene el "derecho de que se nos dejemorir", no se tendría -o es problemático que se

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¿EUTANASIA O DERECHO A MORIR?

tenga- el "derecho de administrar la propia muer-te", entendiendo con esto el derecho de inflingirlao hacérsela inflingir. El problema es análogo al de!comienzo de la vida. Se tiene el "derecho de noquerer tener un hijo" (es decir, se tiene el derechode limitar o controlar los nacimientos); no se tieneel "derecho de administrar e! propio cuerpo", en-tendiendo con esto el derecho de abortar (17).

III. El problema de la eutanasia.

A) La teoría tradicional.

Abordemos directamente ya el espinoso proble-ma de la eutanasia. Tal término, como ya quedaadvertido, es terriblemente ambiguo y la termino-logía que utilizan los moralistas para tratar de re-cortar su polivalencia y amplitud semántica es tam-bién imprecisa y a menudo desconcertante.Veámoslo en detalle.

Las principales distinciones, desde el punto devista ético, con respecto a la eutanasia son las si-guientes: eutanasia positiva (= activa) y negativa(=pasiva); eutanasia directa e indirecta.

Brevemente, la eutanasia positiva (o activa) con-sistiría en la aplicación deliberada de una "terapia"encaminada a procurar la muerte del paciente an-tes de lo que sería esperada en otro contexto. Aeste tipo de eutanasia se la ha considerado y, engeneral, se la sigue considerando, como éticamentecondenable, pues en el caso de ser aceptada por e!paciente, sería un suicidio más o menos delibera-do; y en e! caso de serie impuesta contra su volun-tad sería simplemente un asesinato. La eutanasianegativa (o pasiva) consistiría en la omisión tam-bién deliberada y planificada de los cuidados o te-rapias que probablemente prolongarían la vida de!paciente. Los moralistas clásicos solían distinguirademás -y algunos todavía lo siguen haciendo-entre la omisión de medios terapéuticos normalesu ordinarios (que se consideraba y considera ética-mente inaceptable) y la no-aplicación de mediosexcepcionales o extraordinarios (que sería moral-mente permisible y aceptable).

La eutanasia (positiva) directa consistiría enrealizar una acción cuyo efecto inmediato (queridoy previsto) es privar de la vida a un ser humano,por ejemplo, asfixiar a un recién-nacido deforme;tal acto, como es obvio, se lo considera inmoral.La eutanasia (positiva) indirecta se daría al realizaruna acción que tiene un efecto inmediato bueno,pero que comporta simultánea y normalmente, co-mo efecto paralelo y divergente (previsto, aunqueno deseado) la muerte de un ser humano, porejemplo, administrando drogas que alivian los do-lores del enfermo, pero que le acortan la vida. Talacción sería éticarnente admisible, pues se trataría

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de un caso típico de aplicación de! "principio deldoble efecto": lo que se intenta no es acortar lavida del enfermo, sino mitigar sus dolores, aunque,con la aplicación de los fármacos, se produzca e!efecto negativo de! acortamiento de su vida, o loque viene a ser lo mismo, su muerte.

B) Crítica de la teoría tradicional

Tales conceptos, distinciones y soluciones pare-cen -al menos en teoría- muy claros, precisos,razonables y ... escolásticos. Pero en la práctica lascosas -y los casos- son mucho más complejos eimprecisos.

En primer lugar, las fronteras entre la eutanasiaactiva y pasiva son cada vez más borrosas, hasta e!punto de que cada día son más numerosos los filó-sofos y teólogos moralistas que niegan que se dérealmente una eutanasia pasiva, o en todo caso,que la mencionada distinción sea moralmente rele-vante. Así por ejemplo, e! conocido moralista ita-liano L. Rossi, escribe:

"La eutanasia, entendida como muerte dulce, es en reali-dad un eufemismo, porque consiste en conferir de hechola muerte, sin que tenga mucha importancia el que serealice mediante una acción u omisión. Desde el punto devista moral, pues, no juzgamos relevante la distinción en-tre eutanasia positiva y negativa ... " (l8).

