18965790 ocho meses de campana

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IBLtOTEC9 tWflVERSITR(ABIBLIOTE IASPALMASDEGCA$IA

SAULO TORON

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8mesesdecampaña

por

prudenciodoréstemorales

Up. diario”.-Ia paimas1938

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— 0

Dedicatoria

Mi libro es un Ul)ro humiIde; sin preteni uoes. Si u embargo, para ini, tiene ex ra,ur( lina —

rio valor por e LicaiTar, entro i)g!I1as. 1

ioca nió s fraseen (leni al de ini vida aqu( i.que ]e ofrendé a mi Patria con la devoción dc’todos mis sentimieñtos buenos. Por eso en e(a hora de la dedicatoria, la mós emíj.cionanhcJe todo libro, no dudo en ofrecerlo a lo queocuparon mi pensamiento en lOs momentustrdgicos del p(ligro. Quizi’t haya quien creaadivinar, en este gesto, al ver laS persoii) 5 (IUrelaciono, algo (te egoísmo y un mucho de in—

CXJ)l ical 1 e preuluosi dad. Puede que de Iob;exista. No lo niego. Pero ¿,quién tiene fuerza

de volunad suficiente para vencer la tentaciónde rendir Ii omenaj e, aunque sea tan hum i idComo ésbe, a los que cuentan con ni i adinilia—ción y con el mós respetuoso de mis afectos?Yo por mi parLe me ‘declaro en franca demrola. Por eso, vaya por éllos, “Mis 8 uneses de

carnpaí a”.Al Caudillo, Generalísimo Franco: a anis ca

maradas de la Coniisión (iestora de Falaog E

paflola Tradicionalista y de las JONS del Excelentísimo Avuntainienlo de Las Palmas; a mi

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e

Iv

estiniado amigo, el Exmo. Sr. General DonEmilio Burrajo Viñas, Alcalde de Talavera dela Reina; al Exciino. Sr. General Org’az; y amis jefes de la Sección Segunda del E. M. dela División reforzada de Madrid en Navalcarnero, Comandantes Armada y Gea; Capitanes,1). An (unij Luoena, Martos y Navascuez y ani is comiaíieros (Ii la. Sección de 1 iiformacióii,Juan Millón Rndríguez. José Juan Mendoza,J alio Jaizuir. Ignacio Camacho, José 14o1rí—guez (11a.scóii. J nl io Sandoval, Salvador Cuyús,J ini a Fraiiciseo Gómez Apolinario, Pepe Y.Pueiites y Juanito Gonzólez.

EL AUTOR

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1

Zrólogo

A través del estilo se descubre indefectiblenente alhombre, pero a veces siguiendo la exégesis se Llega aconclusiones diametralmente opuestas y que acaso porpilo confirman la regla. Si el estilo es el hombre y. el Libro es estilo, tenemos que conocer al hombre a tracós desus páginas.

Se hace pues casi ii&necesario el prólogo porque ésteal fin y a la postre vin.e a ser algo así como el discurso que se antepone a las páginas de la ob,la para dar noticia a los lectores del carácter y de la persona del autor, o para hacer alguna otra. adeerlencia sobre la obrartisma.

El autor de este libro es harto conocido y popular ysería una redundancia o un abundamiento estéril (lef ¡—nirlo y presentarlo.

Jovial, cordial, efusivo y simpático, prodigó su viday derramó sus energías en la. sana can5arwiería de la.amistad y en ci altar de los afectos que por no respondera Leyes naturales, o si queréis físicas, tienen el valor cíe

lo imponderable y hata casi me atrevería a. decir que delo sublime.

Prudencio Doreste, ale gró las jornadas de la vida cíelos demás, derrochando sus energías vitales y no escati

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manilo nunca el (1sawo ftP SU gracia i/ el calor cte suesjiiritwil ¿dad en el des[ (co perina nc ute ile 1s’ h (iras.

£1 caso ¡ioi’ •sei’ los fi 11110)108 mcli al/os’ (LI fOICiO 80—niero u super/icial cataloqaliamos (11 0111 i(J0 I)oreste eii—

tre los que seguÍa it la corriente de fric’olidad (itie fué norma y norte (para des qrac ia o uesli’a ij del ni tindo), de una1J(itCiYJC ióii, (/ 1L esta cmi franca huída; pelo llegó unIWIJUii1O de lii! teosolud espii’i(wil, de tal muagutitad,PU CI destino It isló,iro (le o tic (III Patria, que tenía queser de pruelia y de ,,tedida (‘OmpOi’wlm’a de! i’alor moral (le los csjiaiioles.

* * *

Estalló l(( queiia nia.s hoiula j acaso jitas prof ¿indar]lLe se bu pm’oduc ido a tii.rés del lienzo I1O tale se t’í(l4’3(iltlas mas qran’lcs (‘i’uzadas y (‘]JO/teiJ(lS ile fa humanidwi.Un pueblo consciettt” de StIs propioS’ desti)U)5 quena y0—C0b1(Ll’se a sí ni i5010 SoldOltilO el hilo de su propia ejis—teivia, ¡oto t illanani cicle p01’ [05 t’(’rdtUJ()S de Espai7a, porlos lraíiealtt(s (le la polítiCO. y po!’ los ,/wla.¼’ de sus pro1iias CO ocie tic lOS.

* * *

¡ }‘ surgió el hoiii (np.’ La llama del [tiego que un ida—ha en un cm’azón que había dem OXtl’adO siempre sus’ vii’—ludes cicicas y ciudailaiws a 1ra’és de (0(10 iiiia historia de elegante [ni roíidad, prendió en la voluntad ¿j en laCOIWWW’Ul, (1 este hoiulii’e, 0,0(11110 qa, (‘tla 0bi’(1 tC1)rjOel honor de pro/o qan, coiiprendieialo !a gro ¿‘edad del 1110—

memito histórico en que ii t’ian os, recobró e! rigor de loaíos y tomó el fusil (‘0100 UIt sim/ile soldado, paro ofrendar todo su CA fuerzo uj ,‘en’líi’sc(o a la madre es—COil! (‘C ¿(1(1 II (lolleli te, a la (/111)? hUid/e, a fa Pa ti ia.

Lo que hizo cmi los ¿‘astos Cani/)0s rloiid SP debate ci(/1(1,!, jirob!e ma cuula XOlLLc ióit se anuncia, u/U c’onto una a u—ro;’a de redención, es el contenido (le las p6ginas que a(‘ontinwlciólt desbrozaró el’ lector. El libro constituye unensayo vatiosisimo o de cariíeter anecdótico, COfl galaii urade estilo ameno e inl,’csan(ç, Ny es un libro tCnUtiCO ní

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VII

técnico, pero contiene enseñanzas y agrada al espírituque fácilmente re adentra en us paginas, sijuienrio elurso de los acontecimientos que se simultanean micesa—riam ente con el bálsamo sano de la hilaridad.

Pero no es un libro [rítolo, substancialmente [rícoloapenas se inicia en muchos de sus relatos y marginíindo

la hojarasca se penetre en la médula (tel pensamientodel autor.

Y no es extraño que así suceda parque muchas vecesel humorista viste o adorna el hecho o la anécdota. quedescribe con galas de exerna carictura, que sirven sólo para enjugar rl propio llanto interior.

En suma se trata de un libro que tiene el mérito dela scncillez y el valor cte la sinceridad, pues es un libro vivido por su autor.

Y nada wais, que ya para prólogo hasta, y iíinc teniendo en cuenta que w suelen por regla geiierol /ec -

se los proemios. Un abrazo cordial y efusii.’o al amigo

Doreste y mi deseo (que habrá de trocwse en realidad),de un triunfo sencillo, sin aspavientos, que corra pare—

fas con la psicología del autor y sea además algo así como el premio a las desazones y al esfuerzo que siempre

produce todo parto.Ranión G onzúJez (le Mesa.

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-.

í)J3’ JJ

5 septiembre 193(3

1

Hasta ahora no he podido explicarme, de manera categórica, que fmi lo que inc convirtió a mí, el hombre máspacífico ‘de Canarias, en el unís terrible de los ‘uerreros.En el hombre sin lacha y sin miedo ¿ Sería a im!pulsos dela indignacióu que me produjo el asesinato de Calvo Sobelo? ¿, Tnlervendiía en ini imniiino el noble gesto del Ge—ri’cral Franco? ¿ Me ari astaría a ello mi eii tiniiento p0 —

triótico puesto en ebullición coii la conducta de los ‘mandarines del Frente Popular? No lo sé. Seguramente todoésto influyó para que. de la noche a la mañana, ccimovulgarm en te se suele decir, inc transfor’mai a, de pluuii ífe—10 siii importancia. cii htmln’e de anuas tomar.

IJurante algún tiempo niantuve en secreto mis pro—pósites guerreros. No quise darlos a la publicidad, hastallegado rl mtimento oportuno, para evitar 1 bromas de niisalmig’os, a los que, estaba seguro, les vendría muy cuesta arriba creer que yo, nada menos que Prudencio Dores-te, hubiese tomado en serio tan seria resolución. Además,reverenciaba corno algo sublime, aquel sentimiento patriótico que se había apoderado de ‘mí y me hubiesew»ctifiçado. en eçtie’mo, cualquier chacota a su costa.

