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139 Esas agujas que una vez cortaron el aire Esas agujas que una vez cortaron el aire, riegan sus hermosas fuentes, adelante, canta, llora, no eres de nadie; siembra tus propios caminos y crea nuevos puentes. Juré que te conduciría a la tierra del mañana mientras que sigues viviendo en el pasado. Piensas que sigo siendo tu enemiga, y dime, ¿acaso tus sueños has olvidado? Esas caricias que ahogaban son ahora carcajadas efímeras. Adelante, canta, llora, libera tu verdad, no será vez primera, tan solo rasgarás mi alma. Alba Rubio Morales, 2ºD ESO

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Esas agujas que una vez cortaron el aire

Esas agujas que una vez cortaron el aire,

riegan sus hermosas fuentes,

adelante, canta, llora,

no eres de nadie;

siembra tus propios caminos

y crea nuevos puentes.

Juré que te conduciría a la tierra del mañana

mientras que sigues viviendo en el pasado.

Piensas que sigo siendo tu enemiga,

y dime,

¿acaso tus sueños has olvidado?

Esas caricias que ahogaban

son ahora carcajadas efímeras.

Adelante, canta, llora,

libera tu verdad,

no será vez primera,

tan solo rasgarás mi alma.

Alba Rubio Morales, 2ºD ESO

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Bluff, mi Dinosaurio

Me desperté y Bluff, el dinosaurio, seguía allí en un rincón de mi habitación sobre un cajón.

Efectivamente, no era otro que un peluche de lana y tela del que yo me empezaba a

avergonzar pensando en lo infantil e inusual que sería tener ese anticuado muñeco frente a mí

cada vez que me levantaba. Era la única pieza que yo poseía, que me hacía aparentar menos

edad de la que tengo, pero me daba pena tirarlo: era mi primer juguete.

Me llamo Pedro Sánchez Abucano y tengo diez años, por si no lo he dicho, y Bluff es un

estegosaurio mohoso y deshilachado, por si tampoco os lo había comentado. Esa mañana de

sábado de junio prometía que el tiempo de aquel día sería fantástico, por lo que decidí ir a ver

a Mario, mi amigo, que vivía varias calles más a lo lejos. Desayuné, me vestí y me despedí

de mis padres y mi hermana; pero, cuando ya me había dispuesto a salir, me acordé del

hermano menor de Mario, Javier, de seis años al que le maravillaban los dinosaurios. Sabía

perfectamente que Bluff estaría en buenas manos con él, especialmente porque mi amistad

con Mario se remontaba a hace años, y, sabía perfectamente que podía confiar en él para que

supervisase el trato que recibiría Bluff por parte de Javier. No tardé ni dos minutos en llamar

a la puerta del chalet de Mario, sin avisar, como siempre quedábamos él y yo. La primera

persona que apareció fue su madre, con esa sonrisa que tan mal le quedaba y sus profundos

hoyuelos, y su áspero y peludo chucho, Bdgjuôggwi, creo que se llamaba. Después apareció

Mario quien con tremenda alegría me condujo hasta el salón de su casa y su madre nos

ofreció agradablemente fresas con nata, me encantaron, las fresas son mi fruta favorita

debido a esa combinación de sabores, te las puedes encontrar agrias, dulces, amargas... Y

además se pueden diferenciar según el tono de color que estas posean. Me lo estaba pasando

tan bien cuando tuvo que aparecer Bdgjuôggwi y yo no pensaba quitarle el ojo de encima.

—¡Eh, Javier! —gritó Mario—, Pedro te va a regalar este dinosaurio.

—Trátalo bien, que le quiero mucho. A ti te gustan mucho los dinosaurios, ¿no? —pregunté

yo.

—¡¡¡Me chiflan!!! —gritó él sin control—. ¡¡Gracias!! —volvió a pegar otro berrido. Pero el

perro me arrebató a Bluff sin que me diera cuenta y lo llevó a rastras con la boca hasta el

jardín, donde lo dejó caer hasta que llegara rodando a un lodazal, un charco que se había

formado en el jardín de mi amigo por la lluvia del día anterior. Pluff estaba cubierto de lodo

hasta los topes, se había hecho un agujero por el que se divisaba lana; por eso yo odio tanto a

los chuchos. Estaba tan despedazado que decidimos enterrarlo y qué mejor sitio que aquel

mundo de barro; en un rincón del charco empezamos a cavar con las manos hasta que toda su

agua se secó y allí lo dejamos, cuando íbamos a tapar el hoyo, yo observé un pequeño objeto,

artilugio sería la palabra que mejor se podía emplear, metálico, con dos bombillitas que

vibraban y un botón. De repente, un extraño holograma se encendió delante de nosotros, en

el que una extraña silueta borrosa, indescriptible se mostraba y decía a su vez: ―Este es un

archivo en el que se almacenan millones de datos de la estación Ra, caerá en un planeta al

azar y cuando se desentierre, inmediatamente las sondas de datos se distribuirán por todas

las galaxias cercanas. La raza que tenga en sus manos esta pieza, se convertirá en

omnipotente‖.

Acto seguido apareció una nube de colores delante de nosotros, que había bajado a toda

velocidad desde la estratósfera, de ella surgió una mariposa viscosa y peluda, con dos

tenazas y dos antenas en su grotesco rostro, que nos pidió ese artilugio. Cuando se lo íbamos

a dar, apareció una luz roja del mismo tamaño que la nube, de la que descendió una figura

idéntica a un humano al cien por cien, sólo que con la piel como la de una pelota de tenis, que

nos rogó que se la diésemos a él. Cada uno de los extraterrestres nos intimidaban para que se

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lo diésemos, ya que decían que nos recompensarían, pero Mario decidió ser justo, y tiró el

artilugio hacia el horizonte y dijo: ―El que lo coja, lo cogió‖; parecía despreocupado.

No he vuelto a pensar en esa hazaña en mi vida, ya que no volví a verlos nunca más porque

en cuanto parpadeamos Mario y yo, habían desaparecido junto con sus incómodas naves en

busca de ese aparato, supongo.

FIN

Diego Cortés Moreno, 2ºD ESO

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Ilustraciones por Ordenador

Noelia García Marquina, 3ºC ESO

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Caligrama

La angustia se acumula en mi pecho, la impotencia

Me abrasa por dentro y el miedo… ¿cómo

Expresarlo? Me paraliza sin remedio

Ahoga mi respiración y provoca que

Me pierda y no sea yo.

Si tan solo tuviera la

Fuerza, si tan solo

Me detuviera a

Pensarlo por

Un segundo; ¿por qué

Todo me afecta? ¿Por qué

Sufro tanto? Dicen que el tiempo

Todo lo cura, que las heridas al final

Cicatrizan, pero los años pasan y los recuerdos

Queman. La intensidad de las pesadillas

Hay veces que aumenta y solo

Cuando me relajo el torbellino

De emociones cesa. ¿Qué

Es el miedo? El miedo

Es sombra, pero

También es

Fuerza.

