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    Cristianos en intemperieEncontrar a Dios en la vida

    Daro Moll, sj.

    1. BUSCAR ADIOS, ENCONTRAR ADIOS?

    1.1. Experiencia de Dios .....................................................................................1.2. Buscar ................................................................................................................1.3. Encontrar ............................................................................................................

    2. PERFIL HUMANO PARA LA EXPERIENCIA DEDIOS2.1. Disponerse a si mismo, ayudar a otros a disponerse ..............................2.2. Capacidad de interioridad .................................................................................2.3. Capacidad de eleccin ..................................................................................2.4. Capacidad de gratuidad ....................................................................................2.5. Capacidad de encuentro en la relacin humana ..........................................2.6. Capacidad de fortaleza ......................................................................................

    3. PEDAGOGA: EL ESTILO DE VIDA3.1. Ayudar a formar el sujeto .............................................................................3.2. Austeridad ..........................................................................................................3.3. Orden en las actividades ................................................................................3.4. Espacios verdes en la vida ............................................................................3.5. Apertura al aire que viene de fuera ..................................................................

    4. PEDAGOGA: LAS ACTIVIDADES................................................................................27

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    Impreso en papel y cartulina ecolgicos Edita CRISTIANISME I JUSTCIA R. deLlria, 13 - 08010 Barcelona tel: 93 317 23 38 fax: 93 317 10 94 [email protected] Imprime: Edicions Rondas S.L. ISBN: 84-9730-146-3 DepsitoLegal: B-39.935-2006 Octubre 2006La Fundacin Llus Espinal le comunica que sus datos proceden de nuestro archivo histrico pertene-

    ciente a nuestro fichero de nombre BDGACIJ inscrito con el cdigo 2061280639. Para ejercitar los dere-chos de acceso, rectificacin, cancelacin y oposicin pueden dirigirse a la calle Roger de Llria, 13 deBarcelona

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    misma intencin de ayudar a tantas y tantos cristianos que luchancon toda sinceridad por hacer de su vida personal, laboral, familiary social, vivencia y testimonio del evangelio y que tantas veces,demasiadas, se encuentran en medio de la incomprensin, contoque de lstima de los ms, y de exigencias y planteamientos

    imposibles con toque de irrealismo de muchos de sus lderes.A lo largo de nuestra reflexin irn apareciendo otros muchos temasimportantes y concomitantes que tienen que ver con la vida huma-na y con la vida espiritual, entendida como plenitud de lo humano.Quiz al lector le hubiese gustado un mayor desarrollo de alguno deellos. No lo voy a hacer: he renunciado expresamente a excursussobre los mismos, aparte de por razones de espacio, para no per-der nunca el norte y objetivo que nos centra en este cuaderno, quees el de la experiencia de Dios. Tiempo y ocasin habr, espero, detratar de todos esos temas ms exhaustivamente, si son realmentedel inters de las personas que leen estas lneas. En este sentidoagradecer muy vivamente cualquier comentario, sugerencia uobservacin sobre todo lo que se expresa en este cuaderno y sobreposibles desarrollos complementarios: lo pueden enviar [email protected].

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    1.1. Experiencia de Dios

    En un texto muy lcido, y ya tpi-co, no por vivido sino por repetido,Karl Rahner planteaba, a finales de ladcada de los 60 del siglo XX, comodesafo y condicin ineludible para loscristianos del futuro, el ser personasque hayan experimentado algo: Lanota primera y ms importante que ha

    de caracterizar a la espiritualidad delfuturo es la relacin personal e inme-diata con Dios. Esta afirmacin puedeparecer una perogrullada... Sin em-bargo actualmente est muy lejos deser algo que cae de su peso1. Y cons-tataba una serie de caractersticas de lasociedad en las que basaba su afirma-

    cin. Cuarenta aos ms tarde, el tex-5

    1. BUSCAR A DIOS, ENCONTRAR A DIOS?

    Siempre, y tambin ahora, vivir cristianamente ha sido y sigue

    siendo para muchas personas una llamada y un desafo. En cadapoca, sin embargo, llamada y desafo tienen sus propios acentos.

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    to y las razones del telogo alemn nohan perdido actualidad o peso.

    Sin embargo, semejantes afirma-ciones pueden suscitar en nosotros yen muchas personas desaliento y des-nimo ms all del acuerdo terico. Elque provendra de sentirnos incapacesde semejante experiencia, el de creer-la fuera de nuestro alcance. O de con-cebir dicha experiencia de Dios co-mo una exigencia ms que puedeser hermosa e incluso atractiva, peroincompatible e imposible en las con-diciones normales e innegociables denuestra vida cotidiana. Por tanto, afir-mar la necesidad de la experiencia deDios sin explicarla y sin dar vas deacceso a la misma es meter a la genteen un callejn sin salida, y hacer unflaco servicio a la vida de fe. Comotambin lo sera hacer propuestas pa-ra llegar a ella slo asequibles parauna minora de personas que pudieranpermitirse el lujo de unos determi-nados y exclusivos parmetros devida.

    En esta situacin, parece recobrarvigencia el slogan clsico de la es-piritualidad ignaciana: buscar y en-contrar a Dios en todas las cosas. Entodas. En esta afirmacin condensaIgnacio, ya al final de su vida, su pro-pia madurez espiritual2 y a ella apun-ta todo su elaborado proceso de peda-goga y formacin espiritual, tal comolo explicitan lasConstituciones de laCompaa de Jess3. La gran cargapedaggica de los escritos bsicos dela espiritualidad ignaciana, y el acusa-do realismo del santo de Loyola, noshacen pensar que, pese a la distanciade siglos, podremos encontrar en di-

    cha espiritualidad sugerencias no slotiles, sino incluso valiosas, paraafrontar ese desafo que nos plantea lafe en el tiempo presente.

    1.2. Buscar

    El primer trmino de la doble pro-puesta contenida en el slogan ignacia-no, buscar a Dios, parece que, de en-trada, suscita menos problemas, esms asequible, est ms en nuestramano que el segundo. Lo de encon-trar a Dios ya nos parece ms com-plicado, atendiendo a experienciaspropias y ajenas. Sin embargo, sobreambas hay que hacer, de entrada, ob-servaciones importantes.

