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CAPÍTULO IX LA NUEVA GUERRA FRÍA EN LA PEQUEÑA PANTALLA PANTALLA: RUSIA COMO ENEMIGO EN LAS SERIES DE TELEVISIÓN THE NEW COLD WAR ON TELEVISION: RUSSIA AS ENEMY IN TV SERIALS Julio Otero Santamaría Resumen Este estudio profundiza en cómo las series de ficción televisivas retratan las tensas relaciones que desde hace unos años mantienen Estados Unidos y Europa Occidental y la Federación Rusa. A través de un recorrido por algu- nas de las series políticas más importantes del momento, realizaremos un análisis crítico de cómo las series de televisión son utilizadas como arma de propaganda en esta Nueva Guerra Fría de manera similar a como lo fue el cine en el siglo XX. Más que denunciar la intención ideológica de los creadores de estas grandes producciones, describiremos cómo las ficciones audiovisuales son un fiel reflejo del contexto político internacional en el que surgieron, un claro es- pejo del pensamiento dominante en una sociedad. Es la época de la pospo- lítica: los intereses geoestratégicos de las élites quedan al desnudo sin bar- niz ideológico. Incluso de manera inconsciente, un pueblo expresa sus pre- juicios, sus miedos y sus sentimientos a través de la pequeña pantalla. En este sentido uno de nuestros objetivos es desgranar cómo Rusia y los rusos son retratados en las series, que son hoy día un producto de consumo au- diovisual masivo. Nuestra metodología incluirá una categorización de las series estudiadas y un análisis comparativo de las características que comparten y distinguen a cada una de ellas, sobre todo en relación a su beligerancia hacia Rusia y a la verosimilitud de sus argumentos. Partiendo del caso concreto de las tensiones entre ambos países, este estu- dio quiere poner el foco en las fronteras porosas que existen ente realidad y ficción. Muchas veces son vasos comunicantes, dos caras de la misma mo- neda. Los espectadores saben que hay relatos de ficción basados en hechos reales: pocos que la ficción también inspira al poder y que las series de te- levisión se anticipan a la política real. - 160 -

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CAPÍTULO IX

LA NUEVA GUERRA FRÍA EN LA PEQUEÑA PANTALLA PANTALLA: RUSIA COMO ENEMIGO EN

LAS SERIES DE TELEVISIÓN

THE NEW COLD WAR ON TELEVISION: RUSSIA AS ENEMY IN TV SERIALS

Julio Otero Santamaría

Resumen

Este estudio profundiza en cómo las series de ficción televisivas retratan las tensas relaciones que desde hace unos años mantienen Estados Unidos y Europa Occidental y la Federación Rusa. A través de un recorrido por algu-nas de las series políticas más importantes del momento, realizaremos un análisis crítico de cómo las series de televisión son utilizadas como arma de propaganda en esta Nueva Guerra Fría de manera similar a como lo fue el cine en el siglo XX.

Más que denunciar la intención ideológica de los creadores de estas grandes producciones, describiremos cómo las ficciones audiovisuales son un fiel reflejo del contexto político internacional en el que surgieron, un claro es-pejo del pensamiento dominante en una sociedad. Es la época de la pospo-lítica: los intereses geoestratégicos de las élites quedan al desnudo sin bar-niz ideológico. Incluso de manera inconsciente, un pueblo expresa sus pre-juicios, sus miedos y sus sentimientos a través de la pequeña pantalla. En este sentido uno de nuestros objetivos es desgranar cómo Rusia y los rusos son retratados en las series, que son hoy día un producto de consumo au-diovisual masivo.

Nuestra metodología incluirá una categorización de las series estudiadas y un análisis comparativo de las características que comparten y distinguen a cada una de ellas, sobre todo en relación a su beligerancia hacia Rusia y a la verosimilitud de sus argumentos.

Partiendo del caso concreto de las tensiones entre ambos países, este estu-dio quiere poner el foco en las fronteras porosas que existen ente realidad y ficción. Muchas veces son vasos comunicantes, dos caras de la misma mo-neda. Los espectadores saben que hay relatos de ficción basados en hechos reales: pocos que la ficción también inspira al poder y que las series de te-levisión se anticipan a la política real.

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Abstract

This study goes deep into how fiction serials on TV clearly show the tense relationship maintained for years between the United States of America and Western Europe and the Russia Federation. Going through some of the most important political serials at the moment, we will make a critical anal-ysis on how the TV serials are used as a propaganda tool in this New Cold War in a similar way to the cinema in the XX Century.

More than reporting the ideological intention of the creators of these great productions, we will describe how the audiovisual fictions are a reflection of the international political context on which they arose; a clear mirror of the dominant thoughts in a society.