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De esta manera pasé los días y las noches——en no po-ras ide éstas soñé ufl la glioria y me vi en el p€destal delos héroes con gesto feroz y fusil humeante—hasta el 5de septie.m’we cli qu.e previas las gestinue necesarias,nie encontré vestido con el honroso uniforme le falangista. Qué bl1o me pareció entonces el azul de ini ca

misai

El día de septiembre de 1936 será para mí el día,más grande de ini existencia. El fué el que me trajo larealidad de una nueva vida con afanes de ser útil a miPairia ; l que engendró, Cli mi persoI1a un alto esp íri—

tu de sacrificio, de hcmhria de bien cii ayer dr todojo que representa lustoria, tradición y valoi es espirituales de mi raza. Adenids, lector amigo, fué el j)rirncro de

mi vida en que iue levanté a las cinco de la mañanaporque a las seis había que estar en el Paseo de Ohil.Esto representó, ni fluís iii men os rclmper brutalmelitecon la tradicional enemiga que sentía p01’ el cmadlugón’.

A mi llegada, los ojos de aquellos que iban a ser

mis compañeros de expediciófl que hasla entonces só—ItO se habían entreabierto a duras pellas to pesar sobre sus l);ír’T)a(lOS uiias cuantas horas de sueño. adquirieron aLnlphtu(l y fijeza (le aSOml)rO. ¿Qué pasará?— —

peflsé escaniado, ante aquellas miradas q)uestas en mial mismO tiempo que giraba la vista en mi rededor para ver de descubrir la causa. Ah, vamos, es que he da- 1çlo el golpe non mi niarcialidaíl deduj e al comprender que se trataba (le fu persoiia. Glaro—--segil í razonan—

— (lo inferiormen le — es qul’, envuelta. hasta ah ura , PH lavulgaridad dr una chaqueta. uio había sidu ihiscuhierta 1Pero, 110 fardé en conveiici’ilme tic que toda aquella coil—templación, idiotizada, iu tenía iiada que ver coii mi marcialidad, de la que yo me niostraba tan orgulloso. Era.sencillanlelite, consecuencia del asombro que producíayerme entre los que en aquel día marcharían a romper—se el pocho peleando contra los laírbaros r6jos. Como todos tenían la presunción de conocerme, consideraban mi

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conducta como la cosa más iiiverosiniil del mundo. MoCoDee]) lan con iiiia 1)01 ella ele Whjskv en la mano pero,de ninguna rnanera con un fusil. Sin omhargo tuvieronque convencerse de que el corazón de cada hombre esun arcano. Y, mís arcano aún ci mío.

Me incorporé a mi pelotón y nm:’ecé los ejerciciospreliminares que eran neor’sarius pari adquirir aunque

fuera una peclueña preparación militar. Una ligera lluvia se complacía en humedecernos. Mis conhlpañeros protestaban cclnio si. algo fueran a conseguir coii eso. Yo,sin embargo, sF&tía regocij o: algo asi coiiio la ingélluaalegría que siente el niño cuando le ponen zapatos nuevos. Qúé bueiio está ésto cc mo entrenainhiel]tO ahora quevamos a marchar a la 1an ínsula donde llueve tantorecuerdo que pts(. Claro, que TIl Cail)0 de los días,cuando pude apreciar sobre I115 honhrc’s la calidad ycantidad de. la lluvia peninsular, me convencí que de nada podía haber servido aquel enhi enaniicnto

Estaba visto que el día 5 de septiemi)re iba a ser undía conj1deto de gran ajetreo. A las cuatro de la tardenos llevaron a la Alameda de Colón y allí nos 1:uvieronde Gran Parada hasta las ocho ele la noche. ¡Qué de felicitaciones en e cuatro hei as ¿ Tordo rl .1111111(10 sediscutía el derecho a abrazarme y estrujaririe ¡No ni

c’vidaré nunca de aquellas palmadas en los hoinopiaíus

que parecían disparadas por ulla rata pulla! ¡ Tereni jiénicliclo y nlahtrpcho ! ¡ En aquellos monien tos, todo podía tener semejanza manos al bizarro guerr•ero que yopensaba encai nar ! Son los inconvenientes de la popu—lardad!

I)espués, hora y inedia unís tarde, partiendo de laPlaza da Santa Ana, (lesfilamus por la ciudad con di—

rección al Pueito, AJIí iicis eJ)eraha el “lJáimine’ paratransportarnos... ¿ a dónde? Nadie lo sabía. Era incógnita que 110 estarja clespej ada, para nosotros, hasta cies—pués d haber recorrido uiiucbas niilias de mar. Además.,poco ‘105 preocupaia nuestro destino en aquellos mo-

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mntos en que, miles y miles de nuestros paisanos, nostributaban ulla despedida apoteósica.

Fuimos llegando a bordo por grupos, La gente, en suentusiasmo, nos separaba y nos retenía ob1igíndonos ainauditos esfuerzos para desprendernos y alcanzar la mcta. ¡ Qué de caras de mujer bonita vi, casi rozando lamía, en aquel constanf e forcejeo! ¡Teníaii ojos tan acariciadores! Estoy seguro que, de no haber tirado (le míel deber en aqul momento, no hubiera pisado la escaladel barco. Pero, a pesar de eso lo que 110 podré olvidarmientras viva es aquella clamorosa ovac]ón que metribu’tó el iflrneflS0 gentío que ocupaba el muelle, cuando subí por la pasarela del barco. Mi nombre, pronul!ciado a voz en cuello, p01 tantos miles de gargantas, debió llegar a la Península. Sólo así se comprende que,piás tarde, a mi paso por cada pueblo, la gente me mirase como a uii viejo coi’ocdo! ¡Son las ventajas dela popularidad!

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CJNC1EVTA HORAS t BORDO DEL ‘DOMINE”

II

Nunca fuí buen marino. Ni siquiera regular. Pero,al alejarnos de la Isíita, tmi ci,dad miarinera se hizofraneaménte. mala. Con un miar tranquilo, corno el quelleváhamos, todo daba vueltas a mi alrededor. Mi cabeza pa:r.ecia no estar nunca en su sitio. Por más esfuerzos que hacít, para traeva a la tranquilidad, no lo con

seguía. Todo resultah.a .in,útil. Y, es que, parecía complacerse en no hacerme caso. Unas vece para arriba yy otras para ahajo. me traía ‘la duda de si ‘mi cuerpoconseiwaba o no una posición correcta. j Hubo momento cii que la llegué a distinguir enfrente de mt, haciéndome muecas y enseñánda’me la lengua! ¡ Creí quellegarí.a a. abandonarme para siempre! ¡ Qué fatigas’ másterribles pasé, lector! Menos miad que, lo que no Pudomi vouutad,, lo logró un sueño reparador de unas cuantas horas. Después, ya tranquilo, he pensado que, quiás de las traresuras de uni cabeza, no tuvieran tantaculpa mis mediocres facultades marineras como las muchas... emociones de aquel ‘día.

Pasadas unas horas de navegación vino el amanecer que nos trajo estan’pas más variadas. Sobre cuhierla se encontraba una buena parte de mis cumpañerounos dormidos y otros amodorrados a quienes, la luz in

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decisa de la• aurora. reflejaba en sus rosiros medias Un-las de tunos verdosoM que los convitilan en leves extraftos y desagi wlables. Parcelan gi’ntes enfermas do nilodo. Sin embargo, dudo que nadie l)IiiIa acaparar mayoroptimismo y alegria que cada mio ¿le nosotros en aquiHa ocasión. El que ni4s y el que menos pensaba en d 1regreso, con Ja corona di’ la uria denajo ud brazo. en la cara de It madre o de la novia, cuando, como 1w.menaje, cirpositara a sus planias. el troteo conquistado.

Pi osegula su ruta el “Domine” indiferente a todi.peligro. Su proa, al tui Lar la superficie del anar, pan’—cía gigantesco bisturí en manos de cirujano experto. Rut’prudencia’ habla adoptado un disfrqz que lo bacía Hill)’diferente si “l)ómine”, conocido por los canarios ensus regulares anibe cias a las islas. Su chimenea. pintada de negro. le daba aspecto de pziquebot francÑ.

Además, se hablan tornado otras precauciones. Al)ordo, durante la noche, ni se hacía lux, ni siquiera ecfumaba. Se advirtierou graves penas para los contravenLores. A Pesar de Liii l)rudeuies medidas por doe veui$mimos perseguidos por barcos rojos, iwro los “pulannes” del muestro y la pericia ci.’l capitán, vencieron nla carrera.

El ¿lía 8 a lks dos de la ‘madrugada, llegamos ahm ría de Vigo. Un suwiro, lanzado al unísono por so. 1

teolentos pechos, fué el mejor exponente di’ nuestra sa.tjsfaoción. Y, se cumprende, porque. las persecucionesde que habíamos sido ubjeto nos traían algo preocupados. ¡Cómo que muchos no sabíamos nadart ¡Además;el agua estaba tan fría!

Teniendo en cuenta el dia—j 8 de saptiendwe! --no dudé en proponer la celebración, sobre cubierta, ile unamisa di’ gracias a Nuestra Si’ftora del Pino, jA La Santamás canaria de todas las Santas! Fuit aceptada mi pro.puesta y se celebró la misa con la asistencia de loe se.teoientoe huntres que Ibanios a bordo, que ls oyeron con

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todo fervor y recogirnwnto. La misa e COlei)PÓ rl día Oestaii’clu rl harco anclado ni la Ría ile Vigo y onu luasistencia de todas las autoridades de la polulacióui.

