el ser que quiero ser
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EL SER QUE QUIERO SEREdición en español publicada porEditorial Vida – 2010Miami, Florida
©2010 por John Ortberg
Originally published in the USA under the ti tle: The Me I Want to Be ©2009 by John OrtbergPublished by permission of Zondervan, Grand Rapids, Michigan 49530
Traducción: María José Hooft Edición: Madeline DíazDiseño interior: Cathy SpeeAdaptación de cubierta: Base Creati va
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. A MENOS QUE SE INDIQUE LO CONTRARIO, EL TEXTO BÍBLICO SE TOMÓ DE LA SANTA BIBLIA NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL. © 1999 POR BÍBLICA INTERNACIONAL.
ISBN: 978-0-8297-5730-9
CATEGORÍA: Vida cristi ana / Crecimiento espiritual
IMPRESO EN ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICAPRINTED IN THE UNITED STATES OF AMERICA
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La misión de Editorial Vida es ser la compañía líder en comunicación cristi ana que sati sfaga las necesidades de las personas, con recursos cuyo contenido glorifi que a
Jesucristo y promueva principios bíblicos.
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Contenido
Reconocimientos 7
Parte 1: El hallazgo de mi identidad 9 1. Comprende por qué Dios te ha creado 11 2. El ser que no quiero ser 23
Parte 2: El acto de fl uir con el Espíritu 35 3. Encuentra la corriente 3 4. Descubre cómo creces 50 5. Rendirse: La decisión que siempre ayuda 65 6. Inténtalo con más suavidad 76
Parte 3: La renovación de mi mente 83 7. Que tus deseos te conduzcan a Dios 85 8. Ten grandes pensamientos 96 9. Alimenta tu mente con lo excelente 109 10. Nunca te preocupes solo 124
Parte 4: La redención de mi tiempo 141 11. Que tu hablar se convierta en una oración 143 12. La tentación: ¿Cómo evitar morder el anzuelo? 150 13. Reconoce tu principal obstáculo en la corriente 157 14. Si ves que estás fuera del curso, incorpórate 171 de un salto
Parte 5: La profundización de mis relaciones 185 15. Intenta salir de lo hondo con Dios 187 16. Haz de las relaciones vivifi cantes la prioridad número uno 198 17. Sé humano 213 18. Busca un par de personas di� ciles para que te 223 ayuden a crecer
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Parte 6: La transformación de mi experiencia 237 19. Permite que Dios fl uya en tu trabajo 239 20. Haz que tu trabajo honre a Dios 247 21. Debes pasar por el exilio antes de regresar a casa. 257
Parte 7: Fluyamos de adentro hacia afuera 271 22. Pide una montaña 273
Notas 285
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PARTE 1
el hallazgo de
mi identidad
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Capítulo 1Comprende por qué Dios te
ha creado
Una noche Nancy, mi esposa, me llevó a nuestro dormitorio y me dijo
que quería hablarme. Cerró la puerta de modo que los niños no pudieran
escuchar y sacó una lista.
No me sentía feliz de ver tal lista. Ella alegaba que se trataba de algu-
nas anotaciones, no de una lista. Sin embargo, tenía palabras escritas, así
que para mí sí lo era.
—Sabes —indicó— cuando nuestro matrimonio está en su mejor
momento, siento que compartimos las responsabilidades. Dividimos bien
nuestro trabajo, nuestros hijos nos ven hacerlo y me siento valorada, y
considero que eso es importante para nuestra familia. No obstante, algu-
nas veces, debido a que tienes muchas exigencias en tu vida, este valor se
nos ha escapado.
»Cuando nuestro matrimonio funciona bien, siento que ambos conoce-
mos la vida del otro. Tú conoces detalles de mi vida y yo conozco detalles
de la tuya. Y creo que esto también se nos ha escapado. Últimamente me
he percatado de lo que te está sucediendo, pero no me has preguntado qué
ocurre conmigo.
