el ingenioso don quijote de capilla

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1 Trabajos basados en rabajos basados en rabajos basados en rabajos basados en la obra la obra la obra la obra El ingenioso hidalgo El ingenioso hidalgo El ingenioso hidalgo El ingenioso hidalgo Do Do Do Don Quijote de la Mancha n Quijote de la Mancha n Quijote de la Mancha n Quijote de la Mancha De Miguel de Cervantes Saavedra De Miguel de Cervantes Saavedra De Miguel de Cervantes Saavedra De Miguel de Cervantes Saavedra Alumnos de 6º A del lumnos de 6º A del lumnos de 6º A del lumnos de 6º A del IPEM IPEM IPEM IPEM 88 88 88 88 actualizan la aventura de los molinos de vient ctualizan la aventura de los molinos de vient ctualizan la aventura de los molinos de vient ctualizan la aventura de los molinos de viento y recrean el episodio final y recrean el episodio final y recrean el episodio final y recrean el episodio final Capilla del Monte, mayo 2011 Capilla del Monte, mayo 2011 Capilla del Monte, mayo 2011 Capilla del Monte, mayo 2011

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Versiones libres de alumnos de 6º A promo 2011 del IPEM 88 basadas en la obra de Cervantes.

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Page 1: El ingenioso Don Quijote de Capilla

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""""EL INGENIOSO DON QUIJOTE, EL HIDALGO DE CAPILLA"EL INGENIOSO DON QUIJOTE, EL HIDALGO DE CAPILLA"EL INGENIOSO DON QUIJOTE, EL HIDALGO DE CAPILLA"EL INGENIOSO DON QUIJOTE, EL HIDALGO DE CAPILLA"

n algún lugar de Capilla del Monte, de cuyo nombre no quiero acordarme existía un joven hidalgo, de los de celular en bolsillo y conexión las 24 hs, de viernes por las noche "Zoom", sábados "Patio" y domingos resaca.

Tenía en su casa un ama que limpiaba, lavaba y cocinaba... y vivía con su madre, un padre que era muy trabajador, un hermano mayor que rozaba los 20 años de edad, y otro pequeño que se divertía entre los juguetes. Frisaba la edad de nuestro joven los diecitantos años, era seco de carnes, de estatura moderada y amante del ciber Roham. Algunos dicen que tenía el sobrenombre de Negro o Nikillo pero por deducción resolví que su nombre era Nicolás. Se debe saber que este joven en sus ratos de alpedismo extremo (casi todo el año) se dedicaba a leer libros de caballería con tanto entusiasmo que olvidó por completo su celular, el ciber, su familia, y amigos. Tanto se apasionó por querer poseer todo aquel libro de caballería que existiera, que llegó su ruina y la de su familia ; pasó días y noches leyendo sin parar, y así de tanto leer y poco dormir se le secó la mente, perdiendo todo aquel juicio sobre la realidad; su mente se llenó de fantasías, de encantamientos, batallas, desafíos, amores; todo tipo de disparates imposibles pero en los cuales creía tanto que se llegaron a

convertir en su propia realidad, no había otra historia más cierta que esta. Y así fue como nuestro joven se hizo de una armadura y casco. Vestido de hierro salió en busca de todo aquel mal que afectara a su pueblo para desterrarlo de él, hacerse un verdadero

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caballero, y de esta manera conseguir popularidad y prestigio, y llamar la atención de una chica especial. Luego fue en busca de un caballo que le acompañe en sus largas aventuras; una vez hallado su rocín decidió ponerle un nombre, pasó casi toda una semana pensando en ello, y concluyó en que lo nombraría como Rocinante, a él le sonaba como un nombre de importancia y significado. Luego de haberlo llamado Rocinante a su caballo, pensó y quiso renombrarse a sí mismo, tardó más de una semana en concluir en que su nuevo nombre seria Don Quijote de Capilla, en honor a su querido pueblo. Sabiendo que ya tenía todo lo que necesario, pensó que lo único que le faltaba era un amor, porque un caballero andante sin amores era igual que un árbol sin hojas y sin fruto y un cuerpo sin alma. Se habla que Don Quijote se había enamorado anteriormente de una dama que vivía cerca de su casa, ella nunca lo supo, su nombre era Helena Larocca y Don Quijote no tuvo mejor idea que re nombrarla como hizo con él y la llamó Dulcinea del Toboso. Don Quijote fue en busca de un vecino conocido (lo definiremos como pobre y un hombre de bien) pero de muy poca sal en la mollera; luego de encontrar a Sancho Panza lo convenció para que sea su compañero de batalla, ganarlas y recibir el cargo de intendente de Capilla, dejando su familia y acompañándolo como escudero a Don Quijote, también le pidió un escudo

pequeño, alforjas y le propuso un horario para emprender el viaje, Sancho Panza decidió viajar en asno. Sin que nadie se enterara y sin despedirse Don Quijote de su madre, padre y hermanos y Sancho de familia, llegó la noche de su salida, y al amanecer del día siguiente se sintieron seguros que ya no los encontrarían por más que los buscaran.