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TiGO, LA HOSPITALARIA

III

La ría de Vigo es lo primero que admira el navegante cuaudo se acerca, pausaidarnnte, a los muelles dela ciudad. Sus verdes y bellas riberas fonman preciososcuadros naturales que son a modo de muestrario de lospaisajes gallegos. Continuadas peaderas, verdes en todoslos matices, •siemipre con u.n casita, solitaria e iutere.sante, en el lugar más adecuado para cortar toda monotorda y para dr sensacióu de vida y hogar. Así es elpaisaje galaieo tan sincero, que penmite adivinar al visitante rimerizo, que, rtras los ffiuros de cada hogar,so esconde la “irnujeruca” que, como pocas, sabe tempia.r las fibras del sentimiento y del espíritu.

La mujer gallega es triste. Su rostro, bello y atractivo generalmente, se vé empañado por esa tristeza dulce y suave de las nostalgias. Y es que la mujn gallegaetá condonada a arrastrar un triste sino: el de eperartoda la vida a que le llegue la hora de la felicidad.Ella, no ta concibe &ino en el hogar con su homi:re,peros el hombre de Galicia,, si se dedica a las faenasdel campo, llega un día en que, acuciado por su espívitu irreduchh}é de trotanundos, sin más impedimentoque una pequeña maleta, sin despedidas aparatüsas, co-

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— ‘lo

un. algo decidida po el destino que n@ se puede toree)Ii varia!’, toma uii barco y se vii a tejanas tierras enbusea de focrulia. L mujer, uo a ueeza de repetidaconoCe bien la instoria, n’ist y callade. lo deja marcharcoiiveucida de que lo estará espraiido tocta la vida. Santan pocas bs excepciones! Pero, si por el contrario, thonil tre es de lo que trabajan en el mar—ia otra acti—

dad a que se (ted iea el gallego—’no es’pr obahle queemigre pr propia Voluntad, peros también un día, la ferible galerua se encargará de alejarlo de los brazos í.meninos que, no obstante, con honda resignacióu, La—utilniente, esperarán su eegreso p&a eabplearse on otL’la tuerza hm’ dii ci’ cariño.

Cuando o ti’acanios al muelle de Vigo una coinpaeta multitud nos espetaba. El Gobe?nador Militar, en unvibrante discurso, nos arengó. Nos dijo, entre otras cosas, que después de Regulares y Tercio, nosotros éramosla primera fuerza que llegaba a la Península para delendet a España.

Si cm u eio’i ante fué el recibimiento, más emocionante fui, aúu, la despedida. Su recuerdo perdurará en mídurante toda mi existencia. Un gentío inmenso forma—(lo por todas tas clases sociales de Vigo, cubrió la carrera por donde nosotros teníamos que desfilar para ira la Estación. A nuestro paso, nos tiraban flores, nosabrazaban y nos besaban. Las bellas al1eguitas gritaban hasta enronquecer: Vivan los valientes de Gran Canavia! Mucha gente. lloraba de emoción. Hasta yo llorétambién ! Ahora, que fué de rabia al ‘tener que quedar‘me ‘de guaI’dia• en la cola del barco, por causa de unasgrietasmal’ditas grietas —que se me abrieron en los

pi y o me dejaban. andar. ¡ Mal rato pasé contemplando lo mucho que se repartía y que a mí no llegaba!

I)os horas estuvimos en la Estación de ‘Vigo esperando la salida del tren que nos debía conducir a Cáceres. 1)urante esas dos horas, el público que nos había

‘seguido. esperó a pié firme para tributarnos ‘la últiima y

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— 1•1 —

nis cariñosa. si. eado, ovación. Por fin. el Lrrri pecialde Galicia, que paiece esf.ai sienupre eperando la orctellI del Jefe de Estación para acelerar., se puso en marchay fué borrando, muy poquito a poco, la visión grata de) muchas caras bonitas iara dejarnos por ltirno a solascon nuestros recuerdos. Eran las once de la noche cuan(lo fluesleo treii partió para Cóceres.

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DE VIGO A CACERIS, 48 JIOILIS

IV

Siempre ocurre que cuando nos alejamos de un liigar que nos ha sido grato, sin idea de posible rrgresO,la “im’orriña”—como dicen precisamente los gallegos—, srapodera de nosotros. Indiferentes a todo, flos recon’celltramos en el recuerdo. Esto ocurrió a los setecientos ca;rarios de la expedición, cuando abandonamos Vigo. Queiamos ausentes de la reailtida,d y ‘de ouanto nos rodeabaSólo teníamos grabado en la imaginación el panoramade las pocas, pero fel’iees horas pasadas cn la ciudadgallega. El ‘de tantas caras bonitas ‘de mujer!

Pero, estú. visto que el honbre no puede vivir sálo de reicuerdos. Necesita algo mis ‘para las atcncions delcuerpo. Por ‘ejEni’pFo: sardinas y ‘pan. Y eso fué precisament.e lo que le dimos a nuestros estómagos cuando empezaron a reoIamr del abandono en que los teníamos.Y, caso curioso, se quedaron tau conformes y satisfechus. ¡ Cómo si se hubiese dejado olvidada la maldttadispepsia!

Mientras tanto, el tren, al paso ‘de un burro enfermo, seguía trepando cuestas y cortando desfiladeros. Lanoche, extraordinariamente ohcura, nos cerraba ya lavista &‘ paisaje. aa cual,, poco a poco, 4ansado del

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ajetreo del día, fué buscando acomodo, con escasas probabilidades de éxito, en aquel hacinamiento de hombres

que forrnábaiflOs. Parecíamos, uF débil reflejo de la l:ámpara del techo, un montón de sacos. Los cirridos y eltraqueteo del tren en marcha, formaban música desagraclal)le y ensordecedora. Sin embargo, de vez en cuando,aquella orquesta, parecía coplaeerse en callar para quenuestros oídos fueran acariciados por el formidable ron

((ludo de algún compañero o por el golpe que cii el suelo diera al cae, con la cabeza o con el codo, alguno deaquellos sacos humanos mal colocados. Nuuea reuercEo haber pasarlo neche de juerga iius antipútica! Porliii ainauiceió. Desde la ventanilla pude ybservar eomo,poco a loco, conforme se fué hacietido la luz, se fueron destacando los detalles de la campiña. Agua, uiucha agua, frondosidad, montañas pardas y verdes pradoras, formaban el todo de los campos de Galicia yLeón.

Después de haber dejado muchas estaciones a nuestra espalda entre éllas la de Zamora, duya ciudad, a distanicia, tiene cierto. parecido con la de Teide, llegamos oAstorga con un hambre feroz. Menos mal que el Ccnan.dante Militar de aquella plaza tuvo el buen acuerdo deinvitarnos a un suculento ‘desayuno. Huevos duros, lasricas mantecadas (le Astorga y un foeniidahle ‘vinazo”.Todo lo devorarnos en un abrir y cerrar de ojos.

Uuaiido llegó la hora de segair el viaj e casi ludaslas cincas guapas de Astorga—las feas se quedaron encasa—acudieron a la estación a despedirnos. Entre éllas,uris cte treinta falangisfas. Qué de cosas les di,j iiios¡ Qué de piropos ! Caro es que se lo merecían. Por olerlo qe una, Gui! cara de demnollio tcntador s dirigió amL, muy decidida, y me dijo

—-,Y ¿ahora, dónde vas, precioso?A j ligar al “tennis, rica! ¿Vienes ?—dr contesté

en cuanto imde recuperarme de la umoción. Pero, des—graçiadaniente. no se decidió. Me replicó, con cara pi—

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* —

carezca que nunca había teiiido en sus manos una raqueta y que prefería ro quedtr en. ridículo ante mis uJu.La verdad, lo sentí 1

Lleganios a Salamanca. La gente, desde el andén de

la estación, me tomó por un “moro’ auténtico. Hasta talextremo que trataron de hablarme en árabe y tono. esque, impulsado por la curiosidad durante 10(10 Ol viaje

para no perder detalle, había l)eIn1aneci(lo asoma(1n ala ventanilla y, claro está, pi ‘huim.o y la carL w i ha (Jil edespedía la mtiquina, me habían dejado el rostia (legro. retinto. Debía de estar muy simpático !ues!o que.Lodo el mundo me miraba y se reía!

Una hora estuvimos en la estación sin apeamos.Berridos, cantos y bailes fué la tónica de los sesenta ini—

nulos. Por fin, el convoy se puso en maNlOi lama llegara Cáceres a las cinco y media [le la niadiugada.

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C4CER/kS’: CLA /?TEL GliViiRAJ J)bL GMS’LBALISlM()

y

Cáceres. la “Castra Gaeciliia” de los romanos, la ciudad ch-’ aspecto medioeval, de calles esftéchas, sembradasde torres y palacios. era, en aquel entonces, residenciadel CuatIed General del Geueralísmo. Su aspecto eratranquilo como si días antes jiada hubiese ocurrido. Como si no hubiera sido en Cáceres donde tan duro castigo se le infligió a las lioi’das rojas.

