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Centro de Estudios y Actualización en Pensamiento P olítico, Decolonialidad e
Interculturalidad, Universidad Nacional del Comahue
ISSN 1853-4457
Ars nascendi
La danza butoh como praxis ontológica
Jonathan Martineau∗
Resumen:
En este artículo, se presenta un enfoque de la ontología contemporánea bajo el concepto de
filosofía natalicia. En un primer momento, recurriendo a Jean-Luc Nancy y a Peter Sloterdijk
principalmente, según los cuales ser y nacer se confunden, se describen las principales
características de una concepción naciente del ser. De estas lecturas emergerá la necesidad de
un pensamiento práctico y de una vivencia del nosotros en estado surgiente que integre la
oscuridad en su movimiento. En un segundo momento, se pasa a discutir la posibilidad de una
praxis ontológica en la danza butoh. Una breve contextualización de la danza butoh abre el
espacio para una discusión con las filosofías posmodernas del cuerpo y de la carne. En este
artículo, se promueve una consciencia esquelética como anclaje corporal del pensamiento. El
movimiento del esqueleto trasciende la diferencia entre vida y muerte, entre individuo y
colectividad, entre cuerpo y espacio, entre nosotros y subconsciente. Estableciendo un diálogo
con la gravedad, el cuerpo se pone a la escucha de sus tinieblas y empieza a resonar con el
campo de fuerzas que nos es común. El viaje hacia los huesos es un viaje hacia el nosotros en
estado naciente.
∗ Universidad de Granada, candidato al doctorado en el programa Herencia de la modernidad en la época de la globalización. Se licencia en criminología en la universidad de Ottawa en 2004. Para completar su tesis doctoral, titulada Sombras de justicia. Consecuencias políticas de una concepción naciente del ser, pasó un año en 2011 en el subbody butoh institute del Himalaya indio. Desde hace más de una década, realiza una investigación experiencial sobre la pertenencia del cuerpo y la mente al espacio. Ha trabajado como malabarista, payaso, improvisador danzístico y performer. Se interesa en la intrincación del pensamiento y del movimiento. En la actualidad vive y trabaja en Madrid, donde organiza El brillo de lo oscuro, un ciclo de actuaciones butoh, guía El arte de nacer, una serie de talleres inspirados en el butoh y el contact-improvisación, y baila en las compañías OmosUno y Coracor además de realizar sus propias creaciones en solo donde entreteje filosofía y movimiento.
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Palabras claves:
Ontología, nacimiento, cuerpo, espacio, danza butoh
Abstract:
In this article, we present an approach within contemporary philosophy that we call philosophy of
birth. In the first part, reading mainly Jean-Luc Nancy and Peter Sloterdijk, for who birth and being
are synonyms, we describe the characteristics of a philosophy of birth. From this readings will
emerge the necessity of practical thought and the experience of the we in an emerging state that
integrates the darkness in its movement. In the second part, we will discuss the possibility of an
ontological practice within butoh dance. A short contextualización of the butoh dance opens up the
space for a discussion with posmodern philosophies of body and flesh. In this article, we will
promote a skeletal consciousness as a body anchor for thought process. The skeleton's
movement transcends the difference between life and death, between individual and collectivity,
between body and space, between we and subconscious. Establishing a dialogue with gravity, the
body listens to its own darkness and starts to resonate within the common field of forces. The
travel towards the bones is a travel towards the we understood as birth process.
Keywords:
Ontology, birth, body, space, butoh dance
I. Apertura(s)
El seis de agosto de 1945 a las ocho horas dieciséis minutos y dos segundos, a seiscientos
metros de altitud, un artefacto llamado Little boy explotó encima de la ciudad nipona de
Hiroshima. Se estima que alrededor de 75. 000 personas murieron en el acto. Paul Tibbets, que
pilotaba el avión desde el cual la bomba atómica fue lanzada, confirmó a sus superiores el buen
desarrollo de la operación con el código secreto: the baby was born. Con El bebé ha nacido, Paul
Tibbets, al mando de un avión que llevaba el nombre de su madre, Enola Gay, ratificó que sobre
Hiroshima había brotado un champiñón atómico. En tanto sigue habiendo personas que hoy en
día mueren por las secuelas de esta explosión, se puede decir que todos vivimos en la onda de
choque del nacimiento de Little boy. No se han terminado de medir las interferencias de esta
explosión con el pensamiento humano. Aquella mañana en la que se perfiló el final de la Segunda
Guerra Mundial, lo que explotó fue mucho más que un artefacto. Con el nacimiento de Little boy,
toda una manera edificante de pensar estalló en mil pedazos.
Las exigencias del pensamiento contemporáneo se formulan de diversos modos pero apuntan
hacia una misma dirección: la puesta en cuestión del dualismo y los modos binarios. En la
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Dialéctica de la Ilustración, publicada por primera vez en 1944, Adorno y Horkheimer constataban
el hecho de encontrarse en el umbral de un modo de pensar. El avance de la razón mediante
oposiciones no va necesariamente a la par del progreso de la justicia y la felicidad. El desarrollo
de la razón no se dirige naturalmente y por sí sólo hacia fines creativos. Little boy ofreció, para
este diagnóstico, una brutal confirmación. Hoy en día, el hastío del pensamiento hacia los
dualismos se traduce por la multiplicación de las exigencias de nuevos territorios y de otros logos.
Ya no nos basta calcular, inferir, deducir o imaginar elegantes silogismos para convencernos de
que estamos pensando. En busca de un pensamiento contemporáneo, recurrimos cada vez más
a una terminología del salto, del riesgo, de la apuesta, de la locura y, en suma, de la apertura.
Incardinado a la apertura, el pensamiento se dirige más hacia una filosofía natalicia que hacia la
vida o hacia la muerte. El concepto experiencial de nacimiento permite al pensamiento entretejer
la dirección clara y el sentido con el desconocimiento absoluto; en el nacimiento se entrelazan la
razón y su otro.
Pensar hoy en día pretende aunar en un solo gesto cordura y sinrazón, lucidez y locura, finito e
infinito (Nancy, 2010: 11), apertura y cierre (Sloterdijk y Heinrichs, 2004: 188). No se trata de
integrar dos opuestos sino de tomar en cuenta que la oposición era desde el origen una ilusión.
La luz de la razón permite entonces inaugurar ya no la guerra contra las tinieblas de la ignorancia
sino, en palabras de Jean-Luc Nancy (2010: 25), la adoración de la ausencia de sentido del
sentido. La adoración se dirige a la apertura sin otorgarle ni origen ni razón. "El alogon en tanto tal
como dimensión extrema, excesiva y necesaria del logos: nunca se trata seriamente de otra cosa
cuando hablamos de cosas serias (la muerte, el mundo, el ser-juntos, el ser-sí, la verdad)."1
(Nancy, 2005: 18) La razón introduce consigo un alogon como condición de su nacimiento mismo,
alogon con relación al cual se debe abandonar la confrontación bélica. La razón vuelve al lugar
desde el cual brota, no para ordenarlo sino para adorarlo. Esta adoración no es una postura
intelectual sino una praxis. El nombre de esta praxis es, según Nancy (2010: 23): "el
pensamiento." El autor añade enseguida una indicación hacia este pensamiento entendido como
una praxis: "el pensamiento es un movimiento de los cuerpos: comienza en este pliegue nervioso
del cuerpo que lo expone al infinito de un sentido, es decir de una afectación por los otros
cuerpos." (Nancy, 2010: 23) El sentido del mundo acontece en el lugar donde se abre la
posibilidad de una afectación entre los cuerpos. El pensamiento relacionado con este sentido
acaece a partir de la apercepción de esta afectación. Nancy llama a este territorio del
pensamiento el mundus corpus, el mundo de los cuerpos. (Nancy, 2000: 36)
El pensamiento que nos interesa indagar en este artículo es tributario del cuerpo entendido, como
consideraba Nietzsche, como la gran razón, como el lugar desde el cual toda razón y todo
pensamiento emergen. Los análisis nietzscheanos que contemplaban a los sistemas filosóficos
1 Todas las citas que tienen a un libro escrito en francés como referencia son traducción nuestra.
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como síntomas de organizaciones fisiológicas han tenido numerosos herederos y discípulos. Sin
embargo, cabe la sospecha de que en la estela de Nietzsche, si bien se ha modificado el
contenido de los pensamientos, no se ha alterado en profundidad la forma de experimentar el
pensamiento. Éste sigue en mayor medida limitado a la cultura libresca y a la esfera lingüística;
de la afectación de los cuerpos hemos experimentado más bien poco. La exigencia
contemporánea nos reta a devolver el pensamiento a la gran razón del cuerpo.