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Sancho Panza salió orgulloso ya imaginándose intendente del pueblo, así salió con sus alforjas y su recipiente de cuero para el vino. Comenzaron su aventura dirigiéndose hacia el centro de Capilla del Monte, pasando por allí se encontraron con muchos raras, objetos de la realidad que nuestro Don Quijote no las reconocía, como automóviles, personas sacando fotos con cámaras digitales, y hablando por teléfonos celulares, chicos con skate. Con todo esto Don Quijote se asustó y le preguntó a su fiel Sancho Fontana Panza

- ¿Qué le ocurre a esta gente que nos miran con rareza Sancho? - Nada les ocurre vuestra merced, son solo personas del pueblo como usted ya conocéis - Estáis en una equivocación Sancho Fontana, yo no os conocéis con estas vestimentas tan extrañas,

esas cosas en vuestros oídos y en vuestras manos, aquellos niños que juegan con ruedillas en los pies, y aquellas monstruosidades con grandes ruedas que van a toda prisa por las calles

- Esos son automóviles mi señor - No Sancho Fontana, ¡pues esos son viles enemigos de nuestro pueblo! Y pienso demostraos lo

que yo os digo - ¿Qué locura piensa hacer Don Quijote? - ¡Pues los pienso enfrentar! ¡Como leal caballero que soy! ¡Y ya verás mi amigo como se

retorcerán del dolor y os rogareis piedad! - ¡No mi señor! ¡Tened cuidado! ¡Os matareis! El ruido de armas y huesos rotos resonó en el valle.

- ¡Oh mi señor! ¿Está usted bien? - Sí Sancho, por suerte esta armadura me protegió y estoy más que bien, no os preocupéis por mi

pues no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna - Está bien, como usted diga.

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Mientras Sancho Fontana ayudaba a Don Quijote a levantarse unos niños que pasaban por allí comentaron:

- ¿Qué le pasa a este chabón? ¡Que se habrá fumado para querer parar a un auto así! - No sé, ¡ta re chapa! Mejor nos tomemo el palo, mirá si se nos pega lo loco… - Jajajajajajajajajaja, sí vamoló.

Don Quijote confundido tanto por el golpe como por los niños, por como hablaban y por cómo se reían de él, decidió seguir su camino y alejarse de aquel lugar. Cabalgaron y cabalgaron hasta llegar a un lugar desconocido en el cual había un grupo de palmeras y un molino de viento

- Nuestra aventura va mejorando… ¡Mirad allí Sancho Fontana! ¿Veis aquellos gigantes? Pienso destruirlos con la fuerza de mi lanza, hasta que caigan rendidos ante mí, y luego de ganar vuestra batalla seremos ricos y reconocidos por haber librado a nuestro pueblo de tan mala simiente

- ¿De qué gigantes me estáis hablando? Replicó Sancho - ¡Aquellos que están ahí! Frente a vuestras narices Sancho Fontana, yo soy más viejo que vos

¡y aun así estáis más ciego que yo! - Mirad bien Don Quijote, que aquellos no son gigantes sino que son unas brutas palmeras con un

bruto molino junto - ¿De qué me estáis hablando Sancho? ¿Qué, acaso no veis bien?...

yo mismo libraré con ellos fiera y desigual batalla y si tenéis miedo no vengáis conmigo pues y ponte a rezar. Y galopando a toda velocidad hacia los molinos y palmeras gritaba:

- Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

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Y así fue como nuestro Don Quijote le clavó la lanza a la primera palmera con la que se encontró, rompiendo en mil pedazos su lanza y cayendo de su Rocinante al suelo; Sancho Fontana acudió a su encuentro

- Se lo advertí querido amigo, esas eran palmeras y no gigantes - Calla Sancho, que las cosas de la guerra, más que otras están sujetas a continua mudanza; yo

pienso que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto a estos gigantes en palmeras, así quíteseme lo glorioso de su vencimiento. Sancho lo ayudó a subir nuevamente al rocín y retornaron su camino con una derrota más en sus espaldas

- Mi señor, ¡cabalgue derecho!, debe ser la caída en batalla, ¿le duele algo? - ¡Calla Sancho! Debe ser que el golpe me hirió un poco pero no me quejo de mis heridas.

Pasaron la noche bajo un árbol, Don Quijote agarró una rama seca que le podía servir de lanza, y no durmió en toda la noche pensando en Dulcinea Helena del Toboso. Al amanecer despertó Sancho Fontana con mucha hambre, desayunó pero su compañero no quiso probar bocado. Así comenzaron nuevamente el camino pero esta vez ya no era en busca de aventuras, sino que Don Quijote ya cansado, dolorido y magullado decidió volver a su casa. Finalmente nuestro hidalgo se estaba dando cuenta de que su realidad no era verdadera, que era todo una gran fantasía, con este gran pesar y los días contados volvieron a su casa. Cuando llegaron Don Quijote pidió hablar con su madre:

