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BIBLIOTECA DE MÉXICO "JOSÉ VASCONCELOS, ARo l MÉXICO, 15 DE DICIEMBRE DE 1898 NúM. 10 REVISTA o ER LITERARIA_ Y ARTISTIOA Q u J: :t:.::r e :s :t:.::r A :c.. EL ENDRIAGO. .. .. nec dulces nmor ¿s Sperne, puer, neque tu chorea>, Donec viren ti canities abest morosa.- HORA TIUS. Hoy, día de muertos, volví á ver á Domingo Ruiz, mi buen camarada de épocas felices. Qué cambiado E\Stá al cabo de cuatro af!os de separación! Calvo, flaco y encorvado, sólo conserva la mirada viva y luminosa de su pasada juventud. De su pasada ju- ventud .... y apenas tiene veinticinco af!os! Lo en- contré en el Panteón de la Villa, vestido de luto, una lápida sobre la que había dejado dos ramilletes, y que por toda inscripción tiene gra- bado este nombre insignificante: María González. Ouántos recuerdos se aglomeraron en mi cabeza! Ouántas palpitaciones sacudieron mi corazón! .• ..• Fingí no haber visto la" lápida y haber o! vidado lo ocurrido; y haciendo prevalecer !11 prudencia á la curiosidad, le platiqué breve rato de cosas indife- rentes, y con verdadero dolor acorté la entrevist11. Al despedirm e, me estrechó couvulsivamente lama - no; con voz de lágrimas me dijo:-"ya lo ves, toda- vía la aruo!" -y con paso tardo y vacilante se alPjó entre las cruces . . ... . Aparecen de nuevo ante mí la antigua calJe y la antigua casa, las perdidas amigas y los perdidos cam- paneros, y vuelvo á vivir una de las etapas más gra- tas de mi bulliciosa jnventud. Qué noches aquellas! Qué alegre sonaba la guitarra y qué dulces sonaban los besos! Fragmentoa de picarescas coplas cantan picardías en mi memoria; me miran de nuevo y como entonces los ojos negros; me sonríen los florecidos labios, y escucho rumores de faldas entre los temas incitantes de alguna vieja .... Ayer fué la fiesta de nuestros veinte aflos, y ayer es una palabra terrible. De qué buena gana diera su envidiable re- putación el tío Perl!ro, que ahora es el Sef!or Doctor D. Pedro .... por bailar otra vez la jota con Paquita la rubia,_ entre los aplausos y los hurras! Con cuán- to gusto d ej aría Antonio en su bufete la severa toga de licenciado, pam vol ver á representar papeles de gracioso en las improvisadas comedias! Y así to- dos .... Qüé hermoso jirón ha arrancado el tiempo á la túnica de nuestra primavera! .... * * * -Eran dos hermanas: Mariquita y Eusebia. La tierra del cementerio de la Villa ha recogido á la primera; de la otra nada sé. Mariquita era horrible: morena pálida, casi diáfana; no más alta que mi has· tón y no más gruesa que mi brazo; de ojos saltones y verdes como los ojos de las ranas; sobr:indole de boca lo que de nariz le faltaba; jorobada, aunque no ro ucho; con 6 tres lunares feos; y para colmo, una voz de insoportable timbr e. P ero lo que la ha - cía aün más horrible, hasta el prodigio, era la des· gracia de tener una hermana primorosa, hasta Pl prodigio también. A una la ,declamos ElEndriago, y otra La MaJona. Qué Eusebia física tan cabal! Sus formas hubieran enloquecido al mismo Fidias. Qué ojos color de tinta fresca! qué labios de pince- lada! Tenía la sonrosada palidez del nardo, y su ca- bello, liso y delicado como la seda japonesa, bajaba hasta su cintura en las sortijas brillantes de P.prfl· tada trenza. Era muy afecta á ensef!ar Jos pi es .... inocentemente; no sabía el perjuicio que nos causa ba! No se enscflan impunemente unos pies como esod . ... Cuántas ocasiones encontré á dos ó tres dP. mis amigos, disputánd0se el cojín que conservaba en su oprimida felpa las huellas de las bot-itas alt as de Eusebia! Sus manos eran admiraLies por la pu. rfza casi ideal de las líneas. Qué uiías las de esas ruanos! Tenía la de chocarlas en sus dien- tfs con dtlicioso repique Pero sobre todo, el seno! No se redondearon con tanta petfección los copos de la di vi na espuma en el pecho de Venus. En fin, la tal Eusebia era una mujer de litografía. A esto debo agregar que guillaba los ojos con una coquete- ría sui generis, que silbaba ligeramente las eses y que su risa era musical .... Pigmaleón convirtió á una estatua en mujer; yo hubi era convertido :i la Madona en estatua. Vivían solas, en apartada casa de vecindad, ocu- pando en el fondo una habitación limpia de cuatro ó cinco piezas. Tenían macetas, jaulas, piano, amén de algunos cuadros, dibujos y chácharas de consola. N o se las conocía padre, madre, ni protector. Pasa · han por honradas. En cuanto al Endriago, ni sos- pechar; en cuanto á los ojos negros . ... Es tan difícil saber y tan fácil suponer! .... Cosían y bordaban para algunas casas de modas. Nosotros, y con esta palabra entiéndase un grupo de diez ó doce alharaquientos estudiantes, fuimos presentados á esas muchachas por el libertino de J uau Argoitia, perfectume nt e conocido en los ba- rrios por su bolsa pródiga y su lengua suelta. So pretexto de estudiar las costumbres nacionales y el elemento humano, calavereaba de lo lindo. Rico,

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t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

ARo l MÉXICO, 15 DE DICIEMBRE DE 1898 NúM. 10

REVISTA o ER LITERARIA_ Y ARTISTIOA

Q u J: :t:.::r e :s :t:.::r A :c..

EL ENDRIAGO. . . .. nec dulces nmor¿s Sperne, puer, neque tu chorea>, Donec viren ti canities abest morosa.- HORA TIUS.

Hoy, día de muertos, volví á ver á Domingo Ruiz, mi buen camarada de épocas felices. Qué cambiado E\Stá al cabo de cuatro af!os de separación! Calvo, flaco y encorvado, sólo conserva la mirada viva y luminosa de su pasada juventud. De su pasada ju­ventud .... y apenas tiene veinticinco af!os! Lo en­contré en el Panteón de la Villa, vestido de luto, contempland~ una lápida sobre la que había dejado dos ramilletes, y que por toda inscripción tiene gra­bado este nombre insignificante: María González. Ouántos recu erdos se aglomeraron en mi cabeza! Ouántas palpitaciones sacudieron mi corazón! .• ..• Fingí no haber visto la" lápida y haber o! vidado lo ocurrido; y haciendo prevalecer !11 prudencia á la curiosidad, le platiqué breve rato de cosas indife­rentes, y con verdadero dolor acorté la entrevist11. Al despedirm e, me estrechó couvulsivamente lama­no; con voz de lágrimas me dijo:-"ya lo ves, toda­vía la aruo!"-y con paso tardo y vacilante se alPjó entre las cruces . . ... .

Aparecen de nuevo ante mí la antigua calJe y la antigua casa, las perdidas amigas y los perdidos cam­paneros, y vuelvo á vivir una de las etapas más gra­tas de mi bulliciosa jnventud. Qué noches aquellas! Qué alegre sonaba la guitarra y qué dulces sonaban los besos! Fragmentoa de picarescas coplas cantan picardías en mi memoria; me miran de nuevo y como entonces los ojos negros; me sonríen los florecidos labios, y escucho rumores de faldas entre los temas incitantes de alguna vieja ruazurc~ .... Ayer fué la fiesta de nuestros veinte aflos, y ayer es una palabra terrible. De qué buena gana diera su envidiable re­putación el tío Perl!ro, que ahora es el Sef!or Doctor D. Pedro .... por bailar otra vez la jota con Paquita la rubia,_ entre los aplausos y los hurras! Con cuán­to gusto dejaría Antonio en su bufete la severa toga de licenciado, pam vol ver á representar papeles de gracioso en las improvisadas comedias! Y así to­dos .... Qüé hermoso jirón ha arrancado el tiempo á la túnica de nuestra primavera! ....

* * * -Eran dos hermanas: Mariquita y Eusebia. La

tierra del cementerio de la Villa ha recogido á la

primera; de la otra nada sé. Mariquita era horrible: morena pálida, casi diáfana; no más alta que mi has· tón y no más gruesa que mi brazo; de ojos saltones y verdes como los ojos de las ranas; sobr:indole de boca lo que de nariz le faltaba; jorobada, aunque no ro ucho; con d~s 6 tres lunares feos; y para colmo, una voz de insoportable timbre. P ero lo que la ha­cía aün más horrible, hasta el prodigio, era la des· gracia de tener una hermana primorosa, hasta Pl prodigio también. A una la ,declamos ElEndriago, y :í otra La MaJona. Qué Eusebia física tan cabal! Sus formas hubieran enloquecido al mismo Fidias. Qué ojos color de tinta fresca! qué labios de pince­lada! Tenía la sonrosada palidez del nardo, y su ca­bello, liso y delicado como la seda japonesa, bajaba hasta su cintura en las sortijas brillantes de P.prfl· tada trenza. Era muy afecta á ensef!ar Jos pies .... inocentemente; no sabía el perjuicio que nos causa ba! No se enscflan impunemente unos pies como esod . ... Cuántas ocasiones encontré á dos ó tres dP. mis a migos, disputánd0se el cojín que conservaba en su oprimida felpa las huellas de las bot-itas altas de Eusebia! Sus manos eran admiraLies por la pu. rfza casi ideal de las líneas. Qué uiías las de esas ruanos! Tenía la costu~bre de chocarlas en sus dien­tfs con dtlicioso repique Pero sobre todo, el seno! No se redondearon con tanta petfección los copos de la di vi na espuma en el pecho de Venus. En fin, la tal Eusebia era una mujer de litografía. A esto debo agregar que guillaba los ojos con una coquete­ría sui generis, que silbaba ligeramente las eses y que su risa era musical .... Pigmaleón convirtió á una estatua en mujer; yo hubiera convertido :i la Madona en estatua.

Vivían solas, en apartada casa de vecindad, ocu­pando en el fondo una habitación limpia de cuatro ó cinco piezas. Tenían macetas, jaulas, piano, amén de algunos cuadros, dibujos y chácharas de consola. N o se las conocía padre, madre, ni protector. Pasa · han por honradas. En cuanto al Endriago, ni sos­pechar; en cuanto á los ojos negros . ... Es tan difícil saber y tan fácil suponer! .... Cosían y bordaban para algunas casas de modas.