El sentido del que habla Nancy no es el sentido discursivo que viene a ratificar un acontecimiento
o una acción sino el sentido del sentir nervioso, de la percepción carnal y de la afectación
sensorial por los otros cuerpos. En este escenario filosófico, la pluralidad de los cuerpos es
nuestro punto de partida y el objeto de nuestro pensamiento es el lugar abierto donde estos
cuerpos se afectan mutuamente. Este lugar es el objeto no de un razonamiento sino de una
escucha. En primer lugar, prestaremos atención a la configuración de este nuevo territorio del
pensamiento y veremos que se trata de un espacio naciente. En segundo lugar, nos
preguntaremos por la manera de habitar este espacio, esta apertura. ¿Cómo adentrarnos en una
praxis que pone en relación el logos con su otro, la luz con las tinieblas? Este artículo pretende
presentar la danza butoh como una praxis ontológica radical, como un ars nascendi, y profundizar
la ontología de un ser a la vez singular y plural gracias a unas prácticas experimentales.
Pretendemos presentar la danza buto(s)2 en el marco del mundus corpus de Jean-Luc Nancy y
del mundo espumoso de Peter Sloterdijk y, al mismo tiempo, dinamizar la ontología naciente que
este ser singular plural necesita.
II. Hacia una filosofía natalicia
Previos a nuestros primeros pasos en la danza, conviene contemplar la configuración del espacio
que se presenta ante nosotros. No se trata de hacer un estudio exhaustivo de las implicaciones
filosóficas de una comprensión naciente del ser y el espacio sino más bien de lanzar una mirada
furtiva hacia el espacio a donde nos vemos arrojados. Un movimiento inmemorial nos precede y
nos empuja. Como escribe Luis Sáez Rueda (2009: 59): "nacemos ya iniciados". En cierto modo
algo nos urge a pensar. Proponemos contemplar la configuración del espacio naciente a través de
una concisa lectura de las obras de Jean-Luc Nancy y Peter Sloterdijk. Estos dos filósofos
contemporáneos asumen ambos una concepción natalicia del ser. No son los únicos, obviamente,
y podemos señalar de antemano, ya que recurriremos a ellos de manera puntual, a Roberto
Esposito, a Pascal Quignard y al ya citado Luis Sáez Rueda como figuras de la filosofía natalicia
en ciernes en el siglo XXI.
2 Odette Aslan y Béatrice Picon-Vallin titularon su estudio de 2002 Butô(s) para resaltar la pluralidad
intrínseca de las prácticas de esta danza. La 's' entre paréntesis indica la proximidad del butoh con el ser singular plural de Jean-Luc Nancy. Existe una sola cosa y su nombre es pluralidad.
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La primera característica de una filosofía natalicia es, utilizando la expresión de Alain Badiou, la
multiplicidad-sin-Uno. (Badiou, 2003: 43) Este punto es esencial: una multiplicidad se dispone sin
que sea necesario postular un recipiente común unitario. El espacio se abre en ningún lugar. La
esencia del ser se encuentra, afirma Nancy, en el con de la expresión ser-los-unos-con-los-otros.
(Nancy, 1996: 60) Ni el Uno ni el otro (o los otros) son primeros. La posibilidad misma del
encuentro entre uno y otro exige a priori el espacio que posibilita este encuentro. En este sentido
la afectación por los otros cuerpos transita por el origen del mundo, lo reactiva y, en cierto modo,
lo origina de nuevo. Sloterdijk (2003b: 325) indaga en la misma dirección en la esferología: "El
con es lo primero que existe y que permite existir." No obstante, la existencia que brota del
espacio-con no lo hace dentro de otro lugar que se podría pensar sino dentro del vacío, del
alogon. Este espacio-con no se sostiene en ningún receptáculo físico racionalmente asequible.
La segunda característica del espacio naciente es que consiste en un espacio anímico y relacional
antes que físico y estable. Este espacio no puede entenderse como un lugar físico desplegado en
tres dimensiones que preexista a la vida que lo invade. El con es un espacio anímico donde se
disponen los cuerpos en sus múltiples relaciones. Hasta "puede abordarse el ser-en-relación
como lugar absoluto." (Sloterdijk, 2003: 541) Llamamos a este lugar nosotros, no el nosotros en
tanto sujeto sino en tanto espacio, en tanto exposición y disposición. Para Nancy, el sentido es
ser-los-unos-con-los-otros "sin otro sentido que 'nosotros'". (Nancy, 1996: 19) Cabe resaltar de
nuevo que ese nosotros no es un razonamiento sino una praxis:
No tenemos que identificarnos en tanto que ‘nosotros’, en tanto que un ‘nosotros’. Tenemos más bien que des-identificarnos de toda especie de ‘nosotros’ que sería el sujeto de su propia representación, y tenemos que hacerlo en tanto que nosotros com-parecemos: el pensamiento del ‘nosotros’, anterior a todo pensamiento – y, en verdad, su condición misma –, no es un pensamiento representativo (no es una idea, una noción, un concepto), sino una praxis y un ethos: la puesta en escena de la comparecencia, esta puesta en escena que la comparecencia es.” (Nancy, 1996: 94)
El nosotros en tanto praxis, precisa Nancy, destruye el nosotros simbólico. La praxis del nosotros
consiste en una desidentificación de todo tipo de sujeto vinculado a una representación. La
cartografía del nosotros nos invita a una filosofía natalicia ya que el nosotros que no es sujeto a
una representación es un nosotros en estado emergente. La comprensión de la dinámica del
nosotros en tanto espacio desvela la naturaleza surgiente de dicho espacio. Pues el espacio
anímico plural es autógeno. (Sloterdijk, 2003a: 37, 62, 541, 543) En consonancia con Sloterdijk,
Nancy escribe (2006: 47):
El pensamiento es el levantamiento de la cosa. Y por ende del corazón de las cosas. El corazón de las cosas no sirve de objeto. No es una referencia para el conocimiento, es un espacio de nacimiento. Sin embargo el nacimiento es la apertura de un espacio,
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inventa el espaciamiento que es él mismo y mediante el cual un lugar nuevo toma lugar.
Para penetrar en el espacio surgiente, resulta necesario hacer hincapié, es la tercera
característica de una filosofía natalicia, en la corporalidad del pensamiento. Al menos desde
Nietzsche, se conoce la exigencia de comprender a la razón en relación al cuerpo. Según el
filósofo del martillo, el pensamiento o la filosofía de una persona no serían sino síntomas de su
organización fisiológica. Lo que conocemos como razón emana de una razón mayor. El cuerpo es
la gran razón. Esta aserción nietzscheana lleva más de un siglo fascinando a numerosos
académicos y sin embargo el pensamiento corporal no es embrionario en las facultades de letras,
aún hoy. Sobre el cuerpo se ha dicho mucho y se ha incorporizado más bien poco. Mientras
pululan los catedráticos expertos en los discursos acerca del cuerpo, éste sigue huérfano de todo
tipo de pensamiento. Por desgracia, la consciencia corporal se abandonó a movimientos new age
y pop psicologías que pretenden acercar la gente a su ser íntimo durante carísimos talleres de fin
de semana en casas rurales. Por su lado, el pensamiento académico del cuerpo importó la
costumbre soporífera de pelearse por el sentido exacto de las palabras. ¿Se debe afirmar el
cuerpo o desplegar la carne? ¿Basta con recurrir a una palabra latina para otorgarle sentido al
discurso? Examinar estas cuestiones nos encaminará hacia una filosofía natalicia, siempre y
cuando nacer signifique, entre otras cosas, penetrar en un mundo que no sabemos nombrar. El
nacimiento se encamina siempre hacia el alogon. El pensamiento corporal constituye la piedra de
toque de la filosofía natalicia. "Por tal no cabe comprender un modo de pensamiento que se
centra en el cuerpo, ni tampoco una manera de utilizar lo corporal contra lo espiritual, sino una
espiritualidad corporal, en la que aparece el drama de la inteligencia post-metafísica." (Sloterdijk,
2000: 135) Necesitamos detenernos aquí, en el cuerpo que piensa, para poder realizar el salto
que nos permitirá presentar la danza butoh como inteligencia post-metafísica, como praxis
ontológica.
