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El derrumbey otras piezas y cuentos
F. Scott Fitzgerald
Traducido por Poli DlanoEditorial Zig-Zag, Santiago de Chile, 1969
Edicin original:The Crack-up. Edmund Wilson (ed.)
New Directions, New York, 1945
Los nmeros entre corchetes correspondena la paginacin de la edicin impresa.
http://letrae.iespana.es/ -
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Piezas Autobiogrficas[9]
Ecos de la Era del JazzEs demasiado pronto para escribir sobre la Era del Jazz con cierta
perspectiva y sin caer bajo sospecha de arteriosclerosis prematura.
Mucha gente sufre todava violentas nuseas cuando se topa con
alguna de sus palabras caractersticas: palabras que desde entonces han
cedido en intensidad a los acuamientos del submundo. Est tan
muerta como lo estaban los escandalosos Noventa en 1902. Sin em-
bargo el autor de estas lneas siempre la recuerda con nostalgia. Lo
sostuvo, lo halag, y le dio ms dinero del que se hubiera soado nada
ms que por decirle a la gente que l senta igual que ellos, que era
preciso hacer algo con toda la energa nerviosa acumulada durante la
guerra.
El perodo de diez aos que, resistindose a morir aejo en su
cama, salt a una muerte espectacular en octubre de 1929, habacomenzado en 1919, ms o menos en la poca de las revueltas del 1. de
Mayo. Cuando la polica embisti a los muchachos campesinos que
haban sido desmovilizados y que boquiabiertos escuchaban a los
oradores en Madison Square, no hizo otra cosa que alienar del orden
reinante a la juventud ms inteligente. No nos habamos acordado para
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nada de la Carta de Derechos hasta que Mencken empez a divulgarla,
pero s sabamos que ese tipo de tiranas era propio de los inquietos
paisitos del sur de Europa. Si despiadados [10] hombres de negocios
ejercan tal efecto sobre el gobierno, entonces a lo mejor era cierto que
habamos ido a la guerra por los prstamos de J. P. Morgan. Pero
debido a que estbamos cansados de las Grandes Causas, no hubo ms
que un breve estallido de indignacin moral, que Dos Passos tipific en
Tres soldados. De inmediato comenzamos a sacarle rebanadas a la
torta nacional, y nuestro idealismo slo lleg a encenderse cuando los
peridicos hicieron melodrama de historias tales como la de Harding y
la pandilla de Ohio, o la de Sacco y Vanzetti. Los acontecimientos de
1919 nos dejaron ms cnicos que revolucionarios, por mucho que
ahora hurguemos todos en nuestros bales, preguntndonos dnde
diablos habremos dejado el gorro de la libertad Yo s que lo te-
na.
y la blusa de mujik.Tpico de la Era del Jazz fue no interesarsepara nada por la poltica.
Fue una era de milagros, una era de arte, una era de excesos y de
stira. Un Engredo que con mucha naturalidad temblaba ante el
chantaje ocupaba el trono de los Estados Unidos; un joven a la moda
corra hacia nosotros a representar el trono de Inglaterra; un mundo de
muchachas suspiraba por el joven britnico; el viejo americano gema
en sueos esperando que su mujer lo envenenara, por consejo de la
Rasputn femenina que ya entonces tomaba las decisiones fundamenta-
les en nuestros asuntos nacionales. Pero dejando estas cosas de lado
terminamos por salimos con la nuestra. El hecho de que los america-
nos encargaran sus trajes a Londres al por mayor determin a los
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sastres de Bond Street a adoptar su corte al cuerpo de talle largo y al
gusto por la ropa suelta de los americanos, y algo sutil pas a Nortea-
mrica, el estilo del hombre. Durante el Renacimiento, Francisco Imir
hacia Florencia para ataviarse. La Inglaterra del siglo XVII imit a la
corte de Francia, y hace cincuenta aos los oficiales de las Guardias
Germanas compraban sus ropas de [11] civil en Londres. Ropa para
caballeros: smbolo del poder que debe mantener el hombre y que se
trasmite de una raza a otra.
ramos la nacin ms poderosa. Quin poda ahora venir a de-cirnos qu estaba de moda y cmo pasarlo bien? Aislados durante la
Guerra Europea, comenzamos a escudriar el Sur y el Oeste descono-
cidos en busca de pasatiempos y maneras, y tenamos aun ms al
alcance de la mano.
La primera revelacin social produjo una sensacin totalmente
desproporcionada a su novedad. Ya en 1915 la juventud sin nieras de
las ciudades pequeas haba descubierto la privacidad mvil de ese
vehculo que le dieron al joven Bill a los diecisis para que adquiriera
confianza en s mismo. Al comienzo los besuqueos y las caricias
constituyeron una temeraria aventura aun en condiciones tan favora-
bles, pero poco despus se intercambiaron confidencias y el viejoprecepto se vino abajo. En 1917 se poda ya encontrar referencias a tan
causales y dulces juguetees en cualquier nmero del Yale Recordo del
Princeton Tiger.
Pero en sus manifestaciones ms audaces, el manoseo se limit
a las clases pudientes; entre otra parte de la juventud prevaleci la vieja
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norma hasta despus de la Guerra, y un beso significaba que se espera-
ba una proposicin, como a veces descubrieron espantados los oficiales
jvenes en ciudades extraas. Slo en 1920 termin de caer el velo:
estaba floreciendo la Era del Jazz.
No bien acababan los ciudadanos ms serios de la repblica de
recuperar el aliento, cuando la ms salvaje de todas las generaciones, la
generacin de los que eran adolescentes durante la confusin de la
Guerra, hizo bruscamente a un lado a mis contemporneos y subi
bailando a la bambalina. Esta fue la generacin cuyas muchachas seautocalificaron teatralmente de flappers,la generacin que corrompi
a sus mayores y que eventualmente se sobrepas menos en lo que se
refiere a la falta de moral que a la falta de gusto. Ah est como mues-
tra el ao [12] 1922! Esa fue la expresin mxima de la generacin ms
joven, pues aunque la Era del Jazz continuaba, cada da iba teniendo
menos que ver con la juventud.
La secuela fue una especie de fiesta infantil de la que se apodera-
ron los adultos, dejando a los nios confundidos y algo abandonados y
algo atnitos. Por 1923 los mayores, cansados de mirar el carnaval con
mal disimulada envidia, descubrieron que el licor tierno puede reem-
plazar a la sangre joven, y con un gran gritero comenz la orga. Lageneracin ms joven perdi el estrllate.
Una raza entera entregada al hedonismo determinaba los place-
res. Las precoces intimidades de la generacin ms joven se habran
producido igual con la Ley Seca o sin ella: estaban implcitas en el
intento de adaptar las costumbres inglesas a las condiciones norteame-
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ricanas. (Nuestro Sur, por ejemplo, es tropical y de precoz maduracin;
nunca ha sido parte de la sabidura de Francia y Espaa el dejar que las
muchachas anden solas a los diecisis o diecisiete.) Pero la decisin
general de divertirse que comenz con los cocteles de 1921 tuvo
orgenes ms complicados.
La palabra jazzen su evolucin hacia la respetabilidad signific
en primer trmino sexo, luego baile y despus msica. Est relacionada
con un estado de excitacin nerviosa no distinta de la que se produce
en las ciudades grandes tras las lneas de la guerra. Para muchosingleses la Guerra contina porque todas las fuerzas que los amenazan
permanecen activas... Por lo tanto, comamos, bebamos y gocemos, ya
que maana vamos a morir. Pero eran otras las causas que ahora
haban producido en Amrica un estado similar; a pesar de que hubo
clases enteras (la gente mayor de cincuenta, por ejemplo) que pasaron
toda una dcada negando su existencia aun cuando su rostro traviesose asomaba al crculo de la familia. Nunca soaron siquiera que haban
contribuido a producirla. Los ciudadanos honestos de todas las clases,
que crean en una moral [13] pblica estricta y que eran lo suficiente-
mente poderosos para imponer la legislacin necesaria, no saban que
forzosamente habran de ser servidos por criminales e impostores, y en
verdad no lo creen aun hoy. La rectitud de los ricos haba podido
siempre comprar sirvientes honestos e inteligentes para liberar a los
esclavos o a los cubanos, de manera que cuando fracas este intento,
nuestros mayores se mantuvieron firmes con toda la contumacia de la
gente que se ve envuelta en una causa dbil, preservando su probidad y
perdiendo sus hijos. Hay mujeres de cabellera plateada y hombres de
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buenos rostros viejos, gente que jams cometi a sabiendas ni el ms
mnimo acto deshonesto en sus vidas, que an se aseguran los unos a
los otros, en los hoteles residenciales de Nueva York y Bostn y Was-
hington, que est creciendo una generacin entera que jams conoce-
r el sabor del licor. Entretanto sus nietas se pasan entre ellas el
manoseado ejemplar de El amante de Lady Chatterleyen el internado
y, si se mueven un poco, conocen el gusto del gin o del aguardiente a
los diecisis. Pero la generacin que alcanz su madurez entre 1875 y
1895 sigui creyendo lo que quiso creer.
Aun las generaciones intermedias resultaron incrdulas. En 1920
Heywood Broun anunci que todo este alboroto era absurdo, que los
jvenes no se besaban, sino que slo decan hacerlo. Pero muy pronto
la gente mayor de veinticinco reclam (?) una educacin intensa.
Permtaseme trazar algunas de las revelaciones que les fueron otorga-
das, refirindome a una docena de obras escritas para diversos tipos dementalidad durante la dcada. Comenzamos con la sugerencia de que
Don Juan lleva una vida interesante (Jurgen, 1919); luego nos entera-
mos de que anda por ah mucho sexo, si slo lo hubiramos sabido
(Winesburg, Ohio, 1920); de que los adolescentes llevan una vida
intensamente amorosa (A este lado del Paraso,1920); de que hay un
sinnmero de palabras anglosajonas olvidadas (Ulysses,1921); de que
la gente mayor no siempre resiste las tentacio-[14]nes repentinas
(Cytherea,1922); de que a veces las muchachas son seducidas sin que
eso les signifique la ruina (Flaming Youth,1922); de que hasta el rapto
termina a veces bien (El sheik,1922); de que sofisticadas damas ingle-
sas son a menudo promiscuas (El sombrero verde, 1924); de que en
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realidad dedican la mayor parte de su tiempo a serlo (La Vorgine,
1926); de que es harto bueno tambin (El amante de Lady Chatterley,
1928), y finalmente, de que hay variaciones anormales (El Pozo de la
Soledad,1928, ySodoma y Gomorra,1929).
