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Vol. 5 nº 1 enero-junio 2017 IHS. Antiguos jesuitas en Iberoamérica ISSN: 2314-3908
El colegio San Francisco Javier de Mérida,
modelo educativo para una ciudad pequeña colonial
The school San Francisco Javier de Mérida,
educational model for a small colonial city
José del Rey Fajardo SJ*
Resumen: El artículo se compone de dos partes fundamentales. La primera constituye
una introducción a la denominada paideia jesuítica: la “formación integral”. El código
por el que se rigieron todas las instituciones educativas se denominó Ratio Studiorum,
es decir, un método eficaz, bien estructurado, cuidadoso de los mecanismos de adquisi-
ción de conocimientos, adaptado a las necesidades de su tiempo. Por ello entendieron
que el compromiso con “el bien común” debía ser expresión de la cultura, la urbanidad,
la civilidad, la conversación y, en definitiva, del diseño de un hombre honesto. La se-
gunda parte estudia el colegio San Francisco Javier de Mérida (Venezuela), arquetipo
del “colegio indiano” que constituye una experiencia revolucionaria porque dotó de la
experiencia mínima requerida a las juventudes que se levantaban lejos de los centros de
poder en ciudades con demografía inferior a los 500 habitantes. Fue una educación to-
talmente gratuita y pública y además les garantizaba el ingreso a la universidad y el des-
envolvimiento correcto en la sociedad. La estructura del “colegio indiano” descansaba
generalmente sobre cuatro personas. El Rector, responsable local de la vida escolar por
él presidida. El Profesor de Gramática que atendía permanentemente la marcha de las
aulas. El Procurador del colegio que iría adquiriendo dimensiones desorbitadas por los
capitales y riesgos que debía correr para generar los productos y posteriormente merca-
dearlos. Y el Prefecto de Iglesia, encargado del fomento de los ministerios encaminados
a la práctica de las virtudes cristianas no sólo de los alumnos sino también de los feli-
greses que acudían al templo jesuítico. Después de dedicar un análisis de lo que debía
ser el profesor se estudia en detalla el pensum, los textos utilizados, el ingreso y promo-
* Academia Nacional de la Historia. Caracas. E-mail: [email protected]
mailto:[email protected]
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ción de los alumnos, el calendario escolar, las composiciones, los actos públicos, el tea-
tro y la Academia.
Palabras claves: Paideia, Ratio Studiorum, “colegio indiano”, organización escolar.
Abstract: The article consists of two fundamental parts. The first is an introduction to
the so-called Jesuit paideia: "integral formation". The code by which all educational
institutions were governed was called Ratio Studiorum, that is to say, an efficient, well
structured, careful method of the mechanisms of acquisition of knowledge, adapted to
the necessities of his time. Therefore, they understood that the commitment to "the
common good" should be an expression of culture, civility, civility, conversation and,
ultimately, the design of an honest man. The second part studies the school San Francis-
co Javier de Merida (Venezuela), archetype of the "Indian school" that constitutes a
revolutionary experience because it provided the minimum experience required to the
youths that rose far from the centers of power in cities with lower demography To the
500 inhabitants. It was a totally free and public education and also guaranteed the en-
trance to the university and the correct development in society. The structure of the "In-
dian college" usually rested on four people. The Rector, responsible local of the school
life that he presided over. The grammar teacher who attended permanently the march of
the classrooms. The public prosecutor of the school that would acquire exorbitant di-
mensions by the capitals and risks that had to run to generate the products and later to
market them. And the Prefect of the Church, responsible for the promotion of ministries
aimed at the practice of the Christian virtues not only of the students but also of the pa-
rishioners who came to the Jesuit temple. After dedicating an analysis of what the
teacher should be, we study in detail the pensum, the texts used, the entrance and pro-
motion of the students, the school calendar, the compositions, the public events, the
theater and the Academy.
Key words: Paideia, Ratio Studiorum, "Indian school", school organization.
Recibido: 6 de setiembre de 2016
Evaluado: 28 de noviembre de 2016
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Introducción
En el caso del continente colombino, la acción de los seguidores de Ignacio de
Loyola en la educación de las juventudes americanas, su influjo en la formación del
pensamiento criollo, su cooperación a la gestación de economías creativas y abiertas, su
inserción en la historia de los pueblos aborígenes esparcidos en las que se consideraron
zonas marginales de las tierras descubiertas por Colón, su inspiración para plasmar en el
arte un barroco criollizado y su ingente producción científica y literaria sobre un mundo
nuevo en hombres y libertad, consagran y definen el aporte de la Orden de Ignacio de
Loyola a la biografía de este gran Continente.
En los últimos tiempos ha venido llamando la atención de los investigadores el
estudio de lo “local” dentro del horizonte de la globalización. En la época colonial las
ciudades, sobre todo las provincianas, supieron asumir su papel protagónico ya que,
como diría Francisco González Cruz, estamos ante la localidad global pues el mundo es
de todos, pero cada una de las partes de ese todo, conservan sus rasgos1. En una palabra,
los jesuitas se alucinaron por contribuir al “bien común” con el tiempo, el talento y el
esfuerzo.
Todavía más, aquellos proscritos expatriados en los Estados Pontificios se consti-
tuyeron el “centro más denso de todo el americanismo europeo”2 y así se construyeron
los fundamentos del tránsito de la conciencia criolla al nacionalismo emergente. De esta
suerte se abrieron nuevos caminos para la historia natural, la geografía, la historia e in-
cluso para incursionar la filosofía de la historia3 y así se levantaron las bases para los
estudios científicos de las realidades naturales, sociales e históricas de América elabo-
radas desde el exilio4.
Para este estudio hemos elegido como arquetipo conceptual al Colegio San
Francisco Javier de Mérida por dos razones. La primera, porque su biografía se extiende
desde el 14 de mayo de 16285 y su acción se prolongaría hasta 1767 fecha en que el rey
Carlos III expulsó a los miembros de la Compañía de Jesús de todos sus dominios. En
consecuencia estamos ante una institución educativa que responde plenamente a la pri-
mera estancia de los jesuitas en América. En segundo término, porque consideramos
que dicha institución educativa es –a nuestro juicio- la que hasta el presente ha sido el
mejor estudiada6.
I. El marco histórico y conceptual.
La obra de la Compañía de Jesús, como la de cualquier organización multina-
cional que posea cuatro siglos de historia, es la biografía de un ideal traducido en pro-
yectos que fueron gestados por hombres y mentalidades muy diversas y llevados a cabo
en muy diferentes épocas, lugares y situaciones.
1 González Cruz, 2001.
2 Batllori, 1966: 590.
3 Ibíd., 1982.
4 Ibíd., 1966.
5 Mercado, 1957: 7.
6 Samudio, Del Rey Fajardo y Briceño Jauregui, 2003.
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Al estallar la reforma protestante tanto Roma como Lutero detectan la necesidad
de la cristianización de las masas y la espiritualización del sentimiento religioso7. Por
ello ambas iglesias tratan de renovar las obsoletas estructuras medievales así como las
actitudes religiosas generadas por el cansancio de una religiosidad anquilosada. Este
esfuerzo restaurador les hace buscar a las dos Reformas los caminos de la modernidad8.
Y la Compañía de Jesús que antes era significada como el símbolo de la reacción
conservadora pasa a ser considerada ahora como la imagen de la modernidad dentro de
la Iglesia católica por su eficiente organización, su sistema pedagógico, por su red de
colegios y universidades, por sus originales métodos misioneros y por su búsqueda de
las masas en toda Europa.
Además tras la ruptura de la unidad religiosa de la Cristiandad se impone la era
de la “Confesionalización” en donde las confesiones luchan por generar una nueva iden-
tidad no sólo en sus instituciones sino también en los modelos de comportamiento y en
las prácticas religiosas9 porque de ello depende su nueva biografía.
A partir del Renacimiento lo religioso, cultural, social y político se invaden mu-
tuamente y es la autoridad estatal la que pretende imponer su autoridad política sobre la
base de la confesionalización. Y para ello recurre al concepto de “disciplinamiento so-
cial” requisito imprescindible sobre el que se construirá el Estado absoluto de la época
moderna10
. El ordenamiento religioso se vincula al político y al social y tiene como ob-
jetivo la uniformización de las conductas con rituales y símbolos comunes a la Iglesia y
al Estado.
En este contexto la Compañía de Jesús asumió con visión el reto transformador
de la educación. En efecto, la "Misión educación" es una identidad adquirida más allá
del tiempo en que se define el carisma y la misión delineadas por las primeras Constitu-
ciones de la Compañía de Jesús, redactadas por el maestro parisiense Iñigo de Loyola.
Este hecho convirtió a los jesuitas en la primera orden religiosa que se consagró a la
educación media y superior dentro de la Iglesia Católica11
.
La trascendencia de esta decisión fue tan fundamental que la Orden “enseñan-
te”12
lo fue no sólo de la palabra hablada sino también, y muy especialmente, de la es-
crita, es decir, de la “publicística”, inigualable palestra intelectual para la sociedad del
conocimiento13
.