El miedo te

Mata, pero también te

Enseña. El miedo es lo que

Hace que me caiga día tras día y

Me obliga a levantarme por dura que

Sea la caída. Puede que también sea angustia

E impotencia, pero sin él no podría escribir cosas como estas.

Sandra García Cruz, 2ºE Bachillerato

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La Maldición

El viento soplaba intenso en las copas de los árboles; una nieve constante empezó a cubrir

las laderas que rodeaban al lago; entre las nubes que se deslizaban veloces la Luna se

asomaba de vez en cuando, se oyó un aullido, en una roca, un lobo gris aullaba a la Luna con

el hocico apuntando hacia ella, después de hacer lo mismo varias veces fue a los pies de un

árbol, se hizo un ovillo y se echó a dormir. A la mañana siguiente, cubierta por la nieve a los

pies del mismo árbol se encontraba una chica de cabello rizado pelirrojo recogido en una alta

y larga cola de caballo manchado de nieve, ojos verdes con trazas amarillas y piel morena

yacía en el frío suelo del bosque cubierto por una manta de blanca nieve. Cogió su teléfono

del bolsillo y llamó a su madre, pues ella no recordaba nada de aquella noche.

Su madre fue a recogerla con un abrigo y se lo echó por encima antes de meterse en el coche.

—¿A dónde fuiste después de ir a ver a la bruja? ¿Cómo has acabado aquí? —preguntó

desconcertada su madre.

—No lo sé —respondió ella tiritando—, no

recuerdo nada de esa noche.

—¿No recuerdas que fuimos a la feria y que tu

hermano quiso ver a esa adivina?

—No, bueno, llego hasta que entramos en la

carpa de esa mujer y…

—¿Y qué?

—Nada, nada más.

Cuando llegaron a su casa la abuela de la chica

al oír la puerta gritó:

—Calíope, ¿has estado en una de esas

discotecas del demonio?

—Abuela, solo tengo quince años. He estado en

el bosque— se fue ella a su habitación.

De noche se escapó por la ventana, tenía que

ver a la adivina y saber qué le había pasado la noche anterior.

—Calíope, bienvenida —dijo una mujer.

—¿Me conoce? Preguntó intrigada Calíope.

—Lo que vi en tu futuro no se lo veo a todo el mundo— explicó—, aunque no recuerdas

nada de la noche de ayer, te lo puedo contar todo.

A Calíope no le dio tiempo a contestar y la mujer ya le estaba contando que predijo que era

un licántropo y que cada Luna Llena se convertiría dolorosamente. Calíope no entendía por

qué era un lobo y la adivina le dijo que alguien la hechizó y que debía unirse a una manada

que compartía su maldición.

Así fue como Calíope se despidió de su familia, volvió al bosque donde todo comenzó para

unirse a la manada de los malditos.

Ana Latorre San Frutos, 1º A ESO

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That Wednesday

It all started that day, that Wednesday. I was

going to the bridge in front of that street, the street

where everything occured, the street where the

crime took place, the crime that took me here, to

this prison, to this hell.

You might be wondering why I was going to that

bridge. I was going there to commit suicide. Why?

Because nothing lasts forever. Because I had lost

everything I had in my life: my wife, my daughter,

my son and my house. I was lonely in this jail that

some people call world.

Then, a man appeared.

He saw me when I was

about to kill myself and he

tried to stop me. Oh! If he

had arrived just one

minute later…

He immediately started

to talk to me about the

problems that we all have,

and their solutions. Well,

he talked about the beauty

of life. When he stopped I

laughed at him. How

could he say such stupid

things? I asked him to

leave me alone, but he

didn´t want to. I can´t

remember what happened

next, but the last thing I remember is me throwing him to the highway, which was under the

bridge. I didn´t want to do that, but he didn´t shut up. I ran away very quickly, but I fell

down and I got my leg broken. Damn it!

The police took me to prison for killing that man and now here I am, dying slowly in my

cell, because I suppose I will be here for the rest of my unlucky life. Oh God! It all started

that day, that Wednesday.

Rosabel Mozo Solís, 3ºA ESO

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Ilustración

Gema Mazquiarán Urbano, 3ºC ESO

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Solo sin Papá

Estaba lloviendo, tenía miedo. Los truenos de la tormenta retumbaban por las frías

paredes de la cocina.

Miré mi plato, vacío. Papá llevaba días sin darme de comer. Levanté la cabeza y vi la caja

donde estaba mi alimento, pero estaba en la encimera.

Conseguí subirme a la silla y después a la mesa. Cogí impulso y salté sobre el mueble

pero me resbalé y caí al suelo. Solté un pequeño grito, no por el dolor, sino por el susto.

Caminé hasta el salón. La tele está encendida, pensé. Miré el sillón esperando que papá

estuviese sentado en él, pero no estaba. Llevaba días sin estar ahí.

Me giré hacia la puerta principal. Siempre que papá salía me quedaba esperándolo en

frente de la entrada hasta que volviese.

Tenía frío. Papá siempre me daba calor. Me acurrucaba en él para que me abrazase, pero ya

no lo hacía. Hacía días que no me acariciaba, que no me cuidaba y jugaba conmigo. No sabía

dónde estaba.

Me dirigí hacia su estudio, pero estaba cerrado. Abrí los cajones del mueble que había al

lado de la puerta y agarré el picaporte accediendo a la sala.

Un trueno hizo que me asustara y

saltara a la reconfortada silla del

escritorio. Temblé durante unos segundos

extrañando las suaves manos de papá.

Cogí impulso y me agarré a la tabla de

madera de la mesa. La pantalla del

ordenador estaba encendida.

Pulsé, por accidente, una de las

numerosas teclas del teclado abriendo el

Word. En él había escrito un documento.

Gracias a papá sabía leer, pero me

costaba un poco.

—Os suplico que cuides de mi gato –entendí—, él es la cosa más preciada que tengo en

mi vida y no quiero que le pase nada. Yo ya me he rendido, lo siento, pequeño.

No lograba comprender su significado. Salté de la silla y me dejé caer al suelo. Observé el

conducto de ventilación. Me acerqué y tiré de la rejilla abriendo el pasadizo.

Corrí por el conducto hasta que vi por una de las rendijas el brazo de papá. Empujé con

todas mis fuerzas para poder entrar. Otro trueno fue lo que consiguió que pudiese

adentrarme en el dormitorio.

Papá estaba tumbado en la cama con la misma ropa que había llevado hacía una semana.

En el suelo había frascos con muchas bolitas y cilindros esparcidos por la alfombra.

—¡Papá! –grité—. ¡Papá! ¡Papá!

Había empezado a llorar y temblaba por la fuerte tormenta. Me agarré a las sábanas y

subí a su cama. Me acerqué a su brazo donde sostenía una foto de él conmigo.

Me acurruqué a su lado. Estaba frío y no me abrazaba. No me decía nada.

Vi entrar a la hermana de papá que empezó a llorar. Me miró y me cogió en brazos

acariciándome. Tenía miedo de que papá no me volviera a mirar con cariño.