En mi opinin el elemento ertico de estas obras, incluyendo El
sheik,escrito para nios a la manera de Peter Rabbit,no caus ni una
pizca de dao. Todo lo que describan, y mucho ms, era familiar en
nuestra vida contempornea. La mayora de las tesis eran honestas e
ilustrativas: su efecto fue el de devolver algo de dignidad al macho encuanto a su contraste con el hombremasculino1 en la vida nor-
teamericana. (Y qu es un hombremasculino? pregunt un da
Gertrude Stein. No hay una categora lo suficientemente grande
como para satisfacer las dimensiones de todo lo que un hombre ha
significado hasta ahora? Un hombremasculino!) La mujer casada
puede ahora descubrir si se la est estafando, o si el sexo es simple-mente algo que hay que tolerar, y su compensacin debera hallarse en
establecer una tirana del espritu, como su madre puede habrselo
sugerido. Tal vez muchas mujeres descubrieron que el amor era para
gozarlo. En todo caso, los impugnadores perdieron su barata causita, lo
cual constituye una de las razones por las cuales nuestra literatura es
ahora la ms viva del mundo.
Contrario a la opinin popular, el cine de la Era del Jazz no influ-
y sobre su moral. La actitud social de los productores fue tmida,
atrasada y banal; por ejemplo, ninguna pelcula reflej ni remotamente
1Heman.(N. del T.)
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a la generacin ms joven hasta 1923, [15] cuando ya las revistas
haban comenzado a celebrarla y haba dejado mucho antes de ser una
novedad. Hubo unos cuantos chisporroteos dbiles y luego vino Clara
Bow en Flaming Youth.; expeditamente los escritorcillos de Hollywood
llevaron el tema a su tumba cinematogrfica. A travs de la Era del Jazz
el cine no fue ms all de Mrs. Jiggs, corriendo parejas con sus ms
vociferantes banalidades. Esto se debi sin duda a la censura, as como
a las condiciones innatas de la industria. En todo caso la Era del Jazz
avanzaba ahora con energa propia, abastecida por grandes estaciones
de combustible llenas de dinero.
La gente mayor de treinta, pasando por todas las edades hasta los
cincuenta, se haba unido al baile. Nosotros los veteranos (para con-
descender con F. P. A.1), recordamos el estrpito cuando en 1912 las
abuelitas de cuarenta sacaron los pies del plato y tomaron lecciones de
tango yCastlewalk.Una docena de aos ms tarde una mujer podaempacar el Sombrero Verde con sus dems enseres cuando parta a
Europa o Nueva York, pero Savonarola estaba muy ocupado zurrando
caballos muertos en los establos de Augas que l mismo haba creado,
como para darse cuenta. La gente de sociedad, aun en las ciudades
pequeas, cenaba ahora en distintos salones, y la mesa sobria slo
saba de la mesa alegre de odas. Quedaban muy pocas personas en lamesa sobria. Una de sus glorias anteriores, las muchachas poco so-
licitadas, que se haban resignado a sublimar un probable celibato, se
toparon con Freud y Jung en sus bsquedas de recompensa intelectual
y se volvieron impetuosamente hacia la refriega.
1 F. P. A.: iniciales con que firmaba el columnista y crtico Franklyn Pierce Adams. (N.
del T.)
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Alrededor de 1926, la preocupacin universal por el sexo se haba
convertido en un engorro. (Recuerdo una joven madre, satisfecha y
perfectamente bien casada, que le pidi a mi mujer consejo acerca de si
deba tener un affairde inmediato aunque no estaba pensando en
nadie especial, porque, no te [16] parece que es algo as como
indecoroso cuando ests muy arriba de los treinta?) Durante un
tiempo los discos negros ilegales con sus eufemismos flicos le confi-
rieron a todo doble sentido, y simultneamente lleg una ola de
comedias erticas; las muchachas de los ltimos cursos hacan nata en
las galeras para informarse sobre la aventura de ser lesbiana, y George
Jean Nathan protestaba. Entonces fue cuando un productor joven
perdi los estribos completamente, bebi del alcohol en que se baaba
una belleza y fue a dar a la penitenciara. De algn modo su pattica
tentativa de romance pertenece a la Era del Jazz, mientras que Ruth
Snyder, su contempornea en prisin, la alcanzaba con el impulso delos tabloides; estaba, como The Daily Newstan exquisitamente sugiri
a los gourmets,a punto de cocinarse, ychamuscarse, Y FREIRSE!.,
en la silla elctrica.
Los elementos alegres de la sociedad se haban dividido en dos
corrientes principales: una que flua hacia Palm Beach y Deauville, y la
otra, mucho ms reducida, que se inclinaba hacia la Riviera estival.
Uno poda divertirse ms en la Riviera, y cualquier cosa que all
ocurriese pareca tener algo que ver con el arte. De 1926 hasta 1929, los
grandes aos del Cap dAntibes, este rincn de Francia estuvo domi-
nado por un grupo bastante distinto de aquel sector de la sociedad
norteamericana que dominan los europeos. A Antibes llegaba de todo;
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en 1929, en el ms esplndido paraso para los nadadores que tiene el
Mediterrneo, ya nadie nadaba, como no fuera durante la breve
zambullida del medioda para componer el cuerpo. En el mar haba
una pintoresca graduacin de rocas escarpadas y a veces desde ellas se
tiraba algn valet de alguien o alguna chica inglesa de paso, pero los
americanos se conformaban con ventilarse unos a otros en el bar. Esto
era revelador de algo que estaba ocurriendo en la patria: los ame-
ricanos se estaban poniendo blandos. En todas partes haba seales;
an vencamos en los juegos olmpicos, pero con campeones cuyos
nombres lleva-[17]ban pocas vocales: equipos compuestos tal como
la combatiente combinacin irlandesa de NotreDame de fresca
sangre de ultramar. Una vez que los franceses se interesaron verdade-
ramente en la Copa Davis, sta se inclin automticamente a su inten-
sidad para competir. Los terrenos baldos de las ciudades del Medio
Oeste estaban ahora construidos, y, con la excepcin de un breveperodo escolar, no estbamos resultando un pueblo atltico como el
britnico, despus de todo. La liebre y la tortuga. Por supuesto que si
nos lo hubiramos propuesto, podramos haberlo logrado en un
minuto; an tenamos todas esas reservas de vitalidad ancestral, pero
un da, en 1926, miramos hacia abajo y descubrimos que tenamos los
brazos fofos y la barriga gorda y que podamos gastarle una bromita aun siciliano. La sombra de Van Bibber; falta de un ideal utpico, sepa
Dios. Hasta el golf, que antes se considerara un juego afeminado,
pareca entonces demasiado violento; surgi una forma castrada del
juego y dio en el clavo.
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Por 1927, empez a evidenciarse una neurosis generalizada que
tmidamente anunci, como un pataleo nervioso, la popularidad de los
crucigramas. Recuerdo cuando un compaero de exilio abri una carta
de un amigo comn en la que lo estimulaba a regresar a la patria y a
revitalizarse mediante las robustas y tonificantes cualidades de la tierra
natal. Era una carta fuerte y nos impact a ambos profundamente,
hasta que advertimos que la enviaba desde un sanatorio para los
nervios en Pennsylvania.
Hacia esta poca muchos contemporneos mos haban comenza-do a desaparecer en las oscuras fauces de la violencia. Un compaero
de curso mat a su mujer y se suicid en Long Island, otro se cay ac-
cidentalmente desde un rascacielos en Filadelfia, otro se lanz desde
uno en Nueva York. A uno lo mataron en un bar clandestino de Chica-
go; a otro lo golpearon mortalmente en un bar clandestino de Nueva
York y, arrastrndose, lleg a morir en su Club de Princeton; aun ms,a otro el hacha de un [18] manitico le parti el crneo en un asilo para
insanos, donde se hallaba internado.
Y no es que tuviera que salirme de mi camino para encontrar es-
tas catstrofes: se trataba de amigos mos; lo que es ms, no fue duran-
te la depresin cuando ocurrieron estas cosas, sino durante la era deprosperidad.
En la primavera del 27, algo brillante y extrao centelle a travs
del cielo. Un joven de Minnesota que pareca no tener nada que ver con
su generacin hizo algo heroico, y por un momento la gente en los
countryclubs y las tabernas clandestinas dej los vasos y pens en los
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mejores de sus viejos sueos. Quiz volando se encontrara una salida,
quizs nuestra sangre inquieta lograra descubrir fronteras en el aire
ilimitado. Pero en esos das estbamos todos demasiado entregados; y
la Era del Jazz continuaba; todava nos quedaba un pedazo de torta.
De todos modos, los americanos vagaban cada da ms: los ami-
gos parecan todo el tiempo estar rumbo a Rusia, Persia, Abisinia y
frica Central. Y por 1928 Pars se haba puesto sofocante. Con cada
nuevo cargamento de americanos que arrojaba la prosperidad, dismi-
nua su categora, hasta que hacia el final las locas barcadas llegaron atener algo de siniestro. No se trataba ya de las sencillas familias con el
pap, la mam, el hijo y la hija, infinitamente superiores en cuanto a
bondad y curiosidad que sus congneres europeas, sino de fantsticos
neandertalianos que crean algo, algo vago, que uno no recordaba de
alguna novela de pacotilla. Recuerdo a un italiano que se paseaba por
la cubierta de un vapor, vestido con uniforme de Oficial de ReservaAmericano, armndoles camorras en psimo ingls a los americanos
que en el bar criticaban sus propias instituciones. Recuerdo a una juda
gorda, incrustada de diamantes, que se sent detrs de nosotros en el
Ballet Ruso y dijo, mientras se levantaba el teln: Thads luffly, dey
ought to baint a bicture of it1, [19] Era mala comedia, pero resultaba
evidente que el dinero y el poder estaban cayendo en manos de gente
frente a las cuales el lder de un Soviet aldeano sera una mina de oro
en cuanto a juicio y cultura. Haba ciudadanos, de los que en 1928 y
1929 viajaban a todo lujo, que en la deformacin de su condicin nueva
1 Thats lovely, they ought to paint a pictures of it. (N. del T.)
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tenan el valor humano de los pekineses, de los moluscos, los cretinos,
los chivos. Recuerdo al juez de algn distrito de Nueva York que haba
llevado a su hija a ver los Tapices de Bayeux y que hizo un escndalo
por la prensa pidiendo que se les suprimiera, debido a que una escena
era inmoral. Pero en aquellos das la vida era como la carrera de Alicia
en el pas de las maravillas.:haba premios para todos.