»Cuando nuestro matrimonio está en su mejor momento, incluso apor-
tas una especie de luz y gozo a la relación».
Luego me recordó una historia.
Durante nuestra segunda salida, nos encontrábamos en la entrada del
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Hotel Disneyland esperando para comer y ella tuvo que ir al tocador.
Cuando salió, había muchas personas en la entrada del hotel y yo estaba
de buen humor, así que dije lo suficiente fuerte para que todos me escu-
charan: «Mujer, no puedo creer que me hayas tenido aquí dos horas espe-
rándote».
Nancy respondió de inmediato: «Bien, no me habría demorado si no
hubieras insistido en traer a tu madre a vivir con nosotros, así que debo
esperarla». Gritó eso en medio de la entrada del hotel, justo en nuestra
segunda salida, y mi primer pensamiento fue: Me gusta esta mujer.Mi esposa me contó esta historia y después agregó:
—Cuando nuestro matrimonio está en su mejor momento, puedes
escuchar, reír y ser espontáneo. Últimamente no lo has estado haciendo.
Amo a ese hombre y lo extraño.
Sabía de lo que estaba hablando.
—Yo también extraño a ese hombre, amo sentirme libre como en esa
ocasión. Sin embargo, pienso que llevo muchas cargas. Tengo asuntos
relacionados con el personal y desafíos financieros en el trabajo. Estoy
elaborando proyectos y compromisos de viaje. Siento como si llevara este
peso todo el tiempo. Entiendo lo que dices, pero necesito que sepas que
hago lo mejor que puedo —le respondí.
—No, no lo haces —señaló de inmediato.
Esa no era la respuesta que esperaba. Se supone que todos deben
mover la cabeza en señal de empatía cuando uno dice: «Hago lo mejor
que puedo». No obstante, Nancy ama la verdad (y a mí) demasiado como
para hacerlo. De ese modo, hizo que algo resonara dentro mí.
—No, no lo haces —continuó—. Dijiste que sería bueno ver a un
consejero, un entrenador de ejecutivos o tal vez un director espiritual.
Hablaste de construir amistades, pero no he visto que des algún paso para
lograr tal cosa. No, no lo haces.
Tan pronto como Nancy dijo esto, supe que tenía razón.
Sin embargo, no lo reconocí de inmediato, ya que mi don espiritual es
hacer mohines, el cual ejercité maravillosamente en los días siguientes.
Mientras tanto, una pregunta emergió en mi mente: ¿Qué es lo que quie-res en realidad?
Comencé a darme cuenta de que lo que de veras deseaba no era el
resultado de algún proyecto en particular. Estos solo son medios para
lograr un fin. Lo que en realidad deseo es estar completamente vivo por
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1 . Comprende por qué D ios te ha c reado
dentro. Lo que en verdad quiero es la libertad interior para vivir con amor
y gozo.
Quiero ser el hombre que mi esposa describió.
Soy un hombre adulto, pensé, no sé cuantos años de vida me restan, no puedo esperar más. Cuando estaba en la escuela, las buenas califica-
ciones o encontrar una linda chica que me gustara eran cosas importantes.
A medida que los años pasaron, me preocupé del trabajo y mis circunstan-
cias porque pensaba que me harían sentir vivo. Pensé: No puedo esperar más para ser ese hombre.
En aquel entonces me di cuenta de algo que ahora sé: Quiero esa vida
más que ninguna otra cosa. No porque pienso que se supone que así sea,
ni porque en alguna parte dice que uno debería hacerlo. En realidad, la
quiero.
Hay un ser que quiero ser.
La vida no es un logro o una experiencia en particular. El objetivo más
importante de tu vida no es lo que haces, sino en quién te transformas.
Hay un ser que tú quieres ser.
De modo irónico, transformarme en esta persona que deseo es algo
que nunca sucederá si mi enfoque principal está en mí, del mismo modo
que nadie puede ser feliz si su principal objetivo es alcanzar la felicidad.