En igual sentido, y con mayor claridad si cabe,se pronuncia e! brillante y famoso teólogo alemánH. Küng:

"Si bien se mira, en el proceso de diferenciación entreeu tanasia pasiva y activa las zonas grises se hacen cada vezmayores, pues ¿es la interrupción de un tratamiento médi-co ordenado a conservar la vida, por ejemplo, la retiradade un respirator, una eutanasia pasiva o activa? Vista des-de su efecto (llegada de la muerte), la omisión de unaacción (normal dosis de morfina con suspensión de la ali-mentación artificial) puede ser exactamente lo mismo queuna acción positiva (sobredosis de morfina). Lo que con-ceptualmente es claro y fácil de diferenciar, en concretoes a menudo imposible de delimitar; los límites de separa-ci6n entre todos estos conceptos de eutanasia -activa ypasiva, natural y artificial, mantenedora y acortadora de lavida- son a todas luces fluctuantes" (19).

Por su parte, la filósofa moralista norteameri-cana, P. Cohn hace una serie de observaciones simi-lares y muy atinadas a este respecto. Reconoce queno es absolutamente lo mismo matar y dejar morir-se, pero que tales acciones no coinciden exacta-mente con la eutanasia activa y pasiva. Más en con-creto, según la autora, no se da realmente una eu-tanasia pasiva:

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"Nuestro uso Iingüístico da un mentís a la afirmación deque una de las dos clases de eutanasia es realmente pasiva.No se puede desconectar un aparato para la respiraciónartificial pasivamente; se desconecta (activamente) el apa-rato. No se puede dejar pasivamente de emplear mediosexcepcionales para prolongar la vida (se hace algo con elfin de hacer cesar el funcionamiento de esos medios). Tan-to la eutanasia activa como la pasiva implican tomar unadecisión razonada y actuar de acuerdo con tal decisión ...Si la diferencia entre eutanasia activa y eutanasia pasiva seapoya en la distinción entre 'hacer algo para producir lamuerte de una persona' y 'no hacer nada para producir lamuerte de una persona', no cabe entonces decir que des-conectar un aparato para la respiración artificial sea nohacer nada. En estas circunstancias, se hace realmente al-go.

En conclusión, la distinción entre la eutanasia activa yla pasiva... es equivocada o es arbitraria en el sentido deque no existe semejante distinción, moral o lógicamente.Da la impresión de que se ha introducido esta distincióncon el fin de evitar acusar a los médicos de homicidio, másbien que con el fin de sentar una serie de normas destina-das a establecer lo que más convenga a los pacientes"(20).

Asimismo, la distinción entre medios normalesu ordinarios y medios excepcionales o extraordina-rios, con los avances de la medicina moderna -enconcreto, con las técnicas reanimatorias, terapiassofisticadas pero comunes en los centros hospitala-rios modernos- se ha hecho cada vez más impreci-sa y nebulosa. En realidad hoy no se sabe exacta-mente qué se designa con las expresiones "mediosordinarios" y "extraordinarios". Antes, por ejem-plo, los moralistas consideraban como un medioextraordinario -y por tanto, como no obligatoriosino potestativo- la amputación de una pierna.¿Podríamos seguir hoy afirmando lo mismo? Difí-cilmente. Otros ejemplos más actuales: los masajescardíacos, la respiración artificial, la alimentaciónendovenosa, terapias radioactivas, etc. éson mediosordinarios o extraordinarios? Imposible dar unarespuesta categórica (al menos sin tener en cuentalas circunstancias del paciente, de su familia, delcentro hospitalario, etc. Y aún así, posiblementecabrí an diferentes respuestas) (21).

Finalmente, por lo que se refiere a la eutanasiadirecta e indirecta, permítasenos simplemente re-cordar que tal distinción se basa en el clásico"principio del doble efecto", pero que tal princi-pio ha sido y es cada vez más cuestionado por lateología moral contemporánea, por su obscuridad,por las continuas excepciones a que da lugar suaplicación -aquí, las excepciones serían más bienla regla- y, en definitiva, porque casi nunca sepueden cumplir en la práctica las cuatro condicio-nes que los moralistas clásicos exigían para podermoralmente realizar una acción con un doble efec-to (bueno y malo o positivo y negativo) (22).

Efectivamente, una de las condiciones tradicio-nales, para poder realizar una acción con un dobleefecto, era la existencia de una "razón proporcio-nadamente grave" (y tanto más grave cuanto peorsea el efecto malo o negativo). Apliquemos esto ala eutanasia indirecta. ¿Puede existir una razón jus-ta y proporcionada -en este caso, sería la mitiga-ción o supresión de un dolor que se supone muyintenso- para administrar drogas o fármacos queimplican el acortamiento de la vida o, lo que es lomismo, la muerte misma? ¿No habría más bienque sostener -dentro de esta óptica tradicional-que la vida es el supremo valor y que no hay ningu-na razón justa ni proporcionada, ni siquiera la miti-gación del dolor, para acelerar el fin o acabar conesa vida?