It’s the era of post-politics; the geostrategical interests of the elites are left nude without ideological varnish. Even in an inconsciuous way, the people expresses its felling without prejudice, its fears and felling through TV. In this sense, one of our target is to thresh how Russia and the Russians are photographed in the serials, which are a massive audiovisual commodity today.

Our methods will include a categorization of the serials studied and a com-parative analysis of the shared characteristics and which distinguish each one, specially regarding its belligerence towards Russia and the verisimili-tude of its arguments.

Palabras clave

Series de televisión, Rusia, Nueva Guerra Fría, Geoestrategia, Propaganda, Estereotipos.

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Objetivo e hipótesis

Nuestra investigación tiene un marcado carácter innovador. Pese a ser el producto de consumo audiovisual masivo en el mundo -el que más ha cre-cido en los últimos años-, las series de televisión son un campo apenas abor-dado por la academia e incluso por el mundo editorial y literario. Por otro lado, también hay indicar que en nuestro país apenas se han publicado es-tudios o análisis que pongan en relación la geoestrategia y el contexto actual de las relaciones internacionales con la industria cultural y los diferentes dispositivos de comunicación. Más en concreto, el tema de Rusia y los rusos apenas genera atención en las disciplinas de la comunicación audiovisual y política, más allá de los habituales tópicos.

Con este estudio hemos puesto de manifiesto como las series de televisión no son un mero producto de entretenimiento sin carga ideológica. Pese a que no son mera propaganda, cualquier serie expresa las ideas dominantes de la sociedad en la que ha sido creada y, frecuentemente, los intereses del país en el que se ha producido. Reflejan el contexto nacional e internacio-nal, llegando a mezclar realidad y ficción.

Más concretamente, nuestra hipótesis es que, en el actual contexto interna-cional de la Nueva Guerra Fría, Rusia ha reaparecido como enemigo de oc-cidente en las ficciones audiovisuales. La Federación Rusa y los rusos son caracterizados en las principales series políticas de forma negativa, si-guiendo tópicos y estereotipos que se popularizaron en el imaginario colec-tivo de Europa y Estados Unidos durante la Guerra Fría del siglo XX, que enfrentó a un bloque capitalista y a otro comunista.

Metodología

La metodología que hemos esbozado incluye elementos propios tanto del análisis cualitativo como del cuantitativo. El objetivo era esclarecer las ca-racterísticas principales que comparten las series de televisión actuales en las que Rusia es de alguna forma protagonista. Para ello, nos hemos sumer-gido en la interminable lista de ficciones televisivas que actualmente inun-dan las parrillas de los diferentes canales de Europa occidental y Estados Unidos para identificar y seleccionar las que, de una forma u otra, tienen a la Federación Rusa en el corazón de sus respectivas tramas.

Tras seleccionarlas y visionarlas, hemos elaborado una lista de cinco carac-terísticas comunes a la mayoría de ellas (personajes reales o inspirados en reales, contexto actual, espionaje, estado autoritario y distopía), divididas en dos grupos (realismo y visión crítica).

El siguiente paso ha sido colocarlas en una tabla que posteriormente expon-dremos, la cual pone de manifiesto no sólo los elementos comunes que tie-nen las historias narradas, sino la visión de Rusia y los rusos que se trans-mite a los espectadores. Con esta metodología hemos trazado el relato de

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cómo es, a grandes rasgos, la serie tipo en la que aparece Rusia y hemos confirmado nuestra hipótesis principal: en los últimos años Rusia ha reapa-recido como enemigo de occidente en el imaginario colectivo y así se está reflejando en la industria cultural en general y en las series de televisión en particular.

En definitiva, se trata, como ya explicamos, de una categorización de las series y de un análisis comparativo de las características que comparten y distinguen a cada una de ellas, sobre todo en relación a su beligerancia ha-cia Rusia y a la verosimilitud de sus argumentos.

Introducción

Desde sus orígenes como medios masivos el cine y la televisión han sido utilizados por regímenes de muy distinto signo como armas de propaganda. El poder político no tardó en atisbar que fueron y siguen siendo instrumen-tos muy poderosos para transmitir valores ideológicos. El Tercer Reich tuvo un Ministerio de Propaganda que controlaba una incipiente industria cine-matográfica al servicio del nazismo. Documentales como “El triunfo de la voluntad” (Leni Riefenstahl, 1934) o largometrajes como “El judío Süss” (Veit Harlan, 1940) son algunos ejemplos. La Unión Soviética, de la mano principalmente de Sergei M. Eisenstein, produjo obras maestras que reivin-dicaron la Revolución, como “El Acorazado Potenkin” (1925) u “Octubre” (1928). Durante la II Guerra Mundial la compañía Walt Disney -con sus cortometrajes de dibujos animados- o el director Frank Capra -con su co-lección de documentales titulada "Por qué luchamos" (1925-1945)- fueron algunos de los colaboradores más brillantes de las campañas promovidas por el Gobierno estadounidense para concienciar a la población acerca de la necesidad de tomar parte en la contienda.