Cuando llegamos nos dieron, a cada uno, cinco pesetas para almorzar. EF duro fué acogido con muestrascTe gran eii4usiamo y regocijo. Todos prometimos darnos, a su costa, un foemidable banquete. Pero, bien diceel refrán : “El homhre propone y Dios clispone’. Y, asíocurrió que. el proyecto de gran banquetázo, en muchoscasos, se fué por tierra. Uno de éstos casos fué el mío.Todo por culpa de las tabernas de Cr’iceres. Pero, señores, es que tenían UI) vino tan apetitoso, que parecíagritar a nuestro paso, desde ‘el fondo de as pipas: ¡ Ldiotas! ¿No comprencléis lo rico que ‘estoy? Y, claro, lo quepasa, me picó la curiosidad y -quise conprobar si era

‘cierto. Y, lo conLprohé, pero cuando vine a echar cuen- -

tas del efectivo disponible para el banquete en proyecto,ipe encontré sólo con una “perra” grande y otra chica.

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Menos mal que, la población de Céceres, a fuerza deconvites, subsanó la maia partida que nos había jugado el vino. Sio e iunch que nos dieroln en el Casinode la Concordia, fué suficiente para matar ci hambreque se había apoderado de nosotros. Cómo que nosatracarnos de dulces Allí, nuevamnte, nos volvieron afelicitar ‘por ser la primera fuerza que llegaba a la Pdninsula después de Regulares y Legionarios. l)urante mies—

Ira estancia en la ciudad, ésta se vistió de dia de fiesta.Las chicas, alegres y cascabeleras, como si 110 liubieraiisufrido el yugo marxista, se echaron a la calle para alegrarnos durante l tiempo que furamos sus huéspedes-¡Y lo consiguieron a satisfacción!,

A las nueve de la noche y cuando ‘Imís animadosesitábanios, tilos mandaroii a la escuela situada cii uno

de os barrios extremos. En élla y sobre un montón depaja teníamos que pasar la noche. ;Me entró un malbumor terrible! Pensar que en los años ya lejanos ilemi niñez fuera ese el castigo con que me aiii’enazaha elmaestro cuando no me sabía la lección. el de de,j arme

por la noche en la escuela con las ralas, y que al cabodel tiempo ya con los huesos duros, se viniera a numplir l castigo, fué cosa que me puso a mat traer! ¡ Gracias a que el sueño me rindió ‘pronto!

El toque de diana fué el encargado de cortar nuestrosueño que, aún, a las seis de ha mañana, era tan pi’ofuli—do como una hora daspués de acostarnos. Rópida!rnentecomo se hacen todas las cosas ‘cii el cuartel, nos levanta—rnos y nos prepaIanios para continuar nuestra marcha hacia Talavera de ‘la Reina. En el Círculo Mercantil nos sirvieron un opíparo desayuno. Poco después el tren noconducía liácia nuestro nuevo rtestino.

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¿QUIEN DiJO MIEDO?

Se detiene el tren en Oropesa, la ciuda4d de los Co’n—des, (La mía!) Estamos luiloco iiervi osos. Nuestros ojoshaii venido conteniplando cuadros de guerra, pero, ahora, éstos tienen características mrís realistas, nnís dic mo—mento. Aviones derribados—todos eran de la canalla roja —casas destruidas y campos desvastados. es cuantollena nuestras retinas! Todo nos sobrecoge. Bien se vque samos bisoños!

Nos hacen descender, del tren y álguien nos arenga.¡ Vamos a entrar en fuego y es necesario demostrar hasta dónde sa1jei llegar los canarios! Nos dice: ¡Muchachos, no hay que temerle a la nuerte cuando se lucha‘por la Patria y por ru honor de los nuestros! Y añade¡ No obstante, si (tiguitu tiene niiedo que lo diga para devolverlo a su tierra! Perisairno’s en nuestros familiares.En los días risueños de nuestras bidas. En los ratos alegres y amargos que en ellas ipasalmos. En toda nuestra vida, ijesde niños. En las caricias de nuestras madres. Enlas promesas sctomnes de nuestras novias encariiia’das...Y, en el torbellino ‘de mis recuerdos, yo me detengo enalgo que, a pesar de su trivialidad, me llena de cumpla.cencia, de dulce nostalgia. Vien a mi imaginación conpaso de cosa grata y sólo se rgiere a la escena que, enuna noche de buen humor. rapresentaumos varios aumigos. en la playa, a la luz de la Luna. ¡ Inugenuiclad aleolió—

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lica! Apostairnos una botella de “whisky’ para el que lhiciera la mejor declaración amorosa al astro de los románticos. Creo que salimos victoriosos todos porque, cada uno se encontró al final, con el premio en la mano. ¡ Formidable juerga la de aquella noche! ¡Ratos felices •d’di pasado 1 Al lic ar a tste punto de mi pensamiento un suspiro me vuelve a la realidad. Observo quetodos estamos suspensos aunque si a todos les ocurre loque a mí, el corazón nos late con fuerza. Pero’ a i—sar de todo y del nudo que tenemos en la garganta, niuno sólo hace el más insignificante gesto que pucia in—tenpretarse por temor o duda. La decisión se refleja ennuestos rostros. j Indudablemente somos unos valientes!

Seguimos la marcha hácia Talavera de la 1L.ne yla visión de la guerra, de la guerra en su propi salsa.se hace cada vez más i atente. Ya no solo verno destrucoión sino que oímos los cañonazos a enuy poca distancia. Son las seis d la tardIe va obcureicido. cuando llegamos al l)11Vl)l0. ¡ Ni una sóla (luz que nos pueda servirde guía! Nos llevan directamente a un convento convertido provisionalmente en cuartel. Antes, lo había sidode los rojos. ¡Bien se notan las huellas de su paso! Enla capilla, los santos, unos mutilados y ‘otros deaipitaclos ruedan por el suelo.

Pronto comprendimos que aquel cuartel no era uncuartel co’mo otros. Entre las muchas cosas’que le faltaban, para poder gozar :de una relativa comodidad, estaban las camas. rp1viInos que sustituirlas con los mosaicos d€1i piso. De almohada nos sirvió, a la perf’cción, elmaletín que cada uno llevaba. Pero, dió lugar a quecada mañana, de los diez y siete días que estuvimos allí,nos levantáramos, entre las risas de todos. como si furamos gallos tocados de cuello.

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‘CA!3AIiET ELDORADO”

VII

El Jefe de. nuesira Fa’Innge damosró su consideración babia nil, poniendo a ‘mi servicio un ordenanza.Fué éste Manuel Perera, que ‘prometió solemnemente nosepararse de mí y salvaime en caso ‘de peligro. ¡ Erabuen chico y no me dejaba nunca sólo!

Al principio de estar en Taflaveia de la Reina, la cosas se ‘pusieron desagradables. I)esagraclables, en el sentido de que se iios prohibió la salida del cuartel. Peroésto, no fué lo eor, sino que se declaró la ley seca. Nihabía cantina allí dentro, ni nadie tenía vestigios de cosa bebestible que no fuera agua. Claro que el agua nointeresaba! Sólo los cocineros podían disponer de algóiivino para el’ coiidimn[o de la comida, pero eran tan lis

tos, lo cuidaban taii bien, que ni una sola vez pudimosengañarlos. La situación se hizo insoportable. Sin embargo, durante cinco días la soportamos. Estoy . seguroque, de haber continuado, no hubiese sido yo sólo rl quehubiera muerto de rabia!

Fué “mi asistente” el encargado de resolver tan grave p’roIl)lema. Pero, lo más original del caso fué; que laresolución, se debió a pura casualidad. Un día, Perei’a,cuando más desesperados estábamos, saltó la tapia del

cuartel y fué a caer en un huerto donde había una parra cargada de uvas. Al instante, por o visió, recordó lasestanpas del Dios Baco y deidió sacar provecho de los

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hermosos racimos que tenía al alcance de la maio. Nicorto ni perezoso empezó a cortar los niás grandes ‘.onla idea, naturalmente, de cargar con éllos. Pero, no cni- 1tó con la huéspeda y cuando más entretenido se encontraba en tai importante operación, se presentó la cinefia con cara de mal talante.

—.--,Sepuede saber cuánto tiempo hace qúe practicausted este nego:cio?-_-le preguntó con cierta soma.

Poco faltó para que Perera, abandonando los racimos, saliera huyendo cdmo chiquillo travieso. Pudo recuperarse, sin mIl)argo. No hay nada como encontrar-se delante de una chica guapa para perder el miedo! Y.ya más sereno decidió ponerse a la altura de las circunstancias.

—Pues verá usted, pimpollo, no ha sido 1)000. Todoel que se necesita para encontrar una chica lan guap&corno usted, dispuesta a llevarlo a uno por el buen camino. Porqiíe yo estoy seguro que, de ahora en adelante, usted me llevará por la senda de lo buenos. ¿No escierto preciosa?

Y, así fu, efectivamente. Y digo que así fué, J)orquedesde aquel día, la vecinita y Pem ero, (Jiledaroli hechosnovios. Desde aquel también, nuestra Peña Bélica, comola llamábamos nosotros compuesta por Frasco BravoBenito de la Concha, Antonio Suárez Ponce, Agustín Bravo, José Hcrnández Naranjo, “rni asistente” y yo, no carecimos (le nada. Teníamos para remojar nuestras resecasgargantas y llenar nuestros exigentes estómagos. Todoslos días, Perera, previo el salto de tapiá correspondiente, venía cargado de jamón, chorizos, j)imientos niorrc—nes, vino—j pero qué Vino !—y otras nuichas cosas quela novia le daba para que se tratara bien. Goii todoaquello nos íbamos al Cabaret Eldorado’’... h, pidón,lector, no te había explicado ! I1 ‘Cabaret Eldorado,bautizado por nosotros, era UI! n1uladar que había allíinionio en el cuarteL al que acudíamos Para celebrarocultos nuestras “bestiales’ juergas. En él había unas

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cuantas burras muy siiupríticas. Mucho mtis que n pocas de las tanguistas coii que me he tropezado en miscorrerías!