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Me acurruqué en ella asustado y desde esa noche papá nunca más me dio de comer ni me

dio calor ni me abrazó. Su hermana hace todo eso por él, y la quiero tanto. Pero nunca podré

olvidar a papá.

Noelía García Marquina, 3ºC ESO

La Princesa

Un día, llegó al Reino del Sur el rey del Reino del Norte, suplicando ayuda a dicho rey, así

cumpliendo el tratado que aliaban a ambos reinos generaciones atrás.

Lo que trajo al rey del Reino del

Norte al Reino del Sur era que su

hijo había sido transformarlo en un

horrendo sapo a causa del maleficio

de una malvada bruja, y al no

poseer un mago en su reino decidió

acudir al Reino del Sur.

Todos nosotros sabemos cómo

deshacer el conjuro de la malvada

bruja, ¿verdad?, pero… ¡hasta que

dieron con la forma de deshacerlo!

Fue ahí cuando se dieron cuenta de

que en ninguno de los dos reinos

había una descendiente de familia

real, así que buscaron, buscaron y

buscaron hasta que hallaron a una

joven campesina que daba el perfil

de princesa.

A la joven campesina la vistieron,

peinaron y maquillaron al igual que

a una princesa; ¡he incluso ella

misma se creía una princesa! Llegó la hora del beso, se dispuso a demostrar que era una

princesa con un beso, y nada, ¿qué habría hecho mal?, sea lo que fuese, lo siguió intentando

besando al sapo de diferentes maneras, pero no sirvió de nada… ¿Y ahora qué?

Entonces, se dio cuenta de una cosa que era esencial que ella sabía pero hasta el momento

había preferido ignorar: ella no tenía la sangre azul; quiere decir que los únicos requisitos que

cumplía como princesa eran su belleza y su gran corazón.

Y decidió que la única solución era buscar una princesa digna de poder salvar al príncipe. Lo

que ocurrió después, es historia.

Carla Carrero Ruiz, 1ºG Bachillerato

Carla Carrero Ruiz, 1ºG Bachillerato

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Soy Amante

Soy amante al ver frases en lágrimas de sangre,

Soy amante al hablar conmigo mismo junto a nadie,

Soy amante del literato que mostró el relato con cálculos inexactos creando tacto vasto,

Soy amante del que se basta del silencio, del desorden, de ver claridad entre metáforas y

pleonasmos,

Soy amante del vivo salpullido que en luna llena parte en caza de versos entre aullidos,

Soy amante sin amar a tantos, de locura sin cura con la ayuda de Neruda en noches frías y

turbias,

Soy amante de situaciones espontáneas, recorriendo con Dios Cronos desde la Edad

Antigua hasta la Contemporánea

Soy amante del justo luchador que logra paz sin maltratar, de la libre norma que no ahorca,

sino que busca enseñar,

Soy amante del infante que antes de despedirse frena por un instante, y dice ―espera mamá,

que he vuelto a soñar‖,

Soy amante por poder pisar el primer peldaño paliado por los demás,

Soy amante por concluir un inicio partiendo de un final.

Moustapha Kannoussi, 2ºF Bachillerato

Bye—Bye

The murderer who killed me has gone out of prision today. I just want to make sure that he

finishes as I did.

I’ve been following him to his house, I’m lucky to see him and

not to be seen, I’m just a ghost now.

We have just entered the house, it´s huge. If you don´t know

why do I want to kill him I will tell you.

Tom and I used to steal rich people. We entered to houses

from really important people. We had stolen the houses from

Angelina Jolie, Justin Bieber, Megan Fox, and the most

important one which ended with our relationship, the White

House. All the police stations in the U.S.A were looking for

us.

We had to share all the million dolars we stole, and Tom

said that he had to get most of the money without any reason

to do it. He started to get crazy and entered my house at

night while I was sleeping. He killed me.

That’s the reason for his huge house, nice car, and perfect

life. But now I’m going to do what he did to me, bye—bye

Tom…nice to see you.

Juan Carlos Pareja Pareja, 3ºA ESO

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Textos Varios

Texto VII

Melancolía, te llevo mimando ya varias eternidades. Aún quieres quedarte y mi cuerpo no

te resiste. Parásito agradable. Haces que el dolor y la tristeza sean dulces. Eres una mentira

con los pies firmes en la tierra.

Entonces, típico. Ni contigo ni sin ti. Donde yacen tus excusas elaboradas de permanecer.

Que de no ser por ti yo no estaría aquí. Y de ser por ti, tampoco.

Deberías morir. Deberías morir aun yo sacrificando mi llamado arte, donde en palabras te

marco y te doy forma. Melancolía. Eres tú. Aún quieres un poco más de mí. Aún te siento en

los suspiros frágiles y envolviendo mis entrañas. Mi intimidad. Donde la inocencia y pureza

juegan a esconderse de ti. Donde comienza tu libertad y termina la mía.

Texto XII

A veces pienso que nacemos cansados. Míranos, todos los presentes jóvenes llenos de

energía pero aun así, cansados. El mundo entero es cansado. Y decepcionante. Nos movemos

a la velocidad de una bala, impulsada por un criminal y que herirá nuestro futuro.

Impaciencia. Estamos llenos de impaciencia. Todo está subiendo el volumen, hasta tal punto

que la voz de la razón no se puede oír. Queremos rapidez, queremos más. Exigimos y no

damos. Somos unos egoístas que no progresamos, sino que nos quedamos contemplando el

retroceso. Unos problemas son reemplazados por otros y nosotros solamente cerramos los

ojos ante lo que queremos. Faltamos el respeto y luego nos indignamos porque nos hacen lo

mismo. La belleza de la vida se pudre y solo tratamos de maquillar los errores. No veo

profundidad emocional, no veo guerreros, no veo humanos. No veo nada que no se diferencie

de las ruinas.

Elena Andrianova Angelova , 1ºE Bachillerato

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Como la Recordaba

Parecía irreal, desde hacía tanto tiempo…

Tuve que fijarme bien para comprobar que,

efectivamente, ella estaba allí.

No tardé en reconocer sus rasgos: su cabello

moreno con toques castaños y muy lisos; sus

mejillas; sus labios levemente inclinados hacia

arriba dibujando una sonrisa, sus ojos

esmeralda, tan sinceros como recordaba.

Ambas parpadeamos sin ritmo fijo, debido a

la emoción y sin darnos cuenta, nos infundimos

en un cálido abrazo.

Cuando nuestros ojos se encontraron, no se pudo decir un simple ―Hola‖. Llegó el momento

que esperaba decirle desde hacía años: ―Vamos a recuperar el tiempo perdido‖.

Alba Rubio Morales, 2ºD ESO

No Sé si Prefiero Mirarle a los Ojos…

No sé si prefiero mirarle a los ojos,

o mirar al cielo.

Por esa pesadilla al final realizada,

por esa mirada sincera,

por esas manos antaño entrelazadas,

dime que formas parte de mi alma.