El cine y la televisión, por tanto, han probado su eficacia como generadores de consenso y control social. Contribuyen a construir lo que el filósofo mar-xista Antonio Gramsci llama hegemonía, una “cosmovisión” formada “por creencias, moral, explicaciones, percepciones, instituciones, valores o cos-tumbres que se convierten en la norma cultural aceptada y en la ideolo-gía dominante, válida y universal” y que “justifica el status quo so-cial”. Pero, lejos de adoptar un enfoque marxista o de adoptar una actitud paranoide ante el Séptimo Arte, lo que queremos decir es que, más allá de la intención explícita de los creadores de un filme o una serie, es indudable que ambos medios producen imaginario y difunden una determinada visión del mundo.

Como expone Héctor Villarreal, “no es que toda película sea propaganda, afirmación que, aunque extrema, habría que considerar como posible; pero sí que en casi todas podemos encontrar algún contenido propagandístico,

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sea de un modo abierto o sutil, de manera argumentativa o emotiva; a tra-vés de palabras o de imágenes”. Es decir, aunque las sagas de James Bond (1962-¿?) o de Rambo (1982-2008) no hayan sido financiadas por el Es-tado para lavar el cerebro a la población, es evidente que reflejan el pensa-miento dominante entre los grupos de poder norteamericanos del mo-mento. Fueron creadas para entretener, lo cual no excluye que expresen los miedos presentes en la sociedad de su tiempo o que manifiesten una clara posición ideológica.

En muchos casos, el fin adoctrinador es manifiesto. No debemos que, como se comenta en el documental “Amor, odio y propaganda, la Guerra Fría”, en este conflicto entre bloques “luchan el uno contra el otro por cualquier me-dio a su alcance, y la propaganda es el arma más poderosa de todas. Es una competición implacable en todo tipo de campos: deportes, cultura, espacio exterior, incluso en la cocina. Es una guerra global, una lucha por conquis-tar los corazones de todos los seres humanos del planeta…”-

La URSS, archienemigo en el cine de la Guerra Fría

En el transcurso de la Guerra Fría la URSS -y por extensión las repúblicas populares y los comunistas- fueron los malos recurrentes para la industria de Hollywood y para parte del cine de Europa occidental. Nomás Chomsky y Edward S. Herman en “Los guardianes de la libertad” (1988) citaron al “anticomunismo como mecanismo de control ideológico” como el quinto de los cinco filtros que operan en los medios de comunicación. Así, el peligro comunista aparece en películas de temática, calidad, estilos y décadas tan dispares como “Casada con un comunista” (Robert Stevenson, 1949), “In-vasión USA” (Alfred E. Green, 1952), “Cortina rasgada” (Alfred Hitchcock, 1966), “Rambo. Acorralado” (Ted Kotcheff, 1982) o “Rocky V” (John G. Avi-ldsen, 1990).

Si bien es cierto que hemos encontrado películas críticas o satíricas con el conflicto -“¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”, Stabley Kubrick, 1964), con la política exterior norteamericana -“Nacido el cuatro de julio” (Oliver Stone, 1989)- y con la caza de brujas -“La tapadera” (Martin Ritt, 1976)-, no hemos encontrado ninguna producción de relevancia que se haya posicio-nado a favor de la Unión Soviética. Tal como se señala en la investigación audiovisual “La Guerra Fría y la Política de Bloques en el Cine”, “a lo largo de su historia, el cine ha tratado a la Guerra Fría con seriedad y del lado capitalista, utilizando este conflicto como contexto histórico en el que situar la película”. Es más, “en contadas ocasiones, como en “El espía que surgió del frío” o “Good bye Lenin!” hemos visto el lado comunista del conflicto”.

Por el contrario, durante la Guerra Fría las series apenas hacen referencia al conflicto entre el bloque capitalista y el bloque comunista. Ello se debe,

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principalmente, a que hasta prácticamente la pasada década la televisión ha sido la hermana pobre del cine. Las series no eran el producto de con-sumo audiovisual más masivo. Al contrario que en nuestros días, no conta-ban por lo general con grandes presupuestos ni con el concurso de estrellas de la gran pantalla. Los capítulos eran, habitualmente, más cortos que los de ahora y solían ser autoconclusivos. El ritmo no era tan trepidante como, por ejemplo, en “Homeland” o “Juego de Tronos”. La mayoría de los temas que trataban eran menos profundos que en el cine. Abundaban las come-dias, las tramas policiacas y detectivescas, las de ciencia ficción y las am-bientadas en el lejano oeste. Merece la pena destacar dos series que, preci-samente, no se caracterizan por ser antisoviéticas: “Superagente 86” (Mel Brooks y Buck Henry, 1965-69), que parodiaba el cine de espías; y “El agente CIPOL” (1964-68), que preconiza la cooperación entre Estados Uni-dos y la URSS.

