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Hace seis años Rafa Nadal se quedó impactado por la pobreza que vio a través de los cristales del coche que le llevaba a las pistas del torneo de Chennai (en la costa sureste de India).

De aquel shock nació su Fundación y el Centro Educativo que inauguró poco después en la paupérrima región de Anantapur. TELVA es el primer medio español en acompañar a Ana María

Parera y María Francisca Perelló, la presidenta y la directora de Integración Social de la Fundación –madre y novia del tenista– en un apasionante viaje al corazón de India

para vivir con ellas la emoción de un sueño cumplido. Escribe: CÉSAR SUÁREZ Fotos: TONI MATEU

EL DREAM TEAM DE RAFA

Hace seis años Rafa Nadal se quedó impactado por la pobreza que vio a través de los cristales del coche que le llevaba a las pistas del torneo de Chennai (en la costa sureste de India).

EL DREAM TEAM DE RAFA

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Ana María Parera en las pistas de tenis del Centro Educativo de la Fundación Rafa Nadal en Anantapur, rodeada de los alumnos y profesores de la escuela.

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el autobús escolar amarillo lleva unos minutos esperando a la entrada del pequeño pueblo de Rapthadu, a unos cuatro kilómetros de la capital Anantapur. Su conductor, Alí, está al-go extrañado. Es el primer día que hace este servicio y aún no ha apa-recido ninguno de los 20 niños que debe recoger para trasladarles al Centro Educativo de la Fundación Rafa Nadal. Como la puntualidad no es el punto fuerte de los indios, Alí decide esperar unos minutos más antes de bajar del autobús y pregun-tar qué ocurre. La animada melodía del último hit de Malaika Arora, una especie de Shakira de Bollywood, le anuncia la llegada de un mensaje al móvil. Es su amigo, Riyad, que le cuenta que su mujer ha tenido un ni-ño, el tercero. Riyad está feliz porque hasta ahora Alá le ha bendecido con hijos varones y no tendrá que pasar-se la vida trabajando sólo para pa-gar la dote de sus hijas.

Por fin aparecen dos niños. Anwar y Shafi (14 y 11 años) suben al auto-bús y saludan al conductor. Alí les pregunta por el resto de los chicos del pueblo. “Se han ido todos cami-nando de madrugada”, contestan. “Shafi tiene el pie hinchado porque se le cayó una piedra encima –la mayoría de los niños van descal-zos– y apenas puede andar, por eso somos los únicos que hemos espe-rado”. En ese momento el móvil de Alí vuelve a sonar. Es Bhaskarachar, más conocido como Bacchi, el di-rector indio del Centro. Los niños ya han llegado a clase, le dice Bacchi a Alí. Salieron en tromba del pueblo antes de que llegase el autobús, ¡es-taban impacientes por empuñar un día más sus raquetas de tenis! Co-mo cada día, han recorrido los cua-tro kilómetros por carretera aún de noche. Los profesores del Centro tendrán que explicarles de nuevo que es peligroso caminar por la ca-rretera, y que deben esperar al auto-bús para evitar posibles accidentes.

Ana María y María Francisca charlan con el coordinador del Centro, David Paniagua.

Pallavi y su amiga Bhavana, dos de las mejores jugadoras del Centro.

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● La Fundación Rafa Nadal ofrece programas de educación a niños y jóvenes desfavorecidos o en riesgo de exclusión social a través del deporte. Su objetivo es transmitir los valores que considera más importantes para una formación completa, como son el respeto, la igualdad, la autoestima y el espíritu de superación. ● Actualmente la Fundación atiende a más de 500 niños en sus proyectos en España e India. ● Con su programa Más que tenis, la Fundación ha promovido con Special Olympics España la práctica del tenis a más de 100 jóvenes con discapacidad intelectual. ● El programa Integración y deporte, junto con Aldeas Infantiles SOS, ayuda a los jóvenes con problemas de integración social mediante la práctica deportiva. ● Más información y cómo ayudar en fundacionrafanadal.org

Tres akkas –mujeres que se ocupan de trabajos domésticos– pasan el rodillo a las pistas.