La filosofía de Jean-Luc Nancy es paradigmática de una tensión entre pensamiento y cuerpo,
tensión propia de nuestra época. Con la posmodernidad, la superioridad de la mente sobre el
cuerpo, antaño aseverada, quedó resquebrajada. Nancy sabe que el modo de pensar del cual
emerge está marchito, que ya no puede ofrecer camino a la necesidad de pensamiento y, al
mismo tiempo, el filósofo francés falla en superar el discurso libresco. Nancy consigue afirmar
humildemente en El olvido de la filosofía que el pensamiento genuino, o sea el pensamiento en
tanto apertura al sentido en lugar del pensamiento como lugar de cierre del sentido, ha sido
evacuado de la filosofía durante siglos, si no milenios. (Nancy, 1986: 36) Pero por mucho
entusiasmo que genere en el lector la obra Corpus, no conseguimos desprendernos de la
desoladora sensación de no estar manejando más que palabras. Debemos de cuidar que en
nuestro modo de presentar un discurso ordenado no estemos sujetando a los cuerpos.
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Necesitamos una ontología no de los cuerpos sino para los cuerpos. Contemplemos el recorrido
de Nancy al respecto.
El olvido de la filosofía coincide con la emergencia del antropocentrismo del pensamiento. Desde
el geocentrismo hasta la doctrina de los derechos humanos, asistimos a distintos modos de
postular la centralidad humana. (Nancy, 1986: 35) El pensamiento ordenado a esta postulación se
condena a desarrollar un pensamiento que no podrá nunca dejar de ser un proyecto. Tomar como
punto de partida la centralidad del ser humano no permite, al tratarse de un dogma o una fantasía
inconsciente, que el pensamiento resuene con la realidad del acontecimiento del ser. Sin
resonancia en el mundus corpus, eso es, sin mutua afectación del pensamiento y del mundo que
lo acoge, la filosofía sólo explora una franja muy fina de sus posibilidades: el razonamiento. El
postulado de la centralidad del ser humano o del sujeto secuestra el pensamiento para forzarle a
ordenar el mundo hasta que la premisa se haga real. Desde el punto de vista de Nancy, el ser
humano es un proyecto condenado al fracaso.
Pensar ontológicamente implica por consecuencia que se tome en consideración la totalidad de
los cuerpos. Nancy impugna una ontología para todos los cuerpos. Esta ontología a su vez no
funcionará al modo de las ontologías del proyecto, esta ontología para todos los cuerpos no
fundará su objeto ni lo significará. La imposibilidad de definir la expresión todos los cuerpos no
imposibilita en absoluto tal ontología. No buscamos un pensamiento primario sobre el cual
construir una nueva torre de Babel. La ontología para todos los cuerpos debe ser una ontología
abierta, capaz de acoger en su seno sin definir ni apropiarse. Nancy afirma que la esencia del ser
se encuentra en el co- de la coexistencia. La partición es primaria. No hay unificación posible ni
deseable. La ontología para todos los cuerpos es intotalizable. El nosotros es una aproximación a
la apertura que constituye lo real.
Antes de examinar las consecuencias políticas de tal ontología, conviene enfatizar su vertiente
materialista. La filosofía natalicia que se perfila tiene otro gran teórico en la figura de Peter
Sloterdijk. Un breve recorrido por la obra del filósofo alemán nos permitirá concretar la ontología
del nosotros. Desde sus inicios con La crítica de la razón cínica, la obra de Sloterdijk es un
alegato en contra de las cabezas divididas de sus cuerpos. En 1982 escribió que en un futuro
próximo un filósofo que no mienta tendrá que ser fisonomista. (Sloterdijk, 2003a: 21) En sus
esfuerzos por elaborar una filosofía materialista y a la vez dionisíaca, genera, según sus propias
palabras, una mística racional. (Sloterdijk, 2003a: 118) Sloterdijk estudió el desarrollo de la psique
humana en relación al desarrollo de su cuerpo, los cuales arrancan desde antes del nacimiento.
Sloterdijk (2003b: 317) llama a la placenta el órgano con. La placenta encarna la prueba material
de la imposibilidad de existir por sí sólo. La placenta encarna la organicidad sin sujeto. Como
subraya el filósofo alemán (2003b: 574), no es posible hoy en día determinar si la placenta es un
órgano de la madre o del feto. Es más bien símbolo de la imposibilidad de subsistir por sí solo.
Una vez más resaltamos que la pluralidad es originaria. La pareja compuesta por el feto y la
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placenta dará lugar a la pareja del bebé y su madre, luego al hijo y su padre, y de ahí en adelante
la vida anímica del ser humano nunca abandonará la complementariedad. En la cumbre del
desarrollo psíquico, se ha querido ubicar al místico en relación con dios. Los ángeles guardianes y
los amigos imaginarios, los santos a quienes se reza y los autores que se invocan, sostiene
Sloterdijk, nunca ha podido existir una mente sola y autónoma. El abandono de esta hipótesis,
central en la filosofía moderna y los sistemas jurídicos contemporáneos, para dirigirnos hacia una
concepción plural del ser, abre un paisaje totalmente diferente para el pensamiento. El cuerpo no
tiene una existencia individual.
El espacio político ya no se compone de unidades individuales sino de fuerzas en pugna y de
procesos de diferenciación y partición aislables sólo en parte. El pensamiento del cuerpo queda
modificado en su totalidad si se comprende la profundidad de la inexistencia del individuo. Gracias
a lo que llama una esferología, Sloterdijk describe el mundo contemporáneo con la imagen de la
espuma. La muerte de dios no es sino el estallido de la esfera omnienglobante. El cosmos todo-
uno estalló en mil pedazos. Sin embargo, la necesidad para los seres humanos de generar
espacios donde sentirse en casa tiene larga vida. La espuma ofrece el decorado conceptual para
un mundo descentralizado, efímero, compuesto de pequeñas intimidades sin solidez.
La comprensión de este espacio plural espumoso, que llamamos nosotros, exige un salto en la
vivencia del espacio y, por ende, del cuerpo. Tanto Sloterdijk como Nancy plantean una ontología
naciente. Nancy lo afirma sin ambages al escribir: "Nacer: el nombre del ser." (Nancy, 2006: 115)
La posibilidad de una filosofía natalicia surge en el seno de los escombros de la razón. No hace
falta subscribir a la aserción de Nancy según la cual la filosofía ha sido olvidada durante los
últimos milenios, basta con reconocer que nos encontramos en el umbral de cierta manera de
pensar. Nacer aparece como tercera vía entre el positivismo y el nihilismo. Conocemos, por un
lado, la imposibilidad de fundamentar el ser en la razón humana y, por otro lado, las filosofías del
no-ser demasiado a menudo se limitan a silogismos poéticos que pretenden desmontar la razón
sin proporcionar una seria vía de salida. Entre ser y no ser, nacer se alza como una necesidad
vital e intelectual.
