el gran sueno de oro

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  • Ttulo original: The Big Gold DreamChester Himes, 1960Traduccin: Carlos Peralta

    Editor digital: TitivillusePub base r1.2

  • 1

    La fe es una roca! Es como un sueo de oromacizo!

    La voz del Dulce Profeta Brown manaba de losaltavoces de una camioneta y reverberaba en lasruinosas fachadas de ladrillo de las casas devecindad a ambos lados de la calle CientoDiecisiete.

    Amn! dijo fervientemente AlbertaWright.

    A travs del blanco y resplandeciente mar defieles arrodillados, sus grandes ojos castaos,vacunos, miraron el exaltado rostro negro delDulce Profeta. Sentase como si l le hablarapersonalmente, aunque era apenas una entre losseiscientos conversos vestidos de blanco queestaban de rodillas sobre el ardiente asfalto bajoel sol del medioda.

    Todas las iglesias del mundo estn

  • edificadas sobre este sueo continu lricamenteel Dulce Profeta.

    Un quejumbroso fervor pasaba como una brisafresca por encima de las figuras hincadas.Conversos y espectadores estaban cautivados, conabsoluta gravedad, como bajo un hechizo.

    Las aceras estaban colmadas de gente negra,triguea y amarilla, desde la Sptima Avenidahasta la Avenida Lenox. Apelotonados en lasventanas de las casas, apoyados contra las farolas,atascaban los malolientes portales y se subansobre los cubos de basura para ver la actuacin deese hombre fabuloso.

    El trono del Dulce Profeta estaba rodeado depolicas de a pie con las camisas hmedas,pegadas, y policas montados en caballoscubiertos de espuma, que contenan a lamuchedumbre. Un cordn policial cortaba los dosextremos de la calle. El Dulce Profeta estabasentado en un trono de rosas rojas sobre una tarimacargada de flores y hablaba ante el micrfono

  • conectado al coche de los altavoces situado msatrs. Por encima de su cabeza haba una sombrillade oropel a modo de halo, y a sus pies un crculode niitas negras vestidas de ngeles.

    Ech atrs la cabeza y dijo con una voz deindudable sinceridad:

    La fe es tan poderosa que puede convertir enoro reluciente este sucio suelo negro.

    Acaso no lo s yo? dijo Alberta, en vozalta.

    Su mano apret los dedos de Sugar Stonewallcomo un tornillo de carpintero. Vestido con unarrugado conjunto deportivo de rayn, estabaarrodillado a su lado sobre la acera. Habainsistido en que estuviera cerca de ella en esa granhora de triunfo, aunque no estaba convertido; peroella, con los ojos cerrados, no lo miraba. Laslgrimas corran por su tersa piel de color castao.

    Confiad en el Seor deca el DulceProfeta.

    De pronto Alberta se puso de pie.

  • Yo lo he hecho! grit, alzando los brazos. Yo lo he hecho! He confiado en l, y l meha enviado un sueo porque tuve fe!

    Ponte de rodillas, cielo pidi Sugar.Ests interrumpiendo el oficio.

    Su ruego pas inadvertido. Alberta era unamujer corpulenta y musculosa. Tena la bonita caraachatada contrada por la exaltacin. Con sublanco y ceido uniforme de criada, y sus manosde largos dedos elevadas hacia lo alto, atraa laatencin de todos. Su xtasis era contagioso.

    Amn! corearon los conversos.El Dulce Profeta, que posea el instinto natural

    de un profesional del espectculo, sinti esaactitud de simpata. Interrumpi su disertacin ydijo:

    Cuntanos tu sueo, hermana.So que cocinaba tres pasteles de manzana;

    y cuando los sacaba del horno y los pona a enfriaren la mesa, tres explosiones reventaban lascortezas y toda la cocina se llenaba de billetes de

  • cien dlares.Dios mo! exclam uno de los fieles.Dinero! grit otro.Dinero! Dinero! Dinero! corearon

    varios.Incluso el Dulce Profeta pareca impresionado.Y tuviste fe, hermana? pregunt.Tuve fe! declar Alberta.Calla, por Dios, cario advirti Sugar

    Stonewall.Pero ella no le hizo caso.Tuve fe! repiti. Y Dios me escuch.

    Dios me ha hecho libre.Amn! dijeron el coro de fieles con

    autntica conviccin.En este punto el Dulce Profeta se puso en pie y

    elev las manos en demanda de silencio. Realzabasu imponente mole una capa de color moradobrillante con adornos de armio y forro de sedaamarilla. Debajo llevaba un traje de tafetn negrocon vivos blancos y botones de plata. No se

  • cortaba las uas desde la primera vez que, segnl, haba hablado con Dios. Tenan ms de sietecentmetros de largo, se curvaban como extraasgarras y estaban pintadas de distintos colores. Encada dedo llevaba un anillo de diamantes. El tersorostro negro con dientes grandes y ojos salientesdesorbitados no tena edad; pero el pelo largo,cubierto por un gorro de seda negra, era blancocomo la nieve.

    El silencio descendi sobre la muchedumbrecomo la noche.

    Yo os bautizo ahora, a vosotros que habisvisto la gloria y acudido a la llamada, en elnombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo dijo.

    Sugar Stonewall recogi la cesta de comidaque haba preparado Alberta para la celebracinposterior, y se hizo a un lado: apenas tuvo eltiempo justo.

    Al terminar la bendicin del Dulce Profeta, seabrieron simultneamente dos mangueras de

  • incendio, una en cada extremo de la calle,manejadas por diconos robustos. El chorrolanzado hacia lo alto cay sobre las figurasvestidas de blanco como un verdadero diluvio.

    Empapados por el agua fresca y sagrada quecaa del cielo, los conversos, en su mayoramujeres, fueron posedos por un incontrolablefrenes. Bailaban, chillaban, gritaban y geman,transportados por la emocin, presa de un deliriomasivo. Cantaban y rezaban, jadeaban y sesofocaban en el furor de la exaltacin.

    Una mujer rolliza exclam:Mi piel puede ser negra, pero mi alma no

    tiene color.Hazme blanca como la nieve gritaba otra,

    arrancndose el vestido para que el aguapurificadora lavara su piel desnuda.

    He tenido fe, Dios, no es verdad? salmodiaba Alberta, cogida por la histeria de lamuchedumbre, con el rostro transfigurado alzadohacia el cielo. Sin que se diera cuenta, el agua

  • penetraba por las ventanas de su nariz y casi laahogaba. He tenido fe farfullaba. Y no mehas abandonado, oh Dios!

    Finalmente se cerraron las mangueras, y labanda de msica de la iglesia del Dulce Profeta,formada en torno de la camioneta de los altavoces,atac un himno en tiempos de rock and roll.

    Los nefitos, calados y semiahogados, searremolinaban junto al trono del Dulce Profetapara comprar migas de pan que l extraa de susbolsillos. Pagaban de uno a veinte dlares pormiga.

    Agitando los mazos de billetes verdes quesostena entre sus largas uas torcidas ymulticolores, canturreaba con ardor:

    La fe har del ocano Pacfico una gota deagua, y un grano de arena de las MontaasRocosas.

    Entre la multitud de espectadores, algunoshaban venido a que el roce de las manos delDulce Profeta curara sus enfermedades. Unas

  • manos alzaron a un nio invlido. En una camillatraan a una paraltica. Un hombre de aireangustiado mostraba una notificacin dedeshaucio. Otros tocaban el trono con los nmerosde la jugada del da; alguien brotsubrepticiamente un par de dados contra el ruedode la capa del Dulce Profeta.

    Alberta Wright encontr a Sugar Stonewallsentado en un portal abarrotado. l le dio labotella de agua que haba en la cesta, y le sugirique la hiciera bendecir por el profeta.

    Ella se abri paso hasta la tarima y alz labotella. El Dulce Profeta la reconoci, y amboscruzaron una mirada. Luego extendi una mano delargas uas y roz el cuello de la botella.

    El agua de esta botella har milagros canturre.

    Amn dijo una mujer.Alberta estaba como hechizada. Sorprendida

    por la magnitud de su buena suerte, sac delsujetador un billete mojado de cincuenta dlares y

  • se lo alcanz al Dulce Profeta; recibi a cambiouna miga de pan del tamao de un guisante. Se lapuso en la boca mirando al cielo, y la tragbebiendo largamente el agua de la botella bendita.

    Todos los que contemplaban la escena estabanconvencidos de que el agua posea virtudescurativas.

    De pronto Alberta empez a saltar y bailarfrenticamente; su cuerpo de grandes huesos seestremeca como el de una bayadera hind, y elarrobamiento religioso brillaba en su rostro.

    Dios est dentro de m! gritaba. Losiento en mi vientre!

    Los espectadores vacilaban entre la risa y lareverencia.

    Dios est en mis huesos! En mi sangre!Temblaba en un verdadero delirio de pasin.Dnde est mi Sugar? Sugar Stonewall!

    exclam. Dnde ests, Sugar?Sbitamente los rostros se desdibujaron ante

    su mirada; el cielo adquiri los colores del

  • espectro, como si el mundo estuviese atravesandoel arco iris. Con los ojos desorbitados y la caraperlada de sudor empez a gemir y quejarse, comosi su xtasis fuera insoportable. Entonces vacil,trastabill, cay al suelo y qued convulsa sobrela calle mojada de la que empezaba a alzarse elvapor.

    Le ha dado un ataque! grit alguien.Una multitud se acerc. Los rostros estaban

    deformados por la excitacin. La gente seesforzaba desenfrenadamente por acercarse amirar.

    El Dulce Profeta comprendi que ocurra algoinusitado y con rpida presencia de nimo hizoseas a su banda para que tocara When The SaintsCome Marching In. Luego llam a su principal desus elders[1], el reverendo Jones.

    Elder Jones estaba alerta, como siempre.Vestido con un uniforme blanco con cordoncillosdorados y charreteras de color en los hombros,como un contraalmirante de marina, subi a la

  • tarima y se inclin hacia el trono, con la manoahuecada sobre la oreja.

    Averige qu le ocurre a esa mujer orden el Dulce Profeta.

    Elder Jones baj a la calle y se arrodill juntoa Alberta. Su expresin se torn grave. Losespectadores lo rodeaban, inclinados sobre l, y lebombardeaban a preguntas.

    Atrs orden vivamente. Dejen respirara la hermana. Est en trance. Se ha ido a hablarcon Dios.

    Los curiosos retrocedieron con expresiones detemor; pero igualmente deba proceder al examencon la mxima reserva. Cogi la mano de Alberta,buscando furtivamente el pulso, pero no lo hall.Le mir las ventanas de la nariz, que no se movan.Los globos oculares haban girado hacia atrs, yslo se vea el blanco de sus ojos. Le toc la cara,buscando la vena de la sien, pero tena la pielcomo cera que se enfra. Hubiese querido ponerleun espejo ante la boca, pero no poda correr el

  • riesgo de alarmar a los espectadores. Estaba tanaterrado que apenas lograba respirar, pero repetaconstantemente Loado sea Jess para disimularsu temor. Pidi a la polica que mantuviera alejadaa la multitud, y luego subi lentamente al estradodel trono.

    El Dulce Profeta mir la cara negra de ElderJones, que se haba resecado hasta adoptar latextura de las cenizas de madera, y preguntasustado, esperando lo peor:

    Y bien?A m me parece que est muerta inform

    Elder Jones.Los ojos ya de por s protuberantes del Dulce

    Profeta asomaron peligrosamente de sus cuencas.Gran Dios Todopoderoso susurr,

    consternado. Cmo puede haber ocurrido esto,en nombre de Dios?

    Elder Jones senta la boca seca como algodn,y el aire caliente le quemaba la nariz.

    nicamente pudo ocurrir si el agua que

  • usted bendijo estaba envenenada dijo. No meimagino otra forma.

