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LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE
LA POSTGUERRA Y SU REPERCUSIN EN LA
VIABILIDAD DELMODELO SOCIAL EUROPEO (*)
P o r R A F A E L C A P A R R O S
Es perjudicial cualquier cosa que oscurezca la fundamental naturaleza
moral de los problemas sociales.
John Dewey,
The Public an d its Problems
(1985)
As, la carga de los mercados ha logrado cubrirnos como una segunda
piel, considerada ms adecuada para nosotros que la de nuestro propio
cuerpo humano.
Viviane Forrester ,
L 'horreur conom ique
(1996)
SUMARIO
I . LOS ELEMENTOS DE LA CRISIS.II. LAS INTERPRETACIONES DE LA CRISIS.III. LAS CAUSAS
DE LA CRISIS Y EL NEOCORPORATIVISMO.IV. EL DECLIVE DEL NEOC0RPORATIVISM0, LA
SALIDA NEOLIBERAL DE LA CRISIS Y LA INVIABILIDAD DEL
MODELO SOCIAL EUROPEO.
I. LOS ELEMEN TOS DE LA CRISIS
Aunque con el modelo de crecimiento econmico inaugurado tras la II Guerra
Mundial, que, como es sabido, coincidi con una fase de expansin econmica casi
ininterrumpida, evidentemente no se superaran los problemas de desigualdad social,
concentracin de capitales y otros aspectos de desequilibrio y/o malestar sociales, lo
cierto es que, en general, ese perodo que va desde 1945 a 1973, designado como la
(*) Quiero expresar mi agradecimiento a Rafael Duran y Juan Torres, profesores de la Universidad
de Mlaga, a Carlos Romn, de la Universidad de Sevilla, a Rogelio Velasco, de la Universidad de Gra-
nada, y a Fernando Vallespn, de la Autnoma de M adrid, por sus interesantes sugerencias, comentarios y
crticas a este trabajo.
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Revista de Estudios Polticos
(Nueva poca)
Nm. 105. Julio-Septiembre 1999
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RAFAEL
CAPARROS
edad de oro del Estado de Bienestar
por Ian Gouh (1), se caracteriza por haber con-
seguido el triunfo d e un mod elo socioeconm ico de bienestar social basad o en los
pactos polticos keynesianos de la postguerra, implcita y sucesivamente ratificados
por los dirigentes de la democracia cristiana, el liberalismo, la socialdemocracia, y
con el apoyo de los comunistas, es decir, de los principales partidos polticos euro-
peos (2), que se tradujo en unos niveles muy aceptables de estabilidad, integra-
cin y satisfaccin sociales, derivados del pleno empleo, la masiva provisin pbli-
ca de bienes colectivos, el aumento regular de la capacidad adquisitiva de los traba-
jadores, as como de la utilizacin generalizada y sistemtica en los pases
europeo-occidentales de polticas de redistribucin social.
La aceptacin por las partes firmantes de ese pacto de crecimiento econmico
y la poltica social expansiva funcionaron considerablemente bien en la prctica, re-
forzndose de ese modo la recproca confianza entre los actores sociopolticos. Lo
que, a su vez, propici la sistemtica canalizacin del conflicto de clases hacia su
pacfica resolucin en una permanente concertacin social que inclua una norma
neutral y, en consecuencia, estabilizadora: el crecimiento de los salarios se acom-
pasaba al de la productividad , llevada a cabo fundamen talmente med iante los pro-
cedimientos de la intermediacin neocorporativa.
Ello fue posible gracias a la obtencin de los altos beneficios, derivados de las
inversiones de c apital en las diferentes actividades ind ustriales, y a la definitiva ins -
titucionalizacin del capitalismo de consumo en los pases europeo-occidentales, lo
que implicaba la implantacin de una
norm a social de consumo obrero,
que se tra-
dujo en la satisfaccin generalizada de unas cada vez ms amplias necesidades so-
ciales, en gran medida inducidas por el propio sistema neocapitalista. Se trata, se-
gn Michel Aglietta (3), de una nueva estructura de consumo de masas, basada tanto
en la adquisicin de los antiguos bienes de subsistencia, nica y exclusivamente en
su forma mercanca (alimentacin, vivienda, consumos corrientes en general), como
en la propiedad individual de nuevas mercancas (automvil, electrodomsticos,
consumos duraderos, etc.), que antes o no existan o haban sido consumos suntua-
rios exclusivos de las clases acomodadas. Es precisamente en este sentido en el que
utiliza el concepto el profesor Ort:
Pienso, por mi parte, que ms all de la guerra civil del 36, el Plan de Estabiliza-
cin de 1959 tiende a separar dos pocas del capitalismo espaol: una, primera, de
capitalismo constituyente o primitivo , en la que la que la expansin tiene lugar
con extraccin deplusvalas absolutas, o, si se quiere, con salarios reales constantes,
con escasa elevacin del nivel de vida de las masas trabajadoras; otra, posterior, de
(1) I.
GOUH: Economa poltica del Estado del bienestar,
H . Blume, Madrid, 1982.
(2) Se trata de ese acontecimiento al que Dahrendorf ha denom inado el
pacto social-liberal
o el
consenso social-democrtico.
(Cfr. R.
DAHRENDORF:
T he End of Social Democratic Consensus?, en R.
DAHRENDORF:
Life Chances,
Chicago University Press, Chicago, 1979, pgs. 117 y ss.).
(3) Cfr. M.
AGLIETTA: Regulacin y crisis del capitalismo,
Siglo XX I, Madrid, 1979,
pgs. 131-146.
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CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
neocapitalismo de consumo , con la alta productividad inducida por la importacin
del capital y la tecnologa extranjera, constitucin de una
norma de consumo obrero,
y
extraccin de
plusvalas relativas
(4).
De este modo, ese permanente reformismo poltico en que consista el Estado de
Bienestar de la postguerra a medio camino entre los excesos del capitalismo libe-
ral clsico, el llamado capitalismo manchesteriano, y los no menos considerables
excesos del socialismo realmente existente, y que posteriormente sera conocido
como elmodelo social europeo,llegara a consolidarse ante la opinin pblica mun-
dial como u na fructfera y progresista tercera va para la consecucin de los obje-
tivos generales de las libertades democrticas, el crecimiento econmico, la redistri-
bucin social de la renta y el mantenimiento de unos niveles de justicia social sufi-
cientes como para eliminar los riesgos de convulsiones polticas revolucionarias,
manteniendo al mismo tiempo en esencia el orden capitalista dominante.
H asta tal punto este modelo de Estado de bienestar llega a ser universalmente
deseable que, como afirmara Fabin Estap en su prlogo de 1969 a la primera edi-
cin espaola del libro de Galbraith,
The affluent society,
viene a ser una especie de estacin terminal hacia la que dirigen sus esfuerzos e
ilusiones todos los pueblos de la tierra (5).
Y ms recientemente, apuntaba Joaqun Estefana que
El Estado de bienestar tena como objeto proteger a los perdedores (o a los me-
nos ganadores) de la evolucin econmica; los trabajadores saban que cuando venan
mal dadas, el Estado ese invento europeo los protega hasta que recuperaban la
normalidad. Y ello lleg a formar parte de la cultura general de losderechosadqui-
ridos
de los ciudadanos, al menos de los europeos; para esto tambin queramos los
espaoles entrar en la Comunidad Econmica Europea, para disfrutar de un Estado de
bienestar que desconocamos, pero al que admirbamos (6).
Incluso en la actualidad, pese a los importantes embates a que ha debido hacer
frente en las dcadas de los ochenta y noventa, el modelo social europeosigue sien-
do el ms prestigioso, como comentaba recientemente Manuel Castells, al referirse a
la imagen de Europa prevaleciente en la comunidad acadmica norteamericana:
Se admira y respeta a Europa profundamente y hay, de hecho, un acuerdo gene-
ral en que es el rea privilegiada del mundo donde riqueza, libertad y solidaridad al-
canzan la combinacin ptima (7).
(4) Cfr. A.
ORT:
E stratificacin social y estructura del poder: viejas y nuev as clases medias en la
reconstruccin de la hegemona burguesa, en
Poltica y sociedad. Estudios en homenaje a Francisco
Murillo Ferrol,
vol. II, Centro de Investigaciones Sociolgicas, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1987, pg. 716).
(5) F.
ESTAP:
Prlogo, J. K.
GALBRAITH: La sociedad opulenta,
Ariel, Barcelona, 1969.
(6) J.
ESTEFANA: La Nueva Economa. La Globalizacin,
Crculo de Lectores, Barcelona, 1998,
pgs. 71-72.
(7) Visiones del Milenio (Entrevista de Elvira H uelves),
El Pas Domingo,
19 de julio de 1998,
pg. 7.
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Por lo dems, la profundidad del inicial consenso tanto social como poltico en
torno a la idea del Estado de bienestar, incluso en Gran Bretaa, el pas tradicional-
mente ms refractario al
mo delo social europeo
(8), se pone de m anifiesto en el si-
guiente texto de Richard Titmuss, quien escribe en 1958 que
desde 1948 los sucesivos gobiernos, conservadores y laboristas, se han preocu-
pado del funcionamiento ms efectivo de los diversos servicios, con extensiones aqu
y ajustes all, y ambos partidos, dentro y fuera de su gestin, han proclamado el man-
tenimiento del "Estado de B ienestar"como artculo de fe (9).
Ahora bien, a partir de mediados de los setenta, y coincidiendo con la subida
de los precios del petrleo, provocada por la Guerra del Yom Kippur, as como con
los primeros acuerdos de la OPEP (1973), y los posteriores acuerdos poltico-econ-
micos del G-7 (1976), comienza a evidenciarse la quiebra poltico-econmica del
modelo de bienestar de la postguerra.
