el concepto de naturaleza en la biología romántica del siglo xix

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1 El concepto de naturaleza en la biología romántica del siglo XIX Violeta Aréchiga Naturphilosophie proposed that certain formidable metaphysical boundaries be torn down. There ought to be no categorical divide between the inanimate and the animate, between animal and human, between body and ‘spirit’”. [Zammito, p. 431.] “Shifts in our current problem constellations bring us nearer to or farther from constellations of other epochs”, ibidem, p. 436. Introducción La tradición morfológica del siglo XIX, que quedó relegada a mediados del siglo pasado a la periferia ideológica en el marco de la Síntesis Moderna, es ahora parte del instrumental retórico de la Evo-Devo. En efecto, de acuerdo con algunos de los críticos de la Síntesis Moderna, entre los 1930s y los 1940s la biología se volvió más darwiniana de lo que había sido en el siglo XIX. En este proceso, por un lado la noción de selección natural fue dominando cada vez más el pensamiento biológico, mientras que por otro la tradición morfológica, embriológica y estructuralista de la biología del siglo XIX fue hecha a un lado. Esta tradición, sin embarco, había sido una de las corrientes principales de la investigación biológica en el siglo XIX. En un metanivel, la historiografía convencional de la Síntesis Moderna ha realizado esta exclusión de dos formas: o bien sencillamente negándose a reconocer la existencia y la importancia de la tradición morfológica o bien asimilándola a la Teología natural. Pero junto con las críticas a la Síntesis Moderna la tradición morfológica ha empezado a hacerse visible otra vez. Esto implica, en el nivel historiográfico, una revaloración de la morfología en la que esta deja de ser vista como una variante creacionista. Este movimiento puede considerarse como parte del instrumental retórico del que la biología evolucionista del desarrollo hace acopio en su búsqueda de consensos al interior de la comunidad científica. En particular, Evo-Devo, como parte de su batalla en contra de (al menos algunas de las estrecheces de) la Síntesis Moderna, se apoya en una historiografía mediante la cual se elabora una alianza de doble profundidad: en primer lugar, recluta retóricamente a la tradición morfológica del siglo XIX al concederle un espacio que le había sido negado por la

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En este trabajo se aborda un aspecto de la compleja historia de la morfología alemana, el de su concepción de la naturaleza viviente.

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El concepto de naturaleza en la biología romántica del siglo XIX Violeta Aréchiga

“Naturphilosophie proposed that certain formidable metaphysical boundaries be torn down. There ought to be no categorical divide between the inanimate and the animate, between animal and human, between body and ‘spirit’”. [Zammito, p. 431.] “Shifts in our current problem constellations bring us nearer to or farther from constellations of other epochs”, ibidem, p. 436.

Introducción La tradición morfológica del siglo XIX, que quedó relegada a mediados del siglo pasado a la

periferia ideológica en el marco de la Síntesis Moderna, es ahora parte del instrumental

retórico de la Evo-Devo. En efecto, de acuerdo con algunos de los críticos de la Síntesis

Moderna, entre los 1930s y los 1940s la biología se volvió más darwiniana de lo que había

sido en el siglo XIX. En este proceso, por un lado la noción de selección natural fue

dominando cada vez más el pensamiento biológico, mientras que por otro la tradición

morfológica, embriológica y estructuralista de la biología del siglo XIX fue hecha a un lado.

Esta tradición, sin embarco, había sido una de las corrientes principales de la investigación

biológica en el siglo XIX. En un metanivel, la historiografía convencional de la Síntesis

Moderna ha realizado esta exclusión de dos formas: o bien sencillamente negándose a

reconocer la existencia y la importancia de la tradición morfológica o bien asimilándola a la

Teología natural.

Pero junto con las críticas a la Síntesis Moderna la tradición morfológica ha empezado

a hacerse visible otra vez. Esto implica, en el nivel historiográfico, una revaloración de la

morfología en la que esta deja de ser vista como una variante creacionista. Este movimiento

puede considerarse como parte del instrumental retórico del que la biología evolucionista del

desarrollo hace acopio en su búsqueda de consensos al interior de la comunidad científica.

En particular, Evo-Devo, como parte de su batalla en contra de (al menos algunas de las

estrecheces de) la Síntesis Moderna, se apoya en una historiografía mediante la cual se

elabora una alianza de doble profundidad: en primer lugar, recluta retóricamente a la

tradición morfológica del siglo XIX al concederle un espacio que le había sido negado por la

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historiografía de la Síntesis Moderna y la revalora como un paso en dirección al

evolucionismo; pero en segundo lugar, y de manera notable, recluta a Darwin mismo: lo

“morfologiza” mostrando cómo este autor hizo uso de los resultados de la tradición

morfológica para proporcionar a apoyo a su teoría del descenso con modificación.