Las filosofías del no ser suelen hacer hincapié en la muerte como destino de la vida humana. En
cierto modo, la gran incógnita pone entre comillas todas nuestras certezas. Sin embargo, la
dureza del mundo fenomenológico resulta convincente y la certeza racional de nuestra futura
muerte no mengua el ímpetu que invertimos en lidiar con el mundo de los fenómenos ni apacigua
las voluntades en competición para la apropiación del ente. La operación intelectual que consiste
en inferir que cada cosa, cada poder, cada estado y cada ser son transitorios e impermanentes no
ha logrado suficiente fuerza como para dignificar la existencia sobre la tierra. El dominio y la razón
instrumental prosiguen su despliegue, amplificando su sumisión y expropiación del ente y de los
recursos humanos y naturales. La reflexión acerca del no ser o de la vacuidad del ser no ha
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generado una praxis extendida susceptible de competir con la apropiación del ente derivada de
las filosofías del ser fundamentado.
Poner el énfasis filosófico sobre la muerte como destino ha tenido un efecto más bien limitado. Se
organizan congresos sobre ello y las grandes letras del nombre del autor en portada de los libros
traicionan que la ilusión de la inmortalidad conseguida gracias a la obra sigue más poderosa que
la certera muerte que le sirve de objeto de estudio. Al fin y al cabo, la muerte en el discurso
humano es sólo una hipótesis. Nadie que la haya experimentado directamente puede hablar sobre
ella. La certeza mental de morir, conseguida gracias a las inferencias, rara vez alcanza
profundidad en el cuerpo humano. Una certeza racional flota en la superficie de la gran razón
corporal sin poder penetrar las profundidades del mundo sensorial. El dominio de la razón
individual sobre el cuerpo es limitado a efectos de superficie. Sloterdijk sostiene frente a
Heidegger que la muerte es una verdad de segundo rango. Heidegger, al decir que los seres
humanos son ante todo mortales,
(…) da con la ineludibilidad más débil, por lo menos comparada con la primera y más fuerte ineludibilidad, la de que los seres humanos son, ante todo, nacidos, venidos al mundo. Lo que más son es lo que menos se sienten. Intimidados y fascinados por su mortalidad, ven el hecho de haber nacido como algo secundario. El cogito de la muerte ha sofocado incluso el más tímido inicio de un cogito del nacimiento. (Sloterdijk, 2001: 147)
Somos seres mortales sólo en la medida en que antes somos seres natales.
Todos los muertos y todos los que pueden pensar en la muerte tanto para morir como para
reflexionar acerca de la muerte han de haber nacido. El nacimiento es nuestra verdad primera. La
ética y la política que necesitan los seres natales difieren totalmente de las necesidades de los
seres mortales. Tanto la muerte como el nacimiento fallan en proporcionarle al pensamiento datos
claros acerca de su naturaleza. Ambos abandonan el pensamiento a sus propias tinieblas. El
nacimiento no deja de ser misterioso, aunque sea una verdad experimentada. Ahí donde la
muerte estimula una especulación, el nacimiento genera una rememoración. Sloterdijk enfatiza en
este punto que, al contrario de la teoría platónica, el trabajo de rememoración de los seres natales
no se dirige hacia ideas-formas ideales sino a un estado de mente libre de ideas, conceptos y
juicios acerca del mundo que se descubre. (Sloterdijk, 2006: 88) La fetalización de la mente tiene
como objetivo devolver el cuerpo al medio al cual pertenece. La percepción sensorial del espacio
vuelve entonces a primar sobre las ideas mundanas acerca de dicho espacio. Este pensamiento
que no reflexiona sobre el mundo sino que se las ingenia en el espacio llama más a una praxis
que a una axiomática. Este pensamiento/cuerpo naciente toma las tinieblas como axioma.
A grandes rasgos, hemos contemplado el territorio hacia el cual nos vemos arrojados tras la
derrota de los grandes sistemas de pensamiento y organización política. Este espacio consiste en
una multiplicidad intotalizable. No se trata de un espacio físico que acogería individualidades sino
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de un espacio autógeno de resonancia, donde los cuerpos se afectan mutuamente. Esta
afectación es posible porque los cuerpos transitan de un espacio hacia otro. Este tránsito es el
nacimiento. Hemos puesto el énfasis sobre el hecho de que pensar en este espacio sólo puede
ser una praxis. Ha llegado el momento de detallar, entre otras, una posible praxis presentando la
danza butoh en relación con las filosofías del cuerpo naciente.
III. Danza butoh: cuerpo y tinieblas
El origen del butoh es oscuro. El butoh toma la oscuridad como origen. Se intentó varias veces
ponerle un nombre, clasificarlo y ordenarlo en el esquema de las artes escénicas contemporáneas
pero ninguna tentativa resultó satisfactoria. Cual ciervo en el monte, el butoh rehúye de los
aparatos de captura del lenguaje. Un maestro butoh afincado en el Himalaya indio, Rhizome Lee,
afirma que el butoh es aquello que escapa del quid de la cosa.3 La expresión danza de las
tinieblas tuvo éxito durante un tiempo, aunque en realidad sólo fue el nombre del primer colectivo:
Ankoku butoh. (Quignard, 2005: 291) El vocablo danza de la vida suele usarse pero genera
confusión y malentendidos, debido al importante papel que se le da a la muerte en el butoh, que
evoluciona en “la permeabilidad de la frontera entre muerte y vida.” (Aslan, 2004: 22) En la cultura
anglosajona, se ha promovido la apelación dark dance, o sea danza oscura o danza negra.
(Aslan, 2004: 18) En este artículo, se promueve la voz danza del nacimiento. Nuestro propósito es
poner en relación la filosofía natalicia tal y como está emergiendo en el pensamiento
contemporáneo, con el butoh como praxis estética y ontológica.
No es nuestro objetivo en este artículo realizar un panorama de las diversas tendencias del butoh
ni escribir la genealogía, sin embargo necesaria, de su aparición. Tampoco se estudiará la
extensión de su influencia en las artes escénicas y performativas del tercer milenio. Nos interesa
contemplar la danza butoh como praxis ontológica, como pensamiento vivencial en acto. Hasta
ahora hemos descrito desde nuestro punto de vista la situación en la cual se encuentra la filosofía
contemporánea. Una breve contextualización de la danza butoh nos permitirá comprender cómo
ésta puede contemplarse en tanto pensamiento experimental.
En un primer momento, cabe presentar a grandes rasgos la trayectoria de Tatsumi Hijikata,
instigador del butoh. La danza butoh nace en el Japón de posguerra a finales de los '50. Durante
la década de los '60 se ramifica en diversas prácticas subversivas y grotescas. (Kazuko, 2004:
118-120) El impulso primario fue encarnar lo prohibido. El performer butoh ponía su cuerpo en las
zonas oscuras del discurso social. La apelación danza de la tinieblas remite a esta composición
3 Rhizome Lee comparte su investigación en la página web: www.subbody.net. El año pasado varios artículos fueron recogidos conformando finalmente el libro Behind the mirror. Las citas de Rhizome Lee fueron recogidas durante una estancia de nueve meses del autor en 2011.
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con/para/desde la sombra. El ejemplo de Kinjiki, para muchos la primera obra butoh, permite
ilustrar la comprensión del arte y la política subyacente al modo de actuar de Hijikata. Cuando se
dio a conocer la censura gubernamental de la novela de Yukio Mishima por causa de material
homosexual, Tatsumi Hijikata y Yoshito Ohno imaginaron la pieza Kinjiki, o sea Colores prohibidos.
