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Tema 5
Pobreza, exclusión y violencia
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Índice
Esquema 3
Ideas clave 4
5.1. Introducción y objetivos 4
5.2. Diversas interpretaciones sobre los procesos de
exclusión social 5
5.3. Pobreza, desigualdad y exclusión 16
5.4. Distintas formas de violencia 25
5.5. Los desafíos sociales, económicos y educativos
de la educación inclusiva 37
5.6. Referencias Bibliográficas 40
A fondo 46
Actividades 51
Test 54
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Tema 5. Esquema
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Esquema
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Ideas clave
5.1. Introducción y objetivos
En este tema, las ideas claves se refieren al estudio de paradigmas, ideologías o
propuestas de organización de la vida social que han sido aplicadas como
justificativos de la marginación y segregación de personas y grupos sociales;
examinaremos como estos enfoques discriminatorios se manifiestan en actitudes,
prácticas y políticas excluyentes y violatorias de la dignidad y derechos de las
personas.
Vamos a profundizar en el análisis de situaciones sociales de pobreza, desigualdad y
exclusión, identificando mecanismos e ideologías que las justifican y reproducen. Es
importante, en este tema, analizar conceptos y afirmaciones que se han impuesto
como certezas, sin problematizar o constatar la veracidad y consecuencias de sus
premisas y explicaciones.
Los objetivos de este tema son los siguientes:
Conocer ideologías y prácticas sociales que propician y fundamentan realidades
de la exclusión social.
Identificar propuestas de desarrollo económico y social para erradicar o reducir
la pobreza y la desigualdad.
Comprender las dinámicas y realidades de las distintas manifestaciones de
violencia que afectan el desarrollo humano y las posibilidades de una convivencia
social guiada por valores de paz, justicia y corresponsabilidad.
Analizar la relevancia de la educación inclusiva e intercultural en contextos de
violencia, exclusión y violación de derechos humanos.
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5.2. Diversas interpretaciones sobre los procesos
de exclusión social
En el contexto de crisis económica y social que afecta a las sociedades europeas a
finales de los años ochenta, se produce una progresiva «reestructuración del Estado
de bienestar», y surgen novedosas formas de vulnerabilidad con colectivos
claramente desprotegidos. Al analizar estas nuevas realidades, fue cuestionado el
tradicional concepto de pobreza y se propone la exclusión social como una
categoría que explica cómo los bajos niveles de ingresos y la situación de desventaja
social de amplios grupos de la población no resultan de su atraso o de dificultades
particulares, sino que resultan de las formas de organización económica y social:
«La exclusión es entendida como un fenómeno que deviene de causas estructurales y no meramente individuales o causales, es decir, por las transformaciones económicas y sociales que vienen caracterizando a las sociedades […] Estos cambios han minado la capacidad integradora de la sociedad, cuestionando la completa ciudadanía. Principalmente los cambios en el mercado de trabajo, en la familia, en las relaciones sociales y en los niveles de cobertura del Estado del Bienestar (Subirats y Gomà, 2003, 19; Laparra y otros, 2007, 30; Tezanos, 1999, 31). En consecuencia, la exclusión social es el resultado de una determinada estructura social, política, cultural y económica. Por tanto, es relativa, depende del contexto» (Hernández, 2010, p. 30).
Al ser utilizado en las políticas y propuestas de la Comisión de la Unión Europea
(UE), se consolida el término y se contribuyó así a su rápida expansión, que define
exclusión social como:
«Un proceso que relega a algunas personas al margen de la sociedad y les impide participar plenamente en ella debido a su pobreza, a la falta de competencias básicas y a oportunidades de aprendizaje permanente, o por motivos de discriminación. Esto las aleja de las oportunidades de empleo, percepción de ingresos y educación, así como de las redes y actividades de las comunidades. Tienen poco acceso a los organismos de poder y decisión y, por ello, se sienten indefensos e incapaces de asumir el control de las decisiones que les afectan en su vida cotidiana. (Comisión Europea, 2003, p. 9) En sintonía con la evolución seguida en los últimos años, la UE ha
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definido un nuevo indicador para medir el objetivo en materia de pobreza y exclusión social, incluido en la Estrategia Europa 2020, el indicador AROPE (at risk of poverty or social exclusion), cuyo carácter multidimensional es quizá su mejor atributo» (García, Faura y Lafuente, 2016, p. 505).
La Comisión Europea se había planteado como objetivo establecer una dimensión
social para la política de la Unión Europea, y en 1991 aparece el término «exclusión
social» en sus documentos, programas y políticas:
«La Unión Europea impulsó el debate sobre la pobreza y las nuevas formas de desigualdad social. Desde finales de los años ochenta y principios de los noventa la Comisión Europea se planteó como objetivo establecer una dimensión social para la política de la Unión Europea, mediante el impulso del debate, la acción y la investigación de la pobreza (SUBIRATS y GOMÀ, 2003, 21). No obstante, no será hasta 1991 cuando se fije el término exclusión social en el «Programa de la Comunidad Europea para la integración económica y social de los grupos menos favorecidos» (Pobreza 3) y las indicaciones del Observatorio de Políticas Nacionales de Lucha Contra la Exclusión Social (SUBIRATS y GOMÀ, 2003, 22). Progresivamente, el término exclusión social se va consolidando en documentos como el Libro Verde y el Libro Blanco (COMISIÓN EUROPEA, 1993 y 1994, respectivamente). En el primero se enfatiza el carácter estructural de los procesos de exclusión social. El segundo caracteriza a la exclusión social por su dinamicidad y multidimensionalidad; destacando su conexión, no sólo con las situaciones de desempleo y rentas insuficientes, sino con los problemas de vivienda, los niveles y oportunidades educativas, la salud, la discriminación, la ciudadanía y la integración (MORENO, 2000, 52). De esta forma, la Comisión Europea toma conciencia de la necesidad de superar la visión economicista de la pobreza y, a pesar de convivir durante un tiempo ambos conceptos, como ha señalado Abrahamson (1997, 131), la tendencia es a la sustitución por el de exclusión social» (Hernández, 2010, pp. 28-29).
Las «ideologías» de la exclusión social
Al analizar la exclusión social desde disciplinas como sociología o psicología social
puede advertirse que la exclusión constituye un mecanismo que utilizan las
personas o grupos de la sociedad para separarse de otras personas que se perciben
como diferentes, o para impedir el intercambio o acercamiento a esas personas o
grupos sociales. La alterofobia refiere justamente a ese rechazo o miedo a la
diversidad humana, y se expresa en la pretensión de grupos sociales de asegurar la
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homogeneidad de su grupo porque no aceptan, o tienen dificultades para apreciar y
valorar, la variedad entre distintas personas y pueblos. Es lo que puede ocurrir en
algunos contextos sociales o grupos que, por ejemplo, rechazan a los gitanos, o a los
negros:
«Fue esa voluntad de homogeneizar la sociedad […] lo que provocó la estigmatización y persecución, a partir de un determinado momento de la historia de Occidente, de los homosexuales, los judíos, los gitanos, los discapacitados, y otras minorías religiosas, ideológicas o étnicas que tuvieron lugar en Europa a lo largo de siglos, en un proceso que terminó en el exterminio nazi. No hace falta decir que la «limpieza étnica» que ha vivido la antigua Yugoeslavia en épocas recientes, es una muestra especialmente trágica de la vigencia de esta clase de políticas de homogeneización» (Delgado, 2005, p. 46).
Este autor diferencia distintos mecanismos de exclusión, aunque aclara que esta
división es solo con fines de análisis, pues en la vida social estas modalidades de
exclusión pueden combinarse y actuar con diferentes niveles de intensidad y en
variadas escalas, desde el rechazo en un espacio concreto a un grupo particular,
hasta su desarrollo como política de Estado, o su presentación como teoría
presuntamente científica.
La exclusión es un proceso dinámico que afecta a las personas, pero que no es
propio de ellas, es decir, no es lo que califica o define a determinados grupos de
personas o sectores de la sociedad, es una realidad social que resulta de
determinados factores y condicionantes, pero que puede cambiar:
«La exclusión social se entiende como un proceso, como un continuo que lo mismo puede recorrerse en un sentido (exclusión) que en el inverso (incorporación). En el campo de lo social está aceptado que la pobreza es una situación. Nadie es “pobre” como atributo, sino que se está en situación de pobreza. Del mismo modo no se es “parado”, sino que se está en situación de desempleo. La exclusión social es una situación en la que intervienen aspectos internos y externos. La exclusión es por tanto una situación y no una característica inherente a las personas que la viven y un proceso en el que participan, además de la persona excluida, la sociedad excluyente. Desde esta perspectiva, la exclusión es, más bien, una situación producto de una serie de barreras y dificultades que se ceban en aquellas personas en situaciones de mayor vulnerabilidad y, por lo tanto, si es un
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lugar “al que se llega” también es un lugar “del que se puede salir”» (Red de Economía Alternativa y Solidaria de Euskadi y CIDEC, 2012, p. 17).
A continuación, analizaremos los prejuicios, el racismo, la xenofobia y la
estigmatización como algunos de los mecanismos de exclusión social presentes en
nuestras sociedades, e identificaremos, en cada caso, sus rasgos definitorios.
Figura 1. mecanismos de exclusión social. Fuente: Delgado, M., 2005, pp. 46-48. Elaboración
propia.