Nosotros, y con esta palabra entiéndase un grupo de diez ó doce alharaquientos estudiantes, fuimos presentados á esas muchachas por el libertino de J uau Argoitia, perfectumente conocido en los ba­rrios por su bolsa pródiga y su lengua suelta. So pretexto de estudiar las costumbres nacionales y el elemento humano, calavereaba de lo lindo. Rico,

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146 REVI~TA MODERNA.

solo, de incansable huPn humor, no conocía las te­naces y angustiosas luchas por la vida, y se entre­gaba sin freno ni preocupaciones,· á sus dos amo· res: la literatura y la mujer. De la -primera recib.{a desdenes y de la segunda caricias.-"Soy un Alfre­do de :M:usset sin genio, d~c!a; bebo ajenjo, sé besar con pasión, hago versos que cojean y jamás lloro." -Eusebia no carecía de amigas, algunas de las cua­les bien valían los trabDjos de Troya; principalmente Paquita la rubia y una Inés de ojos garzos y nariz finísima, retozonas y zandunguerr.s como los casca­beles de un pandero. Pronto nos perdieron la ver ­güenza y pronto las perdimos el respeto. Empezaron los bailecitos y los días de campo. Músicos y canto­rP.s unos; otros poetas 6 semi-poetas, y ellas todo lo que se quiera; empujamos, cantando y riendo, las legendarias puertas de Jauja , ... Y allí, enlazadas las manos y ce!lidas de pámpanos las frentes como en las danzas de los jarrones át-icos, ilusionábamos la vida ...•

Argoitia lo o_rganizaba todo á las mil maravillas, mediante, por supuesto, nuestros auxilios pecunia­rios. "Debemos ser espl~ndidos con las ninfas," de­cía; y á las ninfas les gustaba lo bueno. Afortuna­d ... mente, en el placer se olvida al agiotista ...• Los días de quincena, en la sala de Eusebia había una verdadera fiesta, ardiente y estruendosa, con cena rociada de vinos, llena de risas, dichos y ca~cione­tas; sin que faltaran brindis chispeantes y deslen­guados sobre el amor y la mujer, y sin que el piano dejara de festejar con dianas las ocurrencias feli0es. Después, baile. Hubiéramos querido hacer eternas las noches. Cada quien con su cada cual en estrecho amorío; mucho J.icor en las cabezas, mucha dulzura en la música, nosotros atrevidos, ellas tímidas .•.• No escaseaban suspiros ...• Algunos besos-ya tar· de en honor del decoro-turbaban, con notas claras, las notas del piano •..• Qué danzas aquellas!-"l't!ás! más!"-y la danza seguía, con su voluptuosa caden· cia, meciéndonos en los brazos de las lánguidas nin· bs ....

Paquita y el tío P~dro, inseparables; Inés y An­tonio, inseparables; una chatita romántica y Félix, poeta reailsta, inseparables; Aurora, la de caricias felinas, y Andrés, otro poeta que fingía mortales des­ilusiones, insPparables; y así sucesivamente hasta llegar al último eslabón de la cadena, formado por Argoitia, el libertino, y Eusebia, la de risa musical. Dichoso Argoitia! Puede estar satisfecho como Zeus tempestuoso: poseyó á una griega del sereno Olim­po, á la Esposa de seno mórbido ceilida con el cin· turón de todas las voluptuosidades.

Otras veces volaban al campo pichones y picho­nas. El aire puro, los cortinajes de mosqueta, los horizontes claros, ol riachuelo, la leche en jícaras, los burros! Qué bonita se ve sobre el burro la grise­ta asustadiza, con sus ampulosas enaguas, su rebozo terciado y su sombrero de paja, alón, entoquillado de silvestres flores! Al pasar el arroyo son los sustos y

los gritos, y bajo las enramadas en cúpula las risas se mezclan á los trinos de ,las avP.s, Sentarse en la blanda hierba á comer comida frugal y sentir la fres­cura del agua que se bebe en la ahuecada mano, son placeres virgilianos que los amante¡{ nocturno~ no conocen. Qué mayor encanto que correr tras una falda que vuela tras una mariposa! Delicadísimo es el goce de formar ramilletes, una flor uno y una flor ella, y de separar á. su paso las torcidas ramas espi­nosas, y de ayudarla á brincar zanjas con gran pro­vecho de los ojos bribones y de las manos mafiosas, Y después, á la hora de la siesta, qué perezosa vo­luptuosidad nos invade, reposando la cabeza en un seno de suaves vaivenes y sintiendo entre el cabello unos dedos que juegan! Cuando muere la tarde y rumorea el campo y las parvadas de palomas vuelan entre ajironados celajes, las parejas se pierden por las solitarias arboledas, recibiendo aromas de los col­gantes abanicos floridos, oprimiéndose los dedos en­lazados, y prometiéndose con los ojos cosas que no se atreven á dech los labios .... Y todavía después hay algo muy bello: la vuelta por la dilatada llanu­ra, paso á paso, á la luz clarificada de las estrellas, sosteniendo por el talle á la dulce compailera y dan­do al viento de la noche apasionados cantares! ....

· -Había en nuestra reunién infernal dos santos: el pianista y Domingo Ruiz.-El pianista, llamado Everardo Fonseca, era insoluble á la mujer, como Newton. Alto y flaco, con cabellera selvática, lam­pi!lo y miope, de acompasado hablar y acompasado andar, chistoso con seriedad, gesticulador maniático y músico lírico, había vivido puro con los impuros, sin experimentar los estremecimientos de San An­tonio ante las terribles visiones de la carne en abs­tinencia. Más cuadraba á su temperamento el silen­cio de las bibliotecas, que el rumbo de los bailes de Eusebia. No sé qué vínculos lo un(an á noso­tros; pero el hecho ea que á todas partes, aun á las peores, nos acompaflaba gustoso. En los momentos de mayor expansión, cuando la fiesta estaba en to­do su fascinante apogeo, Fonseca se incrustaba en una silla á leer un librejo ó á meditar sobre un es­cueto problema de derecho civil.- Sólo el piano le entusiasmaba: incansable tocadar, sabía todos los aires en boga y era especialista en danzas tropicales, voluptuosas como el vaivén de las hamacas.-Algu· na picarona, excitada por Argoitia, le hizo el oso: salió desairada; otra apostó cinco besos contra cinco duros á que lo flechaba:.vació el careaj y perdió los cinco besos. Vaya! ni la misma Madona con su gui­llar de ojos ••.•

Domingo Ruiz, el otro impecable, era un altruis­ta. No podía ver el dolor sin sufrir, y andaba á ca· za de infortunios que consolar. Era un cristiano pri· mitivo, de honda mirada judía y tersa frente more· na, siempre altiva. Este sí era tentado por el bello demonio de la forma, pero lo batía ¡¡n regla, y con­taba con satisfacción sus triunfos. Todo para loa demás, nada para él, era la suprema conclusión de

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su rara y noble filosofía.--Su superioridad moral nos imponía: le respetábamos y le queríamos. Siem­pre nos prestó su bols~o~, su brazo, su palabra.-Dis. puesto al sacrificio, en nuEJstras horas negras-por­que también la juventud las tiene-lo hallábamos á nuestro lado, cual vigilante madre. . . • El mundo era para él, como para Darwin, un carripo de bata­lla; pero no se resignaba al abandono de los heridos ni al desamparo de los débiles.-Era un misionero de sus ideas. Por qué, pues, entre las caras risuef111s de los festivales de la Madona, aparecía su estoico ce!lo de filósofo1 Porque había visto al Endriago.­"Qué tal! nos decía contrayendo sus finos labios de doncella y dardeanuo sus ojos judíos, qué tal! en medio de los mayores pla~eres es donde se encuen­tran las mayores desventuras .... "-

Entre tantas hermosas daba compasión la repul­siva fealdad de Mariquita.-Ella no podía ni bailar, ni gritar, ni cantar.. . . Sus saltones ojos verdes, resignados y tristes, contemplaban desde lejos la ronda de amor de las felices parejas. Al campo no iba. . • . Su sonrisa era amarga y rara vez sonreía. -Infeliz! Nada sabía de sus padres, y hubiera que· rido, en su abandono, tener una madre que no la abandonara; nada sabia de halagos, nada de ilusio­nes; á su paso se encontraba risas de burla y gestos de repugnancia; no tenía una sola amiga á quien confiar sus penas, y junto de su lugar, el lugar de los amigos solicitos, estaba vacío . . . • El mundo le daba lo peor que tiene; la ironía. y sin embargo, ella amaba al mundo, pero sin decírselo, con un amor triste, como am!ln las solitarias. -Tenía singular afecto á su hermana, y el implacable pianista la ins · piraba profunda simpatía. Eusebia, con su arrogan­te hermosura hechizaba los sentidos del Endriago, y el pianista la hacía soll.ar esos sueflos esfumados que la harmonía tiene el privilegio de producir. Con sus ojos verdes seguía á Eusebia: la recorrían de pies á cabeza, la envolv!an y la rodeaban, tiernos, amantes, sin saciarse jamás.-"Qué hermosa es!­pensaba el Endriago,-qué bien baila y qné bien platica!" -y al 'l"erla contenta entre 'los incensarios de la galantería, sentía la satisfacción de una madre que mira agasajado á su hijo. Ay! el hijo quería más á los extrall.os. . . • Los celos le mordían en el cora­zón, donde duele más, y la pobre se quPjaba:-"no es para mí tampoco; no es mía; la siento tanto más lPjos de mí cuanto más cerca estoy de ella .. . . "­Entonces, la horrible ansia del impotente la ahoga­ba, y quería gritar y quería llorar; pero estaban ago­tadas sus lágrimas y obstruida su garganta. Y mien­tras Eusebia alzaba la frente para lucir mPjor suco­rona de diosa, el Endriago doblaba la cabeza á la cuchilla del dolor.- "Si yo fuera bonita, estaría allí," se decía contemplando los grupos bullangueros en que asomaban dientes blancos. y flotaban tem­blando mechoncitos descuidados.- Y cerraba los ojos: vestida d~ azul y con una rosa blanca en la ca­bellera, llevaba á sus labios la ancha copa del vino

espumoso, mientras un joven arrogante la veía con ternura y la hablaba de amor. . . • Y en brazos del jóven arrogante, confundidas en sus oídos las notas y las palabras, le parecía que flotaba, que se alPjaba de la tierra, que se perdía. . . . Un acceso de tos la despertaba.-Caía como la hoja, después de corto vuelo, en la polvosa realidad .... Con la frente ar­diendo en calentura, nublada la vista y dpsgarrado por la tisis el pecho, se retiraba á su cama, sobre la que pesaban las sombras como un sudario y adonde llegaban debilitados Jos sonidos del baile como la ago· nía de una fiesta acornpall.ando su agonía de muerte!...

Qué les importaba el Endriago á las ninfas! A la media noche eRtaban grises: Inés, dejándose caer en brazos de JlU poeta, le pedía versos y él le daba be­sos; Aurora Domínguez, la de caricias felinas, siem­pre que pasaba junto al piano rozaba con su saliente pecho la cabeza selvática del pianista; Rosalía, lacha­tita romántica, recitaba unas estrofas gemebundas de Juan Peza; Paquita la rubia parecía una zaran­dilla, muy colorada y con el cabello en desorden; y la Madona y su novio bailaban hasta sin música. De cuando en cuando tronaban los tapones de la cidra y el entusiasmo rayaba en delirio. Las copas rebo­santes corrían de boca en boca, y el dulce glú que hacía el licor al pasar por las gargantaR, harmoni­zaba con el rápido bullir de la transparente espuma. Algunos hablaban de descellir el manto á las ninfas y de bailar los pasos de la bacanal antigua. Y se­guían sonando los timbales de oro de la fiesta, has­ta que asomaba en Oriente la mall.ana color de aza­frán, como dice Homero, rebujada en su peplo de va porosos celajes.