Para estar niris en anhieiite a cada una a’e pusitiiios uniic’nihre adrcuado. Las tales, foitniaban un conjunto muyat:a•ctivo. Con éllas pasamos t.ardes deliciosas. Al principio de cada juerga las tratibamos con cómica galantería. Las iuvitábanos a bailar haciendo inclinacionesversallescas. Buho quien de nosotros—reservo di nombrepara que no se avergüence—en un momento de entusiasmo, besó a su ccmipañera en el hocico. Había que ver lointeligente que eran aquellas jóvenes burras. Parecíancomprender el papel que estaban desempeñando! Córnoque coqueteaban y todo! Un día me molesté la mar l)Oi—que sorprendí a la mía, a Carmuchi, ‘picándole el ojo”a Frasco Bravo. En un triz estuvo que no perdióramoslas amistades!

Claro esbí que, cuando los vapores del vino se nossubían a la cabeza, las cosas cambiaban mucho. Nos volvíamo hasta groseros. Ya no tratábamos a nuestras compañeras galantemente, como al principio. Las tratábamos a la palada. Naluralmente, no todas se conformaJ)an con aquella desconsideración. Carmunchi, por ejeinpb, llegado el caso, en vez de tirarme alguna botella ala cabeza como hubiese heho cualquier vulgar tanguista, prcería ioierse a tono conmigo soltarme un parde coces. Por cierto que, un día; que no and•u,c listo, mealcanzó en una espinilla y me tuvo cuatro días sin poder dar un paso. ;Sin embargo, continuamos siendo buenos amigos!

Pero está visto que la feliicdad nunca puede ser eterua. ¡Pórque, lector, sabrás que nosotros éramos muy felices con eí jamón, los chorizos, los pimientos morronesy el “vinazo’ de la novia de Perera, y con nuestras amigas las burras! Pero un mal día se terminó todo. Nuestros jefes que andaban de coronilla por averiguar dóndenosotros, sin salir del cuartel, podíamos coger tan mo-

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nuineiitales “papalinas’’, por fin nos sorprendieron eiiI)Iena orgía. Fué una verdadera caDístrofe!

Desde aquel momento quedó clausurado el cabaret,las “tanguistas” despedidas, y iiosobros sometidos en castigo a guardia p erinaneute.

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NIElES LA TA/JE1?NEJL4 Y PÁ CO EL ZAPA TE/lO

vn’

¡ No hay nada ‘como ser J)lWno para que las cosasse le pongan a uno i)ien Debido a esta condición mía, lade ser bueno, Ms puertas del cuartel seime abrieron incondicionainijente. J eniás el estar siornpre dispuest paratodo servicio ‘extraodinario, me granj’eó la con!ianza delos jefes que me d’iieron cierta libertad. Por otro lado, lavida gu’errer deil pueblo había tomado un aspecto másactivo. Todas las mañanas nos despertaba el zumbidode los aviones rojos que venían a bombardear. Al principio, a qué negarlo, seniti’nios miedo; después, ya aeos—tu’nTbrados, nos ]urláhamos de éllos, lladnámldoles “losdespertadores”. Ni caso es hacíaanos!

Talavera de la Reina es ciudad monumental y de rancio abolengo. Su principal industria es la de la cermca. Sus habitantes son de carácter abierto y simpático.Entre éllos no tarda, el visit.ane, en adquirir buenasamistades. Mi prinera amistad, ema Talavera dc la Reína, fué Nieves la Tabernera. Hermosa y simpática jóvende veintitrés años. La co’rocí detrás del mostrador desu taberna y desde aquel día, nos unió una sincera sirnpalía. Mc pasaba las horas muertas en el establecimiento sin que éJla mostrara catisan’c’io. Al contrario, susatenciones hacia mí eran constantes. Yo, por mi parte,correspondía a éllas llcívóndoij muy buenos clientes.También, a veces, le hacía agún ‘pqueño regalo que

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agradecía. pafiuclo de sella o un frasco de perfumeeran más que suficit:flfles para despertur su crnOió11.Así llegó a sentir una vendadera debilidad por mí. ¡ Enel buen sientido de la palabra, natural-mente, porque eramuy honrada! Esto dió lugar a qu’e, todas ‘las mañanas, ante.s de salir del cuartel, re’eibier de éila, a ano-do de desayuno, un cesto lleno de sandía melón, uvas,higos... Toda fruta fresquita. Quién la “pescara” ahora!En aquella ocasión tuve suerte. F’renle a la taberna deNieves estaba la cocina de La Legión y los cocineros,1 uen os chicos, amigos todos, intercambi a]an conmigo,el mejor poll.o por endos vasos de vino. Nos dábamos(a(Ia .1 aiiqiietazo ini amiga y yo!...

No fué la de Niees la única amistad que tuve enTalavera. rj’u e otra.tamhién fonmidable. La de Paco Ca-bezo., presidente del gremio cte Baco en-el pueblo, y zapatero de profesión aunque poco profesaba. Este, después, mc presentó a’ sus más mcondiciona.les acólitos.¡ Pasé unos dias inolvidables! ¡ Cómo que, de un bailesaltábamos a otro, y de una juerga a otra juerga! ¡Quédisposición la de Paco el Zapatero para estos menesteries!

- Sin embargo, yo que simpaticé con todo el mundo,no pude con la mujer de. Paco. Comprendía que ‘me miraba de. mala manera y rehuía ‘los encuentros con élla.¡A lo mejor es que llegó a suponer que yo fuera la causa de que su marido no echara ni unas malas mediassuelas durante la semana Si fué así, sufrió un graveerror, porque, -fluís inocente que yo, en este asunto, nadie. Un día, en que. no pude evitar su encuentro pornuís esfuerzos que hce, encarándose conmigo, rne d-ijocén retintín de pécora:

—Oiga, relleno, ¿culinclo se marcha para el frente?-—-Pues... verá usied, señora ——le. ccntesté algo des—

concertado—-aun llueve mucho y con tanta agua no sepuede dar un paso.

—Agua, dice usted? ¡ Dirá, con tanto vino! Y sinynés, hizo un gesto despectivo y me volvió la espalda.

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Sentí el incideii1e y mucho mds por Paco que, alotro día, ajiareció, todo recteloso, con un teri’ibe mu—re’tón en la cara, qut parecía dibujar una horma delcuarenta y dos. Aunquc nada dijo, dclía d.c estar hastante enfersmo porque, por mús que insistí, no quisoprobar ni una sóla gota de vino. Aquello, suguramcnie,Inc trajo mala sur nc porque, al día siguiente, el jefe deFalange, me dijo que va nra bastante tunimo y que Inc}rcIparara para ir con La Centuria que manchaba a. Lomar el pueblo (le Otero. Con sentimiento me despedí deNieves la Tabrernena y cte Paco. Este último inc vino adecir adiós con una fft’Irible borrachera. Presuno queantes de salir de su casa dejaría las hormas de los zapatos fuera del alcance de la mano dre su nujer.

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D1W1t PIADA5 I)I t.4 lJM

Ix

Salimos de Talavera de la Reina a las cuatro de amadrugada. La fuerza se componía ile ii:ia centuria hacía viaje en camioneta. A pesar de que, con constan -

cia, oíamos tronar el cañón y el tal)lebeo dr las ametralladoras, íbamos optimistas y confiados. Es que ya eshib amos hechos al ambiente! -.

Cuando empezó a aclarar fuimos distinguiendo cipaisaje. Paisaje de guerra, naturalmente: de desolacióiiy tristeza. Camiones y automóviles abandonados. tauques destrozados y cadíveres, muchos cadt’iveres de ini—

licianos comunistas que las fuerzas rojas, Cii su desoidenada huida do hacía pocas horas, no habían lenidotiempo de retirar. Eso era todo lo que podían recogernuestras retinas. Espectdcu:lo macal)ro que ya no nosimpresionaba por habernos habituado a é1

Llevílbamos recorridos una buena partr (le los treinta kilóuetros que separaban a Talavera de la Reina deOtero, nuestro destino, cuando fuimos sorprendidos l)OI

onas descargas hechas contra el oonvoy. La confusióny el desconcierto fué euorne. Y, se explica, si se tieneen cuenta la despreocupación nuestra con respecto ala existencia de enemigos por aquellos lugares.

Rehechos de la sorpresa unos cuantos nos parapetamos, como mejor pudimos, porque la agresión confluuaba, y iioçirmos descubrir a los atacantes, Pronto

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ocurrió ésto y entonces nuesta sorpresa fué mayor, sicabe. ¡Los que nos combatían eran legiondrios y regulares! ¡Había sido una equivocación! Una broma pesadade’ la guerra que bien pudo dar lugar a una verdaderacatástrofe, que no ocurrió por evidente milagro.

Durante un cuarto de hora y a pesar de las señales que hacíamos aquella fuerza continuó disparandoconti’a nosotros. ¡Fueron quince minutos de verdaderaangustia! Por fin cesó el tiroteo y se nos acercó el ca-pitón que mandaba a los que por error nos habíanagredido. Se mostró apesadumbrado corno era lógico.Nos dijo que éllos estaban allí para cortai la huida, hácia Santa Olalla, de fuerzas rojas y que, por habernosconfundido ¿on las mismas, había ordenado abir elfuego.