Prejuicios
En los procesos sociales de exclusión, el prejuicio aparece como un primer paso,
como la forma más básica de exclusión, que ocurre cuando un determinado grupo
de personas comienza a ser definido por ciertos rasgos negativos que se señalan
como propios de todos los miembros de ese colectivo social, como, por ejemplo,
cuando una comunidad señala que todos los indígenas son «flojos» o poco
inteligentes. Sin conocimientos ciertos que informen sobre estos hechos, a un
colectivo o grupo social se le otorga una valoración, generalmente negativa, que
califica a todos los miembros de ese grupo como sujetos cuestionables, peligrosos,
dañinos o portadores de creencias, actitudes o conductas que son reprochables,
intimidantes o claramente riesgosas para la integridad personal de los otros:
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«Como consecuencia del prejuicio, la relación no se establece tanto con un grupo determinado como con las ideas y actitudes que se les atribuyen, y eso gracias a una tarea previa sobre el individuo que prejuzga, realizada por el aparato educativo, la familia, el ambiente social, el folclore —de los cuentos infantiles a las películas— o los medios de comunicación. Así pues, la interrelación no se establece con los judíos o con los negros, por ejemplo, sino con las representaciones de las que son objeto en un imaginario social hegemónico, que les destina un lugar y un perfil predeterminados e inmutables» (Delgado, 2005, p. 47).
Los prejuicios se refieren entonces a valoraciones y juicios que se hacen de las otras
personas, sin tener una experiencia real que fundamente o justifique esas
apreciaciones. Generalmente se trata de un acto de «pensar mal de otras personas»
en el que se involucran sentimientos, emociones de desagrado, miedo o aversión, lo
que desencadena el comportamiento hostil, discriminatorio o prejuiciado hacia
determinadas personas por el solo hecho de pertenecer a determinados colectivos,
por su color de piel, nacionalidad, o preferencias.
Xenofobia
La xenofobia es otra forma de exclusión que se presenta en las sociedades, que se
manifiesta en prácticas de intolerancia. ACNUR define la xenofobia en los términos
siguientes:
«La palabra xenofobia es un término compuesto proveniente de una palabra griega y otra latina. El prefijo xeno, del griego ξενο, hace referencia a algo o alguien de origen extranjero, es decir, de un país que no es el propio. El sufijo fobia proviene del latín e indica aversión o rechazo. »Por lo tanto, xenofobia sería, literalmente, “rechazo al extranjero”. En este caso no habría necesariamente connotaciones raciales o culturales sino, en teoría, un desprecio por el mero hecho de no tener la misma nacionalidad» (ACNUR, Agencia ONU de los Refugiados. Comité Español, 2017, párr. 2-3).
Con la xenofobia surgen actitudes de rechazo y exclusión de los individuos que no
son nacionales, por el solo hecho de ser extranjeros. Los extranjeros causan alarma
en las personas, como resultado de un aprendizaje social que resulta de prejuicios.
Así se culpabiliza a los migrantes de ser sujetos portadores de problemas y
casuantes de violencia: se les asocia con tráfico de drogas, prostitución, bandas
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delictivas, afirmaciones que circulan por redes sociales, medios de comunicación y
que se endilgan a todos los individuos pertenecientes a determinada nacionalidad,
a partir de algún caso o situación aislada, que, por cierto, puede ocurrir con un
nacional o con alguna persona de cualquier otra nacionalidad. Un ejemplo de
comportamiento xenófobo es el de rechazo a la presencia de latinos en EE. UU., al
identificar a esta población como migrantes que causarán problemas a la sociedad,
lo que ha justificado la promesa electoral del presidente Trump de construir un
muro que impida el ingreso al territorio de personas de Centroamérica. (Sobre la
mirada de ACNUR en este tema de xenofobia está disponible un texto que puedes
consultar en el apartado A Fondo, titulado «Xenofobia»).
El conflicto con poblaciones migrantes puede también estar vinculado a las
dinámicas de competitividad por escasez de plazas de trabajos disponibles en
economías en crisis, en las que esta población migrante es percibida como
competencia desleal, por las condiciones de explotación, insalubridad y precariedad
laboral que aceptan de empleadores que ven en ellos una oportunidad de
incrementar sus ganancias y no cumplir obligaciones.
El rechazo o cuestionamiento lo ejercen individuos particulares, pero también se
evidencia en leyes, requisitos y procedimientos que usan las instituciones para
excluir a quien se asume como un individuo que no es portador de derechos,
contraviniendo así los acuerdos establecidos en materia de derechos humanos. En
el caso de España, un vídeo en el aula virtual analiza la «Xenofobia entre Nosotros»,
analizando manifestaciones de xenofobia contra la población gitana.
Racismo
El racismo se muestra como una teoría, esto es, un cuerpo de conocimientos que
pretende estar científicamente o empíricamente fundamentada, para justificar la
exclusión y la violencia contra determinadas poblaciones. El racismo tuvo su
apogeo con el nazismo, concepción política y social que se desarrolla en las
sociedades occidentales del siglo XX difundiendo un pensamiento totalitario para
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legitimar a grupos que tuvieron poder político y utilizaron el poder del Estado para
realizar crímenes abominables contra la humanidad:
«El racismo clásico parte de la convicción —científicamente descartada en la actualidad, como es bien sabido— de que los seres humanos pueden clasificarse en un abanico muy reducido de grupos caracterizados fenotípicamente llamados razas, a cada uno de los cuales les corresponde unos rasgos temperamentales, intelectuales y morales prefijados genéticamente. Esta taxonomía permitiría una jerarquización a partir de la supuesta calidad de ese patrimonio genéticamente heredado, de modo que la “raza” superior quedaría legitimada para dominar, expoliar e incluso exterminar a las demás razas, consideradas naturalmente inferiores» (Delgado, 2005, p. 48).
«El racismo se refiere tanto al pensamiento que explica las diferencias entre grupos de población como a los sistemas de exclusión social que han impuesto privilegios a determinados grupos sociales en base a una supuesta jerarquía racial que justificaría su poder y capacidad de sometimiento y segregación de los grupos discriminados. Estas diferencias y las jerarquías de poder y el ostensible estatus que resulta de ellas son concebidas como naturales e inmutables» (Ansell, 2013, p. 229).
En lo cotidiano, muy diversas muestras de racismo siguen presentes, con
ilustraciones lamentables como las del público que insulta a un jugador negro por
su color de piel, o cuando un estudiante en el colegio se burla de sus compañeros
porque sus rasgos físicos identifican sus antecedentes indígenas.
El racismo pretendió desarrollarse como teoría científica, publicando evidencias que
han sido totalmente desacreditadas, para afirmar la superioridad de determinadas
poblaciones o grupos raciales al explicar supuestas diferencias biológicas. Con esta
aparente fundamentación científica, se justificaron movimientos de limpieza étnica
en el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX que culminaron en el
exterminio de los judíos por parte de los nazistas alemanes.
«Desde la perspectiva actual, el racismo es un término derogado. Con excepción de radicales que aún sostienen políticas raciales, nadie quiere ser etiquetado como racista. La ciencia y las teorías de las diferencias raciales que dominaron pensamientos erróneos en por lo menos dos siglos, están hoy totalmente desacreditados» (Ansell, 2013, pp. 129-130).
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En la actualidad el racismo está relacionado con prejuicios, creencias y prácticas
discriminatorias de las instituciones o de los grupos sociales que pretenden
sostener los privilegios y oportunidades para determinados grupos en perjuicio de
otros.
Estigmatización
La estigmatización se refiere al rechazo, distanciamiento, subestimación y, en
ocasiones, el ocultamiento y descalificación de personas que son portadoras de
algún rasgo o característica que se convierte en su marca, etiqueta (el estigma) y es
la causa de su desacreditación social. El individuo que es estigmatizado adquiere
una reputación social como persona indeseable, a quien no se valora por su
imperfección o comportamiento desviado, o por sus limitaciones. La definición de
estigma social es original del canadiense Erving Goffman en su obra Estigma (1963),
en la que explica que el estigma social aparece por razones tribales, por la
pertenencia a una etnia o religión; o debido a enfermedades físicas o mentales,
rasgos físicos o condiciones de salud o por la orientación sexual, condición civil,
social o política (los «hijos ilegítimos», los «niños de la calle»), entre otras
descalificaciones.
Con la estigmatización hay que observar cómo se produce una suerte de
demonización del sujeto estigmatizado, quien se considera merecedor de castigo o
persecución por cuanto su sola existencia implica un grave riesgo para las personas
«normales», o para la sociedad que no le admite o que le considera intolerable. Fue
el caso de la demonización de los judíos estigmatizados como «pueblo maldito» y
merecedor de su exterminio y hostigamiento.
Aunque nos hemos referido a procesos sociales que son determinantes en la
ocurrencia y permanencia de los procesos de exclusión social, a efectos de
intervenciones educativas y programas sociales es importante tener presente que
hay factores personales, individuales, que podrían ser considerados en las
situaciones de exclusión social:
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«[...] no se puede obviar la incidencia de ciertos factores individuales relacionados con la subjetividad y la atribución de sentido a la propia situación de precariedad, vulnerabilidad o exclusión. […] Ante situaciones de riesgo, precarización o vulnerabilidad el sujeto actúa según los recursos personales (posición social, estudios, vivienda, estado civil,…) por lo que no van a existir dos trayectorias de exclusión idénticas. La exclusión es un proceso personal, único» (Hernández, 2010, p. 9).
La exclusión social desde una perspectiva económica
En lo económico, la exclusión incluye la pobreza como componente fundamental,
pero añade a ella otros componentes como la estigmatización, el rechazo social y el
debilitamiento de lazos interpersonales y los procesos o mecanismos económicos y
sociales discriminatorios, que generan desigualdad.
Al hablar de exclusión es preciso estimar los riesgos de desintegración social que
puede producir la violencia personal, estructural e institucional que conlleva una
determinada organización social de la que resulta la exclusión de una población que
se califica como sobrante, porque no logra acceder a un lugar en la sociedad. La
exclusión aparece como característica de un tiempo histórico y de una sociedad que
genera segregación y donde las diferencias naturales no son respetadas, mientras
que las desigualdades, construidas desde la artificialidad y el interés, se constituyen
como referentes (Barton, 1998, p. 31).
En la organización social y económica viene siendo denunciada la existencia de
procesos de exclusión, que son formas de involucionismo, por la pérdida de
oportunidades de integración social y económica que representa el pasar de un
mercado laboral primario, con puestos de trabajo estables y con protección social, a
un mercado laboral secundario, donde la precariedad, rotación y pérdida de
derechos y coberturas sociales se presentan como fundamento de las relaciones
sociolaborales.