Otra de las condiciones clásicas era que "el efec-to bueno no debe producirse a través del malo".En el caso de la eutanasia indirecta es dudoso queno se infrinja también esa condición, pues, al pare-cer, el efecto bueno (m itigación del dolor) se ob-tendría precisamente como resultado de la dismi-nución y anulación progresiva de la sensibilidad yde la conciencia (= pérdida de las funciones vitalesque conducirían a la muerte) a consecuencia de laingestión de las drogas calmantes. A este respectosuele citarse siempre el caso de la muerte de S.Freud. Este padecía de un cáncer en la boca que sefue extendiendo progresivamente al paladar y a lasmandíbulas hasta la cara externa, y había hechoun pacto con su médico, el doctor Schur, para queéste le evitase los últimos dolores. Llegó un mo-mento en que ni la mascota de Freud -una perri-ta- pod ía soportar el hedor que desped ía el miem-bro canceroso y rehuía la compañía de su cariñosoamo. A una señal convenida, su médico le aplicó ladosis de morfina conveniente que le hizo entrar enun coma del que no recobró el conocimiento (23).¿Fue eutanasia? En caso afirmativo éfue una euta-nasia directa o indirecta? Indudablemente, la mo-ral casuísta y tradicional puede justificar tal actoarguyendo que lo que se perseguía era calmar losúltimos sufrimientos de una persona ya moribun-da. Pero también se podría redargüir -dentro deesta óptica casuísta- que tal acción fue ilegítimaen cuanto que acortó la vida del fundador del Psi-coanálisis.

De lo expuesto en esta última parte, podemosconcluir que los principios de la moral tradicionalaplicados a la eutanasia -y a sus diversos tipos-dejan mucho que desear en lo que a claridad ycoherencia lógica se refiere. En teoría, los concep-tos parecen nítidos y las soluciones inobjetables.Pero, como se ha visto, la praxis -la vida y lamuerte- es terriblemente compleja y parece re-fractaria a dejarse encajonar en fríos conceptosteóricos. Casi estaríamos tentados a suscribir la

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221¿EUTANASIA O DERECHO A MORIR?

triste constatación de V. Jankélévich:

"La casuÍstica en materia de medicina es de tal naturaleza,que los principios de la moral resultan insuficientes en lamayoría de los casos para dictar la decisión al médico. Enresumen, la moral tal y como hay la concebimos no puedeservir prácticamente de nada para el médico" (24).

De todas formas, para que no se juzgue nuestraexposición demasiado negativa y derrotista, vamosa aventuramos a resumir a continuación lo que, entorno a la eutanasia, se acepta hoy como indiscuti-do y cierto y lo que sigue siendo problemático ypolémico (25). Advertimos también que, a pesarde haber criticado la terminología utilizada por lamoral tradicional en torno a la eutanasia, nosotrosmismos, a falta de otra mejor, nos veremos obliga-dos en ocasiones a seguir utilizándola,

C) Lo indiscutido.

Todo el mundo está de acuerdo hoy en rechazarla eutanasia forzosa, impuesta por el Estado -opor cualquier otra instancia ajena al individuo o asus tutores- y consumada sin el consentimiento dela persona. N adie quiere revivir la triste y abomina-ble experiencia del nacional-socialismo en que bajoel célebre "programa de eutanasia" fueron vilmen-te asesinados millares de "vacíos envoltorios huma-nos", "existencias lastradas", "infrahombres" y"personas indignas de vivir" ... . . .,

Se acepta, a contrario sensu y Sin discusión, tan-to desde e! punto de vista ético como legal, laeutanasia lenitiva (=eutanasia sin acortamiento dela vida) en la que e! médico se limita a administrardrogas calmantes para mitigar e! dolor. En realidadaquí no se debería hablar de eutanasia -ni siquierade eutanasia lenitiva-«, sino simplemente de lo queanteriormente hemos denominado "derecho a mo-rir dignamente". En efecto, dado que el hombretiene derecho a morir con dignidad, a una muertelo más humana que sea posible, uno de los medios-y de los deberes- para "humanizar" su muerte esreducir sus dolores a límites soportables, para queel moribundo pueda afrontar lo más serenamenteposible sus últimos momentos. , .