    Quin busca a quin o quin en-cuentra a quin, el hombre a Dios oDios al hombre? Quin es el sujetoprimero de ambos verbos? Contra lo

    que pudiera afirmar una primera res-puesta apresurada, es Dios quien pri-mero busca y quien primero encuen-tra. As lo afirma toda la tradicinespiritual desde el Antiguo Testamen-to, pasando por San Juan de la Cruz(Como el ciervo huiste, habindomeherido), llegando a Simone Weil(Dios se agota, a travs del infinitoespesor del tiempo y del espacio, pa-ra alcanzar el alma y seducirla).

    Y en ese darse a conocer, Dios esabsolutamente libre: Me he dejadoencontrar de quienes no preguntabanpor m; me he dejado hallar de quie-nes no me buscaban. Dije: Aqu estoy,aqu estoy a gente que no invocaba minombre (Isaas 65, 1). Afirmar esto

    significa que, al hablar del encuentrode Dios con la persona humana, en-6

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    tramos en un mbito de libertad infi-nita y de misterio desbordante por par-te de Dios. Son inabarcables e inson-dables las maneras, los caminos, lostiempos, las mediaciones de Dios pa-ra llegar a cada persona! Lo que eneste cuaderno vamos a proponer sonsencillas aproximaciones al encuentroentre Dios y la persona humana, sinpretensin alguna de exhaustividad.

    Lo primero que provoca el toquede Dios en aquel que lo percibe, quelo acusa, es el despertar del deseo hu-mano de Dios, la sed de Dios delsalmista. Sal tras de ti clamando,dice Juan de la Cruz. El encuentro noes ms que el inicio de un aprendiza- je a vivir, sentir, decidir de otra ma-nera, y as, a ir pasando del recono-cimiento de aquella Presencia, quenos ha salido al encuentro con inespe-rada intensidad, a la entrega confiadaa Aquel de quien su presencia no esms que su espalda4. Buscar a Dioses en nosotros antes un deseo que unaactividad.

    La espiritualidad ignaciana apuntaa una bsqueda de Dios que no elimi-na ningn mbito, ni de la persona nide la vida: la interioridad, pero tam-bin la actividad exterior; los momen-tos de carcter ms explcitamentereligioso, y los que no lo son. Yapunta, asimismo, a un encuentro quees habitual y cotidiano, no slo pun-tual o excepcional.

    Definirnos en nuestra condicincristiana como buscadores de Diossupone una doble actitud de fondo sisomos coherentes con lo afirmadohasta ahora: la confianza y la humil-dad. La confianza, porque somos re-

    ceptores de la promesa del Seor quesale a nuestro encuentro y que ha pro-metido mostrarse a los que le buscancon limpieza de corazn; la humildad,porque somos bien conscientes de queno est en nuestra mano no ya el re-sultado de la bsqueda, sino siquierael deseo de la misma, que es ya don.Humildes y esperanzados buscadoresde Dios y ante Dios; humildes tam-bin ante los dems hombres y muje-res que buscan, porque no nos defini-mos ni ante nosotros mismos ni anteellos como poseedores o dispensa-dores de un Dios al que poseemos,manipulamos o hemos hecho nuestropara siempre.

    1.3. Encontrar

    As como la expresin buscado-res de Dios es una expresin que, deentrada, no suscita desconfianza, sinoms bien deseos de acercamiento porsu modestia, los/as que han encon-trado a Dios, si se definen a si mis-mos/as como tales, suscitan ms bienrecelo e incomodidad. Demasiadasveces en la vida hemos percibido enquienes afirman haber encontrado aDios a personas que se han apoderadode l o lo han utilizado en beneficiopropio o incluso como arma arrojadi-za contra otros. Gente con seguridadesinquebrantables y con soberbia o pre-potencia notable, ms propensa al jui-cio que a la misericordia y al dictamenms que al acompaamiento. Por esoser bueno hacer alguna observacinsobre aquello que queremos decir alutilizar la expresin encontrar aDios.

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    mo una sobrecarga ms, aadida a lascargas que ya proporciona la vida, si-no como la tarea ilusionante de llevar

    a plenitud nuestras propias posibilida-des humanas, y en ello recibir el rega-lo aadido del encuentro con Dios.

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    2.1. Disponerse a si mismo,ayudar a otros a disponerse

    La tarea de disponerse tiene com-ponentes positivos, de construc-cin, y otros que tienen que ver mscon eliminar obstculos para esa ex-periencia de Dios. Disponerse es, poruna parte, fomentar capacidades y ac-titudes que nos preparan, que nos ha-cen ms aptos para la experiencia y,

    por otra, quitar elementos que nospueden distraer de la misma, alejarnosde ella, encerrarnos en nosotros mis-mos, impidiendo la apertura a lo queviene de fuera. Disponerse tiene, asi-mismo, una vertiente de tarea ms in-terior que tiene que ver con el cuida-do del deseo, con la peticin, lapurificacin... y una tarea ms exterior

    que tiene que ver con la puesta a pun-11

    2. PERFIL HUMANO PARA LA EXPERIENCIA DE DIOS

    Un trmino sintetiza en la historia de la espiritualidad la tarea que

    ha de hacer la persona humana para hacer posible la experienciade Dios en su vida. Ese trmino es disponerse. Disponerse a reci-bir el don; dicha expresin sintetiza una serie de aspectos y activi-dades: estar atentos, ponerse en el lugar adecuado, dejar sitio paraaquello que va a venir. El esfuerzo del hombre desde esta fase dela disposicin no se orienta a lograr, conseguir, captar o dominar unobjeto al que se dirija. El esfuerzo est orientado, ms bien, ahacer disponible, vaciar el propio interior, hacer silencio en torno auno mismo y en el propio interior: estando ya mi casa sosegada,para que resuene la Palabra presente en el corazn8.

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    to o el desarrollo de determinadas ca-pacidades.