Dios nos hizo para crecer, pero eso nunca ocurre al buscar ser el «número
uno». Está ligado a una visión más noble y grandiosa. Al mundo le hace
mucha falta seres humanos que crezcan y sean sabios, y nosotros somos
llamados a traer la gloria y la sabiduría de Dios al mundo. La verdad es
que aquellos que crecen siempre bendicen a otros… y pueden hacerlo en
las circunstancias más inesperadas y humildes.
Una vida prósperaNo hace mucho tiempo me subí a un minibús en un aeropuerto que
permite el traslado hasta el estacionamiento de los autos de alquiler. Con-
ducir un minibús por lo general es un trabajo ingrato, ya que al conductor
a menudo se le considera un individuo del más bajo nivel en la escala
social. Las personas durante el recorrido están malhumoradas por el viaje
y apuradas por subirse a sus autos. Nadie habla demasiado, excepto el
nombre de la empresa que alquila el vehículo. Sin embargo, no fue así en
esta ocasión.
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El hombre que conducía el vehículo era sumamente agradable. Revi-
saba cada parada, mirando si alguien estaba atrasado y necesitaba ser
transportado. «¿Saben?», nos dijo, «siempre miro bien, porque a veces la
gente se atrasa. Uno se da cuenta al mirarle a los ojos. Siempre escudriño,
porque no quiero dejar a nadie. ¡Vaya, aquí viene otro!...».
El conductor se apresuró a recoger a alguien retrasado, mostrándose
tan entusiasmado con lo que hacía que nos contagiamos con él. En rea-
lidad, lo alentábamos mientras recogía a otras personas. Era como ver a
Jesús conduciendo el minibús. Agarraba el equipaje de la gente antes que
alcanzaran a levantarlo, luego saltaba dentro del vehículo y decía: «Bien,
partimos. Sé que todos quieren llegar lo antes posible, así que los llevaré
hasta allí tan rápido como pueda».
Los viajeros cansados bajaron sus periódicos. Este hombre había gene-
rado tal pequeña comunidad de gozo en ese ómnibus que la gente quería
dar una segunda vuelta por la terminal solo para recoger a las personas
junto con él. Les decíamos a las personas que subían después de nosotros:
«¡Observen a este sujeto!». Ya no se trataba solo de nuestro conductor;
era nuestro guía, nuestro amigo. Y por algunos momentos la comunidad
floreció. En un aeropuerto, en el minibús de traslado hasta el estaciona-
miento de los autos de alquiler, una persona ofreció la mejor versión de
sí mismo.
Lo que le sucedió a ese conductor de minibús puede ocurrirte a ti. A
veces sucede. Una vez cada tanto, haces algo que te sorprende y alcanzas
a vislumbrar a la persona que fuiste creado para ser. Dices algo inspirador
en una reunión. Ayudas a una persona indigente que nadie había notado.
Eres paciente con un fastidioso niño de tres años. Te pierdes escuchando
una pieza musical. Te enamoras. Expresas compasión. Enfrentas a un abu-
sador. Haces un regalo de modo espontáneo y con sacrificio. Arreglas un
motor. Perdonas una vieja herida. Dices algo que normalmente no dirías,
o callas alguna cosa que de manera habitual se te escaparía.
Y mientras lo haces, por un momento ves el motivo por el cual Dios te
creó. Solo Dios conoce todo tu potencial y se mantiene guiándote todo el
tiempo hacia la mejor versión de ti mismo. Él tiene muchas herramientas
y nunca está apurado. Eso puede ser frustrante para nosotros, pero aun
en medio de nuestra frustración, Dios obra para producir paciencia en
nosotros. Nunca se desanima por el tiempo que le lleva, y se goza cada
vez que creces. Solo Dios puede ver «la mejor versión de ti», y está más
preocupado que tú por que alcances tu completo potencial.
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1 . Comprende por qué D ios te ha c reado
«Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las
pongamos en práctica»1.