    Que el Dios del Cielo nos ampare gimiel Dulce Profeta. Pero cmo poda estarenvenenada?

    Slo Dios lo sabe.El Dulce Profeta sac de algn lugar debajo de

    su capa un frasco de sales y lo acerc a su nariz.No poda permitirse un desmayo en esta situacinde emergencia, pero la cabeza le daba vueltas depuro pnico.

    Cogi del bolsillo un pauelo de seda amarillay se enjug con l la frente.

    Est seguro de que est muerta, Elder? pregunt, con un ligero resto de esperanza.

    No le pude hallar el pulso, y tiene toda lapinta de estar muerta afirm Jones.

    Quiso la suerte que uno de los angelitos querodeaba el trono del profeta escuchara al Elder. Lania se qued con la boca abierta y los ojos comoplatos.

  • Muerta? De veras est muerta?Calla, nia dijo ansiosamente el Dulce

    Profeta; pero era demasiado tarde.Un espectador la haba odo. Era un hombre

    robusto con una voz de buey, que usaba tirantesmorados sobre la camisa amarilla.

    Por el valle de Josafat! aull, en una vozque se impona a los bronces de la banda. Noest en trance, est muerta del todo!

    Cllate, idiota grit Elder Jones.Quieres asustar a la gente?

    Pero el dao estaba hecho. La noticia entre lamultitud corri como la plvora; la nefita quehaba bebido el agua bendita haba cado muerta.

    Estall la barahnda. Las emociones yaencendidas por el fervor religioso se dispararonhacia el terror; aquellos seres impresionablesempezaron a gritar y a pelear y a golpearse unos aotros con un pnico animal.

    El Dulce Profeta saba que deba hacer algo deinmediato para evitar la catstrofe. Era la

  • situacin ms desesperada con la que se habaenfrentado en su larga y accidentada carrera depredicador. Peor incluso que cuando le acusaronde violar a tres chiquillas de doce aos.

    Toda su carrera estaba ahora en la balanza. Losveinte minutos siguientes decidiran el destino desu culto, que le haba llevado veinte aos edificar.No slo estaba en juego su profesin deevangelista, sino tambin su fortuna personal. Nosaba cunto dinero tena; pero sus fieles, junto conla prensa, insistan en llamarle multimillonario. Yalimentar esta leyenda haba redundado en subeneficio. Cuando sus fieles hablaban de susmillones, lo hacan con orgullo personal. Sejactaban de que fuera ms rico que Father Divine yque Daddy Grace, y l haba descubierto que lagente religiosa ama a los vencedores. As sabanque Dios lo haba elegido. Viajaba en un regioRolls Royce violeta con el radiador de orolaminado; en invierno usaba un abrigo de visn;tena un anillo de diamantes en cada dedo y

  • diamantes en los zapatos; posea una bodega a lafrancesa repleta de vinos y champaas de lasmejores cosechas, de los que haca alarde paraimpresionar, aunque jams beba. Y todo estopoda irse por la borda si se descubra que el aguapor l bendecida haba envenenado a una de susnefitas.

    Pero no haba accedido a su posicin por tenerun corazn cobarde. Tena la viveza de unestafador y los nervios de un atracador de bancos,y su mente trabajaba mejor en situacionesapuradas.

    Consiga la botella, Elder, consiga esabotella, por amor de Dios, y escndala dijo.Luego orden silencio a la banda con un gesto ydijo con vehemencia ante el micrfono:Tranquilizaos! Sed felices! Alabado sea Dios!Arrodillmonos todos para orar. Dios llama a lospuros.

    La cara de un negro corpulento se torn grisceniza.

  • Yo me voy pitando de aqu murmur.Se abri paso a travs de la multitud y ech a

    correr. Otros le siguieron. El miedo se apoder dela concurrencia.

    Quedaos y orad! dijo el Dulce Profeta.No podis huir de Dios!

    Hizo una sea para que la banda volviera atocar, y empez a cantar con su profunda voz debajo:

    Swing low, sweet chariot, coming for tocarry me home[2].

    Cantad todos orden.I looked over Jordan and what did I see,

    coming for to carry me home[3].Cientos de personas se lanzaron a la fuga

    desesperada, derribando a las mujeres y a losnios y pisotendolos en la calle. Pero losconversos y los religiosos se quedaron. Con lasropas blancas empapadas, pegadas a sus grandescuerpos, volvieron sus caras estticas al cielo yempezaron a cantar sus propias canciones

  • personales:Oh, Jess, aqu estoyOigo que me llamasLlmame, Jess, ya estoy prontaUna mujer grande y fornida se aferraba a su

    marido, que intentaba desesperadamente alejarse.Qu te ocurre? No quieres ir al cielo?

    gritaba.Las lgrimas fluan por la cara estoica y

    desdentada de una anciana.De prisa, Dios mo, llvame cuando todava

    estoy pura suplicaba.Arrodillmonos todos para orar atronaba

    la voz del Dulce Profeta.Automticamente, como bajo el efecto de la

    hipnosis colectiva, la multitud se hinc de rodillasen la calle.

    El Dulce Profeta empez a rezar por losaltavoces, con sostenida y conmovedora devocin:

    El Seor ha dado y el Seor ha tomado.Las cenizas a las cenizas y el polvo al polvo; si

  • Dios no os recibe el demonio lo harNadie vio que Sugar Stonewall doblaba la

    esquina y echaba a correr por la Sptima Avenida.Era un hombre de piernas largas y estevadas, ypies planos. Corra como si sus pies fueran filetesde ternera y las calles estuvieran cubiertas devidrios rotos, y usaba los brazos como un molinode viento para mantenerse a flote. No saba cuntotiempo tendra que correr, ni de cunto tiempodispondra para hacerlo.

  • 2

    El cabo de color a cargo del destacamento de lamanzana corri hasta el ms prximo telfonopolicial y llam a Homicidios.

    Elder Jones, cumpliendo rdenes del DulceProfeta, vol hasta el primer drugstore y telefoneal cuartel de la polica pidiendo una ambulancia.

    Alguna persona bienintencionada llam a losbomberos.

    Y todava alguien ms llam a la gran empresafnebre de Harlem, H. Exodus Clay.

    Era domingo, y todos se demoraron; pero elcoche fnebre fue el primero en llegar. Como elconductor titular, Jackson, asista con su esposaImabelle a los servicios de la Primera IglesiaBaptista cuando se recibi la llamada, acudi elsuplente.

    Este era un joven sin mucha experiencia, peroansioso por hacer mritos. Mster Clay le dijo que

  • obtuviera el certificado de defuncin antes dellevarse el cuerpo. Cuando lleg, no haba nadiepara drselo, y l no tena tiempo que perder.

    Agarr el cadver, lo carg en una cesta demimbre, y, colocando esta en el coche fnebre,sali disparado haciendo sonar la sirena a todovolumen, antes de que la polica se percatara de loque ocurra. Asa firmemente el volante y mirabapor el parabrisas con expresin fantica.

    En primer lugar fue al Hospital de Harlem. Ledijeron que no podan darle el certificado, peroque examinaran el cadver en el consultorio deemergencia, y llamaran a la polica.

    Al infierno con eso! dijo, no habatiempo para esas tonteras.

    De all condujo furiosamente hasta el HospitalKnickerbocker, tambin situado en Harlem.

    All los mdicos, despus de or su ruego, ledijeron que ms le convena llevar el cuerpo a lamorgue. All el inspector mdico asistente deguardia le proporcionara el certificado

  • correspondiente.Cuando la polica inici la tarea de rastrear

    sus movimientos, se diriga hacia el sur por laCarretera Este a ciento cuarenta kilmetros porhora, en busca de la morgue, situada en la PrimeraAvenida y la Calle 29.

    Apenas desapareci el vehculo fnebre, elDulce Profeta pidi su Rolls Royce y fueconducido rpidamente hasta el Templo de laPlegaria Maravillosa en la esquina de la Calle116. Previendo toda clase de problemas con losinflexibles policas de Homicidios, deseabaenfrentarse a ellos en su propio terreno.

    Los dems llegaron sucesivamente.Primero, dos camiones de bomberos con

    tiendas e inhaladores de oxgeno.En segundo lugar, el inspector mdico

    asistente, llamado por el departamento deHomicidios.

    Y finalmente, un gran sedn negro del propiodepartamento de Homicidios, con un conductor

  • uniformado y tres investigadores vestidos depaisano: un sargento y dos cabos.

    Cuando llegaron, el cuerpo habadesaparecido; el profeta se haba ido, as como lostestigos y la botella que contena el aguapresuntamente envenenada, y Sugar Stonewall sehaba marchado mucho antes.

    Y ahora, ms de una hora despus de queAlberta Wright hubiese bebido el primer sorbo deagua de la botella bendecida por el Dulce Profeta,el Dulce Profeta estaba sentado ante un escritoriode caoba labrada a mano, en la suntuosa Sala deRecepcin, en el tercer piso de su Templo de laPlegaria Maravillosa. Frente a l, en las altassillas de poca normalmente asignadas a lossuplicantes, estaban sentados tres policas. Lesrodeaba, por as decirlo, una pared invisible; delotro lado el saln estaba lleno de tantos adeptosdel profeta como caban. Otros se apiaban en lospasillos y las escaleras, y haba varios centenaresabajo, en la calle.

  • El templo estaba situado en un edificio deapartamentos, que haba albergado antes uncinematgrafo, ahora convertido por el DulceProfeta en la Iglesia de la Plegaria Maravillosa.Sus habitaciones privadas se encontraban en laplanta superior.

    El sargento de Homicidios dijo:Mi nico deseo es saber qu ha ocurrido,

    mientras el inspector mdico localiza el cadver ydetermina la causa de la muerte. Hay ciertaconfusin.

    El Seor confundir a los malvados respondi el Dulce Profeta.

    Amn dijeron los adeptos.El sargento un irlands alto, delgado y de

    rostro afilado como un cuchillo, llamado Ratigan parpade.

    Pronto lo sabremos dijo. Usted habautizado a esta gente?

    Han respondido a la llamada, y el DulceProfeta les ha abierto las puertas de las verdes

  • praderas de Dios para que puedan apacentar en lafe junto al rebao de los elegidos repuso elDulce Profeta.

    Amn corearon los fieles.Limtese a responder a las preguntas,

    reverendo dijo el sargento Ratigan.Soy un profeta dijo el Dulce Profeta.

    Dios me llam en la esquina de esta misma calle yla Avenida Lenox hace ms de treinta y tres aos.Era un sbado por la noche, y la calle estaba llenade pecadores; chulos, prostitutas y ladrones. Diosme toc el hombro; yo mir y no vi a nadie. Medijo: Soy Dios. Te nombro mi profeta en laTierra, y te encargo que salves a estos seres de ladegradacin y la condenacin.

    Loado sea Dios y bendito el Dulce Profetadijeron los fieles.

    Por Cristo, tiene que estar aqu esta gente?pregunt Ratigan, apretando los dientes. Seentrometen en el interrogatorio, obstaculizan a lapolica y estn holgazaneando, todo lo cual atenta

  • contra la ley.Son humildes, muy humildes dijo el Dulce

    Profeta. Arroj al suelo un puado de migas depan, desencadenando un alocado tumulto.Incluso comeremos del suelo por el Dulce Profeta.

    Varios fieles laman las migas sobre la gruesaalfombra morada.

    Est bien, est bien, termine de echarlesmigas y volvamos al crimen dijo speramente elsargento Ratigan.

    No ha habido ningn crimen replic elDulce Profeta. Ni crimen ni muerte. Ha habidouna partida: una santa ha partido al cielo.

    El asunto es: la envi all un ser humano?Nadie! respondi el Dulce Profeta.

    Ninguna mano humana se alz contra ella.Quin envenen la botella de agua?

    inquiri el sargento Ratigan.El agua no-estaba envenenada dijo el

    Dulce Profeta. Yo la bendije con mis propiasmanos.