Los primeros jesuitas captaron rápidamente la ruptura creciente que se establecía
entre las instituciones educativas, sus métodos y sus maestros y por otra parte la presión
de las corrientes renovadoras que necesitaban garantizar un status social emergente a las
nuevas sociedades. Y así descubrieron la validez que asumía en los nacientes Estados
7 Delumeau, 1979: 247. Citado por Borromeo, S/f [1991]: 327.
8 Reinhard, 1977: 226-252. Citado por Borromeo, S/f [1991]: 327.
9 Ibís., 1981: 165-189.
10 Schulze, 1987: 265-302. Citado por Borromeo, S/f [1991]: 328.
11 Para el proceso de evolución conceptual de Ignacio y de su Orden: ver Luckas, 1961. Ver la bula Re-
gimini militantis Ecclesiae, 27 de septiembre de 1540.
12 Leturia, 1940: 350-382.
13 Sommervogel, 1890-1932.
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nacionales el cultivo del talento colectivo de innovación y su capitalización intelectual,
su organización institucional y el éxito internacional que ello conllevaba.
La sociedad europea del XVI vivió una intensa aceleración en el movimiento
que supuso la transición de una cultura oral a la escrita en el marco de la comercializa-
ción del libro impreso y en la demanda de escolarización para satisfacer las exigencias
de las nuevas clases medias emergentes.
Así no es de extrañar que muchos príncipes, obispos, municipalidades y hom-
bres de poder se apresuraran a buscar a los jesuitas como hombres bien formados, con-
sagrados, seguros, competentes para sus respectivas jurisdicciones.
De esta forma se convirtieron los jesuitas en los regentes de la instrucción de la
juventud europea y americana y ello los situó en las encrucijadas de la historia civil y la
religiosa. Todavía más, los conflictos religioso-políticos de la Europa de la fe les haría
asumir la tarea de formar a una proporción notable del clero secular europeo: alemán,
húngaro, griego e inglés.
Por otra parte, el código de enseñanza universal para los colegios de la Compañ-
ía de Jesús, la denominada Ratio Studiorum14
, publicada en 1599 –final del gran siglo
de las Reformas- conllevaba en su interior una historia de medio siglo de intuiciones,
esfuerzos, ensayos, experiencias, errores y revisiones que hicieron posible el edificio de
la paideia jesuítica en todo el mundo15
.
Además se inscribe en el desafío de respetar las aspiraciones de los particularis-
mos de las ciudades renacentistas frente a las exigencias de los poderes nacionales em-
peñados en dar una respuesta "a la demanda universal de una formación que correspon-
diera a la racionalidad económica, jurídica, social y cultural"16
.
Luce Giard inicia su visión sobre el aporte de los jesuitas al Renacimiento con lo
que él denomina “el deber de la inteligencia”17
, que consiste en enseñar y crear ciencia.
Y en tal sentido cita la opinión de William Ashworth, quien afirma: “Se podría avanzar
que la Compañía de Jesús fue antes que la Academia del Cimento o la Royal Society, la
primera verdadera sociedad científica”. También es verdad que más adelante tamiza su
afirmación al mostrar sus reservas en la parte de innovación visible en la producción
científica de la Compañía de Jesús en el siglo XVII porque los jesuitas se convirtieron
en muy eclécticos y porque durante mucho tiempo se adhirieron a una “vista emblemá-
tica de la naturaleza”18
.
Pero, antes de entrar en la materia de los saberes es necesario hacer referencia a
un presupuesto imprescindible para entender las bases sobre las que se fundamentó el
“deber de la inteligencia”.
14 Para los textos de la Ratio Studiorum nos remitimos a: Lukacs, I, 1965; II, 1974; III, 1974; IV, 1981;
V, 1986; VI, 1986; VII, 1992). En castellano: Del Rey Fajardo, 1995: 197-286. En francés: Demoustier y
Julia, 1997. En alemán: Pachtler, 1887-1894. Sobre la Ratio nos permitimos sugerir: Charmot, 1952.
Dainville, 1978. Codina Mir, 1968. Giard y Vaucelles, 1996. Batllori, 1993: 57-74.
15 Charmot, 1952: 367-394.
16 Demoustier, 1997: 12-13.
17 Giard, 1995: XI-LXXIX.
18 Ibíd.: XXV.
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El escritor norteamericano O’Malley no duda en afirmar que a través de los co-
legios los ignacianos adquirieron un compromiso con las ciudades en las que se inserta-
ban. Por ello entendieron que “el bien común” debía ser expresión de la cultura, la ur-
banidad, la civilidad, la conversación y, en definitiva, del diseño de un hombre honesto.
Bebieron esta inspiración en la tradición de la formación para el bien de la ciudad que
nace con Isócrates en Atenas y que se incrustó en el corazón de los humanistas del Re-
nacimiento. Los clásicos encontraron un excelente escenario en los colegios jesuíticos y
fueron enseñados “no simplemente como modelos de vida sino también como fuentes
de inspiración ética”19
.
El descubrimiento del “capital humano” prendió como fuego en las nuevas so-
ciedades renacentistas y de esa forma legitimó su demanda.
Todo este gigantesco esfuerzo desembocó en un modelo pedagógico experimen-
tado en el mundo conocido, y al decir de Luce Giard sustentado “en un método eficaz,
bien estructurado, cuidadoso de los mecanismos de adquisición de conocimientos, adap-
tado a las necesidades de su tiempo”20
todo lo cual avaló el ideal de intelectualidad que
acompañó a la primera Compañía de Jesús.
De esta forma los ignacianos pronto emprendieron el camino de la nueva ciencia
y por ello se convirtieron en miembros activos de la República de las letras, de las artes
y de las ciencias e hicieron acto de presencia como una empresa de “capitalización inte-
lectual” y de organización institucional, conducida a escala internacional21
.
Y como estatuye Roland Barthes la Ratio Studiorum de los jesuitas consagra la
preponderancia de las humanidades y de la retórica latina en la educación de las juven-
tudes. Su fuerza formativa la deriva de la ideología que legaliza, la “identidad entre una
disciplina escolar, una disciplina de pensamiento y una disciplina de lenguaje”22
.
La República de las Letras y la promoción de las provincias
En las Provincias americanas hispanas de la Compañía de Jesús, sólo ciudades
como México o Lima podían aspirar a disponer de hombres y medios para poder llevar
adelante el genuino ideal de la formación ignaciana. En un segundo grado se colocarían
Córdoba, Quito, Santa Fe y otras. Y en el resto del continente se interponían grandes
espacios en los que pequeñas ciudades pugnaban por adquirir identidad a la vez que
levantaban lentamente su estructura institucional como parte de la maquinaria adminis-
trativa de la monarquía hispana.
Si adaptar la “Manzana jesuítica” en Bogotá a los grandes ideales de la Compa-
ñía de Jesús supuso un gran esfuerzo de imaginación pensamos que todavía fue más
exigente traducir ese mensaje a las pequeñas ciudades provincianas que iniciaban su
biografía municipal en medio de tantas dificultades.
La función psíquica exige para poder desarrollarse sustancia y promesas, es de-
cir, arquetipos de identificación. Por ello, el jesuita americano –lo mismo que el euro-
19 O´Mallet, 2007: 28.
20 Giard, 1995 : LVI.
21 Ibíd.: XIII.
22 Barthes, 1974: 37.
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peo, el africano o el asiático- necesitaban encontrar en su alma Mater una herencia cul-
tural que les hiciera habitantes de una historia y partícipes de una sociedad, para de esta
forma sentirse actores en una red de relaciones a partir de las cuales pudieran elaborar
comportamientos en respuesta a problemas existenciales. De esta manera, cada hijo de
San Ignacio, cada colegio, cada rincón misional, cada hacienda reiteraba un modelo
creador que invitaba no sólo a la imitación sino al riesgo de la superación.
El colegio indiano constituye una experiencia revolucionaria porque dotó de la
experiencia mínima requerida a las juventudes que se levantaban lejos de los centros de
poder en ciudades con demografía inferior a los 500 habitantes. Fue una educación to-
talmente gratuita y pública y además les garantizaba el ingreso a la universidad.
Dada la amplitud del tema23
nos restringiremos a las siguientes reflexiones:
La primera: Con la apertura de la Facultad de Lenguas el 1º de enero de 160524
en la capital neogranadina los jesuitas iniciaron un modelo educativo que se extendería
por toda la geografía nacional. Al mediar el siglo XVII, los ignacianos se habían apos-
tado en los enclaves que consideraban vitales para su acción en el Nuevo Reino. Habían
asegurado la ruta del río Magdalena con puntos terminales de Cartagena y Bogotá en
1604 y los intermedios de Honda en 1620 y Mompós en 1643. También abriría hacia el
oriente dos rutas estratégicas: la búsqueda de territorio venezolano y el insular de Santo
Domingo con la apertura de Tunja en 1611, Pamplona en 1625 y Mérida en 1628. Y
hacia la gran provincia de Guayana y el Atlántico establecerían el camino de Chita en
1625 y llegarían hasta Santo Tomé de Guayana en 1646. Las vías del sur hacia Quito se
instauraría con la fundación de Popayán en 164025
. En el siglo XVIII se expandiría a
Pasto en 171226
, a Antioquia en 172727
y en 1745 a Buga28
.
La segunda: el método no sólo garantizaba para cualificar en las letras a las ju-
ventudes provincianas y prepararlas para los estudios superiores sino también para
hacerlas partícipes de las redes educativas internacionales que la compañía de Jesús
movía en todo el mundo. De ahí la importancia que asumió el bilingüismo: la lengua
latina como vehículo internacional para insertarse en la ciencia y la cultura; la castellana
como expresión genuina de identidad con el imperio y la nación.