Sólo Domingo Ruiz no deshojaba lirios. Apenas se retiraba el Endriago, el taciturno y austero filó­sofo evadía el cuerpo á los halagos de la orgía y con brutal impulso rechazaba las pálidas manos de la desnuda diosa. Su pensamiento era una corona de espinas, y su corazón, simpático á los dolores, snfrla con la misma intensidad los males ajenos que los propios. Con la cruz á cuestas, trop,ezando y levan­tándose, pensaba y sentía que es muy pesado el de­ber, pero que es el deber.-Con qué carillosa solici­tud se acercó al Endriago, cobijándola con una mi­rada de maternal ternura y tendiéndola sus manos leales y honradas! Ella sintió ei calor de un sol des­conocido en su. alma entumecida, y á tan buena ca­ricia palpitó su cuerpecito deforme. Desde luego penetró el filósofo al corazón de la jorobada, á .ese corazón destrozado, casi yermo y casi obscuro, y vió en él á las enlutadas penas llorando sobre un mon· tón de ruinas. . . • Recuerdos de la infancia que to· do lo iluminan con casta claridad; ilusiones juveni· les que espPjean y esmaltan los arenales de la vida; besos calientes de la madre y promesas paradisíacas del novio; todo esto era un cuento que les había oí­do contar á las amigas de Eusebia .... "Algunas ve­ces suello, le decía á Ruiz, ser como mi hermana; un momentito soy dichosa; después sufro mucho .•.• "

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Los ojos de Ruiz se humedecían, y sin poderlo reme· diar, á despecho de su elevado puritanismo, sentía arrebatos de cólera contrn la Madona. '•Ya ve vd.: siempre me coloco aquí, en mi rinconcito, para oír tocar al seflor Fonseca. Me gusta la música porque siento un alivio semejante al que me producen los narcóticos. Yo no puedo dormir si no tomo cloraL­La música me desvanece .... es una cosa muy. rara y muy agradable ..... me parece que · voy volan­do .... " Y de manera semejante Mariquita le pla­ticaba de sus pájaros, de sus macetas, de sus gustos y de sus pesares, con la voz débil, cascada, eada ra­to interrumpida por una tos seca, que la hacía vibrar de la cabeza á los pies. Domingo Ruiz escuchaba en­ternecido los relatos del Endriago, y cada frase le punzaba en el alma como un cardo. Entonces, pen­sando en Cristo, los consuelos evangélicos le venían á los laLios, elocuentes, con esa elocuencia sencilla que enamora y alivia, y en el aLierto corazón de la in­fortunada dt>jaba caer las más suaves, las más blan­das palabras. . . . Y ella sentía germinar algo en el páramo, algo indistinto y extraflo, como las prime­ras palpitaciones de la simiente dentro del surco.­Daba brillo á sus ojos verdes una mirada de grati­tud, y una sonrisa plácida se pintaba, como un arco­iris, en sus gruesos labios.-Alguien había que se sentara junto á ella y le hablara de esperanza y de porvenir, con un lenguaje fino, insinuante y carií'io­so; alguien que no se burlara de· su fealdad ni hicie­ra ascos á su tos; alguien que se privara de los pa­seos campestres por estarse con ella largas horaa; alguien que la llevase libros bonitos, y sabrosos dul­ces y frescas violetas.-A medida que el infatigable tiempo pasaba, el grano depositado por Ruiz en aquel corazón regado con consuelos, se iba tramforwando lentamente hasta que un día de sonrojada aurora brotó la espiga, la dorada espiga del amor. Sí, el En­driago sintió también el estremecimiento supremo.

Y Ruiz~ Nadie extrañaba la adhesión del filán· tropo á la deforme Mariquita, pues bien conocidas eran sus ideas y demasiado manifiestos sus senti­mientos. Pero estaba á salvo de una pasión~ La pie­dad, siempre sería piedad en su corazón~ Un hom· bre así, todo sentimiento, no· estaría más expuesto que otro cualquiera~ Si la Venus de sonrisa eterna no lo había cautivado, la Dolorosa de eterno llanto tampoco lo cautivaría~ La necesidad de consolar no conduce á la necesidad de amar, ó mejor dicho, cier­tos consuelos no son una forma del amor~ Que sus ternuras, que sus finezas de espíritu, que su sensi· bilidad exquisita llegaran á cristalizarse un día en la pasión suprema, es indudable. Indudable es igual­mente, que en un hombre como Ruiz, el amor, una vez instalado ·como déspota en su corazón, tomaría la forma de los amores locamente románticos de los Dantes y los Petrarcas.-Pero, en otro orden, era posible que Ruiz hiciera abstracción completa de la forma~ Era posible que hubiera anulado el sexo al grado y extremo de amar á la monstruosa Endria-

go1 Y no era· esta infeliz una excluida por razón de su fealdad repulsiva~ Y si el amor físico es la raíz de todos los sentimentalismos, sería amor el senti­miento que á Ruiz inspiraba el Endriago1 Más to· da vía: puede la idea crear un orden especial de sen­saciones; puede una filosofía, por diluida que esté en el organismo, aun cuando sea carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos, transformar por completo las leyes de la afectividad animal1 .. ..

Pero quién había de preocuparse 'en casa de la Madonn, de estos problemas psicológicos! Bastante entretenidos estaban todos con su psicoiogla parti­cular, para fijarse on la raquítica parP.ja de una jo· robada y un filósofo altruista.

De sorpresas está llena la vida. Y una sorpresa nos dejó estupefactos, clavados en el dintel de la puerta y abriendo tamaños ojos, una tarde que de improviso llegamos dos ó tres amigos á casa de la Madona con una invitación de teatro. Allí estaban, solos en la sala, el Endriago llorando y Domingo

.Ruiz besándole las manos-con los primeros besos de su vida. Encontrados en fl.agrante delito.- Ocul­tarlo hubiera sido inútil, porque ya Eusebia lo sa­bía y contaba la hiatoria de un pa!luelo que el En­driago le habla bordado á R.uiz, con esta frase den­tro de una corona: te . amo. Por otra parte, ellos tampoco tenían interés en quo no se supiera lo ocu · rrido, y lo manifestaban orgullosos, ella procurando enderezarse, y él sonriendo con ,sus labios finos y ligeramente ruborizado, con los rubores primerizos de un adolescente virgen. Así, pues, esa noche ce· labramos las bodas cspiritual~s de los nuevos no· vios: ella por vez primera bebió vino espumoso en la ancha copa; y él, por vez primera, embriagó á su filosofía. El baile estuvo animado como nunca; no­sotros, como nunca de libertinos; ellas, como nunca de consecuentes ....

Y así pasaban las horas, llevándose cada una un placer para no trae~lo jamás; y así Bollábamos la eternidad de la• rosas de un momento, y asi discu· rríamos por los cármenes amenos .... Qué invisible mano nos arrancó la túnica y la copa~ qué misterio­sa ráfaga destPjió en nuestras frentes las coro­nas~ .... Esto fué rápido, imprevisto, horrible.-Fué en invierno y fué una tarde.-Las risas enmudec:ie· ron, y las rodillas se doblaron ante una cama donde yacía un cuerpecito deforme. Al pie de la cama lloraba unjoven enlutado, de triste frente morena. Tres días duró la agonía.-Tres días permaneció Domingo Ruiz inmóvil en su sitio, como un cuerpo de piedra.-El último adios tuvo una lentitud trá­gica. -El sombrío filósofo nos suplicó que no acom. pa!lásemos el ato.ú~.-No le volvimos á ver.

A ruó, en efecto, á la Endriago~ Probablemente no; creía amarla, eso era todo: los excesos de su piedad y las infinitas fl.exiones de su ternura, se confun· dían en un sentimiento de profunda simpatía mo· ral, que no era amor, que no podíil serlo. Menos fea el Endriago, con una mirada do mujer, con una ma·

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no de mujer, con algo de mujer, la consiguiente sim­patía física hubiera hecho nacer el amor. Pero á la pobre le faltaba el imán! En cambio, ahora sí la ama, ahora qne ya no existe.-Si hubiera vivido, el tiempo habría desengailado pronto á Domingo Ruizi ahora el desengailo es imposible. Muerta ella, la ilu­sión del austero, en vez de apagarse, adquiere mayor brillo.-El Endriago, vist,a á la luz del recuerdo, no es el Endriago de la realidad: se depura, se perfec­ciona, se embellece, y al cei'lir el vaporoso ropaje del fantasma, enamora y fascina.-La imaginación retocl\ la forma ...• nace Beatriz, esplendente en su gloria de estrellas, . que aunque impalpable y le­jana, despide ellu vicis magnéticos á través del éther vent.uroso.

COPA AMATORIA.

Y se desea esa forma~ Es un deseo imposible de satisfacer, como el que produce un lienzo ó una es­tatua; pero es un deseo.-Puede ser pasajero; pero cuando se apodera por completo del sér humano, el sér humano ama.-Domingo Ruiz vivirá engallado toda la vida-fijando su esperanza en las alturas del cielo.-

Com·a · los hermanos de un antiguo cuento, unos tomamos por una vereda, y otros por otra . . . • Los afias han cambiado nuestras fisonomías, nuestros hábitos, rftlestras i · l ~n o y nuestras aspiraciones; y lo de hoy nos parece peor 4:.1e lo de ayer: jóvenes, suR­pirarnos por la infanciB, y viejos, por la juventud. -La inconformidad está en la naturaleza del hom ­bre: por eso creo en el progreso infinito.-Pero hay puntos culminantes, estrellas de primera magnitud en nuestros recuerdos.-J amás se borrará de mi memoria la imagen de Domingo Ruiz, depositando flores en el cementerio de la Villa sobre una humil­de lápida, y siempre sentiré en mis manos la con ­vulsión de las suyas, y siempre oirán mis oídos una voz de lágrimas que me dice: "ya lo ves, todavía la amo ! " y siempre le verán mis ojos alejándose con paso tardo y vacilante entre las cruces .... Pobre filósofo!

Y ellas, las ninfas~ lllariposas JtJ a•ncr, quién sabe en qué foco so habrán quemado las alas! .... Cómo olvidarlas~ tan alegres, tan bellas, tan bue­nas! Cuadros inmortales! Paquita la rubia espolean­do á su burro canelo; Inés en brazos de su poeta realista; la ftllina Aurora, rozando con su abultado pecho la erizada cabeza del pianista; Rosalía, la chatita romántica, metiendo poquito á poco en el arroyo su pie desnudo, rosado y tembloroso; la Ma­dona, blanca como Afrodita, sorbiendo á pequeilos sorbos la opalina ambrosía .. . . Pobres ninfas!

JESÚS URUETA.

La fama y la gloria se compran con el sacrificio de la felicidad.-Lord Byron.

(A la manera del siglo X\' I ).

Doi'1a !solda; una cruzada Pone en peligro mi vida . ... ~Cómo dE>jar olYidada Mi coraza cincelada Y mi tizona, enmohecida~ ....

En el triste torreón Borda una tapicería: Haz primero un negro airón Y después un corazón Sangriento, seilora mía!

Tú descansas; yo peleo, Y calada la visera Me lanzo ciego al torneo, Y el matiz de tu deseo Es blasón en mi bandera!

Mi bien; siempre Jos pecheros Cal u muiarán al feudal .... ! i Tienen ellos mis aceros O mis triunfantes plumeros O mi corona ducaH ....

Soy feudal; soy trovador Y siempre, !solda, he llevr..do Para mi dama una flor; 1\ias tengo para el traidor Un acero bien templado!

Y que aulle la jauría En el llano y en el bosque, !solda, seilora mía: Tu león ruge en la umbría Y apaga la 'voz del gozque . ...

Cual sueilos que atormentaban, Al triunfar de los leones, Miré perros que ladraban Y víboras quo clavaban Su colmillo en mis talones.

Bella !solda, mi se!'lora! !solda, se!'lora mía! He de encender una aurora Y tú has de ver si devora A tu amante la jauría!

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"JOSÉ VASCONCELOS"

REVISTA MODERNA.

La hiena busca la muerte, La hiena escarba la fosa; Pero yo no estoy inerte Y eleva mi pui'lo fuerte U na bandera gloriosa.

Do !'la !solda, mi pasión! Un miserable bufón, Un gozque de la jauría Morder quiso á tu león, Piensa en ello, vida mía! ....

Yo estoy lejos .... soy cruzado, Bardo y feudal entre infieles, Mas pronto habré conquistado La tierra santa y tu amado Te hará un lecho de laureles!