Únicamente lágrimas ajenas,

remordimientos del ayer,

incertidumbre sobre otras tierras,

¿qué nos queda pues?

Ese baúl lleno de recuerdos,

una persona llena de falsa alegría

y el dolor de no sentir su calor,

mirando su silla vacía.

Alba Rubio Morales, 2ºD ESO

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Ilustración

Rodrigo Romero Fariña, 1ºC ESO

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Desastre

Era sábado y este finde me tocaba ir con mi padre. Tengo una relación muy estrecha con él,

es como mi hermano mayor.

Mis padres se separaron cuando yo tenía siete años, la verdad es que no me afectó mucho

porque discutían continuamente y después del divorcio empezaron a llevarse mucho mejor.

Estaba en casa de mi abuela paterna y mi padre vendría a recogerme para ir a cenar, estaba

impaciente por verle, tenía tantas cosas que contarle…

Me asomé a la ventana. Era invierno por lo que anocheció deprisa. De repente vi su coche

acercarse, pude observar que hablaba por teléfono bastante alterado. Al ir tan distraído no

miró la carretera y chocó. Vi como poco a poco los coches iban siendo consumidos por las

llamas. Quedé en shock. Hubo un tipo de explosión que remató cualquier esperanza de que

mi padre quedara vivo.

Reaccioné. Al fin reaccioné. Llamé a todo el mundo. A mi madre, la policía, los bomberos, la

ambulancia...

Mi madre llegó en seguida y nos abrazamos fuerte, más fuerte que nunca. Con mamá nunca

he tenido la relación madre e hija común en una familia, pero en ese momento, la sentí más

que nunca como tal.

Lloramos sin consuelo en la acera frente a lo que quedaba de coche. Comenzó a nevar.

Desde ese momento sentí que mi vida nunca volvería a ser la misma.

Mi madre, al ver lo mal que estaba me llevó al psicólogo; la verdad no entiendo de que me

sirve ir a ese sitio si no voy a decirles cómo me siento ni qué pienso, pero bueno.

Con el tiempo se dio cuenta de que igual nos vendría bien dejarlo todo atrás para empezar

de cero, así que nos mudamos a Sevilla.

Me matriculó a mitad de curso en el instituto ―Los Cabarés‖. El primer día de clase me

hicieron presentarme:

—Hola, me llamo Alire, tengo dieciséis años y vengo de Madrid.

La gente me observaba y cuchicheaba, la verdad no me molestaba, me eran indiferentes. La

profesora me asignó un sitio casi al final de la clase al lado de un chico moreno.

He de decir que antes del accidente era una niña muy risueña, siempre llevaba una sonrisa

en los labios, pero después de perder esa grandísima parte de mí que era mi padre, todo

cambió.

Me senté en mi nuevo sitio y al cabo de unos minutos noté que alguien me miraba, era mi

compañero de asiento. Me giré muy seria y le dije:

—¿Me puedes decir qué es lo que miras con tantísima atención?

—A ti, creo que no deberíamos privarnos de las cosas bonitas que nos regala la vida —dijo

con una sonrisa pícara.

—No digas idioteces —dije seria aunque algo sonrojada, y me giré hacia la mochila para

disimular.

La profesora nos vio hablar y nos regañó. Primera regañina del curso. Me disculpé.

Poco después sonó el timbre, recogí mis cosas y me levanté para irme cuando alguien

pronunció mi nombre; era el chico nuevo.

—¡Alire! Espera. —Me detuve y esperé a que se acercara.

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—¿Dónde vives? —me preguntó. Respondí sin saber bien el motivo de la pregunta:

—Calle los molinos, el chalet 27, ¿por qué?

—He de decirte, preciosa, que vivimos en el mismo barrio.

Le sonreí. Me preguntó que si me apetecía ir con él a casa y no sé por qué, pero acepté. En el

camino me comentó un poco la rutina del instituto, sitios que visitar... Y por fin, se presentó,

se llama Raúl. Me sentí muy a gusto con él, era un chico muy gracioso y extrovertido. Nos

despedimos al llegar a mi casa.

—Hasta mañana, Raúl.

—Hasta mañana, bonita. —Sonriendo le dije:

—Tengo nombre. —Y entré en casa. La verdad, es la primera persona en estos dos años de

mierda que consigue sacarme una sonrisa. Con el tiempo nos hicimos más y más amigos y

me empezó a gustar. Le quería. Sí. La primera persona en tanto tiempo en hacerme sentir

algo bonito. Un sábado, me llevó a un parque y pasamos ahí el día. De vuelta a casa, de

repente, antes de llegar se paró. Me extrañó así que le pregunté:

—¿Por qué te paras aquí si aún queda para llegar?

—Porque necesito decirte algo, creo que es el momento perfecto.

—Adelante —dije intrigada. Algo tímido y sin saber por dónde empezar fue diciendo:

—Bueno, Alire, desde el día que te vi me pareciste una niña muy especial y con el tiempo

has ido haciéndome sentir cosas por ti. No estoy seguro de qué es porque es algo que nunca

antes había sentido por nadie, pero te quiero y me gustaría que salierais conmigo. Sé que tu

vida no es ni ha sido nada fácil y que puede que no te apetezca tener novio, pero...

Necesitaba decírtelo. Todo esto con su adorable acento.

Me quedé sin palabras, literalmente. Parece ser el típico chico al que le gusta ligar con

todas, hacer gamberradas y esas cosas, pero no, una vez más, las apariencias engañan. A lo

que me dijo anteriormente, le respondí:

—Wow, la verdad no me esperaba esto, hace mucho que no me pasaba algo bueno en la

vida. Eres la primera persona en años que me hace sentir bien, la única que me da esa alegría

que el accidente me quitó y te quiero, pero aún no estoy bien como para abrirme a una

relación, me siento muy vulnerable y sé que aunque ahora podamos estar genial, en un tiempo

todo habrá acabado y volveré a sentirme como una mierda, incluso más que ahora. De verdad

siento no poder decirte que sí, pero le tengo un miedo terrible al dolor y todo lo que lo

envuelve, lo siento. —Y con lágrimas en los ojos me alejé sin mirar atrás.

La había cagado. La había cagado pero bien.

No volvimos a hablar en mucho tiempo, muchísimo. Le había hecho daño y aceptaba su

actitud. La entendía.

Con el tiempo empezamos a hablarnos y más o menos fuimos rehaciendo la relación de

amigos que teníamos antes, eso quería yo, recuperarle como amigo. Con el tiempo

empezamos a vernos como amigos nada más, él me olvidó y yo a él también y no sabéis lo a

gusto y lo libre que se siente una de saber que todo vuelve a ser igual, o mejor que al principio.

Ahora somos como hermanos, y me encanta. Con esto he de decir que aunque la vida te

arrebate las cosas que más quieres, te da otras nuevas que llenan parte del vacío que dejó lo

que se fue, así de complicada es la vida, y con el tiempo, empiezas a entenderla.