  • Y cmo fue que se muri despus debeberla?

    Si piensa usted que muri a causa del agua,trigame un galn y lo beber ntegro repuso elDulce Profeta.

    Cmo se ganaba ella la vida? pregunt elsargento.

    Era la cocinera de una familia blanca deWetchester County contest el Dulce Profeta.

    Qu clase de mujer era?Una persona recta, cristiana y temerosa de

    Dios dijo el Dulce Profeta.Sabe por qu alguien podra desear

    envenenarla? pregunt el sargento Ratigan.Nadie poda querer semejante cosa

    afirm enfticamente el Dulce Profeta. Era unaexcelente cocinera y trabajaba regularmente paraganar su salario. Nadie en la verde tierra de Diosenvenena a las mujeres de ese tipo.

    Y un marido celoso, o un amanterechazado? pregunt el sargento.

  • Slo el Padre Todopoderoso, que no reparaen el color de la piel ni en la agudeza de la mente,sino que juzga slo por la sinceridad del corazn,poda retirar a la hermana Wright de su vida en laTierra para ofrecerle un sitio en el cielo, til comoera aqu para todos.

    De los cuatro telfonos dorados que habasobre el escritorio, uno empez a sonar. El DulceProfeta los mir sin moverse y una mujer de edadmediana, formalmente vestida, que estaba de pie,inmvil, junto a la pared, se adelant y eligimilagrosamente el que sonaba.

    Templo de la Plegaria Maravillosa delbendito Dulce Profeta enunci en voz bienmodulada.

    Se escuch el spero acento del interlocutor,pero no se distinguan las palabras.

    Muy bien respondi la mujer. Mir alsargento y dijo: Es para usted, seor, si es ustedel sargento Ratigan.

    El sargento se puso de pie y se inclin sobre el

  • escritorio para coger el telfono.Ratigan grit. Hable.El sonido de la voz spera, metlico e

    indistinto, flua sobre el denso y atento silencio,puntuado por las respuestas de Ratigan:

    S S Pues, entonces, eso es todo.Colg el auricular y dijo a sus hombres:Vmonos.

  • 3

    Un destartalado camin de mudanzas, desprovistoincluso del nombre del propietario y de cualquierotra forma de identificacin, excepto una matrculacasi borrada por la suciedad, se detuvo frente auna casa de ladrillos de cuatro plantas en la Calle118, situada paralelamente a la 117, donde pocoantes se haba desarrollado el bautismo.

    Se bajaron dos fornidos hombres de color,vestidos con monos, de los cuales uno era elconductor, y un pequeo judo de pelo blanco quellevaba un traje negro y un sombrero de fieltrocastao.

    Hola, seora dijo el judo a una gruesamujer negra asomada a una ventana del primerpiso. En qu piso vive Rufus Wright?

    La mujer lo mir de mal talante.Si quiere decir Alberta Wright, en el ltimo.El judo alz las cejas, pero no respondi.

  • Si Rufus ha trado una mujer, no quierosaber nada dijo a sus ayudantes mientras subanpor las hediondas escaleras.

    Los ayudantes nada dijeron.En el cuarto piso, un negro de aspecto furtivo

    con el pelo estirado les llam con un gesto desdela puerta trasera y dijo:

    Psst.Vesta una camisa deportiva rosa y un terno de

    seda verde, calzaba zapatos de hilo amarillos, ymostraba una ancha sonrisa.

    El judo y sus ayudantes entraron a la sala deun piso de dos habitaciones.

    El negro cerr la puerta con llave y dijo:Todo est en orden, compadre. Vamos al

    grano.El judo mir en torno con suspicacia.Est solo, verdad?Haba vivido tanto tiempo entre la gente de

    color que hablaba con su mismo acento.No estoy siempre solo?

  • Sabe que necesito tener las cosas claras.Est bien, prepare su coartada.El judo frunci el ceo.No me gusta esa palabra dijo. El negro no

    discuti el punto. Su nombre es Rufus Wright,verdad?

    As es dijo Rufus.Los ayudantes, de pie junto a la puerta de

    entrada, se rieron un poco. Cada vez que el judole compraba algo a Rufus haca la misma comedia.

    Esta es su casa?S.Es usted el dueo de los muebles?S.Quin es esa mujer, Alberta Wright?

    pregunt sbitamente el judo.Ella? Es mi mujer dijo Rufus, sin

    pestaear.Por qu no se qued soltero? se quej el

    judo. Es lo mejor.No en este caso, abuelo. Esta vez es a causa

  • de ella que tengo que vender mis muebles.Le ha ocurrido algo?Nada malo. Se ha muerto, eso es todo. Por

    eso tengo necesidad de dinero en domingo. Debopagarle a la funeraria un adelanto para que vayan ala morgue a buscar el cadver.

    El judo dirigi una sonrisa a sus ayudantespara demostrar que apreciaba la historia.

    Est bien entonces concedi,ablandndose. Ahora todo se ve claro. Sevolvi hacia sus hombres y les pidi que actuarancomo testigos: Habis odo lo que ha dichomster Wright?

    Ellos asintieron.Est bien, Rufus, muchacho, vamos a lo

    nuestro. Ese es el televisor que quiere vender? Seal un enorme televisor de roble claro sobreuna mesa.

    He decidido vender todos mis muebles dijo Rufus. El funeral es muy caro y debo pagarun adelanto de quinientos dlares.

  • Para conseguir esa suma tendra que venderla mueblera de Blumstein entera dijo secamenteel judo.

    Aqu hay un montn de cosas buenas replic Rufus.

    El judo examin el living y su expresin setorn desdeosa. La habitacin estaba atiborradade una coleccin de muebles usados de lo msdisparatados, dispuestos en torno de una estufapanzona como polluelos rodeando a una gallina:alfombras deshilachadas; sillones y un tresilloapolillados y con el relleno mal distribuido; mesascon las patas rotas; relojes sin el mecanismo;estatuillas de cermica que haban padecido laInquisicin; un faisn disecado con el dorsodesplumado; astas deterioradas de venadocolocadas en la pared, entre litografas desvadasde escenas de caza inglesa; fotos de revista decantantes de blues y reproducciones de la Virgen yel Nio, la Ultima Cena y la Crucifixinrecortadas de los almanaques que distribua la

  • empresa de pompas fnebres de H. Exodus Clay.Y a esto, le llama muebles? pregunt el

    judo.Aqu hay sobre todo antigedades dijo

    Rufus. Pero el juego de dormitorio es nuevo.Su mujer no poda decirle no a sus amigos

    blancos, verdad? dijo el judo. Debe habertrado aqu todo lo que ellos intentaban tirar a labasura.

    Y adems, ella no poda tirar nada agregRufus.

    Sonriendo, el judo extrajo del bolsillo interiorde su chaqueta una libreta y un bolgrafo y se pusoa trabajar. Rpidamente, casi sin mirar, hizo unalista de los muebles. Ofreci cincuenta dlares porel televisor y diecinueve por todo lo dems.

    La estufa no me sirve de nada dijo.Sesenta y nueve dlares por el lote. Okay.

    Eso es lo que va a pagar por todo lo quehay en la habitacin? pregunt Rufus, incrdulo.

    Es ms de lo que vale repuso el judo. Y

  • agreg, sonriendo: No lo pagara si su esposano se mereciera un funeral decoroso.

    Con un movimiento brusco, Rufus abri laboca y la plant delante de las narices del judo.

    Llvese tambin mis dientes y terminemoscon todo farfull.

    El judo le mir la boca con inters.Vaya por Dios Tiene la lengua roja, las

    encas azules y los dientes blancos observ.Si alguien le llama comunista, slo tiene que abrirla boca y mostrar los colores de la banderanacional.

    Rufus cerr la boca y dijo dcilmente:Est bien. Sesenta y nueve dlares. Puesto

    que no tengo ms remedio.Los hombres empezaron a mover los muebles,

    pero el judo los detuvo.Esperad hasta que todo est legal

    advirti.En la cmoda del dormitorio y en la mesa de

    tocador estaban todava los efectos personales de

  • Alberta; la ropa interior y los artculos de bao,tal como los haba dejado esa maana. La camaestaba hecha y cubierta con una colcha de raynrosa.

    Vace esos cajones dijo el judo.Rufus apil de cualquier modo las cosas en un

    rincn. El judo sigui examinando los muebles sindedicarle la menor atencin.

    Quit de un tirn la ropa de cama parainspeccionar el colchn y dijo vivamente:

    Esto est destrozado.Todas las costuras del colchn, en sus cuatro

    lados, arriba y abajo, haban sido abiertas con uncuchillo. Quedaba lugar suficiente para meter lamano.

    Tuve que abrirlo para poner insecticida declar Rufus. Nos molestaban los bichos. Perocosindolo quedar como nuevo.

    El judo no le escuchaba. Haba metido elbrazo por la abertura y examinaba el acolchadointerior con los dedos. Con un gesto furioso, lo

  • arroj al suelo y prob del otro lado. Su cara eraun estudio de frustracin.

    No compro nada anunci en voz airada ysofocada. Su piel plida tena ahora el colormorado oscuro de un higo maduro.

    Pero qu diablos le ocurre? exclamRufus, con igual indignacin. Cree que le voy avender un colchn si tiene dinero escondido?

    Es peligroso, es muy peligroso dijo eljudo, algo atemorizado por la actitud amenazantede Rufus. Si se ha robado dinero, no quieronada de esto.

    Pero qu riesgo corre usted? seguavociferando Rufus. Nunca corre un riesgo. Soyyo quien carga con todos. Usted se protege contantas trapisondas legales que ni siquiera elCongreso reunido podra echarle el guante.

    El judo cedi.Est bien, est bien. No tenemos por qu

    pelear. A m slo me gusta hacer mis propiasaveriguaciones, ya sea que encuentre algo o no.

  • Se cree que hay un rollo de billetes en cadacolchn que compra dijo desdeosamenteRufus.

    En Harlem se rumoreaba que veinte aos antesel judo haba encontrado treinta y cinco mildlares en billetes escondidos en un colchncomprado a setenta y cinco cntimos en un piojosocuarto de hotel donde acababa de morir un viejomendigo blanco.

    Rufus segua rezongando:Nosotros los negros nunca tenemos dinero

    que esconder. Vosotros los judos lo tenis todo.Su interlocutor haba dado por terminada la

    discusin.Est bien, cambiemos de tema, muchacho.

    Veintisiete con cincuenta por esta habitacin.Eso es lo que quera decir respondi

    Rufus. Mi vieja pag doscientos setenta y cincopor este juego hace menos de un mes.

    No siga, que destrozar mi corazn. Treintay cinco, vale?

  • Rufus sec su liso rostro negro protegidocon una crema de belleza con un pauelo blancode seda.

    Vale, to, vale dijo speramente. Yterminemos de una maldita vez; no puedo perdertodo el da.

    El judo le dirigi una mirada vengativa y pasa la cocina. Dio un vistazo a la mesa esmaltada ylas sillas con armazn tubular de metal inoxidabley asientos de espuma de caucho recubiertos deplstico y dijo:

    Se ve que a su mujer le gustaba cocinar.Se sent ante la mesa y sum el total,

    agregando trece dlares por los efectos de lacocina, excluyendo el servicio de mesa y losutensilios de cocina. La cuenta ascenda a cientodiecisiete dlares. Luego cogi un recibo de unbloc que pareca un talonario y escribi:

    Recib de A. Finkelstein ciento diecisietedlares por el mobiliario completo del

  • apartamento nm. 44 de la Calle 118, Manhattan,Nueva York.

    Sin fecharlo, le pidi a Rufus que lo firmara.Y no me venga con ms historias sobre los

    riesgos que corre gru Rufus mientras lofirmaba.

    Usted tiene que enterrar a su mujer dijotaimadamente el judo. Yo no tengo mujer.