    Ese disponerse es, por decirlo deun modo sencillo, ir preparando unsujeto, una persona humana, capazde la experiencia de Dios, abierta aella, deseosa incluso. Definir el perfilde ese sujeto y las pedagogas paraformarlo es la gran tarea actual de laformacin cristiana propia y ajena, si,de verdad, pensamos que la clave pa-ra la existencia de cristianos/as en elfuturo es que sean personas capacesde experiencia personal. Al definir unperfil de personas estamos sealando,al mismo tiempo, los horizontes y ob- jetivos de su formacin. Nos encon-tramos, pues, ante un tema de unaenorme trascendencia para el futuro.Para nuestra formacin personal y pa-ra nuestra accin evangelizadora.

    El perfil que vamos a dejar descri-to, define la situacin de partida o esel punto de llegada? Son unas condi-ciones para la experiencia personal deDios o es el poso que deja en la per-sona esa experiencia? Ambas cosas.Como sucede en otros mbitos de lavida... Pensemos en el deporte, o en elcanto: para la prctica inicial se re-quieren unas cualidades mnimas y unentrenamiento bsico; con el ejerciciode la actividad, las cualidades inicia-les se van desarrollando hasta su ple-nitud.

    Vamos a definir a continuacin unaserie de capacidades que, al menos engrado mnimo, son necesarias en unapersona que quiera ser sujeto de la ex-periencia de Dios; pero que con lamisma van a ir madurando y profun-dizndose.

    Escogemos cinco capacidades orasgos para definir el perfil del sujetode la experiencia de Dios. Es, obvia-mente, una eleccin subjetiva, aunquecreo que no arbitraria. Nos decanta-mos por ellas teniendo en cuenta tan-to las posibilidades como las dificul-tades que nuestra cultura dominante ynuestro entorno social presentan albuscador de Dios. Cada personatendr que ver en qu medida necesi-ta trabajar una u otra y cul es el gra-do de intensidad que debe poner en elcuidado de cada una de ellas: no es to-do, ni todo al mismo tiempo, sino que,como en cualquier proyecto pedag-gico, la personalizacin es imprescin-dible.

    Utilizaremos, intencionadamente,un lenguaje lo ms universal posi-ble. Y en cuanto ms universal, apli-cable con amplitud a muchos proyec-tos educativos y formativos depersonas, ms all de una especifici-dad cristiana. En este sentido creo quenuestra reflexin gana en utilidad co-mo propuesta formativa.

    2.2. Capacidad de interioridad

    Entiendo la interioridad en un do-ble sentido. Por una parte, la capaci-dad de conectar con el mundo interiorde la propia persona: la capacidad deobservar los movimientos interiores,de escuchar palabras y ruidos inter-nos, de discernir o separar sentimien-tos y juicios, de sentir correctamentelos deseos y su fuerza, etc... Pero tam-bin, por otra parte, entiendo por inte-rioridad la capacidad de relacionarsecon lo exterior desde dentro de uno

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    mismo, no meramente desde las capasms superficiales de la persona; y ah se incluyen cosas como la capacidadde conectar ntimamente, de captarsignos, de interpretar gestos, etc.

    No es necesario emplear muchoespacio en justificar la inclusin de es-ta capacidad de interioridad dentro delperfil del sujeto que quiere estar dis-ponible a la experiencia de Dios.Dios no es evidente, no est en la su-perficie de las cosas o de los aconte-cimientos, no es lo primero que se ve...y la dispersin, la aceleracin o la ba-nalidad, tan presente en nuestros rit-mos de vida, en nuestras maneras deestar, mirar o relacionarnos, no ayu-dan al encuentro con l.

    Dentro de este necesario y com-plejo trabajo de la interioridad, megustara destacar tres reas de aten-cin especiales: la espiritualidad delcuerpo, la reconciliacin con el silen-cio y la valoracin de la contempla-cin.

    El cuerpo humano, el cuidado, yms all del cuidado, el culto al cuer-po, es una de las caractersticas pro-pias de nuestro momento cultural, es-pecialmente (aunque no slo) en lasgeneraciones ms jvenes. Los me-dios, las horas, el dinero que se dedi-ca a ello, son abundantes; es sorpren-dente lo que un buen cuerpo o uncuerpo atractivo condicionan, incluso,la estima de las personas. Son datosque no podemos ignorar. Porque, ade-ms, el cuerpo es un elemento de pri-mer orden en la capacidad humana derelacin: con uno mismo y con losdems, en la buena o en la mala rela-cin.

    Y en nuestro discurso educativo opastoral sobre el cuerpo, y el uso delcuerpo en la relacin con uno mismo,con los dems y con Dios, hemos deevitar, en mi opinin, un doble extre-mo. El extremo de un discurso sobreel cuerpo que lo demoniza, lo fusti-ga o lo presenta siempre como obst-culo u elemento negativo: en definiti-va, un discurso predominante ypreferentemente moralizador sobreel cuerpo (normalmente para decir loque est mal, que suele ser casi todo).O el otro extremo: el de ignorar elcuerpo; el de un silencio total sobre elpapel del cuerpo en la vida de las per-sonas, o por comodidad o por no sa-ber qu decir. Ni una cosa ni otra ayu-dan a la gente. Obviamente, hablamosde cuerpos con sexo, no asexuados,pero cuerpos que son ms que sexo.

    Es necesario pensar y educar en unuso espiritual del cuerpo. De uncuerpo que es mediacin necesaria denuestras relaciones como personas. Esnecesario hacer una reflexin sobre elcuerpo con ms carga espiritual ycon menos carga moral. Porque,adems, la primera ha de preceder ne-cesariamente a la segunda, si sta hade ser correcta...

    Pensemos en los sentidos. No setrata slo de guardar los sentidos,que s que habr que hacerlo en oca-siones; se trata tambin de aplicar lossentidos9. Sentidos que son las puer-tas de nuestra comunicacin con el ex-terior. Con la mirada se puede violen-tar e incluso violar o se puede acogery sanar; el odo necesita ser educadopara la escucha, y eso es ms que fi-siologa; las manos pueden golpear o

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    acariciar, ser posesivas e incluso gol-pear o transmitir ternura; al gusto hayque educarlo para saborear, que es unpaso necesario para el valorar y agra-decer; el olfato puede ser un sentidointerior que nos oriente en la vidacuando no hay demasiada evidencia oclaridad...