Los niños del Centro en clase de inglés.

Satish, uno de los niños en clase de tenis.

CONOCE LA FUNDACIÓN

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Alí hace una mueca divertida con su bigote y arranca el autobús. Mien-tras, en Rapthadu las mujeres prepa-ran el fuego en el zaguán de sus ca-sas. Algunas amasan la dossa –una especie de torta–para el desayuno. Un cerdo husmea en los restos de basura que se amontona en la estre-cha acequia que hace de sistema de evacuación de aguas. Cuatro hombres suben a un ricksaw –esa popular motocicleta de tres ruedas con un asiento para pasajeros detrás– y se dirigen al mercado con un saco lleno con los cacahue-tes que cultivan. Una abuela hace una ofren-da de flores e incienso al dios Vishnu en un pe-queño templo que hay junto a su casa. Son las 5:45 de la mañana, amanece en Anantapur.

“RAFA ESTÁ MUY INVOLUCRADO”

Hace 50 años, el go-bierno de la India en-cargó un informe sobre la situación geológica de sus provincias. Los resultados de dicho es-tudio recomendaban la evacuación inmediata de la población de Anantapur, dada la pro-gresiva desertización de la zona y sus niveles de extrema pobreza.

En Anantapur, la ma-yoría de la gente se de-dica a la agricultura (cacahuetes, arroz y ca-ña de azúcar). La se-quía es severa –es la segunda zona más se-ca de toda la India des-pués del desierto de Rajastán– y la industria es casi inexis-tente. El 35% son analfabetos (más del 80% en el caso de las mujeres de las castas más desfavorecidas), y só-lo el 61% vive en una pucca, es de-cir, una casa sólida –el resto lo hace en cabañas precarias alejadas de los servicios públicos elementales (po-zos, letrinas y dispensarios)–. El 31% de las mujeres son casadas por su familia antes de la edad legal de los 18 años. Siete de cada diez perso-nas viven por debajo de los niveles de pobreza –ingresan menos de 1,25 $ al día– y necesitan ayuda del gobierno para sobrevivir. En este es-

escolarizados en escuelas públicas –cuya educación deja mucho que desear–, pero algunos ni siquiera tie-nen acceso a ellas. Además les da-mos cobertura nutricional, ya que muchos vienen sin haber comido apenas en todo el día. Ahora que he podido comprobar que realmente es-tamos dando una oportunidad a es-tos niños para formarse e intentar cambiar las cosas poco a poco,

pienso: Este puzzle encaja”. Para María Francisca, direc-

tora de Integración Social de la Fundación, es su primera visita a Anantapur. Su tarea consiste en analizar las necesidades y el desarrollo de cada proyecto –estudió Administración y Di-rección de empresas–, y está muy emocionada ante la idea de poner cara a los niños de los que tanto ha oído hablar en

sus reuniones de coor-dinación desde Barce-lona. Discreta pero muy atenta, no quiere per-derse ni un detalle para contárselo después a Rafa, que llama a diario para que ella misma o su madre le cuenten los avances del Centro.

Un camino de tierra roja y árida atraviesa el campus de deportes de la Fundación Vicente Ferrer (FVF) –hay varios campos de cricket, el deporte nacional, y hoc-key– y conduce hasta

las pistas de tenis y las aulas. La FVF cuenta con una larga experiencia en India para erradicar la pobreza y las desigualdades sociales –la vida de más de dos millones de personas ha mejorado con sus programas de de-sarrollo en sanidad, vivienda y edu-cación–, y colaboran con la Funda-ción Rafa Nadal compartiendo sus instalaciones, alojando a sus profeso-res y voluntarios en su sede principal de Anantapur y organizando los au-tobuses que transportan a los niños al Centro.