    Los dos ayudantes se miraron y sonrieron.Basta de bromas dijo. Firmad aqu

    como testigos.Ambos escribieron sus nombres

    laboriosamente, letra por letra.Y ahora podis bajar todos estos trastos y

    cargarlos dijo el judo, mientras guardabacuidadosamente el recibo en una rebosantebilletera y extraa de ella un pequeo fajo debilletes.

    Sin prisa, los ayudantes pasaron al living yempezaron a retirar ruidosamente los muebles. La

  • mujer de color haba abandonado su palco delprimer piso cuando salieron con la primera carga,pero los habituales curiosos de la tarde deldomingo ocupaban varias ventanas a ambos ladosde la calle. En algunas slo se vean las plantasgrises de unos pies morenos apoyados sobre elalfizar, que no se movieron en absoluto. Pasperezosamente un coche patrulla; los policasapenas se fijaron en la operacin. Una mudanza endomingo era perfectamente normal, y mucha genteconsideraba que era el da ideal.

    Los ayudantes dispusieron el tocador y lacmoda en el camin junto a los muebles delliving; luego subieron y desarmaron la cama agolpes. Bajaron uno el colchn y otro el somier.Metieron este ltimo en el interior y pusieron elcolchn en el suelo del vehculo, junto a lacompuerta de cola, para proteger los objetosfrgiles de la cocina. Antes de subir de nuevo alpiso bebieron unos buenos tragos de una botella devino moscatel de California sentados en la cabina

  • del camin.Un joven que fumaba un cigarrillo de

    marihuana de pie en el portal de la casa vecina losmiraba con aire de infantil concentracin. Era altoy delgado, y sus hombros cuadrados dabanimpresin de extraordinaria fortaleza. Tena lacabeza pequea, una cara redondeada de nio ypiel de color chocolate, lisa y lampia. Susgrandes ojos, con las pupilas dilatadas por ladroga, parecan totalmente vacuos. A pesar delcalor vesta una pesada chaqueta de tweed congrandes hombreras, un sombrero de ala anchacado sobre la frente y ceidsimos tejanos depana color mostaza, metidos dentro de unas botasblancas y negras de cowboy. A primera vista,pareca un subnormal inofensivo.

    Apenas los dos hombres del judo subieron,apret la colilla del porro, la guard en la cintadel sombrero y se aproxim al camin. Sin mirarsi era o no observado, carg el colchn al hombrocomo si estuviese relleno de plumas y se dirigi

  • tranquilamente hacia la Avenida Lenox.Una chica de tez color castao que miraba por

    la ventana de su casa rio melodiosamente cuandolo vio pasar.

    Oye, cario dijo por encima de su hombro. Ven a ver: un zombi con su casa a cuestas.

    Un negro musculoso, desnudo hasta la cintura,apareci a su lado en la ventana.

    Probablemente ha encontrado una chicanueva, y se va con ella.

    El joven dobl la esquina al llegar a laAvenida Lenox y desapareci.

    Cuando los ayudantes regresaron con la mesa ylas sillas de cocina advirtieron la desaparicin delcolchn. Miraron hacia ambos lados de la calle.La chica los vio y les grit:

    No sigan buscando; se lo llev el dormido!Qu dormido? pregunt uno de ellos.Cmo voy a saberlo? contest ella.

    Creis que conozco negros que roban colchones?El hombre musculoso reapareci a su lado, y

  • los ayudantes volvieron a subir.El judo estaba en la cocina, huroneando,

    cuando llegaron. Pensaron que encontrara algobueno de comer y no le molestaron con la noticiadel robo del colchn, sino que se apresuraron aconcluir su tarea.

    El judo alz la tapa de una gran olla de hierroy vio que estaba llena a medias con un guisado dearroz y trocitos de una carne anaranjada que ola apescado. Cogi un poco con el dedo y lo prob.

    Hum, est bueno dijo. Qu es?Rufus meti la nariz en la olla y prob la

    carne.Colas de caimn con arroz respondi.

    Un plato muy apreciado en Carolina del Sur. Yluego agreg: Mi mujer era de all.

    Que en paz descanse dijo el judo,mientras coga un plato y empezaba a servirse.

    Cuando los dos ayudantes terminaron,encontraron a su jefe comiendo de un platoapoyado en la cocina, y a Rufus con el suyo

  • colocado sobre la nevera.Colas y arroz dijeron al unsono, y se

    unieron al banquete, instalndose sobre elfregadero.

    Uno interrumpi su tarea el tiempo necesariopara buscar un poco de whisky, pero slo encontruna botella de ron oscuro en un estante alto, detrsde una pila de bolsas de papel usadas.

    No le importa que bebamos un poco deesto? le dijo a Rufus.

    Servos repuso Rufus.l mismo y el judo beban cerveza.Cuando se acab el contenido de la olla, todos

    se sentan muy satisfechos. Slo cuando los tresdescendieron y estaban a punto de subir al caminse acordaron de contarle al judo el robo delcolchn.

    El judo se qued pensativo. No le importabael colchn; pero como todo el mundo pareca tenerla misma idea, decidi examinar el relleno de lossillones del living lo antes posible.

  • Rufus pensaba aproximadamente lo mismo. Enel piso de Alberta, abri las puertas cerradas delarmario empotrado, quitando el eje de lasbisagras. Luego examin el interior: slo encontrropas, dos maletas de cartn vacas, unas cajas dezapatos con la lista completa de los nmerosganadores durante los ltimos cinco aos, y granvariedad de objetos intiles.

    Se senta como si lo hubiesen engaado.Despus de un rato, se encogi de hombros y

    sali del piso tratando de desempear el papel delbuen perdedor. Cerr la puerta con la llave que lehaba dado Sugar, baj las escaleras y vacil unmomento en la entrada. No vio a nadie quepareciera interesado en l, de modo que fue hastala esquina y entr en su coche, aparcado a lasombra en la Avenida Lenox.

  • 4

    El lmite de Harlem, por el sur, es la Calle 110.Hacia el oeste se extiende hasta el pie deMorningside Heights, donde se encuentra laUniversidad de Columbia. La Avenida Manhattan,a una manzana al este del Morningside Drive, esuna de las calles laterales que ocultan de la vistalas miserias de Harlem. Los ruinosos edificiosabren paso sbitamente a los rboles y las casasde apartamentos bien cuidadas. Ante ellas, losgrandes coches del hampa de Harlem estnaparcados parachoques contra parachoques. Sloel crimen y el vicio pueden pagar los costososalquileres de esa zona fronteriza. All viva Rufus.

    Sugar subi las escaleras de un modernoedificio de ladrillos en la esquina de la Calle 113y golpe la puerta de un apartamento del segundopiso.

    Rufus abri. Se haba quitado su chaqueta de

  • seda verde, pero llevaba los pantalones y lacamisa deportiva rosa.

    Quiero hablar contigo dijo Sugar,amenazador y jadeante.

    Tengo una mujer ah dentro dijo Rufus.Vamos al parque.

    Bajaron a la calle y cruzaron el pequeoparque triangular formado por la unin delMorningside Drive y la Avenida Manhattan a laaltura de la Calle 112. Del otro lado del Driveestaba la pendiente rocosa del Parque deMorningside, lleno de domingueros con suspicnics. Se sentaron en un banco de madera verde.

    Mira, to, yo te dije que te llevaras slo eltelevisor afirm Sugar en tono acusador.

    T me dijiste que ella tena dineroescondido en algn lado objet Rufus.Busqu por todas partes y no encontr nada.

    Y t crees que yo no busqu antes de venira verte?

    Me enter de que haba muerto dijo Rufus

  • . Yo tena que sacar algo despus de todo lo quehe pasado.

    Pero no tenas derecho a llevarte losmuebles: eran mos afirm Sugar.

    Si ella tena algo repuso Rufus, nopoda estar escondido en esos muebles. Creme,amigo: he registrado demasiados lugares paraequivocarme.

    Estoy seguro de que tena algo escondido agreg Sugar. Apostara la vida.

    Rufus pareca escptico.T sabes que ella no tena mucha cabeza.

    Las mujeres ignorantes como Alberta siempre loesconden todo en los colchones. Y en ese colchnno haba nada.

    Alberta tuvo bastante cabeza paraengaarnos a los dos record Sugar.

    Entonces, lo habr escondido en otro lugar.Pero dnde? insisti Sugar.Cmo diablos puedo saberlo? No era yo

    quien viva con ella; eras t dijo Rufus. Y

  • despus de todo, no tienes ninguna prueba de quehaya tenido nunca nada.

    Tengo bastantes pruebas repuso Sugar.Y adems, ella misma se delat.

    Cmo?No importa cmo. Ese es mi secreto.Porque no te dej entrar anoche en su casa,

    quieres decir?No, hombre, qu va, eso lo ha hecho un

    montn de veces antes admiti Sugar. Pero nocrey necesario informar a Rufus acerca de lafuente de sus sospechas. Tena la sensacin de queRufus era ms inteligente que l, y no quera darledemasiados datos.

    Si la conocas tan bien como dices,supondrs que Alberta deba tener algo entremanos para meterse tan repentinamente en lareligin.

    Rufus reflexion.Tal vez tengas razn reconoci. Volver

    a revisar esos trastos uno por uno.

  • Dnde estn? pregunt Sugar.No te lo dir replic Rufus. T tienes

    tu secreto; yo el mo.Est bien, hombre, pero ndate con cuidado.Qu diablos, yo he confiado en ti. Ahora

    confa t en m.Yo confo. Simplemente te recuerdo que

    vamos a medias.Ya s que es a medias. Si encuentro algo, t

    tendrs tu mitad.Recuerda que puede costarte caro, to

    amenaz Sugar.Hablas como un navajero se quej Rufus,

    ofendido. No tienes que amenazarme.Yo no amenazo neg Sugar.

    Simplemente te aviso para que no intentes nadararo.

    Rufus se puso de pie.Me voy. Tengo una chica esperando.No te descuides le dijo Sugar mientras se

    iba, no sea que de pronto te quedes seco.

  • 5

    Durante aos, la Tercera Avenida cruzaba el RoHarlem unas pocas travesas al norte de la Calle125, junto con los rieles del ferrocarril elevado, ysegua hacia el norte, a travs del Bronx, hastaFordham Road. Ahora que el viejo elevado hadesaparecido, la Tercera Avenida simplementesalta de costa a costa. De un lado es la TerceraAvenida, Manhattan; del otro, la Tercera Avenida,Bronx. Tanto en Manhattan como en el Bronx sucarcter es el mismo. Es la calle de lospostergados y los arruinados, con casas deempeo, bares mugrientos, pobreza y vagabundos.Una calle verdaderamente democrtica.

    En la manzana situada entre la Calle 166 y la167, en el Bronx, hay un bar mugriento propiedadde un griego, atendido por un camarero griego ycon una clientela de todas las razas; una tienda dematerial sobrante del ejrcito y la marina; otra de

  • ropas de segunda mano de las MisionesProtestantes Unidas; un mercado de carnekosher[4]; una charcutera; una tienda con una rejade hierro suficientemente fuerte para servir depuerta en Alcatraz; una gran puerta de madera queestuvo alguna vez pintada de amarillo, y un granedificio de ladrillo, oscurecido por la intemperie,donde funcionaba una cervecera cuyospropietarios eran descendientes de un inmigrantealemn.

    Eran las diez de la noche. Salvo algn autobs,escasos coches, y unos pocos peatones quepasaban, la calle estaba desierta. Slo una ventanailuminada en la cervecera y la vidriera del bar,situada en el otro extremo y manchada por lasmoscas, mostraban seales de vida.

    Los dos candados de bronce que sujetaban lareja de la tienda sin nombre brillaban apenas a ladbil luz del distante farol de la calle. En elescaparate se vislumbraban vagamente mueblesrotos, apilados hasta el cielorraso, como para

  • formar una segunda barrera. Las ventanas de lostres pisos que haba sobre la tienda estabancerradas con tablas.