El estudio de la lengua latina no sólo abrió los caminos para el emplear el caste-
llano sino para mejorarlo pulirlo. En última instancia, en esos tiempos, la teoría de la
poética y de la retórica hispana se fueron distanciando muy lentamente de sus modelos
latinos. Y por ello estatuye Osorio que “la teoría sobre lo bello, la versificación, los
géneros literarios y, en general, lo que ahora llamamos teoría y preceptiva literarias,
23 Del rey Fajardo, 2010.
24 Sobre este tema, véase: Pacheco, 1991: 77-173. Del Rey Fajardo, s/f [2001]. Ibíd., 2002. Todavía
sigue siendo un estudio clásico Rivas Sacconi, 1977.
25 Pacheco, 1959. Véase el tomo I.
26 Ibíd., 1962, II: 32.
27 Ibíd., 1989, III: 40.
28 Ibíd.: 52.
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dependió, más que en otras lenguas romances, de la respectiva poética y retórica lati-
nas”29
.
La tercera: con la enseñanza de la Retórica organizaron los jesuitas en la Nueva
Granada la denominada “República de las Letras” pues, fuera de las ciencias, fue esta
disciplina la que constituyó el único prestigio social e intelectual hasta mediados del
siglo XVIII.
Este proyecto literario constituyó la base de la formación de innumerables gene-
raciones del Nuevo Reino (1605-1767). Y casi nos atreveríamos a afirmar que la actual
identidad cultural y lingüística del colombiano bebe sus orígenes en la fina retórica
aprendida en la Facultad de Lenguas y en los diversos centros humanísticos que pobla-
ron la Tierra Firme.
La cuarta: hoy todavía constituye un interrogante el aporte de la República de las
Letras jesuíticas a la cultura neogranadina. Pero ¿cómo explicar la calidad de la oratoria
civil y sagrada, la historia, la literatura espiritual y profana, la poesía, el teatro y otros
muchos espacios literarios que la investigación irá apreciando en el camino?
En el campo netamente jesuítico debemos señalar que en los primeros 50 años
de presencia ignaciana ya había surgido la primera generación de jesuitas neogranadinos
que abandonaban las enseñanzas del clasicismo literario para adoptar las nuevas co-
rrientes del gusto culterano. Nos referimos a los PP. Lucas Rangel, Juan de Toro y Her-
nando Domínguez Camargo. Los dos primeros cultivarían la ingeniosidad de los con-
ceptos y el tercero se alistaría entre los gongoristas30
.
La quinta: hay que reconocer que la vida comunitaria de los moradores de los
pequeños colegios provincianos fue abnegada y heroica. Con solo tres jesuitas se debían
cumplir todas las metas que definían el proyecto en cada ciudad. El colegio debía llevar
a cabo la formación de hombres útiles y probos para la república cristiana con su norte
siempre puesto en su lema “juntar virtud con letras”, es decir, ciencia y conciencia. Y
como complemento se instauraría la “Residencia” que debía encargarse del culto de la
Iglesia, de las “Misiones circulares” y de fomentar la vida espiritual entre la feligresía
que acudía al templo de los ignacianos.
El marco del “humanismo” jesuítico
Podría llamar a confusión el introducirnos en el selvático paisaje que se esconde
tras el concepto actual de “humanismo” pues su abanico de concepciones es tan múlti-
ples que puede abarcar desde el estudio de un período histórico hasta el análisis de un
sistema cultural y de una ideología.
Sin embargo, como afirma Manuel Briceño Jáuregui, la gran novedad del
Humanismo “fue la fundar por vez primera una cultura general, una guía del pensa-
miento y de la vida para llegar a la realización más alta de la carrera humana”31
. Y co-
29 Osorio Romero, 1980: 11.
30 Pacheco, 1959, I: 562-578.
31 Briceño Jauregui, II, 1991: 593.
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mo anotaría Uslar Pietri “Las humanidades no son otra cosa que una inmensa colección
de la experiencia humana”32
.
Y en verdad que la tradición greco-latina impuso un lenguaje científico y cultu-
ral universal que fue el latín y a él hay que recurrir para comprender la interpretación no
sólo de las mentalidades de los hombres que integraron las comunidades humanas sino
también las visiones de la ciencia que avalaba los cambios sociales.
Gabriel Méndez, al estudiar la personalidad de algunos jesuitas mexicanos del
siglo XVIII, engloba a los seguidores de Ignacio de Loyola en la siguiente visión: “El
humanista auténtico es el hombre que, mediante la asimilación de los más altos valores
de la humanidad precristiana y su síntesis vital con los valores supremos del cristianis-
mo, llega a realizar en sí un tipo superior de ‘hombre’ en el que la esencia humana logra
florecimiento y plenitud”33
.
Aquí nos circunscribimos a la forma cómo la Compañía de Jesús se insertó en
esa corriente que tipifica el Renacimiento a través de los estudios humanísticos o las
denominadas “litterae humaniores”. Y para la mejor comprensión de este tema nos re-
mitimos a los estudios realizados por François Charmot34
y a la síntesis que presenta
Charles O’Neil35
.
Con todo, una meditación sobre la paideia jesuítica exige otros contextos más
amplios, pues la identidad de la naciente Orden religiosa se diseñó a través de tres gran-
des compromisos: un designio universal, una espiritualidad de compromiso activo con
el mundo y el papel que asignó al trabajo de la inteligencia y a la adquisición del sa-
ber36
.
Desde los inicios de la Orden fundada por Ignacio de Loyola en 1540 la empresa
misionera se evidenció como la genuina forja de la identidad jesuítica. Por una parte el
celo religioso fue el motor de sus aventuras pues, al insertarse en el siglo de los grandes
descubrimientos, les hizo sentirse herederos de esa dinámica de sueños, temores y en-
tregas aprendidas en los Ejercicios Espirituales del fundador de la Orden; y así todos
esos compromisos personales estimularon sus iniciativas, les impulsaron a luchar contra
el conformismo y propiciaron en ellos la búsqueda de soluciones originales para pro-
blemas inéditos.
No se puede dudar que fueron audaces los retos que les impuso la era de los
grandes descubrimientos. Podríamos citar, a modo de ejemplo, dos grandes experien-
cias: la república cristiana del Paraguay fue "una de las empresas más audaces de la
historia de las sociedades, de las culturas y de las creencias"37
y también la confronta-
ción científica con el mundo oriental, sobre todo con China, considerándola como “la
expedición científica más ambiciosa de los tiempos modernos”38
.
32 Uslar Pietri, 1970.
33 Méndez Plancarte, 1962: V.
34 Charmot, 1934.
35 O´Neill, II, 2001: 1967-1971.
36 Giard, 2003: 17.
37 Lacouture, 1993: 548.
38 Ibíd.: 398.
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El embrujo de la “Misión”
39 tuvo la capacidad moral de dotar a las primeras ge-
neraciones de energías y proyectos ilusorios encuadrados todos ellos en lo que Alfonso
Alfaro denomina la cuaterna paradójica. En primer lugar, el compromiso adquirido en
la interioridad de la experiencia religiosa. En segundo término, la obediencia que supo-
nía una total disponibilidad de sus personas para la misión y la adquisición de un espíri-
tu de cuerpo, todo lo cual implicaba una sintonía con los ideales de la Orden así como
también con los mandatos de los superiores. Como tercer requisito se buscaba una pre-
paración “élite” que facultaba al jesuita para hacer frente a situaciones sin precedentes y
sin posibilidad de consulta y deliberación ya que en medio de tantas encrucijadas había
que aportar soluciones a retos inesperados. Y finalmente la adaptación, que debía
aprender las reglas del juego ajenas, penetrar lo más profundamente posible en el labe-
rinto de imágenes y símbolos desconocidos y de esta forma tratar de precisar lo que
divide para poder acentuar lo que une40
.
También tenemos que subrayar que el compromiso con la educación y con los
saberes se constituyó en una identidad adquirida en la naciente Compañía de Jesús. El
deber de la inteligencia les condujo a una nueva “misión”, a intervenir en el debate de
las ideas sobre las que se está levantando un nuevo mundo. Inteligencia, imaginación y
voluntad debían iluminar los caminos del compromiso con el hombre nuevo que surge
del Renacimiento y con las sociedades que buscan una nueva forma de ser y de existir.
De esta suerte se gestó el lema ignaciano de juntar virtud con letras que los es-
pecialistas lo traducen en “pietas et eruditio”, es decir, en esa difícil simbiosis que inten-
ta armonizar “la vida con la ciencia”, “la conducta con el saber”41
. Y en tierras neogra-
nadinas será el estudiante de teología Ignacio Julián quien sintetice los ideales de los
ignacianos en la educación de la juventud en Colombia y Venezuela con su lema: “vir-
tud, letras, números y política”42
.
Este principio filosófico-educativo es clave fundamental para interpretar el apor-
te a la ciencia y a la ética en cada proyecto educativo y en cada región, pues, conjugados
al unísono significaban una excelente simbiosis para perfilar la mejor expresión del
hombre, uno e indisoluble.