- Querida madre mía, yo he recuperado el juicio ya, aquellas sombras que perturbaban y nublaban mi mente ya se han ido y junto con ellas todas aquellas leyendas de caballería. Ya soy conocedor de que todo aquello no existe, en algún pasado quizás y no pesa más que este desengaño ha llega tan tarde, dejándome sin tiempo para hacer alguna recompensa. Aquí en mi lecho de muerte madre mía, quisiera que se dejase aquel renombre de loco, puesto que lo he

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sido pero ya no. Llámame a mis buenos amigos: el Cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quisiera confesarme y hacer mi testamento. De esto se excusó la medre viéndolos entrar a los tres. Don Quijote los vio y les dijo:

- Buenos señores, escuchadme por favor, que yo ya no soy Don Quijote de Capilla sino Nicolás Lenzoni a quienes mis costumbres renombraron como vicioso. Ya me son odiosas todas las historias de caballería, soy conciente de mi ceguera ante la realidad y del peligro en que me pusieron haberlas leído Oyendo esto los tres amigos pensaron que se trataba de alguna nueva locura de Don Quijote y le preguntaron:

- Bien Don Quijote, ahora ¿Que otra locura o idea loca tiene usted? Deje de hablar pavadas y de una vez por todas caiga en la realidad

- Yo señores, siento cada vez más que voy muriendo, déjense de burlas y traedme un confesor y un escribano que escriba mi testamento, que en tales circunstancias no se ha de burlar el hombre con el alma. Y así os ruego que mientras el cura me confiesa busquéis al escribano Sus amigos aun no le creían al pobre Don Quijote hasta que el cura concluya la confesión y les dijo.

- En verdad se muere, Nicolás Lenzoni, el vicioso ya no delira. Entremos y tomemos su testamento.

- Es mi voluntad que algunos dineros sean destinados a Sancho Fontana Panza, quien en mi aventura he arrastrado, aunque este no sea mucho luego de pagar las cuentas pero lo que quede será de él Y dirigiéndose a Sancho le confesó:

- Perdonadme por haberte dado a parecer que estoy loco y haciéndote creer que hubo y hay caballeros andantes en el mundo, pues no es cierto

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Sancho llorando le respondió: - No muráis, vuestra merced, tomáis vuestros consejo y viváis varios años más, porque la mayor

locura que podéis hacer es dejarse morir sin más y menos, bajo las manos de la melancolía, levántese y caminemos por el pueblo a ver si hallamos a doña Dulcinea Helena del Toboso y ya no haya más que ver; y si muere usted por verse vencido, écheme toda la culpa a mí por

ser un mal escudero y ¡levántese! - Sancho Fontana Panza tiene razón. Dijo Sansón - Señores- dijo Don Quijote- vamos poco a poco que ya en los nidos de

antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui Don Quijote de Capilla y ahora soy Nicolás Lenzoni el vicioso. Pueda con vuestras mercedes con mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía.

Así cerró su testamento y cayendo en un profundo desmayo, allí en su lecho de muerte murió nuestro Don Quijote, el hidalgo de Capilla.

Fin…

Versión realizada por: Jessica Iturrioz y Aylén Gómez Capilla del Monte, Mayo de 2011

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El ingenioso Don Quijote, el hidalgo de Capilla

n un lugar de Capilla del Monte, de cuyo nombre no me quiero acordar, vivía un joven hidalgo, flaco y enjuto, rostro

alargado, cabellera corta y lacia, ropas holgadas, gustoso de las fiestas patronales pueblerinas, y salidor por las tardes a pasear por la techada. Vivía en su Capilla natal, lugar de sierras, de espinillos autóctonos. Su casa era una mansión venida a menos, ya con sus buenos años, y sin mantenimiento. Vivía en ella con su madre y su hermana mayor. Nuestro hidalgo rondaba los veintitantos. En sus ratos de ocio (que eran los más del año) le gustaba leer libros de caballería, con muchísimo gusto. Tanto, que olvidaba hacer sus tareas diarias. Él se encerró tanto en su lectura, que se le pasaba las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio, y así, se le secó el cerebro, de manera que comenzó a perder el juicio. Ya sin juicio, se le dio la idea de convertirse en un caballero andante, queriendo aumentar su honra, fama y reconocimiento y para defender su pueblo. Y así partió vestido con su armadura, con su caballo, indispensable para un caballero, pero éste era muy flacucho y pequeño. Le dio en llamarlo Rocinante.

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Luego de unos días pensó que debería cambiar su nombre, que fuera más de un caballero, nombre de gloria. Y así luego de muchos intentos decidió pasar de ser Gonzalo Althaus a ser Don Quijote de Capilla.

Pensó luego que lo que le faltaba era una dama, ya que un caballero sin una dama es como un árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Así fue que pasando por la techada, había una joven de muy buen parecer, rubia y flaca, de quien él estaba enamorado. Llamábase Jessica Iturrioz y a Don

Quijote le pareció correcto que tuviera un título de señora, y así pasó a llamarla Dulcinea de Capilla. Comenzó sus andanzas por las calles de Capilla del Monte, por El Faldeo, la calle techada y otros lugares.

