est unusquisque faber ipsae suae fortunae

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Cada uno es el arquitecto de su propia fortuna

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Est unusquisque faber ipsae suae fortunae

I

En la enseñanza básica a Ignacio Wainraihgt siempre le tocó la colación más

fome. El colegio donde estudiamos tenía un método de enseñanza durísimo

para nuestra edad: debíamos aprender a compartir. Siempre debimos dejar

nuestra colación en un par de bandejas. Luego el profesor pasaba lista y en ese

estricto orden íbamos sacando lo que queríamos de ese montón de comida

colectiva. Mientras veíamos cómo bajaba ese cerro de alimentos, debíamos

cantar: “La colación/ que rica está/ la comeremos hasta el final/ para

crecer/para jugar/ para ser fuertes como papá”. El problema era que los

primeros de la lista siempre sacaban lo más rico; yoghurt, pan con queso,

jugos en cajita, y a los últimos, siempre les tocaba un pedazo de manzana, un

pan con margarina o sólo la mitad de una naranja. Para Wainraihgt la

repartición de los alimentos comenzó a ser un problema. Un día Ignacio llegó

a una solución: comenzó a llevar dos colaciones, una para entregar al

colectivo y otra para sí.

II

Una semana atrás Ignacio estuvo de cumpleaños y lo fui a ver a Santiago. Me

contó que había estado algo triste y que producto de aquello había llegado a la

conclusión de que uno debía ser el protagonista de su propia vida. Mientras

me decía eso recordé una de esas frases del latín clásico que sigo traduciendo

desde la Universidad: “Cada uno es el arquitecto de su propia fortuna”.

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III

Recuerdo una puerta azul que daba al recreo, un lugar tan grande que aún no

terminamos de recorrer.

IV

Para Ignacio, mi compañero de primero básico, que cumplió 30 años, esta

mitad de recuerdos, como ese último pedacito de naranja.

Óscar Petrel