La Era del Jazz haba tenido una juventud alocada y una edad
madura temeraria. Primero, la etapa de las fiestas con manoseadas,
el asesinato de LeopoldLoeb (recuerdo la vez que mi esposa fuearrestada en el Puente Queensborough bajo sospecha de ser el Bandi-
do de pelo corto) y la moda John Held. En la segunda etapa los
fenmenos tales como el sexo y el asesinato maduraron, si bien se
hicieron mucho ms convencionales. Como es preciso atender a la
edad madura, llegaron los pijamas a la playa para salvar a los muslos
gordos y a las pantorrillas flccidas de la competencia con los trajes debao de una pieza. Finalmente las faldas descendieron y todo se ocult.
Todos estaban ahora listos para la carrera. Partamos...
Pero no habra de ser. Alguien cometi un desatino y la orga ms
cara de la historia lleg a su fin.
Termin hace dos aos1, porque la absoluta confianza que era su
sostn esencial recibi un sacudn enorme, y no tard la endeble
estructura en venirse al suelo. Y despus de dos aos la Era del Jazz
parece tan lejana como los das anteriores a la Guerra. De todos modos
se trataba de tiempo que se pidi prestado: toda la clase alta de la
1 1929
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nacin viviendo con la [20] indiferencia de los grandes duques y la
despreocupacin de las coristas. Pero es fcil moralizar ahora, y resulta
que fue agradable estar en la veintena durante esa poca tan segura y
sin problemas. Aun cuando no se tena un centavo, no exista la
preocupacin por el dinero, porque ste abundaba alrededor de uno.
Hacia el final, resultaba una lucha si uno quera pagar su parte; se
haca casi un favor aceptando invitaciones que involucraran viajar de
un lugar a otro. El encanto, la notoriedad, las simples buenas maneras,
pesaban ms que el dinero como capital social. Esto era bastante
bueno, pero las cosas se iban desvaneciendo ms y ms a medida que
los eternamente necesarios valores humanos trataban de ir abarcando
toda esa extensin. Los escritores eran genios si escriban un solo libro
o un drama respetable; tal como durante la Guerra haba oficiales con
cuatro meses de experiencia que comandaban a cientos de hombres,
as haba ahora muchos peces chicos seoreando en enormes salones.En el mundo teatral unas cuantas estrellas de segundo orden realiza-
ban producciones extravagantes, y as en cada cosa hasta llegar a la
poltica, terreno en el cual era difcil interesar a buenos hombres por
posiciones de la ms alta importancia y responsabilidad importancia
y responsabilidad que por mucho excedan a las de los altos jefes del
comercio, pero que slo reportaban cinco o seis mil al ao.
Ahora una vez ms tenemos el cinturn apretado y ponemos la
adecuada expresin de horror al recordar nuestra juventud desperdi-
ciada. Sin embargo, a veces, hay un fantasmal rumor entre los tam-
bores, un susurro asmtico en los trombones que me transporta a los
comienzos de los veinte, cuando bebamos alcohol de madera y cuando
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cada da, en todos los aspectos, nos hacamos mejores y mejores, y
hubo un primer intento frustrado de acortar las faldas, y las mucha-
chas se vean todas parecidas con sus vestidossuteres, y gentes que
uno no quera conocer decan: Yes, we have no bananas1, y pare-
[21]ca solamente un asunto de unos pocos aos para que la gente
mayor se hiciera a un lado y dejara que el mundo lo manejaran aque-
llos que vean las cosas como eran... Y todo nos parece rosado y romn-
tico a quienes ramos jvenes entonces, porque nunca volveremos a
sentir de manera tan intensa lo que nos rodea.
1
Cancin de moda en la poca. (N. del T.)
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Mi Ciudad PerdidaPrimero estaba el ferrydeslizndose suavemente desde la costa de
Jersey en el crepsculo: el momento se cristaliz en mi primer smbolo
de Nueva York. Cinco aos despus, a los quince, me fui del colegio ala
ciudad para ver a Ina Claire en The Quaker Girly a Gertrude Bryan en
Little Boy Blue.Confuso ante mi desesperanzado y melanclico amor
por las dos, fui incapaz de elegir a una, de manera que ambas sefundieron en una sola entidad: la muchacha. Ese fue mi segundo
smbolo de Nueva York. El ferryrepresentaba el triunfo; la muchacha,
el romance. El tiempo habra de darme un poco de cada uno, pero
haba un tercer smbolo que se me perdi en alguna parte, y se me
perdi para siempre.
Lo encontr una oscura tarde de abril despus de otros cinco
aos.
Bunnygrit. Bunny!
El no me oy; mi taxi lo perdi y lo volv a divisar media cuadra
ms abajo. Haba manchas negras de lluvia sobre la acera y lo vicaminando de prisa por entre el gento con un impermeable marrn
sobre su inevitable traje caf; advert sorprendido que llevaba un
bastn liviano.
Bunny! llam de nuevo y me detuve. Yo era an estudiante
en Princeton, mientras que l se haba convertido ya en neoyorquino.
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Este era su paseo de la tarde, esta caminata apresurada con su [24]
bastn a travs de la lluvia acumulndose, y como faltaba una hora
para que nos encontrramos me pareci una intrusin salirle al paso,
absorto como estaba en su vida privada. Pero el taxi lo sigui despacio
y al observarlo ms me sent impresionado: ya no era el pequeo
estudioso de Holder Court. Caminaba con segundad, envuelto en sus
pensamientos y mirando derecho hacia adelante, y resultaba obvio que
su nuevo medio le era absolutamente suficiente. Yo saba que estaba
viviendo con otros tres hombres en un departamento, liberado ya de
todos los tabes del no graduado, pero haba algo ms que lo nutra y
recib mi primera impresin de esa nueva cosa: el espritu metropoli-
tano.
Hasta esta ocasin yo slo haba visto el Nueva York que se ofrece
para inspeccionarlo: yo era el Dick Whittington del campo, boquiabier-
to ante los osos amaestrados, o un joven del Medioda deslumhradopor las avenidas de Pars. Yo slo haba venido a mirar el espectculo,
aunque no podan los diseadores del edificio Woolworth y del letrero
de las Carreras deCarruajes, los productores de comedias musicales y
de obras de teatro pedir un espectador ms entusiasta, puesto que yo
llevaba el estilo y el resplandor de Nueva York ms all de su propia
valoracin. Pero nunca haba aceptado ninguna de esas invitaciones
prcticamente annimas a bailes de debutantes, que por lo general
aparecan entre el correo de los estudiantes; tal vez porque senta que
ninguna realidad poda compararse a mi concepcin del esplendor de
Nueva York. Adems, aquella a la que presumidamente me refera yo
como mi chica era del Medio Oeste, hecho por el cual esa zona segua
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siendo el clido centro del mundo, mientras que Nueva York me
pareca esencialmente cnico y duro; con la excepcin de una noche en
que con su breve paso ilumin la Terraza del Ritz.
Pero ahora la haba perdido para siempre y andaba en busca de
un mundo de hombres, y esta imagen de Bunny me hizo ver Nueva
York precisamente como eso. Una semana antes, monseor Fay me ha-
[25]ba llevado al Lafayette, donde se extendi ante nosotros una
esplndida bandera de comestibles llamada hors doeuvre,que acom-
paamos con un clarete tan bravo como el confiado bastn de Bunny;pero despus de todo era slo un restaurante, y ms tarde regresara-
mos por un puente al continente. El Nueva York de la disipacin, de los
no graduados, del Bustanoby, el Shanley, el Jack, se haba convertido en
un horror, y aunque volv a l, ay!, a travs de muchas neblinas
alcohlicas, nunca dej de sentir la traicin de un idealismo persisten-
te. Mi participacin era ms anhelosa que disoluta y escasamente logrdejarme algn buen recuerdo de aquellos das; como afirm una vez
Ernest Hemingway, el nico propsito del cabaret es que los hombres
no comprometidos encuentren mujeres complacientes. Lo dems es
pura prdida de tiempo en malos aires.
Pero aquella noche, en el departamento de Bunny, la vida era sua-ve y segura, una ms fina destilacin de todo lo que yo haba llegado a
amar en Princeton. Las suaves notas de un oboe mezcladas a los ruidos
de la calle afuera, que penetraban a la pieza con dificultad a travs de
barricadas de libros; slo el hombre abriendo las invitaciones era una
nota discordante. Haba encontrado un tercer smbolo de Nueva York y
comenc a preguntarme cunto costara arrendar un departamento
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como se y a pensar en quines podran ser los amigos adecuados para
compartirlo.
Cmo no!, durante los dos aos siguientes tuve tanto control so-bre mi destino como un convicto sobre el corte de sus ropas. Cuando
volv a Nueva York en 1919 estaba tan enmaraado en la vida, que no
poda ni soarme un perodo de suave monasticismo en Washington
Square. La cosa era ganar bastante dinero en el negocio de la publici-
dad como para arrendar algn oscuro departamento para dos en el
Bronx. La muchacha en cuestin jams haba visto Nueva York, peroera lo suficientemente cuerda, como para no tener demasiadas ganas. Y
en una con-[26]fusin de ansiedad y desdicha, pas los cuatro meses
ms hipersensibles de mi vida.
Nueva York tena toda la iridiscencia de los comienzos del mun-
do. Las tropas de regreso marcharon por la Quinta Avenida y las
muchachas instintivamente fueron atradas por ellas al lado este y al
norte; era sta la ms grande de las naciones y haba fiesta en el aire.