Aunque, de hecho, ese modelo socio-poltico ya haba venido siendo ideolgi-
co-culturalmente cuestionado con anterioridad por las llamadas revoluciones so-
ciales, que tienen lugar en diversas sociedades occidentales principal, aunque no
exclusivamente: la llamada Primavera de Praga de 1968 demuestra que no todos
los pases de Europa oriental escaparon al signo revolucionario del Zeitgeist , a fi-
nales de los aos sesenta y comienzos de los setenta. Se trata de ese conjunto de
acontecimientos sociales de alta intensidad simblico-poltica, que expresan el dete-
rioro de la estabilidad social anteriormente existente, y que va desde las revueltas
estudiantiles en Europa (mayo/68 en Francia y A lemania) y Am rica (Estados Uni-
dos y Mxico), a la crisis cultural de la juventud norteamericana agravada por la
guerra de Vietnam, los movimientos por los derechos civiles de las minoras tnicas,
la escenificacin del llamado Gran Rechazo
(Big Refusal)
contracultural en los
campuses
de numerosas universidades norteamericanas desde el movimiento
hip-
piea las diversas contraculturas ticas, polticas y/o estticas y europeas desde
las Comunas de Berln a los nuevos movimientos situacionistas, provos, beat-
niks, etc., por no mencionar el terrorismo poltico de extrema izquierda alemn o
italiano , el auge de los marxismos (desde el estructuralismo m arxista a los mar-
xismos pro ch ino, pro cubano, etc.) y la proliferacin de todo tipo de an lisis crticos
del capitalismo (10).
(8) Sobre las tortuosas relaciones histrico-polticas de Gran Bretaa con la Europa continental, en
general, y, concretamente, con el proceso histrico de integracin europea, es indispensable la reciente,
polmica y, a mi entender, definitiva obra de H ugo Young. (H . YOUNG: This Blessed Plot. Britain and
Europe from Churchill to Blair, Macmillan, London, 1998).
(9) R.TITMUSS:Essays on the Welfare State,Alien & Unw in, 1958, pg. 34. No obstante, elWelfa-
re State no puede circunscribirse al perodo de los llamados treinta gloriosos (1945-1975), ya que el
modelo escandinavo es anterior, ni carece de antecedentes tericos y prcticos, ya que la Revolucin de
octubre dio carta de naturaleza a nuevos derechos sociales universales trabajo, salud, educacin, pen-
siones, etc. que seran recogidos en la Carta del Atlntico, firmada por Churchill y Roosevelt en 1944,
y luego aplicada en la Europa postblica.
(10) Aun que, obviam ente, esas manifestaciones poltico-culturales no tuvieron la misma intensi-
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Como veremos ms adelante, todas estas manifestaciones del malestar de la
cultura contribuirn a la formulacin por parte del pensamiento neoconservador de
un determinado diagnstico de la crisis del modelo de bienestar, como crisis de go-
bernabilidad de las dem ocracias (H untington), y, por ende , a la legitimacin de la
solucin neoliberal.
Desde el punto de vista especficamente econmico, la crisis del modelo de
bienestar tendr, com o ha destacado Juan Torres (11), tres grandes man ifestaciones,
y una consecuencia principal: la cada en el nivel de beneficio de las empresas, lo
que,
a su vez, conllevar la progresiva disminucin de las inversiones de capital y la
subsiguiente masifcacin y cronificacin del desempleo. La primera expresin de
la quiebra econmica del modelo es la crisis de produccin, que comienza a eviden-
ciarse a finales de los setenta con la saturacin d e los mercados. El consumo de ma-
sas,
en efecto, dejaba de adecuarse cada vez ms a unas estrategias de produccin
intensiva que se haban venido desarrollando al margen de cualquier plan de produc-
cin que tuviera en cuenta las futuras necesidades de la poblacin y la capacidad
real de los mercados para absorber a medio plazo dicha produccin.
Por otra parte, al socaire de la acumulacin, se haba venido modificando la es-
tructura de los mercados mundiales, lo que limitaba las expectativas de realizacin de
beneficios para las empresas que haban sido dom inantes hasta ese momento. Princi-
palmente porque las empresas europeas y americanas empezaban a sufrir la dura com-
petencia de las empresas asiticas de los NICs
(Newly Industrialized Co untries),
de la
cuenca del Pacfico, a los que ms adelante nos referiremos, y cuyos costes unitarios
de produccin eran muy inferiores a los de los productos de los pases desarrollados,
lo que contribuy al crecimiento de sus
stocks
y a la cada de sus ventas.
La segunda manifestacin fae la crisis financiera. El continuo recurso al crdito,
en lugar de favorecer la realizacin de una oferta en permanente expansin, dio lu-
gar a una excesiva monetizacin y al endeudamiento generalizado; a su vez, el des-
mantelamiento del sistema monetario internacional, basado en la fortaleza del dlar,
favoreci la multiplicacin desordenada de los activos financieros rentables y la in-
seguridad cambiara. Todo eso origin un desarrollo de la actividad financiera sin
proporcin con la actividad productiva, que llevaba necesariamente consigo la ines-
dad, ni las mismas consecuencias poltico-econmicas en los diversos pases afectados. [Vid.,por ejem-
plo, M.SALVATI:May 1968 and the H ot Autumn of 1969: the responses of two ruling classes en S. D.
BERGER (ed.):Organizing Interest in Western Europe. Pluralism, corporatism and the transformation of
politics, Cambridge University Press, Cambridge, 1986, pgs. 329-363].
(11) Cfr. J. TORRES LPEZ:La estrategia del bienestar en el nuevo rgimen de competencia mun-
dial,
en
El Socialismo del Futuro,
nm s. 9/10, monogrfico sobre
El Futuro del Estado de Bienestar,
di-
ciembre de 1994, pgs. 207-219. Vid.,asimismo, J. TORRES LPEZ: Desigualdad y crisis econmica. El
reparto de la tarta.Sistema, M adrid, 1 995. Se trata de dos excelentes trabajos de sntesis de procesos his-
tricos complejos, de cuyos planteamientos econmicos generales me hago eco, a veces literalmente, en
las pginas siguientes. Lo que no significa, por sup uesto, que deban atribuirse a su autor mis propios erro-
res o insuficiencias en el anlisis de la crisis del mod elo de bienestar y su repercusin e n la representacin
de intereses organizados y en la viabilidad del modelo social europeo.
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tab i l idad monetar ia y un desar ro l lo exacerbado de la c irculacin f inanciera , que no
har s ino aumentar en las dos dcadas poster iores hasta n iveles previamente incon-
ceb ib les . H as ta ta l pun to que , com o ha sea lado Dav id H e ld ,
La expansin de los flujos financieros globales por todo el mundo en los ltimos
diez o quince aos ha sido asombrosa. El crecimiento del volumen de los mercados fi-
nancieros internacionales alcanza ya el billn de dlares diarios. El volume n del m ovi-
miento diario de bonos, obligaciones, y otros valores es asimismo algo sin preceden-
tes. (...) La proporcin del volumen de negocios de los mercados financieros interna-
cionales con respecto al del comercio real se ha incrementado de una relacin de once
dlares a uno a cincuenta y cinco dlares a uno en los ltimos trece o catorce aos;
esto es, que por cada cincuenta y cinco dlares invertidos en los m ercados financieros
internacionales, se invierte un dlar en el comercio real (...)(12).
Anthony Giddens, por su par te , af i rma al respecto que
Del billn de dlares USA en divisas que se intercambia a diario, slo el 5 por
100 deriva del comercio y otras transacciones econmicas sustantivas. El otro 95 por
100 est compuesto por especulaciones y arbitrajes, al buscar los negociantes que m a-
nejan sumas enormes beneficios rpidos en fluctuaciones de tipos de cambio y dife-
renciales de tipos de inters. Estas actividades distorsionan las seales que dan los
mercados para las operaciones a largo plazo y el comercio (13).
No obstante , la magnitud de la especulacin f inanciera ha seguido aumentando
exponen c ia lmen te en es tos l t imos c inco aos . H as ta e l pun to de que , segn r ec ien -
tes man i fes tac iones de l P res iden te de l Banco Mund ia l , James Wolfensohn ,
existen en este momento 26 billones de dlares (3.900 billones de pesetas) de
capital especulativo rodando por el mundo en busca de rentabilidad (14).
Es evidente , pues , que a lo largo de las dcadas de los ochenta y noventa hemos
venido as is t iendo a un fenmeno h is tr icamente indi to de ominosas consecuencias
pol t ico-sociales y econm icas: la absolu ta preem inencia de la econom a f inanciera
sobre la econo ma real . Y, de la m ano de d icha preemine ncia , a l nacimiento de lo qu e
Toura ine ha l lam ado la ideologa de la g lobal izacin, segn la cual d icha g lobal iza-
cin es considerada como una fuerza natural , las sociedades se reducen a sus econo-
m a s ,
las eco nom as a los m erca dos y los m erca dos a los f lujos f inancieros (15).
(12) D.
HELD:
Democracy and Globalization,
MPIfG Working Paper,
97/5, 1997: pgs. 4-5;
[http://www.mpi.-fg-koeln.mpg.de/publikation/working_papers/mp97-5_e/index.hrml]
(13) A.
GIDDENS:La tercera va. La renovacinde la socialdemocracia
(Trad. cast. de Pedro Ci-
fuentes H uertas), Taurus, Madrid, 1999, pg. 174.
(14) C.
GARCA-ABADILLO:
La ratonera de la especulacin,
El Mundo-Economa,
4 de octubre de
1998,
pg. 46.
(15) H oy estamos dominados escribe Touraine por una ideologa neoliberal cuyo principio
central es afirmar que la liberacin de la economa y la supresin de las formas caducas y degradadas de
intervencin estatal son suficientes para garantizar nuestro desarrollo (...) E sta ideologa ha inventado un
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Y de ah tambin que en esta dcada finisecular la economa mundial haya aca-
bado por convertirse, como ha destacado el premio Nobel de Economa, Maurice
Aliis, en un gran casino, en donde los recursos financieros se mueven exclusiva-
mente por la lgica de la especulacin y el beneficio, en lugar de hacerlo, como era
habitual, por la de la creacin de riqueza (16).
Por ltimo, se produjo una no menos importante crisis social. Se trata de la lla-
mada cultura del ms, caracterstica de aquellos aos. Recurdese lo sealado al
respecto por Sevilla Segura:
Parece claro que,nisiquieraamedio plazo,esposib le alterarloselementos claves
que conforman lo quehemos denominado,enexpresin rousseauniana,elcompromiso
social. Dicho compromiso,en lamayor p artealmenos,de lassociedades actuales,con-
sisteenofrecera lageneralidadde losciudadanosporpartedelcolectivo dirigenteau-
mentos continuados
en el
nivel
de
vida
a
cambio
de lo
cual
los
ciudadanos
son
felices
ynocuestionan,nimucho m enos ponenenpeligro,elorden social,esdecir,lasposicio-
nes relativas de cada grupoy las instituciones correspondientes.Enotras palabras,a
cambiodecrecimientosen elniveldevida,lagran m asade lapoblacin renunciade he-
choaoperarenpoltica.Seconvierteen esa mayora silenciosa. Esta circunstanciase
producenosloenregmenesms omenos au toritarios, sino igualmenteen losregme-
nes democrticos.Elincump limientode esecompromiso,talcomo sucedeenetapasde
depresin econmica, abre situaciones decrisis social ypoltica quepueden originar
desde cadasde losgobiernos h asta cambiosms omenos profundosen elcolectivodi-
rigente. Por consiguiente,entantoque elcontenidodelcomprom iso socialnovare,la
nica forma
de
salir
de la
crisis consistir
en
restaurar
una
senda
de
crecimiento estable.