En estos tiempos, Don Quijote necesitaba un escudero y pensó en un labrador vecino suyo, un hombre de bien, fiel, pero de muy poca sal en la mollera. Y tanto le prometió e insistió que el pobre decidió salir con él y servirle de escudero. Y Alain Fontana (que así se llamaba el escudero, aunque Don Quijote lo

llamaba Sancho, una forma más amigable) partió con él, con mucho ánimo de verse ya intendente de Capilla del Monte, ya que eso le había prometido Don Quijote como recompensa por su favor. En su viaje, se encontraron con algunas antenas de celular, y así como Don Quijote las vio, le dijo a Sancho:

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-Mirad aquellos gigantes, iremos contra ellos. Vamos a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. -¿Qué gigantes? – dijo Sancho. -Aquellos que allí se ven-respondió su amo- los altos, enormes, de cuerpo de muchas leguas hacia arriba. -Mirá -respondió su escudero- esas cosas que están allá, son antenas de teléfono, por las que se pueden hablar de un celular a otro. -Bien parece que no estás ducho en esto de las aventuras: ellos son gigantes, y si tienes miedo, quédate ahí que yo lucharé contra ellos. Y Don Quijote se bajó de su caballo, y fue contra ellos. -¡Non fuyades cobardes y viles criaturas! –iba diciendo en voz alta mientras avanzaba.

Embistió contra la primer antena, bien preparado, dándole una lanzada pero al ser la antena tan angosta, le erró con la lanza y al seguir avanzando con su caballo, golpeóse muy fuerte contra la antena. Quedó muy lastimado y Sancho lo fue a socorrer.

-¿No te dije que no eran gigantes sino antenas? Ahora te lastimaste y te tengo que llevar al hospital –dijo Sancho. -Calla amigo Sancho –respondió Don Quijote- que las cosas de guerra, más que otras están sujetas a continua mudanza, que yo pienso, y así es verdad que esto fue obra de Frestón, un mago de los cuales aquí hay muchos, que ha vuelto estos gigantes en antenas.

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Para continuar sus andanzas, Don Quijote necesitaba un talismán, del cual ya le habían hablado. Él creía que ese preciado talismán dejaba sin efecto las acciones de Frestón, por lo tanto decidió ir a la feria de Capilla, en la cual le dijeron, lo podía encontrar. Don Quijote y Sancho llegaron a la feria y comenzaron a recorrer los puestos en busca del talismán. Recorriendo los puestos, creyeron haber encontrado lo que para Don Quijote era el talismán.

-Mirad Sancho, que aquí lo hemos encontrado –dijo Don Quijote. A lo que Sancho le respondió: -No, pero si eso es una amatista, una piedra. -¡No Sancho!-dijo Don Quijote-ese es el talismán. Ven, le preguntaremos al vendedor. Se acercaron al vendedor, y Don Quijote le preguntó:

-Buenos días buen hombre. Dígame, este es el talismán del cual se dice que deja sin efecto los encantamientos de Frestón, ¿no es así? -Hola, no mirá, la verdad no sé de qué me hablás. Esta piedra es una amatista. Don Quijote se retiró de la feria triste, desolado, al ver que los demás no creían en lo que él decía. -Escuchame -dijo Sancho- si las antenas no son gigantes, si la amatista no es el talismán, date cuenta d que lo que estás viendo es una fantasía. Tenés que volver a la realidad. Don Quijote se paralizó por un momento, y comenzó a pensar en que Sancho tenía razón, ya que no solo él era quien no le creía, sino que ya todo el pueblo se había enterado de su locura.

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Así, siguieron caminando hacia el centro, y mientras caminaban, un joven lanzó un grito.- ¡Miren todos! ¡Ahí va el loco del que todos hablan! Entonces, la gente lo reconoció y comenzó a humillarlo. Don Quijote se avergonzó y salió corriendo. Sancho salió detrás de él a consolarlo. Fue así que Sancho vio cuando de repente, de una esquina, dobló un auto y atropelló al hidalgo. Don Quijote quedó muy malherido y Sancho buscó ayuda para llevarlo al hospital. -Yo ya tengo juicio, recuperé la cordura. Me di cuenta de que todo lo que yo creía cierto, no lo era. Necesito hermana, que llames al Padre Donato, al abogado Sansón Carrasco y a mi amigo Nicolás, que quiero confesarme y hacer mi testamento. –le dijo Don Quijote tendido en la cama del hospital, a su hermana. Y así llegaron al hospital ellos tres, al entrar en la habitación, Don Quijote les dijo: -¡Felicítenme! Que ya no soy Don Quijote de Capilla, sino Gonzalo Althaus, y ya me son odiosas todas esas historias de caballería. Cuando escucharon sus palabras, creyeron, sin duda, que esta era alguna nueva locura que le había tomado.