Mientras rondaba como un fantasma por el Saln Rojo del Plaza algn
sbado en la tarde, o mientras asista a exuberantes y lquidas fiestas
en buenos barrios, o beba con muchachos de Princeton en el Bar
Biltmore, me senta siempre obsesionado por mi otra vida: mi mon-tona pieza en el Bronx, mi pie cuadrado en el subway,mi obsesin por
la carta diaria de Alabama: Llegara, qu cosas dira?; mis trajes
andrajosos, mi pobreza, y el amor. Mientras mis amigos se lanzaban
decentemente a la vida, yo haba empujado a mano mi inadecuado
barco al medio del torrente. La dorada juventud girando alrededor de
la joven Constance Bennett en el Club de Vingt, los compaeros de
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curso en el Club YalePrinceton vitoreando nuestra primera reunin
de postguerra, la atmsfera de las casas de los millonarios que a veces
frecuentaba, todas estas cosas eran vacas para m, aunque reconoca
en ellas un escenario impresionante y lamentaba estar metido en otra
aventura. El ms alegre de los almuerzos o el ms idlico de los caba-
rets, todo era lo mismo; de ellos regresaba ansioso a mi hogar de la
Avenida Claremont: hogar debido a que all poda estarme aguardando
una carta fuera de la puerta. Uno a uno se aejaron mis grandes sueos
de Nueva York. El grato encanto del departamento de Bunny se desva-
neci con todo lo dems cuando me entrevist con una sucia duea de
pensin en el Greenwich Village. Me dijo que poda llevar muchachas a
la pieza y la idea me llen de espanto: por qu iba a querer llevar
muchachas a mi pieza? Yo tena una muchacha... Vagaba por la ciudad,
por la Calle 127, ofendido ante su vida bullente; o bien compraba una
entrada de teatro barata en el local de Gray y trataba [27] de perdermedurante unas horas en mi vieja pasin por Broadway. Era yo un
fracaso: mediocre en la publicidad e incapaz de iniciarme como
escritor. Detestando la ciudad, me emborrach rabiosamente hasta el
ltimo centavo y me fui a casa...
...Ciudad incalculable. Lo que sigui fue slo una de las miles de
historias de xito de esos das brillantes, pero desempea un papel
importante en mi propia pelcula de Nueva York. Cuando volv seis
meses despus, las oficinas de los directores de revistas y de los edito-
res estaban abiertas para m, los empresarios lloraban por obras de
teatro, el cine jadeaba por material para la pantalla. Para mi cons-
ternacin, me adoptaron no como un hijo del Medio Oeste, ni siquiera
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como un observador de fuera, sino como el arquetipo de lo que quera
Nueva York. Esta afirmacin requiere algunos datos sobre la metrpoli
en 1920.
Existan ya la alta ciudad blanca de hoy, la febril actividad de la
Era de la Prosperidad, pero haba una general desarticulacin. Tanto
como cualquiera, el columnista F. P. A. intuy el pulso de la multitud
individual, pero lo hizo tmidamente, como si hubiera estado obser-
vando desde la ventana. La sociedad y las artes nacionales no se haban
mezclado: Ellen Mackay no se casaba an con Irving Berlin. Mucha dela gente de Peter Arno habra carecido de significado para el ciudadano
de 1920, y con excepcin de la columna de F. P. A., no haba debate al-
guno sobre la urbanidad metropolitana.
Entonces, por un solo momento, la idea de la joven generacin
se torn en una fusin de muchos elementos en la vida de Nueva York.
La gente de cincuenta poda pretender que an exista un cuatrocien-
tos, o Maxwell Bodenheim poda pretender que haba una bohemia
digna de sus pinturas y lpices; pero la mezcla de los elementos brillan-
tes, alegres y vigorosos comenz recin entonces, y por primera vez
emergi una sociedad un poco ms animada que la de las estiradas
fiestas de Emily Price Post. Si esta sociedad cre los cocteles, tambin[28] desarroll el ingenio de Park Avenue, y por primera vez un euro-
peo educado pudo considerar que un viaje a Nueva York fuera quizs
ms entretenido que una de esas expediciones muy preparadas a
buscar oro en la selva australiana.
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Durante slo un momento, antes de que se pusiera de manifiesto
que era incapaz de desempear el papel, yo, que saba menos de Nueva
York que cualquier reportero con seis meses de trabajo y menos acerca
de su sociedad que cualquier muchacho de los salones del Ritz, me vi
empujado no slo a la posicin de vocero de la poca, sino tambin a la
del producto tpico de ese mismo momento. Yo, o ms bien nosotros,
ahora, no saba qu esperaba Nueva York de nosotros y lo encontraba
ms bien confuso. Despus de unos cuantos meses de habernos em-
barcado en la aventura metropolitana, apenas si conservbamos una
nocin sobre quines ramos, y ninguna sobre qu ramos. Una
zambullida en una fuente municipal, un roce casual con la ley, eran ra-
zn suficiente para que se nos aludiera en las columnas de chismes, y
sola citrsenos en relacin con una variedad de temas acerca de los
cuales no sabamos nada. En realidad, nuestros contactos no iban
ms all de media docena de universitarios solteros y unos cuantosliteratos conocidos recientemente; recuerdo una solitaria Navidad
cuando no tenamos un solo amigo en la ciudad, ni una sola casa
donde pudiramos ir. Sin encontrar un ncleo al cual adherirnos, nos
convertimos nosotros mismos en un pequeo ncleo y gradualmente
fuimos adaptando nuestras desgarradoras personalidades a la escena
contempornea de Nueva York. O en otras palabras, Nueva York nosolvid y nos dej estar.
No es ste un relato sobre los cambios de la ciudad, sino sobre los
cambios que los sentimientos del autor de estas lneas experimentaron
hacia la ciudad. De entre toda la confusin del ao 1920, recuerdo
haber transitado sobre el techo de un taxi por la desierta Quinta
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Avenida en una calurosa noche de domingo, y recuerdo un almuerzo
en los [29] frescos jardines japoneses del Ritz con la ansiosa Kay Laurel
y George Jean Nathan, y haber escrito muchas veces durante toda la
noche, y haber pagado mucho por departamentos diminutos, y com-
prado automviles magnficos pero arruinados. Las primeras tabernas
clandestinas haban llegado, la languidez estabapasse,el Montmartre
era el lugar elegante para bailar y el cabello claro de Lillian Tashman se
enmaraaba por el suelo entre los estudiantes ebrios. Las obras teatra-
les eran DeclasseyAmor sagrado y profano,y en el Midnight Frolic
uno bailaba codo a codo con Marion Davies y tal vez poda sacar a la
vivaz Mary Hay del coro de potranquitas. Nos creamos al margen de
todo eso; tal vez toda la gente piense que est al margen de su medio.
Nos sentamos como niitos en un vasto granero inexplorado y brillan-
te. Citados al estudio de Griffith en Long Island, temblamos ante la
presencia del familiar rostro de El nacimiento de una nacin.
; mstarde comprend que detrs de una gran parte de la diversin que esa
ciudad derram por el pas, no haba ms que un montn de gente
bastante perdida y solitaria. El mundo de los actores de cine era igual
al nuestro en el sentido de que estaba en (y no era de) Nueva York.
Tena poca conciencia de s mismo y careca de centro: la primera vez
que vi a Dorothy Gish tuve la sensacin de que ambos estbamosparados en el Polo Norte mientras nevaba. Despus hall un hogar,
pero Nueva York no estaba destinado a serlo.
Cuando nos aburramos, tombamos nuestra ciudad con una per-
versidad al estilo de Huysman. Una tarde solos en nuestro departa-
mento comiendo sandwiches de aceituna y bebiendo un litro de
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whisky Bushmill que Zo Atkins nos haba regalado, y luego salir a la
recin embrujada ciudad, a travs de puertas extraas a departamentos
extraos con intermitentes carreras en taxis a travs de la suavidad de
las noches. Al fin llegamos a ser uno solo con Nueva York, tironendo-
lo tras nosotros a travs de cada umbral. Aun ahora entro a muchos
depar-[30]tamentos con la sensacin de haber estado all antes, o en el
de ms arriba, o en el de ms abajo, fue la noche en que trat de
desnudarme en el Escandalso la noche cuando (segn le con asombro
en el diario de la maana siguiente) Fitzgerald derriba a un oficial A
este lado del Paraso.? No siendo un buen compilador de menuden-
cias, trat en vano de reconstruir la secuencia de los hechos que
condujeron a ese desenlace en Webster Hall. Y, finalmente, recuerdo de
ese perodo haber ido una tarde en taxi entre edificios muy altos bajo
un cielo malva y rosado; comenc a llorar porque tena todo lo que
quera y saba que jams volvera a ser tan feliz.
Tpico de nuestra precaria situacin en Nueva York, fue que
cuando iba a nacer nuestro hijo, jugramos a la segura y nos furamos
a casa, en St. Paul; pareca inadecuado traer un nio a ese mundo de
tanto hechizo y soledad. Pero un ao ms tarde habamos regresado y
empezamos a hacer las mismas cosas otra vez, y de nuevo stas no nos
gustaron demasiado. Habamos pasado por muchas, pero con-servbamos una inocencia casi teatral, prefiriendo el papel de los que
son observados antes del de los que observan. Mas la inocencia no es
un fin en s misma, y a medida que nuestros cerebros fueron involun-
tariamente madurando, comenzamos a ver el verdadero Nueva York e
intentamos retener algo de l para los seres en que, en forma inevita-
ble, habramos de convertirnos.
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Era demasiado tarde; o demasiado temprano. Sin que lo pudira-
mos evitar, para nosotros la ciudad estaba ligada a diversiones bqui-
cas, suaves o fantsticas. Slo logramos organizamos cuando volvimos
a Long Island, y tampoco siempre. No tenamos estmulos para transar
con la ciudad. Mi primer smbolo era ahora un recuerdo, porque ya
saba que el triunfo est en uno mismo; el segundo se haba convertido
en un lugar comn: dos de las actrices que por 1913 yo adoraba, haban
comido en nuestra casa. Pero me causaba cierto temor que hasta el
tercer smbolo se hubiera oscurecido: la tranquili-[31]dad del departa-
mento de Bunny no era posible hallarla en esta ciudad cada vez ms
vertiginosa. El propio Bunny estaba casado y a punto de ser padre,
otros amigos se haban ido a Europa, y los solteros eran benjamines en
casas ms grandes y ms elegantes que la nuestra. Hacia estos das
conocamos ya a todo el mundo, es decir, a la mayora de los que
Ralph Barton iba a dibujar en la orquesta durante una noche de
estreno.
Pero ya no ramos importantes. La flapper,en cuyas actividades
se basaba la popularidad de mis primeros libros, estaba yapassehacia
1923, al menos en el Este. Decid golpear a Broadway con una obra de
teatro, pero Broadway mand sus exploradores a Atlantic City y anul
la idea de antemano, de manera que tuve la sensacin de que por elmomento la ciudad y yo tenamos poco que ofrecernos mutuamente.