na María recuerda la primera vez que su hijo Rafa le contó el impac-to que le causó ver las penosas condiciones en que vivían los niños en la India, y esas lar-gas conversaciones que ambos mantuvie-

ron dando vueltas a la idea de crear una Fundación para ayudar a los ni-ños y adolescentes socialmente des-favorecidos. Para poner en marcha su proyecto en Anantapur buscaron el apoyo de la Fundación Vicente Fe-rrer, que desde el primer momento compartió el entusiasmo de Rafa y su madre por la creación de un Centro que mezclase educación y deporte. En cuanto aparecen Ana María y

Anantapur fue en octubre de 2010, cuando su hijo inauguró el Centro. “Empezamos con tres pistas y 87 alumnos”, cuenta orgullosa. “Poco a poco hemos puesto en marcha las clases de inglés e informática que se imparten en nuestras aulas, hemos añadido dos pistas más y se han ins-talado focos. Ahora tenemos 182 ni-ños de entre 7 y 16 años que entre-nan tres días a la semana en dos se-siones diarias (de 6 a 8 de la mañana y de 5 a 7 de la tarde). Además de la actividad deportiva, estas clases ex-traescolares son un refuerzo muy im-portante para ellos. Casi todos están

cenario actúa el Centro Educativo de la Fundación Rafa Nadal en Ananta-pur. “Nuestro objetivo”, explica Ana María Parera, presidenta de la Fun-dación y madre del tenista, “es con-tribuir a la educación de los niños a través del deporte, transmitirles unos valores de respeto, autoestima y es-fuerzo que les permitan afrontar la vi-da con dignidad”.

La última vez que Ana María pisó

“ME EMOCIONÉ CUANDO RAVI (12 AÑOS), QUE ES DE FAMILIA MUY POBRE, jugó contra un chaval de Hyderabad que vestía ropa de marca y llegó en un cochazo” David Paniagua (coordinador del Centro)

aArriba, Ana María con Pavitra y sus primos. Ravi y Dilip, dos de los alumnos más destacados. A la izquierda, Ana María con Anna Ferrer.

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DIGNIDAD EN LA POBREZAAnantapur es uno de los distritos del estado indio de Andhra Pradesh (al sureste). Su extensión es parecida a la de la provincia de Cáceres, y viven casi cuatro millones de personas. Allí tiene su base la Fundación Vicente Ferrer, que ayuda con sus programas de desarrollo a más de la mitad de la población, y en cuyo campus de deportes se encuentra el Centro Educativo Rafa Nadal. “El mayor reto que tiene la sociedad es la erradicación de la pobreza. Éste es el deber de la humanidad”, dijo Vicente Ferrer.

María Francisca, los niños les rodean con un sonoro “¡Namasté!”, el saludo universal en la India. Pero aún faltan dos por llegar. Pavitra y su primo Ja-yanchandra (9 y 7 años) se han des-pistado y están saltando la alambra-da que separa su casa de la parte de atrás de las pistas. Pavitra tiene una discapacidad psíquica que no le impide ser una de las niñas más tra-viesas de la escuela. Su padre fabri-ca ladrillos de adobe que seca en una pequeña explanada frente a su casa, y su madre hace labores de mantenimiento en la escuela.

“Las niñas con alguna discapaci-dad, como Pavitra –aquí hay bastan-tes por relaciones de consanguini-dad o problemas de asistencia du-rante el parto–, tienen pocas oportu-nidades”, asegura David Paniagua, profesor de tenis y coordinador del Centro. “Son repudiadas por su fami-lia en muchos casos, ya que las ven como un estorbo, no pueden casar-las y suponen una boca más que ali-mentar... Intentamos que los niños tengan una educación más persona-lizada que la que reciben en la es-

cuela pública, donde yo he visto a los profesores dar clase con un láti-go. Les enseñamos a lavarse las ma-nos antes de comer, a tirar la basura en la papelera, que aquí son costum-bres extrañísimas”, continúa David.