No eres producto de tu propia hechura; tu vida no es tu proyecto. Tu
vida es el proyecto de Dios. Dios pensó en ti, y sabe quién estás supuesto
a ser. Él tiene muchas buenas obras para que hagas, pero no son el tipo de
tareas de la «lista de cosas para hacer» que le damos a las esposas o los
empleados. Son asignaciones para tu verdadero ser.
Tu «vida espiritual» no está limitada a ciertas actividades devocionales
en las que te involucras. La vida espiritual implica recibir el poder del
Espíritu de Dios para ser la persona que Dios tenía en mente cuando te
creó, una hechura suya.
Hacia dónde te conduce el
crecimientoDios te creó para florecer… para recibir vida desde lo externo, crear
vitalidad dentro de ti y producir bendiciones más allá de tu vida. Crecer es
el plan y el regalo de Dios, y cuando floreces, estás en armonía con Dios,
los demás, la creación y contigo mismo. El acto de florecer no se mide
por señales externas como un sueldo, las posesiones o la belleza. Significa
convertirte en la persona que Dios tenía en mente cuando te creó.
Recibir vida desde lo externo
Crear vitalidad dentro de ti
Producir bendiciones más allá de tu vida.
Crecer significa avanzar hacia la mejor versión que Dios tiene de ti.
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«Como palmeras florecen los justos […] florecen en
los atrios de nuestro Dios» (Salmo 92:12-13).
A medida que Dios te ayuda a crecer, cambiarás, pero siempre serás
tú mismo. Una bellota puede crecer y convertirse en un roble, pero no se
transformará en un rosal. Puede llegar a ser un roble sano o atrofiado,
pero no será un arbusto. Siempre serás tú —un individuo saludable o
lánguido— pero Dios no te creó para ser otra persona. Él diseñó tu tem-
peramento. Determinó tus talentos y dones naturales. Te hizo de modo
que puedas sentir ciertas pasiones y deseos. Planeó tu cuerpo y tu mente.
Tu singularidad es producto del diseño de Dios.
Algunas personas piensan que si tratan de crecer espiritualmente se
convertirán en alguien más. No obstante, Dios no desecha su materia
prima. Él la redirige. Antes de que Pablo encontrara a Jesús, era un faná-
tico brillante y apasionado que perseguía a la gente. Después de eso, se
convirtió en un fanático brillante y apasionado que se sacrificó por las
personas.
Unos amigos de nuestra familia tenían una hija llamada Sauna que era
una típica niña de voluntad fuerte. En una ocasión, cuando tenía cuatro
años, insistió en salir sin permiso en su triciclo. Su mamá ya no podía
manejar la situación y finalmente le dijo: «Mira, Shauna, hay un árbol
aquí y una calle allá. Puedes andar en tu triciclo sobre la vereda entre
la calle y árbol, pero no ir más allá de eso. Si vas más allá, te daré una
zurra. Tengo que entrar porque tengo mucho que hacer. Sin embargo, te
estaré mirando. No traspases ninguno de esos límites porque sino te daré
una zurra».
Shauna se dio la vuelta, miró a su madre, señaló la zona de su cuerpo
donde se aplican los castigos, y luego dijo: «Bien, podrías castigarme
ahora mismo, porque tengo muchos lugares adonde ir».
¿Te sorprenderías si te dijera que cuando Shauna creció tuvo formida-
bles capacidades de liderazgo y un vigor indomable? Y siempre los tendrá.
Dios no hace algo y luego decide desecharlo. Él crea y luego, si hay
un problema, rescata. La redención siempre incluye la redención de la
creación. El salmista dice: «Reconozcan que el Señor es Dios; él nos
hizo, y somos suyos»2.