M as hoy he dicho al orfevre Que por tu honor y tu gloria Calme mi amorosa fie:bre Y haga una "copa amatoria."

U na copa de cristal En que si beber, vida mía, Ambos bebamos el mal O apuremos la a!Pgría!

Nuestros amores difuntos O nuestro placer divino; Pero blanco ó rojo, el vino Tendremos que beber juntos!

Hay en esa copa lodo, Hay veneno, hay ambrosía .... 7 !solda: á pesar de todo, Yo soy tuyo y tú eres mla!

U nidos hemos de estar, Pese á placeres ó agravios; Dime: quión podrá borrar El beso de. nuestros labios~ ....

Dolla !solda, soy cruzado Y en esta copa amatoria Mi cor~ón ha sangrado Por tu amor y por tu gloria.

Mira al bufón sonreír Y ladrar á la jauría ... . Puedes llorar ó reir, Pero bebe, vida m la!

Porque esta copa en tu seno )ii artífice debe hacer, Y en ella hemos de beber, O las hieles del veneno, O las mieles del placer!

J<:SÉ JUAN TABLADA.

México, !JS.

MINIATURA. De entre la derrumbada Hecatómpilos de las nu·

bes, arrojaba el sol sus postrimeras bocanadas de. fuego, fingiendo en el agua de la taciturna fuente, un coágulo de sangre luminosa ó un edredón de púr· pura de Tiro!

En el jardín del chalet, tremulaban los florecidos pompones de las hortensias, y oraban fervorosamen­te los pájaros, cabe la fronda de un álaino centena­rio que, como enorme penacho argentado, se col u m· piaba arriba de los macetones de tierra cocida, que decoraban la azotea.

La muchacha ¡Madona! con los dedos de sus ma­no~ bizantinas, levantó por los inflados paniers su falda pompadour, bajó cautelosamente la balaustra­da y poSilndo los brazos sobre el pedestal de una Diana fundida en bronce, esperó, moviendo las fo ­sas como pétalos de jazmín de su nariz roxelana ....

(La tibia claridad del vespertilio, prendió una corona de flamas sobre el revuelto mad,jón de do­rado cabello, que ornaba como halo glorioso la me· rowingia cabeza de la pensativa .... )

Cesó de murmurar el rumor de las regaderas, la carne de lunática blancura de los floripondios dejó de bai'larse en el arco iris que llovía gemas líquidt~s, y el jardinero, un viPjo con rostro de Sileno embru­tecido, se aproximó á la hermosa, alargando el ho­cico de cabrío animado por un ges~o que revelaba toda la sobrehumana animalidad de su lascivia ....

Brincó el beso de la virgen! saltó! ágil y audaz como un clavel con alas, para caer en la boca des­dentada del plebeyo, á manera que un colibrí polí­cromo cayese en las fauces de un cerdo congestio · nado de bellotas ...... !

De entre la derrumbada Hecat6mpilos de las nu­bes, arrojaba el sol sus postrimeras bocanadas de fuego, fingiendo en el agua de la taciturna fuente, un coágulo de sangre luminoRa ó un edredón de púrpura de Tiro!

C!RO B. C.B:BALLOS.

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REVISTA MODERNA. 151

.ALEDAÑO. Ninón despierta. Su sofladora

frente levanta como una aurora entre la noche de su cabello que se retuerce por su albo· cuello, y en onda negra se esparce y cubre sus bellas pomas, pomas de Octubre, promes11s blancas para futura boca de nillo, rosada y pura. Oh! lo ha soflado ...• Entre la seda del rico lecho, como que rueda un mundo raro de órbita extrafla y en luz rlc oro su cuerpo baila, centro y origen de sus anhelos limpios y azules, como los cielos. Ah! lo ha soflado .. . . con el encaj e que hadas t ej ieron, hfzole un traje; y el cuerpecHo suave y breve era una estrella, tras nube leve. Tendía á su pecho las manecitas, pétalos tiernos de margaritas de algún lejano místico huerto; y su boquita, botón abierto, buscaba el otro botón cerrado del seno virgen, inm11culado ...• Oh! dulce suei'lo tpor qué no vuelve~1 Ninón suspira cuando disuelves tus creaciones en la alborada. Mírala seria; y en su mirada, húmeda y triste, justo reproche. Oh! dulce suei'lo, vuelve esta noche!

JESÚS E. V ALENZUELA.

"EN OTRO MUNDO." (*)

EXPOLARIU~I ...... ( Fragmentos de una novela).

En los anaqueles del armario del fo~.> lo, abrillan­tado de un barniz caoba, descansaban las filas de botellas luminosas y multicolores, blasonadas unas con caprichos heráldicos, exornadas con los lambre· quines de un casco guerrero, cruzadas con la cruz roja de un templario, consteladas con estrellas de oro, ostentando leones flamantes ó torres almena· das. El mundano Cognac junto á la Ta._fia de Ma­dagascar, el aguardiente africano, el néctar sal va j e del Continente negro, junto al Chartreuse destilado en las Trapas austeras, marcado con el hemisferio benedictino coronado por una cruz, el frasco de ob­sidiana de la Ginebra, inspiradora legendaria de los

• Estos fr a.2; ruentos pertenecen á una novela iuéJi tu , ti· tu lada "J<;n Otro Mundo, " que en breve publicará nuestro com pafiero José Juan Tablada. ·

pintores flamencos, en las graves tabernas braban­t esas. La menta envasada en un cono de esmeral­da, el Cura9ao en su tarro de roja arcilla vidriada, el Rum de Jamaica con su cápsul y su asiento de pajas de ma!z, el Kümmel diurético en su frasco aplauado, el Anís revestido de mimbres, el Marras· quino sellado con ancho· brevete arcaico y mayús­culas de misal gótico. Allí estaban todos los licores, todos los aguardientes que la depravada alquimia industrial ha obtenido, macerando la planta, fer· mentando el fruto y la legumbre, destilando en sus alambiques de avaro, hasta el perfume de la flor! El arroz, que es el pan de las multitudes asiáticas, la fuerza y la vida de todo un continente, luce ahí convertido en tósigo, denominado Arak. La papa, el maná europeo, la legumbre de la cabafla y del arrabal, el don con que la América exuberante stAl· vó á la Europa hambrienta, ahí está transformada en veneno, extrailando no llevar sobre ~u frasco, en cruz, el cráneo y las tibias, el estigma con que las farmacias y los laboratorios sellan las substancias mortales!

N o .... no son el alma de la rapsodia griega, ni la esencia del cantar de Anskreonte, ni la inspira­ción del poeta ese jugo de esmeraldas, esa miel de topacios, esas lágrimas de ópalo, esas sangrientas savias de rubíes! Ahí no está, en ese viPjo Borgo!!a, ni la verbo. gloriosa de Rabelais, ni el lirismo jubi­loso de Villon. No hay en esa cerveza ni un rayo del sol de Rubens, ni en la amargura de ese Absinto una gota del llanto de Musset, ni ¡oh Edgard Poe! en ese frasco de Ginebra, una sola nube d tl tu cielo sombrío! tFiama de inspiración, cuerda de lira, agua lustral del genio .... sangre de musa1 No, no, ni la muerte es vida, ni la sombra es luz .. . •

Y después de su observación, de su soliloquio pro­nunciado en voz alta en las últimas frases de una mesa del fondo, el ebrio se levantó, anduvo algunos pasos, se acercó á una mesa donde varios alemanes, empleados de comercio, bebían cerveza en los wid­ercome de faienza sajona y tapa de metal labrado. Se acercó vacilando, balbutiendo, esbozando en el vacío los vagos ademanes de una arenga en prelu­dio. La luz hirió de lleno su rostro pálido .. ..

T oda novela hoes más que un ca . pítulo de la patología del espíritu.

Sc/¡opmhautr.

Cuando vió de pronto la fachada bermeja del m a· nicomio y aquella arquitectura pesada y agobiarlora, se creyó perdido para siempre •..• Siguió andando automáticamente, tan vacilante, tan indeciso, que á la vez que sentía furiosos impulsos de huir de aquel luga.r de maldición, se sentía atraído por ese refugio adonde, como en un claustro hospitalario, creía en­contrar el alivio de su organismo gastado por una vida de cr:ípula y la regeneración de su voluntad, de su pobre a.lma, carcomida por todas las lepras, ahru illada por todos los golpes, y hastiada por todos

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los placeres .. ,. Su voluntad oscilaba llena de cobar· des lasitudes, y en aquel instante la libertad se le pre· sentó divina, gl01·iosa, irresistible .... La vida que iba á. abandonar, el placer de que abdicaría, todo aquello asaltó eu espíritu con formidables embesti­das, con furiosos anhelos, con los salvajes ímpetun del instinto vital rebelionado .... Un torbellino de imágenes descubrió sus ojos: era su querida que lo llamaba contorsionando su cuerpo de sucubo, encen­diendo sus ojos fosforescentes entre las nupciales sombras del tálamo, balbuciendo el nombre del ado­rado, con sus carnosos labios humedtJcidos, con su ronca garganta estertorosa. Vió tr.mbién una vidrie­ra ensangrentada por un crepúsculo ototial, y sobre ese fondo, como los santos en las vitrinas eclesiásti­cn.s, el perfil amarfilado de su madre, su actitud bea­tífica, sus canas que eran la historia de su vida y c.qu_ellas manos humildes, pobres, resignadas, donde temblaba siempre el gesto que perdona y que ben­dice ... . Vió un insolente florón de amapolas, cáli­do símbolo de las Primaveras y de la vida de que huía; creyó ver el radioso proscenio de un teatro y la ruidosa mesa de un festín; el seno erecto de una mujer amada, el amanecer de un estlo ya muy re­moto, y ante todo aquel vértigo de tentación, su po­bre vol untad sucumbió triste y cobardPmente. Ya en la puerta del manicomio quiso huir, intentó un movimiento de fug·a, murmuró una frase de protes­ta; pero la mano del amigo que lo acompañaba re­primió fuertemente aquella súbita rebeldía y Job, su­gestionado, vencido, traspasó la puerta rlel hospi­tal. ...

Un rostro de palidez lunática, un rostro idiota, dilatado en un rictus de ansiosa estupidez, un rostro de asquerosa y desoladora fealdad clavó en 61 sus pupilas, semejantes á dos gotas de agua impura y enturbiada, y aquellas miradas glaucas y viscosas lo lamieron y dajaron sobre su cuerpo la sensación hú­meda de una agua subterránea, de una agua rle cis­terna fría, homicida y tenebrosa, Aquel ser defor. me se puso de pie ante Job, y abriendo los brazos con un ademán de monstruoso marioneta, avivó sus miradas glutinosas con el fulgor de un fuego fatuo y tropezando su lengua inválida contra su paladar reseco, clamó con desentonado alarido:

"Pa-pa-pa-se usté .. . ... " J oh estaba en un ambulatorio, largo como la eter­

nidad de sus tedios y frío y tenebroso como sus sem. piternas dudas. A sus espaldas se había cerrado im­placable la puerta que lo separaba de la vida, la puerta cuya sorda y pesada clausura le quitaba su lugar en el mundo y le arrojaba ahí, entre aquel pu­lular de seres heterogéneos y haraposos que ya lo cercaban y lo examinaban, algunos con las miradas sorprendidas de un nillo, otros con inquisidoras mi­radas de verdugo, y algunos, en fin, con altiveces y orgullos de desprecio infinito.

JosÉ JUAN TABLADA.

LA ESFINGE.

Abochornan la tierra abrasada de un sol ígneo los rayos de fuego, envolviendo on alientos de horno á la sábana gris del desierto.