Llegarnos al pueblo de Otero sólo veintidós de los cienfalangistas ,que habíamos salido de Talavera. Los demás,con motivo del tiroteo, se replegarofu unos, hácia Ceeralíbos y otros, hácia El Bravo. pueblos ambos cercanos a Otero.

En Otero, continnó para nosotros lo qu ya se había convertido en nuestra pesadilla permanente. Tampo:co allí nos fmi posible obtener hospedaje adecuado. Lamayoría fué a parar a los pajares y muladares del pueblo. A sopertar todos los insectos desagradables de laNaturaleza, a respirar olores hediondos, a convivir conenormes ratas sarnosas que, por su condición aitipática precian estar inoculadas del virus comunista.

Otero, es lo que muy bien se puede llamar pueblosin i.mportancia. Nada tiene que lo pueda destacar delmontón. En él estuvimos varios dia prestando servicio con aquellas fuerzas de Regulares y Tercio que tana fondo se emplearon en contra nuestra. En su corniJa—ñia cubríamos a diario ci parapeto. En cierta ocasiónnos anunciaron un ataque de los rojos. Se reforzaronlas líneas y se esperé. Esperando llegó li noche; urna

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de esas noches calurosas d2 estío que, en el campo, imponen por su augusta tranquilidad. Limpia la atmósfera,las estrellas teníai efulgencia extraordinaria. La quietud era tan absoluta que sólo el estridnte canto de losril16s y el monótono y grave de las ranas, alejaba donuestro 1]ifl1O la presunción de endontrarnos en lugarsin vida. Aigunos de los nuestros, quizá para alejar ciasu imaginación ideas poco feliees, rompi’eroii el silenciocon su charla. Bien pronto se les obigó a callar orregulares y legionarios.

— Silencio!—ordena,ron——. En las trincheras no tienen puesto los parlanchines!

Y de nuevo volvió a pesar sobre nuestro ánimo aquella quietud ‘de cementerio. De pronto, un destello vivísimo, hizo luz en la oscuridad de la noche. Densos nubarrones cubrieron el cielo en un instante. Y, una terrible tempestad de truenos, relámpagos y lluvia, se generalizó. Fué algo desconocido hasta entonces para nosotros, los canarios. Nunca creo que, con más propiedad,se haya podido emplear la expresión de ‘llover a cántaros”. Mientras tanto, soportando aquel diluvio, cegados y sordds por el infernal estruendo de los truenos, lanerviosidad se ha había apoderado de nosotros ante ellomor de una sorpresa. No perdíamos de vista el frente, creiyendo ver, a cada norne’uto, haj la rápida luminaria de los rehínipagos, ci detalle que denunciara el avanzar cauteloso del enemigo

Alguien a mi lado, quedamente, llamó mi atenciónhácia ]go extraño que se divisaba. Era un hultb quese aproximaba a nuestras trincheras. Nos preparamospara ‘hacer fuego y seguimos observando. El Jultu, alavanzar, parecía querer ocultarse tras los matorrales.Nosotros, nerviosos, con la extraordinaria atención quees de suporner, eguíamos sus movimientos sin atrever-nos a hacer fuego ante el temor de sembrar la alarimasin poderla justificar. Por fin, un relámpago más inteiso que los demás, nos descubrió ci ‘misterio. Se trataho;

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de un mulo suelto. La eterna víctima inecente del centinela en campaña! Decidí salvarlo. 1)espués de advertira lflFS COflhII)aIleIOS, j)ara evitar la confusion que me pudiera costar la vida, saité fuera ‘de la trinchera y me dirigí hácia la acinila, haj la lluvia toireiucial. ¡ La pobre parecía estar esperániddrne! Cuando me acerqU aélIa, contenta, enderezó las orejas corno si se tratara deun semejante. La cogí del ronzal la llevé a una casa medio ‘derruida que hal)ía allí cerca y a dejé atada bajotecho. Así nos c1uedarnos un ‘poo rnds tranquilos: elmulo y nosotros.

Una hora más’ tarde, en aquella ioclie toledana, mecorrespondió la ronda. Formé pareja con Benito de laConcha. Los truenos, rehuJn)agOS’ y lluvia conti.nuabqncon igual intensidad. Estóteamente oinpeZafllOS el recorrido de los })Uestos. En un descampado pusimos atención a un ruido extraño que llegaba hasta nosotro. Salía do debajo de un carro abandonado. Nos acercamosy pudimos averiguar que se tratal)a de unos ronquidosmás fuertes que la tormenta. Por lo menos la vencíanen sonoridad! ¿ Quién sería aquel 1)rivi’legiado que podíadormir en aquellas circunstancias? No fardamos en salir de dudas. Se halaba de Manuel Perera que llabia caído rendido después de cuarenta y ocho lloras de servicio in descanso. Por esta vez no tuvimos valor paracus’nplir COfl iiuestro deber. Nos alejarnos s’in despertarle—cosa que hubiera resultado 0)1 extrenio difíciL—y alregresar de jrestar el servicio nos callamos la gravenovedad ‘de aquel compañero que había al)a11:dona(lo supuesto para caer en brazos de Morfeo,

iJ’•’1llll!

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PiOJERÍAS, JIAILLS Y CONFERENCIAS

La campaña guerrer proporciona siempre muchaSfatigas y muchos inrcoiivenients para una relativa comcd idad. Cuando nosotros salimos de Canarias estábamos convencidos de ello, mas colmo había que sacrificarse, no to’maí’nos nada de eso en consideración! La Patria lo merecía! Pero bien pronto nos dimos cuenla deque los sacrificios que habíamos considerarlo no teníani!mportaacia comparados con otros que, inopinadwmen-te, se nos presentaban.

Un día so desarrolló entre nosotros un terrible “picapi.ca’. Naturalmente, empezajmos a rascarnos. ¡ Pero,la picazón no se calmaba aunque nos arrancáramos la1)iel! Estábamos desesperados!

— No lo decía yo 1—había quien pregonaba sentenciosamente—. ¡ La carne de cochino es terrible ‘para lasangre!

—i Hc;mljre, vet.e al cuerno con tu majadería !—repli—cáibamos malhumorados y sin dejar de rascarnos deses—

trada’mente. Con ésto nada tiene que ver la carne decochino!

Y, efectivamente, así era. No se trataba de carne decochino ni de cosa parecida. Se trataba, sencillamente, deque nuestros cuerpos habían sido invadidos por la piojera. El descubrimiento nos llenó de consternaéión. Des

pués de muchas iopuests Para ooinbafir la jílaga, op—

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tamos por la de pelarnos al rape, y, caso de no conseguirÉlo, pues terminar amos por acost.umbrarnos a lacompañía de aquellos “hi.chitcs”. Y así tuvo que ser yhasta Ial exíromo, que llegó el día en que ya, ni nos preocupaban ni nos molestaban. El convivir ‘con éllos lo llegamos a considerar como la cosa más natural del mundo.

Otra plaga de las que nos azotó, pudiéramos decir, yque ‘no figuraba en nuestro primitivo programa de inconveniencias, fué la Íalta de agua. Para beber, graciasal. vino! ¡ Para bañarnos y asearnos, ni una gota! Aveces pasaban muchos días sin que pudiéramos remojar nuestros siidoros.os cuerpos. Sin embargo, ni aunesto nos hizo perder el buen hmnor.

Por otro lado el trabajo agobiaba. Así ocurría quedespués de algún tiempo de trabajar. sin descansar, lallegada de un día do asueto, era consiideraida como granacontecimiento. Pero, aun así, a veces, sufríamos grandes desengaños. Como el del día de la paella en casa defiármen la del Mesón. Después de preparai’la meticulosamente y cuando ya nos estábamos relamiendo de_ gusto, vino la orden de marcha. TuvimOs ue salir itimediatament.e a tomar el pueblo de DImingo Pérez, a. cuatrokilómetros del de Otero. ¡ Ni siquiera pudimos probar elguiso! ¡ Allí quedó a beneficio de tercero! Nosotros, aquel

día, nos tuvimos que. contentar con pan y sardinas. ¡ Sonjugarretas de la guerra!

Y menos mal que, aquella ocasión, el recibiimienfo que nos dispensaron en aquel pueblo, nos compensó en parte, el sacrificio. Entramos sin disparar un tiroy entre las áclamaciones de su vecindario. Los rojos lohabían abandonado cuando se enteraron que estábamosen Otero no sin antes haber cdrnetido asesinatos en laspersonas más destacadas del puohio.

Después de Domingo Pérez, continuamos hácia Eruste, en donde fuimos recibidos con las. mismas dOmostraciones de alegría, ‘puies, ‘la gente se iba convenciendode que las espenies lanzadas por los rojos, cori respec

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to a nuestro proceder en os pueblos ocupados, ati’ibuyéndonos las más enormes barbaridades, eran totalmerite falsas.