Cuestin distinta, desde luego, aunquedeenorme importancia, sera decidiren qu me-
didalaizquierda poltica debera sustituirlaformaeinclusoelfondodedicho com pro-
miso social,enlugardeofrecer, como normalmente sucedeenEuropa, ms ymejor
delomismo, cuando resulta bastante evidenteel carcter explosivoy noextrapolable
del modelo quegenera el compromiso social vigente(17).
Esa cultura del ms era, en parte, el resultado del consenso fordista subyacente
al Estado de Bienestar de la postguerra como permanente sumistrador de bienes p-
blicos. Lo que, junto a fenmenos tales como la explosin de la publicidad, con su
constante incitacin al consumo y la expansin del crdito, provocaron un autntico
concepto:el de laglobalizacin.Setratade unaconstruccin ideolgicay no de ladescripcinde unnue-
vo entorno econmico.
(Cfr. A.TOURAINE:La
globalizacin como ideologa,
ElPas,29 de
septiem-
br e de 1996.)
Sobre la compleja problemtica poltico-econmica de la globalizacin, vid. P. HIRST, y G.
THOMPSON: GlobalizationinQuestion,
Polity Press, Cambridge,
1996; H.-P.MARTIN,y H.SCHUMANN:
La trampade laglobalizacin.Elataque contralademocraciay elbienestar, Taurus, Madrid, 1998 y,
especialmente,
la
excelente obra
de U.
BECK: Qu
es la
globalizacin? Falacias
del
globalismo,
res-
puestas a la globalizacin, Paids, Barcelona,1998.
(16) Cit. por J.TORRES LPEZ:ElEuro.Lo que no nosquieren contar,DesdeelSur. Cuadernos
de Economa
y
Sociedad,
nm. 2,
Mlaga, marzo,
1999, pg. 27.
(17)
J. V. SEVILLA SEGURA: Economa poltica de la crisis espaola,
Crtica, Barcelona,
1985,
pgs. 159-160n.
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desbordamiento social y productivo. Pues, como tantas veces se ha sealado, en una
sociedad escindida en clases sociales, el pleno empleo y la abundancia son los peores
enemigos de la estabilidad social y de la paz laboral. En efecto, esa situacin de pleno
empleo, junto con la proliferacin de los planteamientos po lticos fuertemente crticos
hacia el sistema capitalista y el correlativo auge de las ideologas revolucionarias, aca-
baran dando alas a los asalariados, de manera que como acertadamente haba pre-
visto Kalecki no slo se reivindicaban ms salarios, sino que incluso se llegaba a
poner en entredicho el propio orden jerrquico dentro de la empresa:
En realidad escriba el economista polaco en
1943,
bajo un rgimen de ple-
no empleo permanente, el despido dejara de jugar su papel como medida discipli-
naria. La posicin social del jefe se vera paulatinamente socavada y la clase trabaja-
dora tendra mayor confianza en s misma y mayor conciencia de clase. Las huelgas en
demanda de aumentos salariales y por un mejoramiento de las condiciones laborales
crearan tensiones polticas... Pero la disciplina de las fbricas y la estabilidad pol-
tica son ms apreciadas por los dirigentes de las fbricas que las ganancias. Su instin-
to de clase les dice que el pleno empleo duradero es errneo desde su punto de vista y
que el desempleo constituye una parte integral del sistema capitalista normal (18).
As, se multiplicaban las demanda s sa lariales, se perda la disciplina en las fbri-
cas y se generaba el descontento de unos trabajadores casi exclusivamente interesa-
dos en consum ir ms bienes, m s ocio y esas crecientes medidas de proteccin esta-
tal,
que se les ofrecan a cambio del consenso. Ahora bien, esa relajacin laboral
con muy poco coste de oportunidad para el trabajador cuando hay pleno em-
pleo y la prdida de la mesura reivindicativa cuando la indiciacin de los sala-
rios no respetaba la evolucin de la productividad, deterioraban el equipo produc-
tivo y reducan drsticamente la productividad hasta el punto de amenazar seriamen-
te la existencia misma de los beneficios empresariales.
Todo ello iba acompaado de un creciente desequilibrio macroeconmico. Pues
bajo el peso de una progresiva burocratizacin, el sector pblico de las economas
occidentales se haba ido convirtiendo en una especie de saco sin fondo, adonde
iban a parar las explotaciones y actuaciones no rentables para el sector privado, la
proteccin social permanentemente reivindicada por la poblacin, y todo un ejrcito
de funcionarios, que hacan aumentar sin medida los desembolsos necesarios para el
gasto corriente de las Administraciones Pblicas.
No obstante, una vez que la crisis se hizo evidente, los gobiernos no slo man-
tendran el ritmo del gasto social, que al fin y al cabo era el soporte principal de su
legitimacin poltica, sino que, al producirse en las dcadas posteriores el desem-
pleo masivo y crnico, y aumentar la entrada al mercado de trabajo de las mujeres y
de unas nuevas cohortes generacionales de poblacin activa, comparativamente m u-
cho ms nutridas por el llamado
baby boom
demogrfico de los aos sesenta, y
reducirse, al mismo tiempo, la recaudacin impositiva, incurriran en dficit pbli-
(18) M. KALECKI: Sobre el capitalismo contemporneo, Crtica, Barcelona, 1979, pgs. 28-29.
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eos cada vez m s elevad os, lo que hara muc ho ms difcil la aplicacin de las tradi-
cionales recetas keynesianas de poltica econmica, que haban permitido gobernar
de manera estable y satisfactoria las democracias liberales europeas durante los aos
de la expansin, precisamente cuando los crecientes niveles de desempleo hacan
ms necesaria que nunca la intervencin estatal.
Desde la perspectiva econm ica neoliberal, los elementos fundamentales desen-
cadenantes de la crisis del modelo de crecimiento de la postguerra no eran muy dife-
rentes, aunque, como seguidamente veremos, s lo fuera el alcance causal atribuido
a sus diversos elementos.
Segn el profesor R ojo, un muy cualificado representante de la nueva o rtodoxia
econmica, las perturbaciones que afectan a todas las economas europeas, en ma-
yor o menor medida, dependiendo de sus respectivas posiciones relativas, tienen su
origen en tres tipos de causas bsicas:
1. El fuerte aumento de los precios del petrleo en 1973-74 y en 1979-80, as
como el de otros alimentos y materias primas (...) En cada una de estas ocasiones, tales
perturbaciones generaron efectos inflacionistas y depresivos en las economas europeas
y afectaron negativamente a sus cuentas exteriores. Al mismo tiempo, introdujeron un
cambio sustancial en el marco condicionante del funcionamiento de esas econom as: su
relacin real de intercambio con el resto del mundo haba mejorado en ms de un 20
por 100 durante el perodo 1950-70, contribuyendo a la expansin de la economa euro-
pea de postguerra; pero, en 1981 , esa relacin real de intercambio se encontraba ya un
30 por 100 por debajo de su nivel en 1973, con la consiguiente prdida de renta dispo-
nible europea en favor del resto del mundo, y, concretamente, de los pases productores
de petrleo. Esa prdida de renta disponible, segn
la ortodoxia econm ica dom inante,
1) requera descensos en los costes reales del trabajo para mantener los niveles de em-
pleo; 2) implicaba reducciones de los tipos de beneficio, que incidan negativamente
sobre la demanda de bienes de inversin; e iba unida a 3) variaciones considerables en
la estructura de costes y precios relativos que afectaban a la composicin de la demanda
agregada, as como a las tcnicas preferibles de produccin y que, por tanto, 4) acelera-
ban la obsolescencia de piezas importantes del capital productivo instalado.
2. U n segundo tipo de perturbaciones se produjo por la modificacin del esque-
ma de ventajas comparativas internacionales en favor de un grupo de pases, los
NICs,
de nueva industrializacin principalmente, los llamados dragones del Pac-
fico, Corea del Sur, Taiwan, H ong-Kong, Singapur, Malasia y otros de Extremo
Oriente, Indonesia, Filipinas, etc., pero tambin otros como India, China, Brasil o M-
xico.
La competencia econmica con los productos comerciales e industriales de estos
pases empez a ser irresistible para Europa en sectores como el textil, la confeccin y
el calzado, la electrnica de consumo, la siderurgia y la construccin naval, es decir,
en aquellos sectores don de tradicionalmente la industria europea haba desempeado
papeles de liderazgo clave y donde por tanto el empleo industrial era muy elevado.
3. Por ltimo , el ajuste europeo a estos problemas se habra visto condiciona-
do por un tercer tipo de perturbaciones: las procedentes de la poltica monetaria nor-
teamericana. La inflacin mundial de 1972-73, las fluctuaciones del dlar desde
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RAFAELCAPARROS
1973 y el alto nivel de los tipos de inters en los mercad os financieros internaciona-
les desde 1979 tienen ese origen estadounidense y habra ocasionado considerables
perturbaciones a las economas europeas.
Pero las economas europeas se han resistido a adaptarse rpidamente a las nue-
vas circunstancias econmicas internacionales. Despus de la II Guerra Mundial, y
al hilo tanto del crecimiento econmico prolongado de las dcadas de los cincuenta
y sesenta, como del llamado consenso social-democrtico, la may or parte de los pa-
ses europeos construyen el
W elfare State,
con sus sistemas de bienestar social y de
concertacin de intereses, que, segn la incipiente ortodoxia econmica que co-
mienzan a establecer tanto el FM I, como el Banco M undial, implican rigideces ex-
cesivas en los imprescindibles procesos de adaptacin de las economas europeas a
las nuevas realidades de la economa y el comercio internacionales.