    Hablaba tambin del silencio, y deuna relacin reconciliada con l.Tengo la sensacin de que nuestra cul-tura mantiene con el silencio una rela-cin curiosa de amor/odio o, quiz alrevs, de miedo/bsqueda. Por unaparte, vemos cmo de tantas y tan va-riadas maneras se evita el silencio.desde el uso compulsivo, e incluso so-cialmente molesto, del mvil, hastatodo tipo de msica ambulante; pero,por otra, se valoran las escapadasque de vez en cuando se realizan a di-versos mbitos de silencio... Para laexperiencia de Dios ayuda el hbito desilencio, la capacidad de silencio. Noestoy diciendo que esa experiencia sed slo cuando se est en silencio, nimucho menos, pero s que esa capaci-dad de silencio ayuda a percibirla in-cluso en medio de la agitacin.

    Hablamos de un silencio que esms, mucho ms, que la ausencia depalabras: se trata de un silencio quetiene que ser elocuente con la vida,que es disposicin para la escucha dela voz de Dios en la propia existenciay que no tiene nada que ver con la ce-rrazn huraa o con la hosca mudezen la que, con demasiada frecuencia,pretendemos esconder nuestra falta deautocomprensin de la propia realidady, obviamente de los acontecimientosque vivimos a lo largo de las horas, del

    tiempo y del espacio... Ese silencio noes lo opuesto a la palabra, es lo opues-to al ruido y a la distraccin perma-nente10.

    Aada un tercer elemento dentrode esa capacidad de interioridad, ca-racterstica primera del sujeto de la ex-periencia de Dios: la valoracin de lacontemplacin. La contemplacin noslo como una forma concreta de ora-cin o de acercamiento interior y/omstico a determinadas realidades, si-no la contemplacin como talante devida. Y aqu es oportuno recuperaraquello, tambin ignaciano, del con-templativo en la accin (in actionecontemplativus), tan limitada y par-cialmente interpretado a veces. Puesesa frmula no habla de introducirdosis de contemplacin en medio dela accin (ni muchas ni pocas): no essa la cuestin; se trata de trabajar, deactuar, de vivir... contemplativamente.Que es una manera particular, ms va-liosa, de hacer y vivir la vida...

    Un modo de situarse que, por unaparte, requiere de una calidad interior(de la que venimos hablando) y que,por otra, da tambin una calidad ma-yor, un alcance mayor, una riquezams grande a todo lo que la vida nosaporta. Vivir contemplativamente esvivir respetando la realidad y las per-sonas, no usurpando el protagonismoque tienen personas y cosas mediantenuestro autocentramiento, no ponin-donos como pantalla o muro contra elque se estrella todo aquello que nos esaportado; situarnos con atencin, fi- jndonos en el detalle, valorando elgesto, sin prisa, dejndose invitar msque invadiendo los espacios del otro,

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    etc... No podemos ni siquiera intuir lonueva que se vuelve la vida cuan-do se la vive contemplativamente!

    2.3. Capacidad de eleccinNo se puede aspirar a todo, no se

    puede querer todo, no se puede tenertodo, no todo es compatible con todo,no todo vale. Estas afirmaciones tanelementales y obvias en apariencia enocasiones son difciles de aceptar ennuestra cultura ambiente. Pero hayque poner en cuestin ese todo vale,todo al mismo tiempo, todo escompatible, si se quiere estar dispo-nible para una experiencia de Dios, unDios que no es una cosa ms, una op-cin ms, un amor ms: ... Dios nopuede ser tratado como una cosams entre muchas: l es el nico Dios,la fuente trascendente de todo lo bue-no. No podemos servir al Dios deAbraham, Isaac y Jacob a menos quelo amemos con todo nuestro corazny no meramente ponindolo el prime-ro de la lista11.

    Ello nos plantea la necesidad de ircreciendo en capacidad de eleccin,entendiendo este trmino en el senti-do ignaciano del mismo. En qu con-siste, de qu hablamos? Antes que na-da, hablamos de tener claro aquelloque afectivamente debe centrar nues-tra vida, y en funcin de eso ir to-mando decisiones de aceptar o de de- jar cosas, con un criterio de limpiezainterior: si nos ayudan a centrarnos enaquello que debemos, tomarlas, o sinos apartan, dejarlas. Vale aquelloque nos ayuda, no vale aquello quenos separa. Esa claridad interna, y esa

    limpieza de planteamiento e inten-cin, nos ayudarn a una vida orde-nada, en trminos ignacianos, cohe-rente en nuestro vocabulario. No setrata slo de un orden exterior, sinode algo ms hondo: de que las cosasestn en su sitio correcto y ocupen ellugar que deben ocupar, si es que de-ben ocupar alguno.

    Esa limpieza de intencin, de co-razn, de bsqueda, nos pone en uncamino acertado y orientado haciaDios. Lo contrario nos va haciendo vi-vir a impulsos, dando pasos adelantey atrs, dando vueltas, en ocasiones,en torno a cosas muy secundarias o ni-mias. No es que el camino a Dios seaun camino siempre recto, siempreadelante, siempre claro... pero esalimpieza de intencin nos libra de des-viaciones engaosas.

    Esta capacidad ignaciana de elec-cin, que es tambin capacidad decompromiso y de toma de decisiones,es capacidad de jerarquizacin, depriorizacin, de control y dominio so-bre los impulsos de la vida... Se tratade conducir nosotros el coche de la vi-da, no de ser llevados por el coche; deque seamos nosotros los que establez-camos unos criterios en funcin de loscuales las cosas entran ms o menos,o no entran, en nuestras agendas, y node que sean las agendas las que nosmarquen el paso... Es la capacidad demarcar las prioridades y los ritmosdesde dentro. Nos permite valorar msall de lo espontneo y primario...

    Buscar a Dios ha de ser una deci-sin firme en el corazn, y condicio-nante de lo concreto de la vida, paraque nuestros pasos no flaqueen en un

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    camino que, en ocasiones, se hace msduro de lo esperado.