Mejor me avena con la atmsfera de Long Island, que haba respirado
con familiaridad, y la materializaba bajo cielos extraos.
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Pasaron tres aos antes de que volviramos a ver a Nueva York. A
medida que el barco se deslizaba por el ro, la ciudad estall tempes-
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tuosamente sobre nosotros cuando comenzaba el crepsculo: el blanco
glaciar del bajo Nueva York descendiendo como el cable de un puente
para elevarse en el Nueva York alto, un milagro de la espumosa luz
suspendida porlas estrellas. Una banda comenz a tocar en el muelle,
pero la majestad de la ciudad hizo que la marcha sonase trivial y
molesta. En ese momento supe que Nueva York, por muy a menudo
que lo dejara, era mi tierra.
El ritmo de la ciudad haba cambiado agudamente. Las
incertidumbres de 1920 se haban ahogado en un firme estrpitodorado y muchos de nuestros amigos se haban hecho ricos. Pero la in-
quietud de Nueva York en 1927 se acercaba a la histeria. Las fiestas
eran ms grandes: aquellas de Conde Nast, por ejemplo, eran
comparables en su estilo a los fabulosos bailes de la dcada del 90; el
ritmo era ms rpido; la tendencia a la disipacin [32] le daba un
ejemplo a Pars; los espectculos eran ms amplios, los edificios msaltos, la moral ms relajada, el licor ms barato; pero todas estas ven-
tajas no contribuan verdaderamente a un gran deleite. Los jvenes se
agotaban temprano: estaban averiados y lnguidos a los veintiuno y,
salvo Peter Arno, ninguno de ellos aport nada nuevo; quizs Peter
Arno y sus colaboradores dijeron todo lo que haba que decir acerca de
los das de la prosperidad en Nueva York, que no pudiera decir una
banda de jazz. Muchas personas que no eran alcohlicas pasaban
achispadas cuatro das de cada siete, y los nervios agotados se
esparcan por doquier; los grupos se mantenan juntos debido a una
nerviosidad genrica, y el hangover lleg a ocupar un lugar en el da
tan bien aceptado como la siesta espaola. La mayora de mis amigos
beba demasiado; mientras ms acordes estaban con los tiempos, ms
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los tiempos, ms beban. Y como el esfuerzo per seno tena rango
alguno frente a la mera generosidad de esos das en Nueva York, se
encontr para denominarlo una palabra peyorativa: un programa
realizado con xito pas a ser un racket.;yo estaba en el racketlitera-
rio.
Nos instalamos a unas cuantas horas de Nueva York, y advert
que cada vez que vena a la ciudad me vea envuelto en una maraa de
acontecimientos que terminaba por depositarme unos das ms tarde,
y en bastante mal estado, en el tren a Delaware. Aunque sectoresenteros de la ciudad estaban ms bien emponzoados, invariablemente
encontraba un momento de completa paz al pasar hacia el Sur por el
Central Park al oscurecer, hacia donde la fachada de la Calle 59 lanza
sus luces a travs de los rboles. Ah estaba de nuevo mi ciudad perdi-
da, suavemente envuelta en su misterio y su promesa. Pero ese aisla-
miento nunca duraba mucho: as como el trabajador debe vivir en elvientre de la ciudad, yo estaba obligado a vivir en su desordenada
mente.
Porque por otra parte estaban los bares clandestinos: el ir desde
los bares lujosos que publicaban [33] avisos en las revistas locales de
Yale y Princeton a los jardines cerveceros donde el rostro ceudo delsubmundo se asomaba a travs de la buena naturaleza germana del
trago, luego a extraos y aun ms siniestros locales donde a uno lo
miraban feo muchachos de cara dura y donde no quedaba nada de
jovialidad, sino slo cierta cosa brutal corrompiendo el nuevo da al
que uno en verdad sala. En 1920, impresion mal a un joven hombre
de negocios en ascenso al sugerir un coctel antes del almuerzo. En
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1929, haba licor en la mitad de las oficinas del centro y tabernas
clandestinas en la mitad de los grandes edificios.
Uno estaba cada vez ms consciente del bar clandestino y de ParkAvenue. En los ltimos diez aos el Greenwich Village, Washington
Square, Murray Hill, el castillo de la Quinta Avenida, haban, de algn
modo, desaparecido o al menos haban llegado a no ser expresivos de
nada. La ciudad estaba engreda, aniquilada, estpida de pasteles y
circo, y una nueva expresin, Oh yeah,sintetizaba todo el entusiasmo
que provocaba el anuncio de los ltimos superrascacielos. Mi peluque-ro se retir al ganar medio milln en un juego de bolsa y yo estaba
seguro de que los jefes de mozos que me hacan una reverencia o que
simplemente no la hacan, al conducirme a mi mesa, eran mucho,
pero mucho ms adinerados que yo. Esto no resultaba divertido: una
vez ms me hart de Nueva York y me sent cmodo y seguro a bordo
de un barco donde la interminable jarana permaneca en el bar, rumboa los suaves salones de Francia.
Hay noticias de Nueva York?
La bolsa sube. Un nio asesin a un gngster.
Nada ms?
Nada. Las radios resuenan en la calle.
Una vez pens que no haba segundos actos en las vidas america-
nas, pero por cierto que habra de venir un segundo acto para los das
de prosperidad de Nueva York. Estbamos en algn lugar del norte de
frica, cuando escuchamos un estampido [34] sordo y lejano cuyo eco
alcanz los ms remotos parajes del desierto.
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Qu fue eso?
Lo escuchaste?
No fue nada.
Crees que debiramos volver a casa y ver?
No; no fue nada.
Dos aos ms tarde, en el oscuro otoo, volvimos a ver a Nueva
York. Pasamos por entre unos agentes de aduana curiosamente corte-ses, y luego con la cabeza inclinada y el sombrero en la mano cruc
caminando con reverencia el retumbante sepulcro. Entre las ruinas
jugaban unos cuantos fantasmas infantiles para mantener la apariencia
de estar vivos, traicionando con sus voces afiebradas y sus mejillas
hticas la transparencia de la mascarada. Los cocteles, vacos sobrevi-
vientes de los das de carnaval, repetan como un eco el lamento de losheridos: Pguenme un tiro, por el amor de Dios, alguien que me
pegue un tiro!, y los gemidos y llantos de los agonizantes: Vieron
que el Acero Norteamericano ha bajado otros tres puntos? Mi pelu-
quero haba vuelto a trabajar en su local; nuevamente los mozos jefes
se inclinaban para llevar a la gente a sus mesas, si es que haba alguien
a quien llevar. Desde las ruinas, solitario y misterioso como la Esfinge,se ergua el Empire State Building, y, tal como antes sola subir a la
Terraza del Plaza para despedirme de la hermosa ciudad, que se ex-
tenda tan lejos como alcanza el ojo, sub ahora a la terraza de la ltima
y la ms magnfica de las torres. Entonces comprend; todo se hizo
claro: haba descubierto el error soberano de la ciudad, su caja de
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Pandora. Lleno de jactancioso orgullo, el neoyorquino haba subido
hasta aqu y visto con espanto lo que jams sospechara: que la ciudad
no era esa interminable sucesin de desfiladeros que l haba supuesto,
sino que tena lmites.; desde la ms alta de las estructuras vio por
primera vez que se desvaneca en el campo por todos sus lados, en una
extensin infinita de verde y azul. Y con [35] la espantosa revelacin de
que Nueva York era despus de todo una ciudad y no un universo, el
reluciente edificio que haba surgido en su imaginacin se vino entero
al suelo y se hizo aicos. Ese fue el temerario regalo que Alfred W.
Smith hizo a los ciudadanos de Nueva York.
As, me despido de mi ciudad perdida. Vista desde el ferryen las
primeras horas de la maana, no susurra ya palabras acerca de fants-
ticos xitos y de la juventud eterna. Las bulliciosas mamitas que hacen
cabriolas frente a sus plateas vacas no me sugieren la inefable belleza
de las muchachas con quienes soaba en 1914. Y Bunny, avanzandoconfiado con su bastn hacia su claustro, se ha convertido al comu-
nismo y se indigna por los males que sufren los obreros sureos y los
campesinos del Oeste, cuyas voces no habran penetrado hace quince
aos los muros de su estudio.
Todo se ha perdido, salvo el recuerdo, pero a veces me imaginoleyendo, con curiosidad e inters, un Daily Newsde 1945:
HOMBRE DE CINCUENTA ARMA LA BATAHOLA
EN NUEVA YORK
Fitzgerald mantena muchos nidos de amor. Cutie Avers ultimada
por pistolero ultrajado.
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Quizs, pues, est destinado a regresar un da y a encontrar en la
ciudad nuevas experiencias de las que hasta ahora slo he ledo. Por el
momento nicamente puedo exclamar a gritos que se me ha perdido
mi esplndido espejismo. Retorna, retorna, oh, resplandeciente y
blanco!
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RingDurante un ao y medio el autor de esta apreciacin fue el com-
paero ms cercano de Ring Lardner; despus la geografa hizo sus
separaciones y se encarg de que nuestros contactos fueran escasos. La
ltima vez que mi mujer y yo lo vimos, en 1931, pareca ya un hombre
en su lecho de muerte: resultaba terriblemente triste ver ese metro
noventa de generosidad perderse tendido en la pieza del hospital. Susdedos temblaban con un fsforo, la piel apretada de su bonita cabeza
se marcaba como una mscara de miseria y dolor nervioso.
Fue muy distinta la impresin que nos caus la primera vez que
lo vimos, en 1921: pareca tener un caudal de tranquila vitalidad que le
permitira durar ms que cualquiera, dedicarse al trabajo o a la diver-sin con una intensidad capaz de arruinar a una constitucin corrien-
te. Poco antes haba convulsionado al pas con la famosa saga de los
gatos y el abrigo (tena que ver con una apuesta en la serie mundial1 y
con la inminente transformacin de algunos gatos en piel), y su mujer
estaba usando, como evidencia de la apuesta, una hermosa cebellina.
Por aquellos das le interesaban la gente, los deportes, el bridge, lamsica, el teatro, los diarios, las revistas, los libros. Pero aunque yo lo
ignoraba, ya haba comenzado a operarse el cambio en l: se [38] haba
asentado esa impenetrable desesperanza que lo sigui durante doce
aos, hasta su muerte.