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Al analizar el impacto de las nuevas formas de empleo en la vida social, se reconoce
cómo el empleo precario se ha impuesto con consecuencias sociales que van mucho
más allá de las capacidades de ingreso de personas y familias:
«Así, en unos mercados de trabajo habitualmente alejados del pleno empleo, ganan terreno puestos de trabajo desprotegidos en muchos sentidos, frente al despido o las malas condiciones laborales, ante unos ingresos que no garantizan un salario suficiente ni cuentan con actualizaciones negociadas colectivamente, o en donde la protección social carece de un nivel adecuado de cobertura. Con estas preocupaciones, han sido lanzados nuevos planteamientos de la relación laboral que han dotado de contenido la cuestión precaria y su definición. Una de sus propuestas definió el empleo precario como aquel “inestable e inseguro que realiza el trabajador asalariado y que tiene en el tipo de contrato su factor más determinante”». (Vicent, 2017, p. 38).
La precariedad podría ser concebida como la forma actual de la «cuestión social», y
aparece como resultado inexorable de esas reglas del juego que pauta el mercado y
que definen determinado tipo de progreso en el desarrollo de nuestras sociedades.
La exclusión, en nuestras sociedades, se vislumbra desde la no participación y el no
consumo, focos neoliberales hegemónicos y homogeneizadores de la lógica de los
mercados financieros, imponiéndose de este modo la subordinación de las
cuestiones sociales y políticas a los vaivenes económicos. Así lo analiza el vídeo en
el aula virtual que presenta y aclara las diferencias entre los términos marginalidad,
marginación y exclusión.
Las situaciones de injusticia social que conllevan estos procesos de exclusión
constituyen una violencia estructural que se contraponen a los conceptos de paz y
de justicia social. La sociedad y las instituciones, cuando intervienen en la atención
de poblaciones excluidas, conciben a las personas como la causa de los problemas,
por ser portadoras de precariedades que les impiden participar con éxito en el
mercado. La protección social de esta población se desarrolla con medidas
paternalistas, asistencialistas, reeducativas, siempre referida al «caso» o persona
que es subvalorada, desacreditada y a quien se considera «deficitaria». En el
devenir de estos procesos, no es extraño realizar criminalizaciones de la pobreza, lo
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que genera retrocesos para el derecho a la educación, sobre todo en los territorios
periféricos empobrecidos, ya que derechos como el de la educación se ven
subyugados por conceptos como control, orden, seguridad o disciplina, legitimando
así, la segregación o expulsión y la aplicación de medidas punitivas como respuestas
a problemas de conducta, asumiendo procesos discriminatorios en lugar de
cuestionamientos sociales y educativos que permitan dar respuestas en función de
las causas estructurales que provocan los episodios de conflicto o violencia.
Poco a poco, el concepto exclusión se ha desarrollado y se ha transformado en algo
cotidiano que se nos presenta como algo natural, inevitable, consustancial a
nuestras sociedades. Esta naturalización provoca que la exclusión se vuelva un
fenómeno invisible, ajeno a nosotros, que impide que nos cuestionemos sus causas
y su origen. Así, solo se muestra desde la criminalización, presentando a las
personas y colectivos marginados y segregados como culpables de la situación que
padecen, del lugar que ocupan y de la pobreza a la que se ven sometidos, lo que
supone una violencia estructural que deberíamos negarnos a asumir (Martín y Vila,
2007). Y es que el mundo se ha polarizado, los conflictos emergentes se enquistan,
las diferencias existentes entre ricos y pobres, y entre países ricos y países pobres
se acrecientan, los procesos de exclusión se aceleran y cada vez son más las
poblaciones que se ven afectadas. Y todo ello, debido a una forma muy peculiar de
ver el mundo y sus relaciones, la denominada «globalización» de todo, menos del
reparto de bienes, de riquezas, de justicia social, de calidad de vida.
Desde una perspectiva crítica, es preciso comprender las realidades de la exclusión
social como situaciones que violentan derechos humanos. Frente a contextos
sociales y económicos que producen exclusión, pobreza y vulneración de derechos,
las actuaciones justas y apropiadas requieren que sean promovidos procesos
sociales y educativos orientados a comprender y denunciar este tipo de injusticias y
luchar por equidad social. Un movimiento ciudadano consciente de sus derechos y
capacidades se requiere para presentar propuestas de transformación social y exigir
políticas públicas que modifiquen este modelo económico deshumanizador y
aseguren su conducción hacia las metas de desarrollo humano.
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5.3. Pobreza, desigualdad y exclusión
La cultura posmoderna, como cultura hegemónica, genera y sostiene un
pensamiento único y uniforme que mantiene a la ideología neoliberal: el modelo de
homo economicus, que comenzó a plantearse con el nacimiento de la Revolución
Industrial, ha sido reformulado por las teorías neoliberales, presentando un
prototipo de persona que pone su racionalidad en el juego de los mercados
financieros, para así conseguir un tipo de felicidad que depende, en gran medida, de
la posesión, del tener frente al ser, lo que implica la exacerbación de la propiedad,
promulgada por el sistema capitalista, y el imperio del sistema de intercambio de la
propiedad por dinero, representado por el sistema financiero, en un contexto
sociopolítico en el que las propias reglas del intercambio son marcadas por quienes
son los beneficiarios de todo el sistema, los mercados.
Los orígenes del neoliberalismo se ubican en la Universidad de Chicago con las tesis
de Friedrich Von Hayek y sus discípulos Milton y Sara Friedman, y como refiere el
analista Garzón (2010), desde estos orígenes se constituye una propuesta de
organización económica y social que se experimentó en el Chile de Pinochet y ha
tenido diversas aplicaciones en distintas economías y sociedades:
«El neoliberalismo se impuso primero en Estados Unidos y en Reino Unido (aunque se experimentó previamente en el Chile de Pinochet), y su aplicación es muy distinta entre los países del mundo. No obstante, el patrón es el mismo y los efectos más similares que diferentes. Esa es la razón por la cual analizar el neoliberalismo estadounidense es especialmente útil, por ser la forma canónica del proyecto, para comprender esta nueva configuración. Para D. Kotz (2008), el neoliberalismo estadounidense tiene una serie de nueve características principales. »1. La desregulación del comercio y las finanzas, tanto en su nivel nacional como internacional. 2. La privatización de muchos servicios otrora brindados por el Estado. 3. La cesión por parte del Estado de su compromiso de regular activamente las condiciones macroeconómicas, especialmente en lo referente al empleo. 4. Brusca reducción en el gasto social.
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5. Reducción de los impuestos aplicados a las empresas y familias. 6. Ataques desde el gobierno y las empresas a los sindicatos, desplazando el poder a favor del capital y debilitando la capacidad de negociación de los trabajadores. 7. Proliferación de los trabajos temporales sobre los trabajos fijos. 8. Competición desenfrenada entre las grandes empresas, en relación a un entorno menos agresivo propio de la configuración de posguerra. 9. Introducción de principios de mercado dentro de las grandes empresas, particularmente en lo referente a las remuneraciones de los trabajadores de más poder» (Garzón, 2010, sección «Caracterización del neoliberalismo», párr. 7-10).
Son rasgos o características que identifican el desarrollo en todo el mundo
capitalista, aunque fueron descritos para describir la economía de Estados Unidos.
Estas características combinadas dan lugar a una creciente importancia del sector
financiero, al incremento de la desigualdad y a las grandes burbujas de activos.
(Garzón, 2010, párr. 11).
El modelo neoliberal establece unas formas de relación social centradas en la
competitividad y generalizada en una cultura que ha sustituido el concepto de
«ciudadanía social», para llegar a modelos individualistas, a un conjunto de
sociedades despolitizadas que fomentan el repliegue hacia lo doméstico o privado y
donde cada vez es más difícil establecer y consolidar vínculos de cohesión social y
armonizar el bien común.
Con planteamientos que privilegian las exigencias de los denominados «mercados»,
se pretende despersonalizar las medidas relacionadas con los recortes de salarios,
pensiones, gastos en protección social, educación o salud, conscientes de que estas
medidas están generando más pobreza, más desigualdad, más precariedad y, en
consecuencia, un debilitamiento de la cohesión social a nivel mundial.
«La mala calidad del empleo afecta a las personas empleadas y a sus allegados –carácter individual y colectivo– tanto en el momento en el que la padecen como en el futuro –efectos estructurales que se trasladan de una generación a otra–. Las distintas formas de empleo con las que se relaciona la precariedad suponen la reducción o pérdida de la capacidad de planificar y controlar su trayectoria profesional y vital, la aleatoriedad de
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las opciones de mejora laboral y social, o las dificultades de integración social y de acceso al bienestar material. Esta incertidumbre y falta de autonomía se traslada a otros miembros del hogar que dependen de los ingresos que proceden de ese empleo o a los que se tiene derecho tras la salida del mercado o por motivos de salud» (Vicent, 2017, p. 42).
Así, entre las principales consecuencias de la aplicación del modelo económico
neoliberal está el incremento y la reproducción de la pobreza y la exclusión social.
¿Cómo se define la pobreza?
En la definición que publica el Banco Mundial, la pobreza se define por distintos
parámetros. Uno de ellos es el monetario, conforme al cual se indica que una
persona está en condiciones de pobreza extrema cuando vive «con menos de
USD 1,90 al día» (Banco Mundial, 2018, p. 1). Con este indicador como referencia,
los distintos países han sido calificados como economías o países desarrollados,
pobres o en pobreza extrema, con lo que se evidencian las situaciones de
desigualdad en el ámbito mundial:
«Si bien las tasas de pobreza extrema han disminuido considerablemente, al caer del 36 % en 1990, en el análisis ampliado […] demuestra la magnitud del desafío de erradicarla. Más de 1900 millones de personas, es decir, el 26,2 % de la población mundial, vivían con menos de USD 3,20 al día en 2015. Cerca del 46 % de la población del planeta vivía con menos de USD 5,50 al día» (Banco Mundial, 2018, párr. 7).