    2.4. Capacidad de gratuidad

    Es la capacidad de no buscarnos anosotros mismos, de no ser nosotrosel objetivo ltimo de nosotros mismoso de nuestra vida, de no ser el puntode referencia desde el cual todo se va-lora. Esta palabra gratuidad, com-prensible aunque difcil para el len-guaje de nuestra cultura, viene, en miopinin, a equivaler a trminos clsi-cos de la tradicin espiritual comopobreza de espritu, descentra-miento, abnegacin, salir del pro-pio amor, querer e inters.... La gra-tuidad es, de entrada, gratitud:capacidad de valorar agradecidamen-te todo aquello que somos y tenemos;y luego, de salida, generosidad: preci-samente porque agradecidos somosdesprendidos, y porque desde la grati-tud lo normal es compartir y no de-fender nuestra posesin.

    Hay una gratuidad respecto a unomismo que tiene que ver con el des-pojarse, con los despojamientos.En primer trmino, se trata de la acep-tacin serena, humanamente serena,de aquellos despojamientos que la vi-da nos va haciendo: del vigor y elatractivo fsico, de la salud, de las cua-lidades intelectuales, de la capacidadde autonoma, del ocupar situacionesde relevancia... Qu pattico suele serel espectculo de quienes se resisten aperder: desde los/as que a los 60 aosse empean en vestir como si tuvieran25, hasta los que reiteran una y otravez sus glorias pasadas! Unos/as ha-

    cen rer, otros aburren y suscitan unacierta lstima... Y, sin embargo, cun-tas veces se da esa resistencia a acep-tar los despojos de la vida... Tambinhay un despojarse de tantos man-tos que llevamos encima, con los quenos abrigamos s, pero tambin nosenvolvemos, ocultamos y aislamos.Discernir sobre la necesidad y funcinde nuestros mantos e irnos despojan-do de aquellos que nos quitan agili-dad, de aquellos que sobrndonos anosotros podran cubrir algo a otros...

    Si respecto a nosotros la gratuidadtiene que ver con despojamientos,respecto a lo exterior a nosotros tieneque ver con el desasimiento de las co-sas. No estar asidos, no estar aga-rrados a aquello que tenemos, e in-cluso a aquello que necesitamos tener.Gratuidad tiene que ver con nuestromodo de relacionarnos con cosas ypersonas, a las que tantas veces trata-mos y utilizamos como cosas, comoobjetos, en funcin de nuestros obje-tivos personales. Hablar de gratuidades hablar de libertad ante las cosas yde disponibilidad ante las personas.

    Hay un nivel ms hondo de gratui-dad, que es la gratuidad ante Dios.Esta gratuidad ante Dios es la sincerahumildad. Estar ante Dios sin preten-siones, sin exigencias, sin condicio-nes... Qu difcil nos resulta situarnosas ante l! O como Jess nos invitaen la parbola del Padre y los dos hi- jos: estar ante Dios y con Dios disfru-tando de ser hijos. Simplemente eso...Normalmente tendemos a situarnosante Dios de dos modos equivocados:como deudores o como acreedores. Eldeudor se sita ante Dios atemoriza-

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    do; y no tiene sentido situarse as, por-que Dios nos perdona las deudas. Elacreedor se sita ante Dios con enojo,malhumorado: y tampoco tiene senti-do situarse as, porque Dios nos ha da-do ya lo ms valioso que tiene, la po-sibilidad de participar de su mismavida. Ante Dios como hijos, disfru-tando: eso es humildad, eso es gratui-dad... Ni nuestro temor ni nuestrasexigencias nos acercarn ms a Dios,sino nuestro caminar humilde, enexpresin del profeta Miqueas.

    2.5. Capacidad de encuentroen la relacin humana

    No quiero hacer caricatura fcil:tan slo poner un ejemplo comprensi-ble. Sobre un determinado modo derelacin humana que difcilmente lle-ga al encuentro personal, por muchashoras que se empleen. Es la relacintipo chat como modelo de falsa re-lacin humana frecuente en nuestrotiempo. De entrada, se utiliza unnick: ese nick puede revelar algo dela propia persona o absolutamente na-da, o ser totalmente engaoso; por otraparte, se puede modificar a voluntad,cuantas veces se quiera. En el conte-nido de la conversacin, y como diceel viejo aforismo, se miente ms quese habla; en cualquier caso, nada nospermite verificar la verdad de lo quese dice, y en las conversaciones dechat es ms razonable la sospecha quela credibilidad. La relacin se corta avoluntad, despidindose o no: paraello, se puede mentir (ahora vuelvo,me llaman por telfono, etc...), sepuede ignorar al interlocutor e im-

    pedir que ste se ponga de nuevo encontacto conmigo, se puede cambiarde canal... Se pueden haber pasado ho-ras chateando con una persona sin lle-gar a establecer ningn vnculo perso-nal, o ms horas an charlandosimultneamente con muchos sin lle-gar a establecer una conversacin deun cierto tono con alguien.

    Hemos descrito un tipo de relacinentre personas en la que no hay en-cuentro. En la medida en que estaforma de relacin sin autntico en-cuentro se reproduce en la vida, seempobrece la capacidad de relacinhumana. Sin una capacidad de rela-cin humana medianamente madura,difcilmente es posible una relacincon Dios de una cierta hondura.

    Para la maduracin de nuestra ca-pacidad de encuentro en la relacinhumana hay varios elementos a cuidary/o potenciar. Uno, primero, es evitarlos ensimismamientos en sus diver-sas formas: desde los pasivos, queseran aquellos que consisten bsica-mente en abstraerse o desinteresarsede todo aquello que no es uno mismo,hasta los ms activos, que seranaquellos que hablando de cualquiercosa o de cualquier tema slo hablande yo.

    La dinmica de relacin autnticaque posibilita el encuentro verdaderoentre personas queda truncada cuandono se evitan tendencias y dinmicas dedependencia, de manipulacin, de po-sesividad; esto nos va a exigir, en mu-chas ocasiones, autocrtica, examen yesfuerzo. Tiene que ver con ello algoque es importante recordar, y de unmodo especial a las personas religio-

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    sas: que la autntica relacin huma-na, el autntico encuentro suponeno slo dar, sino tambin recibir, noslo capacidad y disponibilidad paradar, sino tambin capacidad y dispo-nibilidad para recibir12. La gratuidadno es dar sin recibir, sino dar sin exi-gir, sin buscar compensacin o pago,sin buscarme a mi mismo en el dar: yeso es otra cosa. O no hemos cadoen la cuenta de que muchas veces laspersonas aparentemente ms desinte-resadas son las ms posesivas, las msmanipuladoras, las ms rencorosascuando el agraciado no respondecomo ellos quieren y esperan?