Las pirámides altas, sus crestas cenicientas levantan al lejos: constelflndo de ibis sagrados pasa el Nilo, cual cinta de acero, y su linfa sonora interrumpe el solemne y augusto silencio.

En el fondo aparece la Esfinge, que azotaron tifones coléricos y con ojos tornados y mustio3 -no cerrados por mil y mil sudlos­ve pasar en dosfile sombrío silenciosos y tardos camellos . ....

JOSÉ 1\IA RfA F ACII.\.

LOS MODERNISTAS DfEXICANOS. (DE "EL UNIVERS~L").

Tl:í.lpam, FtJbrero 26 de 1898.

Sr. Lic. D. Victoriano Salado Alvarez. Guada.lajara.

Muy_ seílor mío:

Debo á Ciro Ceballos el gusto de haber leído la carta que tuvo usted la atención de dirigirme en el Correo de Jalisco, reproducida últimamente en El Unive1·sal.

Me ha discernido con ella honra que con lealtad confieso inmerecida. No presumo, créalo usted, de crítico ó desfacedor de entuertos, que á la postre es lo mismo, dígalo Puga y Acal. Por sugestión de Ta· blada metí me en la Venta_- y no sería difícil que con· fundiera allí á la princesa con la fregona, pero aun aceptado eso, sigo creyendo que las maritornes corno las princesas son productos naturales y todas hechas á la usual y antiquísima manera, Solicitada, digo, por Tablada mi opinión, por la una parte; cautivado por la otra, en la galanura del estilo y lo bien enca­minado de los propósitos de usted, al revivir, galva nizar mejor dicho, entre nosotros la cuestión litera­ria, forma la más genuina y alta de las manifesta­ciones ~ la sensibilidad, escribí lo que motiva la réplica que honra tuve recibiendo y honra tengo contestando. Deploro la gota de acíbar que diluye en uno de sus primeros párrafos. Amigo mío: no im· punemente se embosca uno; hay en ese procedimien­to el riesgo de la contrasorpresa. Ya me permití se­fialar la enorme contradicción en que incurrió usted respecto al procedimiento de esos llamados decaden­tistas y que en el fondo lo que usted quería era pro·

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testar contra los ineptos, que á la sombra de Tabla· da, Dávalos y Urueta se han soltado por esos mun­dos, sin estro, sin sentido común y sin vergüenza. Y en eso estamos de acuerdo. Posteriormente se ha sentido usted lastimado por algún incidente de la lucha. Gajes del oficio. Yo hubiera querido más se­renidad en su carta última. Usted jamás podrá ser tildado del ruin, del necio, del asno, d~l mentecato, ni podrá ser blanco de insulsas bufonerías é infames vituperios. Lamento de veras que no nos conozca­mos bien, pues me aproximan á usted así su talento y sus conocimientos, como su fina y bizarra manera de mostrarlos.

De toda mi carta á Tablada, lo único que subleva á usted, por disparatado á lo que atisbo, es que yo juzgue como elemento capitalísimo en la transfor· mación de la lírica mexicana, la enseflanza de Barre· da. Yo u o me refiero á los blagueurs, aquí le escoció á usted alguna bufone1·ía; no, me refiero á los aptos, que ya como sociólogos-bien citados Sierra, Parra, Flores, agregando de paso Bulnes, Paliares, U ructa, Macedo, etc.; ya como poetas--Dlaz l\1irón, Tabla­da, Peza, Urbina, López Portillo y Rojas; ya como novelistas-Rafael Delgado, en prim E'r lugar, Ra­basa, Gamboa, Frías; los más jóvenes no han hecho formal novela, esfumados aún en el pequeflo cuento: Leduc, Ciro Ceballos, Couto, de Campo, J. P. Ri­vera, etc., etc.,-han tomado el concepto filosófico moderno con sus verdades y deficicnciaG-algunos sin Eeutirlo-para vaciar en él sus varias concep· ciones. -

Ha leído usted á Comte. tPor qu& se asusta en· tonces de iglesias ó aposentos colgados de negro ó de calendarios especiales1 Sí; despué3 del derruiD· be de 1867, inaugurada la escuela de Don Gabino, la crisis intelectual nos llevó por una senda de inves­ti~ación insaciable. Ya no había Dios en la Escuela. Había ciencia, reforma, libertad y vi va la República. Quintaneamos- que nos Jo perdone el gran Quinte.na -algún tiempo; pero lentamente la constante reve­lación de los fenómenos naturales, las generaliza. ciones científicas, fu eron sobre las ruinas de las creencias -también la ciencia las tuvo- creando convicciones que no hacían otra cosa en los espíri· tus sino aproximarlos á la naturaleza para amarla ó temerla, como algo fatal que está fuera y dentro de nosotros, que nos emerge y nos sumerge en su in­somne océano; ansiosos de encontrar una solución en la unidad, la harmonía geueral del Universo-la estrella que surge, la nube que pasa, el canto de un ave, el perfume de una rosa, la mirada de una mujer, la sangre de un héroe, la palabra de un sabio, la re­dención de un pueblo, la aspiración humana, todo, conformando el alma-ambiente del humano espíri-

, tu, en el espacio y en el tiempo, bajo el doble cetro de la vida: el dolor y el placer. Pronto olvidamos á Quintana para admirar á Nú11ez de Arce, el cantor de la Duda. La cienci11 no llenaba el infinito vacío dejado por el viejo Dios. L3 Poesía desesperaba de

la Oienci!l. Hay en toda esta evolución nuestra tal parentesco con un estado social francés-francés ha· bía de ser-que cedo á la tentación de citar menu­damente :i Paul Bourget.

"Los dos brillantes puntos de arranque, primero la Restauración y después el aflo 30, llegaban á parar en el rebajamiento de los caracteres, en la grosera materialidad de los goces. El siglo había fracasado en su obra!

Sin embargo, no todo él; porque en medio de esos escombros universales crece un árbol cuya frondosa vegetación adquiere ·más vitalidad en ese paisaje

· muerto. Este árbol, de frondas espesas y mnltipli· cadas sin cesar, es la ciencia. Sólo ella no ha mentido á sus devotos. tQué digo1 Sobrepuj11 á las esperan· zas más atrevidas. El que eche una mirada al desen­volmiento científico de esta primera mitad del siglo, después de haber contemplado la miseria de las de­más empresas, tpuede contener un impulso de admi­ración~ Los trabajos de Frcsnel11cerca de la luz, los de Ampére y Arago acerca del magnetismo y la electricidad, los de Magendie y Floureus acerca del sistema nervioso (cito al acaso) ¡y cuántos otros más! han renovado á la vez nuestra teoría del universo y nuestros medios de acción sobre las fuerzas natura­les. Ahí están aplicaciones prácticas de incalculable alcance, para dar testimonio de que la tarea realiza­da en Jos laboratarios, es una obra de realidad. Por primera vez Isis entreabre su velo. El hombre toma á la par conocimiento de ese cosmos, cuyo esplendor le espantaba y cuyo misterio le confundía. tY cuál es el instrumento de ese progreso casi maravilloso~ La aplicación del método ha bastado. ~Qué método1 El que Bacon redujo á máximas, y el que los inves­tigadores practican únicamente: la experiencia. De esta comprobación al entusiasmo, á la idolatría por este único método, no hay más que un paso; y pron­to Jo han dado Jos jóvenes á quienes esta prodigiosa fecundidad de la ciencia embriaga de esperanz11s, y los hombres maduros á quienes consuela después de tan duros desengaflos. Agitase en nosotros una es­pecie de lógica invencible ó inconsciente, que cons­trifle á Jos más rebeldes á. ir hasta el fin de sus ideas. Si detrás de la ciencia está el método, detrás del método hay alguna cosa más. Esa cosa más, que constituye la esencia misma de la indagación expe­rimental, es el hecho. Establecer una experiencia es determinar uno ó v11rios hechos y nada más. La ciencia ha entrado en la eenda de su prosperidad el día en que los sabios han tenido el culto, la pasión exclusiva del hecho y nada más que del hecho. Así, pues, la gente de h~y tendrá también la religión del hecho, puesto que profesa la religión del mHodo. R ecordemos la novela de Dickens en que el ·positi­vismo inglés se encarna en un personaje de condición y de cultura medias, que acaso no ha oído hablar nun­Cil de la inducción, pero en quien ha entrado por todos los poros la manía de la noción exacta y seca: Ahora, exclama, lo que necesito es hechos; no ense-

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"JOSÉ VASCONCELOS, 15t REVISTA MODERNA.

iíéia á esas niña& y á esos niños más que l1eclws. N o hacen falta más que hechos en la vida. No plantéis ninguna otra cosa en ellos. Desar1·aigad en ellos cual­quiera otra cosa. No podréis formar el espíritu de un . animal razonable sino con hechos . ... Este discurso es la traducción de la palabra interior que se dicen _ nueve ingleses de cada diez, la que se dijeron mu­chos franceses hacia 1850.

nes; después, el análisis del principio mi~mo y de la teoría que considera toda nuestra vida personal co­mo un resultado de causas extrnilas. Advertimos así que el más desalentado pesimismo es la última palabra de esa literatura de indagación. En el cur­so de las novelas que descienden de esta doctrina, la naturaleza humana se muestra cada vez más y más miserable bajo el peso de las circunstancias abrumadoras <>.n demasía, en su impotencia contra las fuerzas harto destructoras. ~y no es también el pesimismo la última palabra de la obra entera de Taine1 ¿Es necesario recordar los innumerables pa· sajes donde se delata en el psicólogo, víctima de su propio método, el desaliento supremo y la irremisi· ble enfermedad del alma1 ~Es preciso citar ese fú­nebre trozo del Viaje á Italia, donde ante las obras maestras de los siglos antiguos exclama con dolor: ¡Qué montón de ruinas y qué cementerio es la his­torial y donde compara la humanidad con la Niobe del Florencia, cuyos hijos agonizan bajo las flechas de Sagitario: Fría y pasmada, yérguese sin espe­ranza_- y fijos los ojos en el cielo, contempla con ad­miración y con espanto el nimbo deslumbrador y mortífero, los brazos extendidos, las flechas inevita­bles y la implacable serenidad de los dioses.