1 Se refiere al bisbol. (N. del T.)
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Prcticamente, haba renunciado a dormir, salvo en ciertos breves
perodos de vacaciones que en forma deliberada dedicaba a los place-
res sencillos, casi siempre al golf, con sus amigos Grantland Rice o
John Wheeler. Muchas noches nos conversamos un cajn de cerveza
canadiense hasta clarear el da; Ring entonces se levantaba bostezando:
Bueno, supongo que los nios ya partieron al colegio. Bien
puedo irme a casa.
Los sufrimientos de una buena cantidad de gente lo obsesiona-
ban; cosas, por ejemplo, como cuando el mdico desahuci a Tad, el
caricaturista (que en realidad casi sobrevive a Ring); pareca creer que
poda y deba hacer algo respecto de estas cosas. Y mientras se esforza-
ba por cumplir sus contratos uno de los cuales, una tira cmica
basada en el carcter del busher.1,verdaderamente graciosa, resulta-
ba evidente que senta que su trabajo no iba a ninguna parte, que era
mera copia. De modo que se fue inclinando a encauzar su csmico
sentido de la responsabilidad hacia la solucin de los problemas de
otras personas: poner a alguien en contacto con un empresario teatral,
encontrar trabajo para un amigo, conseguir la admisin de alguien en
un buen club.
Los esfuerzos que realizaba eran a menudo totalmente despro-
porcionados a la situacin; la verdad del asunto es que Ring estaba
escapando; fue un trabajador fiel y consciente hasta el final, pero ya
1 Slang. Puede referirse al jugador de un equipo de poca importancia; o al carcter
alemn; o al recin llegado a una ciudad. (N. del T.)
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diez aos antes de morir haba dejado de encontrarle la ms mnima
gracia a su trabajo.
Por aquellos das (1922), un editor emprendi la tarea de reim-primir sus viejos libros y reunir sus cuentos ms recientes, lo cual le
hizo sentir que exista en el mundo literario y que segua vivo en el
pblico; tambin las reiteradas afirmaciones de [39] Mencken y de F. P.
A., en cuanto a su verdadera estatura de escritor, le produjeron cierta
satisfaccin. Sin embargo, no creo que ya le importara mucho; es difcil
de comprender, pero no creo que nada le importara ya una breva, salvosus relaciones personales con alguna gente. Un ejemplo al caso fue su
actitud frente a aquellos imitadores que no le dejaron ni la camisa
slo alrededor de Hemingway se ha revoloteado tanto; ms
preocupaba el asunto a los imitadores que al propio Ring. Su actitud
era la de ayudarlos frente a cualquier obstculo que los detuviera en el
camino.
A travs de este perodo de grandes ganancias y de una reputa-
cin slida y creciente en todo aspecto, tuvo Ring dos ambiciones ms
importantes que la obra por la cual se le habr de recordar: quera ser
msico a veces dramatizaba irnicamente su papel de compositor
frustrado y quera escribir comedias. Sus tratos con los empresariosson un verdadero cuento: siempre le estaban encargando trabajos que
pronto olvidaban y aceptando libretos que jams producan. (Ring dej
una ficha breve e irnica de Ziegfeld.) Slo mediante la ayuda del
prctico George Kaufman, logr cumplir su ambicin, pero no pudo
disfrutarla plenamente, porque ya en ese tiempo estaba muy avanzada
su enfermedad.
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Lo que pretenden expresar estas palabras es que, por grandes que
fuesen los logros de Ring, estaban siempre por debajo de lo que l era
capaz de hacer, y esto debido a una actitud cnica que mantena hacia
su trabajo. Cundo se haba originado esa actitud? Acaso en su
juventud en una aldea de Michigan? Sin duda durante sus das con los
cachorros1. En la poca en que la mayora de los hombres promisorios
logran una educacin adulta, ya sea slo en la escuela de la guerra,
Ring andaba en compaa de unas cuantas docenas de analfabetos
jugando un juego de muchachos. Un juego de mu-[40]chachos sin ms
posibilidades que las que un muchacho puede manejar, un juego
limitado por muros que atajaban la novedad o el peligro, el cambio o la
aventura. Este material, su observacin bajo tales circunstancias, fue el
texto de estudio de Ring durante el perodo ms formativo de la mente.
Es posible que un escritor siga girando alrededor de sus aventuras
despus de los treinta, despus de los cuarenta, despus de los cincuen-ta, pero los criterios segn los cuales se pueden pesar y valorar estas
aventuras se fijan irrevocablemente a los veinticinco. Por muy profun-
do que enterrara el cuchillo, la torta de Ring tena exactamente el
dimetro del diamante de Frank Chance.
Aqu estaba su problema artstico, prometiendo futuras dificulta-
des. Mientras escriba dentro de esos lmites, los resultados eran
magnficos: all oa y registraba la voz de un continente. Pero cuando el
inters de Ring, inevitablemente, los super, qu le quedaba?
1 En ingls Cubs,refirindose seguramente a equipos infantiles o juveniles de bisbol.
(N. del T.)
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Le quedaba su magnfica tcnica lingstica, pero l se encontr
ms bien desamparado en esas pocas hectreas. Se haba formado en el
mismsimo mundo sobre el cual se desat su irona jocosa. Se las haba
arreglado duramente para llegar a saber cules son las motivaciones de
los hombres y a qu medios pueden stos recurrir para alcanzar sus
metas. Pero ahora tena un nuevo problema: qu hacer con esto que
saba? Segua viendo, y lo que vea segua viajando hasta el nervio
ptico, pero no ya para ser volcado en su ficcin, porque ya no eran
imgenes que pudieran pesarse y valorarse con los criterios viejos. Nose trata en absoluto de que para l la virtuosidad atltica fuese el ms
importante de los problemas; la cosa es que no poda encontrar nada
mejor. Imagnense la vida concebida como un asunto de hermosa
organizacin muscular: levantarse, realizar un esfuerzo, darse un buen
recreo, traspirar, baarse, comer, hacer el amor, dormir. Imagnenselo
realizado; luego imagnense tratando de aplicar esa norma al lohorriblemente complejo [41] que es vivir, donde todo aun las ms
grandes concepciones y obras y realizaciones es confuso, turbio,
tortuoso; y entonces usted podr imaginarse la confusin que enfren-
taba Ring cuando sala de la cancha de juego.
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Sigui registrando, pero ya no proyectaba, y esta acumulacin,
que termin por llevarse a la tumba, tull su espritu en los ltimos
aos. No era el miedo a Niles, Michigan, lo que lo enmaraaba: era el
hbito del silencio, formado en presencia del marfil con que vivi y
trabaj. Recuerden que no se trataba de marfil humilde Ring lo haba
probado; era marfil arrogante, imperativo, a menudo megalmano.
Adquiri el hbito del silencio y luego el hbito de la represin, que
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finalmente desemboc en esa curiosa cruzadita contra las canciones
pornogrficas, que llev a cabo en el New Yorker. Haba llegado
consigo mismo al acuerdo de mostrar slo una pequea parte de su
mente.
El autor de estas lneas le sugiri en una ocasin que organizara
algn cadredentro del que pudiera desplegar en forma adecuada sus
talentos, insinundole que deba ser algo profundamente personal y
para lo cual se tomara su tiempo; Ring rechaz con suavidad la idea;
era un idealista desilusionado, pero haba servido bien a sus Parcas yno le podran crear otras nuevas. Esto es algo que puede publicarse
razonaba; esto, sin embargo, pertenece a ese montn de cosas que
jams pueden escribirse.
En tales casos se deshaca en protestas por su incapacidad para
producir algo grande, lo cual era perdonable, pues se trataba de un
hombre con orgullo y no haba razn para que tasara bajo sus capaci-
dades. Se negaba a decirlo todo porque en un perodo crucial de su
vida se haba formado el hbito de no hacerlo, hbito que gradualmen-
te haba elevado a una categora esttica. Nunca lo satisfizo en lo ms
mnimo.
De modo que a uno lo persigue no slo un sentimiento de prdida
personal, sino adems la con-[42]viccin de que Ring puso en el papel
menos porcentaje de s mismo que ningn otro escritor americano de
primera fila. Deja You Know Me, Al,y deja tambin alrededor de una
docena de cuentos maravillosos (Dios santo, si ni siquiera los haba
salvado: el material de How to Write Short Storiesse obtuvo fotogra-
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fiando viejas publicaciones en la biblioteca pblica!), y deja, as mismo,
parte del ms inspirado y violento absurdo desde Lewis Carroll. Casi
todo el resto es mediocridad con algunos destellos, y hara un mal
servicio a Ring si propusiera adorarlo en un altar como se ha hecho
con las reliquias ms casuales de Mark Twain. Esos tres volmenes
debieran parecer suficiente... para quienes no conocieron a Ring. Pero
me atrevo a decir que nadie que lo haya conocido podr negar que la
personalidad del hombre los exceda. Orgulloso, tmido, solemne,
ingenioso, corts, valiente, generoso, piadoso, honorable; adems del
afecto que estas cualidades despertaban, l infunda en la gente cierto
temor reverencial. Sus intenciones, su voluntad, una vez que se ponan
en movimiento, eran factores formidables en el trato con l: siempre
haca absolutamente todo lo que deca que iba a hacer. A menudo era
el melanclico Jaques y en verdad una triste compaa, pero en cual-
quiera circunstancia flua de su persona una noble dignidad que hacaque el tiempo pasado a su lado fuese siempre tiempo bien pasado.
En este momento tengo sobre mi escritorio las cartas que Ring
nos escribi; aqu hay una que contiene ms de mil palabras; aqu hay
otras dos mil: chismografa teatral, charla literaria, destellos de inge-
nio, pero no demasiado ingenio, pues ya se estaba sintiendo corto y
reservaba lo mejor de eso para su trabajo; ancdotas de sus actividades.
Reproduzco la ms representativa que pude encontrar:
Hace una semana, el viernes por la noche, se realiz la funcin
comida. Grant Rice y yo habamos reservado una mesa, y en una mesa
caben diez personas y nada ms. Bien, yo slo haba invitado a [43]
Jerry Kern, pero a ltima hora ste me telefone para decir que no
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podra asistir. Consult entonces con Grant Rice, quien me dijo que no
se le ocurra quin pudiera reemplazarlo, pero que sera una vergenza
perder nuestra entrada sobrante, siendo las entradas tan difciles de
conseguir. De modo que llam a Jones, y Jones acept y pregunt si
estara bien que llevara a un ex Senador amigo suyo que se haba
portado muy bien con l en Washington. Le dije que lo lamentaba, pero
que nuestra mesa estaba completa y, adems, no tenamos otra entrada
sobrante. A lo mejor me consigo una entrada por ah, dijo Jones. No
lo creo repliqu, pero de todas maneras el problema es que no
tenemos lugar en la mesa. Bueno expres Jones, podra arre-
glrmelas para que el Senador comiera en otra parte y se juntara con
nosotros en el momento de la funcin. S dije yo, pero no
tenemos entrada para l. Bueno, ya se me ocurrir algo, adujo l.