    Una relacin de encuentro tien-de necesariamente a la implicacin.Sentirnos afectados, dispuestos, y im-plicarse y complicarse por aquello quedescubrimos en la relacin con elotro... Y un modo de vivir la historia:no se trata de sentirnos culpables deaquello que no lo somos, porque so-bre ello no tuvimos ninguna respon-sabilidad personal, pero s responsa-bles: de asumir las responsabilidadesque tenemos en la historia que vamosconstruyendo y que con/por nuestrasdecisiones u omisiones va tomandouno u otro sesgo.

    En este contexto resuena la llama-da evanglica, recogida tantas vecesen la teora y en la prctica por maes-tros de la espiritualidad, a la cercanay al encuentro con los pobres como lu-gar de la experiencia de Dios. Peroojo!, no malinterpretemos: no es queporque me acerco (fsicamente, msque nada) a los pobres yo soy estu-pendo/a, bueno/a y Dios me da el ca-ramelo del encuentro con l. Dios no

    admite que hagamos de los pobresmoneda de nada. Sino que cuando yome encuentro de verdad con los po-bres me empobrezco de las cosas y,sobre todo, de m mismo; que su cer-cana me desposee, y en esa despose-sin, en ese vaciamiento, soy visitadopor Dios, el Dios que se empobrecipara enriquecernos de su vida y de supresencia13.

    2.6. Capacidad de fortaleza

    No hay gracia barata. Cuntos sonlos desiertos que hay que cruzar parallegar hasta el mar...! Estas expresio-nes tan odas, y otras muchas que po-dramos citar, ponen de manifiesto al-go que, por otra parte, todos hemosexperimentado un sinnmero de oca-siones: que las ms autnticas expe-riencias humanas, y la de Dios lo es,no son fciles ni baratas. Por eso, esimportante, no slo para nuestro tema,pero tambin para l, crecer y ayudara otros a crecer en fortaleza. Muchasveces nos dirn y estaremos tentadosde pensar que buscamos en el vaco,que lo nuestro es una quimera impo-sible, que no es sino una complicacinintil...: no podemos dejarnos llevar omover por cualquier viento... O sim-plemente la indiferencia ambientalnos minar por dentro hasta casi dina-mitar nuestro deseo. El buscador, elcaminante, sigue caminando tambincuando el viento sopla de frente y arre-cia, y si no est dispuesto a ello dif-cilmente llegar a la meta.

    En un sentido primero entiendo co-mo fortaleza la capacidad de tener uncriterio propio y de sostenerlo all

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    3.1. Ayudar a formar el sujeto

    La palabra ayudar sintetiza todo

    aquello que, quien afronta la vida des-de la espiritualidad ignaciana, quierehacer por los dems. Es una palabraclave. Y es tambin una palabra com-pleja a poco que se la analice: porquees, a un tiempo, una palabra llena deambicin y tambin de modestia. Deambicin, porque no fija ningn lmi-te, sino que ms bien abre un amplio

    campo, un amplio abanico de posibi-lidades y actividades; modesta porque

    sita a la persona que quiere ayudar alos pies, al servicio de la otra persona,sin protagonismo ni mando alguno,como sencillo ayudante. Palabraambiciosa en su objetivo, modesta ensu actitud: es una intuicin genial, pe-ro qu difcil es ese equilibrio en lavida!

    Lo que se va a ofrecer en las pgi-nas siguientes de este cuaderno quie-re situarse en este mbito de la ayuda.No quiere ser otra cosa que un con- junto de sugerencias que ayuden a

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    3. PEDAGOGA: EL ESTILO DE VIDA

    Sealado ya el perfil del sujeto ms dispuesto, ms capaz de

    recibir la experiencia de Dios, y tras reiterar una vez ms la sobe-rana libertad de Dios para pasar por encima de cualquier lmitehumano, se trata ahora de abordar las pedagogas para ir traba- jando y construyendo dicho sujeto. Antes de entrar en ellas, en sudescripcin bsica, creo necesarias algunas observaciones impor-tantes, que comenzar utilizando una palabra y un verbo central enel modo de vida y en la pedagoga derivada de la espiritualidadignaciana: ayudar.

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    crecer como sujetos disponibles a laexperiencia de Dios. Lo que viene acontinuacin no son, no quieren ser enmodo alguno, nuevas obligaciones,nuevas cargas, nuevas condiciones...ni tampoco seguro o garanta de na-da: simplemente son elementos deayuda que se ofrecen y que deben serutilizados por si ayudan y por quienpiense que algo de esto le pueda ayu-dar. Con ese espritu han de ser vivi-dos para ser vividos sanamente, evan-glicamente.

    Al hablar de estas ayudas, hablare-mos de dos cosas que, aunque se en-cuentran en algunos momentos, noson exactamente las mismas: hablare-mos de estilos de vida y tambin deactividades concretas. Pero antes deestilos que de actividades. Por muchasrazones. La primera y principal, por-que en nuestro crecimiento como su- jetos, con el perfil al que antes hemosapuntado, el estilo de nuestra vida esdeterminante. Hay estilos de vida quenos ayudan a crecer como sujetos,simplemente por vivir de una deter-minada manera, y otros que nos lo im-piden, tambin por vivir de otra con-creta manera. Muchas veces heexperimentado en m y en otras per-sonas que los bloqueos en los proce-sos interiores, espirituales, tienenque ver con cuestiones relacionadascon el estilo de vida y estn pidiendocambios en el modo de vivir14. En se-gundo lugar, hablamos de estilo de vi-da antes que de actividades, porque esel primero el que da contexto y senti-do a las segundas, que no se validanpor s mismas, sino por ayudar a sos-tener o profundizar algo que va ms

    all de ellas mismas. De su sentido in-terior, hablaremos ms tarde, al intro-ducirlas.

    Esbocemos, pues, algunos rasgoselementales de un estilo de vida queayude al crecimiento del sujeto quehemos descrito en las pginas anterio-res.

