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Albert Camus

Entrevista

09/04/2013

ediciones alma_perro

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Entrevista a Albert Camus Navidad, 1951 ¿Cree usted lógico relacionar las dos palabras “odio” y

“mentira”? El odio es en sí mismo una mentira. Se calla instintivamente con

relación a toda una parte del hombre. Niega lo que “en cualquier hombre” merece compasión. Miente, pues, esencialmente, sobre el orden de las cosas. La mentira es más sutil. Sucede incluso que se miente sin odio, por simple amor a uno mismo. Todo hombre que odia, por el contrario, se detesta a sí mismo, en cierto modo. No hay, pues, un lazo lógico entre la mentira y el odio, pero existe una filiación casi biológica entre el odio y la mentira.

En el mundo actual, presa de las exasperaciones

internacionales, ¿no toma el odio frecuentemente la máscara de la mentira? ¿Y no es la mentira una de las mejores armas del odio, quizá la más pérfida y la más peligrosa?

El odio no puede tomar otra máscara, no puede privarse de esta

arma. No se puede odiar sin mentir. E inversamente, no se puede decir la verdad sin sustituir el odio por la compasión. De diez periódicos, en el mundo actual, nueve mienten más o menos (que no tiene nada que ver con la neutralidad). Es que en grados diferentes son portavoces del odio y de la ceguera. Cuanto mejor odian, más mienten. La prensa mundial, con algunas excepciones, no conoce hoy otra jerarquía. A falta de otra cosa, mi simpatía va hacia esos, escasos, que mienten menos porque odian mal.

Rostros actuales del odio en el mundo. ¿Los hay nuevos,

propios de las doctrinas o de las circunstancias? Por supuesto, el siglo XX no ha inventado el odio. Pero cultiva

una variante particular que se llama el odio frío, en maridaje con las matemáticas y las grandes cifras. La diferencia entre la matanza de los Inocentes y nuestros ajustes de cuentas es una diferencia de escala. ¿Sabe usted que en veinticinco años, desde 1922 a 1947, setenta millones de europeos, hombres, mujeres y niños, han sido privados de

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hogar, deportados o matados? He ahí en lo que se ha convertido la tierra del humanismo, que, a pesar de todas las protestas, es como debemos seguir llamando a esta vergonzosa Europa.

¿Importancia privilegiada de la mentira? Su importancia proviene de que ninguna virtud puede aliarse con

ella sin perecer. El privilegio de la mentira es que siempre vence al que pretende servirse de ella. Por ello los servidores de Dios y amantes del hombre traicionan a Dios y al hombre desde el momento que consienten en la mentira por razones que creen superiores. No, ninguna grandeza se ha establecido jamás sobre la mentira. La mentira, a veces, hace vivir, pero nunca eleva. La verdadera aristocracia, por ejemplo, no consiste en primer lugar en batirse en duelo. Consiste, en primer lugar, en no mentir.

La justicia, por su parte, no consiste en abrir unas prisiones para

cerrar otras. Consiste, en primer lugar, en no llamar “mínimo vital” a lo que apenas si basta para hacer que viva una familia de perros, ni emancipación del proletariado a la supresión radical de todas las ventajas conquistadas por la clase obrera desde hace cien años. La libertad no consiste en decir cualquier cosa y en multiplicar los periódicos escandalosos, ni en instaurar la dictadura en nombre de una libertad futura. La libertad consiste, en primer lugar, en no mentir. Allí donde prolifere la mentira, la tiranía se anuncia o se perpetúa.

¿Asistimos a una regresión del amor y de la verdad? En apariencia, hoy todo el mundo ama a la humanidad (del

mismo modo que uno puede amar que le sirvan un filete de ternera poco hecho) y todo el mundo posee una verdad. Pero es el extremo de una decadencia. La verdad pulula sobre sus hijos asesinados.

¿Dónde están los “justos” en el momento actual? La mayor parte, en las prisiones y en los campos de

concentración. Pero también están allí los hombres libres. Los

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verdaderos esclavos están en otra parte, dictando sus órdenes al mundo.

¿En las circunstancias actuales, no podría ser la fiesta de

Navidad un motivo para reflexionar sobre la idea de una tregua? ¿Y por qué esperar a Navidad? La muerte y la resurrección son de

todos los días. De todos los días son también la injusticia y la verdadera rebelión.

¿Cree usted en la posibilidad de una tregua? ¿De qué clase? La que obtendremos al término de una resistencia sin tregua. Usted ha escrito en “El mito de Sísifo”: “No hay más que una

acción útil: la que rehiciese al hombre y a la tierra. Yo no reharé jamás a los hombres. Pero hay que hacer “como si”. ¿Cómo desarrollaría usted hoy esta idea en el marco de nuestra entrevista?

Yo era entonces mucho más pesimista de lo que soy ahora. Es

cierto que nosotros no reharemos a los hombres. Pero no los rebajaremos. Por el contrario, los levantaremos un poco a fuerza de obstinación, de lucha contra la injusticia, en nosotros mismos y en los demás. No nos ha sido prometida el alba de la verdad; no hay contrato, como dice Louis Guillous. Pero está por construirse la verdad, como el amor, como la inteligencia. En efecto: nada es dado ni prometido, pero todo es posible para quien acepta empresa y riesgo. Es esta apuesta la que hay que mantener en esta hora en que nos ahogamos bajo la mentira, en que estamos arrinconados contra la pared. Hay que mantenerla con tranquilidad, pero irreductiblemente, y

las puertas se abrirán.