Bien, lo que se le ocurri fue llegar con el Senador, y me cost un
infierno conseguir otra entrada y luego encajarlo a la fuerza en unamesa donde no lo esperaban; ms tarde el Senador le agradeci a Jones
dicindole que era el tipo ms magnfico del mundo, y de m apenas se
despidi.
Bueno, debo terminar y comerme una zanahoria. R. W. L.
Hasta en un telegrama Ring lograba sintetizar mucho de s mis-mo. Aqu hay uno: CUANDO REGRESAS Y POR QUE POR FAVOR
CONTESTA RING LARDNER.
No es ste el momento para recordar los aspectos joviales de
Ring, especialmente debido a que mucho antes de su muerte haba
dejado de encontrarle gracia a la disipacin o, ms bien, a todo aquello
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que se denomina diversin..., exceptuando nicamente su eterno
inters por las canciones. Gracias a la radio y a la gran cantidad de
msicos que atrados por su magnetismo hicieron romeras a su lecho
de enfermo, encontr consuelo en los ltimos das, y lo aprovech al
mximo parodiando las com-[44]posiciones lricas de Cole Porter en el
New Yorker. Pero el autor de estas lneas se estara evadiendo si no
dijera que cuando fue vecino de Ring, hace ya una dcada, juntos le
echaron harto al buche y hablaron tambin mucho de mucha gente y
de muchas cosas. Nunca tuve la sensacin de conocerlo lo suficiente, o
de que alguien lo conociera, y no era sta la sensacin de que hubiese
ms en l que debera aflorar; era ms bien una diferencia cualitativa,
era ms bien como si, debido a una limitacin de uno mismo, uno no
hubiera penetrado en algo que an no estaba resuelto, algo nuevo e
indito. Por eso uno lamenta que Ring no haya escrito una gran parte
de lo que haba en su mente y en su corazn. De haberlo hecho, perma-necera ms tiempo con nosotros, y eso solo ya sera suficiente. Pero
deseara saber qu era, y seguir desendolo: Qu quera Ring, cmo
quera que fuesen las cosas, cmo crea que las cosas eran?
Un americano bueno y grande ha muerto. No lo tapemos de flo-
res; caminemos en cambio y contemplemos ese magnfico medalln,
totalmente gastado por llantos que tal vez no estemos capacitados para
comprender. Ring no tuvo enemigos, porque fue bondadoso, y a
muchos millones les dio alivio y expansin.
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El DerrumbeFebrero de 1936
I
Sin duda que la vida entera es un proceso de quebrantamiento,
pero los golpes que desempean la parte dramtica del trabajo los
grandes y repentinos golpes que vienen, o parecieran venir, del ex-terior, los que uno recuerda y lo hacen culpar a las cosas, y de los
cuales, en los momentos de debilidad, se habla a los amigos, no mues-
tran sus efectos de inmediato. Hay otro tipo de golpe que viene de
adentro y que uno no siente hasta que es ya demasiado tarde para
impedirlo, hasta que comprende positivamente que de algn modo no
volver a ser el mismo. El primer tipo de quebrantamiento pareceocurrir rpido; el segundo ocurre casi sin que uno lo sepa, pero se le
percibe en realidad muy de repente.
Antes de continuar con esta breve historia, permtaseme hacer
una observacin general: la prueba de una inteligencia de primera clase
es la capacidad para retener en la mente dos ideas opuestas a la vez sinperder la capacidad de funcionar. Uno debiera, por ejemplo, ser capaz
de ver que las cosas no tienen remedio y, sin embargo, estar determina-
do a cambiarlas. Esta filosofa concordaba perfectamente con los
primeros aos de mi edad adulta, cuando vi cmo lo improbable, lo no
plausible, a menudo lo imposible, se haca realidad. La vida era algo
que se poda dominar si es que haba algo [46] de bueno en uno. La
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vida se renda con facilidad a la inteligencia y el esfuerzo, o a la pro-
porcin que de ambos pudiera reunirse.
Ser escritor de xito pareca un asunto romntico: uno no sera jams tan famoso como un artista de cine, pero la notoriedad que se
lograra sera probablemente ms duradera; no tendra tampoco el
poder de un hombre de fuertes convicciones polticas o religiosas, pero
era por cierto ms independiente. Desde luego que en la prctica de
nuestro propio oficio estbamos siempre insatisfechos, pero yo, por
ejemplo, no hubiera elegido otro por ningn motivo.
Mientras transcurran los veinte, con mis propios veinte llevndo-
les un poquito de delantera, mis dos pesares juveniles no ser lo
suficientemente grande (o bueno) para jugar ftbol en el collegey no
haber sido enviado a ultramar durante la guerra se resolvieron en
infantiles ensueos de herosmo imaginario que resultaban buenos
para dormirse durante las noches inquietas. Los grandes problemas de
la vida parecan solucionarse, y si el asunto de arreglarlos resultaba
difcil, lo agotaban a uno demasiado como para pensar en problemas
ms generales.
Hace diez aos, la vida era en gran medida un asunto personal.
Haba que mantener en equilibrio el sentido de la futilidad del esfuerzo
y el sentido de la necesidad de luchar; la conviccin de la inevita
bilidad del fracaso y aun la determinacin de triunfar... Y ms que
stas, la contradiccin entre la mano muerta del pasado y las grandes
intenciones del futuro. Si lograba hacerlo en medio de los males
corrientes domsticos, profesionales y personales, entonces el ego
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podra continuar como una flecha disparada desde la nada y hacia la
nada, pero con tanta fuerza que slo la gravedad terminara por traerla
de nuevo a la tierra.
Durante diecisiete aos, con un ao en que lo central fue un deli-
berado haraganeo y descanso, las cosas se sucedieron as, siendo las
nuevas ta-[48]reas slo una agradable perspectiva para maana. Estaba
viviendo con ahnco, tambin, pero: Hasta los cuarenta y nueve estar
bien deca. Puedo estar seguro de eso. Para un hombre que ha
vivido como yo, es todo cuanto se puede pedir.
...Y entonces, a diez aos an de los cuarenta y nueve, descubr
de pronto que me haba derrumbado prematuramente.
II
Pero un hombre puede derrumbarse de muchas maneras: es posi-
ble que el golpe sea en la cabeza; caso en el cual otros lo despojan a
uno del poder de decisin!; o en el cuerpo, lo que hace inevitable
someterse al blanco mundo de los hospitales, o en los nervios. William
Seabrook, en un libro despiadado, cuenta con cierto orgullo y con un
final de pelcula cmo se convirti en una carga pblica. Lo que lo
condujo al alcoholismo, o que estuvo al menos presente, fue un de-
rrumbamiento de su sistema nervioso. Aunque el autor de estas lneas
no se hallaba tan implicado hara seis meses por esos das que no se
tomaba ni un vaso de cerveza, eran sus reflejos nerviosos los que
estaban cediendo: demasiada rabia y demasiadas lgrimas.
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Lo que es ms para volver a mi tesis de que la vida tiene una
ofensiva variable, la nocin de haberse derrumbado no coincidi con
un golpe, sino con un perodo de tranquilidad.
No mucho antes haba estado en la oficina de un gran mdico,
escuchando una grave sentencia. Con lo que, mirando atrs, pareciera
cierta ecuanimidad, yo haba seguido con mis asuntos en la ciudad
donde entonces viva, sin que me importara mucho, sin pensar en todo
lo que quedaba sin hacer, o en lo que ocurra con esta y aquella obliga-
cin como lo hace la gente en los libros; estaba bien asegurado, y de
todas maneras haba sido un guardin mediocre de la mayora de las
cosas que se dejaran en mis manos, inclusive de mi talento. [48]
Pero el instinto me dijo fuerte y repentinamente que deba estar
solo. No quera ver a nadie. Haba visto a demasiada gente durante
toda mi vida; era bastante sociable, pero tena una tendencia muymarcada a identificarme, en mis ideas, en mi destino, con todos
aquellos con quienes me relacionaba, de cualquier clase que fueran.
Siempre estaba salvando o siendo salvado: en una sola maana era
capaz de pasar por todas las emociones que pudieran atribursele a
Wellington en Waterloo. Viva en un mundo de inescrutables discor-
dias y de amigos y partidarios inalienables.
Sin embargo, ahora quera estar totalmente solo, y as me las
arregl para mantenerme ms o menos al margen de las responsabili-
dades ordinarias.
No fue un perodo de infelicidad. Part y disminuyeron las perso-
nas. Descubr que estaba ms que cansado. A veces poda permanecer
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tendido durmiendo o dormitando hasta veinte horas al da, de lo que
me alegraba, y en los intervalos trataba resueltamente de no pensar, y
para lograrlo haca listas, haca listas y las rompa, listas por cientos: de
dirigentes de caballera y jugadores de ftbol, y de ciudades y melodas
populares, y depitchers,y de tiempos felices y de aficiones, y de casas
en que haba vivido, y de cuntos trajes haba comprado desde que sal
del ejrcito, y cuntos pares de zapatos (no cont el traje que me
compr en Sorrento y que encogi, ni los zapatos y la camisa de vestir
con cuello que anduve trayendo durante aos sin jams ponrmelos,
porque los zapatos se volvieron speros y hmedos, y la camisa y el
cuello, amarillos y hediondos a almidn). Y listas de mujeres que me
haban gustado, y de los tiempos en que me haba dejado desairar por
gente que no era mejor que yo ni en carcter ni en capacidad.
...Y entonces, repentina y sorpresivamente, me sent mejor.
...Y me quebr como un plato viejo apenas o las noticias. [49]
Ese es el verdadero final de esta historia. Qu hacerle? Eso es algo
que tendra que descansar en lo que sola llamarse las entraas del
tiempo. Baste decir que despus de ms o menos una hora de solitario
abrazo con la almohada comenc a darme cuenta de que durante dos
aos mi vida haba consistido en girar recursos que yo no posea, pero
al precio de hipotecarme fsica y espiritualmente hasta el tope. Qu era
el pequeo regalo de vida que reciba en comparacin con eso?...,
cuando haba tenido orgullo de mi orden y confianza en una indepen-
dencia permanente.