En este último pueblo estuvimos destacados cerca deun mes. En él lo pasamos bastante bien; sob’e todo yo.¡Fueron muchas y buenas las amistades que hice en el“bebedero” de Teodoro el Torero! Allí organizábamoslas fiestas que celebrábamos los ‘domingos francos deservicio, en la plaza principal del pueblo. Una “castaña” de vino—dieciséis liiros—unas latas de galletas yun poco de propaganda, era scl)rado para organzar bailes extraordinariamente animados. En algunos la “castaña” se repetía y hombres y mujeres parecían haberperdido el centro de -gravedad y andar en su busca; no

pocos, hasta a gatas.Sólo tuvirn,os que lamentar, por aquel tiempo, un he

oho desagradable: la disolución de la Peña Bélica. ¡Fuéun día, aquél, de honda tristeza! ¡ Tener que. separarnos,los que tan unidos hahíanios estado, fué cosa que nosllenó de pesar! Llegado el momento, algunos se enlerilecieron y dejaron aparecer las lági’i!nias. ¡A mí me entróhipb! Y aún al recordar aquellos iistantes ‘en que, enlas afueras del pueblo, despedí, con besos y fuertes abrazos, a mis comtpañeros que marchaban, me siento terriblenirnte emocionado. El Puente del Guadarramu, Escalona y Torrijos fueron los lugares ido su destino.

Encontránclunir, entonces, solo, traté de hacer másllevadera ‘aquella soledad. Para ello y en cuanta ocasiónse me presentaba, empecé dar conferencias en favor deCanarias. Esto me distraía cii mis horas opensas alaburrimiento y me llenaba -de esa satisfacción que produce el deber CUJmD)lido. ¡ Eran tan pocos, por aquellos j.me—bbs, ‘los que conocían, ni de referencias, a mi PatriaChica! Así, ‘cuando en ejercicio d mi ministerio—poe—que yo lo consideraba ya como un ministerio—-les hablaba de las cosas isleñas, de la bondad del clima,, delo especial de su agricultura, de Jo sabroso de sus frutos,

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de la belleza de sus niujeres.. a gente me escuchabacon curiosidad y placer. Y. cori aire atontado, con carade no entender una paIahra cuando inc refería a lascosas típicas: al “mojo con morena”, al “ron y carajacafl, al “timple majorero’, a la ‘farra de siete. días”...Todo ésto resultaba un poco complicado para éllos, pero,

a fuerza de explicaciones y de alguna que otra demostiac’ión prctica, deiitro de las posibilidades (le la Tierra,lIe.gahaii a comprender, gustar y añorar, Un viaj e aAfortunad as.

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LA TOMA DE TOLEDO A DISTAÍVCIA

XI

Había llegado la hora del ataque definitivo a Toleco.tM Alto Mando nacionalista tenía decidida la- liberaciólide la histórica ciudad y la cte los heróicos defensoresdel Alcdzar. Para ello, durante todo el día, estuvo aciimulando fuerzas en el frente. Mi escuadra, compuestade nueve hombres, fué destinada al Puene ddl Guadarrama, a cinco kilómetros de Toledo, para garantizar elpaso por la vía férrea, de trenes cargdos con fuerzas deRegulares y Tercio. La actividad y el entusiasmo se hacían notar en todas partes.

Cerca ile las ocho de la noche se cumplió el oI)jetiyo militar. La noticia se divulgó rdpid-ameiile. A nosotros llegó pocos instantes después, y, en nuestra emo—ción, hasta nos parecía oir el tañer de la monumentalcampana toledana. ¡ Claro que fué apreciación equivocaçla de nuestros sentidos sugestionados! Pero, no es de extrañar el fenómeno si se tiene n cuenta que, durantemuchos días, Toledo y su Acázar, fueron la obsesiónde todos los buenos españoles. Y que, el saber que la histórica ciudad, que viene a ser mWeIma de nuestra Pa—Iria y Raza, en poder de manos ofensoras, y a un puñadode valientes, hombres y mujeres, refugiados en el AIcd-.zar, autores de la gesta anis sublime de heroicidad ymartirologio, fué algo que pesó t-erribternel1te, on presión de angustia, en el corazón de cada uno de los que

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sentíamos, como en nuestro cUerpo mismo, las desgarraduras de nuestra España.

No éramos hombres, los destacados en el Puente delGuadarrania, capaces de demostrar nuestra alegría conaspavientos de niño chico. Bailar, cantar y palmotear,está bien, ¿quién lo duda?, pelo, cuando el acompañamiento es adecuado a las circunstancias. Y, nosotros baitamos, cantamos y patmoteamos, pero, antes tuvimos elbuen acuerdo de buscar el complemeirto necesario paraLa alegría de los hmibres. Y, lo encontramos en el ricovjnazo” de don Sebastián Generoso, industrial de aque

llos alrededores, que sabía licer’ honor a su comprometedor apellido, Don Sebastián nos invitó y nos conté suodisea.

Su comercio lo tenía en. Eruste. Era feliz y su posición dsahogada. Pero, un día, las hordas rojas t.omaron posesión del puello. Fué entonces éuando empezaron los sufrimientos del señor Generoso. Primeramente,los rojos, se adueñaron, con promesa del más exacto pago, cte todos los artícuos del con.ercio de don Sebastián. El hecho no podía ser considerado como gracia,porque maldita la que lelia, pero, el pobre D. Sebastián,tuvo que sonreir y hasta mostrar cara de agradecidocuando le dieron el valle contra entrega del cual, segúnle anunciaron, cobraría oportunamente. J)entro de i& desgracia. don Sebastián no se mostraba muy apesadumbrado, pues, aún en la caja, le. quedaba suficiente efectivo para no tener que J)reocliparsc’ del porvenir. ‘Pero, heaquí, que no ‘tardó mucho tiempo en verse sorprendidopor una nueva visita de los dirigentes del pueblo.

¡Pero si ya no me queda nada !•—-se adelantó a decirles el señor Generoso.

—‘Desde luego; a la vista no le queda nada; perocomo en la Caja guarda unas cuantas miles de pesetasy a nosotros, en este preciso momento, nos hacen falta,e rogamos que nos las facilite, en calidad de préstamo,si es que le merecemos confianza.

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Fué tan grande la impresión sufrida ior don Sebaslitio, que en un triz estuvo iio• cayera redondo al suelo.Quizá lo mantuviera rígido el entrecejo de sus interlocutores y la manera particular cori que acariciaban las culatas de sus pistolas. l)on Sebastián, como un autómata,sacó la llave y abrió la caja. En éila etaban, en per

- recto órden, seeuta mil pesetas Los visitanfes, pausadamente, sin prisa, las tomrün, las contaron con seriedad de cajeros de banca, le entregaron al anonadado señor otros nuevos vales que representaban el total de lacantidad y se marcharon -tranquilamente, ccmo si hubiesen realliado la mts corriente operación mercantil.Así le había llegado a don Sebastián la ruina, según élmismo manifestaba.

—Ya no volveré a ver las sesenta mil pesetas!—nosdecía, condolido, a nosotros.

—No se apure, don Se’bastián!—re1icaba FrascoBravo, ya en condiciones, por la cantidad de vino ingerida, de solucionar toda clase de dificultades—. ¡ El asunto se arreglarí! En cuanto yo le eche la vista encimaa Largo Caballero, canj cará por efectivo todos esos vales que usted tiene! ¡ No le quepa duda!

Y, don Sebastián, complacido, ante las esperanzasque le daba Frasco, sacaba nu&vas botellas que nosotros,sin remilgos, íbamos liquidando entre cantos y bailes.Así, hasta que nos considerarnos impotentes ‘para continuar ceebrando la toma de Toloclo.

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+ +- - - ‘y--

J)ESAXDANDO EL CAMLVO

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Por orden de nuestros jetes retornamos ! pueblo deDomingo Pérez. Nuestra primera visita a este pueblofué corta; tan corta que apenas duró una hora. Así, só

a nuestro regreso, pudimos apreciar la bondad de susvecinos —— ¡ de los que halían quedado después de lamarcha de dos rojos! — los gi-aiides sufrimientos aque estuvieroi sometidos antes cte llegar nosotros potprimera vez. Y eso considerando la intervención enéngica y decidida, en los momentos más difíciles, cliii Alcalde, elemento de izquierdas, que e opuso a. los (les’maIlesde las hordas saivaj es y que representó providencial salvación en no pocos casos. No. ot)staI1te, se cometieronhorrorosos crímenes cii las personas de relieve del lugar.

lIna de las familias más castigadas fuó la de Olmedo. Doña David Ohnedo y ‘doña Adriana Sésichez Cabezudo, cuentan, con voz velada aún por la enoción yel miedo, los trágicos días pasados. El diputado señorOlmedo, hermano y esposo, respectivamente, de las dosseñoras, fiié asesinado, junto con dos hijos, ante la vista de aquellas pobres mujeres, sin que les moviera conipasión, ni hicieran caso a las demandas (le piedad que

- hacían, arrasiréndose por el suelo, (lesliechas en llantoy desesperación, en unión de dos hijas de la víctima,Cármen y G’loria; dos señoritas. Al contrario, los veraugos aún extremaran su crueldad tratando de abusar

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de la llamada Cáhuen matijar que consideraron apetitoso dada su gran belleza — pero, ésta, mujer vaHente y enérgica, verdadero tipo de mujer española, generosa hasta la exageracion por propia voluntad, pero, iiidomable ante las imposiciolles, se defendió con tal liravura que aquellos mlvados tuvieron que dejarla porimp osibhir..

No lueron el señor Olmedo y sus aos hijos, las unicas víctimas. También cayeron en aquella ocasión donJuan Garrido Gómez de las Heras, alcalde que lué y jete local de Falange. Persona prestigiosa que figuró encandidatura para diputado junto con José Antonio PH-mo de Rivera, Ruiz de Alda y tros. El cura fué otra de.las víctimas. Murió, según cuenta el ama, a golpes dehacha y quemado en una hoguera ¡Criminalidad refinada que horroriza e indigna!