Desde esta obra, mostrada en 1959, hasta la Rebelión de la carne performada en la Universidad
de Tokyo en 1968, pasando por la creación del colectivo Ankoku butoh en 1961, el butoh ha sido
una manera de denominar a aquellos cuyo arte consiste en la encarnación de lo prohibido y lo
transgresivo. A partir de los '70 hasta The quiet house en 1973, después de un eclipse de dos
años, la obra de Hijikata abandona la referencia al discurso social para adentrarse en la lógica
inasible del subconsciente. La composición ya no tanto con la sombra del discurso social, sino con
el subconciente corporal, autoriza la comprensión del butoh como arte ontológico. Kazuko (2004:
117) describe en estos términos la relación del cuerpo con su sombra en la danza de Hijikata:
Hijikata quería una suerte de cara a cara directo entre la danza como técnica de expresión y lo que es la historia o la temporalidad de un ser, lo que se inscribe en el fondo del cuerpo. Lo que el coreógrafo proclamó entonces como su parte la más propia, era esa zona de lo oscuro. Qué puede significar eso sino una nueva toma de consciencia del lenguaje corporal específico del cual la razón no podría dar cuenta, y del tiempo que se inscribe en ese cuerpo, tiempo de la sombra que sería como lo negativo de las claridades de la lógica. […] Quería mostrar que 'exponiéndose', el cuerpo descubre su parte oscura; a través las 'figuras' rígidas y el juego de contrastes violentos, incitaba con obstinación el cuerpo para que encare las crisis que habitan en él.
La referencia al periodo de los '60 y a las performances políticas, sexualmente explícitas y
deliberadamente violentas es un paso necesario a la comprensión del butoh de los '70, el butoh
del cuerpo debilitado según la denominación de Rhizome Lee. A esta segunda etapa nos
referimos cuando sugerimos que el butoh sea una práctica ontológica. Antes de desarrollarse
como un arte del nacimiento, el butoh ha debido desplegarse en contra de todo, rompiendo
mediante la encarnación cualquier anatema o valor que los poderes políticos han querido imponer
a la vida humana. La exploración de la sombra del discurso político y social desembocó, para
Hijikata, en la indagación del subconsciente.
Consideremos un momento la expresión Colores prohibidos y la introyección de los cuerpos en la
sombra del discurso social. Esta consideración nos llevará a la sombra ya no del discurso social
sino al alogon de todo logos. En el espíritu del gran rechazo de Maurice Blanchot, la actuación de
Hijikata y Ohno arranca del rechazo a la complicidad, a cierto tipo de razón y apariencia de
sabiduría horrenda. Los artistas (Hijikata prefería la apelación butoístas) no imaginaron una
refutación argumentativa sino que rechazaron el terreno de batalla impuesto por el orden y la
razón establecidos. Ahí los dados están trucados y el combate perdido de antemano. Adoptaron
156
más bien el método que Sloterdijk describe como químico4 y expusieron sus cuerpos en la franja
prohibida de la realidad. Su comportamiento reza así: aquello de lo cual se dice que no existe, eso
soy yo. A raíz de la constatación de que el discurso y el arte reivindicativo ya no podían esperar
interferir racionalmente en el despliegue del dominio imperialista en el Japón ocupado, el butoh
nace como performance experimental, llevando a los cuerpos a las zonas prohibidas por el
discurso social.
Los horrores de las guerras mundiales, Hiroshima y Nagasaki, la extensión de los parques
carcelarios, la inflación de la producción militar, la resignación a una vida consumista y divertida
sin otro valor que su valor de uso en un presente que corre de prisa, en suma, el reino de la
desdicha se extiende a la sombra del progreso. Como lo diagnosticaron Horkheimer y Adorno en
La dialéctica de la ilustración, la luz de la razón ya no puede engañarse creyendo que a golpe de
argumentos se influirá de manera decisiva sobre la marcha del mundo. La alternativa a las
opciones de colaboración, resignación y combate en un terreno trucado consiste en la exploración
de lo desconocido de una manera experimental, eso es una exploración vivencial de la sombra.
No se apunta hacia un análisis intelectual de lo no dicho del discurso social sino a una
encarnación de la sombra. En la década de los '60, los butoístas se dedicaron a indagar en la
sombra colectiva y, sobre todo, a explorar los efectos de dicha exploración en sus cuerpos. El
butoh es una suerte de Genealogía de la moral aplicada al propio cuerpo. "Cada uno es para sí
mismo lo más lejano." (Nietzsche, 2002: 3) En su primera época, el butoh se materializa como
una investigación performática de los límites de la moral donde el artista experimenta en su
cuerpo la consistencia de los juicios morales. La época del butoh transgresor culmina con la
presentación de La rebelión de la carne en 1968 en el campus de la universidad de Tokyo.
Hijikata desaparece de la escena pública en la primavera del 68, cuando el mundo entero entra en
ebullición. Muchos de sus seguidores y alumnos aprovechan este momento para viajar a América
y Europa, llevando en sus cuerpos la danza butoh que empezarán a enseñar. Hoy en día la
comprensión del butoh como arte transgresor sigue vigente. Hunde sus raíces en esta década de
investigación artística en contra del orden establecido y su posterior difusión por los alumnos de
Hijikata. Sin embargo, el proceso creativo de Hijikata no se detuvo en aquella primavera florecida
del 68. Incluso se podría decir, si consideramos que la creación no sucede en oposición a nada,
sino de manera inmanente, que su proceso creativo empezó después de haber roto con todo.
¿Qué queda del cuerpo cuando todas las ataduras de los discursos sociales han sido rotas? El
butoh del cuerpo debilitado, desarrollado desde el año 1970 hasta 1973 (año en el cual Hijikata
dejará definitivamente la performance para limitarse a la coreografía y la tutoría), ya no es una
4 Sloterdijk opone el quinismo, la encarnación de lo prohibido por el poder, al cinismo, la manipulación de la verdad y del discurso al servicio del poder establecido. (Slotedijk, 2003a, 175-179) Quínismo: nobleza del no poderoso; cínico: infamia del poderoso. (Sloterdijk, 2000: 122)
157
danza que sucede en contra de cualquier orden establecido sino una danza donde el cuerpo se
disuelve en el espacio donde evoluciona. A esa disolución creativa queremos llamar praxis
ontológica. En esta práctica las fronteras entre el cuerpo y el espacio se desdibujan y la
consciencia, poco a poco, se percata de su pluralidad, dejando atrás la ilusión de la individualidad
separada del espacio. Queda por describir el modo en que acontece dicha disolución.
La disolución en el espacio pasa por la asunción corporal de la multiplicidad abierta, eso es, la
asunción del conflicto como constituyente de la realidad. La sombra colectiva no es sino la suma
de las sombras de los cuerpos reales. El territorio de la lucha consiste en el cuerpo de cada uno.
No hablamos aquí del cuerpo como entidad que, mediante sus decisiones, posee cierto grado de
libertad en su relación con el mundo. En esta comprensión liberal el cuerpo se entiende como un
arma pero el territorio del ser sigue siendo el mundo exterior. La revolución nietzscheana fue
afirmar que es en el cuerpo mismo donde el conflicto se genera y desarrolla. En la concepción
liberal, llevado a cabo en el espacio físico tridimensional que los cuerpos habitan, el conflicto está
condenado a componer con el lenguaje y su sistema binario. Cuando se proyecta en el escenario
del mundo convencional, el conflicto se degrada en guerra. Entendido desde un espacio que
preexiste a la vida que lo invade, el conflicto se ve secuestrado por los sistemas lingüísticos y la
pluralidad nosotros recibe un nombre y, como tal, también su otro, su enemigo. La lógica de la
guerra pervierte el conflicto en una dinámica enfocada a la erradicación del enemigo. La
realización de un nosotros lleno y afirmado lingüísticamente necesita la eliminación del otro.5 En el
umbral de un nuevo pensamiento, estas lógicas deben abrirse y disolverse. Mientras permanezca
anclado en los cuerpos que nacen, el conflicto ofrecerá siempre una riqueza mayor de la que su
comprensión lingüística proyecta en el espacio exterior. Esta riqueza permite que el sentido del
conflicto no esté supeditado a ninguna promesa de futuro ni de victoria. La relación con el alogon
originario no necesita de un metadiscurso. Constitutivo del cuerpo y del pensamiento mismo, el
conflicto no se entiende como la relación que opone bandos sino como mezcla de tendencias,
fuerzas, intensidades y posibilidades. Conflicto es una mezcla de fuerzas. Al reflexionar a partir de
la relación conflictual entre el feto y la mujer en el seno de la cual éste evoluciona, Roberto
Esposito (2005: 243-244) expresa esta productividad del conflicto cuando éste se entiende como
un asunto interno:
La madre se opone al hijo y el hijo a la madre, empero el fruto de semejante conflicto es el detonante de la vida. Contra el andamiaje metafórico de la batalla a muerte, en el vientre materno se combate 'a vida' [...]. Nada queda - desde esta perspectiva - de la incompatibilidad entre el sí mismo y lo otro. Lo otro es la forma que adquiere el sí mismo allí donde lo interior se cruza con lo exterior, lo propio con lo ajeno, lo inmuno con lo común.