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-Dígame señor Don Quijote, ¿usted quiere ahora hacerse ermitaño? Cállese por su vida, vuelva en usted, y déjese de cuentos. -Yo siento que estoy muriendo a toda prisa- dijo Don Quijote- dejen de burlarse de mí, y empiecen a escribir que quiero hacer mi testamento y confesarme. Se miraron unos a otros, y aunque dudaban, entendieron que Don Quijote estaba cuerdo en realidad. El Cura lo confesó, y salió de la habitación diciendo: -Verdaderamente en cualquier momento muere, el accidente fue muy duro. Y sin dudas, ya no siendo más Don Quijote sino Gonzalo Althaus, él está cuerdo. En su testamento, muchas de sus cosas las dejó a Sancho (en verdad Alain) que ya había llegado también a la habitación del hospital. Don Quijote se dirigió a Alain y le dijo: -Perdoname amigo, porque te hice caer en el error que cometí yo, de creer que existieron y existen caballeros andantes en el mundo. -No te mueras amigo- le respondió Alain- tomá mi consejo y viví muchos años más, lo peor que podés hacer es dejarte morir. Vamos, levantate de esa cama y vamos a la calle, y quizás encontremos a Dulcinea. Si es que te morís de tristeza, por no haber podido cumplir tu cometido, echame a mí la culpa, por no socorrerte cuando venía ese auto. -Mirá-dijo Don Quijote- que yo fui loco y ya soy cuerdo, y ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Ese había sido su último diálogo, ya que luego de eso, le dio un desmayo, y quedó tendido en la cama.

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Presente el escribano, dijo que nunca había leído en ningún libro de caballería que algún caballero andante hubiera muerto así, tan pasivamente y tan cristiano como Don Quijote, el cual entre compasiones y lágrimas dio su espíritu, quiero decir

que se murió…

Fin

Versión realizada por: Helena Larocca y Brenda Paez Capilla del Monte, mayo de 2011

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El ingenioso Don Quijote, el hidalgo de Capilla

n un lugar de Capilla del Monte, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un joven fanático del Facebook, seco de carnes, enjuto de rostro, flequillo al costado y dentadura perfecta que frisaba los 17 años, llamado Gonzalo Althaus.

Un día como cualquier otro, se conecta al Facebook y recibe un mensaje de uno de sus tantos amigos invitándolo a leer libros de caballería virtuales.

Tanta fue su afición que lo llevó a faltar al colegio por quedarse leyendo. En resolución, se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así del poco dormir y mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía por Internet. Y así decidió para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo en busca de aventuras y ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban. Lo primero que hizo fue entrar a

mercadolibre.com y compró una armadura y espada antigua a un precio muy bajo, casi regalado. Unos vecinos suyos, conocidos como los chavitos, le vendieron un rocín que tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela. A los días le llega la encomienda con sus armas, que para sorpresa de nuestro héroe, eran muy antiguas y estaban en estado deplorable. Cuatro días se le pasaron en imaginar que nombre le pondría, y así, después de muchos nombres que formo, borro y quito, añadió, deshizo y torno a hacer en su memoria e imaginación al fin le vino a llamar Rocinante. Puesto el nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérselo a sí mismo y en este

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pensamiento duro ocho días, y al cabo se vino a llamar Don Quijote del Monte. Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin frutos y cuerpo sin alma. Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo, había una hermosa bailarina árabe de muy buen parecer, de quien en un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni se dio cata de ello, llamábase Helena Larocca, y a esta le pareció ser de bien darle título de señora de su pensamientos; y buscándole el nombre que no la desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso. Don Quijote solicitó a un ciclista vecino suyo llamado Mich Iturria, hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera, que fuera su escudero. Tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó en salirse con él y servirle de escudero. Prometiéndole Don Quijote aventuras y el gobierno de Charbo City. Y así Sancho panza (que así lo llamaba Don Quijote) dejó a su mujer e hijos y asentó por escudero a su vecino. Don Quijote avisó a su escudero del día y la hora que pensaba ponerse en camino, le encargó que llevase alforjas. Él dijo que sí las llevaría y que así mismo pensaba llevar un asno que tenía muy bueno. Proveyéndose de camisas y de las demás cosas que él pudo, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, Don Quijote y Sancho salieron del lugar sin que persona

alguna los viese; caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen. Una noche fría, Don Quijote y Sancho descubrieron una gran antena luminosa que se prendía y apagaba. Don Quijote le dijo con gran emoción a su escudero – amigo Sancho, ¿veis lo que encontramos?, es un temerario gigante, con el cual pienso enfrentarme en batalla y quitarle la vida.

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- Qué gigantes - dijo Sancho – ahí sólo veo la antena de la Petrobras - Bien parece que no estáis cuerdo, si tienes miedo, quítate de Sancho, yo

no he de temer – y diciendo esto arremetió contra la antena, tal fue el golpe que se dio al chocar contra el poste metálico que su escudo y lanza quedaron destrozados.

Sancho Panza acudió a socorrerle. - ¡Válgame Dios!- dijo Sancho - ¿no le dije yo a vuestra merced, que no

era sino una antena? - ¡Calla, amigo Sancho! – respondió don Quijote – Que las cosas de la

guerra están sujetas a continua mudanza; yo pienso, y así es verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros ha vuelto este gigante en una simple antena.