Vanessa Abade Almeida, 3ºA ESO

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Poemas de Alberto Cubero

El poeta Alberto Cubero, a quién entrevistamos el curso pasado en esta misma revista,

debido a que quedó muy contento con nosotros no ha dudado en querer colaborar este año en

la revista y nos ha mandado estos poemas. Esperamos que los disfrutéis.

Sobre la línea fronteriza entre el instante

y la memoria

se posan pájaros de granito.

―Pájaros de granito‖, Legados ediciones, Madrid, septiembre 2008.

———

Tanteas la densidad

de los espacios.

Pesa el aire.

Insisten los óxidos

en su dialecto.

La soledad pesa.

Tanteas la consistencia

del miedo.

―La textura metálica del dolor‖, El sastre de Apollinaire ediciones, Madrid, septiembre 2011.

———

La herida está en el costado de la rosa. Por ahí se desangra el mundo, poco a poco. Los que

aún no lo saben se acercan tímidamente a ella. La observan, le preguntan. Se muestran

temerosos, pero ella les sonríe. Les enseña la herida y luego cierra los párpados.

La herida está en el costado del mundo. Los que aún no lo saben se acercan al precipicio. Lo

observan, miran hacia el fondo. Allá abajo ven a hombres fuertes portando antorchas

apagadas.

―Hendidura‖, editorial Devenir, Madrid, mayo 2014.

Alberto Cubero Mellado

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La Puerta del Fauno

Hubo una vez, un reino mágico, subterráneo que estaba escondido de los humanos sin fe.

Estaba gobernado por un rey sabio con un corazón de oro. Todos sus habitantes le adoraban,

incluso su hija, una bella niña, curiosa como nadie y con una voluntad de hierro.

De las pocas leyes que limitaban a los habitantes del reino, destacaba una en concreto:

estaba prohibido salir a la superficie, donde se hallaba el mundo de los humanos, entre ellos

destacaban aquellos que no poseían fe alguna. Esa ley era la que más molestaba a la curiosa

princesa. Sentía una gran curiosidad acerca de dicho mundo. «¿Cómo es que existen

criaturas sin magia?, ¿cómo será sentir el viento?, ¿y el sol?, ¿cómo será una criatura que no

pueda hablar?, ¿cómo será ser un humano?». Según crecía, estas preguntas abrumaban más a

la princesa.

Un día, en que el fauno que

custodiaba la puerta que daba a la

superficie se descuidó, fue cuando la

princesa se armó de valor y salió del

reino. Sabiendo cómo es nuestro

mundo, parte de la historia se escribe

sola, ¿no? A la princesa la

encontraron sola y desamparada en

medio de la nada y la llevaron a un

hospital. Allí intentó contar su

historia, y nadie la creyó pensando

que era causa de algún delirio. Al

poco la internaron en en un orfanato y

con el paso de los años fue creyendo

que lo poco que recordaba de su

pasado había sido imaginación suya,

con ayuda de los humanos sin fe de su entorno.

Aunque no solo tuvo la desgracia de olvidar su pasado. Contrajo diferentes enfermedades

que hicieron que nunca conociese los placeres de la vida, que perdiese las ganas de vivir con

apenas diecisiete años. Cuenta la leyenda, que cuando el rey por fin pudo dar con la princesa

perdida, la encontró reposando en una silla de ruedas con una mirada sin vida. Pero aun así,

su hija le seguía pareciendo igual de bella y le susurró aquello en el oído, teniendo este la

forma del viento. Cuando la princesa escuchó la voz de su padre, de golpe lo recordó todo.

Empezó a llorar a lágrima viva mientras imploraba, tirada en el suelo, volver a su casa, donde

la realidad era maravillosa y no existía ni el odio ni la tristeza, ni el mal, ni el dolor. Suplicó

poder ser perdonada y que le quitasen el dolor que tanto sufrimiento le causaba. El rey, aún

presente, cumplió sus deseos. Se dice que en sus últimos segundos de vida, pudo ver la puerta

que separaba su mundo del nuestro, abriéndose y en ella todos sus seres queridos, con el

fauno en cabeza, llamándola.

El médico que encontró el cadáver de la princesa, la encontró sonriendo por primera vez en

años, extendiendo el brazo, y juró haberla oído murmurar: ―Por fin‖.

Carla Carrero Ruiz, 1ºG Bachillerato

157

Las Aguas Bravas

Elena Fernández Rodríguez, una de las encargadas de las Gymkanas de Harry Potter, ha

querido colaborar este año con nosotros y nos ha enviado este relato. Esperamos que lo

disfrutéis.

«El capitán caminaba por el acantilado observando el mar con cautela. El mar se movía de

un lado a otro, lanzando olas enfurecidas contra las rocas y haciendo que miles de gotas

saltasen para después volver rápidamente a su cauce. Unas nubes negras, grandes y densas

se acercaban con ganas de pelea. El aire, fuerte y frío, mecía sin cuidado al furioso y

embrutecido océano. Las aguas, a cada segundo más negras, escupían la espuma que

soltaban las enrabiadas olas. La oscuridad se iba abriendo paso en el ambiente.

El hombre cogió aire y lo expulsó con suavidad. Cerró los ojos intentando impregnar su

cuerpo del olor salado del mar. Su viaje fue cancelado por el temporal. Su barco hoy no saldría

a navegar. Sonrió agradecido y aliviado. Cuando a casa, se encontraría sus cosas en la

puerta. Consecuencias de tener una jovenzuela en cada puerto. Siempre queda algo del

nerviosismo y de la adrenalina que provocan las aventuras en las ropas y en la esencia de

cada uno. Su mujer se olió y la última vez que lo llamó se lo dejó bien claro.

La marea estaba alta y el último rayo de luz, poco a poco derrocado por las nubes, se reflejó

en las aguas. El sonido de las olas furiosas y deseosas de derribar a sus contrincantes

conmovían y dejaban

atónito al capitán. Un

estruendo retumbó entre las

piedras y lo empapó,

haciéndole tambalear. Pero

continuó allí, contemplando

impasible el espectáculo del

mar.

A cada minuto el ritmo del

agua crecía, las olas

aumentaban de tamaño y

golpeaban con más fuerza

todo aquello con lo que se

topaban. De los choques

salían disparadas en todas

direcciones miles de gotas como si acabaran de explotar. La velocidad del viento se

incrementaba poco a poco hasta el punto de cortar hasta los tímpanos. Aquello se asemejaba

a una lucha: el mar y el viento lanzando patadas y cuchillos, colisionando contra las rocas y

sacando a relucir la furia que el temporal les provocaba.

El capitán veía el forcejeo de las olas, que discutían hasta pegarse unas con las otras. El mar

se hundía en unos sitios para crecer en otros, creaba ondas peligrosas y se llevaba al fondo la

poca arena que quedaba en la playa. Lanzaba puñetazos al acantilado, que como un saco a

veces retumbaba y se balanceaba. El viento gritaba cada vez más alto, animando a las olas a

golpear más fuerte. El capitán, empapada y tiritando por el frío, continuaba allí, inmóvil,

atónito y sorprendido por aquello.