Asimismo, hay un amplio consenso entre médi-cos, juristas, teólogos y filósofos, para aceptar loque, según la terminología utiliz.ada a~teri.o~ente,habría que denominar eutanasia pasiva ,indirecta.Se trataría simplemente de la interrupcion de unaterapia de la que (se supone o se espera) va a se-guirse el acortamiento de la vida. Es el caso, tantasveces recordado por la prensa en estos últimosaños de la aún "viviente" y tristemente famosaKaren Ann Quinlan. En realidad tampoco aquÍ ha-brá que hablar propiamente de eutanasia (prescin-

diendo de si se da realmente una eutanasia pasiva,indirecta, etc.), sino, más exactamente, de inte-rrupción de la prolongación artificial de la vida. Enotras palabras, sería un caso más -puesto que t~m-poco aqu í se asesina a nadie- de lo que repe~lda-mente venimos llamando "derecho a monr digna-mente".

D) Lo problemático.

Lo realmente problemático +Ia vexata quaestiode lo que hoy se entiende por eutanasia- es si e!hombre -y por supuesto, no e! hombre sano, sinoel hombre gravemente enfermo, moribundo, de-sahuciado- tiene derecho a disponer de su vida, olo que le reste de vida, hasta decid ir su. propiamuerte, infligiéndose!e o haciéndose!a infligir. E~otras palabras, se trata de la llamada eutanasia acti-va y (se supone) completamente voluntaria tantopor parte de! paciente como de! médico.

Posiblemente sería presuntuoso por nuestra par-te dar, en un sentido o en otro, una respuesta cate-górica y tajante. A este respecto se pue.de~ cons-truir argumentos y contraargumentos ad tnflnt~u,!,.

Para el creyente -y en concreto para el cnstia-no- aparentemente la cuestión está muy clara y

d " "zanjada de antemano. Se respon e con un norotundo a la eu tanasia activa por las razones consa-bidas del "no matarás", el hombre no es dueño desu vida sino un mero usufructuario o administra-dor, hay que esperar el fin dispuest.o p,or Dios, e~c.Que no se nos malinterprete. de mngun modo In-fravaloramos tales respuestas y actitudes. Lo únicoque queremos poner de relieve es que la cuestiónno es tan evidente e inobjetable como normalmen-te se la presenta. En efecto, uno puede responder,desde dentro del Cristianismo, de diferentes mane-ras a tales razones. Concretamente:

El precepto del "no matarás" nunca ha sidoabsoluto y sin ninguna excepción .ni en la mismaBiblia ni en la teología moral cristiana. Por ejem-plo, nadie absolutamente niega hoy el derecho a lalegítima defensa, incluso con la muerte del Injustoagresor. Lo cual prueba sencillamente que, inclusodentro del Cristianismo, tal precepto no es absolu-to. Tal vez, con mayor pertinencia, se podría tam-bién añadir que dentro de! Cristianismo la vida hu-mana no es el supremo valor entre todas las cosas.El valor supremo es la caridad ... que está por enci-ma de la vida: "Nadie tiene mayor amor que el queda la vida por sus amigos" (J n. 15,13 )'. Por lo de-más, toda la tradición ascética y martirial del Cris-tianismo van en ese mismo sentido. Si, por unaparte, no hay ninguna "vida indigna de ser vivida",por otra, tampoco hay ninguna "vida dign~ de ~ervivida" en todas las circunstancias, como SI la VIda

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Bonhoeffer en su Etica. "No hay ninguna verdade-ra razón para considerar reprobable el suicidio,sino el hecho de que por encima del hombre estáDios. Y el suicidio niega precisamente este hecho".Entonces équé pasa con el increyente que, por de-finición, no admite una instancia divina por enci-ma del hombre? ¿Puede o no puede disponer li-bremente, a su libre albedrío, de su vida y del finde su vida? é'I'iene o no tiene jus in se ipsum,derecho sobre sí mismo? Y si se concede este de-recho al hombre sobre los demás actos de su vida

é con qué lógica se le niega este mismo derechosobre el fin de su vida? Evidentemente, dentro deesta óptica laica y secularizada, si se quiere negar lalicitad moral de la eutanasia, no cabe otra opciónque recurrir a otra instancia superindividual (no ladivina, puesto que, ex bypotbesi, se prescinde deella), que sería la Sociedad o el Estado -así, conmayúsculas-. Sencillamente, la eutanasia no seríalícita moralmente porque es un acto antisocial,porque la vida de un individuo es de interés públi-co, de interés social y por tanto, no se podría mo-ralmente, válidamente, consentir en la propiamuerte. En otras palabras, el individuo -la personaprivada- no podría disponer de sí mismo, porqueno se pertenece a sí m ismo sino que pertenece auna entidad superior llamada "Sociedad" o "Es-tado".