Cambia el contexto, cambian los enemigos

Con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, el contexto político internacional cambia radicalmente. Estados Unidos y sus aliados ganan la Guerra Fría y se quedan sin un archienemigo. El politólogo esta-dounidense Francis Fukuyama teorizó en “El fin de la historia y el último hombre” (1992) que “la historia humana como lucha entre ideologías ha concluido, ha dado inicio a un mundo basado en la política y economía de libre mercado que se ha impuesto (...) a utopías tras el fin de la Guerra Fría”. Esta interpretación del momento histórico dejó huella tanto en la gran como en la pequeña pantalla. Por un lado, se ruedan muchas menos películas de espías y, por otro, las ficciones audiovisuales quedan huérfanas de un malo oficial que suponga un peligro para la libertad y seguridad del Estado. El lugar que dejan la URSS y el comunismo se ve parcialmente ocu-pado por el tráfico de drogas o el terrorismo de cualquier signo, enemigos de mucha menor entidad y mucho más vagos y abstractos, por lo que inevi-tablemente funcionaron con mucha menor eficacia a la hora de mantener esa cultura del miedo que necesita cualquier poder establecido para generar consenso social y de la que hablan, entre otros, el lingüista y filósofo Noam Chomsky, el sociólogo Barry Glassner o los cineastas Adam Curtis y Michael Moore. Como ejemplos de este periodo citamos al filme “Peligro Inmi-nente” (Phillip Noyce, 1994), en el que la CIA se enfrenta a un poderoso cártel colombiano. En la década de los 90 abundan también películas sobre terrorismo, algunas de ellas sobre el IRA y otras sobre el terrorismo islá-mico. Entre estas últimas podemos citar a “Estado de sitio” (Edward Zwick, 1998). Sobre el conflicto irlandés tuvo éxito de taquilla “Juego de patriotas” (Phillip Noyce, 1992).

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El 11-S, un hito también en las pantallas

El 11 de septiembre de 2001 el contexto internacional comienza a cambiar de forma abrupta. Tras los atentados del 11 de septiembre, el Gobierno es-tadounidense dominado por los neoconservadores trata de imponer un nuevo orden mundial inspirado en el Proyecto para un Nuevo Siglo Esta-dounidense, cuya principal manifestación fue la llamada Guerra contra el Terrorismo. Aunque el presidente George W. Bush llega a señalar a un Eje del Mal formado por Irak, Irán y Corea del Norte, al que posteriormente agregaron a nuevos miembros, la civilización occidental vuelve a encontrar un archienemigo: el yihadismo, y por extensión el fundamentalismo islá-mico, si bien los discursos oficiales aluden habitualmente al terrorismo en general, el cual, ahora sí, es percibido por la población como una amenaza real. Los neocon reconocían en esta situación lo que años antes, en la dé-cada de los 90, Samuel Huntington había denominado como “Choque de civilizaciones” (1996). Así pues, desde el 11-S hasta nuestros días la lucha contra el terrorismo islámico está omnipresente en las carteleras. En los últimos diez años se han estrenado largometrajes como “La sombra del reino” (Peter Berg, 2007) “El asalto” (Julien Leclercq, 2010), “Argo” (Ben Affleck, 2012), o “La noche más oscura” (Kathryn Bigelow, 2012).

La Edad de Oro de las series políticas

Pero al contrario de lo que sucedía en la Guerra Fría -cuando las series ju-gaban un papel subalterno con respecto al cine-, en esta etapa histórica las series sí son un buen espejo del contexto mundial. Desde finales de los 90 y, en especial, durante la presente década, vivimos una auténtica Edad de Oro de las series de televisión, que se han convertido en un producto audio-visual de consumo diario masivo. “Homeland” (Howard Gordon, 2011), “Tyrant” (Giddeon Raff, 2014), “Madam Secretary” (Barbara Hall, 2014) o “Designated Survivor” (David Guggenheim, 2016) son algunas de las pro-ducciones a las que se asoma el fantasma del terrorismo islámico.