La inmediata adaptacin, no obstante, implicaba importantes costes sociales y
polticos para los pases europeos, por lo que la mayora de ellos intentarn eludir
los ajustes en los aos setenta, pretendiendo diluir en el tiempo los efectos de las
perturbaciones recibidas. As llegan a finales de los setenta con altas tasas de infla-
cin, frecuentes desequilibrios de sus cuentas exteriores, dficit pblicos crecientes
y tasas de paro en aume nto. Slo aquellos pases que haban seg uido polticas antiin-
flacionistas ms rigurosas presentaban a finales de la dcada mejores resultados
comparativos en crecimiento y empleo.
Ante tal situacin, agravada en 1979-80 por el segundo encarecimiento sbito
de los precios de los productos petrolferos y la adopcin de una poltica antiinfla-
cionista por parte de la econom a norteamericana, Alem ania inicia lo que inm ediata-
mente se convertir ennueva poltica econm ica europea.Dicha poltica se propone
una reduccin de la tasa de inflacin y de los tipos de inters, a travs de polticas
mo netarias restrictivas y d e polticas fiscales tendentes a contener y redu cir los dfi-
cit pblico s. Con objeto de recuperar la rentabilidad d e las empresas y crear em pleo,
se propone la moderacin salarial y, en todo caso, se renuncia a polticas neokeyne-
sianas de expansin de la demanda.
Duran te la prime ra mitad de la dcada de los ochenta, tales polticas obtienen en
Europa resultados positivos, estimulados, adems, por la reactivacin econmica
norteam ericana de 1983-84, y, luego, por la propia d eman da europea (19).
Ahora bien, la interpretacin liberal-conservadora de la crisis econmica parece
incurrir en la falacia lgica post hoc, ergo propter hoc, al calificarla como crisis
energtica, considerando que estuvo principalmente causada por las sbitas e in-
tensas alzas de los precios del petrleo. Pues, aun cuando sea innegable el impacto
econmico inmediato de la subida de los precios del petrleo sobre las economas
europeas, cabe plantear por qu no se regresa a la situacin anterior de indiscutida
viabilidad del modelo de crecimiento de la postguerra, a partir de los importantes
(19) Tal es, a grandes rasgos, la dinmica de la crisis econm ica, segn el profesor Rojo [Cfr. L. A.
ROJO:
La crisis de la economa espaola, en J.
NADAL,
A.
CARRERAS,
y C.
SUDRI
(comp.):
La econo-
ma espa ola del siglo XX. U na perspectiva histrica, Ariel, Barcelona, 1987].
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LA CRISIS DEL MO DELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
descensos de tales precios de la segunda mitad de la dcada de los ochenta... Sin
duda, deben de haber sido otros los factores realmente determinantes del curso pos-
terior de los acontecimientos. Es decir, que ms all de su condicin de causa conc o-
mitante del desenc adenam iento de la crisis econm ica, el peso relativo de la crisis
energtica en la definitiva formulacin del diagnstico de dicha crisis, ha debido
de ser menor que el de las restantes concausas. Sobre todo, porque, como ha seala-
do a ese respecto Juan Torres,
los estudios empricos ponen de manifiesto que la incidencia de la crisis del pe-
trleo fue bastante reducida sobre las grandes magnitudes econmicas. Nordhaus
concluy que slo pueden explicar un 6 por 100 de la disminucin de la tasa media de
crecimiento del PNB, un 11 por 100 del aumento de la tasa de inflacin, un 10 por 100
del aumento de la tasa de desempleo y un 6 por 100 de la reduccin de la tasa de creci-
miento de la productividad (20).
Seguidamente, veremos qu papel concreto asignan las diferentes interpretacio-
nes de la crisis a sus diversos elementos integrantes, y en qu medida ello influye
tanto en el diagnstico, como en el tratamiento propuesto para su superacin.
I I . LAS INTERPRETACIONES DE LA CRISIS
What do we perceive besides our own ideas and perceptions?
G. B erkeley,
Principies of Hum an K nowledge, 4.
En ese nuevo contexto de la crisis del modelo de crecimiento de la postguerra,
las polticas reformistas socialdemcratas no slo dejaban de ser apropiadas, sino
que en s mismas constituan u n serio obstculo para la efectiva recuperacin de los
beneficios empresariales. Uno de los primeros autores en ponerlo de manifiesto ha-
bra de ser un economista neomarxista norteamericano, James O'Connor, en su jus-
tamente clebre obra
La crisis fiscal del Estado,
publicada en 1972 aunque ya en
1970,
en un artculo de idntico ttulo publicado en la revista Socialist Revolution
(nm. 1, enero-febrero de 1970, pg s. 12-54), haba enunciado lo fundamental de
su tesis, segn la cual el Estado capitalista moderno estaba dedicado a dos funcio-
nes esenciales y con frecuencia contradictorias: primero, el Estado debe asegurarse
de que tenga lugar una inversin neta continua, una formacin de capital o un proce-
so de acumulacin de capital por parte de los capitalistas. sta es la funcin acu-
mulativa del Estado; junto a ella, y simultneamente, el Estado debe preocuparse
por mantener su propia legitimidad poltica, proporcionando a la poblacin los ade-
cuados niveles de consumo, salud y educacin. sta sera la funcin de legitima-
cin del Estado.
Nuestra primera premisa escribe O'Connor es que el Estado capitalista debe
tratar de cumplir dos funciones bsicas, a menudo contradictorias:
acumulaciny legi-
timacin. Esto significa que el Estado debe tratar de mantener o crear las condiciones
(20) J. TORRES LP EZ :
Op. cit.,
pgs. 37 .
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CAPARROS
en las que sea posible la acumulacin provechosa de capital. Pero el Estado tambin
debe tratar de mantener o crear las condiciones de la armona social. Un E stado capita-
lista que use abiertamente sus fuerzas coercitivas para ayudar a una clase a acumular
capital a expensas de otras clases, pierde su legitimidad y por ende socava las bases de
la lealtad y el apoyo hacia l. Pero un Estado que ignore la necesidad de ayudar al pro-
ceso de acumulacin de capital, corre el riesgo de secar las fuentes de su propio poder,
la capacidad de produccin de plusvala de la economa y los impuestos derivados de
esta plusvala (y otras formas de capital) (21).
Pero por qu esas funciones son contradictorias entre s? Aunque O'Connor no lo
dice claramente, s suministra numerosos ejemplos de tendencias deficitarias del presu-
puesto, la inflacin y e l rechazo social a las subidas de los impuestos ocasionadas po r la
expansin de lo que denominaba elWarfare-WelfareState,por lo que, en definitiva,
la acumulacin de capital social y gastos sociales [para la salud, la educacin y el
bienestar] es un proceso irracional desde el punto de v ista de la coherencia administrati-
va, la estabilidad fiscal y la acumulacin de capital potencialmente provec hosa (22).
Ahora b ien , esa tes is sobre la causal idad de la cr is is ser a inmediatamente reela-
borada a su propia conveniencia por e l pensamiento conservador , in iciando con tan
peculiar reelaboracin una autnt ica ofensiva contra e l modelo social europeo, qu e
tendr consecuenc ias de la rgo a lcance . Alber t H i r schman ha des tacado e l ca rc te r
ambiguo, manipulator io e incluso contradictor io , de la recepcin de la tes is de
O 'Connor po r par te de l pensamien to conservador ,
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LA CR ISIS DEL MODELO DE CREC IMIENTO DE LA POSTGUERRA
Unidos,
la
debilidad tanto de los gobiernos conservadores como laboristas en G ran Bre-
taa,labrusca escalada del terrorism o enlaAlemania Occidentalylas incertidumbres
delaFrancia postgaullista. Sin em bargo, mu chos analistas polticos tendieronahablar
de una general crisis de gobernabilidad (o ingobernabilidad) de las dem ocracias como
si fuera u na afliccin uniforme. H ubo tambin mucha palabrera acerca dela sobrecar-
ga gubernamental , trmino que insinuaba el comienzo de un diagnstico de la crisis se-
alando
con el
dedo acusador
a
diversas actividades
no
mencionadas
del
Estado.
Estas preocupaciones estaban tan difundidas que fueron escogidas como campo
de estudio porla Comisin Trilateral, grupodeciudadanos prominentesdeEuropa
Occidental, JapnyEstados Unidos que se haba constituidoen1973 para considerar
problemas comunes. En 1975 fue esbozado un informe delaCom isin por tres promi-
nentes cientficos socialesyse public en 1975 con el llamativo ttulo deT he Crisis of
Democracy (23).Elcaptulo referidoalos Estados U nidos, escrito por Samuel H un-
tington, se convirti en una declaracin ampliamente ledaymuy influyente. M anifes-
taba un nuevo argumento tendentearesponsabilizara lareciente ex pansin del g asto
en bienestar social delallamada crisis de gobernab ilidad delademo cracia estadouni-
dense.ElrazonamientodeH untingtonesbastante franco, aunquenodesprovistode
ornamento retrico. Una primera seccin acercadelos acontecimientosde ladcada
de los sesenta parece celebrar inicialmentela vitalidad delademocracia estadouni-
dense expresada en
el
renovado compromiso con
la
idea de igualdad para las mino-
ras, las mu jeresylos pobres. Pero p rontoellado oscuro de este im pulso en apariencia
excelente,elcostodeese brote democrtico ,sedesnuda en una frase lapidaria:
La
vitalidad de la democracia en los Estados Unidos en la dcada de los sesenta prod ujo
un aumen to considerable de actividad gubername ntal
y
una disminucin considerable
de la autoridad gubernamental(pg. 64; cursiva eneloriginal). La d isminucin dela
autoridad est
a su vez en el
fondo
de la
crisis
de
gobernabilidad .
Cul era pues
la
naturaleza del aumento
de
actividad gubernamental,
o
sobrecar-
ga , que estaba tan ntimamente ligadaaese sombro resultado? Enlasegunda mitad de
su ensayo H untington contestaaesta pregunta sealandoelaumento absolutoyrelativo
de varios gastos paralasalud,laeducacinyel bienestar social enladcada de los sesen-
ta. Llamaaesta expansin el giro al bienestar
(WelfareShift),
en contraste con el giroa
la defensa (Defense Shift)mucho ms limitado que siguia laguerra de Corea enlad-
cada de los cincuenta. Aqu menciona destacadamente
a
O'Connor
y
su tesis neomarxista,
que ve tambin en la expansin del gasto en bienestar una fuente de crisis ,ycritica slo
a O 'Connor por habe r interpretado errneamente la crisis como del capitalismo es decir,
como econmica, enlugar de esencialmente polticapor sunaturaleza.