Una observación más a este respecto. En estaúltima parte de nuestro trabajo (sobre la eutanasiaactiva) hemos partido siempre del supuesto, comoqueda indicado, de que tal eutanasia no es impues-ta por nadie, sino que el paciente la pide volunta-riamente y da su pleno consentimiento. Frecuente-mente se suele objetar que tal pedido o consen-timiento no puede ser válido moralmente, porque elpaciente en esos momentos, por diversas causas,suele tener gravemente alteradas sus facultadesmentales. Es muy posible que ello sea así. En todocaso, esta objeción -no validez del consentimientodel paciente- se puede responder sin más recor-dando que tanto la ley civil como la religión reco-nocen validez a otros actos de los moribundos enlas mismas circunstancias: testamentos, matrimo-nios in extremis, etc. (28).

A estas alturas de nuestro trabajo, posiblementeel sufrido lector tal vez espere que nos pronuncie-mos ya, personal y rotundamente, a favor o encontra de la eutanasia. Probablemente quedará de-fraudado. Hay muchos factores marcadamentesubjetivos y, por tanto, difíciles de ponderar obje-tiva y científicamente en el presente caso: vida ym uerte, bienestar y dolor, libertad e inconscien-cia ... ¿Qué es lo más importante? Perogrullo, sinduda, respondería: los tres simultáneamente: la vi-da, el bienestar y la libertad. Pero, a veces, "il faut

ANTONIO MARLASCA222

biológica fuera el mayor de los bienes. Con razónescribía Bonhoeffer en su Etica: "Se puede seguirviviendo por motivos despreciables y abandonar es-ta vida por motivos nobles". Hace unos años llamópoderosamente la atención la acción de Jan Palak,el joven checoslovaco que se quemó vivo para pro-testar por la presencia de los tanques rusos en Pra-ga.

Dentro del Cristianismo se afirma igualmenteque la vida es un "don" de Dios y que el hombreno tiene "dominio" sobre ella. Pero uno podríaañadir é no es también la vida, por voluntad deDios, tarea y responsabilidad del hombre? Hastahace unos años los teólogos moralistas considera-ban la regulación de la natalidad como una injeren-cia indebida -y por tanto, inmoral- de los hom-bres en los "dominios divinos" ... hasta que hubie-ron de reconocer que también el comienzo de lavida humana ha sido dejado por O ios a la responsa-bilidad del hombre. Pari modo,

••¿(no) cabría igualmente pensar que el fin de la vida hu-mana esté dejado más que hasta ahora a la responsabilidad(¡no a la arbitrariedad! ) del hombre por el mismo Dios,que no quiere que le endosemos una responsabilidad quenosotros mismos podemos y debemos asumir? " (26).

Finalmente cuando se aduce que hay que espe-rar pacientemente el "fin dispuesto por Dios", ca-bría responder modesta y escuetamente que elhombre ignora completamente el fin previsto y dis-puesto por Dios para su enfermedad. O é acaso hade creer que Dios quiere positivamente que sigasufriendo cuando la medicina ha declarado que elproceso mortal es ya irreversible?

En el caso de los no-creyentes, la cuestión de lalicitud moral de la eutanasia activa se torna toda-vía más obscura y problemática. Y no es que sea-mos tan simplistas como para aceptar sin más lafamosa proposición de Dostoievsky, repetida y co-mentada por J. P. Sartre:

"Si Dios no existe, todo está permitido"(27).