El medio que utilizaron los seguidores de Ignacio de Loyola para alcanzar esos
grandes ideales fue, al decir de Michel de Certaux, el “humanismo devoto” que en defi-
nitiva es el producto de una técnica: la retórica43
. Según el jesuita francés la retórica
distingue res (los significados: quae significantur) y verba (los significantes: quae sig-
nificant) y todas las combinaciones posibles están reguladas por reglas (praecepta). En
consecuencia, las res (que recolecta la eruditio) están destinadas a alimentar los mate-
39 Michael Sievernich comprueba que la voz “Misión” corresponde a la primera generación de jesuitas
pues recoge el profundo simbolismo que constituyó para los ignacianos empeñados en dar respuestas a
los retos globales que les propiciaba el mundo nuevo (Sievernich, 2005: 265-287). También en el mundo
actual tiene vigencia el referente al espacio mítico que levanta la palabra “Misión” pues apunta a una
acción mesiánica, a colonización ideológica o espiritual pues es un modo de exploración. Pero también
pueden convertirse en modos de peregrinación, formas de prédica e instrumentos transitorios de coloniza-
ción (Pinardi, 2006).
40 Alfaro, 2003: 16-17.
41 Lange Cruz, 2005: 56.
42 La primera edición impresa de la obra de Julián apareció en Del Rey Fajardo, 1979: 325-427.
43 Certau, 1974: 996-997.
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riales que componen los “temas”, los “lugares” y las “ideas”. Las verba permiten tratar
los temas según los procedimientos que engendran los “estilos” y reaniman la “elocu-
tio”. Este sistema supone una verdad dada de fuera. De esta suerte la retórica la puebla
únicamente por conocimientos objetivos (res) y las ilustra gracias al arte de hablar (ar-
tes dictaminis). Y de esta forma se transforma la retórica en la “ciencia del ornato”. Su
objetivo se centra en producir “efectos de estilo” que intentan producir “sentimientos”
(amor, reverencia, etc.) y “acciones” (adhesión, prácticas religiosas…) en los destinata-
rios. En otras palabras es una técnica de la persuasión44
.
Desde sus inicios la Compañía de Jesús independiza la retórica de la lógica y de
la dialéctica pues no existe una verdadera teoría de la significación. Una doctrina de la
verdad es sustituida por los teólogos jesuitas por un “moralismo”. “La verdad a la que
se adosa la retórica le es externa. Ella está cercada en la práctica y garantizada por las
reglas ad pietatem et bonos mores, resorte y norma íntima de la vida religiosa o escolar.
Significada por una organización de acciones y de la afectividad (opera et affectus), la
verdad es custodiada allí dentro por un conjunto de prácticas. También las operaciones
retóricas tienen por objetivo producir fuera, en los lectores o auditores, conductas y
afectos (mores et pietas) análogas a aquellas que le sirven de apoyo. No se puede consi-
derar la literatura devota de forma aislada; esta parte “retórica” implica otra mitad, in-
terna aquella y ascética. Una estricta “disciplina” condiciona la “perfección de la elo-
cuencia”45
.
En consecuencia, Michel de Certaux habla de “retórica y espiritualidad” en los
colegios de la Compañía de Jesús franceses y lo traduce al “humanismo devoto” pro-
ducto de una técnica: la retórica y se remite para ello al tomo I de la Histoire littéraire
de Henry Bremond46
. Se trata de la técnica de la persuasión y para ello cita a Luis Ri-
cheome: “Es una cosa humanamente divina y divinamente humana saber manejar dig-
namente el espíritu y lengua de un tema…, alinear sus pensamientos con una sabiduría
ordenada, revestirlos de un rico lenguaje…, plantar nuevas opiniones y nuevos deseos
en corazones y arrancar los viejos, ablandar y someter las voluntades inflexibles…, y
victoriosamente persuadir y disuadir aquello que se quiere”47
.
Como es natural la formación jesuítica tenía un objetivo final: la "formación in-
tegral". Denominamos así al proceso instructivo y formativo, observado por los colegios
de la Compañía de Jesús durante el período colonial, para obtener un resultado final que
conjugara de forma armónica la capacitación intelectual y profesional, la práctica de las
virtudes y el desenvolvimiento correcto en la sociedad48
.
El humanismo integral contempla cinco elementos tradicionales que deben des-
arrollarse de forma armónica y jerarquizada. Ellos son: el físico, el social, el intelectual,
44 Certeau, 1974: 997.
45 Ibídem.
46 Bremond, I, 1916.
47 Richeome, 1628: 648.
48 Biblioteca Nacional de Colombia. Sección de Libros Raros y Curiosos. Mss. 17. Lo mejor de la vida,
Religión, Doctrina y Sangre recogido en un noble joven colegial de el Real, Mayor y Seminario Colegio
de San Bartholomé, propuesto en Ynstrucción Christiano-Politica para el uso de dicho Colegio a quien
lo dedica un Estudiante Theologo de la Compañía de Jesús en su segundo año a suplicas de la misma
juventud noble. El texto íntegro en Del rey Fajardo, 1991: 325-427.
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el estético y el espiritual. Como entre ellos debe existir interrelación, todos colaboran
para conseguir el fin último: el hombre integral.
II. La estructura organizativa
La grandiosidad de los grandes colegios jesuíticos de Europa puede ofrecer una
perspectiva muy distinta a la que presentan los colegios provincianos de América. Por
ejemplo, el Colegio Imperial de Madrid ya en su fundación disponía de 6 cátedras de
estudios menores y 17 mayores además de los prefectos, 2 directores espirituales, 12
pasantes y 1 corrector49
. Además hay que tener presente el influjo que ejercían estas
instituciones sobre las sociedades en las que se encontraban y sus repercusiones en la
pintura, la arquitectura, la música, el teatro y la danza50
así como su contribución a las
ciencias51
y letras.
Pero, la universalidad de la Compañía de Jesús pronto le obligó a enfrentarse a
las diferencias de culturas, regiones y continentes. Estos retos los recogía la Formula
acceptandorum collegiorum anno 1588 recognita52
en la que se pormenorizaban las
exigencias que definían un colegio jesuítico tanto en la integración de la comunidad,
como en el curriculum, la dotación del edificio y de las clases y los ministerios que de-
bían desarrollarse en torno a la Iglesia. Pero, esta Formula excluía expresamente a las
Indias y a las regiones transalpinas. Suponemos que la exclusión contempla la letra de
algunas disposiciones pero no el espíritu global del documento.
En las Provincias americanas hispanas de la Compañía de Jesús, sólo ciudades
como México o Lima podían aspirar a disponer de hombres y medios para poder llevar
adelante el genuino ideal de la formación ignaciana. En un segundo grado se colocarían
Córdoba, Quito, Santa Fe y otras. Y en el resto del continente se interponían grandes
espacios en los que pequeñas ciudades pugnaban por adquirir identidad a la vez que
levantaban lentamente su estructura institucional como parte de la maquinaria adminis-
trativa de la monarquía hispana.
Esta era la realidad de la mayoría de las poblaciones donde fue fundando cole-
gios la Compañía de Jesús en las Provincias surgidas en las tierras descubiertas por
Colón53
. Como es natural las exigencias y los planteamientos de estas ciudades provin-
cianas eran en muchos aspectos distintos a los de las grandes urbes, aunque los ideales
educativos fueran idénticos.
De esta manera se debe estudiar la inserción de los miembros de la Orden de Ig-
nacio de Loyola en la ancha y extensa geografía americana como agentes de los pro-
49 Escalera, I, 2001: 844.
50 O´Malley, 2005: 3-16. O´Malley, et al., 1999 y 2002. Baldini, 2000.
51 Véase: Feingold, 2003. Hellyer, 2005. Romano, 1999.
52 ARSI. Institutum, 40, fol., 109-111v. Posteriormente, sin variaciones de fondo, se promulgó la Formu-
la acceptandorum collegiorum iuxta V Generalis Congregationis, Decretum 87, a R. P. N. Claudio
Aquaviva, Praeposito Generali, explicata.
53 La cronología de ingreso de la Orden de Loyola en la América hispana es tardía y doblado el siglo
XVI: En 1566 llegan a la Florida, en 1567 al Perú, en 1572 a Méjico, en 1586 a Ecuador, en 1593 a Chile
y posteriormente a la región del Plata, al Paraguay y al Nuevo Reino.
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legómenos de una historia intelectual en la que hay que dilucidar cómo y por qué han
concurrido a la obra común de engendrar la modernidad54
.
Pensamos que una de las intuiciones de los seguidores de Ignacio de Loyola en
los nuevos mundos fue la de poder diseñar un modelo de “escuela” que funcionaba con
cuatro jesuitas en ciudades que generalmente no alcanzaban los 1.000 habitantes. Así
nació el “colegio indiano” que fue capaz de llevar adelante un revolucionario sistema
educativo-formativo en las nacientes ciudades americanas para así lograr los fines fun-
damentales de la educación.
La estructura del “colegio indiano” descansaba generalmente sobre cuatro per-
sonas. El Rector, responsable local de la vida escolar por él presidida. El Profesor de
Gramática que atendía permanentemente la marcha de las aulas. El Procurador del cole-
gio que iría adquiriendo dimensiones desorbitadas por los capitales y riesgos que debía
correr para generar los productos y posteriormente mercadearlos. Y el Prefecto de Igle-
sia, encargado del fomento de los ministerios encaminados a la práctica de las virtudes
cristianas no sólo de los alumnos sino también de los feligreses que acudían al templo
jesuítico.
Desde un punto de vista institucional y legal la "máquina religiosa" era respon-
sabilidad del Prefecto de Iglesia; la "máquina educativa" reposaba sobre el Director de
Estudios (auténtico administrador de la empresa académica); la "máquina económica"
descansaba sobre el Procurador (verdadero gerente de la empresa); y todos gozaban de
funciones claramente diseñadas y delimitadas55
.