El resto del ensayosededicaauna vivida descripcin delaerosinde laautori-
dad gubernamental durante los ltimos aos sesenta
y
los primeros setenta. Extraa-
^ S ) Su ttulo completo eraThe Crisis of Democracy: Report on the governability
of
D emocracies
to the Trilateral Comission,
deMICHELJ.
CROZIER,
SAMUELP.HUNTINGTONyJOJ WATANUKI,New York
University Press, New Y ork, 1975. Bsicamen te, estos autores detectan
y
denuncian que la perversin de
la democracia es elresultado de un malentendido acerca de suverdadera naturaleza poltica:
La idea democrtica segnlacualelgobierno es responsable anteelpueblo, crelaexpectativa de
que el gobierno estaba obligadoaresponderalas necesidadesy acorregir los males que afectanagrupos
especficos en la sociedad (pg.16).
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CAPARROS
me nte, en sus conclusiones H untington no retorna al Estado benefactor que ha ba
identificado anteriormente como el culpable original de la crisis de la demo cracia , y
aboga simplem ente por una mayor moderacin y meno s credo apasionado en la ciu-
dadana como remedios a los males de la democracia.
No obstante, todo lector atento
al ensayo en su conjunto saca d e esa lectura la sensacin d e que, en buena lgica, hay
que hacer algo con el giro al bienestar si es que la democracia estadounidense debe
recuperar su fuerza y su autoridad(24).
Frente a ese diagnstico de H untington, segn el cual los problemas de goberna-
bilidad se derivan de un exceso de democracia, que es preciso corregir y, en con-
secuencia, la moderacin en la democracia viene a ser la nica va para resolver
los problemas de las sociedades occidentales actuales (25), la tesis de Claus Offe al
respecto parte de la siguiente consideracin:
No hace falta hacer un gran esfuerzo de interpretacin para descifrar la crisis de
gobernabilidad detectada como la manifestacin polticamente distorsionada del con-
flicto de clase entre trabajo asalariado y capital, o para ser ms precisos: entre la exi-
gencias polticas de reproduccin de la clase obrera y las estrategias privadas de repro-
duccin del capital (26).
De ah que para Offe, ms all de las mixtificaciones ideolgicas conservadoras
al respecto, el verdadero asunto consista en lo siguiente:
Desde mediados de los setenta, toda una serie de analistas en su mayor parte
conservadores han calificado este ciclo como extremadamente viciado y peligroso,
que tiene que producir, a su juicio, una erosin acumulativa de la autoridad poltica e
incluso de la capacidad de gobernar (H untington, 1975),a no ser que setomenmedi-
das eficaces que liberen la economa de una intervencin poltica excesivamente deta-
llada y ambiciosa,y que hagan inmunes a las lites polticas de las presiones, inquie-
tudes y accione s de los ciudadanos. Con otras palabras,la solucin propuesta consiste
en una redefinicin restrictiva de lo que puede y debe ser considerado "poltico", con
la correspondiente eliminacin del temario de los gobiernos de todas las cuestiones,
prcticas, exigencias y responsabilidades definidas como exteriore s a la esfera de la
verdadera poltica. ste es el proyecto neoconservador de aislamiento de lo poltico
frente a lo no-poltico. (...) El proyecto neoconservador trata de restaurar los funda-
mentos no-polticos, no-contingentes e incontestables de la sociedad civil (como la
propiedad, el mercado, la tica del trabajo, la familia, la verdad cientfica) con el obje-
tivo de salvaguardar una esfera de la autoridad estatal m s restringida y por consi-
guiente ms slida e instituciones polticas menos sobrecargadas (27).
(24) A. O.
HIRSCHMAN: The Rhetoric of Reaction. Perversity, Futility, Jeopardy,
H arvard Univer-
sity Press, 1991, pgs. 131-139 (Trad. cast. en A. O.
HIRSCHMAN
A. O.:
Retricas de la intransigencia,
FCE, Mxico, 1994) (El nfasis del prrafo final es mo, R.C.).
(25) S. P.
HUNTINGTON,
en M.
CROZIER
(ed.):
Op. cit,
1975, pg. 113.
(26) C.
OFFE:
Ingobernabilidad . Sobre el renacimiento de teoras conservadoras de la crisis, en
C.
OFFE:
Partidos polticos y nuevos movimientos sociales,
Sistema, Madrid, 1988, pg. 42.
(27) C.
OFFE: LOS
nuevos movimientos sociales cuestionan los lmites de la poltica institucional,
Ibidem,
pgs. 164-167 (Cursiva ma, R. C). Para una visin general de los diversos enfoques marxistas
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LA CRISIS DEL MODEL O DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERR A
En una l nea s imi lar , Alber to Ol ie t ha destacado tambin e l aspecto ms impor-
tante de la uni la tera l idad del planteamiento neoconservador ,
(El neoconservadurismo) no puede obviamente traslucir una falta de fe en el sistema
democrtico. Pero en la crtica al Estado benefactor, en su versin de la crisis del mismo,
se dejan sentir los ecos de las viejas propuestas conservadoras. La ingobernab ilidad de-
riva de la sobrecarga de expectativas que, impulsadas por los acuerdos institucionales de
la democracia de masas, no puede asumir la administracin estatal.No se plantea el pro-
blema deforma inversa, es decir, buscando su ca usa en las propias condiciones de acu-
mulacin del capital que no ven renovadas sus pautas de legitimacin(28).
Pese a ello, la mayora de las interpretaciones liberales y/o conservadoras de la cri-
sis acabaran por hacerse eco de esa reformulacin ms
poltica
que propiamente
eco-
nmica,
de la causalidad de la crisis, establecida por el mencionado planteamiento de
H untington. As, por ejemplo, para el politgo conservador britnico Samuel Brittan, la
causa de la famosa sobrecarga
(overload)
del Estado de B ienestar, o rigen de la crisis
econmica de los setenta, era asimismo fundamentalmente poltica: obedeca a las ex-
cesivas expectativas generadas por la propia dem ocracia (29). Por lo dems, los anli-
sis conservadores de la crisis econmica subrayaban, en general, su carcter espiritual:
la crisis contempornea es ms que ninguna otra cosa una crisis espiritual. El
problema es que nuestros valores estn llenos de vacos, nuestra moral y nuestra edu-
cacin corrompidas (30).
O bien relacionaban la crisis econmica con la contradiccin cultural clave
apuntada por Daniel Bell entre la santificacin protestante del trabajo, con su ti-
ca del sacrificio y del diferimiento de la gratificacin, de una parte, y el hedonismo
modernista promovido por la comercializacin capitalista, que estatuye y universali-
za los valores de la gratificacin instantnea, el lujo, el confort y el libertinaje, de
otra. Lo que, en definitiva, socava los cimientos morales de la sociedad (31), si
bien, desde la perspectiva estrictamente econmica, Bell, al igual que otros socilo-
gos y politlogos conservadores, acababa por conceder verosimilitud a la tesis neo-
marxista de O'Connor (32).
y/o neomarxistas de la crisis econmica,
vid.
G.
ARRIGHI:et al, Dinamiche della Crisi Mond iale,
Editori
Reuniti, Roma, 1988; J.O'CONNOR: Accumulation Crisis,Basil Blackwell, 1984 y J.O'CONNOR:El signi-
ficado de la crisis. Una introduccin terica,Editorial Revolucin, Madrid, 1989; J. HABERMAS:Legiti-
mation Crisis,Beacon Press, 1975 y C. OFFE:The theory of the capitalist state and the problem of the
policy fomalism, en L. N. LINDBERO et al. (eds.): Stress and Contradiction in modern capitalism, Le -
xington, 1975.
(28) A.
OLIET PALA:
Neoconservadurismo, en F.
VALLESPIN
(ed.):
Historia de la Teo ra Poltica,
vol. 5, Alianza, Madrid, 1993. pgs. 483-484 (Cursiva ma, R. C) .
(29) Cfr. S. BRITTAN: The Economic Contradictions of Democracy,British Journal ofPolitical
Science, 5, 1975, pg. 14.
(30) P. STEINFELS: The neoconservatives, Simn & Schuster, New York, 1979, pg. 55.
(31) Cfr. D.
BELL:
Las contradicciones culturales del capitalismo
(Trad. cast. de
NSTOR
A.
MGUEZ), Alianza, Madrid, 1982, pgs. 88-89.
(32) D.
BELL:
Ibidem, pg. 219.
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Por su parte, las variantes neoclsicas de las explicaciones estructural istas de la
crisis,
en genera l , la atribuan, en la lnea de H untin gto n, a la sobrecarga genera l de
la economa capital ista por los gravmenes financieros y regulat ivos del
Welfare
State (33) .
Tan favorable a cogida doct r ina l a la reformulacin pol t ica de H unt ing ton de la
causal idad de la cr i s i s probablemente se re lac ionaba con e l hecho de que incorpora-
ba en s misma la a l te rnat iva a la c r i s i s ms coherente con la na tura leza misma del
sis tema l ibera l -democr t ico capi ta l i s ta . Pues, como oportunamente mat izaba a l res-
pecto Rafael de l gui la ,
el demcrata sabe que la descripcin de nuestras sociedades como sociedades
democrticas con controles liberales descripcin, por lo dem s, muy usual en nue s-
tra jerga politolgica es incorrecta. Ms bien vivimos en sociedades profundamente
liberales a las que se interponen controles democrticos (34).
Ahora bien, no es menos c ier to que , como ha sostenido Chanta l Mouffe , la de-
fensa de la democracia l ibera l no t iene por qu confundirse necesar iamente con la
defensa de l capi ta l i smo:
Una objecin a la estrategia de democratizacin concebida como cumplimiento de
los principios de la democracia liberal es que el capitalismo constituye un obstculo insu-
perable para la realizacin de la democracia. Y es cierto que el liberalismo se ha identifi-
cado generalmente con la defensa de la propiedad privada y la economa capitalista. Sin
embargo, esta identificacin no es necesaria, como han alegado algunos liberales. Mas
bien, es el resultado de una prctica articulatoria, y como tal puede por tanto romperse. El
liberalismo poltico y el liberalismo econmico necesitan ser distinguidos y luego separa-
dos el uno del otro. Defender y valorar la forma poltica de una especfica sociedad como
democracia liberal no nos compromete en absoluto con el sistema econmico capitalista.
ste es un punto que ha sido cada vez ms reconocido por liberales tales como John
Rawls, cuya concepcin de la justicia efectivamente no hace de la propiedad privada de
los medios de produccin un prerrequisito del liberalismo poltico (35).