En este trabajo solamente abordaré un aspecto de esa compleja historia de la

morfología alemana, el de su concepción de la naturaleza viviente. Desde mi punto de vista,

comprender las raíces de esa concepción nos permite entender mejor las diferencias entre el

pensamiento morfológico alemán y la teología natural británica. Así pues, revisaré primero

brevemente la manera en ambas han sido asociados, para a continuación intentar señalar

una diferencia fundamental entre ellas a nivel ontológico: su manera de comprender la

actividad de la naturaleza.

La visión de la historiografía tradicional Sin duda alguna una de las características que define a la morfología alemana de la primera

mitad del siglo XIX es el hecho de que se trata de una visión centrada en la noción de

desarrollo. En este sentido, se trata de una concepción que toma la vida, y la vida humana en

particular, como modelo para comprender la naturaleza en general y la especificidad de la

naturaleza viviente en particular. La atención que esta escuela le otorgó al crecimiento del

embrión humano era parte, como sabemos, de la reacción en contra de algunas de las

implicaciones que tenía el mecanicismo en el terreno de lo orgánico. Ya desde el siglo

anterior autores como Wolff y Blumenbach se habían interesado en una concepción de la

causalidad propiamente orgánica que evitara un reduccionismo extremo, lo que los había

llevado a subrayar como fenómenos centrales en el conocimiento de los seres vivos la

ontogénesis, el crecimiento y la reproducción.

Es justamente en vinculación con esta característica que historiadores de la biología

como Peter Bowler han asimilado la morfología alemana a la teología natural británica

incluyendo a ambas dentro del marco del pensamiento tradicional al que el pensamiento

darwiniano se oponía. La razón que suele ofrecerse es la siguiente: el crecimiento de un ser

vivo se concibe como un proceso de carácter ordenado, con arreglo a fines y usualmente

progresivo. Estas características serían leídas luego en la historia de la vida tal y como

aparece en el registro fósil, de modo tal que se establecería un paralelismo entre esa historia

y el crecimiento del embrión humano y se vería la historia de la vida como el despliegue de

un plan significativo para alcanzar la meta predeterminada de la creación. En otras palabras,

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lo que la morfología alemana y la teología natural británica tendrían en común sería una

concepción teleológica de los fenómenos propios de la vida. Así, sostiene Bowler, la analogía

con el crecimiento le da sostén a la idea de que la historia de la vida debe ser ordenada y

con arreglo a fines y de que, por tanto, esa historia debe constituir el despliegue de un patrón

determinado de antemano. Éstas, añade, son exactamente las mismas características que

posee una visión creacionista.

Ya   se   crea   que   el   patrón   se   despliega   de   acuerdo   a   un   plan   divino,   o   como   resultado   de   las  potencialidades  incorporadas  en  el  carácter  fundamental  de  la  naturaleza,  el  objetivo  sigue  siendo  asegurar   que   el   desarrollo   es   teleológico   en   el   sentido   de   que   está   dirigido   hacia   una   meta  particular  [Bowler,  1988:  51].  

Mayr, por su parte, aunque realiza un análisis de la morfología alemana distinto al de Bowler,

parece coincidir con este punto de vista. En su texto de 1982, Mayr vincula esa escuela de

pensamiento al romanticismo prevaleciente en Alemania a finales del siglo XVIII y principios

del XIX. El romanticismo, dice, se caracterizaba por un optimismo que lo conducía a ver un

impulso hacia niveles mayores de perfección por doquier. Por otro lado, en su reacción en

contra del mecanicismo, la morfología habría elaborado una visión de la naturaleza que,

entre otras cosas, subrayaba el desarrollo y, usualmente, “un componente finalista” (Mayr,

1982: 387). También menciona que los representantes de la Naturphilosophie entendían por

desarrollo “el despliegue de una potencialidad pre-existente” (ibid: 389). Y si bien Mayr no

pone demasiado énfasis en el componente teleológico, señala que los autores de la

morfología alemana podrían situarse cómodamente en el género de Chambers y sus

Vestigios de la creación —obra que frecuentemente también suele definirse por su filosofía

teleológica del desarrollo. En cualquier caso, dice, ninguno de esos pensadores alemanes de

la primera mitad del siglo XIX parece haber tenido una influencia notoria en las siguientes

décadas y, debido a ello, quizás no valga la pena realizar un análisis más profundo de sus

obras.