Aquella noche la pasaron entre unos árboles, Don Quijote, no durmió a causa de que estuvo pensando en su señora Dulcinea y las victorias que le dedicaría toda la noche.

FIN

Versión realizada por: Alain Fontana y Brian Sosa Capilla del Monte, mayo 2011.

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EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE CAPILLAEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE CAPILLAEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE CAPILLAEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE CAPILLA

N ALGÚN LUGAR DE CAPILLA DEL MONTE, DE CUYO NOMBRE NO QUIERO RECORDARME, VIVÍA UN JOVEN LLAMADO GONZALO ALTHAUS, A COMPUTADORAS Y FACE TODOS LOS DIAS

CONECTADO, CON EL CELULAR DE ACA PARA ALLÁ. ERA MÁS BIEN ALTO Y BASTANTE FLACO. A LAS FIESTAS SÓLO IBA SI SE PODÍA PLANCHAR EL CABELLO. TENÍA APROXIMADAMENTE UNOS 20 AÑOS, ERA UN GRAN MADRUGADOR Y AMIGO DE LA TECNOLOGÍA, PERO ERA MUY DADO A LEER LIBROS DE CABALLERÍA CADA VEZ QUE TENÍA UN MOMENTO LIBRE. LO HACÍA CON TANTO GUSTO QUE LLEGÓ A OLVIDARSE DE CASI TODOS SUS CONTACTOS EN EL FACE, DE PUBLICAR COSAS O SUBIR COMENTARIOS, TAMBIÉN SE OLVIDÓ DE SU TERRIBLE AMBICIÓN POR LOS CELULARES Y LA PLANCHITA DEL PELO. TANTA FUE SU FASCINACIÓN POR LEER QUE SE LE TERMINÓ SECANDO EL CEREBRO, DE MANERA QUE COMENZÓ A VIVIR UNA REALIDAD IRREAL. CON TANTA FANTASÍA QUE HABÍA EN SU CABEZA CAYÓ EN EL PENSAMIENTO DE HACERSE CABALLERO ANDANTE Y EJERCITAR AVENTURAS TALES COMO LAS DE LOS

LIBROS DE CABALLERÍA. PARA ELLO NECESITABA UN CABALLO, AL CUAL DESPUES DE TANTO PENSAR TOMO LA DECISIÓN DE LLAMARLE ROCINANTE. LUEGO DE HABER CAMBIADO EL NOMBRE AL CABALLO DECIDIÓ TAMBIEN CAMBIAR EL SUYO DESPUÉS DE OCHO DIAS DECIDIÓ PONERSE ''DON QUIJOTE'', MÁS TARDE ACORDÁNDOSE DE UNOS RELATOS DE CABALLERIA, TERMINÓ LLAMÁNDOSE ''DON QUIJOTE DE CAPILLA''.

MÁS TARDE CONSIGUIÓ UNA ESPADA Y SE DIO A ENTENDER QUE NO LE FALTABA OTRA COSA SINO UNA DAMA A QUIEN DEDICARLE SUS AVENTURAS PORQUE '' CABALLERO ANDANTE SIN AMORES ERA ÁRBOL SIN HOJAS Y SIN FRUTOS Y CUERPO SIN ALMA'' DE TAL MANERA QUE RECORDÓ A UNA DAMA QUE CONOCÍA Y DE LA CUAL ÉL SOLÍA ESTAR ENAMORADO, CUYO NOMBRE ERA HELENA LAROCCA PERO EL HIDALGO CAMBIÓSELO Y LA VINO EN LLAMAR DULCINEA DEL TOBOSO.

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AL ESTAR CERCA DE LA HORA DE SU PARTIDA TOMÓ LA DECISIÓN DE INVITAR A UNO DE SUS CONTACTOS DEL FACE PARA QUE LO ACOMPAÑASE. ÉSTE ERA LLAMADO SANCHO PANZA Y NO DESISTIÓ DE LA PROPUESTA POR LAS PROMESAS QUE LE HICIERA DON QUIJOTE. LLEGADA LA HORA DE LA PARTIDA DECIDIERON NO DEJAR RASTRO ALGUNO. EN UN CAMPO NO MUY LEJANO Y LLENO DE ÁRBOLES CON RAMAS LARGAS, DON QUIJOTE, FANTASEANDO, CREÍA QUE ERAN