Esa reformulac in co nse rvadora de H unt ing ton , p roporc ionaba por s mi sm a ,
adems, la l nea de menor resistencia pol t ica posible, lo que, a su vez, faci l i taba la
viabi l idad prc t ica de las soluciones impl c i tamente propuestas . De este modo, una
vez formulada la divisa esta tofbica neoconservadora , de inequvoco regusto pa leo-
l iberal Menos Estado, ms mercado, y apoy ndo se en los xi tos e lec tora les de
(33) Vid.,por ejemplo, L. N.LINDBECK: Overcoming the Obstacles to Successful Performance of
the Western Economies,en Business Economics, 1980, 15: 81-84; R.BACON/W. ELTIS:Britain's Econo-
mics Problem: Too Few Producers,
Macmillan, London, 1978 y M.
OLSON: The Rise and Decline ofNa-
tions, New H aven, 1982.
(34) R. DEL GUILA: El centauro transmoderno: Liberalismo y democracia en la democracia libe-
ral,en F.
VALLESPN
(ed.):
Historia de la Teora Poltica,
vol. 6, Alianza, Madrid, 1995, pg. 634.
(35) C. MOUFFE: Democratic Politics Today, en C.MOUFFE(ed.):Dimensions of Radical D emo-
cracy,
Verso, London, 1992, pgs. 2-4.
Cabria matizar, no ob stante, que, puesto que la oposicin al sistema capitalista tout courtparece, hoy
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LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
Reagan y Thatcher a lo largo de la dcada de los ochenta, la nueva ortodoxia econ-
mica neoliberal entronizar al mercado como nico mecanismo vlido de asignacin
social de recursos, y apoyndose en lasRolling back the State T heories cuyo pun-
to de partida es la famosa afirmacin de Ronald Reagan, Government is not the so-
lution to our problem ... Go vernm ent is the problem
, encaminadas a la implanta-
cin del
Minimal State,
instrumentar unas reformas fiscales y monetarias que enri-
quecern a los ricos y empobrecern an ms a los pobres (36), proscribir las
polticas sociales, y acabar dec larando una guerra sin cuartel al
modelo social euro-
peo(37), y postulando, en consecuencia, el desmantelamiento del Estado de Bienes-
tar, al que se considera com o el verdadero culpable de todos los males sociales (38).
Pero, como ha sealado Ulrich Beck, ese fundamentalismo de mercado no es
sino una forma de analfabetismo democrtico, y cabra aadir que histrico, pues
la domesticacin del capitalismo liberal clsico mediante la poltica keynesiana y
la constitucionalizacin de los derechos econmicos y sociales de la ciudadana,
teorizada por primera vez en su formulacin contempornea por el socilogo brit-
nico T.H . Marshall (39), no fue el fruto de un capricho, ms o menos intolerable en
pocas de pretendida escasez, sino la respuesta ms racional a aquellas catstrofes
sociales y polticas, provocad as en los aos treinta precisamente p or su inco ntrolado
por hoy, po co realista, se tratara, ms bien, d e no aceptar acriticamente la identificacin entre el liberalis-
mo poltico y el neoliberalismo econmico, postulada por ese neoconservadurismo que pretende implan-
tar en toda Europa el
capitalismo neoamericano
frente al tradicional modelo europeo del
capitalismo re-
nano,
por utilizar la terminologa acuada por Michel Albert (Cfr. M.
ALBERT: Capitalismo contra capi-
talismo,
Paids, Barcelona, 1992).
(36) Sobre la cada vez ms desgualitaria pauta de distribucin de las rentas salariales en USA a lo
largo de las dos ltimas d cadas, y la progresiva implantacin de un m odelo de sociedad en la que el ga-
nador se lo lleva todo,
vid.
la extraordinariamente reveladora obra de R. H .
FRANK,
y P. J.
COOK: Th e
Winner-Take-All Society. Why the Few at the Top Get So Much More Than the Rest ofUs,
Penguin, New
York, 1996.
(37) Cfr. al
respecto,
M.
ALBERT:
Op. cit.
(38) Com o afirma, por ejemplo, David Marsland,
Recordaremos al Estado de bienestar con la misma sorna despreciativa con que ahora contemplamos
la esclavitud como medio de organizar un trabajo eficaz, motivado. [El Estado de bienestar] inflige un
dao enormemente destructivo a sus supuestos beneficiarios: los vulnerables, los marginados y los des-
graciados... debilita el espritu emprendedor y valiente de los hombres y mujeres individuales, y coloca
una carga de profundidad de resentimiento explosivo bajo los fundamentos de nuestra sociedad libre.
(D. MARSLAND: Welfare or Welfare States?,
Basingstoke, Macmillan, 1996, pg. 212) (Cit. por A.
GIDDENS: La tercera va. La renovacin de la socialdemocracia, op. cit.,
pg. 24).
Un enfoque similar, aunque ms inteligentemente expresado, en A. DE
JASAY:The State,
Blackwell,
Londo n, 1985 (H ay trad. cast. de
RAFAEL CAPARROS
en A.
DE JASAY:El Estado. La lgica del poder poli-
tico,
Alianza, Madrid, 1993).
(39) T. H .
MARSHALL: Citizenship and Social Class,
H einemann, London, 1950 (H ay trad. cast. de
PEPA LINARES,
en T. H .
MARSHALL: Ciudadana y clase social,
Alianza, Madrid, 1998). Sobre la validez
de los planteamientos de
MARSHALL
en la actualidad,
vid.
M .
BULMER,
y A. M.
REES: Citizenship Today:
The contemporary relevance
ofT.H.
Marshall,
UCL Press, London, 1996, donde un conjunto de destaca-
dos especialistas Dahrendorf, H ewitt, Giddens, Newby, M ann, Goldthorpe, y otros se pronuncian al
respecto.
113
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7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar
18/50
RAFAELCAPARROS
funcionamiento, que finalmente condujeron a la radicalizacin po ltica de los fascis-
mos y a la II Guerra Mundial (40). Por lo que, en definitiva, concluye Beck,
Slo las personas que tienen una vivienda y un puesto de trabajo seguro y, por
tanto, un futuro material, son ciudadanos que hacen suya la democracia y la vivifican.
La pura verdad es que sin seguridad material no hay libertad poltica. No hay demo-
cracia, sino amenaza de todos por los nuevos y viejos regmenes e ideologas totalita-
rias (41).
Un planteamiento, por c ier to , muy simi lar a l que rec ientemente formulaba Fer-
nando Savater ,
Creo que hoy la principal diferencia entre izquierda y derecha en las democracias
desarrolladas es que la primera sostiene que si ciertos derechos no son garantizados p or
las instituciones pblicas a todos a despecho de azares biogrficos o intereses mer-
cantiles, la nocin mism a de ciudadana se vaca de contenido. La sociedad puede ser
una palestra, pero no el circo romano dond e algunos privilegiados tienen seguro el palco
cuando salen a la arena los leones; puede ser en ciertos aspectos un casino, pero siempre
que un mnimo de fichas est asegurado a cada jugador como punto de partida y que na-
die se vea obligado a las primeras de cambio a empear su camisa mientras que otros
pueden jugarse hasta la camisa de los dems. Nuestras sociedades se mueven hoy en un
crculo ciegamente vicioso: entre una creciente desregulacin de la legislacin social
que aumenta el nivel de pobreza efectiva existente, dejando a ms y ms individuos en
la zona precaria de la que cada vez hay menos probabilidades de salir, y una normativa
rgida que frena la iniciativa privada, obstaculiza el reparto de trabajo y bloquea la posi-
bilidad de actividades alternativas socialmente tiles. Sera deseable desde la izquierda
romper este crculo estudiando la posibilidad de un ingreso bsico general de ciudada-
na, entendido no como un subsidio (parados, jvenes, ancianos), sino como un derecho
de todos,a partir del cual pudiera optarse por trabajos remunerados, servicios sociales
voluntarios...o la vida contemplativa. Es un proyecto revolucionario, si se quiere, pero
no m s de lo que lo fue en su da el sufragio universal. Ob ligara a redefinir el mercado
de trabajo, la relacin entre productividad y retribucin, el sentido de la proteccin so-
cial, etctera. Tambin se alcanzara una nueva dimensin de la responsabilidad indivi-
dual, entendida desde la libertad y no desde la cruda necesidad (42).
(40) Uno de los ms destacados socilogos conservadores, el norteamericano D aniel Bell, as lo re-
conoce sin ambages:
El problema de la desocupacin del decenio de 1930 fue contem plado por la mayora de las socieda-
des como insoluble. Evidentemente, pocos de los regmenes democrticos burgueses saban qu hacer
para comb atir la crisis econmica. To da la sociedad occidental estaba sumergida en la crisis por entonces.
Slo la aceptacin de polticas econmicas heterodoxas permitieron a estas economas recuperarse. La
crisis, obviamente, fue una de las fuerzas que llevaron al fascismo en el decenio de 1930. (D .BELL:Las
contradicciones culturales del capitalismo, op. cit., pg. 174).
(41) U. BECK: Kapitalismus ohne Arbeit enDer Spiegel, 20, 1996 (cit. por H .-P. MARTIN, y H .
SCHUMANN: La trampa de la globalizacin. El ataque contra la democracia y el bienestar,
Taurus, Ma-
drid, 1998, pg. 284) (subrayado mo, R.C.).
(42) F.
SAVATER:
Otra izquierda para Espaa,
El Pas,
17 de enero de 1999, pg. 16. Una formu-
lacin muy similar puede verse en G. ESPING-ANDERSEN: The three political economies of the Welfare
State, Canadian Review of Sociology and Anthropology, 26 (1), 1989, pgs. 10-36.
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7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar
19/50
LA CRISIS DEL MODELODECRECIMIENTODE LA POSTGUERRA
Se trata,
en
efecto,
de esa
nocin sustantiva
de la
ciudadana social,
que en
estas
dos ltimas dcadas
ha
sido objeto
de un
intenso d ebate
en la
Ciencia Po ltica an glo-
sajona entre partidarios
y
detractores
de
estos derechos caractersticos
del
Estado
Social.
No
obstante,
hay una
coincidencia casi generalizada
en la
consideracin
de
que, en
principio,
la
efectiva vigencia
de los
derechos sociales
y
econmicos
de ciu-
dadanason un prerrequisito indispensable para garantizarel libre ejercicio de los
derechos civilesypolticos caractersticosde lasliberal-dem ocraciasdemasas(43).