Mas, en definitiva, todas esas fuerzas dependían legalmente del Rector, genuino
presidente de la corporación y por ende a él competían las decisiones finales –dentro del
ámbito de su competencia limitada- en todos los campos de las administraciones.
Por su parte, la estructura del poder decisorio reposaba sobre tres niveles distin-
tos: el local, representado por el Rector; el provincial (que abarcaba toda una extensa
demarcación geográfica llamada Provincia) presidido por el Provincial; y el romano
que, dentro de la concepción monárquica de la Compañía de Jesús, se centraba en el
poder, prácticamente omnímodo, del Prepósito General.
Paralela a esta jerarquía de poder institucional encontramos a los Procuradores
(de cada domicilio, de cada Provincia y el General), piezas vitales para entender cada
uno de los entes económicos o la constelación de todos ellos. Su poder era gerencial y
dependiente del respectivo nivel (Rector, Provincial, Prepósito General).
54 Giard: XV. Para un estudio de la misión e identidad de la Compañía de Jesús nos remitimos a: Siever-
nich y Switek, 1991.
55 Regulae, 1590: 176-189.
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Cuadro 1
Plan de estudios según la concepción
de Ignacio de Loyola
Edad aproximada
del alumno
5 a 7 Educación Elemental. (Generalmente no se realizaba en colegios jesuíticos.
6 La Educación Elemental comprendía: hablar, leer y escribir en latín.
7 a 8 De ordinario no había instrucción especial en o acerca de la lengua vernácula.
9 Se entraba en la Universidad a la edad de 10 años más o menos.
10 Facultad de Lenguas. Estudio de Letras Humanas especialmente del latín y griego.
11 Estudiaban la gramática latina, lengua que ya sabían previamente. La clase superior de
gramática se terminaba con frecuencia a los 12 años de edad.
Luego venían dos años de Retórica, Poética e Historia.
12 a 13 El objetivo que se buscaba en ellos era una completa facilidad en el arte de hablar, leer
y escribir en latín con elegancia, a ser posible, antes de comenzar el estudio de la filo-
sofía y las demás artes (para las cuales el latín era todavía un instrumento indispensa-
ble).
14 Facultad de Artes. Se comenzaban los estudios de Filosofía y de las otras artes.
15 Cátedra de Lógica, Física, Metafísica, Filosofía Moral y Matemáticas.
16 Después de tres años se confería el título de Bachiller en Artes; y a muchos, después
de seis meses más, el de Maestro en Artes.
17 Facultad de Teología, Facultad de Derecho y Facultad de Medicina.
18 La teología era la asignatura más importante; estaba abierta para estudiantes externos.
19 Cátedras de Teología Escolástica, Teología Positiva, Derecho Canónico, escritura
20 Había un ciclo de cuatro años de cursos fundamentales después de los cuales se
terminaba el curso ordinario de Teología.
La ordenación sacerdotal podía tener lugar alrededor de los 21 años de edad.
21
22 a 23 Había dos años más de ejercicios y actos para los que querían sacar el grado de Doctor
en Teología.
El Rector
La cabeza visible de la obra total del colegio indiano era el Rector. Por ello en
sus respectivas reglas se le recuerda que debía preceder a todos con el ejemplo56
.
56 Regulae, 1590, Regla, 20.
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Mucha importancia atribuía la Compañía de Jesús de comienzos del siglo XVII a
las costumbres57
tanto comunes al cuerpo universal de la Orden como a las específicas
de cada provincia y casa. El esfuerzo unificador llevado a cabo por el P. Claudio Aqua-
viva y sus consiguientes consultas a todas las provincias esparcidas por el mundo repre-
sentan la búsqueda de una identidad jesuítica que debía prevalecer sobre continentes,
razas e ideologías. Ello explica el compromiso que asumía cada Rector frente al futuro
de una orden religiosa nueva que se había extendido tan rápidamente por el universo
conocido.
Pero como el cultivo de la vida espiritual de la comunidad jesuítica era el único
medio válido para llevar adelante los ideales tanto religiosos como culturales, educati-
vos y económicos del colegio, al Rector le correspondía mantener con ilusión y entrega
la respuesta personal y comunitaria de cada uno de los integrantes de su jurisdicción58
.
En la vida práctica era muy difícil que el Rector se moviera con igual competen-
cia en las tres áreas de acción del colegio; lo lógico era que su gestión fuera más directa
en el templo y en el colegio y más a distancia cuando se trataba de las haciendas.
Sobre el Rector recaía la responsabilidad inmediata y última de la buena o mala
marcha del plantel educativo. Además, debía asumir las principales funciones del Pre-
fecto de Estudios. Debía fomentar el entusiasmo del Profesor de Gramática59
para man-
tener vivos los programas educativos y evaluar cada mes con el docente el desarrollo
del curso60
. Asimismo debía asistir a los ejercicios literarios prescritos61
para garantizar
su buen éxito. También tenía que presidir la entrega de los premios62
, estímulo para
inculcar la búsqueda de la excelencia. Y expresamente se le impone que funcione la
Congregación Mariana63
de la que hablaremos más adelante.
El Prefecto de Estudios era el gestor directo e inmediato del funcionamiento
académico del colegio a su cargo. Debía conocer a fondo la Ratio Studiorum64
a fin de
poder exigir su cumplimiento. Pero en los colegios pequeños todas las funciones enco-
mendadas al Prefecto las asumía el Rector.
Su gestión contemplaba: coordinación del profesorado; las admisiones y promo-
ción de los alumnos; la supervisión de los exámenes y ejercicios literarios; y la discipli-
na.
En cuanto a los docentes, comenzaba por hacer guardar las Reglas correspon-
dientes a los Profesores65
, visitar las clases para tomar conciencia de su funcionamien-
to66
, verificar los calendarios67
, controlar el pensum, que estaba referido en la Gramáti-
57 Ibíd. Regla, 4.
58 Ibíd. Reglas, 21, 22, 24, 25.
59 Ibíd. Regla, 20.
60 Ibíd. Regla, 18.
61 Ibíd. Regla, 3.
62 Ibíd. Regla, 14.
63 Ibíd. Regla, 23.
64 Ibíd. "Reglas del Prefecto de Estudios". Regla, 4.
65 Ibíd. "Reglas del Prefecto de los Estudios inferiores". Regla, 4.
66 Ibíd. Regla, 6.
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ca del P. Manuel Alvarez
68 y en Retórica a la del P. Cipriano Soarez
69; y velar por el
prestigio y autoridad del profesorado70
.
También debía supervisar el variado mundo de los ejercicios literarios: las de-
clamaciones mensuales71
, las disputas de clases72
, las Academias73
, así como los pre-
mios públicos o privados74
.
Finalmente debía cuidar de la disciplina del colegio, tanto dentro del aula como
en los espacios que configuraban el recinto escolar75
.
En definitiva se puede considerar que el Rector era el responsable directo de la
buena marcha del colegio así como también el garante de la disciplina religiosa de todos
sus moradores jesuitas. Pero, por otro lado, no se puede olvidar que la entidad a él ads-
crita formaba parte de un todo parcial como era la provincia del Nuevo Reino y en este
sentido debía cumplir con normas que eran obligatorias para todos los planteles educa-
tivos.
Mas, para evitar cualquier desviacionismo Ignacio de Loyola había previsto la
necesidad de que el Rector fuera asesorado por la denominada "Consulta domus"76
y
vigilado por el Admonitor77
.
Los consultores eran nombrados por el P. Provincial78
y su misión principal se
dirigía a ayudar con su consejo al Rector para que el colegio obtuviera los mejores fru-
tos79
. Su norte debía ser el bien común80
. Si el caso lo ameritara podían remitir su opi-
nión al superior mediato81
. También debían escribir cíclicamente al Provincial y al Ge-
neral las relaciones que estatuía la "Formula scribendi"82
.
El Admonitor lo elegía el Provincial83
. Su misión consistía en advertirle al Rec-
tor de aquellas cosas que la mayor parte de los consultores juzgare oportuno hacerle ver
o reflexionar y de aquellas otras relativas a la persona o al oficio dignas de ser tenidas
67 Ibíd. Regla, 7.
68 Ibíd. Regla, 8.
69 Ibíd. Regla, 13.
70 Ibíd. Regla, 4.
71 Ibíd. Regla, 32.
72 Ibíd. Regla, 33.
73 Ibíd. Regla, 34.
74 Ibíd. Reglas, 35 y 36.
75 Ibíd. Reglas, 43 y 44.
76 Regulae, 1590. "Regulae Rectoris". Regla, 14.
77 Ibíd. Regla, 15.
78 Ibíd. "Regulae Provincialis". Regla, 25.
79 Ibíd. "Regulae Consultorum". Regla, 1.
80 Ibíd. Regla, 2.
81 Ibíd. Regla, 7.
82 Ibíd. Regla, 10.
83 Ibíd. "Regulae Provincialis". Regla, 25.
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en cuenta
84. Para mejor cumplir con su oficio debía poseer copia de todas las órdenes
que los Provinciales dejaban al colegio "para que él pueda celar su observancia"85
.
En la Provincia del Nuevo Reino estaba determinada la "Forma para haçer la en-
trega de un Collegio a su sucesor quando un Rector acaba su oficio"86
. Se trata de un
cuestionario pormenorizado acerca de la gestión rectoral durante el trienio de su manda-
to, cuyo texto debía ser firmado por la autoridad saliente y la entrante87
.