Las raíces de la morfología alemana Sin embargo, es posible situar a la morfología alemana del siglo XIX en un marco bastante

diferente. En realidad, me parece, sus raíces provienen de una visión muy distinta a la de la

teología natural británica; provienen de una concepción, representada por Buffon en el siglo

XVIII, que posee fuertes afinidades con la visión renacentista de la naturaleza y que presenta

a ésta como un ente viviente, autónomo, con fuerzas inmanentes. Y es que en ese siglo,

como resultado de la mencionada reacción en contra de la filosofía mecanicista, se

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recuperaron ideas del Renacimiento de acuerdo con las cuales la naturaleza era una agencia

sustantiva, intermediaria entre Dios y sus criaturas; una agencia creativa y dinámica.

Es en el contexto de dicha concepción de la naturaleza que podemos comprender la

convicción renacentista de que todo cuanto existe está conectado entre sí. Desde este punto

de vista, la naturaleza conformaba una unidad en la que el hombre, o microcosmos, reflejaba

todos los aspectos del gran mundo a su alrededor o macrocosmos. Esta creencia animaba a

su vez a la búsqueda de analogías o correspondencias entre lo terreno y lo celeste y la

incitación a observar nuevamente la naturaleza desde este enfoque. Dado que se partía del

supuesto de que el universo estaba animado por fuerzas, la nueva investigación quedó

asociada a la magia natural, pero la magia no era en este caso sino la manipulación y

dirección de las fuerzas inherentes a la naturaleza.

La visión de la naturaleza como potencia autónoma, creadora, continuamente en

acción a través de fuerzas que le son propias, fue retomada en el siglo XVIII como parte de la

transformación que la historia natural sufrió en esa época. Durante la segunda mitad de ese

siglo, se recuperaron y reformularon variantes de las tradiciones renacentistas a fin de

intentar superar las limitaciones que la filosofía mecanicista imponía, especialmente en el

marco de las ciencias de la vida. En un vericueto particularmente interesante al interior de

esta historia, Newton —que había defendido con fervor la idea de que la fuerza de gravedad

no era inmanente a la materia— terminó siendo el emblema de esfuerzos que usaron sus

conceptos de fuerzas atractivas y repulsivas entre partículas para dotar de dinamismo a la

materia y a su concepción de la naturaleza.

Así, en 1764 Buffon afirma que si la naturaleza fuera un ser tal ser sería Dios: “se le

puede considerar como una potencia viva, inmensa, que lo abarca todo, que lo anima todo”

[Buffon, 1954: 31]. Se trata para él de una agencia sustantiva, que asimismo se halla

animada por fuerzas inmanentes continuamente activas: La  Naturaleza   es   ella  misma  una  obra  perpetuamente   viviente,   una  obrera   activa   sin   cesar,   que  sabe  emplearlo  todo,  que  trabajando  a  partir  de  sí  misma,  siempre  sobre  las  misma  bases,  lejos  de  agotarlas  las  hace  inexhaustibles;  el  tiempo,  el  espacio  y  la  materia  son  sus  medios,  el  Universo  su  objeto,  el  movimiento  y  la  vida  su  meta  [Buffon,  1954:  31]  

Los mecanismos que esta naturaleza autónoma emplea, subraya Buffon, son fuerzas vivas,

fuerzas que se equilibran y oponen entre sí sin extinguirse. Por otro lado, la naturaleza es

para Buffon diversidad: generaciones que se suceden una tras otra, una inmensa profusión

de gérmenes, destrucción y renovación continuas. Pero es también unidad, una maquinaria

“fija en su conjunto y móvil en cada una de sus partes” (Buffon, 1954: 36), como las especies

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y su generación a partir de moldes internos atestiguan. En resumen, con Buffon estamos

ante una naturaleza que, en un sentido importante, puede considerarse viva, animada por

fuerzas que si bien no se conceptúan como simpatías o correspondencias sino como

atracción, repulsión y afinidades, del mismo modo que en la visión renacentista son

inmanentes y la dotan de dinamismo.

Pues bien, es justamente esta concepción de la naturaleza la que se halla en el núcleo

de la morfología alemana, a la que llegó a través de Kant y Goethe, ambos lectores

cuidadosos de Buffon. El lenguaje de fuerzas propiamente orgánicas no es menos evidente

en Goethe que en Blumenbach, bien conocido por su postulación de una fuerza formativa de

los seres vivos.