GIGANTES Y QUE DEBÍA LUCHAR CON ELLOS, ENTONCES SANCHO LE DIJO: -MIRE VUESTRA MERCED ALLÍ SÓLO HAY ÁRBOLES. -NO SANCHO, SON GIGANTES. SI TÚ QUIERES, QUÉDATE, QUE YO DARÉ BATALLA. QUIJOTE DIO UN GOLPE A ROCINANTE Y SE FUE CONTRA LAS RAMAS, POR LO CUAL CAYÓSE MALAMENTE. -ME LO HABÉIS DE PAGAR, GIGANTES. SANCHO SE ACERCÓ A SU AMO Y LO AYUDÓ EXTENDIÉNDOLE LA MANO Y LLEVÁNDOLO A QUE DESCANSE. DON QUIJOTE, RECORDANDO LAS HISTORIAS EN QUE LOS CABALLEROS NO DORMÍAN POR RECORDAR A SUS AMADAS, TAMBIÉN COMENZÓ A PENSAR EN DULCINEA Y LUEGO LOGRÓ DORMIRSE. TIEMPO DESPUÉS DECIDEN VOLVER PORQUE DON QUIJOTE NO SE ENCONTRABA BIEN; AL REGRESAR, LE DEJA TODO SU DINERO A SANCHO, SU SOBRINA DECIDE INTERNAR AL HIDALGO GONZALO ALTHAUS EN UN NEURO-PSIQUIÁTRICO Y AL CABO DE DOS SEMANAS EL HIDALGO, DON QUIJOTE O COMO QUIERA QUE SE LLAME, FALLECE CON UN LIBRO DE CABALLERÍA EN SUS MANOS.

VERSIÓN REALIZADA POR: ALEJANDRA AYELÉN GONZÁLEZ CAPILLA DEL MONTE, MAYO 2011

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El ingenioso Don Quijote, el hidalgo de CapillaEl ingenioso Don Quijote, el hidalgo de CapillaEl ingenioso Don Quijote, el hidalgo de CapillaEl ingenioso Don Quijote, el hidalgo de Capilla

n algún lugar de Capilla del Monte, de cuyo nombre no quiero acordarme vivía un hidalgo al que le gustaban las bicis, las motocicletas, el Facebook y los pack de mensajes ilimitados. Vivía con su madre que no llegaba a los cuarenta, con su hermana que rondaba los quince años, con sus abuelos que estaban cerca de los

cincuenta y con su rocín, un pobre caballo flaco como nuestro hidalgo. Nuestro hidalgo rondaba la edad de los diecitantos, era seco de carnes, de contextura recia, de altura media, gran madrugador y amante de las bicis. En los ratos que estaba libre además de estar en Facebook se ponía a leer libros de caballería que era su fascinación tenía tanta curiosidad que hasta vendió partes de sus bicis para poder comprar más libros de caballería. Él se encerró tanto en sus lecturas que pasaba las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio y de tanto leer se le secó el cerebro y cayó en la locura de ser caballero como en sus libros y hasta se olvidó de sus bicis y carreras, el Facebook y la fascinación de armar y desarmar motocicletas. El joven sólo quería ir a las batallas como un caballero con su caballo, armadura y armas para luchar como en sus libros, ir por el mundo honrando a su pueblo, buscando aventuras para ganar batallas y obsequiarle sus trofeos a su dama, quería estar en peligro para cuando acabara con sus enemigos ganase eterno nombre y fama. Fue deprisa a prepararse para su aventura. Lo primero que hizo fue limpiar una armadura y armas viejas y herrumbradas que había encontrado de sus tatarabuelos que estaban llenas de moho y telas de arañas, olvidadas en un rincón del garaje, durante muchos siglos. Luego fue a ver a su rocín y aunque estaba flaco y maltratado le colocó su montadura y quiso ponerle un nombre para hacerlo más interesante.

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Después de cuatro días pensar un nombre para su rocín no se le ocurrió otro que ponerle Rocinante y estaba a gusto y orgulloso de ese nombre. Puesto el nombre a su rocín quiso ponerse a sí mismo un nombre que le llevó pensarlo ocho días y al fin y al cabo Michael Iturria vino a llamarse Don Quijote de Capilla haciéndole honor al pueblo y a su patria. Limpias sus armas, puesta su armadura y puesto el nombre a su rocín se dio cuenta de que le faltaba buscar una dama de quien enamorarse porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin frutos y cuerpo sin alma.

Y fue a un pueblo vecino a un lugar donde había una moza labradora de muy buen parecer según se entiende que ella jamás supo de su enamorado. Llamábase Helena Larocca y esta le pareció que sería la dueña de sus pensamientos y buscándole un nombre que encaminase al de princesa y señora vino a llamarla Dulcinea del Toboso porque era natural del Toboso y significativo para él. Don Quijote en su segunda salida solicitó a un labrador vecino

suyo, hombre de bien, con poca sal en la mollera y que al insistirle tanto para que lo acompañase en sus aventuras y batallas le prometió que sería Intendente de Capilla y así con muchos sobornos más lo convenció al pobre Sancho José Panza. Dejó a su madre y a sus hermanos y se convirtió en el escudero de Don Quijote. Dio luego Don Quijote orden de buscar dinero y entre vendiendo una cosa y empeñando otra llegó a un monto razonable para su viaje.

Le avisó a su escudero Sancho el día y la hora de la partida de su viaje. Llegando el día y sin despedirse Don Quijote de su madre, hermana y abuelos y Sancho, de su madre y hermanos, fueron en busca de su batalla. Don Quijote en su rocín y Sancho en un asno que tenía muy bueno, partieron sin que nadie los viese y caminaron tanto que al amanecer se tuvieron por seguros que no

los hallarían ni aunque los buscasen. Iba Sancho José Panza con mucho deseo de verse ya Intendente de Capilla como le había prometido Don Quijote.