Una moral laica y secularizada, incluso belige-ranternente atea, acepta siempre el principio deque mi libertad y mis derechos terminan dondeempiezan la libertad y los derechos de los demásy ... por tanto, "no todo está permitido". Pero, conesto no queda descartada moralmente la eutanasia(pues, al aceptarla y consentir en ella el moribun-do, no se ve claramente que esté invadiendo lalibertad yel derecho ajenos). En efecto, la postula-ción o aceptación voluntaria, por parte del pacien-te, de la eutanasia -una vez más, no se trata de laeutanasia forzosa- equivaldría moralmente a unsuicidio. Ahora bien, como escribe lúcidamente

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¿EUTANASIA O DERECHO A MORIR? 223

choisir ... " Quien piense que la vida es el valor pri-mordial, lógicamente condenará la eutanasia. Con-trariamente, quien sostenga que una vida en conti-nuo y acerbo dolor o en total inconsciencia nomerece vivirse, optará consecuentemente por la eu-tanasia. En este sentido suscribimos plenamente larazonada posición de P. Cohn -y el lector adverti-rá que está plagada de "condicionales"-:

" ...Desde un punto de vista moral hay que reconocer quesi la vida es deseable a toda costa, entonces no deberíapermitirse ni la eutanasia pasiva ni la activa, ni la involun-taria ni la voluntaria. Por otro lado, si se admite como unaobligación superior la de aminorar el sufrimiento, enton-ces y siempre que la persona en cuestión acceda a elloreflexiva y voluntariamente, sería deseable adoptar losmedios más eficaces para alcanzar el indicado fin. En talescasos habría que considerar moral la práctica de la euta-nasia activa" (29).

De todas formas, como en este trabajo no setrata de sostener tesis llamativas u originales, sinode dilucidar y esclarecer lo que es cierto y lo quees dudoso ... lo cierto es que lo que podríamos lla-mar -con toda la ampulosidad e imprecisión queesta expresión conlleva- la "conciencia mora! dela humanidad actual", ésta, en líneas generales, re-chaza la praxis de la eutanasia activa y la considerainmoral. Están todavía muy cercanos los crímenescometidos por Hitler y sus secuaces al amparo del"programa de eutanasia" y se teme que si se dejaabierto un pequeño portillo para practicar la euta-nasia, por tal portillo puedan "colarse" abusos di-fíciles de controlar. (Así por ejemplo, los juristassuelen oponerse a la eutanasia porque ven en ella laposibilidad de deshacerse de adversarios políticos,competidores peligrosos, testigos incómodos, fami-liares molestos y gravosos; los médicos, por su par-te, aducen que su misión es curar y no matar, quelos pacientes desconfiarían de ellos, etc. Toda estaargumentación en sí misma es válida, pero no sepodría aplicar a! caso hipotético -al que nos he-mos referido- de una eutanasia activa, pedida yconsentida por el paciente). Por todo ello, la leycivil en casi todos los países es mayoritariamenteadversa a la práctica de la eutanasia activa (30).Aunque también cabría anotar que, en estas últi-mas décadas, a las personas acusadas, juzgadas ycondenadas por practicar la eutanasia, en generalse les ha impuesto, más que todo, sanciones simbó-licas (31).

* * *

Nos hemos limitado a exponer, un tanto desear-nadarnente, los argumentos y contraargumentosque consideramos más importantes desde el puntode vista ético -no desde la perspectiva jurídica o

médica- a favor y en contra de la eutanasia. Re-nunciamos a hacer una crítica o valoraciónpersonal y explícita sobre los mismos. Tal valora-ción queda ya implícita en nuestra exposición y,por lo demás, el lector juicioso podrá hacerla porsí mismo. El profano en esta materia tal vez nosacuse de haber utilizado una terminología un tantocomplicada. Es posible. Pero es la única manera deintroducir un poco claridad en un tema tan nebu-loso: no es lo mismo "practicar la eutanasia" a unjoven, alegre y vigoroso gitano, por el exsecrabledelito de pertenecer a una "raza inferior", que ac-ceder a los gemidos de un desahuciado d ándole uncalmante -mortal o no- para mitigar sus dolores,o "desconectar el enchufe" del aparato respirato-rio de un sujeto con "muerte cerebral".