    3.2. Austeridad

    Es el elemento primero que a casitodos se nos ocurrira al disear un es-

    tilo de vida que ayude a crecer comosujetos, ya no slo de la experienciade Dios, sino de una vida humana enplenitud. Una austeridad que no es, s-lo o principalmente, eliminar aquellode nuestra vida que es superfluo o ex-cesivo (tambin eso, claro), sino quepretende, principalmente, el uso ade-cuado de todo aquello que nos es ne-

    cesario, el control de la respuesta quedamos a nuestras necesidades de todotipo: no slo las ms fsicas y prima-rias (el comer, el dormir...) sino tam-bin aquellas que nuestra vida nosplantea: el trabajo y sus herramientas,el descanso y sus exigencias, la vidade relacin y sus compromisos... Nose trata, pues, principalmente, de eli-minar lo superfluo, sino de tener uncriterio adecuado en el uso de lo ne-cesario: el mvil, el coche, el ordena-dor, los viajes, la televisin, etc.

    En el plano meramente humano elobjetivo de esta austeridad es asegurarque, en palabras de San Ignacio, sea-mos seores de s15, seores de nos-otros mismos, y que la sensibilidad

    obedezca a la razn, que no perda-mos el control sobre ningn aspecto22

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    labra, espacios a los que no se les sa-que un mal llamado provecho in-mediato, pero que son los que, a la lar-ga, dan calidad a nuestra vida.Espacios donde se ejercita lo gratuitoy donde se recupera oxgeno... La con-vivencia, el gozo y el cultivo de laamistad, el ejercicio del deporte, eldisfrute de la naturaleza o del arte encualquiera de sus formas, el puro si-lencio... Tantos son posibles!

    Estos espacios verdes en la vidatienen el efecto y el valor de liberar, oal menos de aminorar, la presin quela vida nos pone encima: nos descom-presionan y, al liberarnos de presin,o de parte de ella, nos disponen parala relacin. Presionados, tensionados,difcilmente somos nosotros mismosen la relacin y difcilmente la pro-fundizamos: nos puede la prisa, lapreocupacin por lo que ha pasado, laangustia por lo que va a venir, ya seareal o imaginario... No acabamos deestar con el otro aunque fsicamente loestemos; y seguimos estando, en elfondo, con nosotros mismos.

    La relacin sana con Dios y con losdems exige una cierta serenidad departida. No podemos interpretar enesta lnea esa exigencia tan hermosade la Escritura de descalzarse antesde entrar en contacto con Dios?Descalzarse es relajarse, situarse enintimidad, renunciar de momento adar ms patadas (en los variadossentidos que esa expresin tiene). Contensin, incluso nuestro acercamientoa Dios es compulsivo, con lo cual loestropeamos: qu difcil es entoncesaquello que decamos, pginas atrs,de situarnos ante Dios sin exigencias,

    sin condiciones, sin imposiciones...!Nuestra oracin, si no nos descalza-mos de nuestra tensin, ms que en untiempo de relacin y dilogo, se con-vierte en un tiempo de cavilacin o demonlogo con nosotros mismos sobrenuestras necesidades y nuestras an-gustias.

    Hay definiciones preciosas de laoracin que tendramos que recuperar.La oracin como disfrutar de Dios, laoracin como descansar en Dios...Todo esto es tan gratuito, s, pero tanhumano, tan hondo, tan transforma-dor... tan sorprendentemente transfor-mador. Disfrutar de Dios: de esaPresencia clida, que acoge sin exigir,que nos escucha antes que hablemos ycuando no tenemos palabras para ex-presar lo que sentimos, que lava unospies que se han ensuciado caminandopor donde no deban. Sentir eso en lohondo del corazn es lo que transfor-ma. Descansar en Dios. Tanto comopadecemos, tanto como deseamos,tanta impotencia cuanta experimenta-mos, tanto fracaso cuanto nos cuestaasumir... Disfrutar de Dios, descansaren Dios: slo ser posible si antes he-mos paseado por los espacios ver-des de nuestra vida... Y cmo pasea-remos si no los tenemos?

    3.5. Aperturas al aire de afuera

    Es verdad que Dios y su Espritupueden atravesar los muros, perocunto ms fcil ser que puedan en-trar en nuestra vida si en ella hay es-pacios por donde pueda entrar lo quehay fuera de nosotros mismos, aque-llo que es distinto y por donde nos

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    venga el Distinto, el Otro. Encastilla-mientos fsicos, mentales, personalesno favorecen la entrada de Dios.

    Porqu nos encastillamos? Porqu protegemos con vallas de todo ti-po nuestras vidas? Por qu tanta vi-deocmara, guardia de seguridad, c-digos secretos para entrar o para salir?Por miedo a que nos puedan agredir,a que nos hagan dao. Qu sentidotiene tener miedo a Dios, a no ser quenuestro Dios ya no sea el de Jess?...Por comodidad, para que no nos mo-lesten, para que nos dejen en paz connuestra vida y con las comodidades denuestra vida: dejados a esa tendencia,falta el aire, nuestra vida se va ha-ciendo raqutica, despreciable, caren-te de frescura y de verdor, inspida...Para que los que vienen de fuera nonos quiten lo que tenemos, lo que esnuestro, lo que nos ha costado aos yaos, quiz siglos, conseguir: trabajo,seguridad, modos de hacer y de vivir,salud...: como si algo de lo que tene-mos , y especialmente aquello ms va-

    lioso que tenemos, no lo hubiramosrecibido de otros, como si aquellosque vienen de fuera no tuvieran nadaque aportarnos, nada con que enrique-cernos... precisamente en aquellosmbitos en los que ms carecemos.

    Y tiene esto algo que ver con laexperiencia de Dios? Creo que s.Est bien comprobado y sobrada-mente demostrado que los encastilla-mientos exteriores provocan aisla-mientos interiores, rigideces,ensimismamientos bastante patti-cos, porque acabamos creyendo quela realidad es nuestra realidad: Yotengo las ideas claras, no me moles-ten con hechos!. Por eso es necesa-rio que dejemos en nuestro ritmo devida espacios para que otras perso-nas, otras realidades, otros modos deentender el mundo y la vida se haganpresentes. Ellos van a ser muchas ve-ces el instrumento con el que Dios vaa tocar y quebrar nuestra seguridad,disponindonos, de modo a vecesmuy radical, a recibirle.