Paralelamente al auge de la amenaza yihadista, el contexto internacional vivió otro cambio significativo. Si en la década de los 90 las relaciones entre Rusia y Estados Unidos (y sus aliados) se caracterizaron por ser cordiales, con la llegada de Vladimir Putin a la presidencia las relaciones entre ambas naciones comenzaron paulatinamente a tensarse. Después de una década muy complicada económicamente y de un perfil político bajo frente a la di-plomacia occidental, la Federación Rusa comenzó a volver a reivindicar su papel como potencia planetaria. Las relaciones con la Unión Europea y Nor-teamérica se van degradando a medida que Rusia comienza a defender sus áreas de influencia y los intereses estratégicos de ambos colisionan de ma-nera creciente. Durante su informe anual en el Kremlin, en abril de 2015 Putin declaró que “la desaparición de la Unión Soviética fue la mayor catás-

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trofe geopolítica del siglo XX". Ya en 2003, Joseph Stroupe acuñó el con-cepto de Nueva Guerra Fría, que illo tempore sonaba exagerado, pero que comenzó a ser aceptado a raíz del conflicto de Ucrania (2013), con la inter-vención rusa en la Guerra en Siria (2015) y, últimamente, tras las acusacio-nes de interferencia en las elecciones estadounidenses de 2017.

En lo que respecta a las series de televisión, cabe añadir un nuevo fenómeno a esa Edad de Oro que hemos mencionado: la moda de las series de policías, abogados, médicos y periodistas han dado paso a la entronización de la po-lítica en la pequeña pantalla. Algunas de las series de mayor éxito interna-cional versan sobre política e incluso sobre política internacional: “El ala oeste de la Casa Blanca”, “House of Cards”, “Scandal”, “Borgen”, etc. Todas éstas y otras muchas son producciones de una calidad que nada tiene que envidiarles a las cinematográficas. Incluso cuentan con estrellas oscariza-das de la talla de Kevin Spacey, que encarna al presidente Underwood en “House of Cards”. La mayoría de las tramas recrean el escenario internacio-nal, se ambientan en la más rabiosa actualidad e incluso mezclan realidad y ficción.

Las series que hablan de Rusia

Después de años en barbecho, a partir de 2014 los rusos vuelven a ser los antagonistas de las ficciones audiovisuales, aunque en este caso no en la gran pantalla, sino en la pequeña. Nosotros hemos estudiado los casos de “House of Cards”, “Homeland”, “Madam Secretary”, “Designated Survivor”, “Okkupert” y “Borgen” (esta última serie aborda en un capítulo las relacio-nes con un país imaginario del área de influencia rusa):

-“House of Cards: es un drama político con elementos de thriller creado por Beau Williams. Es una producción estadounidense de Netflix que se estrenó en 2013. En primavera de 2017 estrenó su quinta temporada. Por el mo-mento, se llevan rodados 65 episodios que duran entre 43 y 59 minutos. Está basada en una serie homónima británica, producida y emitida por la BBC a principios de los 90. Ésta, a su vez, es la versión televisiva de una novela escrita por Micahel Dobbs, exjefe de Gabinete de Margaret Thatcher y guionista de ambas adaptaciones. Es una de las series más exitosas del momento y, como curiosidad, cabe apuntar que es una de las favoritas del expresidente Barack Obama. “House of Cards” se centra en las conspiracio-nes de Frank Underwood y su mujer para llegar a la cúspide del poder po-lítico estadounidense. Todo comienza cuando Underwood, jefe de la ban-cada demócrata, busca venganza después de ser traicionado por el presi-dente electo, que no cumple su palabra de nombrarlo secretario de Estado. El matrimonio Underwood es interpretado por dos actores de primera fila como Kevin Spacey y Robin Wright.

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Rusia entra en escena en la tercera temporada. La trama se centra en los tiras y aflojas diplomáticos que se producen entre este país y Estados Uni-dos en torno a un acuerdo de paz en el Valle del Jordán, como consecuencia de los intereses antagónicos de ambas potencias. El actor danés Lars Mik-kelsen encarna a Viktor Petrov, un trasunto del presidente ruso, Valdimir Putin, con quien comparte iniciales. El presidente se comporta como un di-rigente autoritario, que persigue opositores y reprime de forma hipócrita a los homosexuales. En el plano geoestratégico, Rusia actúa con agresividad y taimada deslealtad, aunque con inteligencia. Para dotar de realismo a la trama, en un capítulo incluso aparecen las componentes reales del grupo musical exiliado Pussy Riot. En ciertas fases de la temporada se percibe sin-tonía personal entre ambos presidentes, que tienen una relación ambiva-lente de amistad-rivalidad.