Renunciamos igualmente a sacar conclusionesgenerales. En cada una de las partes de nuestrotrabajo las hemos ido explicitando, en la medidaen que ha sido posible, o, como dirían los medieva-les, "en la medida que la materia lo permitía",pues no se puede pedir igual grado de certeza yexactitud en cuestiones matemáticas, pongamospor caso, que en temas antropológicos y morales.En nuestro caso, la dificultad aumenta, pues, paraempezar -o mejor, para terminar- la medicinamoderna ha hecho más complejo el fenómeno dela muerte, y lo que antes era muy claro -el hom-bre moría cuando su corazón dejaba de funcio-nar- ahora ya no lo es: la reanimación cardíaca,los marcapasos y el trasplante de corazones, etc.,han hecho que el fallo del corazón haya dejado deser el criterio certero de una muerte irreversible. Ymás espectacular: el corazón puede seguir funcio-nando cuando el sujeto cl ínicarnente está muerto(necrosis cerebral), de tal forma que se puede ha-blar con pleno sentido de "vida biológica de unsujeto clí nicamente muerto ... " (32).

En estos últimos años los problemas de la euta-nasia y del derecho a una muerte digna han dejadode ser tabúes y se han discutido acaloradamente, sibien en círculos reducidos. Parece probable que enlos próximos años no disminuirá el interés sobreestos temas. Todo lleva a pensar que -al igual queen las décadas pasadas el tema candente fue el delcomienzo de la vida humana o regulación "artifi-cial" de la natalidad- en un próximo futuro eltema controversial y polémico será el del fin de lavida humana: la eutanasia y el derecho a morirdignamente... Con las presentes páginas hemosintentado modestamente contribuir a destacar lasluces y las sombras en este claroscuro -más oscuroque claro- de la muerte del hombre.

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224 ANTONIO MARLASCA

( 1) "Bill of Rights for Patients", enNew York Times,9 enero 1973, p.30.

( 2) "Right to die with Dignity", en News Release,Medical Society of the State of New York, 11 enero1973.

( 3) CL Gafo Fernández J., Nuevas perspectivas en lamoral médica. Ibérico Europea de Ediciones, Madrid, pp.221-222.

( 4) Pohier J.M., Muerte, naturaleza y contingencia,en "Conciliurn", NO.94 (1974), p.70.

( 5) Epikurea, edit. por H. Usener, Roma, 1963, p.61,6-8.

( 6) Tomás de Aquino, Suma Teológica, Prólogo de la11 Parte. La moral clásica y el autor recién citado dis-tinguían agudamente entre "actus horninis" y "actushumanus". La muerte no sería propiamente un "actohumano", sino un "acto del hombre", en cuanto animal,que escapa al control de la conciencia.

( 7) El periódico La Nación (Costa Rica) publicó haceunos meses una serie de reportajes sobre este tema. Enuno de ellos se narraban las vivencias e impresiones de unapersona salvada de la m uerte merced a un proceso tera-péutico, tremendamente doloroso, llamado diálesis pe-ritoneal. No entramos en el fondo del asunto. Nos li-mitamos a transcribir textualmente algunos párrafos delreportaje. Habla el paciente: "Yo pedía a gritos que pa-raran el tratamiento porque en ese esfuerzo de los mé-dicos y enfermeras por salvar mis riñones iba a perder lavida ... En aquel momento yo no era un individuo, unapersona, sino un cuerpo con orificio abierto a la altura delos riñones por donde dejaban ir bolsas de un líquidoespecial cada hora ... ". Pese a todo, el paciente fue salvadogracias a los esfuerzos heroicos del personal médico.Ahora está en su casa y confiesa: " ... Estoy en la casa,pero con los riñones destruidos, condenado a la diálesis enel riñon artificial cada dos días. Eso es traumático, ademásde que cada acto de mi vida requiere un esfuerzo so-brehumano. Ahora reflexiono: ¿para qué me dejaronviviendo así? ¿No hubiera sido mejor descansar? Admitoque deseo que venga la muerte y muchas veces pienso,¡qué alivio si me ocurre un paro cardíaco! (La Nación,20 de noviembre 1984, p.8).

( 8) CL Háring B., Moral y Medicina. Ed. P.S., Madrid,1972, p.144.

( 9) Higuera G., Experimentos con el hombre. Ed. SalTerrae, Santander, 1973, p.252.

(lO) Cf. Debray J.R., Le malade et son médecin. Paris,1965, pp. 67 ss.

(11) Ministerio de Salud Pública y Seguridad Social,Les problémes de la mort (Informe del grupo de trabajopresidido por el doctor Claude Veil). París, 1973, p.4.

(12) Perico G., Diritto di morire? , en "Agg. Sociali",Dic. 1975, p.681; cit. por L. Rossi en Suplemento delDice. enciclopédico de Teología Moral. Ed. Paulinas, Ma-drid,1978,p.1366.