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    determina la eleccin por cada perso-na de unas u otras. Tampoco en estecaso se trata de que todos lo hagamostodo, sino de que cada uno de nosotrosescoja aquellas que le puedan ayudary movilizar en cada uno de los mo-mentos y circunstancias de su vida. Deah la insistencia ignaciana de que ladecisin sobre la ascesis personal, so-bre las penitencias incluso, sea unadecisin tomada en contexto de acom-paamiento.

    No vamos a proceder a presentarahora un listado, ms o menos amplio,de posibles actividades. Haremos algoms sencillo: guiados de la intuicinignaciana, a partir del modelo que lpropone en las Constituciones de laCompaa de Jess para formar jesui-tas, sugeriremos unas lneas y pro-puestas universales de actividades yejercicios17. Puede sorprender que to-memos este punto de partida, que apli-quemos unos principios pedaggicospensados slo para unos pocos (los je-suitas) de un modo tan amplio; perorecordemos que lo que Ignacio pre-tende en la formacin espiritual del je-suita no es otra cosa que formar per-sonas capaces de encontrarse conDios en todas las cosas.

    Segn el planteamiento ignaciano,habra cuatro grupos de actividades acuidar y potenciar:

    a) Aquellas que tienen que ver conel cuidado de la vida interior

    Son las habituales de una vida cris-tiana medianamente seria y compro-metida: la oracin, en sus diversasformas, la participacin en los sacra-mentos, la vida litrgica... Dentro de

    este apartado hay una que Ignacio re-comienda de modo particular: el exa-men: un examen hecho con frecuen-cia y periodicidad. El examenignaciano no es tanto un ejerciciomoral en el que la pregunta clave espor m y por lo que yo he hecho bieno mal, cuanto un ejercicio contem-plativo, de atencin, en el que el pro-tagonista es Dios y la pregunta es porel paso de Dios, por el toque de Diosen la vida concreta que voy viviendo,con sus circunstancias, personas,acontecimientos... En ese contextotambin me pregunto, obviamente,por mi relacin con Dios.

    b) Aquellas que ayudan a adel-gazar mi ego

    Nos hace falta tambin una gim-nasia de mantenimiento espiritual queconsiste, bsicamente en adelgazarel ego, en impedir que nuestro ego no

    engorde demasiado y nos quite todaagilidad espiritual. Un ego engordadoes absolutamente insaciable: nuncatiene bastante y aprovecha cualquiercircunstancia y ocasin para afirmar-se. En esa lnea van las pruebas queIgnacio propone en su modelo de for-macin (servir en hospitales, peregri-nar pidiendo limosna, hacer oficios

    humildes en casa...). No son pruebaspara dar sensibilidad social (aunque laden), sino pruebas para ejercitar lahumildad, la disponibilidad, el dejar-se ayudar, la confianza, la aceptacinde carencias, el depender de otros... Sutraduccin actual: no tanto ni slo ac-tividades de servicio social, sinoaquellas que me hagan experimentar

    mis limites, mi debilidad, mi impo-tencia, mi necesidad de los dems...28

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    c) Aquellas que me llevan a expli-citar y compartir la fe

    Con un matiz importante enIgnacio: no slo con quienes me en-cuentro a gusto, o me siento al mismonivel, o con auditorios fciles en laalabanza y el aplauso, porque estnpreviamente convencidos; sino msbien en contextos donde explicitar lafe no es fcil, ni cmodo, ni lleva a

    triunfar... Donde se supedita la propiabrillantez o xito a las necesidades deotros.

    d) El acompaamiento

    Como forma de apoyo bsica paraayudarme al discernimiento que todavida cristiana pide y a la transparenciaque es camino seguro en la bsqueday el encuentro con Dios.

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    1. Ver el artculo, ya clsico, de Karl RahnerEspiritualidad antigua y actual en Escritosde Teologa VII, pp. 13-35.

    2. Autobiografa de San Ignacio , n 99. EnObrascompletas de San Ignacio , 5 ed. BAC,Madrid, 1991.

    3. Ver lasConstituciones de la Compaa de Jess ,en Obras Completas de San Ignacio , especial-mente la parte III de las mismas dedicada a laformacin espiritual del jesuita.

    4. Ferrn Manresa: La oracin con el sentimientode una Presencia , cuaderno 18 de laColeccin Ayudar de EIDES, p. 4.

    5. Teilhard de Chardin El medio divino , p. 151-152.6. Ejercicios Espirituales de San Ignacio , en

    Obras Completas , n 336.7. P. Luis Gonzlez de Cmara, Recuerdos igna-

    cianos. Memorial , en Col. MANRESA n 7,Ed. Mensajero- Sal Terrae, n 196.

    8. Juan Martn Velasco: La experiencia cristianade Dios , Ed. Trotta, Madrid, 1996, p. 34.

    9. La aplicacin de sentidos es un ejercicio ora-cional que San Ignacio propone reiteradamen-te en los Ejercicios para profundizar en el

    conocimiento interno y en la relacin amorosay de seguimiento con Jess.

    10. Trinidad Len: Experiencias de Dios en lavida cotidiana,Proyeccin , ao LII, n 217,abril-junio 2005, p. 171.

    11. Timothy V. Vaverek: Asctica cristiana: libe-rarse de la influencia destructiva del consu-mismo, Houston Catholic Worker , vol. 21, n1, enero 2001.

    12. Ignacio subraya en la Contemplacin paraalcanzar amor con la que finalizan susEjercicios Espirituales que el amor consisteen comunicacin de las dos partes (n 231).

    13. Ver las reflexiones de Xavier Melloni en Lamistagoga de los Ejercicios , Col. MANRESA,n.2 24, Ed. Mensajero-Sal Terrae, pp 194-195.

    14. Ignacio advierte al director de Ejercicios queen muchos bloqueos de la experiencia espiri-tual lo que hay que revisar es el comer, el dor-mir, etc... Ejercicios , n 89.

    15. Ejercicios Espirituales de San Ignacio n 216.16. Xavier Melloni, Itinerario hacia una vida en

    Dios , cuaderno n 30 de la Col. Ayudar deEIDES, p. 15.

    17. Ver Constituciones de la Compaa de Jess ,ns 64-70.

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    NOTAS

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