-“Homeland”: hablamos de otro drama político y un thriller psicológico so-bre espías. Es una producción estadounidense que comenzó en 2011 y que en 2017 estrenó su sexta temporada en España. Su creador es Howard Gor-don y la cadena original Showtime. Hasta la fecha se han emitido 72 episo-dios que duran entre 50 y 60 minutos. Está basada en la serie israelí “Se-cuestrados”. El argumento cuenta el caso de un marine estadounidense li-berado tras permanecer años capturado por extremistas islámicos. El sar-gento Nicholas Brody (Damian Lewis) regresa a Washington con el cerebro lavado para atentar contra su propio país. Las tres primeras temporadas giran en torno a su peculiar relación con la agente de la CIA Carrie Mathison (Claire Danes). A partir de la cuarta temporada la historia gira completa-mente y se centra en distintas aventuras de Mathison y sus compañeros en diversos países del mundo.

Rusia irrumpe en la quinta temporada. La acción se centra en Berlín, donde la CIA opera para desactivar atentados islamistas, y en menor medida, en Oriente Medio. Estos doce capítulos no entran en profundidades políticas, simplemente es una trama trepidante con el espionaje entre Rusia y Esta-dos Unidos como telón de fondo. Todo surge cuando Mathison descubre que Allison, una agente de la estación de Berlín con la que coincidió en Irak, trabaja para el servicio secreto ruso. Cambió de bando al ser chantajeada con un vídeo en el que se la ve enamorada de un espía ruso. Los intereses de Rusia no se muestran con claridad, son simplemente una excusa para generar intriga y tensión en el espectador. En cualquier caso, el servicio se-creto ruso se comporta con crueldad y de forma expeditiva. Tampoco actúa con lealtad. La supuesta capacidad seductora de los rusos también queda patente en la serie a través de la relación entre Allison y su amante.

-“Madam Secretary”: también conocida como “Señora Secretaria de Es-tado”, hizo su aparición en el panorama televisivo en 2014, de la mano de la CBS. Estamos ante una serie que ha estrenado tres temporadas de 24 capítulos cada una. Los episodios -de 42 minutos de duración- son más o

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menos autoconclusivos, aunque con pequeñas tramas que se suceden de fondo. La creadora es Barbara Hall y la protagonista Téa Leoni, en el papel de la secretaria de Estado Elizabeth MacCord. Uno de los puntos fuertes de esta producción estadounidense es la naturalidad con que combina la vida profesional y familiar de la jefa del Departamento de Estado.

La Federación Rusa aparece en la tercera temporada, como era de esperar, en un enredo de espionaje. Henry MacCord, esposo de Elizabeth, consigue reclutar para el espionaje norteamericano a Dimitri, un joven capitán ruso que es alumno suyo en la academia. Aparte de los habituales alegatos a la democracia y a la libertad, Dimitri se deja convencer a cambio de que su hermana, que se está muriendo de cáncer, entre en un programa experi-mental en Suecia. En esta trama, los militares y espías rusos son retratados como autoritarios, nacionalistas, machistas, alcohólicos y torturadores. Lo curioso de esta temporada es que esta trama se cruza con otra paralela, más política, protagonizada por la secretaria MacCord. En ella, la primera dama, Maria Ostrov, una joven y bella artista, asesina a su esposo el presidente ruso envenenándolo. A raíz de un discurso patriótico antioccidental, Ostrov alcanza el poder e instaura un nuevo rumbo político caracterizado por el enfrentamiento con Estados Unidos. Es un reflejo de la actual Nueva Gue-rra Fría, pero también una distopía que expresa el temor latente en el esta-blishment europeo y norteamericano. La Guerra de Ucrania es mencionada con el objetivo de dotar de realismo a la historia. Como nota menos negativa de la visión que ofrecen del estado y el ejército ruso, podemos aludir a algu-nos militares pragmáticos que optan por deshacerse de su nueva presidenta y restablecer el diálogo con Estados Unidos.

-“Designated Survivor”: estamos ante otro drama y thriller político esta-dounidense, en este caso producido por la ABC. En 2016 se estrenó su pri-mera temporada de 21 episodios de 60 minutos cada uno. Ya ha sido reno-vada por una segunda temporada. El creador es David Guggenheim y el pro-tagonista Kiefer Sutherland, quien se mete en el papel de Tom Kirkman, un inocente e inesperado presidente de Estados Unidos, que llega a la Casa Blanca como consecuencia de un atentado en el Congreso durante el Debate del Estado de la Unión. Kirkman, por entonces, secretario de Vivienda, que estuvo a salvo durante la sesión como superviviente designado, es el único miembro del Gobierno que sobrevive.