He aquí la buena noticia: Cuando creces, te conviertes más en ti
mismo. Te conviertes cada vez más en la persona que Dios tenía en mente
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cuando te creó. No se trata solo de que llegas a ser más santo, sino que
te transformas en una versión mejor de ti. Cambiarás. Dios desea que te
transformes en una «nueva creación». Sin embargo, «nueva» no significa
completamente diferente; en cambio, resulta algo similar a un mueble
antiguo que ha sido restaurado en toda su belleza.
Tenía en casa una silla que mi padre ayudó a fabricar hace setenta
años. Me encantaba, pero sus apoyabrazos estaban rotos, la madera se
encontraba astillada y el respaldo gastado. Finalmente renuncié a ella y
la vendí en una venta de garaje por cincuenta centavos. La persona que
la compró sabía como restaurarla, y a los pocos meses recibí una foto
de la silla ya reparada, bar-
nizada y con el respaldo
arreglado. Deseaba que se
tratara de una de esas his-
torias en las que el restau-
rador sorprende al antiguo
propietario entregándole
su ahora nueva y hermosa silla. No obstante, todo lo que tengo es esta
encantadora fotografía. Aún conservo esa foto en el cajón de mi escritorio
para recordarme que «si alguno está en Cristo, es una nueva creación.
¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!»3. Dios quiere redimirte,
no cambiarte. Si eres un gran lector, del tipo contemplativo, y esperas
que Dios te cambie en la clase de persona que usa sombreros grandes
y llamativos para las fiestas, buena suerte con eso. Tal vez eres del tipo
extrovertido y estás cansado de meter la pata todo el tiempo. ¿Deseas ser
como alguno de nosotros los introvertidos: sabio, tranquilo y retraído?
Eso nunca sucederá.
¡Qué pena! Todos deseamos que fuera posible.
No poder ser lo que quiero es humillante. No puedo crearme a mí
mismo. Me acepto como un don de Dios y acepto convertirme en esa
persona que la obra de Dios destinó que fuera. En tu alma hay una batalla
entre un ser floreciente —la persona que fuiste creado para ser— y un
ser lánguido. Este libro trata sobre esa batalla que se mueve desde lo pro-
fundo de tu ser hacia un mundo que espera la redención de Dios.
La redención siempre incluye la redención
de la creación.
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ESPÍRITU
MENTETIEMPO
RELACIONESEXPERIENCIA
El viaje comienza con tu espíritu, el cual recibe el poder del Espíritu de
Dios. Todo ser humano ha tenido la sensación de recibir ideas o energía de
una fuente más allá de sí mismo. Hablamos de ser inspirados, una palabra
que literalmente significa que algo ha sido infundido en nosotros. Tal cosa
significa que florecer —estar conectados con el Espíritu de Dios— es
algo que se halla a nuestra disposición todo el tiempo. Cuando tu espíritu
florece, estás completamente vivo. Tienes un propósito para vivir. Te sien-
tes impulsado a añadir virtud y eliminar el pecado.
Luego está tu mente. La vida mental de tu ser renovado está signada
por la paz y el gozo. Sientes curiosidad y amas aprender. Lo haces con tu
manera única de ser, leyendo, hablando con la gente, escuchando, constru-
yendo o guiando a otros. Formulas preguntas. No te aburres con facilidad.
Cuando surgen emociones negativas, las tomas como una oportunidad
para actuar.
Por otro lado, tu ser que languidece se siente interiormente incómodo
y descontento. De pronto te hallas arrastrado a los malos hábitos —miras
demasiado la televisión, bebes mucho alcohol, haces mal uso del sexo o
gastas en exceso— porque todo esto anestesia el dolor. En el ser lánguido,
los pensamientos son arrastrados hacia el temor y el enojo. Aprender es un
esfuerzo que no vale la pena. Piensas bastante en ti mismo.
Junto con tu espíritu y mente, cuando floreces, tu tiempo también es
transformado. Tienes la confianza de que sin importar a dónde la vida te
lleve, no serás derrotado. Cuando amanece, te despiertas con un senti-
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1 . Comprende por qué D ios te ha c reado
miento de expectativa. Posees un sentido vibrante de que las cosas impor-tan. Comienzas a vivir cada momento como un completo regalo de Dios.