La luz del Sol ya había desaparecido por completo. El cielo había quedado cubierto

totalmente por las nubes y la oscuridad reinaba en el lugar. Las gotas de la lluvia se

entremezclaban con las de las olas a la vez que éstas se tragaban de un sorbo la arena que

quedaba, como si de un jarabe amargo se tratara. Aun así el mar no se sació y golpeó con más

158

fuerza las rocas. Aquello era un ring y el precipicio el último rival que se interponía entre el

agua y el premio de los pesos pesados.

Y el capitán miraba pasmado y sin importarle mucho si su vida corría peligro o no. Las olas

lo salpicaban, lo calaban hasta los huesos. El viento le azotaba las mejillas y le removía el

pelo. Sus manos sujetaban su chaqueta en un intento fallido por no perder el calor corporal.

Sus pupilas estaban dilatadas, su cara desencajada y a su cuerpo le costaba no temblar por el

frío. Una ola llegó a lo alto y el agua se esparció por el suelo rocoso y se coló entre sus

calcetines, avisándole de que era la última oportunidad para marcharse y salvarse. Pero el

hombre continuó erguido a la espera de algo más y el mar lanzó su último puñetazo, su

última ola, y lo sumergió entre sus aguas llevándose así la única vida que había intentado

hacerle frente. »

Elena Fernández Rodríguez (Nuca), Colaboradora

159

Poemas Varios

Donde…

El tiempo se vuelve tu peor enemigo, donde habita la soledad.

El hombre cultiva la alegría, donde habita la esperanza.

El bien y el mal van juntos de la mano, donde habita el hombre.

Donde habita tu presencia, mi corazón se pone a funcionar.

El amor es el único capaz de llenar la soledad, mantener viva la

esperanza, desterrar el mal del hombre y poner mi corazón en

funcionamiento.

José Luis Alameda, 2ºE Bachillerato

Allí

Donde habitan los recuerdos, la memoria los canaliza en forma de imágenes; pedazos de

papel etéreos, de bordes quemados por lágrimas ávidas, que se suicidaron queriendo borrar en

vano algunos rostros.

Donde habita la memoria, el subconsciente toma

prestadas algunas fotografías; pronto las teñirá el color

sepia para romperlas en mil trocitos afilados, y hacer

que corten a una mente ingenua mientras duerme.

Donde habita el subconsciente, la realidad se deforma

en una grotesca visión; criaturas que arañan la razón y

enhebran hilos de color púrpura, tomando cristales del

suelo en sus manos ásperas para reducirlas a cenizas.

Donde habita la realidad, los hombres luchan por

comprar estúpidas cámaras; quieren inmortalizar

muecas absurdas y falsa ilusión, sin saber que soplando

sobre estas páginas, las letras correrían hasta sus

pensamientos para conformar un mundo inolvidable.

Marina Moro López, 2ºE Bachillerato

Cuando…

Cuando la primavera llama, los sentimientos aparecen a flor de piel.

Allí donde el viento sople, las hojas se dejarán caer, como el amor cuando te hacen caricias

bajo el corazón.

Cuando se iluminen los ojos, se me acelerará el corazón.

Y, tal vez en esa ocasión, empiece a quererte y nuestra primavera tenga más suerte.

Ana Fernández Silva, 2ºE Bachillerato

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Donde habita el miedo…

Donde habita el miedo, el pensamiento se nubla

Donde habitan los deseos la libertad aparece

Donde habitan sus ojos el camino se ilumina

Donde habita la conciencia la culpabilidad se estremece

En ese lugar, todo vale.

Leonor Escobar Castro, 2ºE Bachillerato

No me interesa… / Quiero

No me interesa que me sigas allá donde voy.

No me interesa que me bañes de cristal y me protejas.

No me interesa que te mueras por mí, ni por mi belleza

No me interesa tenerte solo para mí.

No me interesa guardarte como a un tesoro,

pero sin dejarte salir.

No me interesa tenerte en mi cama y atarte

a mis sábanas.

Quiero tu esencia, el olor que dejas cuando

te marchas.

Quiero el recuerdo de tus manos ásperas.

Quiero tu aliento por la mañana, y no tener

que saber dónde andas.

Quiero tu confianza, tus manos

memorizando mi espalda.

Quiero tus palabras, siempre frescas en tu

garganta.

Quiero nuestra libertad cuando juntamos las

alas.

No me interesa que me tengas.

Me interesa que me quieras.

Rocío Durante Lacambra, 1ºE Bachillerato

161

No me interesa…

No me interesa lo llenas que estén tus carteras.

No me interesa de dónde vengas.

No me interesa si ustedes por la mañana leen la prensa.

Quiero saber si estarían dispuestos a luchar por lo que aman.

Quiero que me demuestren si se jugarían la vida por defender la libertad.

Quiero aprender que no se han marchitado, que aun caídos, se volverían a levantar.

No me interesa su silencio.

Quiero oírles gritar.

No me interesa su encadenamiento.

Quiero verles volar.

Sofía Crespo Jiménez, 1ºE Bachillerato

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Las Sombras

Aplastaba la nieve mientras corría y

entorpecía mis pasos. Nevaba tanto que

no podía ver lo que tenía a dos metros de

mí. Mis ojos buscaban con desesperación

un escondite para despistar a los seres que

me perseguían. ¿Qué les he hecho para

que quieran llevarme hacia la muerte?

¿Qué les he hecho para que me odien? Yo

solo observaba ese gran árbol con puntos

de colores y luces parpadeantes que

iluminaban el comienzo del bosque, ¿cómo

algo tan hermoso podían haberlo creado

esas bestias? A ellos qué les importaba

que los estuviese observando, mientras

ellos lo ignoraban, pero claro, cuando se

dieron cuenta de

que los estaba

observando

empezaron a

perseguirme como

un conejo, era

injusto. ¿Por qué

ellos tenían que

mandar en todo?

¿¡Por qué!? Y ahí

estaban,

pisándome los

talones para

destruir mi vida.

Tropecé con algo

invisible que

tapaba la nieve,

mis ojos no fueron

capaces de localizar. El viento rugía de

enfado y mis perseguidores se escuchaban

no lejos de mí, se oía cómo andaban rápido

con paso torpes. En eso yo tenía ventaja,

sus sentidos eran inútiles. Pero había

como veinte seres, veía como sus sombras

se movían entre los árboles y me dejaban

sin escapatoria por los lados y atrás.

Estaba temblando de frío, cansancio y

miedo, no podía pararme si no sería mi fin.