Y,sinembargo,lociertoque, en lascondiciones actuales, com ohasubrayado
Giddens,
Quedan totalmente expuestosloslmitesdelconceptodeciudadana econmica
propuestos
por
Marshall.
No se
puede considerar que
los
derechos legales polticos
es-
tn asentados ni queconstituyanunabase estable paralos derechos sociales .Por
el contrario, suponen
un
combate
por la
democracia
que
involucra
a
sectores enteros
delapoblacin (comolasmujeres)que, en lapocadeM arshall,nohaban rotoan
con
su
situacin tradicional. Marshall juzgaba
la
ciudadana econmica
de una ma-
nera demasiado pasivaypaternalistaydabapordescontadalarelacin entrelaciuda-
dana
y el
Estado nacional,
en
lugar
de
examinarla enrgicamente
(44).
En efecto, como veremos
ms
adelante,
el
problema
de la
efectiva vigencia
de
estos derechos
de
ciudadana
en la
Europa actual
y,
sobre todo,
en la del
previsible
futuro, resulta
ser
tanto
ms
espino so, cu anto
que los
procesos simultneos
de glo-
balizacin econmica
y
financiera,
de una
parte,
y de
integracin europea,
de
otra,
conllevan
una
creciente p rdida
de
capacidad regulatoria
de los
Estados nacionales,
y
un
desplazamiento, tanto
del
mbito
del
posible debate poltico democrtico,
como
del de la
escala adecuada para
la
toma
de
decisiones polticas efectivas.
Lo
que, enausenciade undemos,de unsistemadepartidosy de unaopinin pblica
europeos, propiamente dichos, hace muchomsdificultoso cualquier intento serio
de plantear siquiera las posibles soluciones del problema.
(43) Paralaposicin favorablealindispensable carcter instrumentaldeestos derechos respectoal
ejerciciode losderechos polticos,vid.,porejemplo,D.KlNG,y J.
WALDRON:
Citizenship, social citi-
zenship and the defence of welfare provisin,
British Journal
of
Poltica Science,
18, 1988,
pgs. 415-443;enidntico sentido, aunq ue desdeunaperspectivamsflosfico-poltica,P.VAN
PARIJS:
Qu
es una
sociedad justa? Introduccin
a la
prctica
de la
filosofa poltica,
Ariel, Barcelona,1993;
un anlisis pormenorizado deltemaen E.
MEEHAN: Citizenship
and the
European Comm unity,
Sage,
London, 1993, especialmenteen loscaptulos2, 3 y 5;
Vid.,
asimismoalrespecto,elinteresante trabajo
de Ricard Zapata, dondesecontraponen las diversas posiciones ideolgico-polticasenrelacincon la
naturalezay loscontenidosde laciudadana socialen elcontextode lacrisisdelEstadodebienestar.(R.
ZAPATA BARRERO:
CiudadanayEstadosdeBienestaroDe la
ingravidez
de lo
slido
en un
mundo
que
se "desnewtoniza" social
y
politicamente. Sistema,
nm. 130,
enero,
1996,
pgs. 75-86).
(44)
A.
GIDDENS:
Ms
all
de la
izquierda
y la
derecha. E l futuro
de
las polticas radicales (Trad.
cast. de M.
a
LUISA RODRGUEZ TAPIA), Ctedra, Madrid, 1994, pg. 82.
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7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar
20/50
RAFAEL
CAPARROS
III. LAS CAUSAS DE LA CRISIS Y EL NEOCORPORA TIVISMO
Los beneficios empresariales de hoy son las inversiones de maana y
los puestos de trabajo de pasado maana.
H elmut Schmidt
Como ya se ha indicado, en los primeros aos de la crisis del modelo, la res-
puesta poltico-econmica predominante fue todava de carcter keynesiano, tpica-
mente socialdemcrata. Por ello, la recuperacin operada a partir de 1975 y que du-
rara hasta finales de los setenta, presentaba esas caractersticas: aumento del gasto
pblico, de los salarios reales, de los gastos de proteccin social y del crdito en el
conjunto de las economas.
Ahora bien, es precisamente entonces cuando se pone de manifiesto que en la
nueva situacin de estanflacin (estancamiento con inflacin), las polticas de esa
naturaleza podan, en efecto, generar crecimiento, pero no eran capaces de acabar
con la inflacin, ni con el desempleo, ni, lo que resultaba mucho ms importante
desde la ptica de la propia funcionalidad sistmica, garantizaban la recuperacin de
los beneficios empresariales; por el contrario, propiciaban una distribucin de la
renta que terminaba por favorecer a las rentas salariales. De hecho, en tal recupera-
cin se registra un increm ento de los salarios reales que se traduce en un aumen to de
entre un 3 y un 4 por 100 de la participacin de los salarios en la renta nacional entre
1975 y 1979 para el conjunto de los pases de la OCD E; mientras qu e, por el contra-
rio,
la participacin d el beneficio no llegaba a ser suficiente para impedir la cada de
la inversin en capital fijo que precisaba la reestructuracin produc tiva (45).
La OCDE se quejara, en efecto, aos ms tarde de que al amparo de esas situa-
ciones se haba producido una corriente de militancia sindical (...) cuya herencia
iba a ser duradera y se haba favorecido el mantenim iento de polticas keynesianas,
lo que
cre fuertes presiones para una expansin continuada de los privilegios, para la
aceptacin de medidas restrictivas en los mercados de factores y de productos, y para
la proliferacin de compromisos de gasto que desbordaron ampliamente el margen su-
ministrado por el crecimiento econmico (46).
Es decir, que era precisamente el papel de estas polticas keynesia-
no-socialdemcratas, en las que las frmulas neocorporatvistas desempeaban un
papel tan destacado como elemento integrador de la conflictividad social (47), lo
(45) Cfr. Ph. ARMSTRONG, A. GLYN, y J. HARRISON: Capitalism since 1945, Basil Blackwell,
Oxford, 1991, pgs. 233 y ss.
(46) OCDE: Ajuste estructural y comportamiento de la economa,Ministerio de Trabajo y Seguri-
dad Social, Madrid, 1990, pgs. 42-43.
(47) Como ha demostrado Schmitter, hay una estrecha vinculacin histrica entre el predominio de
los partidos socialdemcratas y el neocorporativismo, en cuanto que existe una elevada correlacin posi-
tiva en toda Europa (excepto en Gran Bretaa) entre gobiernos socialdemcratas y pactos sociales neo-
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LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
que iba a ser puesto en cuestin en adelante, precisamente porque dificultaba el ob-
jetivo principal exigido por una salida de la crisis coherente con el sistema de pro-
piedad existente: la redistribucin de las rentas en favor del beneficio emp resarial.
De ah que las nuevas polticas econmicas d e ajuste la contencin del gas-
to (y del dficit) pb lico, el control de los aum entos salariales, la obsesin antiinfla-
cionista, la progresiva desaparicin de las polticas so ciales redistributivas, la poten-
ciacin de polticas de estmulo de la oferta, la reestructuracin de sectores produ cti-
vos ineficaces, las polticas monetarias restrictivas, etc. que iban a adoptarse a
partir de los primeros aos ochenta no fueran, en realidad, tanto el resultado de un
debate sobre la validez y/o la sostenibilidad, empricamente establecidas, de las po-
lticas econmicas keynesianas aplicadas (48), cuanto la consecuencia poltica (de
carcterdecisionista) (49) de que, como sealara Robert Solow, un economista tan
prestigioso como poco inclinado a la heterodoxia,
era necesaria la redistribucin de la riqueza en favor de los ms ricos y del poder
en favor de los ms poderosos (50).
Y, en consecu encia, la lucha contra la inflacin se convertir en el objetivo p rio-
ritario de la nueva poltica econmica ortodoxa, mientras que el desempleo masivo
y crnico pasar a desempear una funcin instrumental clave al servicio de dicho
objetivo. Como ha manifestado Juan Torres, a ese respecto,
Es claro que el mantenimiento de los altos niveles de desempleo ha sido un ins-
trumento perfectamente adecuado para lograr contener la presin salarial, aumentar la
docilidad en los procesos de trabajo para aumentar su productividad y, en definitiva,
para que la relocalizacin ms rentable de los capitales se pudiera llevar a cabo con la
mayor libertad posible.
sa ha sido la razn de que los gobiernos hayan sido tan reacios a situar la lucha
contra el paro entre los objetivos prioritarios que perseguan sus polticas econmicas,
como veremos ms adelante. Y no slo eso, sino que stas se llevaron deliberadamen-
corporativos (Cfr. Ph.
SCHMITTER:
Interest intermediation and regime governability in contemporary
Western Europe and North America, en S.
BEROER
(ed.):
op. cit.,
1986, pgs. 285-327). H arold W i-
lensky ha definido al neocorporativismo como la capacidad de grupos de inters econm ico, fuertemen-
te organizados y centralizados, actuando bajo los auspicios del gobierno en un m arco semip blico, de ge-
nerar pactos acerca de las polticas sociales, fiscales, monetarias y de rentas los principales temas qu e,
interrelacionados en tre s, configuran la econom a poltica modern a. H .
WILENSKY:
Leftism, Catholi-
cism, and Democratic Corporatism: the Role of Political Parties in Recent Welfare State Development
en P.
FLORA,
y A. J.
HEIDENHEIMER
(eds.):
T he Development of Welfare States in Europe and Am erica,
Transaction Books, New Brunswick, 1981, pg. 345).
(48) Com o sostiene, por ejemplo, Skidelsky [Cfr.
SKIDELSKY:
Decadencia de la poltica keynesia-
na,
en C.
CROUCH
(comp.):
Estado y econom a en el capitalismo contemporneo,
Ministerio de Trabajo
y Seguridad Social, Madrid, 1988].
(49) Sobre algunos aspectos significativos del decisionismo poltico,
vid.
G.
GMEZ ORFANEL:
Cari Schmitt y el decisionismo poltico, en F.
VALLESPIN
(ed.):
Historia de la Teora Poltica,
vol. 5,
Alianza, Madrid, 1993, pgs. 243-272.
(50) R.
SOLOW:
The Conservative Revolution: A Roundtable Discussion,
Economic Policy,
oct.
1987,
pg. 182.