··~Debe mencionarse el pasaje conocidísimo donde afirma que la razón y la salud son accidentes de for­tuna, y aquel otro donde declara que el mPjor fruto de la ciencia es la fría resign!Zción que, pacificando y preparando el al?na, reduce el sufrimiento al dolor del cudrpo •.•••. 7 Y es que la misma definición de la doctrina en vol vía el germen del nihilismo más sombrío é incurable. Si en nuestra persona todo es una confluencia y una resultante nada más, si nues­tro sabor dulce ó amargo de la vida no es más que el producto de la serie indefinida de causas, ~cómo no sentir la nada de lo que somos en comparación de las gigantescas y desmedidas fuerzas que nos sos­tienen y aplastan con idéntico, espantoso mutismo! Así, pues, ~dónde encontrar para resistir á esas te-

En efecto, entonces fué cuando el héroe de la no­vela ó del teatro dPjó de ser el melancólico, tísico ó levantisco, siempre en desacuerdo con las circuns­tancias, para convertirse en el brutal y .rudo mani­pulador de realidad, puesto en escena tan osadamen­te por AlE-jandro Dumas, hijo. La expresión dt! hombre fuerte está de moda. Significa una explota­ción inteligente y poco escrupulosa del hecho bien comprendido. Y esta explotación se instala de un extremo á otro de la sociedad. En lo más alto fún­dase y prospera el régimen imperial en nombre del hecho consumado; abajo los esfuerzos de l9s traba­jadores, tienden al buen éxito, al goce inmediato, á la fortuna y al lujo. Ya no es cuestión de ideal po­lítico. La quiebra de los ensueilos socialistas ó libe­rales parece definitiva. El idealismo está igualmente vencido en literatura. Al fogoso lirismo sucede la observación implacable, y la prosa precisa de Vol· taire comienza otra vez á estar en auge. Es la época en que los grandes trabajos de utilidad pública se realizan con una amplitud extraordinaria; en que el sufragio universal llega á ser el único procedimiento de gobierno, porque tiene el valor indiscutible del número. La instrucción pública se organiza con la mira de asegurar á la enseflanza de lus ciencias el triunfo sobre la enseilanza de las letras. ~Qué se ha conservado de los programas de la antigua clase de filosofía, que era una escuela dP. e•peculación1 La lógica; es decir, la porción árida y técnica, pero también estricta y rositiva. Todas estas tendencias se funden en ·una especie de río revuelto, que hier­ve en espuma y no tiene orillas muy claras. A trein­ta allos de distancia la dirección se puede reconocer. Después de haber pasado, es cuando se marca la uuidad de una época. Pequeflos detalles de costum­bres la revelan, y aun mejor los nombres de los per­sonajes originales que fueron los jefes de filas en las grandes tareas. Aquella entrada del segundo Impe­rio en la historia, tu 1' 0 por grande hombre político, al duque de :M:orny, por gran autor dramático á. Ale­jandro Dumas, hijo, por grandes novelistas á Gus­tavo Flaubert y á los hermanos Goncourt. l\Ir. Taine

- rribles fuerzas, otra arma que no sea el renuncia­miento absoluto y el nirvana de los sabios de la India1 ....

habrá sido su gran filósofo!! ...... . .... . " La ciencia va á apoderarse del alma humana.

Esta frase contiene en germen toda la labor inten-tada por Mr. Taine ! ! .... . .

"Puede medirse ya el alcance de e~ta aplicación de los métodos científicos á todas las cosas del al­ma. Dos medios tenemos para esa medición : en primer lugar, los hechos consumados, qne son ya lo suficiente definitivos para permitir sacar conclusio-

"Refiriéndose á las sublevaciones del alma, y des­pués de haber mostrado que es de rigor la imper­fección humana, como la irregularidad nativa de las caras de un cristal, pregunta Taine: ¿Quién se in­dignará contra esta geometría? ¡Él mismo, el pri­mero de todos! Sólo que su indignación se doma con orgullo. Apenas le delata un sordo y obscuro gemido. Pero este gemido forma cual un bajo pro­fundo en el himno extático entonado en honor de la ciencia. ¡Cómo se ve en esto al hombre de nuestros tiempos, en quien la sensibilidad hereditaria recla­ma una solución humana de la humana vida, una transcripción mística y sobrenatural de nuestros ac­tos pasajeros, un mundo eterno é inmutable detrás de este caos de apariencias fugitivas, un Dios pa­ternal en el cornzón de la naturaleza; ni paso que el

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REVISTA MODERNA. 155

implacable análisis le descompone ha~ta esos dolo­res, hasta esas resistencias, para desplegar ante él sus elementos constitutivos y necesarios! Estado intolerable, al término del cual se encuentra el re· nunciamiento á las más nobles y sublime3 exigen· cías del alma ó la confesión de que la ciencia no puede llegar al fondo íntimo, inmortalmente nostál · gico del corazón. Pero reconocer esto, es abrir la puerta al misticismo, es declarar que hay verdades intuitivas que el análisis no nos podría dar- ¡y nuestro pensamiento no quiere consentir en esta ab­dicación!"

Hasta aquí Paul Bourget. Menudamente ofrecí citarle, Sr. Salado, y menudamente Jo he hecho, pues en esos párrafos está la hi•toria nuestra del afio de 67 en adelante. Do allf arrancan las

.... nuevns generaciones abrumadas por tedios y decepciones

y lo de que

... . la tropa avanza abruma(Ja por duelos y nostalgíns,

el neomisticismo de Nervo ó el nirvana de Olaguí­bel, que usted me cita como modelos, tal vez, de exC1tismo ó necedad.

Jamás podré comprender la poesía como fuera de la Naturaleza y puesta aparte de las leyes natura· les. Creo que morirá la rima y que el porvenir es del ritmo, lo creo firmemente; y hacia esa transfor· mación va arrastrado el nuevo procedimiento lírico. Para mí no hay poesía sin conocimiento, y creo con Taine-por más que él no haya llegado al término de su anhelo, como no llegaron antes Baumgarten ni Kant á someter la critica del gusto á los princi­pios de la Razón, elevando sus reglas á una ciencia -que ea la Ciencia el único actual refugio de la as­piración humana en todas sus manifestaciones; y así comÓ la luz negra de que hablaron hace tanto tiempó los poetas, ha encontrado casi una revela­ción con Roentgen, nuevas sorpresas nos reserva el futuro en esa laboración sin tregua de los sabios. La reproducción de la voz humana realizada por Edison tno parece una fantasía macabra de Edgar Poe1 Enciérrese en un departamento solo y aislado algún p11lurdo con el aparato del mago americano para que por ese medio reciba una amonestación, y se le verá presa de todos los terrores. t Y cuál es el fenómeno allí producido1 El mismo que la Natura­leza produce en los espíritus cultos al revelarse gra­dualmente con los modernos descubrimientos como un océano sin fondo y sin orillas, en el que crece el enigma con el conocimiento.

Usted ha dicho con Taine que la literatura es producto del medio y signo de un e~tado de ánimo. tY los estados de ánimo actuales en México no obe­decen á la evolución iniciada por Barreda1 ¡Y nues · tro medio intelectual no se lo debemos á él~ En ju · vonil discurso que en fiesta escolar, en honor dol

maestro, dije el ano de 7 4, afirmé que así como á Hidalgo le debíamos nuestra independencia polfti· ca, debíamos á Barreda nuestra independencia in­telectual, y lo repetirla hoy; y lo repito. En el aire se respiraba ya lo que algunos escogidos habían l>e· bido de los labios de Don Gabino. Su doctrina en Aquel entonces, en medio de 1~ tempestad que sobre él lanzaban los reaccioi:!arios, como que se volcaba en la escuela; hoy se ha volcado en el país con la propagación de sus .disclp~los: Pedro Noriega, Flo­res, Prado, Ruiz, Macedo, Manuel de la Fuente, Escobar, Mon_teverde y tantos y tantos otros como pudiera citar, y el más grande de todos: Porfirio Parra. Se empella usted mucho en divorciar la Poe· ala de la Oiencia. ¡Y qué es en el fondo lo que per­sigue la Poesía1 Algo desconocido, dice usted. ¡Y qué persigue la Ciencia1 Lo desconocido. ¡Verdad1 Y cuando la Ciencia ha proyectado la luz de su lin­terna en el infinito desconocido, ¡qué otra cosa ha hecho sino ensancharlo1 Spencer lo ha dicho admi· rablemente. Justo Sierra-ya ve usted que ápelo á sociólogos de su devoción-ha escrito: "Mentís los que llamáis á la Oiencia irreligiosa; á medida que cre_ce, á medida que avanza, se ensancha en torno suyo el misterio supremo de la vida, substancia Ín· tima de toda religión." Y la Religión y su. madre la Muerte han sido y serán siempre fuentes muy principales de la Poesía lírica, asenté yo en mi carta á Tablada.

La difusión de las ideas positivistas hecha más tarde por los discípulos de Barreda, la lectura de mate1·ialistas, pesimi6tas ( Büchner, Schopenhauer) y otros desconsoladores y la de los poetas Baudelai­re, Mallarmé y Verlaine, en una atmósfera satura­da n9 6ólo por la duda y el desencanto, sino por el de.oprestigio de nuestms inocentes creencias secula­res entre el pueblo mismo, ji.ja7·on definitivamente la dirección de la poética. • . . . . Yo apelo á usted, Sr. Salado: ¡no se comprende en ese mi párrafo la in­tención mía de manifestar cómo el pensamiento transformado por las ideas positivistas (que nos ha­clan ver el misterio de la vida de manera muy dis­tinta á la de los escolásticos) buscaba nuevos mol­des en que vaciar las ideas líricas, y que como esos no podían venirnos de Esp:llla, sumida entonces en el krausismo, los buscaron Tablada, Urueta y Dá­valos entre los franceses1 ¡Que no merecen estos caballeros el ilustre abolengo positivista y sólo les encuentra usted extravagantes y faltos de seso1 No pienso así y menos aún les he podido ver la erup­ción que hacía sudar al Alfér~z Campuzano y am· putó las narices al maestro de Cándido y Cunegun­da. Remiuisccncias, para acá entre nosotros, de un gusto lamentable, más qne decadentista, y=quA nrn­sa en tan fino escritor como usted, el escozor dtl ,,t. gún infame vitup~rio. "¡Pero cómo acaso descien­den de Barreda esos . ... ~:etcéterar'. exclama usted con indignación. Pues, vea usted, se dan casos. Marco Aurclio fué padre de Cómodo, y en materias

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intelectuale3, peores se han visto: B:1con fué educa­do por escolásticos, Descartes por jesuitas, Spinoza por rabinos, Kant por pietistas y J uárez por.Jrailes.

Y conste que no he dicho que Urueta, Tablada y Dávalos fueron cli>cfpulos directos de Barreda. Cuando ellos llegaron-son menos viP.jos que yo­ya se había volcado la nueva enseflanza de la cáte­dra de D. Gabino en la Escuela y de ésta en las plazas públicas. Se tragaba con el polvo de las ca­lles. Hoy hasta los estadistas católicos siguen el mé­todo científico-D. Trinidad Sánchez Santos;-por­que es un método para investigar, dice usted; exac­tamente; pero detrás del método está el hecho, dice Bourget, y ya ve usted á qué largas consecuencias arrastra el estudio de los hechos: el pesimismo, el nihilismo, el nirvana, según el crítico francés, por­que la ciencia no puede llegar hasta ahora al fondo íntimo, inmortalmente nostálgico del coraz6n.

"Los adelantos científicos actuales-decía U rue­ta á Tablada en artículo que he suplicado á los re­dactores de este periódico reproduzcan íntegro; data do 1893-y el carácter eminentemente industrial de la civilizRción moderna, han creado tres Escue­las literarias por tres razones: el natttralismo (Zola), porque algunos espíritus creyentes de la ciencia que han transportado su fe á los gabinetes de física y á las planchas de los anfiteatros, aplican á la novela el método experimental, dándoles mar~ado carácter histórico á sus obras-novelas de costumbres; el in­timismo (Bourget), porque la psicología ha desperta­do la curiosidad de los confesionarios -secretos, pro­fundidad de alma-y casi como manía ati~;ban los dramas domésticos y arrojan su sonda .... ; y el d~­

cadentismo, porque á otros espíritus la ciencia sólo ha dej ado amarguras y sombras, enfermos de civili ­zación que se refugian en algún "Paraíso Artifi­cial." Yo me empeílé en estudiar el fenómeno entre nosotros, Sr. Salado, desde sus fuentes; y ya confie­se usted que vienen los decadentistas (1) mexicanos rle 1867, cuando Barreda planteó la enseflanza cien­tífica en México, ó que proceden de la Francia de 1850 de que habla Bourget, á través de los franca­ces decadentistas (7 ), si le salgo á usted con el regis­tro de aquí reinan falta de fe en la democracia, en la institución republicana y en la obra de ld civili­zación.

Me amenaza usted con que si tal hago me lo ne ­gará rotundamentll y con usted el mundo todo. Pue­de usted hacer de su capa un sayo, pero no querer ajustárselo á. todo el mundo, que esta clase de dis­quisiciones no es dominio universal. Conmigo esta­rán los que cultiven la verdad, por muy pocos que &ean. Opto por la selección.