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En esto descubrieron unas palmeras que había en un campo. Y así como Don Quijote las vio, dijo a su escudero: -La aventura nos va guiando hacia una gran batalla porque ves allí, amigo Sancho José Panza que nos esperan esos gigantes al que pienso hacer batalla y quitarle la vida con cuyos despojos comenzaremos a enriquecernos, que esta es buena guerra y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. -¿Qué gigante?- dijo Sancho José Panza. -Aquellos que allí ves- respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi diez metros. -Mire vuestra merced- respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino palmeras y lo que en ellos parecen brazos son sus hojas que son movidas por el viento. -Bien parece- respondió Don Quijote- que no estás cursando esto de las aventuras: ellos son gigantes y si tienes miedo quítate de allí y resale a Dios porque yo voy a entrar allí y darles una buena batalla.

Y diciendo esto y agarrando a su caballo rocinante y sin escuchar a su escudero Sancho que le advertía que no eran gigantes se fue a darles batalla a lo que sin duda no eran gigantes. Pero él iba tan puesto que eran gigantes, sin escuchar y sin mirar que ya estaba cerca iba diciendo en voces altas:

-Non fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete. Levantase un poco de viento que hacia mover sus hojas con furia Don Quijote dijo: -Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y diciendo esto y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, arremetió a todo galope a su rocinante y embistió la primer palmera que estaba adelante y pegándole una rama en la cara provocado por el viento que venía con tanta furia hizo su lanza pedazos y tiro al caballo y al caballero que fueron rodando por el suelo

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del campo. Acudió Sancho José Panza a socorrerle y cuando llegó se dio con el Quijote que no podía levantarse con su Rocinante debido al golpe de las palmeras. -¡Válgame Dios!- dijo Sancho- ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino palmeras? -Calla, amigo Sancho- respondió Don Quijote- esto es obra de aquel sabio Frestón que me robo el aposento y con su magia ha convertido a estos gigantes en simples palmeras para quitarme la gloria: tal es la enemistad que me tiene que poner sus malas artes contra la bondad de mi espada. -Dios lo haga como puede- respondió Sancho José Panza. Y ayudándole a levantar, torno a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Esa noche la pasaron debajo de unos árboles. Toda aquella noche no durmió Don Quijote pensando en su señora Dulcinea, por lo que había leído en sus libros de caballería que los caballeros no dormían pensando en sus bellas damas. Después de innumerables batallas volvieron a sus aposentos. Don Quijote ya cansado estaba de luchar sin conseguir nada, echado en su cama muy enfermo. Les habla a los suyos diciendo: -Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de caballería. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otras que sean luz del alma. Yo me siento, familia, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amigos, a mis buenos amigos: al Cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento…

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Pero de ese trabajo se excusó la familia con la entrada de los tres. Apenas los vio Don Quijote, cuando dijo: -Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy Don Quijote de Capilla, sino Michael Iturria, a quien mis costumbres me dieron nombre de ciclista. Ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino. Cuando esto le oyeron decir los ocho, creyeron, sin duda que era otra de sus locuras. Y Sansón le dijo: -¿Ahora, señor Don Quijote, que tenemos nueva que esta desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso? Y ¿Agora que estamos para pasar la vida cantando como unos príncipes quiere vuestra merced hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentos. -Yo señores-dijo Don Quijote- siento que me voy muriendo a toda prisa: déjense de burlas aparte y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento. Miráronse unos a los otros, admirados de las razones de Don Quijote, y aunque con duda le creyeron y una de las señales de que se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las dichas razones añadió muchas otras tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda de que estaba cuerdo. Acabose la confesión y salió el Cura, diciendo: -Verdaderamente se muere y verdaderamente esta cuerdo Michael Iturria el ciclista; bien podemos entrar para que haga su testamento. -Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho José Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, quiero que no se haga cargo de ellos, ni se le pida cuenta alguna y que si sobrase alguna después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si como estando loco yo fui parte para darle la intendencia de Capilla, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de

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un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece. Y volviéndose a Sancho, le dijo: -Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

-¡Ay!- respondió Sancho llorando- No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como teníamos concertado: quizá tras de alguna mata

hallaremos a la señora Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuesa merced habrá visto en sus libros de caballería a otros ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana. -Así es- dijo Sansón- y el buen Sancho José Panza está muy en la verdad de estos casos. -Señores- dijo Don Quijote, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui Don Quijote de Capilla, y soy agora como he dicho; Michael Iturria el ciclista. Suplico a los dichos señores mis albaceas que i la buena suerte les traje a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de “Segunda parte de las hazañas de Don Quijote de Capilla, de mi parte le pida, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe; porque parto de esta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.

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Cerró con esto el testamento, y tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio y en tres días que vivió después de este donde hizo testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo comía su familia, brindaba el ama y se regocijaba Sancho José Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto. Hallase el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballería que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como Don Quijote: el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, se murió. Versión realizada por: Rocío Anahí Peñaloza Capilla del Monte, junio de 2011

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