    La puerta de madera, al lado del escaparate,daba a un corto camino enladrillado de acceso aun cobertizo de madera con techo de chapa. Delcobertizo sobresala la parte posterior de uncamin de mudanzas.

    En la parte trasera del cobertizo haba unapuerta que daba a un pequeo patio de hormignque llegaba hasta la parte posterior de la tienda.Dos ventanas, cerradas con tablas y barradas,flanqueaban una puerta central protegida por unareja similar a la del frente. Pero en la parte msalejada se vea luz en la claraboya de un stano,situada a la altura del suelo.

    A travs de los sucios cristales se poda ver elstano. Una parte, separada por un tabique, estabaequipada como taller de mueblera. En las tresparedes haba bancos de trabajo, y encima de ellosestantes con todo tipo de herramientas para

  • trabajar en madera. Cerca de la pared interior sevea una sierra sinfn, un taladro elctrico y uncepillo mecnico.

    En el centro de la estancia se encontraban losrestos de los apolillados y mal rellenados mueblesdel living de Alberta, iluminados por la brillanteluz blanca de una lmpara suspendida con unapantalla verde.

    El judo estaba arrodillado junto al sof,todava intacto. Los esqueletos de los dos silloneshaban sido empujados a un lado como huesos deuna res muerta. Relleno y tapizado se amontonabanentre ellos.

    Tocaba el sof como si fuera un toro campen;apretaba un lugar determinado, luego lo acariciabasuave y amorosamente.

    Maravilloso se deca, murmurando.Ms de cien aos. Hecho en Nueva Orleans. Hasobrevivido a la Guerra Civil. Extraordinario!

  • Qu tesoros coleccionan estas cocineras negras!De pronto cogi sus herramientas y empez a

    retirar, como un maestro, el tapizado. Todo eltiempo hablaba consigo mismo.

    Qu idiota este Rufus Tratar de engaar aAbie Ja, ja

    Arranc todas las tachuelas ocultas.El colchn La caja fuerte de los negros,

    ja, ja.Luego, con una hoja de afeitar, cort las

    costuras de la tela exterior y la ech hacia atrscomo si desollara un animal. Aparte del ruido delos hilos al rasgarse y su respiracin fatigada,haba un silencio sepulcral. El silencio leresultaba opresivo: hablaba para ahuyentarlo, noporque las palabras expresaran sus pensamientos.

    Pequeas fortunas, pequeas fortunascon las fortunas pequeas se hacen las grandes

    Debajo del tapizado haba una capa de tela decrin, y debajo una amarillenta tela de algodn. Susdedos hbiles examinaban cada centmetro de

  • relleno antes de hacerlo a un lado.Estaba buscando algo Y pensaba que

    Abie no lo saba. Crea que poda engaar aAbie El tonto, ja, ja.

    Crey or un sonido.Qu fue eso? exclam.Sus ojos se dirigieron de inmediato hacia la

    claraboya. Rpido como un gato se estir hacia uninterruptor escondido debajo del borde de unbanco de carpintero y apag la luz. La pequeaventana rectangular quedaba iluminada por la luzcasi imperceptible de la noche ciudadana: no sedelat ninguna silueta. Haba retenido larespiracin; dej escapar el aire y escuch. Sloapagados ruidos que atravesaban la gruesa paredde la cervecera turbaban el silencio.

    No hay nadie en kilmetros murmur.Pero no encendi inmediatamente la luz. Senta

    un inexplicable nerviosismo; no una premonicin,sino ms bien el fruto de la tensin acumulada.Camin en la oscuridad hasta la puerta que llevaba

  • a la escalera. Algo le roz la pierna. Sinti unsobresalto semejante a un fuego fro. Salt a uncostado, sintiendo cmo se le erizaba el pelo en elcuero cabelludo helado. Sus manos araaron losestantes de herramientas en busca de un arma.

    Entonces un gato maull y pas por delante del para frotarse contra la otra pierna. Baj la vistay vio dos elipsoides gemelos de luz verde quebrillaban en la oscuridad.

    Trag saliva e inspir lentamente.Sheba! suspir. Sheba, michaSe inclin para acariciar la gata negra y

    ronroneante.Sheba, reina. Todava vas a matar al viejo

    AbieAtraves la habitacin, encendi la luz y se

    puso a trabajar. La gata jugaba entre sus pies.Se absorbi en su tarea. Una vez eliminado el

    tapizado, empez a golpetear la armazn demadera, cubierta de tiras de camo entrecruzadas,con un mallete de madera, escuchando atentamente

  • el ruido. Recorri as toda la parte posterior, laspatas traseras, las delanteras. Los brazos parecancilindros macizos de una madera clara y liviana.El mallete produca un ruido suave contra lamadera.

    Aqu no se pudo esconder nada murmurel judo.

    En las arrugas de su rostro se vea sudecepcin. La gata volvi a frotarse contra suspiernas, y la apart con un gesto de frustracin.

    Comenz a golpear el otro brazo. De pronto seinclin para or mejor. Haba un leve ruido ahueco. Su cara se ilumin con una expresin deirrefrenable avaricia.

    La gata se haba retirado a cierta distancia y selavaba la cara llena de dignidad ofendida.

    El judo se arrodill y examin a la luz elextremo del cilindro. Era idntico al del otrobrazo. La veta de la madera estaba intacta, como sihubiese sido cortada de un volumen macizo.Cambi el mallete por un pequeo martillo de

  • hierro y golpe suavemente el extremo. Luego, conun diminuto escoplo, traz un crculo: unosminutos despus, el tapn se hundi en el interior.

    Muy ingenioso murmur con admiracin.Atrap el tarugo cilndrico con una barrena y

    lo extrajo del brazo del silln. Detrs haba unhueco de una pulgada de dimetro. Hurg en l conel dedo. Su rostro adopt una expresinasombrada. Con unas pinzas pesc un paquetecilndrico que encajaba exactamente en la cavidad.La cubierta exterior era de seda amarillaperfectamente conservada. La oli; tena un olorlevemente perfumado.

    Fue hasta el banco de carpintero, encendi otralmpara y alis el paquete, que tom la forma deuna bolsita de seda, con un borde doblado, sincerrar. La abri y sac un pulcro fajo de billetesverdes sostenidos por una tira de papel. Contuvoel aliento. Su cara era un verdadero estudio deexpresin.

    Fantstico murmur. Flamantes.

  • Los billetes eran de cien dlares.Lentamente, se pas la lengua por el labio

    inferior.Mientras los contaba, se le agrandaban los

    ojos. Haba mil billetes de cien dlares.De pronto se dobl en dos, y se ech a rer

    como si se hubiera vuelto loco perdido. Tanto serea que no escuch el leve ruido de un zapatosobre el suelo, junto a la claraboya.

    La gata s lo oy. Dej de lavarse la cara ymir sin parpadear la silueta de un hombre queatisbaba por los cristales sucios.

    La silueta se apart, y la gata continu sutocado.

    Finalmente, el judo recobr el control. Seenderez y mir el dinero. Un hilo de saliva fluade la comisura de sus labios. Se retorci lasmanos, como si se lavara. La gata lo mir ensilencio. l acarici el dinero. Dio vuelta al fajo,lo mir por el otro lado, luego cogi uno de losbilletes y lo puso al trasluz.

  • Increble murmur.En el instante siguiente, su cuerpo se torn

    rgido, congelado en la actitud de la expectativa.Lleg a su odo el inconfundible ruido de un motoral arrancar. Antes de que pudiera adoptar unaexpresin, se oy en el silencio el ruido de unmotor de camin a toda su potencia. No habaerror posible. Alguien haba puesto en marcha elcamin de mudanzas en el cobertizo. Slo l tenalas llaves de la puerta. Alguien haba entrado.

    Pusieron el motor en punto muerto, y lodejaron en marcha.

    Movindose con increble velocidad, guardel dinero en la bolsa, abri un cajn y la meti enl mientras extraa un Colt 38 con balastrazadoras y una gran linterna negra de tres pilas.Apag la lmpara secundaria y se dirigi alinterruptor general situado debajo del banco detrabajo. Una vez en marcha, su cuerpo parecaganar velocidad. Esa figura de pelo grisamarillento, vestida de negro, armada con un

  • revlver y una linterna, daba una impresin deincalculable peligrosidad.

    El interruptor produjo un leve clic y el local sesumi en la oscuridad. Pero el judo se mova enlas tinieblas como si pudiera ver. Corriligeramente de puntillas por la puerta abierta yescaleras arriba. Uno de los escalones cruji bajosu peso, y jur silenciosamente en yiddish.

    La escalera describa un giro y llegaba a laplanta principal justamente al lado de la puertaposterior. El judo se detuvo un instante a mirar elpatio por los sucios cristales, pero vena del taller,brillantemente iluminado, y sus ojos no seajustaban a la oscuridad. Apoy el odo sobre elcristal, pero slo oa el ruido del motor en puntomuerto.

    Con infinitas precauciones abri la puerta. Elleve clic del cerrojo fue apenas perceptible porencima del ruido del motor. La puerta se abrisilenciosamente.

    Aguard con la cara apretada contra la reja,

  • mirando y escuchando. Slo el motor. El judopens que se trataba de una trampa: ignoraba si eraun autntico ladrn, o unos delincuentes juveniles.Tena un telfono en la trastienda y podra haberllamado a la polica, pero no quera que esta semetiera en sus asuntos, revolviendo y haciendopreguntas.

    Decidi tender tambin l una trampa. Abri lareja y la empuj sobre sus goznes hasta que formun ngulo recto, protegiendo la puerta contra unataque desde la izquierda. Luego retrocedi en laoscuridad y se qued esperando.

    Pasaron cinco minutos. La gata subi, mir alexterior, olisque y avanz dignamente por el patiocon la cola levantada, sin mirar a la izquierda ni ala derecha. El judo saba que eso no significabanada: Sheba simplemente ignorara a cualquierpersona desconocida.

    Pasaron diez minutos, y quince. El judo seimpacientaba. Quera reunirse con el dinero. Podaser algn bromista. Nadie en su sano juicio poda

  • querer robar su camin. Y si alguien intentabaentrar en la tienda, ya lo habra hecho. Esperaracinco minutos ms.

    No poda saber exactamente el tiempotranscurrido; pero el reloj de su mente era muypreciso. Cuando transcurrieron en su cerebro esoscinco minutos, cubri el revlver con su chaqueta,para ocultar el ruido, y lo amartill. Luego, con lapesada linterna en la mano izquierda, y el pulgaren el interruptor; y con el revlver en la derecha,el dedo en el gatillo, sali por el oscuro rectngulode la puerta.

    A la derecha, un hombre pegado a la pared deladrillos se movi. Haba esperado ms que eljudo.

    Este vio descender el martillo, y se moviinstintivamente una fraccin de segundo antes deque cayera sobre el hueso de su hombro derecho.El brazo del revlver qued entumecido con lanauseabunda sensacin del dolor. El revlver sedispar antes de caer repiqueteando al pavimento.

  • En medio de la explosin la bala traz una lneablanca a travs de la oscuridad: dio contra lapared de ladrillo de la cervecera y rebot haciaarriba describiendo una serie de arabescos.

    El otro hombre dio una patada al revlver conel pie izquierdo al tiempo que descargaba otrogolpe con el martillo. El judo oprimi elinterruptor y la luz brot en el preciso momento enque el martillo golpeaba la linterna. Fue como siun rayo estallara casi al mismo tiempo que eltrueno, tornando ms negra la oscuridad. Lalinterna cay de la mano del judo y rod por elpatio. Sinti agujetas en la mano y el antebrazo.