El Banco Mundial ha establecido metodologías de medición de la pobreza que van
más allá de la indicación del nivel de ingreso, en términos monetarios. En esa
metodología se examina la pobreza desde un enfoque multidimensional, y se
determina si existe o no pobreza a partir de la observación y medición de
indicadores tales como el acceso a servicios adecuados de agua y saneamiento,
educación o electricidad, con lo que, si a un grupo familiar le faltan estos servicios
básicos para la calidad de vida, entra en la categorización de grupos sociales en
pobreza. También el Banco Mundial ha incorporado la observación de la
distribución de los recursos en los hogares, lo que ha permitido distinguir que las
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mujeres y los niños suelen estar en condiciones de mayor pobreza, por lo que es
preciso estudiar «las formas en que la pobreza puede variar al interior de los
hogares» (Banco Mundial, 2018, párr. 8).
Esta caracterización de la pobreza con un enfoque multidimensional permite
analizar el impacto de la precariedad, la exclusión laboral o de la ausencia de
sistemas de seguridad social en la calidad de vida de las personas, en la falta de
oportunidades y limitaciones al desarrollo humano y para la cohesión social y la
convivencia democrática. Adela Cortina ha incorporado el concepto de
«aporofobia» para describir el temor, aversión y rechazo que generan las personas
pobres:
«Y es que es el pobre el que molesta, el sin recursos, el desamparado, el que parece que no puede aportar nada positivo al PIB del país al que llega o en el que vive desde antiguo, el que, aparentemente al menos, no traerá más que complicaciones. De él, cuentan los desaprensivos que engrosará los costes de la sanidad pública, quitará trabajo a los autóctonos, que es un potencial terrorista, que traerá valores muy sospechosos y removerá, sin duda, el «estar bien» de nuestras sociedades, en las que indudablemente hay pobreza y desigualdad, pero incomparablemente menor que la que sufren quienes huyen de las guerras y la miseria. »Por eso, no puede decirse que estos sean casos de xenofobia. Son muestras palpables de aporofobia, de rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio. Y, por eso, se le excluye de un mundo construido sobre el contrato político, económico o social, de ese mundo del dar y el recibir, en el que solo pueden entrar los que parecen tener algo interesante que devolver como retorno» (Cortina, 2018, p. 1).
Al introducir este neologismo, Cortina (2018), no solo hace un aporte a los estudios
sociales, sino que pretende contribuir con una propuesta social que convoca a
valorar la dignidad y valor de los seres humanos antes que su capacidad para tener
bienes o contribuir a incrementar las riquezas materiales. A diferencia de la
xenofobia, el sentimiento, actitudes y comportamientos de aporofobia generan
rechazo y discriminación no al extranjero, sino al extranjero que es pobre, al que
incomoda por su vulnerabilidad y al que se percibe como individuo problemático,
potencialmente peligroso, o de quien no es posible esperar ningún aporte o
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contribución. Percepción esta que no se evidencia ante la presencia de un
extranjero que exhibe riquezas, o que es promocionado por medios de
comunicación en los que se muestra su reconocimiento y valoración social.
La Agenda 2030 de lucha contra la pobreza
En septiembre de 2015, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas
aprobó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, un plan de acción que tiene
claro que el principal desafío político de nuestros tiempos es el de erradicar la
pobreza extrema, cuestionando que son éticamente inaceptables la desigualdad, la
degradación de las condiciones de vida, el deterioro del medio ambiente y la
violencia contra las personas.
La Agenda 2030 es una estrategia que se propone como directriz de los programas
mundiales para el desarrollo y tiene como foco el atender las necesidades de las
poblaciones más pobres y vulnerables, sometidas al hambre y a la falta de los
recursos y servicios más básicos para garantizar la vida humana:
«Estamos resueltos a poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030, a combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos, a construir sociedades pacíficas, justas e inclusivas, a proteger los derechos humanos y promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, y a garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales» (ONU, 2015, p. 1).
Esta Agenda constituye un plan que tiene diecisiete objetivos, relacionados e
interdependientes, que requieren ser promovidos en forma conjunta y articulada
porque la perspectiva de desarrollo que adopta tiene muy presente la complejidad
de las situaciones que determinan la pobreza y la exclusión, por lo que solo es
posible garantizar un cambio y una atención real de los problemas, con una
perspectiva integral, trabajando en forma simultánea en los múltiples factores que
determinan las situaciones de pobreza y marginación y amenazan la vida de las
personas.
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En su conjunto la Agenda plantea 17 objetivos con 169 metas integradas,
intersectoriales e indivisibles que abordan asuntos de índole económica, social,
educativa y ambiental.
Figura 2. Objetivos de Desarrollo Sostenible. Fuente: ONU, Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Recuperado de: https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/2015/09/la-asamblea-general-
adopta-la-agenda-2030-para-el-desarrollo-sostenible/
La pobreza no es solo falta o precariedad de los ingresos y recursos que se disponen
para sobrevivir a diario. Se evidencia que la pobreza es una vulneración de los
derechos humanos que debieran ser garantizados a toda persona. Además de los
bajos ingresos, los indicadores de la pobreza son el hambre, la desnutrición, el no
tener una vivienda digna, la falta o suministro irregular de servicios básicos de
electricidad, agua, gas doméstico, drenajes y de colocación de desperdicios
cumpliendo los requisitos de higiene y salud.
«La falta de agua potable es mucho más mortal para los niños que la guerra en más de una docena de países. Cada año, 85.700 niños menores de 15 años mueren por diarrea relacionada con inadecuadas instalaciones de
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agua, en comparación con los 30.900 que mueren directamente por el conflicto» (ONU, 2019, sección «News»).
Las cifras de pobreza dejan muy claro que no es un problema de individuos o de
atraso en el desarrollo; se trata, evidentemente, de modelos de organización social
y económica que generan desigualdad y exclusión como las que muestran estos
datos:
«780 millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza internacional. Más del once por ciento de la población mundial vive en la pobreza extrema y tiene que luchar por cubrir las necesidades más básicas, como la salud, la educación y el acceso al agua y al saneamiento, entre otras cosas. Hay 122 mujeres de entre 25 y 34 años que viven en la pobreza por cada 100 hombres del mismo grupo de edad, y más de 160 millones de niños corren el riesgo de seguir viviendo en la pobreza extrema para el 2030» (ONU, 2019, Sección «Acabar con la pobreza», p. 1).
Igualdad no es lo mismo que equidad
En política social y en programas educativos y comunitarios, se considera un logro la
conquista del derecho a la igualdad entre todas las personas, de tal manera que la
superación de odiosas diferencias entre pobres y ricos, privilegiados o no, ha sido
una conquista social para afirmar la relevancia del derecho a un trato igual ante la
ley y en la atención y trato que las instituciones y los Estados deben brindar a las
personas. Es uno de los acuerdos universales consagrados en el contrato social
establecido en las declaraciones y pactos internacionales de derechos humanos
aprobados por todos los países del mundo.
La aspiración de la igualdad real, ya no exclusivamente formal o legal, es un
propósito que se procura y anhela. Pero es importante advertir que
conceptualmente es preciso distinguir entre las aspiraciones a la igualdad y las
posibilidades reales de garantizarlas. A esos propósitos, es esencial tener presente
el concepto de equidad social, mediante el cual es posible asegurar un trato justo e
imparcial ante la ley o en el trato social, en la medida en que se tenga presente y se
establezca un trato diferenciado entre las personas, según sus necesidades,
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condiciones y las barreras u obstáculos que limitan el acceso a derechos u
oportunidades.
Desde esta perspectiva, son distintos los programas o normativas institucionales
que buscan la igualdad a los que pretenden la equidad. La perspectiva de igualdad
ofrece las mismas oportunidades, requisitos y criterios para todas las personas,
mientras que el programa o norma que se orienta por criterios de equidad, procura
garantizar que las condiciones y oportunidades sean efectivamente del mismo
rango o nivel, atendiendo a las diferencias entre las personas que optan a las
mismas oportunidades, pero desde trayectorias vitales distintas, condiciones de
vida distintas, posiciones desiguales en la sociedad.
Figura 3. Diferencias entre igualdad y equidad. Fuente: https://lavozdelmuro.net/la-diferencia-
entre-igualdad-y-justicia-en-una-sola-imagen/
Las diferencias entre equidad e igualdad tienen implicaciones conceptuales y
operativas, para promover garantías de justicia y con miras a fomentar la igualdad
en forma efectiva:
«Hablar de igualdad implica tratar un principio jurídico universal que establece que todas las personas son iguales, que no existen diferencias en
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el valor sin importar la raza, nacionalidad, género, preferencias sexuales, edad y otros. Y en realidad, es cierto: todos somos seres humanos y por lo tanto debemos gozar de los mismos derechos y oportunidades. No obstante, tenemos limitaciones y condiciones diferentes. Ya sea por prejuicios sociales arraigados en la historia –como el racismo o la superioridad del hombre frente a la mujer–, por haber nacido en un país en vías de desarrollo, por tener algún tipo de discapacidad, etc. Y ahí es donde entra en juego la equidad, que involucra un reparto justo entre “desiguales”, es decir, “para cada quien de acuerdo con sus necesidades y a cada uno de acuerdo a sus capacidades”. »Por eso se da la paradoja de que una sociedad con un trato “igualitario” sería una población “desigual”, pues se estarían obviando las desigualdades que existen entre la diversidad humana. La igualdad es el concepto –que lamentablemente, a veces, parece utópico– al que debemos llegar a través de la equidad. Por eso, esta última introduce en su significado el término “justicia”» (Feminiza, 2019, párr. 3-4).
