ética, no sólo cosmética

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  • 8/16/2019 Ética, no sólo cosmética

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    Ética, no solo cosmética La caída de la economía impulsó medidas de transparencia.Pero las formas de vida consumista han cambiado más bienpoco

    En una conferencia sobre la crisis y sus causas comentaba CarlosSolchaga la frase de un amigo suyo, que reflejaba todo un mundo: “A míme gustaría vivir como antes, pero pudiendo”. Ese era el sueño de unabuena parte de los españoles, recuperar las posibilidades del pasado con

    dinero suficiente como para disfrutar de ellas. El ciclo del que formabaparte la conferencia, celebrado en la Fundación ÉTNOR [ética de losnegocios y de las organizaciones], llevaba por título¿Leccionesaprendidas? Nuevos caminos hacia el crecimiento y nuevas formas de vida , y alterminar se llegó a la conclusión de que poco o nada se estabaaprendiendo, que ni apuntaban nuevas formas de crecer, si es que habíaque crecer, ni tampoco se mostraban formas de vida nuevas.

    Sin embargo, para quienes creen que es bueno convertir los problemasen oportunidades de progreso, la ocasión parecía única. Inclusoeconomistas neoliberales reconocían que las causas de la crisis no eransólo los ciclos inevitables, esa especie de destino implacable ante el quesólo queda la resignación, sino también malas actuaciones éticas, antelas que es posible el cambio porque están en parte en nuestras manos.

    Entre esas causas contaban la falta de transparencia en las prácticasbancarias, en el mundo empresarial y político, el fallo en los mecanismosde regulación y control, la falta de profesionalidad por parte de quienesactuaron por incentivos perversos en las entidades financieras y en lasempresariales. Películas como Inside Job o Margin Call sacaban a la luzesas pésimas prácticas que debían cambiar. Pero otras formas de actuarse extendían al conjunto de la población: la corrupción, mayor en quienes

    tienen más poder, pero también capilar, la maldición del cortoplacismo,

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    que impide la reflexión prudente, o el fracaso de modelos de vidaconsumista.

    Ante la pregunta “¿qué hacer?” las Administraciones Públicas ponen enmarcha medidas de transparencia, las empresas y entidades bancariasse comprometen con la Responsabilidad Social y con la Agenda 2030 dela ONU [para el desarrollo sostenible], y en la sociedad proliferan losmovimientos y pactos anticorrupción. Algo hemos aprendido si todo estoprende en la vida cotidiana, si es ética y no sólo cosmética. Pero lasformas de vida consumistas han cambiado poco y no llevan trazas decambiar, porque en ellas se unen el hambre y las ganas de comer, lasmotivaciones personales y la dinámica económica.

    A esto se suman los consejos de los nuevos predicadores: debes querertemás, darte más gustos, cuidarte

    Cualquier estudio serio sobre las motivaciones del consumo aprecia queel afán de emulación sigue siendo un impulso tan poderoso como cuandolo estudió Veblen. Sólo que ahora no se trata únicamente de imitar a unaclase ociosa, sino también de imitar a cantantes, deportistas, gentes dela prensa del corazón, gente famosa. Consumir lo que ellos consumen,incluso lo que consume el vecino, es un deseo que puede llevaraparejado un sentimiento de injusticia: si él lo tiene, ¿por qué no yo? Yentonces el deseo de consumir se convierte en un derecho que sereclama como exigencia de igualdad.

    A esto se suma el afán de sentirse a gusto consigo mismo con unnewlook , una nueva casa, un coche nuevo, y el de seguir los consejos de losnuevos predicadores: debes quererte más, darte más gustos, cuidartemás.

    Y además en un mundo en que todo tiene que ser divertido. La meta deniños y jóvenes es pasarlo bien y la de sus padres que lo pasen bien.

    Pero también ejecutivos o intelectuales aseguran que hacen su trabajo

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    porque les divierte, aun en los momentos en que se les ve agotados ymuertos de sueño.

    Por otra parte, al hambre se juntan las ganas de comer. Decía AdamSmith que el consumo es el fin de la producción, y que esa es unaafirmación tan evidente que no necesita demostración. Pero, con eltiempo, medio y fin han cambiado de lugar: el consumo es indispensablepara producir y, por lo tanto, para crear puestos de trabajo, sin los que nohay salarios ni posibilidad de vida digna. Por eso seguimos viviendo enuna de esas contradicciones culturales del capitalismo tan difíciles desuperar, porque hemos ligado el consumismo —no sólo el consumo— alas posibilidades de producción y de creación de empleo.

    Tener por meta pasarlo bien y consumir no parecen ser formas de vidanuevas, aprendidas por haber sufrido el escarmiento de la crisis. Y lopeor no es que pueden llevar a otra crisis, sino que son incompatiblescon el más elemental sentido de la justicia y la solidaridad.

    Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.