    Estaba encandilado y con sus dos brazosinutilizados. Pero soltaba patadas con malignidady alcanz a su contrincante en el tobillo. Elhombre, gimiendo de dolor, se contrajo; y el golpedel martillo, apuntado a la cabeza del judo, le dioen las costillas. El hueso se parti con el sonidode un tambor debajo del agua.

    El judo trat de gritar, pero estaba sin aliento.

  • El atacante, apoyado sobre un solo pie, lanz unrevs. El golpe dio sobre la oreja izquierda deljudo, con el ruido que hace el carnicero cuandocorta un hueso con tutano. La boca apretada deljudo se afloj, y sus msculos tensos se relajaron.Cay en un blando montn.

    El atacante se inclin y descarg una lluvia degolpes sobre la figura postrada. Durante un rato nohubo ms que el subir y el bajar del martillo sobrela cara y la cabeza del judo, con suaves ruidoscarnosos.

    Luego esto ces.El atacante arroj el martillo al pavimento y se

    sent en el suelo con la cara entre las manos,profiriendo un sonido inhumano, como si lloraraincontrolablemente aterrado.

    El llanto ces de repente.El asaltante se puso en cuclillas y encendi un

    mechero. A la luz fluctuante, el judo pareca un lode trapos ensangrentados. El mechero se apag enseguida.

  • Rpidamente, en la oscuridad, el hombreregistr el cuerpo. No haba nada. Ni dinero, nibilletera, ni papeles.

    Deba entrar. Su cuerpo temblaba de terror; nopudo encontrar el interruptor de la luz. Ayudndosecon el mechero, baj la escalera: de pronto crujiun escaln. El mechero se desliz entre sus dedosnerviosos, y tuvo que buscarlo a tientas en laoscuridad. Respiraba con un ruido sibilante.Finalmente hall el mechero. No se encenda. Baja oscuras tanteando las paredes y lo accion denuevo: brot la llama, ms dbil que antes.

    Pasaba el tiempo.Durante un instante se qued en la puerta,

    mirando la habitacin. Los objetos eran apenasdiscernibles a esa lucecilla vacilante, perodistingui el banco de carpintero en que habavisto al judo anteriormente. Se aproxim, colocencima el mechero, y empez a abrir cajones.Hall el envoltorio donde el judo lo haba puesto.

    Sostuvo la bolsita de seda en la mano, como si

  • fuera ms frgil que la esperanza del cielo. Tenael cuerpo inclinado hacia adelante, la mirada fija,con una expresin de codicia salvaje.

    Cien mil, se dijo.Bruscamente oy el crujido del escaln flojo.Sinti una presin frrea oprimiendo sus

    sienes. Era el judo muerto que vena a recobrar sudinero. Instintivamente gir y cogi un escoplo amanera de arma. Slo poda escuchar surespiracin sofocada, pero senta una presencia enla escalera.

    Guard la bolsa en el bolsillo del pantaln y loaboton. Luego encendi el mechero, cogindoloen una mano y, con el escoplo en la otra, avanzcautelosamente de puntillas hacia la puerta.

    Cuando lleg, oy pies que bajabanruidosamente y su cuerpo choc con otro. En laoscuridad ninguno de los dos poda ver. Dio unaestocada con el escoplo y escuch un agudo gritode dolor; al mismo tiempo, sinti un fro, rpido ycasi indoloro navajazo en la mejilla. Fue una lucha

  • breve y furiosa. Golpe frenticamente, clavandoel escoplo con furia insensata. Poda sentir ladiferencia cuando daba en la pared y cuando hacacontacto con las ropas y la carne. No vea elcuchillo del enemigo, pero saba que hera el airea su alrededor, y lo sinti penetrar innumerablecantidad de veces en su cuerpo. No le dola, peroestaba loco de terror.

    Ambos proferan gruidos ininteligibles. Sloeso. No hubo palabras ni maldiciones. Doscuerpos ondulaban, se agazapaban, y se heran aciegas en la profunda oscuridad. Finalmente elprimero se liber y corri.

    Crey dirigirse a la escalera, hasta que diocontra un objeto slido. Se apart, pis algo ycay cuan largo era sobre lo que pareca elelstico de un somier. Poda or a su enemigo quele persegua furiosamente, golpeaba contra losmuebles y grua como un animal.

    Los muelles le envolvan las piernas: luchcontra ellos como si tuvieran manos, pateando y

  • pisoteando. Otros objetos surgieron de laoscuridad y le golpearon por todas partes. Algo seenganch en su oreja y le desgarr el lbulo; otracosa le peg directamente en la boca. Algo leaferr el tobillo. Era como si los muebles rotos ydesvencijados hubiesen adquirido vida paratorturarlo como una muchedumbre de linchadores.Su perseguidor sufra iguales tormentos, pero esono era un consuelo.

    Cuando termin de atravesar el stano, habasido despiadadamente golpeado. Respiraba ensollozos. An tena asido el escoplo, pero apenasle quedaban fuerzas para usarlo. Por fin encontrla escalera, y se arrastr hacia arriba. Oa a suenemigo luchando con furor contra aqueltraicionero mobiliario y gruendo en la oscuridadininteligibles maldiciones.

    Emergi sin aliento al patio oscuro. Tena losdientes apretados, y el vmito a flor de labios. Vioel cuerpo del judo donde lo haba dejado. Sintiun demencial impulso de gritar con toda su voz.

  • Saba que sangraba por muchas heridas, pero nosenta el dolor.

    El sbito silencio, abajo, volvi a ponerle enguardia. Oy el fuerte ruido del escaln flojocuando un pie brinc sobre l. Corri hacia elcobertizo.

    El motor del camin continuaba andando. Sinun movimiento de ms, trep a la cabina delconductor. Puso marcha atrs, aceler el motor ysolt el embrague. El camin retrocedi contra lapuerta como un ariete; la puerta salt de sus goznesy sali despedida hasta el centro de la TerceraAvenida, seguida por el camin.

    Por la fuerza del hbito, tir del freno de manoy estaba corriendo antes de pisar el suelo.

  • 6

    El parque de Morningside es una jungla rocosasituada en la inhabitable pendiente oriental delpromontorio que forma los farallones sobre el roHudson. En su mayor parte est cubierto de tupidavegetacin y recorrido por empinadas yserpenteantes escalinatas por las que solamente lossubnormales se aventuran despus del anochecer.

    Poco despus de medianoche, varios coches dela polica convergieron en una zona del parqueprximo al banco donde se haban sentado esatarde Sugar y Rufus.

    En el cuartel policial del distrito se habarecibido la informacin annima de que all sehaba odo gritar a un hombre.

    Cuando lleg el primer coche, los gritoshaban cesado. De un llamativo sedn verde partaun reguero de gotas de sangre oscura. Habamanchas en el asiento del conductor y en el

  • volante. Grandes gotas atravesaban la acera y sehundan entre el tenebroso follaje, ms all delurinario pblico. Este estaba cerrado de noche, ylas huellas lo rodeaban y seguan adelante. Laslinternas de la polica horadaban las charcas deoscuridad entre la densa maraa.

    En la calle y la acera se haba congregado latpica multitud de Harlem, y los policas losmantenan a raya con dificultad.

    Aqu est! anunci un polica.Estaba acurrucado dentro de un macizo de

    arbustos hasta donde se haba arrastrado paraesconderse.

    Atrs! Atrs! ordenaba un cabo depolica.

    Lo conozco; conozco a ese hombre dijolleno de excitacin un gran negro en ropa detrabajo. Es George Clayborne.

    Y usted, quin es? pregunt el cabo.Yo soy el portero de la casa de enfrente. Y

    all es donde vive George Clayborne.

  • Tome su nombre orden el cabo, quepareca haber asumido el mando. Obtenga unadeclaracin, y el resto de vosotros conseguir eltestimonio de estas otras personas. No podemoshacer ms hasta que lleguen el mdico y la gentede Homicidios.

    Ese, all, es su coche dijo el portero aljoven polica que reciba su declaracin.

    El polica abri la puerta delantera y encontrlo que parecan manchas de sangre en el volante yel asiento.

    Llam al cabo a gritos.Una niita negra, flaca, con la cabeza llena de

    trencillas atadas con cintas que le salan haciatodos los ngulos, examin con cuidado a todoslos policas hasta que encontr al ms corpulento.Se le acerc de lado y le tirone la manga.

    El polica, sobresaltado, se llev la mano a lapistola. Tanta gente de color con los ojosdesorbitados le pona los nervios de punta.Cuando vio quin lo haba tocado se puso rojo

  • como un tomate.Qu quieres? grit, furioso.La niita alz la vista y lo mir con sus

    grandes ojos castaos, solemnes.Yo s quin fue dijo.El polica corpulento volvi a sobresaltarse.Eh? No estaba seguro de haber odo

    bien.Fue una seora blanca. La vi con el cuchillo.Una seora blanca? El corpulento

    polica blanco no poda aceptar eso. Vete a tucasa a dormir. No sabes lo que dices.

    La vi con el cuchillo insisti la nia.Estaba lleno de sangre y ella iba de blanco, comoun fantasma.

    Cmo dices? ladr el polica gordo ylento de entendederas. Quieres decir, vestidade blanco? Entonces no era una seora blanca.

    No, seor; solamente estaba vestida deblanco dijo la chiquilla impasible. Vi paradnde fue.

  • Ven y la cogeremos dijo el policacorpulento, lanzado a la accin. Iremos en elcoche y t nos dirs por dnde se fue.

    Se abri camino a travs de la multitud hasta elcoche, donde su compaero aguardaba, fumando,detrs del volante.

    Esta chica vio a la asesina dijo. Nosindicar por dnde se march.

    Pusieron a la chiquilla en el medio. Ella indicla Calle 112 en direccin a la Octava Avenida.

    El coche rugi por la parte larga de la manzanacon la sirena a toda marcha y entr en la OctavaAvenida a cien kilmetros por hora.

    La chiquilla inclin el pescuezo y de prontoseal una figura vestida de blanco que caminabarpidamente por la Octava Avenida hacia la Calle10.

    All est! grit.El coche estaba en mitad del cruce,

    movindose a veinticinco metros por segundo. Elconductor se par sobre el freno y gir en ngulo

  • recto, como si pilotara un avin supersnico por elcielo abierto. El chillido de los neumticos sesum al de la sirena, y un coche que se diriga porla Octava Avenida hacia el norte se desvi haciala izquierda y choc frontalmente contra otro queiba hacia el sur pero resbalaba de costado, con elfreno a fondo, porque el coche policial se le habacruzado por delante. El coche patrulla dio de ladocontra el bordillo de la acera con sus llantas yempez a volcar; golpe un farol que lo colocnuevamente sobre las cuatro ruedas, y luego unahilera de cubos de basura que lanz a travs de laancha acera y contra los escaparates de unsupermercado. El estrpito del metal contra elmetal y el metal contra los cristales rasg la nochede modo ensordecedor y se vio gente que searrojaba de bruces, para protegerse, hasta en laSptima Avenida.

    La figura vestida de blanco ech a correr, peroel coche policial no se haba detenido. Cruz lacalzada con su conductor sangrando de un tajo en

  • la cara producido por el cristal roto de laventanilla, y zigzague hasta detenerse, trmulo,junto a la mujer que corra.

    Los policas estaban en la calle antes de que elcoche quedara inmvil y el ms corpulento derriba la mujer con una llave hecha a la carrera. Ellacay sobre el muslo derecho, lanz una patadahacia atrs con el tobillo izquierdo y le dio delleno en la boca al polica. Para el momento enque su compaero haba logrado rodear el coche,la mujer se estaba poniendo de pie: lo salud conun revs en el ojo.

    Era una mujer grande y fuerte, gil como ungato, y luchaba contra los dos policas como siestuviera loca perdida.

    Se reuni como de costumbre una presurosamuchedumbre, que vio una buena pelea.