5 Cfr. (Badiou, 2003).
158
La realización corporal del nosotros naciente exige el cruce entre lo interno y lo externo, exige, en
suma, la porosidad de la frontera entre el cuerpo y el espacio. Kazuko (2004: 123-125) describe a
su modo esta contaminación entre lo propio y lo ajeno sin el rodeo del contrato social, sin el
espacio convencional:
En esta parte oscura, siempre presente en su memoria íntima (física), [Hijikata] descubrió una fuerza misteriosa, capaz de disolver las relaciones humanas convenidas gracias a su carácter profundamente asocial – flirteando con el acto criminal – y por el erotismo que la habita. Confrontados a un estado crítico, los cuerpos de los bailarines buscaban instintivamente perderse, disolverse en las tinieblas, lugar donde la relación con el otro se hace ambigüa, se invierte, donde cada uno se desliza fuera de su identidad, para que se opera una identificación con la alteridad.
¿Cómo romper el cascarón que aísla el cuerpo del mundo mediante el concepto individuo?
La propuesta del butoh reside en tomar al pie de la letra el cuerpo entendido como la gran razón,
como la madre de todas las razones. El pensamiento en movimiento no se interesa tanto en las
razones como en su generación, en su gestación y su liberación. Nos queda ahora describir en
qué modo se puede viajar en la gran razón del cuerpo y así descubrir que, como sostiene Nancy
(1996: 30), "el afuera del origen está dentro". El con nos constituye. El pensamiento no es ni
trascendente ni inmanente, no viene desde arriba ni tampoco desde abajo: nace desde detrás del
ombligo.
En primer lugar conviene ubicar esta exposición en el marco de la discusión posmoderna acerca
del cuerpo. Necesitamos una manera de entender el cuerpo que vivifique el espacio. Como
enfatiza Sloterdijk, no vivimos en el espacio tridimensional que propone la física sino en un
espacio anímico tejido de relaciones. Estas relaciones a su vez no deben comprenderse como
relaciones interindividuales, pues no preexiste una unidad individual que entraría a posteriori en
relación. La relación es la materia prima del espacio que somos. La individualidad,
intrínsecamente unida al lenguaje que adquirimos posteriormente a nuestro nacimiento, viene
sobreañadida a este espacio de relaciones. En la Crítica de la razón cínica, Sloterdijk (2003a:
136) señala con fuerza la dirección en la cual nuestra atención debe dirigirse:
Nuestra verdadera autoexperiencia en el 'nadie' originario sigue estando enterrada en este mundo bajo el tabú y el pánico. Pero en el fondo ninguna vida tiene nombre. El nadie autoconsciente en nosotros - que sólo con su 'nacimiento social' recibe nombre e identidad - sigue siendo el hontanar vivo de la libertad. El nadie viviente es el que, a pesar del horror de la socialización, se acuerda de los paraísos energéticos bajo las personalidades. Su base vital es el cuerpo animado, que no debemos llamar nobody, sino yesbody, y que puede desarrollarse, en el proceso de individuación, desde el 'narcisismo' arreflexivo al 'autodescubrimiento reflejo en el conjunto cósmico'.
En dirección a este cuerpo compuesto de fuerzas e intensidades, la filosofía posmoderna ha
efectuado innumerables esfuerzos, con un éxito relativo. Desde Nietzsche, se han propuesto
diferentes modelos de lectura del cuerpo pero muy pocos de su experiencia.
159
Tomemos por ejemplo el concepto cuerpo-sin-órganos de Deleuze y Guattari, concepto que gozó
de un éxito de envergadura poco frecuente, incluso triunfó fuera del ámbito filosófico. Sabemos de
mano de los autores mismos que el cuerpo-sin-órganos poco sino nada tiene que ver con los
órganos. El enemigo del cuerpo-sin-órganos no son los órganos sino la organización de éstos y
del cuerpo en general. "Nos damos cuenta poco a poco que el CsO no es en absoluto el contrario
de los órganos. Sus enemigos no son los órganos. El enemigo, es el organismo." (Deleuze y
Guattari, 1980: 196) El concepto de cuerpo-sin-órganos se construye en nombre de una vivencia
múltiple e intotalizable del cuerpo, un cuerpo involucrado en un constante intercambio
absolutamente necesario con un espacio vivo, un espacio inextenso compuesto de intensidades.
(Deleuze y Guattari, 1980: 189) Sin embargo, nacido de un análisis intelectual e inspirado en
lectura, la de Artaud por lo que concierne al nombre del concepto, el cuerpo-sin-órganos no
consigue materializarse en praxis susceptible de superar la lógica binaria del mundo preso de la
guerra. El cuerpo-sin-órganos necesita lo que sin embargo rechaza. La organización es su amor
secreto y su rebelión, siendo determinada por el contra y el anti, está condenada a ser parcial. En
última estancia, el cuerpo-sin-órganos toma partido por el mundo que repudia. (Deleuze y
Guattari, 1980: 199) Los esfuerzos de Deleuze y Guattari no han penetrado profundamente sus
propios cuerpos. La pobreza del capítulo de Mil mesetas titulado ¿Cómo hacerse un cuerpo-sin-
órganos? da testimonio de ello, pues en él, a pesar de su título, no se encuentra la mínima
indicación práctica hacia el cuerpo-sin-órganos.
Por otra parte, el debate que entabla Roberto Esposito con la filosofía francesa del cuerpo,
aunque rico en indicaciones conceptuales, no consigue desterritorializar los cuerpos ni las carnes
hacia otra vivencia del espacio. Para el filósofo napolitano, la tradición en el pensamiento francés
de abandonar la palabra carne a la teología hace que los filósofos se priven de un rico concepto
sin embargo más afín a su modo de pensar. Ahí donde el cuerpo incorpora, transforma la multitud
en una unidad, la carne multiplica, divide lo uno en un espectro de posibilidades y direcciones. La
raíz griega de la carne, sarx, sólo existía en plural. Estableciendo una distancia con la
encarnación del espíritu, modelo que da aliento al modo dualista de comprensión de la vida
corporal, la carne, según Esposito, proporciona más consistencia conceptual a la hora de
presentar una multiplicidad-sin-Uno. (Esposito, 2006: 252-271) Consciente de las limitaciones del
concepto cuerpo y, sin embargo, determinado en devolverle la responsabilidad del pensamiento,
Jean-Luc Nancy piensa por su lado desde el prisma del corpus. "Cada pensamiento es un
cuerpo." (Nancy, 2000: 98) ¿En qué consiste la praxis de este pensamiento? ¿Qué vida
desemboca de la adoración cuando el sentido del pensamiento que adora el alogon significa
desgarro?
En el horizonte de un pensamiento natalicio, queremos invocar un nuevo anclaje corporal para el
pensamiento: el esqueleto. Pensamos en el esqueleto de una manera a la vez material y
metafórica. La razón esquelética permite al pensamiento evolucionar al margen de los dualismos
160
más resistentes, especialmente la oposición vida y muerte, hunde sus raíces en el mundo invisible
y derrumba desde sus cimientos el individualismo del pensamiento; cosa que ni el mundo de los
cuerpos, ni el cuerpo-sin-órganos, ni las carnes consiguen hacer de manera concreta. La razón
esquelética es realmente una praxis del pensamiento. La argumentación al apoyo de esta
aserción se ilustrará con ejemplos de la danza butoh y el concepto de tensegridad.