En términos operativos, esta diferencia es bien relevante porque significa que las
estrategias, actividades e indicadores de logros en programas y proyectos deben
constituir oportunidades para que personas con rasgos diferenciados puedan
alcanzar los mismos objetivos, quizás variando estrategias, ritmos de aprendizaje,
utilizando recursos diferenciados, pero lo importante es que se reconozcan y
atiendan oportunamente las condiciones de desigualdad. En un centro educativo
que pretenda igualdad, es preciso contar con un servicio de desayuno, si se ha
detectado que un grupo de estudiantes llega cada mañana sin ingerir ningún
alimento desde el día anterior: aún con la misma profesora, la misma actividad y los
mismos recursos, la calidad de la enseñanza es distinta para quienes participan en
esa misma clase, pero estando en ayunas.
Sobre este concepto es interesante apreciar las diferencias entre las nociones de
igualdad de género y el de equidad de género:
Igualdad entre mujeres y hombres (igualdad de género). Se refiere a la igualdad
de derechos, responsabilidades y oportunidades de mujeres y hombres y niñas y
niños. La igualdad no significa que las mujeres y los hombres se vuelvan iguales,
sino que los derechos, responsabilidades y oportunidades de las mujeres y los
hombres no dependerán de si nacen hombres o mujeres. La igualdad de género
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implica que los intereses, necesidades y prioridades de mujeres y hombres se
toman en consideración, reconociendo la diversidad de los diferentes grupos de
mujeres y hombres (UN Women, 2019, párr. 2).
Equidad de género. Se define como la imparcialidad en el trato que reciben
mujeres y hombres de acuerdo con sus necesidades respectivas, ya sea con un
trato igualitario o con uno diferenciado pero que se considera equivalente en lo
que se refiere a los derechos, los beneficios, las obligaciones y las posibilidades.
En el ámbito del desarrollo, un objetivo de equidad de género a menudo
requiere incorporar medidas encaminadas a compensar las desventajas
históricas y sociales que arrastran las mujeres. (UNESCO, 2014, p. 105).
La igualdad haría referencia a que tanto hombres como mujeres tienen derecho a
acceder a las mismas opciones laborales en igualdad de condiciones; pero la
equidad de género significa que se garantizan oportunidades diferenciadas para la
mujer, porque, por ejemplo, se requieren medidas encaminadas para compensar
sus desventajas a causa de embarazo, o debido a sus responsabilidades como jefe
de familia. Para estudiar más en detalle estas diferencias te invitamos a examinar el
Recurso N.º 2, en el apartado A Fondo de esta guía que detalla las diferencias entre
igualdad y equidad.
5.4. Distintas formas de violencia
La violencia es una realidad con múltiples expresiones en muy diversos entornos:
ocurre en la sociedad, en familias, lugares de trabajo, escuelas, incluso en espacios de
juego y diversiones. Se advierte que una dificultad para definir y analizar la violencia
«es precisamente esa multiplicidad, por lo que muchas veces se prefiere hablar de
las violencias y no de la violencia en singular; de esta manera, se presentan
definiciones particulares para cada forma de violencia a estudiar» (Martínez, 2016,
p. 1).
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Pero también hay que tener presente que la violencia ha existido a lo largo de la
historia humana, con características y rasgos propios de cada época o contexto.
Aunque cada sociedad y momento histórico suele magnificar la gravedad de la violencia
que afronta, la historia confirma que la agresión y las peores formas de violencia no son
problemas recientes o novedosos.
El estudio sobre la naturaleza y características de la violencia ha sido objeto de análisis
por muy diversas disciplinas, cada una de las cuales examina sus características o
particularidades desde sus miradas y perspectivas: desde la psicología, la medicina o la
psiquiatría, la violencia es entendida y trabajada como un problema de salud mental,
individual o social; pero distinta es la óptica del jurista, para quien lo crucial es
determinar el daño causado, imponer las sanciones o hacer justicia; lo que difiere de la
mirada de un sociólogo, antropólogo o del criminólogo, que examinan los tipos de
relaciones sociales y las formas de permanencia y reproducción de la violencia en la
sociedad. Aquí nos detendremos en el estudio de definiciones, categorías o análisis que
puedan ser orientadores para trabajar en educación inclusiva e intercultural, y
reconoceremos cuáles pueden ser los determinantes sociales del comportamiento
violento, los procesos de aprendizaje social de la violencia y la prevención como
estrategia apropiada para un desarrollo social democrático e inclusivo.
Definiciones de la violencia
Una definición aceptada y frecuentemente utilizada sobre violencia es la que presenta
la Organización Mundial de la Salud:
«El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho, o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones» (OMS, 2019, p. 1).
La definición usada por la Organización Mundial de la Salud excluye de la definición
todas las actuaciones que, aunque causan daño, efectivamente no son deliberadas,
como podría ser el caso de un accidente automovilístico. El Informe Mundial sobre
la Violencia y la Salud de esta organización (OMS, 2003) aclara que al incluir el
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término «poder», esta definición de violencia resulta más amplia, pues incorpora
otro tipo de actos:
«Decir “uso del poder” también sirve para incluir el descuido o los actos por omisión, además de los actos de violencia por acción, más evidentes. Por lo tanto, debe entenderse que “el uso intencional de la fuerza o el poder físico” incluye el descuido y todos los tipos de maltrato físico, sexual y psíquico, así como el suicidio y otros actos de autoagresión. Esta definición cubre una gama amplia de consecuencias, entre ellas los daños psíquicos, las privaciones y las deficiencias del desarrollo. […] Numerosas formas de violencia contra las mujeres, los niños y los ancianos, por ejemplo, pueden dar lugar a problemas físicos, psíquicos y sociales que no necesariamente desembocan en lesión, invalidez o muerte. Estas consecuencias pueden ser inmediatas, o bien latentes, y durar muchos años después del maltrato inicial» (OMS, 2003, p. 5).
En esta definición aparecen varios elementos claves:
La violencia es una acción deliberada, con intención; esto implica que se excluyen de
la definición de violencia los hechos en los que se causa un daño, pero no había la
pretensión de causarlo.
Hay uso de fuerza, o hay uso de poder para ejercer intimidación o amenaza, lo que
incorpora en esta definición no solo la violencia física, sino el agravio a la integridad
psíquica y emocional de la persona a quien se pretende afectar.
Se generan daños: traumatismos físicos, daño psicológico, afectaciones del
desarrollo y la integridad personal, y en el peor de los casos, la muerte.
Aunque el uso de la fuerza física ha sido relevante en la identificación de casos de
violencia, no siempre es su núcleo central y se considera muy importante reconocer
que una definición más amplia podría entender la violencia «como una forma de
relación social caracterizada por la negación del otro» (Martínez, 2016, p. 1) Otra
forma de plantear la definición indicaría que se ejerce violencia cuando: «alguien
hace daño a alguien intencionalmente mediante el uso de fuerza física o de otro tipo, y
la intención conlleva obligar a la(s) persona(s) dañada(s) a algo que no quiere(n)»
(Martínez, 2016, p. 1).
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Al incorporar estos criterios se entiende que la violencia está claramente asociada a
situaciones de discriminación, acoso y exclusión, que, efectivamente y aunque no
siempre sea reconocido, causan lesiones, dejan huellas y consecuencias en la
integridad psíquica o moral de las personas.
Tipos de violencia
A los fines de análisis, pero también para definir cauces o estrategias que pretendan
intervenir en situaciones concretas, es posible y útil diferenciar entre distintos tipos
de violencia. Con frecuencia esta tipología es visible, colocando adjetivos con los
que se distingue entre violencia familiar, violencia machista, violencia escolar,
violencia laboral, entre otras.
El Estudio Mundial sobre la Violencia clasificó la violencia diferenciando tres
categorías «según las características de los que cometen el acto de violencia: – la
violencia autoinfligida; – la violencia interpersonal; – la violencia colectiva» (OMS,
2003, p. 6).
El Informe Mundial sobre la Violencia contra los Niños y las Niñas, elaborado por
Pinheiro (2006), analizó la violencia en los ámbitos familiar, escolar, laboral,
comunitario e institucional contra niños, niñas y adolescentes.
Informes elaborados por expertos sobre la situación de la violencia en el mundo han
permitido comprobar la ubicuidad de la violencia y sus múltiples manifestaciones:
«Efectivamente, en el mundo actual la violencia se manifiesta en las guerras y en todas las instituciones que las soportan (ejércitos, armamentismo), en el ejército (obediencia irreflexiva del soldado, castigos fuertes, autoritarismos, jerarquización), en la economía (falta de recursos, explotación, discriminaciones, marginación), en la política (dominio de uno o varios partidos, totalitarismo, exclusión de los ciudadanos en la toma de decisiones, lucha armada por el poder), en la ideología (subordinación de la información a intereses ajenos a la “verdad”, manipulación de la opinión pública, propaganda de conceptos de trasfondo violento y discriminador), en la familia (autoritarismo, discriminación de la mujer, subordinación de los hijos), en la enseñanza (pedagogías no liberadoras, autoritarismos
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pedagógicos, castigos corporales, intransigencias, desobediencia injustificada), en la cultura (etnocentrismo, racismo, xenofobia, discriminación de género, androcentrismo, consumismo)» (Jiménez, 2012, p. 18).
La clasificación de Galtung sobre los tipos de violencia diferencia tres tipos de
violencia relacionados entre sí: violencia directa, violencia estructural y violencia
cultural (Galtung, 2016, pp. 147-150).
Figura 4. Triángulo de Galtung sobre los tipos de violencia.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Tri%C3%A1ngulo_de_la_violencia
Galtung define la violencia estructural «como una privación de los derechos
humanos fundamentales» (Idem, p. 150); explica que se trata de una situación de
precariedad en la que las necesidades básicas del ser humano no están siendo
garantizadas. Es un estado de necesidad en el que las personas no tienen medios o
posibilidades de disponer por sí mismos de los recursos, y cuando el Estado o la
sociedad se organiza de tal forma que no les es posible acceder a los bienes que
garantizan su manutención y un nivel de vida adecuado.