    Finalmente los policas consiguieron reducirlade cara contra el suelo y con las manos a laespalda. El polica corpulento estaba sentadosobre sus piernas, y el otro le puso las rodillas

  • sobre el cuello mientras cerraba las esposas.Antes de permitir que se pusiera de pie laregistraron, para deleite de los espectadores, yencontraron dos cuchillos en el bolsillo de sublanco uniforme.

    Uno de los cuchillos estaba cubierto de sangrecoagulada.

    Los hombres se incorporaron mantenindose adistancia respetable mientras ella se enderezaba.

    Por qu lo has hecho? grit el policacorpulento.

    Hacer qu? pregunt ella, hosca.Si una mirada maligna pudiera matar, ambos

    policas habran muerto en el acto.Matarlo insisti el polica corpulento.Matar a quin?Este es el cuchillo afirm el conductor.Qu cuchillo? dijo ella.Dame el cuchillo le dijo el polica

    corpulento al conductor. Ests dejando caersobre l tu propia sangre.

  • El conductor se lo dio, y l lo envolvi con supauelo.

    Intensas caras negras miraban con profundointers lo que ocurra.

    El polica intent una nueva tctica.Entonces, para qu corras?Todo el mundo corra repuso ella. Cre

    que el mundo se acababa.Resistencia a la autoridad prosigui el

    polica corpulento. Por qu te resistas si noeres culpable? Los policas son tus amigos.

    Esto arranc una merecida carcajada delpblico, pero el hombre y ella hablaban conabsoluta seriedad.

    Y cmo poda saber que era la polica? pregunt ella. Escuch el ruido y cre que haballegado el da del juicio final. Y alguien me cogipor las piernas. Cre que era el diablo. Tambinusted se resistira si el demonio lo cogiera por laspiernas el da del juicio final.

    T no eres tan ingenua respondi el

  • polica corpulento. Vamos, llevmosla le dijoal conductor.

    Los dems coches policiales haban venidodesde el Morningside Drive; la gente gritaba ycorra por la calle hacia el nuevo escenario de losacontecimientos.

    No creo que este coche ande repuso elconductor.

    De cualquier modo, aqu llega el coche paralos detenidos dijo el polica corpulento,sealando el coche celular que s abra paso entrela muchedumbre.

    Los conductores que haban chocado sequejaban al cabo.

    Demandad a la municipalidad lesaconsej l.

    Los vecinos se servan ellos mismosprovisiones de los escaparates rotos delsupermercado. Los policas no vieron nada deesto, como si estuvieran ciegos.

    Dnde est la chiquilla que seal a la

  • sospechosa? pregunt el conductor. Lanecesitamos como testigo.

    El polica corpulento mir en torno, pero no lavio.

    Por Dios! Por qu la has dejado marchar?pregunt, en tono acusador.

    Yo? dijo, indignado el conductor. Tla has dejado ir tanto como yo.

    Yo estaba ocupado reduciendo a estasospechosa declar el polica corpulento.

    Y yo, qu piensas que haca? pregunt elconductor. Mira cmo tengo el ojo.

    Est bien, est bien dijo el policacorpulento.

    Buscaron a la nia entre la gente, y preguntaronpor ella, pero sin xito. De modo que llevaron lamujer al cuartel sin la pequea testigo.

    Se tomaron fotos del cadver entre los arbustos;luego lo trasladaron al urinario para ulterior

  • examen, y le quitaron las ropas.He encontrado diecinueve pualadas en la

    cabeza, el cuello, los hombros y la espalda dijoel forense. Ms o menos podemos afirmar queesa fue la causa de la muerte.

    El sargento de la brigada de Homicidios mirel triste objeto extendido sobre el suelo debaldosas, con cierta repugnancia.

    Tambin parece que ha sido golpeado observ.

    Los dos hombres de paisano y los policasuniformados se reunieron en torno, mirandosilenciosamente.

    El forense se limpi las manos con una toallahumedecida con alcohol.

    S, y eso es lo ms raro dijo. Fueseveramente golpeado con algn tipo deinstrumento sin filo por lo menos media hora antesdel deceso. Pero observad: los golpes estn todosen la parte frontal del cuerpo, y no parecenconcentrados en una regin, como las heridas de

  • arma blanca. Hay equimosis desde los tobilloshasta la frente, como si hubiera sido golpeadomientras estaba tendido en el suelo boca arriba.

    Alguien le tendra ojeriza dijo elsargento.

    Extraoficialmente dira que tanto los golpescomo las heridas han sido la obra de ms de unapersona agreg el forense. Pero despus de laautopsia sabremos si se ha empleado ms de uncuchillo.

    Piensa usted que lo mat una pandilla,verdad? pregunt el sargento.

    O fue as, o bien el asesino debe ser unapersona sumamente fuerte y veloz.

    Bien, se ha encontrado a una mujer con uncuchillo manchado de sangre dijo el sargento.Y a juzgar por el informe de los agentes que ladetuvieron, cumple perfectamente con ambosrequisitos.

    El mdico se mostr escptico.En toda mi experiencia con mujeres, nunca

  • he encontrado una con tanta fuerza y velocidad.Pronto lo veremos dijo el sargento.El forense entr en su coche, moviendo la

    cabeza; y el sargento se dirigi al suyo con sucabeza dura como una piedra.

  • 7

    El sargento se llamaba Frick. Era un hombredelgado, de pelo negro, que sufra secretamente delceras gstricas. En ese momento pareca que unade ellas le hubiese mordido sbitamente.

    Dice usted que su nombre es AlbertaWright? pregunt, incrdulo.

    La mujer sentada en un banco, en el cono deluz de la lmpara de 300 vatios, replic ceuda:

    S, seor, eso es lo que he dicho.El sargento pas la mirada de uno al otro de

    los detectives negros que estaban a su lado.Habis odo? pregunt.Y qu tiene de extrao? inquiri

    delicadamente Sepulturero Jones.Estaba de pie, en la postura del campesino

    apoyado en su arado, con el traje arrugado y sugran cuerpo en desgarbado descanso.

    Ayer a eso de medioda nos llamaron para

  • avisar que se haba muerto durante una especie defestival religioso explic el sargento.

    Ahora parece bastante viva observAtad Ed Johnson, que se encontraba del otro ladodel sargento Frick. En todo menos la cara separeca a Sepulturero; pero su rostro, marcado porel cido que le arrojaran durante un alborotonocturno en una chabola sobre el Ro Harlem, msarriba, pareca la mscara de un mdico hechiceroafricano.

    Ambos eran detectives del cuartel del distrito,pero el sargento de Homicidios les haba pedidoque participaran en el interrogatorio.

    El sargento miraba a la mujer como si esperaraque se pusiera a volar repentinamente. Pero ellapareca pegada al taburete, que estaba atornilladoal suelo, en el centro de la habitacin sin ventanasy a prueba de ruidos del cuartel de Harlem, que elmundo del hampa conoca como el Nido delPichn. Todava llevaba el uniforme blanco decriada, manchado de suciedad, y la gorra de bao

  • blanca, de goma, con que haba sido bautizada.Le est dando usted mucho trabajo a la

    brigada de Homicidios dijo el sargento. Ayerestaba muerta, y hoy mata a alguien.

    Ni estaba muerta ni he matado a nadie respondi Alberta.

    Est bien, est bien. Empiece a mentir dijo el sargento. Dgame todo lo que haocurrido.

    Ella hablaba con la voz monocorde y plaideraque reservaba para los blancos que le hacanpreguntas.

    Cuando termin, el sargento pregunt:Me ha obedecido al pie de la letra, verdad?No, seor; todo lo que le he dicho es

    verdad.El sargento mir de nuevo a los detectives de

    color.Cree usted en ese cuento de hadas? le

    pregunt al taqugrafo policial, que haba tomadonota de todo en la mesita del rincn.

  • El taqugrafo no respondi.En parte dijo Sepulturero.Debajo del gastado sombrero de fieltro,

    iluminaba su cara oscura y apelmazada un airedivertido. Comprenda el arte de mentir.

    Hay cosas que s y cosas que no agregAtad Ed.

    El sargento pareca haber bebido una enormedosis de aceite de ricino. Se volvi hacia Albertay orden:

    Quiero or eso de nuevo. Tal vez no escuchbien la primera vez.

    De nuevo? pregunt Alberta. Quieredecir, que repita todo lo que he dicho?

    No, solamente cmo encontr el cuchillo repuso el sargento. Volveremos sobre el restocuando eso se aclare.

    Alberta respir hondo y sec su frente cubiertade sudor.

    No hay nada que aclarar dijo conindiferencia. Fue justamente como ya he dicho.

  • Yo estaba sentada en un banco, en el ParqueCentral

    Haciendo qu? interrumpi el sargento.Estaba descansando.Sola?S, seor. Sola. Vi pasar un coche de la

    polica por la Calle 110 y lo vi girar en la Avenidade Manhattan.

    A qu hora?No s. No tena reloj ni me interesaba la

    hora. Por qu no se lo pregunta a los que iban enel coche?

    Ya lo he hecho. Limtese a contestar a mispreguntas. Qu pas entonces?

    Tuve un presentimiento.Presentimiento de qu?No s de qu. Un presentimiento, nada ms.Cmo se senta? Dbil? En trance?

    Clarividente? O cmo?Me senta como me he sentido siempre que

    tengo un presentimiento. Pensaba que algo malo

  • iba a ocurrir.A quin?No saba a quin le iba a ocurrir.Siempre tiene presentimientos cuando ve un

    coche patrulla?No, seor. Tengo presentimientos sobre

    muchas cosas. No s por qu. Hay quien dice quesoy clarividente.

    Y no tuvo uno antes de que la polica laarrestara, verdad?

    No, seor.Qu lstima para usted. Est bien, contine.

    Qu ocurri cuando tuvo el presentimiento?Me levant y segu al coche patrulla.Dijo antes que corri rectific el

    sargento.S, seor; corr admiti Alberta. De

    nada serva perder el tiempo: los presentimientosno duran para siempre.

    Y qu esperaba que ocurriera?No s qu esperaba. Algo malo, eso es todo.

  • Algo me deca que fuera.Adnde?Adonde ocurri eso.Y por qu usted? Qu tena que hacer all?

    A quin conoca?No lo s. Los caminos del Seor son

    misteriosos. Yo no dudo de ellos como usted. Yotuve un presentimiento y corr detrs del coche, yeso es todo lo que pas.

    Por la manera en que habla del Seor me dala impresin de que l est aqu en la habitacincoment sarcsticamente el sargento.

    Est replic solemnemente Alberta.Est aqu, a mi lado.

    Bien dijo el sargento. Y qu ocurricuando lleg?

    Cuando llegu vi mucha gente y polica. Lepregunt a una mujer qu haba ocurrido. Me dijoque haban matado a alguien. Le pregunt cmo.Dijo que a pualadas.

    Y quin esperaba usted que fuera?

  • pregunt bruscamente el sargento.No esperaba que fuera nadie.Est bien. Entonces, lleg y alguien le dio el

    cuchillo. Quin era?Nadie me dio nada. Yo no dije eso

    respondi con rabia. Pis algo; y al mirar paraver qu era, vi que era un cuchillo todo cubierto desangre.

    Dnde estaba?En la cuneta.En qu lugar exacto?Frente al campo de juegos.Y usted trat de ocultarlo porque saba

    quin lo haba empleado acus severamente elsargento.

    Alberta no se intimid.No, seor, no es as contradijo

    briosamente. Es como dije antes. De pronto elSeor me dio un golpecito en el hombro y meindic que cogiera el cuchillo y lo arrojara al lagodel Parque Central para salvar la vida de un

  • hombre inocente.De qu manera?Pues, tirando el cuchillo al lago.Est bien. Quin era el hombre inocente?El Seor no me lo dijo.Pregnteselo, entonces dijo el sargento.

    Ha dicho que l est aqu, a su lado.S, seor replic, imperturbable, Alberta.