En su trabajo de 1790 sobre la metamorfosis de las plantas, Goethe nos habla de las

leyes que regulan ese proceso de metamorfosis como leyes mediante las cuales la

naturaleza es capaz de producir una variedad de formas, formar las flores, unir y separar

partes, etc. La naturaleza, dice, “atraviesa diferentes fases en la formación de géneros,

especies y variedades, así como en el crecimiento de cada planta individual” (Goethe, 2009:

92). Asimismo, fue en ese texto que Goethe introdujo la idea de “morfotipo” y, de acuerdo

con Lenoir (1987), justamente un morfotipo es una ley que guía y delimita (muy a la manera

del molde interno de Buffon) el Bildungstrieb, esto es, las fuerzas orgánicas que originan la

nutrición, el crecimiento y la reproducción. En otras palabras, para Goethe los morfotipos

presentaban los Bauprincipien en términos de los cuales operaban las fuerzas propias del

mundo orgánico. En términos generales, para Goethe la naturaleza era realmente una

poderosa creadora, animada por un “soplo vivificador” (ver Goethe, 1837: 69-77).

Esta concepción de la naturaleza como poseedora por sí misma de fuerzas intrínsecas

se hace evidente en los autores alemanes trascendentalistas, personajes como Johann

Friedrich Meckel, Lorenz Oken y Carl Gustav Carus. Para Meckel, en efecto, la variedad de

los animales es resultado de transmutaciones sucesivas de organismos ya existentes, pero

esto no es un resultado de cambios meramente accidentales. Al contrario, dice, existe un

tendencia inherente en la materia orgánica que la lleva a elevarse a formaciones superiores,

recorriendo una serie de estados intermedios, y que obedece a las mismas leyes que el

desarrollo del organismo individual. Según este autor existe un solo tipo orgánico general

cuyas modificaciones dan lugar a los diferentes tipos de animales y la causa de dichas

modificaciones es una fuerza, propiamente orgánica, que crea a partir de la nada y anima a

todas las formaciones animales (ver Meckel, 1828).

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Oken, por su parte, propone una visión de la naturaleza que en un sentido importante

gira en torno a la idea de las relaciones entre macrocosmos y microcosmos y en la que el

todo y sus partes se reflejan recíprocamente de manera continua. El organismo individual,

afirma este autor, es una combinación de todas las actividades del universo al interior de un

cuerpo único; no se trata solamente de que el mundo y el organismo se hallen en armonía el

uno con el otro, sino de que son ambos de la misma clase. Los organismos superiores son

un universo en miniatura y, de manera análoga, en el embrión reside todo el animal en

pequeño. Pero, además, el feto es la representación en el tiempo de todas las clases

animales; existe, dice Oken, un paralelismo perfecto entre el desarrollo del feto y el desarrollo

del reino animal. El reino animal es en realidad un gran animal, una representación de los

órganos de la animalidad y ya que el animal superior a todos es el hombre, el reino animal

puede verse como una suerte de disección del ser humano. En el tiempo, tanto un cuerpo

animal único como el conjunto de los animales se van perfeccionando gradualmente

mediante la adición sucesiva de órganos. El ser humano es la cumbre del desarrollo de la

naturaleza y como tal representa a todo el mundo en miniatura (ver Oken, 1847).

Carus nos presenta a la naturaleza como un todo movido por una perpetua actividad

interna de generación, como el ser viviente absoluto cuya vida misma es la fuente primaria

de donde se derivan los fenómenos vitales de cada ser vivo individual. Con mayor claridad

que Meckel y Oken, Carus sostiene que la vida no es más que la manifestación de la esencia

divina en la naturaleza. Por su parte, la naturaleza se manifiesta en el espacio y en el tiempo

bajo la forma de los diversos seres vivos, cada uno de los cuales crea por sí mismo los

medios de los efectos que produce, esto es, los órganos. La naturaleza es el organismo

absoluto o macrocosmos, propone, y ya ningún ser natural vivo puede subsistir excepto al

interior de ella, el organismo individual es un microcosmos cuyo desarrollo sólo es posible

bajo la influencia de la vida de la naturaleza en su conjunto. Esta relación entre el todo y sus

partes se repite al interior del organismo individual, que es una manifestación de fuerzas

vivientes expresada en elementos terrestres. De manera análoga, y ya que en una serie

orgánica cualquiera los miembros superiores repiten siempre en sí mismos los miembros

inferiores, debe concebirse al hombre como al ser que abarca en sí mismo toda la diversidad

del reino animal. La segmentación de la organización humana es el reflejo de la división del

reino animal y el tipo ideal humano es la realización del reino animal como totalidad (ver

Carus, 1835).