En situaciones en las que la pobreza, el desempleo, la falta de ingresos genera
desnutrición, hambre e incapacidad de las familias para acceder a un ingreso, a un
puesto de trabajo o en las que no es posible acceder a los alimentos que se
requieren para la manutención, se habla de una violencia estructural, porque es el
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sistema social, económico o político que somete y subordina a las personas. El
sistema económico o político avasalla, y las personas tienen muy pocas
oportunidades de superar o incidir en esas situaciones. En esos contextos, lo
estructural es determinante y condiciona o limita el margen de la libertad y la
actuación personal o social.
En cambio, la violencia directa está referida a comportamientos en los que de
forma manifiesta se evidencia la violencia, tales como actos de agresión, muerte,
lesiones, guerra, detención, persecución, mutilación, acoso, entre otros.
«La violencia directa (verbal, psicológica y física) es aquella situación de violencia en donde una acción causa un daño directo sobre el sujeto destinatario, sin que haya apenas mediaciones que se interpongan entre el inicio y el destino de las mismas. Es una relación de violencia entre entidades humanas (personas, grupos, etnias, instituciones, estados, coaliciones), siguiendo un proceso sujeto-acción-objeto, sin que casi nada obstaculice la ejecución del mismo. En consecuencia, para evitarla bastaría con que el sujeto o los sujetos que quieren ejecutarla decidieran en sentido contrario eliminar dicha violencia» (Jiménez, 2012, pp. 31-32).
El otro tipo de violencia la denomina violencia cultural y la define aquí como:
«Cualquier aspecto de una cultura que pueda ser utilizada para legitimar la violencia en su forma directa o estructural. La violencia simbólica introducida en una cultura no mata ni mutila como la violencia directa o utiliza la explotación como la violencia incorporada en una estructura. Sin embargo, se utiliza para legitimar ambas o una de ellas, como por ejemplo en el concepto de raza superior» (Galtung, 2016, p. 147).
La violencia cultural se refiere entonces a los mecanismos psicológicos que
justifican, reconocen o admiten la violencia estructural, e incluso, la violencia
directa. Se trata de ideologías, símbolos, razonamientos, prejuicios y otras
valoraciones que hacen que las personas, los grupos y hasta la sociedad en su
conjunto justifiquen o acepten como lógico o natural la violencia que se ejerce
contra determinadas personas o colectivos.
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Es importante tener presente que, como lo advierte Galtung, se trata de una
efectiva estrategia de reproducción de las desigualdades, de discriminación. Un
ejemplo de esta violencia simbólica es la que se ejerce contra los jóvenes que
residen en zonas de pobreza y exclusión, a quienes se señala o estigmatiza al
considerarlos sujetos peligrosos, personas de riesgo, incriminándolos en actos de
violencia sin algún fundamento o pruebas reales, básicamente por prejuicios
asociados a su apariencia física, su forma de hablar, sus vestuarios o por su origen o
lugar de residencia. Esta violencia simbólica se utiliza para justificar la violencia
arbitraria y abusiva de los cuerpos policiales contra esta población. Pero también es
la razón por la cual estos jóvenes se sienten descalificados, menospreciados por la
comunidad, y se asocian a organizaciones delincuenciales en los barrios en los que
habitan, situación que puede evidenciarse en varias ciudades latinoamericanas, tal
como lo describe la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, 2015, p.
40).
«La Comisión mira con preocupación la existencia de una percepción social ampliamente compartida de que los adolescentes y los jóvenes son los principales causantes de la inseguridad y la violencia. Los jóvenes, en particular los varones provenientes de sectores sociales pobres, tradicionalmente excluidos, son generalmente percibidos como un “peligro social” y se les atribuye la responsabilidad por el contexto de inseguridad y la comisión de delitos. Sin embargo, esta percepción no se corresponde con la realidad; las estadísticas sobre personas privadas de la libertad muestran como el número de adultos hallados culpables de delitos violentos supera de modo muy considerable el número de adolescentes. Según datos de la policía de Honduras, uno de los países con tasas de homicidios más altas en el mundo y con presencia de maras, menos de un 5% de los homicidios son cometidos por personas menores de 18 años. En Brasil, por ejemplo, de los 21 millones de adolescentes brasileños, apenas un 0,013% cometieron actos criminales contra la vida de las personas; en Colombia, la tasa de población adolescente entre 14 y 18 años en conflicto con la ley penal es de 0,21%, y el 0,05% ha sido condenado» (CIDH, 2015, p. 40).
Te invitamos a estudiar otros tipos de violencia que son desarrollados en el
apartado A Fondo en este tema: por una parte, sobre la violencia simbólica, se
analiza el tema de la utilización violenta de las mujeres por la publicidad, y en otro
material, el problema de la violencia de género como principal causa de muerte de
las mujeres en España.
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Causas de la violencia
En cuanto a causas, hay consenso al afirmar que «la violencia se considera, en
términos generales, multicausal» (Martínez, 2016, p. 20), por lo que su comprensión
y apropiada atención requiere abordar, en forma simultánea, a muy diversos factores
que se constituyen en determinantes de la violencia o en elementos que contribuyen a
su reproducción. Sin embargo, la afirmación sobre las causas genéticas de la violencia
ha sido convincentemente cuestionada:
«La violencia no es “innata”, sino que se “aprende” a lo largo de nuestra vida. Así se ha encargado de señalarlo una y otra vez la UNESCO, en particular con el Manifiesto de Sevilla, en el que participaron 17 especialistas mundiales, representantes de diversas disciplinas científicas, mediante una reunión en mayo de 1986 en Sevilla, España. Dicho manifiesto ha permitido avanzar en la concepción de la violencia al considerarla un ejercicio de poder, refutando el determinismo biológico que trata de justificar la guerra y de legitimar cualquier tipo de discriminación basada en el sexo, la raza o la clase social. La violencia es, por consiguiente, evitable y debe ser combatida en sus causas sociales (económicas, políticas y culturales)» (Jiménez, 2012, p. 14).
En el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud, realizado por la Organización
Mundial de la Salud (OMS, 2003) se analiza claramente esta característica de la
violencia como realidad generada por una diversidad de factores, y cómo se
interrelacionan, condicionan y confluyen estos factores en una situación específica,
complejizar o escalar la violencia que se genera. En este informe la OMS adopta el
«modelo ecológico» para analizar las situaciones de violencia, e identifica cuatro
niveles que influyen en el comportamiento violento:
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Figura 5. Modelo ecológico para el análisis de la violencia. Fuente: OMS, 2003. Recuperado de:
https://www.who.int/violence_injury_prevention/violence/world_report/es/summary_es.pdf
Se diferencian circunstancias individuales generalmente asociados a factores
biológicos, datos demográficos, la historia personal, enfermedades, nivel educativo,
que pudiesen influir en las probabilidades que tendría una persona para convertirse
en víctima o perpetradora de hechos de violencia. En un segundo nivel están las
relaciones familiares, los grupos sociales con los que se establecen vínculos, los
amigos, la relación con los padres, la pareja, entre otros factores que pueden influir
en el comportamiento social, en el aprendizaje o adopción de normas sociales,
estilos de comunicación y relación entre personas. En el nivel comunitario, están las
relaciones entre grupos sociales, la historia de organización comunal, sus fortalezas
en cuanto a cohesión social, sentido de pertenencia, oportunidades de inclusión
social. También son factores relevantes el ambiente democrático e inclusivo en los
centros educativos, en los grupos deportivos o asociaciones culturales, los espacios
de participación que se brindan. En sentido negativo, como factores que
promueven la violencia está la existencia en la comunidad de grupos armados,
tráfico de drogas, colectivos o personas que imponen reglas en forma arbitraria o
autoritaria, normas estrictas o mandatos sociales cuyo incumplimiento es
severamente sancionado, la existencia de prejuicios y de discriminación contra
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determinados grupos de personas por su origen, nacionalidad, religión o apariencia
física, entre otros. En el cuarto nivel, el social, se incluyen todos los factores
sistémicos, estructurales, que son relevantes, como las leyes, normas sociales, la
existencia o no de políticas públicas, programas y servicios, el acceso a los derechos
sociales básicos, a la administración de justicia, las oportunidades de atención, la
seguridad pública, la disponibilidad de servicios básicos para garantizar calidad de
vida.
Si bien los factores estructurales suelen ser identificados, incluso como determinantes,
para explicar el comportamiento violento de individuos y grupos sociales, es
importante observar que el comportamiento humano no puede ser reducido a una
causa inexorable que los individuos no puedan superar o transformar. Son
convincentes los aportes de la neurociencia, la psicología, la antropología y otras
disciplinas que advierten la complejidad del comportamiento individual y la
potencialidad del ser humano para optar por lo éticamente justo en cada contexto:
«Nuestra libertad está condicionada, pero existe» (Cortina, 2017, p. 37). El análisis de
las situaciones de violencia requiere considerar esta complejidad de causas y tener
presente cómo intervenir dificultades en las formas de comunicación, la presión de
grupo, el precario desarrollo en habilidades sociales, factores psicológicos, estados
emocionales, la ingesta de alcohol y otras substancias; y hasta una determinada
atmósfera o clima organizacional puede actuar como desencadenante de eventos
violentos.
Otras formas de esquematizar las causas de la violencia se refieren a la voluntad o
intencionalidad de quien causa la violencia:
«De entre los factores que favorecen o causan violencia se suelen destacar dos grupos que permitirían concebir dos modalidades de violencia, una activa y otra reactiva. Las causas de la violencia activa engloban a un grupo de factores marcados por la dominación, por el deseo de conquista sobre otros que permita su sometimiento psicológico, sexual, físico o la extracción de patrimonios materiales de éstos. Los victimarios entonces recurrirán a diferentes formas de violencia como medios para lograr la dominación y expropiación simbólica y material de las víctimas […].