En los últimos episodios de la temporada la Federación Rusa tiene su cuota de protagonismo, una vez más producto de un caso de espionaje. El inex-perto presidente Kirkman tiene que fajarse con su homólogo ruso -caracte-rizado como un líder chulesco, amenazador y falso- para liberar a un héroe estadounidense aparentemente detenido como venganza y de forma arbi-traria. En “Desingated Survivor” los tribunales rusos no son independientes y el espionaje, omnipresente y omnipotente.

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-“Okkupert”: es una serie noruega conocida internacionalmente como “Oc-cupied”. Como en “Madam Secretary”, plantea una distopía en torno a Ru-sia y sus relaciones con occidente. Hasta el embajador ruso en Oslo expresó su malestar por una serie que imagina una Noruega ocupada por el ejército ruso debido a que un gobierno ecologista decide paralizar la producción de petróleo y gas por mor del cambio climático. Es un thriller de suspense y ficción política emitido en 2015 por TV 2. El creador es Jo Nesbø. El reparto lo componen: Veslemøy Mørkrid, Ingeborga Dapkūnaitė, Ragnhild Gu-dbrandsen, Janne Heltberg, Henrik Mestad y Eldar Skar. Su única tempo-rada cuenta con diez episodios de 45 minutos.

A pesar de que el núcleo del argumento es la ocupación rusa, apenas se de-tiene de forma profunda en los personajes rusos, salvo quizás la embajadora Irina Sidorva (Ingeborga Dapkūnaitė). Sidorva es, además, la que muestra más signos de humanidad y voluntad pacífica. Aun así, no deja de ser ame-nazante, pese a su aparente educación. También hace gala de esa facilidad para la seducción que el imaginario occidental les atribuye a las mujeres rusas. El resto de personajes rusos son esencialmente personas armadas y encapuchadas, vestidas de negro, que actúan sin contemplaciones. Algo mejor conocemos a los clientes de un restaurante noruego, si bien no se salen de los tópicos del ruso (o más concretamente de los novi ruski pos-tsoviéticos) juerguista, chulesco, despilfarrador de dinero, e interesado en el sexo. Sólo uno de los comensales habituales es simpático y respetuoso con la propietaria noruega, si bien se comporta de forma clasista con el ca-marero. Como estado, en “Occupied” Rusia es imperialista y, en el ámbito interno, persigue a disidentes y homosexuales.

-“Borgen”: hablamos de una producción danesa de la Danmarks Radio que se emitió entre 2010 y 2013. Hasta 30 episodios jalonan las tres temporadas de esta ficción televisiva que lleva el sello de Adam Price. Borgen es el tér-mino coloquial con el que se alude al Palacio de Christiansborg de Copen-hague, que es la sede de los tres poderes del Reino de Dinamarca. Birgitte Nyborg (Sidse Babett Knudsen) se convierte en primera ministra fruto de un inesperado final de campaña en la que participó como candidata del Par-tido Moderado. Cada capítulo es una lección magistral de las dificultades a las que se enfrentan los gobernantes diariamente en el ejercicio del poder.

Lo peculiar del análisis que realizamos de esta serie no tiene que ver exac-tamente con Rusia, sino con Turguistán, una nación ficticia situada entre Europa y Asia a la que podríamos comparar con Bielorrusia o Transnistria e incluso con Kazajstán o Uzbekistán. Es curioso notar como los estados que son aliados de la Federación Rusa o pertenecen a su área de influencia com-parten en los medios de comunicación y en las producciones audiovisuales los mismos clichés negativos que sus vecinos rusos.

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En un capítulo de la segunda temporada, el presidente Alexander Groznin exige durante una visita de Estado a Dinamarca la extradición del disidente Vladimir Bayanov, tras la explosión de una bomba. Mientras para Groznin es un terrorista, para la opinión pública europea es un poeta que lucha por la libertad. La primera ministra danesa se ve ante un dilema: la entrega de Bayanov significa al mismo tiempo el cierre de un acuerdo energético ven-tajoso para su país y una segura violación de los Derechos Humanos. En mayor medida que “Okkupert” el estereotipo del político nórdico respe-tuoso con los Derechos Humanos y partidario del poder blando se opone al perfil despótico de Rusia y su área de influencia, encarnado en el personaje del sátrapa Groznin.

Rusa y los rusos en las ficciones televisivas

A pesar de su distinta naturaleza, todas estas series muestran a personajes rusos que son diseñados con patrones similares:

-Simplicidad: como casi en ningún caso son personajes principales de las series, no suelen ser complejos. Los conocemos de forma superficial.

-Maniqueísmo: siempre son malos o trabajan para intereses oscuros (prin-cipalmente los de un autoritario Estado ruso). En algún caso, como la em-bajadora rusa en Noruega de la serie “Okkupert”, se puede apreciar algún matiz o algún leve gesto de humanidad.