Llama Justo Sierra á Federico II planta monár­quica precursora de la Revolución-Dantón 6 Ma­rat.-Esto debe sublevar á usted más que aquello de la enseflanza científica como causa y origen de esos signos de un estado de ánimo como el que acu­sa la lírica actual de México y el medio intelectual

nuestro. P ero no, usted sólo quiere ver en Federi­co II el amigo de Voltaire, enemigo por ende del pen­samiento alemán. Y ¡oh, designios inexcrutables de la historial Fué ol gran prusiano más amigo de la enseílanza de Kant; y á. pesar de hacer alejandrinos franceses, ese déspota ilustrado nunca pretendió ce­gar la corriente alemana, y como el siglo XVIII fué el del reinado de Voltaire en Francia, lo fué el de Wieland en Alemania. En ninguna parte como en la vieja tierra de Arminio-exceptuando quizá~ á Inglaterra-ha seguido una marcha más suya el pensamiento; apenas fué turbado en la superficie por influencias extraflas, y si no me detengo en este punto es por no cansar su valiosa atención. Tanto más cuanto que el resultado á que usted llega en esa infantil tirada histórica en que bailan Luis XIV, Federico II, los doceaflistas espailoles, Quintana, Martínez de la Rosa, Gallego, Lista, el duque de Rivas, etc., es: que sacudida la influencia francesa se encauzó la corriente artística en Alemania, Ru ­sia é Italia. "¿Por qué, pues, aquí no ha de suceder cosa igual1" pregunta usted. Eso mismo digo y cla­ro lo dije en mi carta á Tablada: Nuestro medio fí­sico influye é influirá más y más con el tiempo (adaptación al medio) en la nueva producción lite­?'aria, algo también el medio social, aunque no es en pu1·idad sino una reducción del europeo, con muy pocas tonalidades propias.

¿Que exige usted que imiten bien y con sello pro-pio en la forma~ Yo también. ¿Q ue son plagiarios Tablada, Dávalos, Nervó, Olaguíbel1 Eso le corres­ponde á usted demostrar. ¿Qué no es servil imita­dor de Horacio Fray Luio~ Huyo siempre de esa clase de calificativos y más detenidamente hablare­mos en otra oportunidad del gran agustino, de Ho­ncio, ó de Bakhílides, el griego origen de todas esas Vidas del Campo. "En las poesías patrióticas se inspira Fray Luis, con ardor vivísimo en el senti­miento naciQnal, que se revela en ella~ con tanta energía como en el R omancero. Modelo de esta cla­se de odas es la titulada "Profecía del Tajo," que respinl. fervoroso patriotismo y que está llena de enérgicos acentos: generalmente se considera esta oda como la obra maestra de Fray Luis de León, y como una de sus más bellas imitaciones de Hora­cio," diee un autor espaflol.

No, Sr. Salado, usted no es justo con los jóvenes poetas mexicanos. La parénesis que dirigió á. Ola­guíbel la ha transformado hoy en denuesto. Me permití llamar la atención de Tablada sobre la con­tradicción en que incurrió usted en su carta al au­tor de "Üro y Negro," é incurre usted de nuevo en ella en la que me ha dirigido á mí.

Dice usted: "Yo no negaré que la obra decaden­tista en México traiga el resultado de enriquecer 6 mejorar el diccionario; en mi carta al Sr. Olaguíbel sosLengo tal cosa y creo sinceramente que algo pre­val ecerá de I:J. escuela nueva, pues en arte no hay nada absolutamente estéril y vano. Pero estos imi-

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"JOSÉ VASCONCELOS,

REVISTA MODERNA. 157

tadores serviles, :i cambio de haber inventado cua­tro frasecitas y adoptado alguna combinacioncilla nueva á la índole del idioma, tendrán sobre sí el car ­go formidable de haber condenado la literatura n·a· cional, que ya vesMa la toga pretexta, á permane­cer envuelta en pa!lales por muchos a!los."

Vamos por partes. "Esos decadentistas(?) enri­quecen el léxico-usted lo dice.-Esos decadentistas (1) harán prevalecer algo de la escuela nueva (luego tienen escuela y nueva)-usted lo dice.-Esos de· cadentistas (1) han inventado (imitado1·es seTviles) cuatro frasecitas (no lo había hecho toda la literatu­ra nacional)-usted lo dice.- Esos decadentistas (1) han adoptado alguna combinacioncilla (en la carta á Olaguibel era combinación) nueva á la índole del idioma-usted lo dice;-y esos decadentistas (1) han condenado la literatura nacional que ya vestía la toga pretexta (á la moda de París pasada por Madrid), á permanecer envuelta en pailalea por muchos a!los." Pues hénos aquí con que por poco hacen 6 deshacen el mundo esos decadentistas. Y sin embargo, esos decadentistas son blagueurs -ruentiroscs, enredado­res, farsantes, cursis, falsos de seso y hasta &ifilíti­cos; lo del alférez y Pangloss, hablando en plata, digo en mercurio.

No, Sr. Salado, usted está conmigo, con usted yo, mejor dicho. Lo que usted no aguanta es á los poe­tas sietemesinos, que nos tienen fritos con extrava­gancias y ridiculeces, idiotismos y pedanterías, con que creen juramentarse en la nueva escuela. Con ellos no puede usted confundir á Dávalos, Tablada, Olaguíbel, poetas de veras. Ojalá que usted estudia­ra enjuicio hondo sus obras. Nadie como usted para ello, por su talento, su ingenio, su galana dicción, sus estudios serios, su cortesía, su serenidad ( ol vi­dada un poquillo en la carta que tengo el gusto de contestar); y la circunstancia, que yo en mucho apre­cio, de vivir en esa su ciudad, Guadalajara, adonde hay más espíritu de entusiasmo y de justicia P.n achaques literarios, porque amén de ser ustedes los jalisciences escritores de alta prosapia, estáu sanos de corazón todaví¡¡, cotoparados con los que bregan en la capital de la República, en esa fndolo de tra­bajos. Yo jamás olvidaré que la cuestion resucitada por usted, me ha proporcionado el grato goce de co­nocerle y estimarle e,n lo mucho que us.ted vale. Es consolador para los hombres de buena voluntad, ver en la juventud ese aliento para el estudio y la me· ditación. Yo soy como usted, de los que creen que estamos comenzando nuestra adolescencia en la vida de los pueblos, que más tarde, en esta mal conocida América espaf!ola, conquistarán mucho útil y bueno que llevar al acervo humano. Creo en nuestro pa· pe! en la futura historia. No creo nada perdido pa­ra el arte, como usted dice, ni para la ciencia, ni para la general civilización. No acabamos aún de arrojar los andadores. Estamos á las puertas de una existencia verdaderamente propia, sí, y llegarán los tiempos, y en la intensidad de nuestra pulsación

nacional, se verá la robustez de este buen muchacho que se llama el pueblo mexicano. Yo repito, vibran­te, con el poeta argentino, Leopoldo Lugones, un decadentista (!):

Pueblo, sé generoso, sé grande, sé fecundo; Ahrete nuevos cauces en este nuevo Mundo .•..

pero, basta. Perdóneme el haber cansado su aten­ción con mi charla, y créame su verdadero amigo y servidor,

JEsús E. V ALENZUEr,A .

SURGITE. A JESÚS E. V ALENZUELA.

I

Blanco el cielo. Monta!las ob3curas se destacan en fondo gris perla. Sobre el pico más alto ha prendido su penacho de luz una estrella. Un alfanje de plata la luna recortando la nube semE>ja; y un lucero muy pálido y triste, en el claro perfil de la sierta, so!loliento su blanca mirada arrojando tenaz, parpadea; á la vez que otros astros se ocultan en el seno de la húmeda niebla.

II

Los nocturnos ruidos se apagan y se apagan también las estrellas. Por el Este sus franjas de oro, de la aurora gentil mensajeras, tiende el sol, que en su lecho de nubes . como un rey oriental se espereza. Y las sombras buscando refugio de Occidente en los mares navegan y el espacio atraviesan veloces tripulando sus góndolas negras. Sólo Venus en lo alto del cielo como un foco inmortal centellea.

III

En la tierra, las cosas presienten un instante solemne, y esperan. Surte el agua; las fuentes palpitan; se estremece la obscura arboleda, y en la fronda se siente el latido de unas almas que cantan y vuelan. Son visibles espíritus; brotan del ramaje; las hojas desplegan

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"JOSÉ VASCONCELOS, 158 REVISTA MODERNA.

el sutil pabellón de esmeralda . , .. Todo es vida y rumor, todo tiembla . ... Y un concierto de arpegios y trinos por los aires inmensos resuena.

IV

A lo lt>jos se escucha el estruendo del trabajo y la lucha que llegan. El reposo es momento que pasa; sólo fuerte y durable es la brega. ¡Hombre, sús, abandona tu lecho; que la vida te llama y espera! Ya en tu seno las vísceras laten; ya en tus sienes la sangre golpea. ¡La ruontafla calcárea á tus huesos; sus entraflas de hierro á tus venas . ... y á tu espíritu ardiente los rayos con que inunda tu Dios las esferas.

MANU&r. J. ÜTHÓN.

"REVISTA MODERNA."

No conocemos más que dos números de esta re­vista quincenal, que acaba de aparecer en la ciudad de México. Pertenece al grupo joven de la litera­tura moderna y esto ya es causa suficiente para tri· butarle nuestras simpatías y nuestros aplausos. Aún en las más apartadas regiones del Continente, exis· ten seres de excepción, espíritus generosos que con­sagran su existencia y sus energías al arte puro, soiladores que cultivan la pintura ó la música, sin otro móvil que el de rendir homenaje á la belleza y sin más ambición que la de alcanzar una reputa­ción halagüefla en el país en que viven. Muchos de ellos, no son, lo sabemos, más que pájaros cantores, peregrinos apasionados de cosas ó fenómenos que no entienden con precisión todavía, pero al lado de es­tos hay otros, que estudian, otros que meditan y piensan, otros que acuden llenos de devoción y de fe á loe santos lugares, de donde han de extraer más tarde las gemas de las canciones futuras.

Entre éstos, se encuentran los redactores de la Revista Moderna. Y entre ellos hay algunos escri· torea de nosotros ye. bastante conocidos.

Olagulbel, por ejemplo, es un poeta á quien que­remos y distinguimos mucho. Otro tanto diremos de José Juan Tablada, de Leduc y de Ceballos, to­dos tres dotados de talento y de cualidades no muy comunes en estos tiempos, en que el sport y la mo­da, la ostentación y el snobismo comparten sus po· dercsos encantos.

Los dos números que hemos recibido, son bueños, aunque no del todo. Traen trabajos bien hechos,

cuentos liordados con esmero, versos harmoniosos, á veces, críticas demasiado bondadosas quizá, pero en las que se advierten espíritus cultos, inteligencias cultivadas. Nos referimoR á las .Apologías de Ciro B. Ceballos, que ganarían en valor si su autor no se dPjara llevar tanto de la admiración y de la fuerza de su juventud.

El artículo de José Juan Tablada sebre Las Mon­tiJ. ñas del Oro, si bien demuestra estar penetrado de la naturale?.a de la obra, resulta, no obstante, para los que conocen á Lugones, poco intenso. Hubiéra· mos deseado más profundidad psicológica y no tan­tos deseos de repetirnos lo qne Lugones ya nos ha dicho en su libro. Verdad es que Tablada, escribe para un público, que no conoce el poema de Lugo· nes, pero aun asimismo, creemos que no es ese el fin que se propone la crítica. El crítico no pueue contentarse en manera alguna, con la sola exposi­ción de una obra. Penetrar en el alma del autor que se propone estudiar y revelárnosla tal cual es, he aquí el resultado á que debe arribar el que escriba sobre tales asuntos. Con todo, el artículo de Tablada es bueno é interesante.