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»Por otro lado, en cuanto a la violencia reactiva, se puede considerar que el otro grupo de factores importantes para la producción de violencia es la percepción de dolor […] podemos considerar dolores físicos y emocionales, entre los que se incluyen no sólo los resultados de ataques físicos al cuerpo de alguien, sino además los que son resultados de la exclusión, la humillación o el rechazo social» (Martínez, 2016, pp. 20-21).
Con la valoración sobre los factores que causan la violencia activa es preciso
distinguir la importancia de un esfuerzo institucional contra la impunidad, en el que
la confianza y credibilidad en el pacto social, en la recta aplicación de la justicia, o
en la garantía de contar con programas y servicios socioeducativos, es relevante
para contener la acción violenta de los agresores o transformar sus
comportamientos y aprendizajes con miras a la paz social y a la convivencia con
base a normas que procuran el bien común.
En el caso de la violencia asociada al despojo material y simbólico de poblaciones
sometidas a colonización, desigualdad u otros procesos de exclusión, las
posibilidades de cambio real se constituyen en luchas sociales, en movimientos y
acciones públicas en defensa de los derechos humanos, en exigibilidad de justicia y
en procesos difíciles, a veces dolorosos, pero que garantizan el avance de la
humanidad contra la injusticia, la violencia y la opresión.
El estudio de estas causas de la violencia debe ser realizado en cada contexto
particular, examinando las posibilidades de intervención y transformación personal
y social y entendiendo las capacidades de los pueblos y las sociedades de hacer
efectiva la educación para el ejercicio de la paz y la solidaridad. Tal como lo plantea
el Premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela, es una aspiración, pero también una
posibilidad humana, el prevenir y transformar las causas de la violencia.
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Prólogo de Nelson Mandela en el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud.
Organización Mundial de la Salud, 2003
Figura 6. Retrato de Nelson Mandela
Fuente: OMS OPS (2003). Disponible en: http://iris.paho.org/xmlui/handle/123456789/725
El siglo XX se recordará como un siglo marcado por la violencia. Nos abruma
con su legado de destrucción masiva, de violencia infligida a una escala nunca
vista y nunca antes posible en la historia de la Humanidad. Pero este legado,
fruto de las nuevas tecnologías al servicio de ideologías de odio, no es el único
que soportamos ni que debemos arrostrar. Menos visible, pero aún más
difundido, es el legado del sufrimiento individual y cotidiano: el dolor de los
niños maltratados por las personas que deberían protegerlos, de las mujeres
heridas o humilladas por parejas violentas, de los ancianos maltratados por sus
cuidadores, de los jóvenes intimidados por otros jóvenes y de personas de
todas las edades que actúan violentamente contra sí mismas. Este sufrimiento,
del que podría dar muchos más ejemplos, es un legado que se reproduce a sí
mismo a medida que las nuevas generaciones aprenden de la violencia de las
anteriores, las víctimas aprenden de sus agresores y se permite que perduren
las condiciones sociales que favorecen la violencia. Ningún país, ninguna
ciudad, ninguna comunidad es inmune a la violencia, pero tampoco estamos
inermes ante ella. La violencia medra cuando no existe democracia, respeto
por los derechos humanos ni condiciones de buen gobierno. Hablamos a
menudo de cómo puede enraizarse una “cultura de la violencia”. Es muy
cierto: como sudafricano que ha vivido en el apartheid y vive ahora el período
posterior, lo he visto y lo he experimentado. También es cierto que los
comportamientos violentos están más difundidos y generalizados en las
sociedades en las que las autoridades respaldan el uso de la violencia con sus
propias acciones. En muchas sociedades, la violencia está tan generalizada que
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desbarata las esperanzas de desarrollo económico y social. No podemos
permitir que esta situación se mantenga.
Muchas personas que conviven con la violencia casi a diario la asumen como
consustancial a la condición humana, pero no es así. Es posible prevenirla, así
como reorientar por completo las culturas en las que impera. En mi propio
país, y en todo el mundo, tenemos magníficos ejemplos de cómo se ha
contrarrestado la violencia. Los gobiernos, las comunidades y los individuos
pueden cambiar la situación.
5.5. Los desafíos sociales, económicos y educativos
de la educación inclusiva
Al constatar la existencia de marcadas desigualdades sociales, injusticias y muy
diversas formas de exclusión y violencia que perviven y se reproducen en nuestras
sociedades, el fatalismo y la desesperanza pueden ahogarnos y conducirnos a la
resignación y postración. Sin embargo, son numerosas las evidencias sobre cómo las
personas y las sociedades pueden transformar situaciones de penuria, opresión y
sufrimiento, en procesos de progreso y desarrollo. La resiliencia se refiere
justamente a esta capacidad de los seres humanos de sobreponerse y aprender de
situaciones de sufrimiento y postración, promoviendo sus mejores capacidades.
Desde la perspectiva de la educación inclusiva es muy claro el compromiso ético por
la igualdad, la exigencia de respeto a la dignidad y derechos de todas las personas,
la protección de los grupos vulnerables, el desarrollo y fortalecimiento de
capacidades ciudadanas para transformar situaciones de injusticia en relaciones de
cooperación y corresponsabilidad en el logro del bien común.
Los procesos educativos tienen un papel crucial en el planteamiento de la
esperanza, en la disposición de las personas para emprender los necesarios cambios
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personales y sociales. En este sentido se afirma que las experiencias educativas no
son neutras, no pueden serlo, ya que, o bien contribuyen a la justicia, al cambio y a
la valoración de las personas; o son instrumentos para preservar la ignorancia, la
dependencia y subordinación, favoreciendo la reproducción de la injusticia y las
desigualdades. Todo proceso educativo tiene muy claro su perfil y su compromiso
político, lo pedagógico y lo ético (Freire, 1997).
En este sentido, muchas experiencias y buenas prácticas educativas demuestran
que aun en contextos donde graves situaciones de precariedad económica, o donde
la presencia de grupos armados imponen sus normas, prácticas y modos de relación
a toda una comunidad, aun en esos contextos, la influencia educativa de un
profesor, una experiencia significativa, puede ser inspiradora y cambiar el destino
que parece marcado para un niño, una niña y hasta para colectivos sociales. Así lo
proponen Unesco y Unicef en sus propuestas educativas en cultura de paz, pero
también así se evidencia en experiencias comunitarias que se realizan en El
Salvador, Venezuela o Colombia, ciudades en las que por mucho tiempo se ha
impuesto la violencia.
Igualmente, los centros educativos y los educadores deben elegir entre formar para
preservar valores de conformidad, aceptación de las desigualdades, egoísmo o
indiferencia ante las injusticias, o promover activamente los valores de la igualdad,
la solidaridad social, la autonomía y razonamiento crítico, la participación en las
decisiones públicas. Estas decisiones son críticas y definitorias de una opción por la
educación inclusiva que propicia el diálogo cultural y la valoración crítica de los
otros, en contextos formales o no formales.
La violencia, la marginación y la vulneración de derechos, no solo tiene como saldo
los lesionados, las víctimas, el hambre, o la falta de oportunidades: de estos
procesos de exclusión también se derivan el aprendizaje social de la dependencia
(Montero, 2004). Efectivamente, estos contextos y situaciones propician la
adopción de valores, normas y comportamientos propios de la cultura de la
violencia (OMS, 2019), fomentando el desarrollo de una violencia simbólica que se
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manifiesta en prejuicios, estereotipos y valores con los que se reproduce la
violencia cultural (Galtung, 2016).
Muchos individuos y sectores parecen atrapados en los comportamientos y valores
asociados a la violencia, el egoísmo y la criminalidad, pero estamos convencidos de
la posibilidad de la educación para cambiar estas situaciones y detener su avance. A
esos propósitos, es necesaria una preparación cuidadosa de nuestras prácticas
pedagógicas, fortaleciendo nuestros mejores recursos y capacidades para detener y
afrontar esta epidemia de violencia social que puede imponerse y ser privilegiada
por las sociedades (Perdomo, 2017).
Estamos convencidos del poder de la educación para promover en las personas un
compromiso activo por la paz, la fraternidad y el respeto a la dignidad de todas las
personas. Todo educador trabaja con esta certeza: la confianza básica en que es
posible el aprendizaje y el cambio personal y social de todas las personas, que no
existen individuos o grupos que no pueden cambiar, o que estén sentenciados a
permanecer en la ignorancia y en el primitivismo. Si teníamos dudas ya los avances
de la neurociencia demuestran que lo propio del ser humano es su capacidad para
aprender y evolucionar (Cortina, 2017).
La principal afirmación es la potencialidad y efectividad de la educación, pero
aclarando que no puede ser cualquier tipo de educación, sino una educación
inclusiva, que advierta los desafíos de la sociedad competitiva, liberal y promotora
del individualismo y de la exclusión. A estos propósitos, la prioridad es la formación
para el ejercicio de la autonomía moral, una educación que habilite nuestro
desempeño como seres humanos capaces de la libertad y dispuestos a la bondad,
respetuosos de los derechos de todas las personas, competentes para el ejercicio de
la ciudadanía y para ser formados en virtudes y valores humanos (Junta de
Andalucía, 2019).
La educación así concebida entiende que entre los logros educativos está el
preparar a los individuos para vivir en una sociedad conmocionada por la violencia,
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donde importan las habilidades y valores que aseguran la protección de la vida, la
seguridad personal, los comportamientos previsivos, tomar decisiones acertadas y
evitar actitudes que incrementan los riesgos. Es una tarea que involucra a la
sociedad toda, a la educación en todas sus modalidades: la formal en las
instituciones educativas: la informal, con las familias y comunidades; la no formal,
con el compromiso de muy diversas organizaciones e instituciones.
El acento de la educación inclusiva, su función crucial, es la formación social de los
educandos promoviendo su comportamiento cívico, la superación del
egocentrismo, impulsividad e inmadurez moral, para avanzar hacia un desarrollo
emocional, psicológico y espiritual. Esto requiere trabajo educativo, planificación y
preparación en un tema difícil e impostergable (Farías y Perdomo, 2018).