Me levanté y seguí con mi huida de la

muerte. Tiraban objetos que rebotaban

contra el suelo o los árboles, yo quería

vivir, cada molécula de mi cuerpo gritaba

que luchara por mi vida. Sólo escuchaba

mis pasos, sus pasos, mi respiración, sus

gritos y… ¿agua? ¿Es un lago? Ellos eran

torpes en el agua, sus armas no

necesitaban tener poca distancia para

matar. ¿Podría ser mi salvación? Pronto lo

sabría. Empujé una piedra que estaba

sumergida en la nieve que chocó con una

más adelante y sonó un chapoteo abajo,

paré en seco y me acerqué. ¡Oh, no era un

precipicio! A mi derecha vi el movimiento

del agua cayendo. Doy la vuelta para

buscar otra salida y una pesada red me cae

encima, qué idiota había sido, me habían

guiado hasta aquí. Oigo risas, gritos de

alegría, suspiros, escucho la muerte

susurrándome al

oído. Noto

golpes con sus

armas

temerarias. Sus

ojos eran de un

color marrón que

me recordó a la

sangre. Cierro

los ojos y dejo de

morder y arañar.

Noto como mi

sangre resbala

hacia la nieve

para colorearlo.

El frío hacía que

el dolor fuese

algo más

soportable.

Dejan de agredirme, hablan muy alto y

hablan todo a la vez. ¿Están discutiendo?

Mi desconcierto va a peor cuando oigo que

se dan golpes, intento levantar la cabeza

para intentar ver lo que pasa. No soy

dueño de mi cuerpo, abro los ojos y están

empañados con mi sangre. Había alguien

entre ellos y yo. Y mi lucha por

mantenerme consciente empieza. El dolor

se vuelve más insoportable que cuando me

dieron los golpes. El silencio se hizo y solo

se oía mi respiración irregular. Lo que me

pareció horas seguramente hubieran sido

segundos, se escuchan pasos que vienen

163

hacia mí. Tiembla mi cuerpo sin control.

¿Y ahora qué? Se inclina a mí, no se podía

ver su rostro, solo sus ojos de color azul,

como el cielo en verano, y me susurra

lentamente. No sé qué significa pero su

voz es suave y dulce. Se adentró en el

bosque y algo en su mirada me dijo que

volveríamos a encontrarnos, desapareció

en la oscuridad, entre los árboles nevados

y las rocas frías. De los demás seres no

había rastro, ni una huella, ningún objeto.

Habían desaparecido como sombras,

llevándose consigo eso rojos ojos, que

daba pavor al verlos. La luna luchando,

salió de las nubes y resplandeció el lugar

con rayos plateados. Cierro los párpados y

agradezco que haya seres con corazón. Me

duermo debajo de la luna que está

protegiéndome, sabiendo que si tuviera

otra vez problemas aquella persona que

me salvó volvería, con esos ojos azules.

Y ahora comprendo que esto no era mi

final, solo el principio.

Alicia García-Morato Alonso, 3ºB ESO

164

Mi Ladrón

Ese ladrón, que me robó el corazón

Ese ladrón, que no devuelve lo que un día se llevó.

Ese ladrón, que me robó el corazón.

Ese ladrón, jamás regresó

pues ya ha conseguido encontrar

otro corazón que robar.

Supongo que mi corazón,

tirado estará,

pues mi ladrón, no me lo devolvió

y abandonado en una esquina, estará.

Irene Fuentes Vallejo, 2ºB ESO

165

En el Monte de las Ánimas

Hoy en un hospital de Soria y, en mis últimas horas de mi corta vida de adolescente

obstinada y curiosa, me dispongo a contar la más de mis terroríficas historias, la que me llevó

a estar ahora mismo con una herida mortal.

En clase de lengua habíamos leído una

leyenda acerca de un monte en Soria, nada

más y nada menos que el Monte de las

Ánimas y a todos mis compañeros de clase

les gusto demasiado esa historieta, ¿qué tenía

de fascinante una mujer que por culpa de lo

caprichosa e infantil que fue, su primo murió y

ella tendría que vagar durante toda la

eternidad lamentándose?, no es que fuese una

historia que quisiese volverla a leer todos los

días. Un día, nuestro profesor de lengua —

que también era el Jefe de Estudios de las

ESO—, nos dijo que el 1 de noviembre,

íbamos a ir al Monte de las Ánimas a pasar el día. ¿Cómo pudieron un montón de niñatos

hacer que el mismísimo Jefe de Estudios cambiara la organización de excursiones de este

año?, aún sigo sin explicarme cómo lo hicieron, pero tampoco me explico aún por qué tuve

tanta curiosidad de ir a esa excursión.

El 1 de noviembre de 2016, me vi a mí misma a las nueve de la mañana en un autobús que

tenía tanto polvo como mis compañeros de clase resaca del botellón de la noche anterior de

Halloween, por eso agradezco aún el no formar parte de sus amistades más cercanas y

formar parte de los que ellos llamaban ―los raritos de la clase‖, cuando en realidad éramos

otakus, fanáticos del anime, los mangas y los videojuegos. Aún agradezco el tener a unos

amigos como los que tengo y haberlos tenido ese día a mi lado. Recuerdo que en el autobús,

estaba hablando con Enrique y Diego Horcajo sobre cuál de los tres dibujaba mejor —sin

duda, era yo—, luego vino Víctor con una

manta negra imitando a un fantasma —el muy

tonto no sabía que lo que de verdad estaba

imitando era a un dementor, no un fantasma—,

y diciendo a que me iban a comer a mí el cerebro

—sin duda, el botellón del día anterior le sentó

muy mal— y no dejó de tocar las narices con

otros más de su grupito de amigos toca narices,

hasta que Enrique se levantó amenazándoles

con partirles la cara si no me dejaban en paz.

Eso hizo que se fuesen, pero luego les oí poner

verde a Enrique e inventándose que éramos

novios —eran tan infantiles y tan rencorosos

que para ellos cualquier tontería les servía para

burlarse de la gente—.

Cuando bajamos, nosotros tres junto a Lucía,

Gonzalo, Sara y Diego Martín, nos fuimos a

ver la zona a nuestra bola siguiendo la ruta —

que nos indicaron previamente—, hasta las

cuatro de la tarde. No recuerdo habérmelo

166

pasado mejor en ninguna excursión anterior, ¡a nuestra bola durante seis horas y sin tener

que estar con nadie que su presencia me de alergia! Sin duda, fue la mejor excursión de toda

mi vida: estuvimos trepando árboles, haciendo bocetos de ese magnífico lugar digno de

duendes, hadas, gnomos y trasgos, e incluso, haciendo el tonto, fuimos a buscar criaturas

fantásticas, entre ellas gamusinos. Me lo pasé tan bien con mis amigos que me olvidé de

comer y que si no lo hacía me daría un bajón de azúcar.

A las cuatro y media de la tarde, nos

dispusimos a volver al punto de inicio —

sin duda, yo no quería irme pero tampoco

ninguno de mis amigos—, pero durante el

trayecto, vi el árbol más bonito que había

visto en mi vida en la zona frondosa del

bosque, y no pude resistirme a ir a

dibujarlo en mi cuaderno de dibujo, pero

Enrique me detuvo justo cuando iba a irme

hacia la parte más frondosa del bosque y

se unieron mis demás amigos. Durante un

rato, les intenté convencer de que me

dejasen ir con inteligentes argumentos, y

aunque logré convencer a la mayor parte

del grupo por lo persistente que me puse, no logré convencer ni Lucía ni a Diego Horcajo que

no paraba de decirle a Enrique que me detuviese —aún sigo sin saber por qué le insistía tanto

a Enrique en vez de a otro—, pero les logré convencer diciéndoles que si cruzo la parte

frondosa del bosque, llegaré en un periquete y que para saber por dónde tendré que ir, ataré mi

pañuelo azul a un árbol. Y así fue como logré salirme con la mía.