Descubres que nunca eres demasiado joven para florecer. Mozart com-
puso una música brillante cuando tenía cinco años. El apóstol Pablo le
dijo a Timoteo: «Que nadie te menosprecie por ser joven»4. Tampoco se es
nunca demasiado viejo para florecer. Abuela Moses tenía sesenta y nueve
años cuando comenzó a pintar, y Marc Chagall pasaba horas dedicado a
su arte cuando tenía noventa años. Hace unos años atrás mi padre cumplió
setenta años y en esa época empezó a caminar tres millas diarias. (Cinco
años más tarde, no sabíamos dónde encontrarlo.)
El ser florecido derrama bendición en tus relaciones. Descubres que
otras personas constituyen un recurso maravilloso. Con frecuencia te
brindan energía. Cuando estás con ellas, las escuchas con atención. Sus
sueños te impactan. Las bendices. Logras revelar tus pensamientos y sen-
timientos de un modo que invita a los demás a la franqueza. Admites con
rapidez tus errores y perdonas libremente.
En lo que respecta a las relaciones, a menudo tu ser lánguido está en
problemas. Eres indisciplinado en lo que dices, algunas veces respondes
con sarcasmo, hablas mal o adulas a los demás. Te aíslas. Ejerces tu domi-
nio. Atacas. Te retraes.
No obstante, mientras Dios te hace crecer, desea usarte en su plan para
redimir al mundo, y descubres que él está cambiando tus experiencias. Tu ser florecido posee riquezas y anhela contribuir. Vives con un sentido
de llamado. El dinero que ganas no es tan importante como hacer lo que
amas y lo que genera un valor. Te fortaleces en el sufrimiento. Mejoras.
Creces.
¿Qué otra cosa podrías desear que convertirte en la persona que Dios
tenía en mente al crearte?
El mundo que Dios quiere verHe aquí un gran secreto de la Biblia: El anhelo de convertirte en todo
aquello para lo que fuiste creado es solo un reflejo minúsculo del anhelo
de Dios de comenzar su nueva creación. Los rabinos le llamaban a esto
tikkun olam: la restauración del mundo. Mientras más preocupado estés
de tu propia plenitud, menos pleno serás. Cuando tu vida está dedicada
a ti, es pequeña como un grano de trigo. Sin embargo, en el momento en
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que le entregas tu vida a Dios, es como si ese grano fuera plantado en un
suelo rico, que crece como parte de un proyecto mucho mayor.
El cuadro que se usa al final de la Biblia es el de una boda, el vislumbre
de lo que Dios ha hecho en todo este tiempo: «Vi además la ciudad santa,
la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada
como una novia hermosamente vestida para su prometido»5. Un día exis-
tirá una armonía gloriosa entre Dios y lo que ha creado. Y Dios no desea
que nadie se quede fuera. Mientras floreces, ayudas a Dios a recrear el
mundo que él quiere ver.
Mi sobrina Courtney se casó hace poco tiempo, y en la fiesta de bodas
se llevó a cabo un baile para los matrimonios en cual se iba eliminando
a las parejas de la pista de baile de acuerdo al tiempo que llevaban de
casados. Al principio todos estábamos en la pista. Courtney y Patrick
fueron los primeros en salir, luego las parejas de menos de un año de
casados, después los que hacía menos de cinco años que se habían unido
en matrimonio, y así sucesivamente. Nancy y yo permanecimos bailando
con el grupo de veinticinco años de casados, aunque para ese momento la
multitud había decrecido de modo considerable.