Cuadro 2
84 Ibíd. "Regulae Admonitoris". Regla, 3.
85 APT. Fondo Astráin, 18. Ordenes antiguas, que por orden de N. R. P. Lorenzo Ricci, ya no están en
uso: y deven guardarse en el Archivo. Fol., 41.
86 Ibíd. Fol., 19v-20v.
87 Comienza con las entradas habidas desde la última visita del Provincial y si no hubiere habido visita
desde el tiempo que entró en el oficio. Segundo: Descargos que da por el libro de gastos. Después "se
saca el alcançe que se haçe diçiendo de que proçede". Deudas que debe el colegio: a quiénes y de qué.
Deudas que deben al colegio: de quiénes y de qué. Rentas, censos, estado de las haciendas, etc. Debe dar
cuenta de las alhajas de la Iglesia y Sacristía "por su libro", así como de la librería, despensa, cocina,
refectorio.
Organigrama de la estructura
organizativa
del Colegio indiano de Provincia
Rector
Comunidad
Iglesia
Profesor de
Humanidades
Prefecto de la
Iglesia
Procurador
Academia Ministerios
Haciendas
Consulta de casa
Administrador
Colegio
Espiritual
Admonitor
Confesores
Predicadores
Congregaciones
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El Profesor de Gramática
El Profesor jesuita que se vinculaba al campo de la enseñanza de las humanida-
des era un profesional académico que había cursado tanto la Filosofía como las Letras
en Universidades o Centros especializados, además de haberse capacitado en Semina-
rios prácticos en las técnicas de la pedagogía adoptadas por la Orden. Esta última exi-
gencia se definió en 1565 en la Segunda Congregación General88
y se consagró definiti-
vamente en la Ratio Studiorum de 1599:
“Para que los maestros de las clases inferiores no lleguen imperitos a enseñar, en
los colegios de que suelen sacarse los maestros de letras humanas y de gramáti-
ca, el Rector elija a alguno muy perito en enseñar con el que se reúnan al fin de
los estudios tres veces por semana durante una hora los que están cercanos a ser
maestros, para ser preparados al nuevo magisterio; y ello hágase alternativamen-
te preleyendo, dictando, escribiendo, corrigiendo y desempeñando otros oficios
del buen profesor”89
.
Pero a todas estas premisas hay que añadir otra, sin la cual se perdería la pers-
pectiva real de la imagen del profesor jesuita: el magisterio surge, no sólo como una
profesión, sino además como una misión específica y especial en la que no existe divor-
cio alguno entre su consagración al quehacer cotidiano en el colegio donde presta su
servicio y sus ideales religiosos e intelectuales porque su espíritu corporativo había en-
tendido que la semilla se sembraba individualmente pero el fruto cosechado hacía refe-
rencia a la comunidad.
La biografía del Profesor estaba enmarcada en el trabajo continuado: el estudio,
la preparación de las clases, la dedicación a los alumnos y el cumplimiento de las demás
normas de la Ratio Studiorum.
Su dedicación docente era exclusiva: Diariamente debía dictar 4 horas de clase:
dos por la mañana y dos por la tarde90
, de acuerdo con los programas prescritos y plas-
mados en las disposiciones educativas vigentes. También debía atender personalmente a
la variada gama de los ejercicios previamente programados, los cuales podía cambiar
"con tal de que se conserven los mismos enteramente y por los mismos espacios de
tiempo en las reglas de cada maestro"91
. El pensum anual debía cumplirse a cabalidad y
era controlado por el Prefecto de Estudios92
.
Su empeño fundamental debía cifrarse en seguir los pasos de cada uno de sus
alumnos y buscar el mejor aprovechamiento93
. Tenía que controlar diariamente los ejer-
cicios de la memoria94
, la entrega de composiciones las que debía corregir "con cada
uno de los alumnos"95
y poner especial cuidado en preparar la prelección96
. Cíclicamen-
88 Pachtler, 1968, I: 75.
89 Ratio Studiorum, “Reglas del Rector”. Regla, 9.
90 Ibíd. "Reglas del Profesor de las clases inferiores", 14.
91 Ibíd., 15.
92 Ibíd., "Reglas del Prefecto de Estudios", 5.
93 Ibíd., "Reglas del Profesor de las clases inferiores", 50.
94 Ibíd., 19.
95 Ibíd., 20-21.
96 Ibíd., 27-30.
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te tenía que llevar a cabo los ejercicios extraordinarios, como concertaciones, etc.
97. Y
finalmente tenía que observar, a través de su Catálogo, la evolución intelectual de cada
discípulo98
.
El entusiasmo y la alegría debían ser sus constantes distintivos99
y junto a la dul-
zura y a la paciencia debía exigir la asiduidad de los jóvenes a clase100
, el silencio y la
modestia101
y la guarda de las reglas102
.
La disciplina la "conseguirá más fácilmente con la esperanza del honor y del
premio y con el temor de la vergüenza, que con los golpes"103
. Y en cuanto a los casti-
gos impone la Ratio:
No sea precipitado al castigar, ni demasiado en inquirir: disimule más bien
cuando lo pueda hacer sin daño de alguno; y no sólo no golpee él mismo a nadie
(porque eso debe hacerlo el corrector), sino absténgase de ultrajar de hecho o de
palabra; y no llame a nadie sino por su nombre o apellido; en vez de castigo será
a veces útil añadir algo literario fuera de la tarea ordinaria104
.
Y la última Regla del Profesor de las clases inferiores concluye con estos sabios
consejos:
No desprecie a nadie, mire bien por los estudios tanto de los pobres como de los
ricos y procure especialmente el adelanto de cada uno de sus escolares105
.
La misión del Profesor
Pero la concepción del Profesor no se agota en las normas de la Ratio sino que
supone una intensa vida ascética inspirada en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio
de Loyola. La tradición pedagógica de la Compañía de Jesús concebía al maestro como
una célula inserta en el sistema educacional, y a la vez un átomo generador de los prin-
cipios de la Paideia: autoridad, actividad y adaptación.
En la práctica, quien personificaba los ideales educativos expuestos más arriba
era el profesor y a su responsabilidad inmediata se encomendaba la transmisión y difu-
sión de los valores en ellos contenidos.
Así pues, no es de extrañar que hayan sido los escritores ascéticos de la Orden
quienes más han insistido en las virtudes definitorias del maestro. La universalidad de
esta doctrina la confirma el escritor neogranadino, el P. Pedro de Mercado (1620-1701),
cuyo influjo en la formación de los jesuitas del Nuevo Reino en la segunda mitad del
siglo XVII fue decisivo.
97 Ibíd., 31.
98 Ibíd., 38.
99 Ibíd., "Reglas del Rector", 20.
100 Ibíd., "Reglas del Profesor de las clases inferiores", 41.
101 Ibíd., 43.
102 Ibíd., 39.
103 Ibídem.
104 Ibíd., 40.
105 Ibíd., 50.
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130 José del Re Fajardo SJ. El colegio de San Francisco Javier de Mérida… 112-162.
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Cuadro 3
Organigrama de formación del alumno
en el Colegio indiano de Provincia
... pero viniendo a lo particular, puede el Maestro ejercitarse en las virtudes si-
guientes, entre las cuales vaya primero la caridad, como su Reina; ame a sus
discípulos en Dios, por Dios y para Dios; y su amor, en las demostraciones exte-
riores, sea igual para con todos, no singular para con ninguno. Por tener oficio
de alumbrarlos, desterrando las tinieblas de su ignorancia, debe ser como el sol,
que no se singulariza con ninguno, sino que a todos igualmente alumbra y ca-
lienta. Pero si el Maestro es sol de otro hemisferio, y al uno alumbra con los ra-
yos de su enseñanza, y al otro no; y si calienta a aquel con el calor de su caridad,
y a los demás no, qué se ha de seguir sino la envidia, las quejas y la murmura-
ción de los que no se ven tan favorecidos. Ponga gran solicitud en la enseñanza
de sus discípulos... les leerá con claridad, los corregirá con blandura, las hará
ejercicios con fervor, les preguntará con cuidado y les responderá con apacibili-
Profesor de
Humanidades
Director de
Estudios
Formación
Académica
Formación para
la Excelencia
Formación
Moral
Academia
Repetición Ejercicios Prelección
Doctrina
Cristiana
Organización
Iglesia
Escritos Oral Inmediata
Mediata
Semanal Repetición
Concertación
Declamación
Traducción
Composición
Creación
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dad, que a todo esto obliga el considerar que Dios le ha entregado a sus discípu-
los y que la Virgen le ha hecho Maestro de sus hijos adoptivos. Con qué solici-
tud se aplica uno al Magisterio de un hijo de un Rey, o de un gran Señor? Pues
aún con mayor cuidado se debe aplicar el Maestro a la enseñanza de los pobres y
de los ricos, porque son hijos adoptivos del Rey del Cielo y de la Reina de los
Angeles. Tenga paciencia para sufrir las molestias que trae consigo la enseñanza
de los que fueron rudos. No se exaspere cuando hay alguno de tardo ingenio, que
Dios no le dio más. Haga su diligencia para desbastarlo con amor y tendrá con el
rudo más mérito, que con la enseñanza de los más ingeniosos ... Oiga las quejas
de los discípulos con sufrimiento y apacigüe con sagacidad sus rencillas. Que la
paz hará que su aula sea un cielo, y la caridad que sean ángeles sus discípulos106
.