Las Harmonías Trágica¡ de Jesús Urueta, rcv81an en él, un artista de mérito. Su prosa, brota sin es· fuerzo; en ciertos párrafos adquiere sua>es y deli· cados matices.

La traducción de la poesía El .Arte, de Gautier, por Balbino Dávalos, es encantadora y precisa. Se vé que Dávalos ha penetrado en el espíritu del ar­tista francés. Casi diríamos, y vaya la comparación como elogio, que nos gustan m~nos su>! Himnos ór­ficos, que su versión. La Rondalla del mismo Gau­tier, traducida por Enrique Rodríguez Larreta, al castellano, forma con ésta, dos rarísiwas interpre· taciones. Ambas pueden servir como mode1o del género.

En una palabra y para terminar diremos, que la R evista Moderna, órgano de los intelectuales de l\Iéxico, está bien presentada y que la colaboración de los dos números que hemos recibido, es buena, si bien desearnos firmemente que sus redactores no se abandonen en amables complacencias, para mayor honra del arte y prosperidad de su obra.

(El M ' rcurio de Am/r ica.-Buenos Aires .)

LE MARCH~ DE L' AMANT.

J 'accepte. N e plus voir ni la roer, ni les cieux, Ni les prés, ni les champa, ni l'aurore : tes yeux.

N e plus sentir l'odeur des lys, ni la verdura, Ni les rosP.s, ni les jasmins: ta chevelure.

N e plus toucher la pea u des bronzes, des satins, Ni le¡¡ perles, ni les doux ivoires: tes mains.

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REVISTA MODERNA. 159

Ne plus mangar malgré la faim, malgré la fievre, N e plus boire; oublier qu'il faut vivre : ta levre.

N e plus écouter la fauvette au bord des bois, Ni le chant des forets et des sources : ta voix.

JEAN L ORR.UN.

BOUQUET.

Un poeta egregio del país de Francia Que con versos áureos alabó el amor, Formó un ramo harmónico, lleno de elegancia En su sinfonía en blanco mayor.

Yo por tí formara, Blanca deliciosa, El regalo lírico de un blanco bouquet, Con la blanca estrella, con la blanca rosa Que en los bellos parques del azul se ve.

Hoy que tú celebras tus bodas de nieve, (Tus bodas de virgen con el suei1o son) Todas sus blancuras Primavera llueve Sobre la blancura de tu corazón.

Oirios, cirios blancos; blancos, blancos lirios; Cuellos de los cisnes, margarita en flor, Galas de la espuma, ceras de los cirios Y estrellas celestes tienen tu color.

Yo al enviarte versos, de mi vida arranco La flor que te ofrezco, blanco serafín. ¡Mira cómo mancha tu corpillo blanco La más roja rosa que hay en mi jardín!

RunÉtil DARlo.

l\fAESE ALIBORON EN LA BRECHA.

Un periódico . . .... del que estamos casi sPguros

que sólo se publicarán treinta ejemplares, porque

en la República hay veintisiete Estados, un Distri·

to Federal y dos Territorios, y cuyo nombre no

escribiremos nosotros, porque huele á figón, un

ex-reporter cuyo apellido, sólo puede ·ser una in·

dustria, vierte sus cerebraciones hueras, para mote·

jar con lacayuna insolencia á algunoR de.los redac·

torea de este quincenal, obedeciendo sin duda á.

un resentimiento, originado por la solemne protesta

que en no lt~jana fecha hicieron, cuando, sin con·

sultarles siquiera, se les puso en la lista de colabo·

radores de un papel, al cual, en manera alguna po­

drían aportar sus fuerzas intelectuales, pues tlSa

cooperación no con venía á sus intereses, ni por

simpatías, ni por afinidades estéticas, ni por decoro

personal.

Para que nuestros subscriptores vean cómo van

4 la palestra estos Caballeros Cruzados, cuyo único

ideal está identificado en el proficuo Pactolo de las

Tesorerías Generales, reproducimos íntt>gra, la carta

que ha recibido uno de nuestros compa!l~ros, así

como los p:irr11fos, moti vo del asunto á que ella se

contrae.

Respecto á la imputación dl', decadentes, que en

pretendido tono rabelesiano lama el malaventurado

emborronador de cuartillas, sólo diremos, después

de remitirnos al Diccionario, que esa palabra, califi·

ca verídicamente, no á nosotros, sino á los que la

regüeldan para imputárnosla como una injuria .. . .

á las perínclitas é insignes momias, que peri6dica·

mente, levantan la losa de su sepulco blanqueado,

para exhalar bostezos sepulturales cuya pestilencia

sólo puede combatir el yodoformo .. . ..

N os aflige inmensam.ente, que en México, . osen

vociferar en nombre del arte que es omnipotente y

augusto, los que, si justicia hubiera, solo tendrían

derecho á ser picapedreros ó tratantes en veneno!

Los versos de nueutro amigo aparecen en otro lu·

gar de la "Revista Moderna. "

En cuanto al ensalzado é Ilustrísimo Se!!or O bis·

po Montes de Oca, nos proponemo~, sin comentario

alguno, publicar algún producto de su litúrgico y

archiepiscopal cacumen. LA REDACC!Ótil.

He aquí los documentos:

"Sr. Ciro B. Caballos. Illhico.

Querido amigo:

No he recibido contestación á mis anteriores, pe·

ro, por t ener algo interesante, cojo la pluma para

relatarle el primer disgusto que me ha ocasionado

mi acendrado amor al Modernismo.

Hará. como tres meses que Manuel Caballero ma­

nifestó á varios amigos míos deseos vehementes de

conocerme y de tratarme; al tener yo conocimiento

de ésto no me apresuré mucho á cultivar la amistad

del Editor de "Estrella Occidental" por no serme

agradable su personalidad y por sus antecedentes y

tendencias estúpidamente anti-modernistas; pero un

d(a nos encontramos, no sé en que lugar, y sucedió

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"JOSÉ VASCONCELOS,

160 REVISTA MO:OERNA.

lo de costumbre: que no faltó un amigo que nos pre­

sentara. Elogió superabundantemente mis composi·

ciones poéticas y con pertinaces ruegos logró &rran·

carme una fotografía de las que últimamente mandé

hacer. Al mes, poco más ó menos, encontrélo en la

calle y me invitó á su casa, allí me mostró el cliché

de mi retrato que, según dijo, tenía pensado publi­

car en el número de "Estrella Occidental," dedicado

á S. Luis Potosí. Y o me opuse diciéndole que sus

opiniones retrógradas y las de su colega-Jefe de

redacción en dicho periódico-Victoriano Salado

Alvarez, opiniones que habían motivado una pro­

testa de vdes., hacían completamente imposible mi

anuencia, y que, aunque el más obscuro y humilde

de la falange actual, era sincero y firme en mis opi­

niones. El Sr. Caballero me hizo creer que él, lPjos

de ser inconsecuente como sus coscctarios, era pro·

fundo admirador de José Juan, de vd., de Couto,

de Nervo, etc., y que apreciaba sus talentos y sus

portentosas facultades; que, tan era as!, que Paco

Olaauíbd no había tenido reparo alguno en facili-o

tarle su fotografía, publicada últimamente en la

"Estrella." Convencido por dichas razones y, más

que convPncido, cediendo por una amabilidad que

hoy juzgo imbécil, accedí. .

Hace días, al ir á corregir la prueba de mis ver­

sos que le envío adjunta á esta carta, vi en un ar­

tículo 'Sobre el Obispo Montes de Oca, tantos insul­

tos y dolosas befas personalísimas contra Tablada,

Delgado, Balbino, Qouto y vd., que, justamente in­

dignado, exigí se retiraran mis versos y mi retrato.

Caballero, forzado por mí, ofrecióme lo primero, mas

no lo segundo, y entre súplicas y ruegos ·por parte

de él y amistosa intervención de varias peraonas,

permitfle pusiera mi fotografía, siempre y cuando

que retirara de las columnas de su periódico, las.

ofensas personales á los J'efes de la escuela. Así lo

hizo, y este es el incidente que pongo en su conoci­

miento y del que se enterará mpjor, leyendo el nú­

mero de "Estrella Occidental" que le remito.

&Hice bien1 Quiero su opinión franca y leal. Si

tiene oportunidad, relátele, por favor, lo arriba es­

crito á mi querido y admiradísimo José Juan.

Espero su pronta contestación antes de que nos

veamos en esa para tener el gusto de darle uu fra­

ternal abrazo, lo que deseo con toda mi alma y que

á más tardar será dentro de doce días.

Recuerdos á Tablada y á Campos y vd. reciba el

cariflo de

JosÉ M. FAcrrA.

JOSE MARIA FACHA.

"Desaraciadamente no podemos decir cosa pareci-o •

da de este talentoso uil'ló, verdadero Benjamíp de la

bohemia nacional, pues á los lB aflos de edad ha

b.echo ya cru~ir las prensas con innumerables versos

suyos. Facha, inficionado· por el opio enloquecedor

que carcome hoy día cerebros privilegiados, se de­

clara partidario del modernismo y el cielo sabe cuán­

tos enigmas saldrán de su pluma fácil y de su vena

fecunda. Dios lo tenga de su mano. Por ahora nos

congratula ver comprobada por la composición que

va en seguida, la profunda convicción que tenemos

de que José María Facha todavía no está, á pesar

de sus esfuerzos, suficientemente Rubendariado pa­

ra escribir galimatías como sus cosectarios.

NoTA.-La composición á que alude el párrafo

anterior, nos fué retirada á última hora por el joven

Facha, pues al leer la prueba de ella, se enteró de

nuestras opiniones antimodernistas y tembló ante la

idea de que sus buenos amigos de México, Tablada,

Nervo, Delgado, Olaguibel y los demás que adolecen

de idéntica enfermedad literaria, lo creyeran de al­

guna manera ligado á este~~periódico blasfemo que

sostiene y seguirá sosteniendo que, cuando uno es­

cribe, escribe para que lo entiendan y que caben lo

lenmtado y lo sublime dentro de esta pobre lengua

que hablaron y escribieron esos literatillos que se

llamaron Miguel de Cervantes, Fray Luis de Leon,

Garcilaso y Fernando Herrera.

Con pena retiramos, pues, la composición del jo­

ven Facha., porque de veras es hermosa y correcta."

"Inútil es decir que el esclarecido académico, tan­

to por educación, como por sentimiento y por respeto

á si mismo, es neta y exclusivamente parnasiano en

la atildada forma de sus producciones. La escuela

modernista-¡qué gloria para él!-execra y abomina

el claro y sencillo ingenio de Monseflor Montes de

Oca, como excomulga y desconoce todo lo que es

sobrio, todo lo que es ingenuo, todo lo que es enteu­

dible y espontáneo."

"Por grande dicha para la lengua cultivada por

Fray Luis de León, mientras los decadentistas se

empellan en vano en forjar bellezas imposibles sobre

el extra vagan té yunque de sus galimatías, las almas

creyentes y ioR gustos no estragados, se conmoverán

ó. perpetuidad con las hondas bellezas .... - . "

TrP. CALLEJÓN DE 57 NúM, 7.

Page 17: ARo l REVISTA o ER · felinas, y Andrés, otro poeta que fingía mortales des ilusiones, insPparables; y así sucesivamente hasta llegar al último eslabón de la cadena, formado

REVISTA MODE R NA

Expuesto y adquirido po r J . Luján I A GO

t~CONACULTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

"JOSÉ VASCONCELOS,

L EANURO JZACU IRRI!