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Me di cuenta de que en esos dos aos, con el objeto de preservar
algo un secreto interior tal vez, tal vez no, me haba apartado de
todas las cosas que antes amaba, de que cada acto de la vida, desde el
aseo matinal de dientes hasta la comida con un amigo, se haba conver-
tido en un esfuerzo. Comprend que durante mucho tiempo no me
gustaron ni las gentes ni las cosas, sino que tan slo haba adoptado la
vieja y endeble mscara del cario. Comprend que aun mi cario por
aquellos que me eran ms cercanos se converta slo en un intento de
amar, que mis relaciones ocasionales con un editor, un vendedor de
tabaco, el hijo de un amigo eran solamente lo que yo recordaba que
debahacer, en comparacin con otros das. Y en el mismo mes llega-
ron a exasperarme cosas tales como el sonido de la radio, los avisos en
las revistas, los chillidos de la va frrea, el silencio muerto del campo;
me volv despectivo ante la blandura humana, de inmediato (si bien
furtivamente) hostil hacia la dureza; odiando a la noche cuando nopoda dormir y odiando el da porque marchaba hacia la noche.
Dorma ahora sobre el lado del corazn porque saba que mientras ms
pronto lo cansara, aunque fuese un poquito, ms pronto llegara esa
bendita hora de la pesadilla que, como una catarsis, me capacitara
para enfrentar mejor el nuevo da.
Haba ciertos puntos, ciertas caras a las que Poda mirar. Como la
mayora de los nacidos en el [50] Medio Oeste, nunca he tenido dema-
siados prejuicios raciales: siempre tuve un secreto deseo de esas
hermosas rubias escandinavas que se sentaban en los porches de Saint
Paul, pero que econmicamente no haba surgido lo necesario para
formar parte de lo que entonces constitua sociedad. Eran demasiado
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bonitas para ser polluelas y haban salido muy recientemente de las
granjas como para ocupar un lugar bajo el sol, pero yo recordaba haber
caminado cuadras nada ms que para vislumbrar ese cabello relucien-
te: el brillante mechn de una muchacha que jams conocera. Estoy
haciendo chchara urbana e impopular. Eludo el hecho de que en esos
ltimos das no poda tolerar ni la presencia de los celtas, los ingleses,
los polticos, los extraos, los virginianos, los negros (claros u oscu-
ros), la Gente que Caza, los vendedores, de los tipos de clase media, en
general, de los escritores (evitaba muy cuidadosamente a los escritores
porque ellos pueden perpetuar los los como nadie ms puede hacer-
lo)... y de todas las clases en cuanto clases y de la mayora de la gente
en cuanto a miembros de su clase... En un intento de aferrarme a algo,
me gustaban los mdicos y las niitas hasta ms o menos la edad de
trece, y los muchachos bien educados desde algo as como los ocho
aos adelante. Lograba encontrar paz y felicidad en estos pocos gruposde gente. Olvid agregar que me gustaban los viejos mayores de setenta
y hasta mayores de sesenta si es que sus caras se vean secas. Me
gustaba el rostro de Katharine Hepburn en la pantalla, sin importarme
lo que se dijera sobre sus afectaciones, y la cara de Miriam Hopkins, y
los viejos amigos, siempre que slo los viera una vez al ao y pudiera
recordar sus fantasmas.
Todo esto resulta bastante inhumano y mezquino, verdad? Bue-
no, se, muchachos, es el verdadero sntoma del desmoronamiento.
No es un cuadro de lo ms hermoso. Fue inevitablemente aca-
rreado de un lugar a otro dentro de sumarco y expuesto ante diversos
crticos y crti-[51]cas. A una de ellas slo se le puede describir como
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una persona cuya vida hace que las vidas de otras personas se parezcan
a la muerte..., aun esta vez, aunque la pusieron en el a menudo poco
simptico papel de consoladora de Job. A pesar de que esta historia ya
termin, permtanme agregar nuestra conversacin a manera de
postdata:
En vez de compadecerte tanto, escucha expres ella (siempre
dice escucha debido a que piensa mientras habla; de veras piensa).
De modo que dijo: Escucha. Imagnate que no se tratara de un
derrumbe en ti... Imagnate que fuera un derrumbe en el Gran Can.
El derrumbe es en m repuse heroicamente.
Escucha! El mundo slo existe en tus ojos, en tu concepcin de
l. Puedes agrandarlo o achicarlo a tu antojo. Y ests tratando de ser un
individuo pequeo y enfermizo. Santo cielo, si alguna vez yo me
derrumbara, tratara de hacer que el mundo se derrumbara conmigo.Escucha! El mundo slo existe en la medida en que lo percibas, y por
lo tanto es mucho mejor decir que no eres t quien se ha derrumbado,
sino el Gran Can.
Ya se trag a todo su Spinoza la nia?
No s nada de Spinoza. Lo que s... Habl entonces de viejasheridas suyas que parecan, en las palabras, haber sido ms dolorosas
que las mas, y de cmo las haba atacado, aventajado, derrotado.
Sent cierta reaccin ante lo que dijo, pero soy hombre que piensa
lento, y se me ocurri, simultneamente, que de todas las fuerzas
naturales, la nica imposible de comunicar es la vitalidad. En los das
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en que a uno le llegaba el jugo como un artculo sin impuesto, uno
trataba de distribuirlo, pero siempre sin xito; para seguir mezclando
metforas, la vitalidad nunca se pega. Se la tiene o no se la tiene,
igual que la salud o los ojos cafs o una voz de bartono. Podra haberle
pedido que me convidara un poco, envuelta con cuidado y lista para
cocinarla y digerirla, pero no la habra obtenido jams, ni [52] aunque
me hubiera quedado esperando mil horas con la taza de lata de la
autocompasin. Pude alejarme de su puerta, sostenindome muy
delicadamente, como loza trizada, y penetrar en el mundo de la amar-
gura, donde me estaba construyendo mi casa con los materiales que all
se encuentran y recordar despus de salir de su puerta:
Eres la sal de la tierra. Pero si la sal ha perdido su sabor, con
qu se la ha de salar?
MATEO 513.
TMESE CON CUIDADO
Marzo de 1936.
En un artculo anterior el autor de este trabajo se refiri al mo-
mento en que comprendi que lo que tena ante s no era el plato quehaba pedido para sus cuarenta. En realidad, como l y el plato eran
uno, se describi como un plato quebrado, de aquellos sobre los que
uno se pregunta si valdr la pena preservarlos. El director pens que el
artculo sugera demasiadas cosas sin mirarlas desde muy cerca, y
probablemente muchos lectores sintieron eso mismo... Y hay siempre
aquellos para quienes toda revelacin personal es despreciable, a
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menos que termine con un noble agradecimiento a los dioses por el
Alma Inconquistable.
Pero yo llevaba demasiado tiempo agradecindoles a los dioses, yagradecindoles por nada. Quera poner un lamento en mis registros
sin tener siquiera el ambiente de los Montes Euganeos para darle color.
No haba montes Euganeos al alcance de mi vista.
Sin embargo, a veces el plato quebrado tiene que guardarse en la
despensa, tiene que mantenerse en servicio como artculo casero.
Jams se le podr volver a calentar sobre la cocina, ni juntar con otros
platos; no se le sacar para las visitas, pero servir [53] para poner
galletas tarde en la noche, o para guardar sobras en la hielera...
Por eso esta secuela: la continuacin de la historia de un plato
quebrado.
Ahora, la cura habitual para alguien que est hundido consiste en
tomar en cuenta a aquellos que se hallan en verdadera miseria o que
sufren dolencias fsicas: esto es en toda poca un remedio para la
melancola y constituye un consejo diurno bastante saludable para
todos. Pero a las tres de la maana un paquete olvidado tiene la misma
trgica importancia de una sentencia de muerte, y la cura no resulta... yen una noche verdaderamente oscura del alma siempre son las tres de
la maana, da tras da. A esa hora la tendencia es negarse a enfrentar
las cosas durante el mayor tiempo posible, retirndose a un sueo
infantil; pero ste lo ahuyentan continuamente los diversos contactos
con el mundo. Uno afronta estas circunstancias lo ms rpida y des-
cuidadamente posible y va una vez ms a refugiarse en el sueo,
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esperando que las cosas se resuelvan mediante alguna gran ddiva.
Pero mientras persiste la retirada hay menos y menos oportunidad de
esa ddiva: no se est esperando que se desvanezca ni un solo pesar,
sino que ms bien se est presenciando involuntariamente una ejecu-
cin, la desintegracin de la propia personalidad...
A menos que se entrometan la locura, las drogas o el trago, esta
fase llega, eventualmente, a un callejn sin salida y es seguida de una
calma vaca. En este punto, uno puede tratar de hacer un clculo con
respecto a lo que ha sido esquilado y lo que queda. Slo cuando melleg esta calma, vine a darme cuenta de que ya haba pasado por dos
experiencias paralelas.
La primera vez fue hace veinte aos, cuando dej Princeton, en-
fermo con un diagnstico de malaria.
Una docena de aos despus, a travs de los rayos X, se traslucique haba sido un caso suave de tuberculosis; tras unos meses de
reposo volv al college, y me encontr con que haba perdido algu-
[54]nos cargos, de los cuales el ms importante era la presidencia del
Club del Tringulo, una idea de comedia musical, y que me haba
quedado un curso atrs. Para m el collegeno volvera a ser lo mismo.
No habra ya condecoraciones de orgullo, ni medallas, despus de todo.
Una tarde de marzo me pareci que haba perdido absolutamente todo
cuanto quera... Y esa noche fue la primera vez que persegu el espectro
de las mujeres, que, por un momento, hace que todas las dems cosas
carezcan de importancia.
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Aos ms tarde comprend que mi fracaso como as en el college
haba estado bien: en lugar de tomar parte en comits, me aficion a la
poesa inglesa, y cuando tuve idea de lo que se trataba, me dediqu a
aprender a escribir. Segn el principio de Shaw de si no obtienes lo
que te gusta, ser mejor que te guste lo que obtienes, fue una salida
afortunada; pero en el momento mismo result duro y amargo saber
que mi carrera como lder de los hombres haba terminado.
Desde aquel da no he sido capaz de despedir a un sirviente, y la