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Marginalidad, marginación y exclusión
En esta lección el profesor Víctor Martín aclara que estos tres términos no definen
la misma situación y es necesario analizarlos para saber a qué hacen referencia cada
uno de ellos.
Accede al vídeo a través del aula virtual
La desigualdad
En este vídeo el profesor Víctor Martín analiza cómo el modelo económico y social
capitalista conduce a desigualdades sociales, y cómo frente a los procesos de
exclusión deberían ser establecidas otras alternativas desde una opción
democrática.
Accede al vídeo a través del aula virtual
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Xenofobia. Entre nosotros, la etnia gitana
¿Es lo mismo xenofobia que racismo? Son términos que hay que manejar
adecuadamente, uno referido a la cultura y otro al origen biológico. Trabajaremos
un ejemplo concreto: aproximación a la etnia y a la cultura gitana.
Accede al vídeo a través del aula virtual
¿Cuál es la diferencia entre igualdad y equidad?
Feminiza (2019). ¿Cuál es la diferencia entre igualdad y equidad? En sección Relaciones.
Feminiza. Recuperado de
https://www.feminiza.com/cual-es-la-diferencia-entre-igualdad-y-equidad/
En este artículo se detallan las diferencias entre igualdad y equidad, aclarando la
importancia de tener presente que se trata de dos vocablos que, si bien no son
antónimos o contrarios, no pueden ser considerados como equivalentes. Analizan,
en específico, cómo la lucha por la igualdad de género se limita a proponer que
hombres como mujeres tengan los mismos deberes y derechos, lo que es distinto
de la lucha por la equidad, en la que es necesario afrontar esas barreras que no
permiten alcanzar esa igualdad entre los géneros.
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Xenofobia: su significado en los países de destino
ACNUR Comité Español (mayo 2016). Xenofobia: su significado en los países de destino.
Derechos y valores. Recuperado de https://eacnur.org/blog/xenofobia-significado-en-
los-paises-de-destino
Este artículo en la página del Comité Español para Refugiados de ACNUR analiza el
significado e impacto que tiene la xenofobia para la población migrante que llega a
un país huyendo de dramáticas condiciones de vida extrema en sus territorios de
origen.
Los tres componentes del conflicto según Galtung
realidadexpuesta (25 octubre 2011). Johan Galtung: Los tres componentes del conflicto.
[Archivo de vídeo]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=3YIJCBsd43Q
Johan Galtung, fundador de estudios sobre la paz y conflictos sociales, en la ciudad
de Monterrey presentó esta conferencia magistral. Galtung explica en este vídeo los
tres componentes del conflicto.
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La violencia de género: principal causa de muerte de las mujeres
La Sexta Noticias (15 agosto 2015). La violencia de género, principal causa de la muerte
de las mujeres en el mundo. [Archivo de vídeo]. Recuperado de
https://www.lasexta.com/noticias/sociedad/violencia-genero-principal-causa-muerte-
mujeres-mundo_20150815572480c94beb28d44600afee.html
En este vídeo se analizan datos sobre la situación de la violencia contra las mujeres
en el mundo. Son entrevistadas profesionales de medicina forense y la presidenta
del Observatorio español contra la violencia de género.
Mujeres y publicidad: la violencia simbólica
Gobierno de Nuevo León (2016). Mujeres y Publicidad: La violencia Simbólica. [Archivo
de vídeo]. Recuperado de http://www.nl.gob.mx/mujeres-y-publicidad-la-violencia-
simbolica
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Tema 5. A fondo
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En esta publicación se incorpora un vídeo que en forma sencilla explica qué significa
la violencia simbólica y cómo este tipo de violencia se ejerce contra las mujeres en
la publicidad.
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Tema 5. Actividades
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Actividades
Caso práctico. Análisis sobre la viabilidad del
objetivo «Educación inclusiva, equitativa y de
calidad» en la Agenda 2030 ONU
Objetivos
Comprender la importancia de la educación inclusiva para el cumplimiento del
derecho de igualdad y la protección del desarrollo integral de todas las personas.
Identificar los retos educativos generados por la diversidad de los grupos
humanos y debido a situaciones de discriminación y vulneración de derechos.
Analizar situaciones de marginamiento y desigualdad de colectivos específicos y
evaluar medidas y garantías que los Estados y la sociedad podrían aplicar para
promover el derecho a la educación de todas las personas.
Descripción de la actividad y pautas de elaboración
A partir de la lectura y análisis del Objetivo 4 de la Agenda 2030 ONU: «Garantizar
una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de
aprendizaje durante toda la vida para todos». Te solicitamos identificar y
caracterizar en tu localidad o región, un colectivo o minoría con el cual se tendrían
mayores desafíos o dificultades para alcanzar ese objetivo. Por otra parte, indica un
grupo o sector con quienes el país sí podrá lograr el cumplimiento de ese objetivo.
En cada caso, se pide identificar las características de esos grupos o sectores, qué
medidas deberían implementarse para superar las barreras o dificultades que se
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oponen al logro que se pretende, quiénes tendrían que actuar para alcanzar esas
metas. Oportunidades que pueden ofrecer la educación formal y la educación no
formal en ambos casos.
A tener en cuenta
El trabajo es individual. Realizarás un análisis que tiene dos focos:
El conocimiento del contenido del Objetivo 4 ONU en la Agenda 2030. Ello
requerirá presentar una explicación en tus propias palabras sobre este objetivo y
sus metas que buscan alcanzar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, y
que el escrito que se presenta cumpla con referir cuáles son las fuentes de las
que extrae la información.
El análisis en el caso concreto de tu región o país, de dos grupos o sectores de
población: uno para el que el país puede mostrar capacidades para alcanzar la
meta, y otro grupo que sería un sector o colectivo que no ha tenido
oportunidades, y con el que deberían ser cumplidas medidas y garantías para
lograr la meta de inclusión educativa.
Criterios de evaluación
Son tres criterios que se utilizarán para evaluar esta actividad:
Cumplimiento de aspectos formales (25 % de la evaluación)
• La ortografía será evaluada, faltas graves y faltas leves, por lo que es
importante revisar el trabajo antes de entregar; verifica que envías el archivo
que contiene la mejor versión que has revisado.
• Además, se valora la adecuación del escrito al formato solicitado, en cuanto a
extensión, tipo y tamaño de letra, e interlineado.
• Uso de normas APA al momento de citar o parafrasear autores en la actividad.
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Claridad expositiva (25 % de la evaluación). La evaluación considera la calidad de
la exposición escrita con base a lo siguiente:
• Claridad en la exposición realizada.
• Capacidad de síntesis.
• Claridad entre la experiencia, juicios o valoraciones plasmados en la actividad.
• Coherencia con los contenidos requeridos para la actividad.
Contenido (50 % de la evaluación). El escrito será evaluado conforme a los
siguientes indicadores:
• Si expone y analiza adecuadamente el Objetivo 4 de la Agenda 2030.
• Si describe las razones que definen a un colectivo o sector como grupo
discriminado, o señala las dificultades que afrontan para acceder a la
educación.
• Si examina oportunidades y medidas que deben ser cumplidas para garantizar
equidad y calidad en el cumplimiento del derecho a la educación.
Extensión máxima: 2 páginas, escritas en Calibri 12, espaciado 1,5 puntos.
Entrega: un documento por alumno. Será enviado en formato Word o PDF y deberá
colgarse en la plataforma UNIR en un archivo identificado con el nombre y apellido
del estudiante.
Evaluación: individual, debe ser presentado en la fecha prevista en el cronograma
semanal, a través de la rúbrica dispuesta para la revisión de esta actividad.
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Test
1. De acuerdo al Banco Mundial, ¿cuándo se habla de pobreza extrema?
A. Cuando en las familias no existe ninguna persona trabajando.
B. Cuando los ingresos diarios son iguales o inferiores a un 1,90 dólar americano.
C. Ninguna de las anteriores.
2. Son formas de exclusión social:
A. Los prejuicios, la discriminación.
B. La segregación social.
C. Todas las anteriores.
3. ¿En qué consiste el involucionismo?
A. Es una explicación del desarrollo económico como economía familiar sin
intervención del mercado.
B. Es pasar de un mercado laboral primario, con puestos de trabajo estables y
con protección social, a un mercado laboral donde hay rotación, pérdida de
coberturas sociales y de derechos sociales.
C. Todas las anteriores.
4. El miedo a los pobres es identificado por la filósofa Adela Cortina como:
A. Aporofobia.
B. Homofobia.
C. Xenofobia.
5. Los objetivos del Desarrollo Sostenible proclamados por la ONU:
A. Son 17 objetivos para ser alcanzados en el año 2030.
B. Sustituyen a las Metas del Milenio que se pretendían alcanzar en 2015.
C. Todas las anteriores.
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6. Indica cuáles son los tipos de violencia que menciona el Triángulo de J. Galtung:
A. Violencia familiar, violencia laboral y acoso escolar.
B. Violencia simbólica, violencia extremista y violencia de Estado.
C. Violencia directa, violencia estructural y violencia cultural.
7. Indica cuál de las siguientes afirmaciones es falsa e improcedente desde un
enfoque educativo:
A. Ninguna forma de violencia es justificable.
B. Toda forma de violencia puede ser detenida.
C. Cuando la violencia predomina, la educación cesa.
8. La violencia estructural se refiere a situaciones en las que las familias y personas:
A. Padecen situaciones de precariedad debido a la omisión del Estado en la
garantía y acceso a los bienes y servicios básicos.
B. Son detenidas por los cuerpos policiales al cometer actos delictivos.
C. Cuando la violencia es asumida como patrón cultural en la sociedad.
9. Se afirma que la violencia no es innata:
A. Porque la violencia aparece o se desarrolla por razones hereditarias.
B. Porque la violencia es aprendida.
C. Porque es inherente y propia de los seres humanos.
10. Son ejemplos de violencia simbólica:
A. La exposición en la publicidad de las mujeres como objetos que usan o
poseen los hombres.
B. Los suicidios.
C. Las amenazas de agresión.