Otro escritor ascético, el P. Antonio Le Gaudier (1572-1622), hacía las siguien-
tes reflexiones sobre el tema del profesor:
Es menester que los adolescentes tengan mucha estima de sus maestros y hagan
mucho caudal de su valer. Porque esta estima les apremia interiormente, sobre
todo cuando se añade el amor, a cumplir en todo la voluntad de los que los diri-
gen. Razón por la que todo maestro debe esforzarse por conseguir este predica-
mento. Mas como ya hemos dicho a propósito del amor, se ha de tener cuidado
en no complacerse en la popularidad. La reputación no es más que un medio; su
valor moral depende del fin que se quiere alcanzar107
.
En esta dirección dedica varios párrafos en los que insiste que el crédito es el
fruto de las cualidades y virtudes, y se aumenta con la fama de sabiduría, pues los
alumnos veneran a los profesores capaces de instruirles bien. En definitiva, se exige un
hombre perfecto, de virtudes sólidas, prudente y discreto108
.
Pero, también es necesario clarificar cómo se inserta la figura del Profesor en
medio de los tres grandes principios que rigen la pedagogía ignaciana. La autoridad,
concebida como un servicio a la institución educativa para garantizar tanto los ideales
de la Ratio Studiorum, como los métodos que deben observarse para conseguir el fin
propuesto y el perfecto orden que exige la complicada estructura de profesores, alumnos
y programas. La adaptación, para hacer flexibles los métodos y procedimientos de tal
manera que el objetivo final, el hombre, se pueda realizar en sus coordenadas espacio-
temporales específicas. Y la actividad, conditio sine qua non, para que el hombre de la
pedagogía ignaciana se constituya en el artífice de su propia vida como fruto de una
opción nacida del criterio adquirido a lo largo de sus años de formación.
El alma de toda esta "fábrica"109
era la autoridad concebida verticalmente, la
cual debe regular las relaciones estamentales: las externas, mediante la normativa de la
Ratio, y las internas por la disciplina religiosa de una corporatividad que se rige por la
obediencia.
106 Mercado, 1676: 238-239.
107 Le Gaudier, 1643: 119-120.
108 Ibidem.
109 Hemos adoptado el concepto de "fábrica", sacado del manuscrito del P. Ignacio Julián (Biblioteca
Nacional de Colombia. Sección de Libros raros y curiosos. Ms. 17, fol., 17v): "... es mucha fábrica un
hombre; y ejercita muchas acciones sobre todas las cuales tiene derecho la política, y en las del noble no
perdona ninguna con tal autoridad".
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Este nexo entre autoridad y obediencia sólo es válido y eficiente cuando la obe-
diencia es concebida como una virtud y no como mera disciplina. Así, el sentido de cor-
poración en el que fue educado el jesuita, hacía que cada miembro fuera responsable de
la consecución del objetivo final y total de la Compañía de Jesús mediante el cumpli-
miento fiel de su deber asignado, pues para él la obediencia, libremente aceptada, signi-
ficaba un servicio, un estar siempre preparado para cualquier misión, para trabajar don-
de y en el puesto en que la institución necesitare la respuesta del súbdito.
Volviendo al tema principal, no es de extrañar que la Ratio Studiorum se pro-
nuncie por la resultante de una cuádruple unidad: de dirección, de profesor, de método y
de materia. En otras palabras: la Ratio exige un cuerpo de profesores formados en la
misma escuela, imbuidos de los mismos principios, con unos objetivos comunes que
deben ser adquiridos por los mismos medios.
Pero en relación con el alumno el Profesor debía adquirir otro tipo de autoridad:
La autoridad -escribirá el P. Juvencio en 1703- es cierta fuerza de mandar, de
prohibir, de gobernar. Se la obtiene, o por derecho, o por habilidad. No basta de
ordinario que el derecho la conceda si no vienen en su ayuda la habilidad y el ta-
lento110
.
Tres medios propone Juvencio para conseguir este fin: el aprecio, el amor y el
temor. El aprecio sincero de los alumnos lo conseguirá el profesor por su cultura y su
piedad. La cultura se demuestra dominando "profundamente la materia que debe ense-
ñar" y "no diga nada que no lo haya limado y trabajado". Y la piedad se manifestará en
las buenas obras111
.
El segundo medio radica en procurar el amor de los alumnos, y el profesor lo
conseguirá:
si lo ven deseoso de su provecho, moderado, dueño de si mismo, no suspicaz ni
crédulo, sino tan amable y humano en privado como serio y grave en público,
siempre ecuánime e igual con todos, no más amigo de unos, ni demasiado fami-
liar; tardo en castigar ... Admita de buena gana las causas que pueda haber para
perdonar o disminuir el castigo (...), que la culpa sea cierta y bien conocida, y si
es posible, que el culpable la reconozca y confiese112
.
El tercer medio para conseguir la autoridad lo constituye el temor filial. Por eso,
el maestro debe mandar poco pero con rectitud "que exige lo mandado con constancia y
prudencia". El laxismo y el rigorismo deben ser suplantados por la comprensión y la
rectitud. La pedagogía ignaciana exige que se haga uso del poder con blandura y mode-
ración113
.
Uno de los mejores intérpretes de la primigenia mentalidad pedagógica de la
Compañía de Jesús fue sin duda el P. Antonio Posevino (1533-1611). En su libro De
cultura ingeniorum apela al testimonio de la historia y de la psicología para probar el
principio de adaptación. Siendo la naturaleza humana la misma, los talentos son tan
110 Juvencio, 1703. Citaremos siempre por la versión castellana que publicamos en Del Rey Fajardo,
1979: 741.
111 Ibíd.: 741.
112 Ibíd.: 741-742.
113 Ibíd.: 743. Charmot, 1952: 121-123.
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diversos que consecuentemente hay que aceptar, a nivel cualitativo, selección y masa.
De ahí la importancia que asigna a la necesidad de conocer la capacidad de cada alumno
para poder adaptarse a él. De esta suerte escribirá:
Así como los elementos que engañan a la vista por la semejanza de su color blan-
co, como son la sal, azúcar, la harina, la cal, se distinguen sobre todo por el gusto,
así las naturalezas que nos engañan con sus apariencias comunes no pueden ser
conocidas sino por un examen detenido de su carácter íntimo114
.
Si la autoridad debe oscilar entre la firmeza y la suavidad, la adaptación se mo-
verá entre el rigorismo y el laxismo. Para su explicación hay que recurrir a los escritores
ascéticos, como a los mejores intérpretes de la vida unitaria que debe surgir de la con-
junción de la virtud y las letras. El P. Antonio Le Gaudier (1572-1622) puntualizaba
sobre estos antagonismos:
Se cae en rigorismo:
1º cuando se dan lecciones, composiciones o tareas demasiado largas o difíciles;
2º cuando las cosas fáciles se imponen a muchachos faltos de talento, de la me-
moria o de la ciencia necesarios; 3º si se les habla en términos demasiado duros,
desalentados o desalentadores, inspirados por el capricho; 4º si se exige la lec-
ción o el tema para un tiempo fijo, sin tener cuenta con las legítimas excusas de
la familia o el muchacho; 5º si de buenas a primeras no se quieren oir las excu-
sas presentadas con razón, sino que se las tiene por mentiras; 6º si con la misma
severidad se tratan las faltas graves y las ligeras; 7º si nos mostramos suspicaces,
incapaces de rectificar una impresión desfavorable, si somos avaros de elogios y
pródigos en reprensiones; 8º si mostramos desestima hacia un alumno y costum-
bre de interpretar torcidamente todo lo suyo; 9º si no conocemos más que la ri-
gidez de los reglamentos y olvidamos la flaqueza de la niñez; 10º si las órdenes
son oscuras, equívocas y dan pie a confusiones y a castigos imprevistos; 11º si
negamos a carga cerrada los permisos solicitados con justa razón; 12º si damos
por ciertas las faltas dudosas, etc.
Se cae en el laxismo cuando:
no se hace caso más que de escándalos y faltas graves; el que para mostrarse
suave no hace caso ni de la modestia, ni del comedimiento, ni del silencio; el
que a fuerza de mirar la humana flaqueza, acaba por juzgar los males con exce-
siva indulgencia; el que reprende, pero, para evitar molestias o pequeñas protes-
tas se abstiene de castigar; el que por amistad sensible o por complicidad, tolera
que ciertos alumnos falten a la disciplina; el que so pretexto de bondad no se
hace respetar; no menos que el tímido que no toma a pechos la observancia del
reglamento; el maestro ligero que se distrae y se porta con los alumnos como un
camarada115
.
El tercer principio se denomina actividad. Su concepción se basa en la continua
y progresiva práctica del alumno en aquellos ejercicios que paulatinamente le ejerciten
la memoria, le despierten la inteligencia y la formen la voluntad. En el fondo del siste-
114 Posevino, 1593, Cap. XIX. Citado por Charmot, 1952: 134.
115 Charmot, 1952: 121-122.
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ma subyace una verdadera teleología: el ejercicio programado para alcanzar la forma-
ción integral del hombre.
El Prefecto de Iglesia
El templo significaba una actividad tan importante como la del colegio pues en
el ideal ignaciano ambas entidades se debían complementar.