avid llegó a Anantapur el pasado mes de mayo desde Tenerife, donde di-rige su propia escuela de tenis. Su idea era poner en marcha un campa-mento de verano y darse una vuelta por la India. Pero la ilusión de los ni-ños y su fe en este Centro le hicieron alargar su es-tancia en Anantapur. “He viajado por todo el mun-do, pero en ningún lugar

me han dado tanto”, afirma con esa sonrisa perezosa típica de los chicha-rreros. Nada más llegar, el director de la escuela le encargó la misión de preparar a los niños seleccionados para jugar el primer torneo federado

de la historia de la región. Al campeo-nato acudieron casi doscientos cha-vales de otras provincias de alrede-dor, la mayoría de castas superiores a las de los niños de la escuela –el te-nis en la India es un deporte de élite y sólo los más ricos pueden permitírse-lo–. “Recuerdo que me emocioné cuando Ravi (12 años), un chico de nuestra escuela que proviene de una familia paupérrima, jugó contra un chaval de Hyderabad vestido con ro-pa de marca que había venido con sus padres en un coche ostentoso. Ravi tiene un talento brutal y necesita ayuda para pagarse los estudios, la ropa y el transporte para que pueda seguir jugando”, cuenta David.

Al poco tiempo de llegar, David en-vió un detallado informe a la Funda-ción solicitando material nuevo, entre el que se encontraban las 200 raque-tas de grafito que Babolat acaba de donar. La directora de la Fundación, Claudia Basi, y María Francisca, ana-lizaron esa petición y se reunieron con sus patrocinadores. Desde en-tonces los niños entrenan con pelo-tas de distintas presiones que les

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nas personas y que os esforcéis pa-ra jugar mejor al tenis, pero sobre todo que os lo paséis bien y os res-petéis, ¿entendido?”, les dice. Los niños asienten con una sonrisa enorme que deja a la vista las man-chas que tienen en los dientes debi-do al mal estado del agua que sue-len beber. “Yes Mam..., ¡¿y enton-ces cuándo va a venir Rafa?!”.

s el turno de Dilip (15 años), uno de los alumnos más desta-cados del grupo. Su padre tiene una en-fermedad degenera-tiva y lleva meses in-gresado en el hospi-tal. Dilip vive con su

madre y su hermana en casa de su abuelo, al que adora. Va al Centro tres días a la semana, por la maña-na y por la tarde. Habla inglés a una velocidad endiablada y le gustaría ser ingeniero. Se siente muy orgu-lloso de llevar el nombre de Nadal en su camiseta, y enseguida te en-seña los dos diplomas que acredi-tan que ha completado dos cursos en la escuela de tenis, y que guar-da como oro en paño en un viejo cofre de su casa donde tiene todas sus pertenencias. Le hace prometer a Ana María que le dirá a su hijo que conteste a los mensajes que le envía a través de su página de Fa-cebook. “Por favor dile que soy Dilip Kumar, su amigo de Anantapur”, re-pite. Y antes de despedirse, le dice a María Francisca en castellano: “Te voy a echar de menos... ¡Y a Rafa cuando le conozca, también!”.

permiten controlar mejor el bote y hacen el juego más entretenido, tie-nen mini-redes para aprovechar al máximo las cinco pistas y una má-quina para encordar las raquetas que algunos manejan con orgullosa destreza. “El sistema educativo aquí se basa en la repetición pura y du-ra”, afirma David. “A los niños se les educa en un servilismo absoluto. No pueden opinar ni decidir sobre na-da. ¡Y las niñas, imagínate!, ni si-quiera se atreven a dirigirse al pro-fesor. A los catorce años hay un examen de nivel muy duro. Si el ni-ño no alcanza una buena nota, lo más probable es que abandone la escuela. Tienen una presión brutal. Hay un índice alto de suicidios entre adolescentes, que se envenenan con henna. Procuramos que cada niño se sienta querido y respetado, les enseñamos a tener iniciativa y confianza en sí mismos, a cuidar el material y responsabilizarse de él... ¡Esto para ellos es inaudito!”, ase-gura David.