(13) Carta del cardenal Villot, secretario de Estado,dirigida el 3 de octubre de 1970, en nombre del Papa, alSecretario general de la Federación Internacional de lasAsistencias Médicas Católicas. Cit. por M. Vidal, en Moralde Actitudes, Il, Etica de la persona. Ed. P.S., Madrid,

NOTAS

1979, pp. 247-248.(14) Revista "Ecclesia" (Madrid), NO.35 (1975), pp.

1239-1240.(15) Periódico La Nación (Costa Rica), 27 de junio de

1980, p.18.(16) Cf. Beisheim P., La moderna tanatologia, en

"Concilium", nO.94 (1974), p.142.(17) CL Rossi L., Suplemento del Dice. enciclopédico

de Teología Moral. Ed, Paulinas, Madrid, 1978, p. 1366.(Alteramos ligeramente la posición del autor citado).

(18) Rossi L., op. cit., pp. 1632-1633.(19) Küng H., ¿ Vida eterna? Ed. Cristiandad, Madrid,

1983, p.278.(20) Ferrater Mora J.- Cohn P., Etica aplicada. Del

aborto a la violencia. Alianza Ed., Madrid, 1983, pp.102-103.

(21) Cf. Gafo Fernández J., op, cit., pp. 225 y 231.(22) Cf. Rossi L., Principio del doble efecto, en Dic-

cionario enciclopédico de Teología Moral. Ed. Paulinas,Madrid, 1974, pp. 233-247.

(23) Cf. Jones E., Vida y obra de S. Freud, T. III. Ed.Nova, Buenos Aires, 1962, pp. 265-266.

(24) Texto citado por J.M. Pohier, arto cit., p.66.(25) Cf. Küng H., ¿Vida eterna? pp. 271-281.(26) Ibidem, p.279.(27) Sartre J.P., El existencialismo es un humanismo.

Ed. Sur, Buenos Aires, 1978, pp. 26-27.(28) Cf. Jiménez de Asúa L., Libertad de amar y de-

recho a morir. Ed. Losada, Buenos Aires, 1946, p.528.(29) Ferrater Mora J.- Cohn P., op. cit., p.103.(30) En Costa Rica, por ejemplo, el código penal vi-

gente en la actualidad (desde 1970) es bastante equitativocon el "delito" de la eutanasia (lo denomina "homicidiopor piedad" u "homicidio piadoso"), pues, por una parte,lo sanciona con prisión de seis meses a tres años, pero, porotra, confiere al juez la facultad de otorgar el perdónjudicial: "Homicidio por piedad. Artículo 116. Se impon-drá prisión de seis meses a tres años al que, movido por unsentimiento de piedad, matare a un enfermo grave o in-curable, ante el pedido serio e insistente de éste aúncuando medie vínculo de parentesco". (...) "Artículo 93.También extingue la pena. el perdón que en sentenciapodrán otorgar los jueces al condenado, previo informeque rinda el Instituto de Criminologfa sobre su per-sonalidad en los siguientes casos: ... 6) A quienes en casode homicidio piadoso, se compruebe que accedieron areiterados requerimientos de la víctima y el propósitoademás fue el de acelerar una muerte inevitable": Colegiode Abogados, Código penal y leyes conexas. Ediciónpreparada por el Lic. A. Vincenzi, 1972, pp.96 y 87 res-pectivamente.

(31) Uno de los casos que, en estos últimos años, susci-tó mayor interés en la opinión pública fue el procesojudicial contra la doctora holandesa Postma van Boven,acusada de haber practicado la eutanasia contra su propiamadre, de 78 años, hernipléjica y enferma de cáncer. Estahabía intentado varias veces quitarse la vida, hasta quefinalmente su hija le inyectó una sobredosis de morfinaque le causó la muerte. El tribunal holandés que juzgó a lamédico, la condenó ... pero con una pena simbólica: una

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¿EUTANASIA O DERECHO A MORIR?

privación de libertad de diez días, que la doctora no tuvosiquiera que cumplir. Cf. Gafo Fernández J., Op. cit., p.222.

225

(32) Cf. Kliufer Ch., La muerte desde el punto de vistamédico, en "Concilium ", no.94 (1974), pp. 29-38;Beisheim P., La moderna tanatolog ía, ibidem, pp.137-143.

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