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RAFAELCAPARROS
te a cabo para mantenerlo. Como dijo a mediados de los aos setenta un economista
no precisamente heterodoxo, H . G. Johnson (1981,p. 281), la falta de puestos de tra-
bajo hoy da tiene que atribuirse a una decisin deliberada de las autoridades econm i-
cas (51).
En efecto, a part ir del establecimiento del carcter priori tario de la lucha contra
la inflacin, se invert ir la relacin preexistente entre el empleo y la inflacin como
objetivos fundamentales de la pol t ica econmica. Por decirlo en los trminos de un
destacado miembro de la OIT, Guy Standing,
Una forma de caracterizar el principal cambio que se ha producido en el pensa-
miento econmico es que en la era keynesiana
(rea
1944-74) se esperaba que la
poltica macroeconmica asegurara el pleno empleo, mientras que la poltica micro-
econmica mantena a raya las presiones inflacionistas. En la era neoliberal
(rea
1975-96?), la poltica macroe conm ica iba dirigida a controlar la inflacin mientras se
esperaba que la poltica microeconmica influyera en el empleo pero no que asegurara
el pleno empleo (52).
Pero es que, adems, el carcter priori tario otorgado a ese objet ivo de la lucha
contra la inflacin exp resa ba ya en s m ism o la natu raleza pol t ica de la opc in final-
mente adoptada para la sal ida de la crisis. Pues lo que refleja la inflacin es siempre
la existencia de una pugna distributiva, en cuanto que consti tuye un intento de algn
o a lgunos agen tes socia les por s i tuarse m s favorablemen te q ue los dem s en e l re-
par to de la ta r ta. Como ha observado Juan Torres ,
Ya se trate de incrementos salariales por encima de las ganancias de productividad,
de aum entos en los precios de las materias primas, de estrategias para lograr aumentar los
beneficios en un contexto de escasa competencia, o de cualquier otro fenmeno, lo que
ocurre es que alguien est procurndose una ganancia en el reparto a costa de otro.
Y eso, naturalmente, es peligroso, sea cual sea el beneficiario. Entre otras cosas,
porque su resultado no depende de leyes econmicas, sino de la fortaleza poltica de
cada agente, de su poder para imponer decisiones a la hora de firmar un convenio co-
lectivo, de operar en un mercado internacional o de aprovecharse de que oferta un bien
necesario y sin competidores que le hagan som bra, por ejemplo. Y, como todos sabe-
mos,
la fuerza p oltica es acumulativa: un xito hoy es la mejor garan ta para conse-
guir otro mayor maana.
Ah radicaba, y radica, el autntico peligro de los brotes inflacionistas (...). Mu cho
ms lo era cuando todo indicaba que las principales causas de la inflacin d e los seten-
ta se asociaban a los costes salariales (la otra cara del beneficio a la hora del reparto) y
a los precios de las materias primas procedentes de los pases de la periferia (la otra
parte del comercio mundial a la hora de apropiarse de las ganancias del intercambio).
Es d ecir, las dos piedras angulares de la rentabilidad capitalista (53).
(51) J. TORRES LPEZ: op. cit,
pgs. 80-81.
(52) G.
STANDING:
The New Insecurities, en P.
GOWAN,
y P.
ANDERSON
(eds.):
The Question of
Europe, Verso, London, 1987, pg. 219.
(53) J. TORRES LPEZ: op. cit., pgs. 82-83.
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LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
A partir de entonces, la consideracin de la lucha contra la inflacin como meta ab-
solutamente prioritaria ir secuestrando poco a poco a todos los dems objetivos tra-
dicionales de la poltica econmica, incluyendo al propio crecimiento econmico
como lo demuestran la aparicin de indicadores como la NAIRU
(Non-accelerating
inflation rate of
unemployment o de conceptos como el de tasa natural de desem-
pleo (54), la poltica monetaria ir desempeando cada vez ms la funcin instru-
mental bsica antes asignada a la poltica fiscal, el nivel de desempleo en todas las eco-
nomas europeo-occidentales ir hacindose cada vez ms masivo y crnico y de este
mod o se iniciar un proceso de fragmentacin social que, como ha destacado Guy Stan-
ding, tendr posteriormente importantes consecuencias polticas,
Tradicionalmente, la poltica (social y de mercado de trabajo) se conceba, se en-
caminaba y se pona en prctica porque quienes la desarrollaban crean que era la
apropiada, y de manera tpica uno de los motivos principales habra sido el considerar-
la de algn mo do vinculada al principio de la diferencia rawlsian o: las med idas esta-
ban justificadas si caba esperar que contribuiran a mejorar la situacin econmica de
los grupos ms desfavorecidos de la sociedad. Esta ya empezaba a dejar de ser la nor-
ma. Cada v ez m s, pareca que las iniciativas polticas haban pasado a depender de su
atractivo percibido por el votante medio . Dicho claramente, a no ser que se percibie-
ra que un cam bio iba a ser considerado como favorable por un bloque clave de votan-
tes, probablemente no se pondra en prctica.
Este electoralismo refleja en parte la erosin de las tradicionales nociones de
clase como base de la produccin y la distribucin, y el crecimiento de la fragmenta-
cin social. Cuando la clase trabajadora era percibida como el mayor bloque de vo-
tantes y como poseedora de un conjunto esencialmente homogneo de intereses, y
quienes se consideraban sus representantes polticos contemplaban el avance del mo-
vimiento obrero como la gradual (o rpida) redistribucin de la renta y el control, el
pleno empleo y el Estado de bienestar eran cada vez ms reclamados (55).
Sin embargo, a lo largo del perodo 1948-75, en que no existan problemas de
acumulacin, la mxima ambicin tanto de los titulares del capital inversionistas
y dirigentes empresariales, a travs de procedimientos de cogestin (Alemania,
Austria, pases escandinavos, etc.), como an en los primeros aos ochenta, en
que ya comienzan a plantearse abiertamente tales problemas de acumulacin, de los
responsables polticos y sociales Presidentes de gobiernos, ministros econmicos
y dirigentes em presariales y sindicales implicados en la fijacin de pactos sociales
neocorporativos, etc., era promover laconcertacin,mediante el llamadodilo-
go social,
con objeto de encauzar el conflicto de clases y garantizar una disciplina
colectiva que no pusiera en cuestin la pauta distributiva existente (56).
(54)
Vid.,
al respecto, J.
ROCA JUSMET:
Reflexiones sobre el desempleo masivo: Anlisis y polti-
cas,
en O. DE
JUAN,
J.
ROCA,
y L.
TOHARIA:El desempleo en Espaa. Tres ensayos crticos,
Universidad
Castilla-La Mancha, Cuenca, 1996, pgs. 63-102.
(55) G.
STANDING:
Ibidem,
pg. 212.
(56) Cfr. J.-P.
THOMAS: Les politiques conomiques au XXe sicle,
Armand Colin, Pars, 1990,
pg. 142.
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RAFAEL
CAPARROS
Para Claus Offe, los dos factores que permitieron la compatibilidad entre el ca-
pitalismo y la democracia en Europa durante dicho perodo fueron, por una parte,
los partidos polticos de masas y la competencia entre ellos y, de otra, el Estado de
Bienestar keynesiano (57). En ese contexto, considera Offe que el neocorporativis-
mo no es, en realidad, ms que una nueva estrategia de dominacin del capital, que
facilita la gobernabilidad en situaciones de crisis y que puede incluirse en el m ar-
co tctico de un neoconservadurismo cada vez ms hegem nico. Dado el monopolio
representativo otorgado por el Estado, los acuerdos neocorporativos tripartitos
(Estado-sindicatos-empresarios) posibilitan la penetracin indirecta de la autoridad
estatal en esos grupos sociales dominados que formulan demandas de bienestar y
que,
por med io de la accin de los dirigentes sindicales, sern persuad idos, no slo
para el disciplinado cumplimiento de tales pactos, sino tambin para la moderacin
de sus reivindicaciones. Paralelamente, se tratar de sustraer determinados temas
econmicos del mbito de las decisiones polticas estatales, hasta ahora establecidos
a travs del debate democrtico y del proceso de competicin electoral, para devol-
verlos al mbito econmico del mercado, aligerando, mediante la delegacin neo-
corporativa, la pretendida sobrecarga del Estado.
En este sentido, pues, cabe afirmar que el resurgimiento de las estructuras cor-
porativas para incorporar polticamente a la clase obrera organizada constituye un
buen e jemplo, habida cu enta de las limitaciones establecidas por la propia funciona-
lidad sistmica y de su posicin subordinada en esa incorporacin, del intento deli-
berado de aislar la regulacin poltica de la economa del control de la clase obrera.
Shonfield, por ejemplo, hacindose eco de la clsica tesis funcionalista de Dahren-
dorf,
sostiene que el surgimiento histrico del Estado capitalista intervencionista,
que pretende mantener el pleno empleo, regular la conflictividad laboral, controlar
la inflacin y estabilizar el ciclo econmico, ha ido sistemticamente asociado a la
institucionalizacin del conflicto de clases (58).
Pero posiblemente sea Claus Offe quien de manera ms sistemtica ha puesto de
manifiesto el carcter profundamente asimtrico-desigualitario de la incorporacin
de la clase obrera organizada a las estructuras neocorporativas:
Los intentos corporativos por encontrar la solucin a los problemas globales
unen tanto m s fcilmente el tringulo del Estado, los sindicatos y los inversores o pa-
tronos, cuanto ms
igualmente
afectados se vean los actores colectivos involucrados
por los problemas no resueltos del sistema, y cuanto ms sensibles sean hacia todos
estos problemassin excepciny ms capaces de tomarlos en consideracin. De hecho,
(57) Cfr. C.OFFE:Democracia de competencia entre partidos y el Estado de Bienestar keynesiano.
Factores de estabilidad y de desorganizacin, en C.
OFFE: Partidos polticos y nuevos movimientos so-
ciales,
Sistema, Madrid, 1992. pgs. 55-88.
(58) Cfr. A.
SHONFIELD:Modern Capitalism,
Oxford University Press, New York, 1965. La tesis de
Dahrendorf, como es sabido , constituye la pionera explicitacin terica del mo delo de regulacin e insti-
tucionalizacin poltica del conflicto de clases en las sociedades capitalistas desarrolladas (Cfr. R.
DAHRENDORF:
Class and Class Conflict in Industrial Society,
Standford University Press, 1959).
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LA
CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERR A
todos
tienen que estar metidos en el mismo bote . Sin embargo, precisamente en los
co