Al final, solo una pareja se hallaba en la pista de baile, la cual llevaba
cincuenta y tres años de casados. Todos los miraban con atención —un
hombre alto, cortés y de cabellos plateados, treinta centímetros más alto
que su esposa— pero ellos solo se miraban a los ojos. Bailaban con ale-
gría, que no se evidenciaba en la habilidad del baile, sino en el amor que
irradiaba el uno por el otro. ¡Qué contraste se percibía entre los recién
casados, la frescura, la salud y la hermosura de sus matrimonios, y la
belleza de este otro tipo de amor que brillaba en la última pareja que se
encontraba en la pista! Quizás apreciamos en parte ese tipo de belleza
porque nos habla del florecer interior que no es visible a los ojos.
Cuando el baile terminó, el maestro de ceremonias se dirigió a Court-
ney y Patrick y les dijo: «Denle un buen vistazo a esa pareja que quedó en
la pista. Su tarea ahora es vivir y amarse de ese modo por los próximos
cincuenta y tres años. Ese es su baile. Y comienza ahora».
En ese momento fuimos impactados por el misterio de la brevedad de
la vida. Cuando esa novia de cincuenta y tres años miró a su esposo, no
solo vio a un abuelo anciano. Vio al joven bronceado y campeón de tenis
con el que se había casado cinco décadas atrás. Y él no solo vio a una
abuela de setenta. Vio a la encantadora joven de belleza efervescente que
había amado desde su adolescencia. Lo sé porque ellos son mis padres,
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los abuelos de Courtney. Y pensé que a mis padres tal vez les parecería
que su boda fue ayer. El tiempo es así.
La vida es así.
Proyecté mis pensamientos hacia dentro de cincuenta y tres años,
cuando Courtney y Patrick hayan estado casados tanto tiempo como esa
pareja. Dentro de cincuenta y tres años mis padres no estarán. Nancy
habrá partido. Yo tendré ciento cinco años.
No quiero perderme el baile. Muchas veces quedo atrapado en tantas
cosas de la vida, preocupado por lo que nunca haré, lograré o tendré. Sin
embargo, no me quiero perder el baile. Deseo amar a mi esposa, cuidar
a mis hijos y darles vida a mis amigos. Quiero hacer la obra para la cual
Dios me concibió. Quiero amar a Dios y al mundo que creó. Quiero hacer
mi parte para ayudarlo a florecer, porque mi madurez espiritual no se
mide por seguir las reglas. «El ser que Dios me creó para ser» se mide
por mi capacidad de amar. Cuando vivimos con amor, florecemos. Ese
es el baile.
El tiempo de amar es ahora. Cuando amamos, entramos en el misterio
de la eternidad. Nada de lo que ofrezcamos con amor se perderá, porque
esta vida mortal no constituye toda la historia. Esta vida representa una
especie de escuela para la próxima, una clase de preparación para el ser
que debes ser. Esa persona que entrará en la eternidad. Lo más importante
no es lo que haces, sino en lo que te transformas.
«El Espíritu y la novia dicen: “¡Ven!”; y el que escuche diga: “¡Ven!”»6.
Esta es la última y la mejor invitación de la Biblia.
No te pierdas la boda, señala Dios. Reserva el último baile para mí.
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En la corriente «¿Cómo anda tu vida espiritual?».
Solía responder a esta pregunta mirando el estado de
mis actividades devocionales. ¿Leí lo sufi ciente la Biblia
en el día de hoy? El problema es que con esta medida
los fariseos siempre ganan. La gente puede ser muy dis-
ciplinada, pero seguir siendo orgullosa y estar llena de
resentimiento. ¿Cómo medimos el crecimiento espiritual
para que los fariseos no ganen?
Le pregunté a un hombre sabio: «¿Cómo evalúa el bien-
estar de su alma?».
De inmediato respondió: «Me hago dos preguntas»:
¿Me he desalentado con facilidad en los últimos días?
¿Me irrito con facilidad últimamente?
En el centro de un alma que fl orece están el amor y la paz
de Dios. Si la paz crece en mí, estoy menos desanimado.
Si crece el amor, me muestro menos irritable. Ese fue un
diagnostico brillante para evaluar la salud de mi alma.
¿Cómo responderías a esas dos preguntas?
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