En nuestra tradición, el esqueleto ha sido relegado al imaginario de la muerte. El cuerpo, la carne,
las vísceras y la sangre han sido símbolos de la vida mientras que los huesos parecen remitir
directamente a lo muerto. La razón esquelética trasciende la diferencia entre vida y muerte, no
apuesta ni a favor de la vida, ni en contra de la muerte sino por el movimiento del ser. En una
ontología naciente, el ser está en movimiento sui generis. Ser y movimiento brotan
simultáneamente, nunca nada ha sido estático. El esqueleto permite referir a un movimiento que
sucede más allá (o más acá) de la diferencia entre vida y muerte. Al menos unas horas después
de la muerte del cuerpo individual, el movimiento del esqueleto sigue activo. El sentido de la razón
esquelética toma como axioma a este movimiento.
Los huesos son obviamente una parte esencial del sistema vivo humano. Según la filosofía
natalicia en ciernes, están a punto de convertirse también en una parte esencial del pensamiento
humano. Si, como afirma con fuerza Nancy (2003: 231), "el sentido se siente" entonces habrá
que componer con el sistema óseo y los nervios que abriga a la hora de filosofar. “Sentirse hace
sentido, y más aún, sentirse en tanto el engendramiento del sentido, tal es sin dudas la apuesta
final de la filosofía." (Nancy, 2003: 232) Además de dejar caduca la dicotomía vida / muerte, el
esqueleto permite también liberarse de manera materialista de la oposición entre creación y
destrucción. Los huesos son el escenario de la obra de autodestrucción de los osteoclastos y de
regeneración de los osteoblastos. La fragilidad de los huesos que aparece en la vejez se debe a
su rigidez ocasionada por la disminución de la acción de los osteoclastos. Empezamos a
envejecer cuando dejamos de autodestruirnos constantemente. Para la razón esquelética,
destrucción y creación se entretejen de tal manera que su comprensión por separado queda
imposibilitada. Para el butoh, la disolución en el espacio es creación.
Hasta ahora hemos presentado el encanto conceptual del esqueleto. Deja obsoletos testarudos
dualismos y aparece como una condición sine qua non de una filosofía que se dirige hacia el
sentir del sentido. Nos queda ahora efectuar el salto hacia otra comprensión del espacio y
empezar a dialogar con la gravedad para tomar el tiempo de generar realmente una consciencia
esquelética.
Según Nancy, el mundo es nuestro subconsciente. (Nancy, 2010: 123) El empuje de la pulsio es lo
que da a luz al mundo, el mundo no es sino esta pulsio. El yo es un lugar de tránsito, una ilusión
de óptica con efectos reales. La propuesta del butoh es superar el último dualismo que opone
cuerpo (subconsciente) y espacio (nosotros). En mayo 2013, Rhizome Lee escribió en su sitio
web: subcuerpo=cocuerpo. Entablando lo que Ushio Amagatsu llamó un diálogo con la gravedad,
161
el pensamiento empieza a deparar el espacio que compartimos, ese espacio que nosotros somos,
por un lado, y las resistencias del yo, por otro. Cuando presta atención a su cuerpo, un butoísta
escucha cuatro mil millones de años de memorias terrestres. No se trata de una metáfora sino de
una realidad. ¿Quién de nosotros podría pretender haber inventado la bipedestación? ¿Quién
sostendría haber creado la respiración atmosférica? ¿Quién presumiría haber forjado la forma de
su mandíbula o de sus omóplatos, o haber diseñado la movilidad del pulgar? El butoh es un
estudio vivencial del modo en que nuestro cuerpo pertenece al espacio y una exploración de la
dimensión subconsciente de este espacio.
La danza butoh recoge todos los movimientos que no nacen de la expresión del sujeto. La danza
butoh ocurre cuando el yo deja de sujetar el cuerpo. La danza butoh se vuelca hacia el
movimiento del ser antes del dominio de la subjetividad. En su diálogo con la gravedad, empieza
la disolución del sistema individual que se apoderó del cuerpo. El pensamiento se pone a la
escucha de lo que nace, a la escucha no tanto de hipotéticos acontecimientos a nivel
macrológicos, como a la escucha del acontecimiento perpetuo del ser a nivel molecular. La
respiración constituye una fácil puerta de entrada para la comprensión de la propuesta butoh. La
respiración hace el puente entre consciencia y subconsciente. La manipulación consciente del
ritmo respiratorio es asequible a cualquiera. Se puede cortar por breves momentos la respiración,
se la puede alargar y profundizar, se la puede acelerar, etc. Sin embargo, cuando no se le presta
la mínima atención, la respiración sigue igualmente en movimiento. Cuando la atención se vuelca
hacia la respiración sin el propósito de interferir con su ritmo natural, se empieza a observar el
subconsciente. Con paciencia y escucha, una multitud de fenómenos corporales empezarán a
manifestarse en el cuerpo y el nadie autoconsciente presencia la presentación del sentido. El
diálogo con la gravedad y por ende la vivencia del subconsciente queda iniciado.
En la bipedestación, la quietud no es más que una forma de hablar. Rápidamente se evidencia
que aunque el yo no se mueva, el cuerpo sí que lo hace. La consciencia se dirige hacia la
estructura ósea y en su camino encuentra la información subjetiva almacenada en los tejidos más
superficiales. Para ilustrar la relación entre los huesos y el espacio subconsciente, resulta de gran
ayuda el concepto tensegridad. El espacio-con, el nosotros, es un lugar en tensión y al mismo
tiempo un lugar surgiente, es un espaciamiento. (Nancy, 2000: 73-74, 94) El vocablo tensegridad
nace de la unión de tensional integrity. La paternidad del concepto está disputada entre el
arquitecto Buckminster Fuller y el artista escultor Kenneth Snelson. En lo personal, nos gusta
pensar que la tensegridad nació tensegríticamente, o sea por un juego de presión-tensión. La
tensegridad permite concebir sistemas compuestos de un juego de compresión discontinua
(empuje) y tensión continua. Fuller la describió con la siguiente imagen: islas de compresión en un
mar de tensión. La tensegridad surgió de este modo. Snelson, por entonces estudiante de bellas
artes, entregó un trabajo en un curso que impartía el arquitecto Fuller. Éste vio en el trabajo de su
estudiante la materialización de lo que buscaba desde hacía décadas. Podríamos decir que la
162
investigación de Fuller consistía en un mar de tensión y el empuje (presión) de Snelson facilitó la
emergencia de la tensegridad propiamente entendida. En un sistema tensegrítico, cualquier
modificación de fuerza en una parte del sistema se distribuye en el total de la estructura.
Tradicionalmente, por ejemplo en arquitectura, se trabajaba sólo con la fuerza de presión,
apilando ladrillo sobre ladrillo, creando así estructuras estables pero inamovibles. Cuando la
modificación de las fuerzas supera el umbral de estabilidad de la estructura, ésta se derrumba.
Una estructura tensegrítica se mueve al mínimo cambio pero resulta de mayor estabilidad.
Cualquier movimiento la afecta. Hoy en día la tensegridad se extiende en el urbanismo y la
arquitectura (Gómez Jáuregui, 2007), Sloterdijk quiso importarla a la ontología (Sloterdijk, 2006a:
358-362) y se aplica también al estudio del cuerpo humano. Comprendido desde el prisma de la
tensegridad, el cuerpo humano se compone de fuerzas que empujan contenidas en tejidos en
tensión. Según Thomas W. Myers, los huesos empujan hacia afuera y los tejidos miofaciales y
musculares contienen la fuerza de empuje. (Myers, 2010: 44-61)
En su diálogo con la gravedad, en este mar de tensión que compone el campo gravitatorio
terrestre, la consciencia del cuerpo busca apoyarse en los huesos, en la fuerza que empuja, en lo
que nace, en el subconsciente que brota. Dialogando con el campo de fuerza que lo contiene,
aflora en la superficie de la consciencia la información subjetiva que sus músculos, tejidos y
órganos albergan. La simple bipedestación permite a uno descubrir un dolor en las lumbares, a
otro una tensión en las piernas, a otro una migraña, unas palpitaciones en los pies, un
adormecimiento en las manos, la sequedad en la boca. Un abanico infinito de sensaciones
corporales se manifiesta cuando la consciencia se deja guiar por la gravedad. Estas sensaciones,
reales y al mismo tiempo imposibles de comunicar totalmente, son manifestaciones del
subconsciente, manifestaciones del patrón organizacional del cuerpo y por ende del pensamiento.