Pasados unos quince minutos, hice el mejor dibujo de toda mi vida con tan solo un lápiz

HB, cuando me dispuse a levantarme, estaba un poco mareada, y cuando quise darme

cuenta: ¡El pañuelo azul ya no estaba! Fui en busca del árbol en el que até el pañuelo, a causa

de mi mareo me tropecé y al caerme me quedé inconsciente. Cuando me desperté, ¡eran las

siete de la tarde, y ya había anochecido! El pánico se apoderó de mí durante unos instantes y

luego reflexioné: hace un par de horas que no doy señales de vida, por tanto, habrían llamado

al equipo de rescate y mis amigos habrán dicho por dónde me vieron por última vez. Cuando

me quise dar cuenta, ¡no estaba donde me caí!, ¡alguien me había alejado de donde estaba

anteriormente! —lo deduje al ver que el árbol que dibujé no estaba ahí—.

Recordé que mi padre me dijo una

vez que si me perdía en un bosque, que

trepase a un árbol. Intenté trepar a

uno —pero aún seguía mareada—, era

muy difícil trepar a un árbol con muy

poca luz, pero aun así, llegue hasta la

mitad del árbol y me senté en una

rama gruesa. Retomé las fuerzas con

la manzana que debía de haberme

comido hace cinco horas, hasta que me

pareció oír un grito de mujer, que del

susto hizo que casi me costase la vida

y lo que sí me costó fue perder mi manzana—me faltaba un par de mordiscos para acabar con

ella—. Pensé que era el viento, pero rápidamente cambié de idea cuando comprendí lo que

aquella mujer estaba gritando: «¡¡¡NOOOO, ALONSOOOO, NOOOOOO, FUE

167

MI CULPA, LO SIENTO ALONSO, LO SIENTOOOOOOO!!!». Me intenté

convencer a mí misma de que era mi imaginación, que lo que había escuchado no era real y

que no existía Beatriz ni nada de lo que Bécquer escribió era cierto. De repente, escuché lo

que parecían los galopes de un caballo seguidos de unos gritos que a cualquiera aterraría, y

poco a poco fueron acercándose a la vez que mi miedo iba aumentando y… ¡¡¡¡ZAS!!! El

árbol en el que me había subido recibió un gran golpe y salí despedida del árbol, pero durante

la caída fui alcanzada por un esqueleto y me subió a su caballo. ¡Nunca había tenido tanto

miedo en mi vida! Los corceles de aquellos esqueletos corrían tan rápido como el viento y los

esqueletos eran tan terroríficos como largos y de gran volumen sus gritos, y algunos de ellos

se referían a mí:

«¡¡¡CARLA, ESTO ES REAL!!!»

«¡¡¡¿¿¿POR QUÉ NO HICISTE CASO A TUS AMIGOS Y NO TE FUISTE

CON ELLOS!!!???»

«¡¡¡¿¿¿NO VES QUE NADIE TE VA A ENCONTRAR, O MEJOR DICHO, NO

DAS CUENTA QUE NADIE VA A VENIR A POR TI, QUE TE PREFIEREN

MUERTA!!!???».

Pero otros gritos de terror se unieron conmigo los de Beatriz, que corría alrededor de la

tumba de Alonso —al igual que la leyenda de Bécquer contaba—. Entonces, los esqueletos

empezaron a atormentar a Beatriz con gritos como los de antes pero referidos a Beatriz:

«¡¡¡POR TU CULPA ESTÁ MUERTO!!!»

«¡¡¡TE MERECES EL INFIERNO POR INFANTIL Y CAPRICHOSA!!!»

«¡¡¡¿¿¿DÓNDE ESTÁ AHORA EL PAÑUELO BEATRIZ, DÓNDE ESTÁ???!!!»

«¡¡¡ESTÁ MUERTO BEATRIZ, POR TU CULPA ESTÁ MUERTO, ESTÁ

MUERTOOOO.»

Entre esos gritos, hubo un momento —que a mí me pareció una eternidad—, en el que mi

mirada se cruzó con la de Beatriz, se juntaron, y en sus ojos no vi miedo, vi tristeza y dolor y

me miraba con compasión, como si en sus ojos me implorasen que la salvase. De repente, mi

miedo desapareció —junto a una gran cantidad de adrenalina—, me armé de valor y cambié

los gritos de terror por el poder de defender a alguien que sufre. Salté del caballo fantasma y

logré tirar al corcel en el que uno de los esqueletos en ese momento atormentaba a Beatriz y

todos dejaron de gritar y de correr para

mirarme a mí. Me sentí como una

guerrera — como probablemente se

sintió Múlan al demostrar lo fuerte que

era—, en ese momento solo pude

compararme con Múlan. Beatriz me

miró con admiración —al ser la única

persona que la defendió en mucho

tiempo— pero, de repente, puso una

expresión de horror en la cara y de

repente todo se volvió muy distante. Lo

último que vi y oí antes de que todo se

volviese, fue la sangre de la puñalada

trapera que me hizo uno de los esqueletos y a Beatriz sosteniéndome, y lo último que oí, fue a

Beatriz pronunciar mi nombre.

168

Y aquí estoy ahora mismo, en un hospital de Soria, en compañía de mi familia y mis

amigos, ellos no lo saben, pero puedo verles y oírles aun estando inconsciente en un estado

muy grave. Resulta que fui encontrada gracias a ―una extraña mujer pálida y descalza‖ que

suplicaba que me ayudasen y que al amanecer desapareció. Otra cosa curiosa que pasó fue

que encontraron la manzana que perdí esa noche y que resulta que tenía un nivel tan alto en

azúcar que daría energía suficiente a 300 obreros juntos —justo lo que necesité aquella

noche— y, ahora entiendo por qué no encontré el pañuelo: resulta que Luismi —mi tutor—,

vino al hospital a visitarme y les dijo a todos los que hoy se preocupan por mí, que Diana

Jarama confesó haber robado el pañuelo mientras estaba dibujando, pero creo que jamás

sabré exactamente cómo es que acabé donde acabé antes de descubrir que Bécquer contó una

historia real en vez de una ficticia.

A pesar de haber vivido la experiencia más terrorífica de mi vida: estoy orgullosa de haber

decidido querer quedarme a hacer ese dibujo, a pesar de que dentro de unos instantes voy a

morir, pero...he hecho por Beatriz lo que únicamente Enrique fue capaz de hacer por mí:

defender a un alma que durante mucho tiempo ha sufrido y de la que nadie ha tenido

compasión.

Carla Carrero Ruiz, 1ºG Bachillerato