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Estas concepciones, por supuesto, no eran ajenas a las de la filosofía clásica

alemana, en donde Schelling por ejemplo habló tanto de la génesis de la naturaleza en

términos de la auto-construcción de ésta, como de un “alma del mundo”, tema éste que había

sido una constante en la filosofía alquímica del Renacimiento. La naturaleza se presentaba

así como un inmenso organismo autoproductor, que consistía en su propia historia concebida

como devenir o proceso (Escarpa, 2005).

El retorno de la morfología En su texto de 1998 Amundson señaló la importancia que tiene el dejar de ver a los

morfólogos alemanes en términos de la dicotomía establecida por la historiografía tradicional

entre creacionistas y evolucionistas. En ese artículo Amundson afirma que la teleología de

estos autores, vinculada como estaba a las nociones de crecimiento y desarrollo, era una

teleología inmanente que no se hallaba necesariamente en oposición con algún tipo de

transformismo. Los anatomistas trascendentales, dice, veían a la naturaleza como capaz de

auto-organización y no como producto deliberado de un diseñador sobrenatural.

Desde mi punto de vista el carácter inmanente de la teleología de la morfología

alemana apunta a una concepción de la naturaleza muy distinta de la de la teología natural

británica. En ésta, muy a la manera de Newton, Dios es un diseñador que interviene

activamente y de manera continua en su creación; una divinidad sin cuya presencia continua

la naturaleza se derrumbaría. Sin embargo, se trata de un Dios que no se identifica de

manera alguna con su creación. En contraste, la concepción que se halla tras las propuestas

de la morfología alemana es la de una naturaleza activa por sí misma, cuyas leyes dictan el

modo en que los seres vivos han de desarrollarse y reproducirse. Si bien se presenta en

algunos casos como una manifestación del espíritu, éste no es ajeno a ella; al contrario, se

va realizando, en el tiempo y el espacio, en ella.

Que se trata de una concepción vinculada por lo menos de manera mediata a

nociones renacentistas se hace evidente en el lenguaje de fuerzas naturales vitales del que

hacen uso autores como Meckel, Oken y Carus. Asimismo, la relación con la ideas

renacentistas se expresa en la noción de “soplo vivificador” de Goethe, y, sobre todo, en las

correspondencias establecidas por Oken y Carus entre el hombre, microcosmos, y el

conjunto de los animales, macrocosmos, Esta correspondencia entre macro y microcosmos

había sido defendida por Paracelso mucho tiempo atrás.

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Los morfólogos alemanes son herederos de una tradición de la Ilustración que

consideraba que la materia viviente contenía en sí misma un principio inmanente de auto-

movimiento y de auto-organización cuya fuente se encontraba en poderes que residían en la

materia y no fuera de ella (ver Reill, 2008). Si esto es cierto, resulta posible disociarlos de la

teología natural británica tanto en el nivel de su concepción de la posibilidad del cambio en

las especies como en el nivel, más básico, de sus supuestos ontológicos fundamentales.

Referencias Bibliográficas

– Amundson Ron (1998). “Typology Reconsidered: Two Doctrines on the History of Evolutionary

Biology”, Biology and Philosophy 13.

– Bowler Peter J. (1988), The Non-Darwinian Revolution, The Johns Hopkins University Press,

Baltimore & London.

– Buffon (1954), Œuvres Philosophiques de Buffon, Jean Piveteau (ed.), PUF, Paris.

– Carus Carl Gustav. Traité Élémentair d’Anatomie Comparée, tome III, J. B. Baillière, Paris.

– Escarpa Dolores (2005), “La biología romántica de los Naturphilosophen”, en González Recio J. L.

(ed.), El taller de las ideas. Diez lecciones de historia de la ciencia, Plaza y Valdés, México.

– Goethe Johann Wolfgang (1837), Oeuvres d’Histoire Naturelle, AB. Cherbuliez et Cie, Paris.

– Goethe Johann Wolfgang (2009), The Metamorphosis of Plants, The MIT Press, Cambridge &

London.

– Lenoir Timothy (1987), “The Eternal Laws of Form: Morphotypes and the Conditions of Existence

in Goethe’s Biological Thought” en F. Amrine, F. J. Zucker and H. Wheller (eds.I, Goethe and the

Sciences: a Re-appraisal, Boston Studies in the Philosophy of Science, vol. 97.

– Mayr Ernst (1982), The Growth of Biological Thought, Harvard University Press, Cambridge &

London.

– Meckel Johann Friedrich (1828), Traité Général d’Anatomie Comparée, Villeret et Cie, Paris.

– Oken Lorenz (1847), Elements of Physiophilosopy, Ray Society, London.

– Reill Peter H. (2008), Rethinking the Enlightenment, Felix Meritis, Amsterdam.

– Russell E. S. (1916), Form and Function, John Murray, London.