-Estereotipos: la representación de los rusos responde a prejuicios y tópicos dominantes durante la etapa de la Guerra Fría o surgidos en los años pos-teriores a la desintegración de la URSS.

Y después de analizar cómo se construyen los personajes rusos en la pe-queña pantalla cabe preguntarse ¿qué características comunes presentan? En nuestro análisis hemos anotado algunas de las más negativas que se re-piten con relativa frecuencia: fríos, secos, expeditivos, violentos, autorita-rios, amenazadores, machistas, interesados en el sexo y juerguistas. Y en cuanto a su condición profesional, hay que decir que aunque abundan los políticos, diplomáticos y militares, en el fondo, siempre son espías.

Como es de suponer, si la imagen que las producciones televisivas occiden-tales reflejan de los rusos es la que hemos comentado, la de la propia Fede-ración Rusa no es precisamente más benévola. En líneas generales Rusia es para los guionistas occidentales un estado autoritario, belicoso, expansio-nista, caudillista, espiocrático, homófobo, sin justicia independiente, sin li-bertad de expresión y violador de los derechos humanos. En resumen, y sin ambages, una dictadura agresiva.

En algunas series como “Madam Secretary” y, sobre todo, en “Okkupert” es curioso observar cómo la Federación Rusia aparece de forma distópica. Ya

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decíamos que el cine y la televisión revelan algunos de los miedos que sub-yacen en el discurso dominante en una sociedad o en un grupo social deter-minado. En las peores pesadillas de las élites políticas europeas y norteame-ricanas está desde hace décadas la llegada al Kremlin de un dictador extre-mista, agresivo y antioccidental. La industria cultural plasmó por primera vez este temor en la novela “El manifiesto negro”, escrita por Frederick Forsyth en 1996, la cual Charles Martin Smith adaptó al cine con Patrick Swayze como protagonista. El conspirativo ascenso al poder de Maria Os-trov en “Madam Secretary” y la invasión a Noruega por Rusia en “Okkupert” han actualizado esa distopía. A continuación, presentamos el cuadro que hemos realizado para mostrar las características comunes que tienen las tramas de las principales series políticas en las que Rusia juega un papel protagónico:

Conclusiones

Tras estas reflexiones podemos sintetizar que la serie tipo en la que Rusia aparece es una ficción sobre política que aborda las relaciones internacio-nales y ambientada en el contexto actual o en un futuro próximo, por lo que se mezclan importantes dosis de realidad. A lo largo de sus episodios se desarrollan tramas de espionaje o sobre geoestrategia en las que la Federa-ción Rusa se opone siempre a los intereses de Estados Unidos o de alguna nación europea.

En definitiva, tras visionar las principales series de televisión en las que se pueden encontrar personajes rusos se pueden extraer las siguientes conclu-siones:

Tras la Guerra del Donbás Rusia reaparece con fuerza como anta-gonista de occidente.

El retrato de los rusos responde, básicamente, a viejos estereoti-pos de la Guerra Fría.

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La Federación Rusa es representada como una dictadura agre-siva.

Y terminamos con dos reflexiones: en plena posmodernidad, décadas des-pués del llamado “fin de la historia” que teorizó Fukuyama, la nueva Guerra Fría es reproducida en la pequeña pantalla de forma algo diferente al en-frentamiento que mantuvieron entre Estados Unidos y la URSS. Los rusos siguen siendo los malos, si bien ahora el conflicto se revela mucho más desideologizado, en ocasiones como una mera batalla por los recursos na-turales y los intereses geoestratégicos que en la pasada centuria se camufla-ban de manera más idealista. Una evolución lógica, si pensamos que vivi-mos en tiempos de la pospolítica.

La segunda reflexión guarda más relación con la llamada posverdad, pala-bra del año 2016 para el Diccionario Oxford. Estamos ante un concepto ha-bitualmente utilizado por el establishment europeo y norteamericano con-tra las noticias falsas supuestamente difundidas por la inteligencia rusa y contra los discursos de líderes descalificados como populistas. Sin em-bargo, cabe preguntarse, que aunque, en todo tópico haya algo de verdad, ¿son realmente así los rusos? ¿Funciona así la Federación Rusia? Porque si estamos ante relatos audiovisuales ficticios cargados de emotividad que contribuyen a que los espectadores justifiquen la política exterior de algu-nas potencias, podríamos hablar de una forma más de esa posverdad a la que tanto critican los intelectuales más políticamente correctos.

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“La Guerra Fría y la Política de Bloques en el Cine” (publicado en YouTube por PJPoveda en junio de 2008): https://www.youtube.com/watch?v=Y294rKTIhb8

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