Así pues, el Prefecto de la Iglesia venía a ocupar un papel paralelo al que des-
empeñaba el Prefecto de Estudios para el colegio. En último término era el responsable
no sólo de que el culto y los oficios religiosos adquirieran vitalidad e incluso esplendor
sino que además debía responder por el orden y por la consecución de los altos fines
ascéticos y espirituales que se proponía la Compañía de Jesús en cada domicilio.
Por ello, las Reglas correspondientes debían servir de norma y de guía116
.
Las formas de comunicación para los jesuitas residentes en el colegio se ceñían a
que los sábados se hacía público en el comedor el cronograma de la semana y se colo-
caba en la sacristía, por escrito, la información correspondiente117
.
Con respecto a los sacerdotes debía verificar si observaban sus respectivas Re-
glas y si cuidaban de su porte exterior118
; si disponían de las debidas licencias para con-
fesar y si se acomodaban a las exigencias de los ritos de la liturgia romana119
.
También debía celar porque se cumpliera lo estipulado por el fundador de la Or-
den acerca de la gratuidad de los ministerios y en consecuencia los sacerdotes no podían
recibir limosnas ni por decir misa ni por oír confesiones120
y tampoco se permitían en la
iglesia ni las alcancías ni ningún tipo de arca que permitiera depositar cualquier tipo de
limosna121
.
Aunque las reglas no bajan a detalles sobre los ministerios concretos, sin embar-
go precisa su obligación en procurar que no faltaran confesores en el templo122
así como
la planificación de los sermones y de las lecciones sacras123
.
Entre las obligaciones materiales permanentes sobresalen el conservar decente-
mente el Santísimo Sacramento124
, renovar anualmente los santos Oleos así como cus-
todiar las reliquias de los santos en un tabernáculo ad hoc125
, y en fin procurar el ornato
necesario para todo lo relativo al culto divino126
.
116 Regulae, MDXC: 146-151: "Regulae Praefecti Ecclesiae".
117 Ibíd. Regla, 2 y 3.
118 Ibíd. Regla, 12.
119 Ibíd. Regla, 13.
120 Ibíd. Regla, 14.
121 Ibíd. Regla, 15.
122 Ibíd. Regla, 26.
123 Ibíd. Regla, 23 y 24.
124 Ibíd. Regla, 16.
125 Ibíd. Regla, 18
126 Ibíd. Regla, 19.
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La espiritualidad del colegio y el P. Espiritual
El fervor espiritual del colegio tenía que traducirse en la buena marcha de todas
las instituciones que en él funcionaban. De ahí la importancia que tenía la visita del P.
Provincial cada trienio ya que significaba una auditoría espiritual y material tanto de
cada uno de los integrantes del plantel así como también de todas las obras que funcio-
naban en la entidad-Colegio.
El alma de una comunidad jesuítica antigua era el P. Espiritual. Debía ser hom-
bre maduro, de probada experiencia ascética, conocedor del Instituto de la Compañía de
Jesús127
, versado en la lectura de libros espirituales128
y experto en analizar los movi-
mientos en que se debaten las almas129
. Era el encargado de que el ideal ignaciano se
concretase en cada uno de los miembros del colegio mediante el fiel cumplimiento de
las reglas para conseguir la realización tanto espiritual como humana de cada uno de los
jesuitas130
.
Su acción pedagógico-espiritual era personal con cada sujeto y consistía en la di-
rección del mundo del espíritu y de la conciencia. Su objetivo se centraba en que cada
dirigido espiritual alcanzara la familiaridad con Dios y el convencimiento de que el
cumplimiento de sus obligaciones era el mejor servicio de Dios131
. Para ello debía esti-
mularlo, o corregirlo, o ayudarlo para que el proyecto de vida diseñado en los Ejercicios
Espirituales adquiriera vida mediante los diversos modos de oración, el continuo exa-
men, la práctica ininterrumpida de las virtudes y la lucha contra los afectos desordena-
dos132
.
El Procurador
Podríamos definirlo no sólo como el asesor del Rector en asuntos financieros si-
no como el verdadero gerente de la "máquina económica".
Su actividad, de acuerdo con las Reglas del Procurador, se desglosaba en dos
capítulos: la contabilidad y la administración.
Entre las sugerencias de política económico-administrativa, las Reglas son par-
cas pero precisas. Se parte del principio que, la responsabilidad, cuidado y aumento de
los bienes materiales constituye la principal misión del Procurador133
. Para ello se le
encomienda la práctica de tres consejos: asesorarse en los asuntos delicados con los
peritos más idóneos134
; llevar con toda exactitud los libros de contaduría y archivo; e
informar al Rector mensualmente del estado del balance y de la caja135
.
127 Ibíd. "Regulae Praefecti rerum spiritualium". Regla, 1.
128 Ibíd. Regla, 5.
129 Ibíd. Regla, 6.
130 Ibíd.
131 Ibíd. Regla, 2.
132 Ibíd. Regla, 3 y 4.
133 Ibíd. "Reglas del Procurador". Regla, 1 y 11.
134 Ibíd. Regla, 17.
135 Ibíd. Regla, 4.
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En las compras se le recomienda que se lleven a cabo en el tiempo oportuno "a
fin de que no se obligue a comprar las que no sean muy buenas o que no tengan precio
equitativo"136
y una vez comprada la mercancía debía vigilar para que se conservase en
buen estado137
. Y dentro de este esquema administrativo debía tomar cuenta al compra-
dor cada día de los gastos efectuados y obligarle a llevar un Diario138
.
En relación al complicado mundo de los arrendamientos, contratos, contracción
de deudas, o cualquier otro negocio de importancia, debía actuar con delegación del
Rector139
y de acuerdo con el informe de los peritos más idóneos140
. Además, tenía la
obligación de recordarle al Rector que, en los contratos de mayor importancia, debía
remitir éste una copia autenticada a Roma141
.
Finalmente, si había necesidad de recurrir a litigios judiciales se le advertía al
Procurador que, antes de emprender el pleito, hiciera lo posible por llegar a un aveni-
miento o arreglo amistoso; y si esto fuera imposible, debía intentar siempre "una justa
concordia"142
. En todo caso, los juicios debían ser llevados por procuradores exter-
nos143
.
En lo que se refiere a la vida comunitaria los "Usos y costumbres la Provincia
del Nuevo Reino" estipulaban la igualdad de todos los miembros de cada una de las
comunidades jesuíticas expandidas por el Nuevo Reino. Así por ejemplo, en lo relativo
a los viáticos de los que eran destinados a un colegio o residencia se fijaba tanto la dota-
ción personal144
como lo relativo a los viajes145
.
Con todo, una serie de circunstancias muy singulares hicieron que la figura del
Procurador adquiriese entre nosotros características muy singulares. Lo apartado de las
haciendas, las ausencias para la búsqueda de mercados a fin de colocar los productos, el
contacto con otros comerciantes, el volumen de ventas, etc. contribuyeron a que la rea-
lidad del Procurador adquiriera día a día mayor autonomía y por ende las relaciones
Rector-Procurador tuvieran a veces que regirse por la vía impositiva de la obediencia.
136 Ibíd. Regla, 9.
137 Ibíd. Regla, 10.
138 Ibíd. Regla, 8.
139 Ibíd. Regla, 13.
140 Ibíd. Regla, 17.
141 Ibíd. Regla, 21.
142 Ibíd. Regla, 16.
143 Ibíd. Regla, 15.
144 APT. Fondo Astráin, 18. Ordenes antiguas, que por orden de N. R. P. Lorenzo Ricci, ya no están en
uso: y deven guardarse en el Archivo. Fol., 23v-24: "El Colegio de donde sale, le dará el vestido interior
y exterior y el manteo, sombrero, bonete y sobrerropa que tuviere dicho sujeto, de manera que pueda
servirle todo deçentemente un año sino fuere necesario mejorarlo conforme al tiempo y lugar y la salud
del que camina (...) y de la ropa blanca le dará tres camisas, tres pañuelos, tres escofias, tres pares de
escarpines, dos pares de medias y dos pares de zapatos, jubón y calçones acomodados al tiempo y lugar a
donde va".
145 Ibíd. Fol., 25v.: "14. Al que fuere de Santafe a Merida se le daran tres mulas fletadas y pagadas;
veinte y cuatro panes; cuatro cajetas de conserva; quatro quesos, un quarto de carnero y treinta pesos en
plata".
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Tres figuras jurídicas netamente diferenciadas en el derecho y en la historia de la
Compañía de Jesús en Latinoamérica durante el período hispano intervienen en la ad-
ministración de los bienes de cada domicilio: el Ministro, el Procurador y los Adminis-
tradores de haciendas.
Pero un cargo tan delicado como es el del manejo de los bienes temporales es
lógico que no fuera usual en la mayoría de los sacerdotes jesuitas cuya formación insist-
ía fundamentalmente en los valores espirituales y en la formación humanística. Por eso
puede llamar la atención que en diversas oportunidades fueran Hermanos coadjutores
cualificados los que desempeñaran tal oficio.
En una acción tan universal como era la que desarrollaba la Compañía de Jesús
en todo el mundo era lógico que existieran severos controles.
Cuadro 4
Organigrama de estructura administrativa
en el Colegio indiano de Provincia
La organización económica
El estudio de la "máquina económica" que sustentó y movilizó la acción educa-
tiva, misional, social, económica, religiosa e intelectual de la Compañía de Jesús en el
Prepósito General
(R