Ana y Nuria son las otras dos vo-luntarias que ayudan en el Centro. Ana es experta en derechos huma-nos y se encarga de las clases de inglés. Nuria es abogada, trabaja en Barcelona en un bufete interna-cional y enseña informática y tenis –fue jugadora profesional hasta ha-ce unos años–. “Ela Vunnaru”, di-cen a los niños cuando llegan a clase. “¿Cómo estás?”, contestan los niños en su equivalente caste-llano al saludo en Telugu. Lo que más les sorprende a ambas de sus “niños” es la dignidad con la que llevan la pobreza. “Tanto ellos como sus familias están orgullosos de lo que son. No poseen nada, pero tampoco tienen envidia, prejuicios ni ambiciones materiales”, dice Nu-ria. “Una vez pregunté en clase ¿qué haríais con un millón de ru-pias (unos 12.000 euros)? Una niña me dijo muy seria: Yo compraría un pollo para mi familia”, cuenta Ana.

“LA BARRERA SON LAS CASTAS”

Los imponentes focos que ro-dean las pistas de tenis tienen un punto exótico en este paisaje rural donde apenas hay farolas en la ca-lle, no hay luz en las casas y existe una especie de “toque de queda” a las diez de la noche. El calor asfi-xiante hace imposible practicar nin-gún deporte durante el día, y eso explica la necesidad de la luz artifi-cial para las clases a primera y últi-ma hora del día. “Aquí nada es un lujo. Pensamos cada paso que da-mos con mucho cuidado”, explica Ana María. “No se trata de enviar el dinero que nos solicitan y ya está. Seguimos cada proyecto de cerca, somos muy exigentes con lo que hacemos. Estamos hablando de ni-ños que necesitan una estabilidad, una planificación que asegure que

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vamos a seguir ayudándoles pase lo que pase”.

El férreo y antiquísimo sistema de castas que vertebra la sociedad in-dia es el principal problema al que se enfrentan los profesores del Centro. Bacchi es de una casta al-ta, pero no cree en la diferencia de clase social por razón del naci-miento. Además de coordinar a los monitores indios de la escuela, tra-baja en un banco. Kharim era pro-fesor de tenis en Bombay y vino a Anantapur en cuanto se enteró de la apertura del Centro. Tiene una motivación que contagia a los de-más. Sólo piensa en seguir formán-dose para ayudar a los niños. To-dos tienen claro que esto no es una escuela de competición, que lo importante del juego son los va-lores de superación y respeto al contrario que transmiten. De otra manera, es imposible ver a niños de distintas castas jugando juntos en la calle, pero en la pista de tenis esas diferencias se anulan. Y aún es más revolucionario ver a una mujer tratando de tú a tú a un hom-bre. En Anantapur esto sólo es po-sible en la pista. Como ocurre con Pallavi (14 años), una niña de apa-riencia tímida que no da una bola por perdida en los partidos, y es capaz de ganar a cualquier chico que se ponga por delante.

A Ana María se le iluminan los ojos cuando escucha las historias de Pavitra, de Ravi, de Pallavi... To-dos le preguntan: “¿Cuándo va a venir Rafa?”. Sólo un pequeño le tira de la manga y cambia el registro: “¿My shoes?”. El niño quiere saber dónde conseguir unas zapatillas de deporte como las del resto de sus compañeros, que el Centro les pro-porciona para que no jueguen des-calzos. “Queremos que seáis bue-

eT

EL VALOR DE UNA SONRISA

“Hemos hecho realidad una ilusión y un compromiso”, subrayó Rafa Nadal en la inauguración del Centro Educativo de la Fundación que lleva su nombre en Anantapur, en octubre de 2010 (en la imagen). Los alumnos del Centro son elegidos entre las familias con menos recursos, y reciben entrenamiento deportivo en tenis (cuentan con cinco pistas), apoyo escolar (inglés e informática) y cobertura nutricional y sanitaria.

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