    Se volvi y se dirigi al vaco: Quin era,Seor?

    El taqugrafo dej de escribir y alz vivamentela vista.

    Luego el sargento pregunt sarcsticamente:Bien, qu ha dicho l?Ha dicho que no quiere decirlo respondi

    Alberta, imperturbable.El taqugrafo se rio un poco, pero los rostros

    de Sepulturero y Atad Ed permanecanimpasibles.

    El sargento Frick los mir y se frot con fuerzala frente, empleando la palma de la mano. Cada

  • vez que tena un caso en Harlem le daba un terribledolor de cabeza.

    Qu es lo que pensis de este cuento dehadas? les pregunt.

    Lo que ha dicho que hizo es probablementecierto replic Sepulturero. Por qu lo hahecho es otra historia.

    Qu quiere usted decir? Que alguienpuede ser tan estpido como para ocultar de lapolica el arma del crimen sin saber quin es elasesino? Cree usted eso? pregunt, incrdulo,el sargento.

    Por supuesto repuso Atad. Yo tambinlo creo. No aseguro que esta mujer lo haya hecho;pero no falta en Harlem gente que lo hara.

    Por qu, por Dios?La mayora de la gente de Harlem considera

    a la polica un enemigo pblico explicSepulturero. Pero, sin duda, esta mujer tiene unaclara idea de quin puede ser el asesino.

    Eso pienso yo tambin dijo el sargento, y

  • luego se volvi hacia Alberta y pregunt:Cul es la ltima vez que vio a George

    Clayborne?Jams o hablar de l neg ella.Si era amigote de su marido aventur el

    sargento.Eran amigos? dijo ella

    despreocupadamente, sin picar en el cebo.Caramba.

    El sargento enrojeci.Cmo dijo que se llamaba su marido?No lo he dicho, pero si quiere saberlo, se

    llama Rufus Wright.Dnde trabaja?No lo s ni me importa. Hace ms o menos

    un ao que no lo veo, y no me interesan susocupaciones.

    Quin es su hombre? preguntSepulturero.

    Mi hombre? Se llama Sugar Stonewall.Y qu estaba haciendo en casa de

  • Clayborne? insinu inteligentemente el sargento.No estaba all mantuvo tozudamente

    Alberta. Se fue a Detroit en el tren de las nuevey cuarto, como dije.

    No es cierto dijo el sargento. Estabaesperando a Clayborne frente a su casa cuandoClayborne regres. Tena un asunto que arreglarcon l. Usted estaba esperando en el parque a queStonewall regresara y le contara el resultado.Cuando vio pasar el coche patrulla pens que algohaba marchado mal. Corri al lugar. Al enterarsede que Clayborne haba muerto, comprendi queStonewall lo haba matado. Conoca el cuchilloque Stonewall haba arrojado. Y por eso iba atirarlo al lago. Por qu lo mat Stonewall?

    Si sabe todo eso, por qu me lo pregunta?dijo Alberta, tozudamente.

    Estoy tratando de facilitarle las cosas repuso el sargento. Usted me resulta simpticaagreg, con tanta simpata como un verdugo.No me gusta que pague el pato por un individuo

  • despreciable que se escapa y la deja cargar con laresponsabilidad.

    No me deja cargando con nada contradijoella. Sugar Stonewall no es capaz de matar unamosca.

    Por qu no estaba usted en su casa? pregunt Atad Ed.

    Ya lo he dicho. Me senta solitaria porqueStonewall se haba ido. Anduve hasta el parque yme qued mirando a los jvenes que remaban en ellago. Acababa de sentarme a descansar cuando viel coche de la polica.

    Alberta dijo el sargento, estoy harto deescuchar sus mentiras. Quedar incomunicada bajosospecha de asesinato hasta que se decida a decirla verdad.

    El Seor estar conmigo respondi ella,desafiante.

    Pedir la captura de ese hombre, SugarStonewall inform el sargento a los detectivesnegros. Y telegrafiar tambin a la polica de

  • Detroit. Quiero que comprobis la historia de estamujer.

    Muy bien contest Sepulturero.Aguard hasta que el taqugrafo policial

    saliera de la habitacin detrs del sargento, yluego le dijo a Alberta:

    Ahora que slo estamos aqu los negros,puede contarnos la verdad y terminar con esto.

    He dicho todo lo que s mantuvo la mujer.Muy bien, ya lo veremos respondi l.

    Dnde estn las llaves de su piso?Qu s yo? murmur Alberta. Me las

    quitaron al entrar aqu.Encerrmosla urgi Atad Ed. Me

    ataca los nervios.Vamos dijo Sepulturero.Se la llevaron y la entregaron a la funcionaria.

  • 8

    Media hora ms tarde haban registrado el piso sinencontrar nada. Se marchaban ya, con la intencinde interrogarla nuevamente, cuando

    Psst! llam desde su ventana, la mujergrande y gruesa que viva en el primer piso de esacasa de la Calle 118.

    Era ms de la una, y la calle estaba desierta.No haba luz en ninguna ventana. Slo se veanratas explorando los cubos de basura repletos, ygatos que las acechaban con mirada amenazantedesde rincones oscuros.

    Sepulturero seal con el pulgar el contornovagamente visible de una mujer que cubra casipor entero la parte inferior de una ventana entinieblas. Atad Ed asinti.

    Vengan susurr la mujer. Tengo algoque contarles.

    Retornaron al portal apenas iluminado.

  • Nunca mires la boca de un sopln dijo envoz baja Sepulturero.

    Atad Ed desprendi las correas de surevlver calibre 38, de cao largo, niquelado, quellevaba en la aceitada pistolera suspendida delhombro. Sepulturero lo advirti y pens el nioquemado teme al fuego. Contuvo unestremecimiento. Se pregunt si Atad Ed lograrasuperar el recuerdo del cido lanzado contra surostro. Desde entonces tena el gatillo fcil; y undetective de gatillo fcil era tan peligroso comouna serpiente de cascabel ciega.

    A la derecha se abri cautelosamente unapuerta; primero una rendija, luego del todo, sobreuna habitacin en tinieblas.

    Encienda la luz murmur Atad Ed, con elrevlver centelleando en la mano.

    Calma sugiri Sepulturero.Se oy un oh en la oscuridad, y sbitamente

    se encendi la luz.Qu susto, por Dios gimi la mujer

  • grande y gruesa. Lo nico que quera era que nome vieran hablar con la polica

    Entraron, y Atad Ed cerr la puerta con elpie, dejando caer el brazo con el revlver. Lamujer gorda se apresur a correr las cortinas de laventana.

    Luego regres al living y les ofreci whisky,que ellos no aceptaron.

    Dijo con aire de secreto:Os vi venir y saba que ibais a la casa de

    Alberta Wright.Qu ha ocurrido all?Los ojos de la mujer se agrandaron.No sabis? Le robaron los muebles

    mientras estaba en el bautismo.Los investigadores atendieron con sumo

    inters.Apuesto a que usted estaba en la ventana

    como en un palco dijo Atad Ed.No los vi marcharse, pero s cuando

    llegaron con el camin de mudanzas reconoci

  • ella.Muy bien, siga dijo Sepulturero. Y, si

    es amiga de Alberta, dganos todo lo que sepa.Por Dios, esa mujer es como una hija para

    m repuso; y luego cont con gran fruicin losacontecimientos previos al robo del mobiliario.

    Cmo era ese Rufus Wright? preguntSepulturero.

    Ella lo describi como si hubiera sido sucriado.

    Y cuando usted se lo dijo, Alberta se diocuenta de quin era?

    En seguida respondi la mujer gruesa.Pensis que son parientes? Se pas la lenguapor los labios como si supieran bien. Tal vez lsea su marido; yo s que el otro negro no lo es.

    Tal vez concedi Sepulturero. Sigavigilando; y si ve algo ms, llame al cuartel ypregunte por uno de nosotros. Sabe quines somos,verdad?

    Por Dios, si no lo supiera, me lo imaginara

  • dijo, mirando cmo Atad Ed guardaba el largorevlver en su aceitada pistolera.

    Ella estaba de nuevo en la ventana cuandoSepulturero, al volante del pequeo y gastadosedn negro, y Atad Ed a su lado, se alejaban delbordillo. Volvieron al cuartel y cogieron eltelfono.

    Atad Ed llam al depsito de cadveres yobtuvo la descripcin del cadver y de las ropasque vesta en el momento de la muerte. Luegollam al sargento Frick, de Homicidios, y le pidiuna foto del cadver; pero ya saba que no lanecesitaba, y que el otro nombre del muerto eraRufus Wright.

    Sepulturero telefone al cuartel policial delBronx tratando de localizar el almacn del judo:obtuvo ms de lo que esperaba.

    Apenas reunieron toda la informacin, llegarona un acuerdo tcito.

    Ser mejor que nos la llevemos por lapuerta trasera dijo Atad Ed. Al teniente no

  • le gustaraNos la llevaremos con su Dios propio

    agreg, sonriendo, Sepulturero.Sentaron a Alberta en el coche entre los dos.

    Fueron hasta el Ro Harlem cruzando la ciudad. Enla parte de Park Avenue que est detrs de laestacin de la Calle 125, prostitutas y maleantes,emboscados en la oscuridad, entre los pilares delviaducto ferroviario, esperaban apoderarse deldinero o la vida de algn tonto.

    Adnde me llevis? pregunt Albertafinalmente.

    Le devolveremos los muebles que Rufus lerob replic Sepulturero.

    Ella no volvi a abrir la boca.Pasaron por el puente de la calle Ellis y

    cogieron la Tercera Avenida en el Bronx, donde sejunta con el tnel de la Calle 149.

    Cuando llegaron al depsito del judo, elcamin de mudanzas estaba aparcado junto albordillo y la puerta de madera haba sido apoyada

  • contra la reja de hierro de la fachada.Haba dos policas uniformados de guardia, y

    un coche patrulla aparcado del otro lado de lacalle.

    Somos de Harlem dijo Sepulturero.S, el inspector telefone para avisar que

    vendran dijo uno de los dos bueyes de tiro.Condujeron a Alberta por la puerta posterior

    hasta el stano.Haba ms cosas dijo ella.Mire por ah sugiri Atad Ed.Encendieron todas las luces, y esperaron a que

    recorriera todo el stano y luego la plantaprincipal. Pareca ms interesada por loscolchones que por ninguna otra cosa. Cuandoconcluy, pregunt:

    No hay nada ms?Esto es todo dijo Sepulturero.Los ojos de Alberta se llenaron de lgrimas.Qu busca? inquiri Atad Ed.Ella no respondi. Solamente dijo:

  • El Seor les har pagar por esto.Pues si no han pagado todava, ya nunca ms

    lo harn dijo Sepulturero. El judo tambin hasido asesinado.

    Poco a poco, la cara negra se torn cenicienta.El Seor los ha aplastado.No el Seor corrigi Sepulturero.

    Alguien de aqu abajo. Y ahora, nos quiere contarla verdad?

    Quiero hablar con mi predicador repusoella.

    Entonces ser mejor que l la ponga encontacto con su amigo el Seor recomendSepulturero. Lo va a necesitar.

    La llevaron hasta el cuartel, para que latrasladaran a la crcel de la ciudad.

  • 9

    Sugar estaba junto a una mesa arrionada ycubierta de fieltro de una trastienda en la AvenidaLenox, cerca de la Calle 118, mirando cmojugaban al stud poker.

    Qu hora es? le pregunt al tallador.El hombre extrajo un anticuado reloj Elgin.Las dos, veintiocho minutos y cincuenta y

    siete segundos respondi.Sus dientes de oro refulgieron mientras

    hablaba.Tengo que irme anunci Sugar.Nadie te lo impide repuso el hombre.Sugar se abri paso a travs de la tienda, a

    oscuras, y el portero le franque el paso.Anduvo