Estas sensaciones reales tienen su raíz en el subconsciente de cada uno, hunden sus raíces en lo
que Arnold Mindell llamó el cuerposueño. (Mindell, 1982) Lo que una consciencia percibe de su
cuerpo rara vez coincide con un manual de anatomía. Según Mindell, la indagación en las
sensaciones permite abrir las puertas del subconsciente y liberar la información retenida.
Cambiando el patrón corporal se modifica la relación con el mundo. Encontrar la manera de
desanudar la información almacenada en los tejidos modifica el pensamiento, haciendo que éste
pierde la frontera entre el cuerpo y el espacio. Cada uno es para sí mismo lo más lejano. La
consciencia se encamina hacia los huesos, hacia lo más profundo y en su exploración descubre el
movimiento liberado del dominio del yo. En dirección hacia los huesos, hacia el más profundo de
su ser, la consciencia dialoga con la gravedad y así percibe el campo de fuerzas que comparte
con los otros cuerpos. "El otro lugar está dentro." (Nancy, 2010: 145) Este trabajo de exploración
no recibe un sello de validez desde un metadiscurso sino que consiste él mismo en el acto de
pensar. Leamos a Nancy (2010: 27) acerca de la apercepción de la tensión espacial que nos
contiene:
163
hacernos cargo de esta tensión sin intención, este resorte de existencia sin esencia. [...] Del cristal a la lógica, hay una ordenación y una organización de las cuales ningún diseño da cuenta pero que su tensión misma - cristalina, orgánica, viva, pensante - ofrece a nuestra atención: no para resolverla sino para venir a su encuentro, para sentirla. Esto es lo que se llama 'pensar'.
Atento a las fuerzas que desde su seno empujan, el cuerpo encuentra una manera de seguir
naciendo. Observando la danza de Hijikata, Yutaka Haniya la describía como una “meditación
intrauterina”. (Kazuko, 2004: 116) La danza butoh es el arte de transformar los nudos en nidos, un
ars nascendi.
Al escuchar el suelo con sus pies, cualquier persona tarda menos de media hora en darse cuenta
de lo que quiere decir Sloterdijk cuando afirma que vamos del allí (la barriga de la madre) hacia el
aquí pero que pocos sino nadie aun ha llegado al lugar. Escuchamos la gravedad y nos
percatamos de que no tocamos el suelo. La ontología que propone Nancy está clara al respecto:
"el cuerpo debe tocar tierra". (Nancy, 2000: 11) Una vez agrietadas las corazas y los cascarones,
la consciencia empieza a perder la frontera entre cuerpo y espacio. El límite entre dentro y fuera
se desdibuja poco a poco y la consciencia penetra el nosotros, se percata de su pertenencia
interna al espacio. "El mundo de los cuerpos es el mundo no-impenetrable [...] donde los cuerpos
articulan en primer lugar el espacio. Cuando los cuerpos no están en el espacio sino el espacio en
los cuerpos, entonces éste es espaciamiento, tensión del lugar." (Nancy, 2000: 27) La
apercepción pertenece al espacio y ya no a un cuerpo individual. En Corpus, Nancy (2000: 82)
asegura: “un cuerpo no tiene peso, incluso para la medicina el cuerpo es ese peso.” Aslan (2004:
20) utiliza una fórmula similar a la hora de describir el butoh: “En lugar de 'tener' un cuerpo,
'somos' ese cuerpo.” El butoísta dirigiéndose hacia sus huesos llega tarde o temprano a este
espacio que compartimos y que llamamos mundo.
IV. El brillo de lo oscuro
La praxis ontológica exige de nosotros que sigamos naciendo, esto es saliendo de lo oscuro hacia
una luz que nos ciega, o sea hacia otra oscuridad. Nuestra labor es estar atento al lugar hacia
donde nos dirigimos, ese lugar siendo por debajo de los pies. Este movimiento del nacer genera
vidas que se transforman perpetuamente. Esta transformación deshace el sistema de tensión del
individuo, siempre preso de sus juicios. La estética de la danza butoh no acepta las valoraciones.
Rhizome Lee explica a su alumnado que el butoh es "una guerra a muerte contra el juicio humano
librada en el propio cuerpo". Los movimientos del butoh no anhelan una elegancia ni pretenden
seducir a sus espectadores. Su pretensión es mostrar la realidad y la riqueza onírica de ésta. En
una performance inspirada en los cuerpos que sufrieron la bomba atómica de Hiroshima, al
público que abandonaba el teatro indignado, los butoístas opusieron la pregunta siguiente: ¿por
164
qué deberíamos crear belleza para el gusto de quienes destruyen el mundo, nosotros sólo
mostramos lo que habéis creado? Mostrar lo que hay sin intervención del juicio, de las
preferencias y deseos propios. Por ello, la danza butoh exige que se replantee la cuestión de la
belleza. Tanizaki, famoso escritor japonés, puede ofrecernos una pista de reflexión en su Elogio
de la sombra: "la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra."
(Tanizaki, 2004: 69) No hay más belleza en el butoh que en un bebé que nace. Pura necesidad,
puro espacio surgiente, maravilloso, fascinante, sin preocupación de seducción, sin ansias de
proteger imagen alguna del sí.
La libertad total del arte butoh entiende la libertad como necesidad más que como capricho. La
necesidad de dejar respirar la oscuridad, el no-yo del cuerpo, mostrándolo. Esta exposición
genera el espacio en el cual transitamos. La exposición es, llega a afirmar Nancy (2010: 32), el
ser mismo. Esta necesidad del butoh resuena con lo que Nancy cree una exigencia de la razón:
De todos estos modos, y de algunos otros, se indica con insistencia la misma necesidad, la misma exigencia de la razón: la de esclarecer su propia oscuridad, no tanto bañándola de luz, sino adquiriendo el arte, la disciplina y la fuerza de dejar el oscuro emitir su propia claridad.(Nancy, 2005: 15)
Siendo extranjeros para nosotros mismos, el diálogo con la gravedad permite superar la vivencia
bélica del mundo y penetrar una danza de lo claroscuro donde el yo se disuelve en el mundo.
La danza butoh nos enseña mucho más que una manera de ocupar el escenario teatral. En su
escucha del espacio, el cuerpo afloja sus resistencias y percibe el juego de fuerzas que su
estancia sobre la tierra implica. En la escucha íntima del cuerpo, el oído percibe el nosotros. Con
su atención volcada hacia sus huesos, el cuerpo percibe el espacio común y su movimiento y
exposición hacen ver que lo invisible, cuya materialización podrían ser los huesos, obra en el
mundo. Para terminar, proponemos la lectura de un pasaje del Diálogo con la gravedad del
coreógrafo Ushio Amagatsu (2000: 43-44):
La oscuridad es la matriz de la luz. Es ella la que hace visible la luz, aunque sea la más mínima. [...] Inmovilidad y movimiento, ausencia o presencia del sonido, tinieblas y luces; incesantes variaciones, perpetuas oscilaciones del tiempo y del espacio que se reciben en la frontalidad. Entre los dos lados, entre él que mira y él que está siendo mirado, algo debe ocurrir, hacia donde el cuerpo tiende en su diálogo con la gravedad; y es porque encara ahí sólo la ausencia, que el cuerpo está ahí como lo que hace presente el mundo.
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