Pero hi.en dice el reÍrin: “La justicia de Dios noduerme”. Los autores de tan horrendos hechos cayeronen fa redada que se les preparó y; convictos y, confesos, fueron condenados a muerte. Un pelotón fué el encargado de cumplir la sentencia. Formado ante óllos, sepreparaba a ejecutar el mandato de la Ley, cuandoCármen, la •hijá de!l señor Olmedo, hizo su aparición enci Iugar Llegó, aunque muy pálida por la emoción, tranquEa y digna. Ante el asombro de los presentes, aque

• ha señorita, tan fina y delicada, solicitó mandar las fuerzas que iban a fusilar a ls asesinos de su padre y sushermanos. Entre el grupo de condenados también se ezicontrahan, con sus caras de bestias estúpidas, los que

• quisieron abusar de élla. La extraña petición de la jóven hizo dudar y hasta iniciar una negativa, al jefe dela tuerza. pero, al insistir élla y cpmplelldCr las rizones que la movían, accedió a la scfiicitud. Entonces, Cármen, con gran serenidad y gesto de heroína, sin que unmúsculo de su cara se coritraj era, erguida y seca corno

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fiel epreseiitaeiii de la Justicia, dió la voz de fuego!y vió, irnlpasiliie, corno los cuerpos de aqu]1os que hahían llevado a su casa, haea shYrnpre. la (lesolaciólI ladesgracia, caían para no levantaise nuís.

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TiPISMO DEL PUEBLÓ DE DOMINGO PEREZ

XIII

El Antón es un lechoncito que se suc4ta por el pueblo, durante un año, ‘para que. los vecinos de 1)oniingoPérez, lo mimen y Ib cuiden. Antón, ‘que pronto secuenta de sus privilegios, carupa ii sus respetos, a’busa de la hospitalidad y comete todas las fechorías quees capaz de cometer un cochino ‘malcriado. Sin embargo, ni uno sólo de ios vecinos del pueblo tendría el abcvimiento de jugarle a Antón, una mala partida. ¡ Antón,es “tabú”, para todos durante el año! ¡iAl año, Antón,dista mucho cte ser el lechoncito travieso de los prime.[‘OS tiempos. Ya estc hecho todo tui señor cerdo con elatractivo de una ‘buena cantidad cte kilos. Es entoncescuando termina ‘la vida privilegiada del animal. Los cío—ce meses de mimo y regodeo no le sirven para otra cosa que no sea el ser rifado entre los ‘vecinos y sacr.iíicado, por parte del favorecido por la sunle. en ara ilela gastronomía. Pero, antes cíe ser convertido cii morcillas, chorizos y en cuantas cosas es prúcticoinente ceiivertibje el cuerpo de un cerdo bien cuidado, el vecinoque se o llevó, estd en la ineludible obligación de lazizar a la calle otro Antoncito, para que pasado’ otro año,sea el principal número de los festejos del pueblo.

Por esta vez, nuestra estancia en Domingo Pérez, coincidió con el sacrificio de Antón. Las fiestas no cedieret

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en entusiasmo a las de años anteriores, pues la gentequiso celebrar, cii ese .dí, la liberación dci pueblo. Hubo ]ailei en la i»iaza, las mozas se adornaron cori susmej ores galas y en las casas iarticulaieS se obsequió esiéndidamente a todo e inundo. Y corno siempre se hizoobligatoria la visita a cada casa en donde el visitante,por lo menos, tenía_que aceptar una cepita de “hogaño’.¡ En mi vida he visto una costumbre mus simpuítica!

No ‘puedo recordar las veces que visitamos tas casasriel pueblo; lo que sí recuerdo perfectamente es que llegó un ‘moninto en que no pudimos seguir adelante y nostuvimos que estacionar en una de éllas. Fué, P° suerte,en la de Rorni, Cuírinen y Catalina. Tres amables y guapas mozas que se desvivieron por hacernos pasav unashoras felices. Allí comimos y seguirnos bebiendo. Unasopa de ajos una formidable ‘paea, regado todo, copiosamente, con el “vinazo’’ castellano, repuso nuest.rasdebilitadas fuei zas y nos convirtió en hom]res con energía y decisión. Cómo por lo visto les gustaban a las gocridas, bellezas! ¡ Qué bien lo pasanos! ¡Y, iensar (Incva. segui’aiirnte, no me volveré a encontrar muís, el lía(le Antón, en Domingo Pérez 1

También este pueblo, coruo tantos otros, tiene su caso raro para atracción de forasteros. Desde luego, no esiii la muj ce de dos cabezas v por desgracia para quienla tenga que soportar, con dos lenguas; ni el ‘hombre, concabeza de ciervo; ni el niño, con un sólo ojo; en fin, nosr b ala de nada corriente. Se trata de un hombre animal.¿.,.jué sruí?—esloy seguro que exçl’amará el lector—Va—Vum un caso curioso 1. Pues a fe, que hay hombres am—niales, y muy ai.iiçinales, sin que nadie ‘se ocUpe de él] os!Efectivamente, amable lector, la cantidad de hombres,aIu;lllales supera a todo cilcuio, ahora, que tan animal(01110 el del puelilo de [)(Ynflngo Péaez, puedo ‘asegurar,sin temoi a equivocarrn, no hay ninguno. Y conste, queiiú ]o digo ¡mr su inteligencia la que he llegado a su—

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poner más aventajada que la de ‘machos de sus congéneres; lo digo, porque,. el hombre a que ‘me refiéro, noquiere convivir con los demás hombres bajo ningún concepto; prefiere, para eso, a los animales irracionales. EsLo por si sólo, adem4s de convertirlo en el caso más extraordinar-io de nuestros tieinpos, dice mucho en su favor! A él que no le hablen de señores encopetados, detoreros, ni de futJolitas; a todos los despéecia con oiíírpico gesto. Sus relaciones on las damas n son ni másni menos cordiales que las que mantiene con los hom-bres. Para él, no existe ni vedettes, ni chicas de conjunto. Son poca cosa comparadas con las cabras, ovejas, gallinas, conejos, “guarros’ pavos’ ‘penos y demás, queque tiene en el corral, con los cuales ‘come, vive y duerme. Sólo los abndoria para buscar el alimento. Con éllosúnicamente ‘mantiene conversación. Su fortaleza física,a pesar de sus sesenta años, nada tiene que envidiar lade un ‘camello en su apoeo.

El médico del pueblo dice que es el caso de locuramás feliz que él ha visto en su vida. Vaya usted a saber

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EL CUENTO DE IL4OTO

XIV.

Maroto era el potentado de la comarca. Y, natural-.mente, como persona adinerada, los rojs tenían gran interés en celebrar una entrevista con él. Porque, aunqueparezca mentira, a los comunistas les gusta.conversar conlos hombres que tienen dinero. Pero Maroto se efiteró atiempo y rehuyó la visita. iNo estaba para visitas! Claroque los rojos pretendieron salirse con la suya. Buscarona Maralo hasta en la entretela de las americanas que elpobre hombre había dejado colgadas en las perchas desu ropero, pero no dieron con él. ¡Triunfó Maroto enaquel aM.n, de éllos buscar y él rehuir la visita! Y, fuénatural que así sucediera porque. Maroto, estai)a perfeotamente entrenado en eso de rehuir. Lo acostumbraron aello la multitud de “sablistas” que siempre estaban en suacecho.

El tiiuiifo de Maroto, sin mbaro. en estaocasión,no ‘le costó barato. Y rio fué con respecto a] bolsillo, que

continuó inalterable, con él mismo número de pesetas;fué con respecto a su salud. Los das meses que se pasóencerrado en un sótano, sometido al constante temor deser descubierto en cualquier momento, le produjeron talsobreexcitación nerviosa que, aún hoy, después de mu-olios nieses de estar la ‘comarca en poder de lo nacionalistas, Maroto, de ve en cuando, e iente invadido

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• por lgo sí como manía persecutoria. Por el miedo de.que los rojos cumplan su promesa de visita!

Undía, Márot.o todo sudoroso y bufando como unbuey, a pesar de viajae en automóvil, trajo la alarmante nueva de que tres mil rojos habian atravesado el río,

- por Maipica, y se dirigían sobre el pueblo de Me1segar,aquinCe kilómetros de Domingo Pérez. Recuerdo que setrataba de. un .domihgO: el día de la semana que mejor

pasíbam&s. Acudimos a misa como siempre, la oímoscon gran recogimiento y fervor, con el gran sentimientoreigioso que se había d’espe’tado en nosotros, y después,como si estuviéramos en nuestra tierra, esperamos, en la

‘puerta de. la igLesia el desfile del “guayaberío” de muybuena calidad, por cierto, en el pull)lo de Domingo Pérez.Cumplida la fórmula dominical, aquel día acordamos,los integrantes de nuestra camarilla, a:cudir a casa deTeodora, la vendedora d.c carne de cerdo y chorizos, ycelebrar una fiesta típica canaria. Una vez allí, “desafiojados”. se procedió a condimentar el menú que, lógico,era esencialmente canario: “mojo y papas a.rrugús”. Atuó de jefe de cocina, Laureanoei CociII?ro, de ayudantes, Ignacio. y Antonio Canteo, y ‘de piiiolie, Manuel Pccera. . .

Sentados a la mesa estábamos, saboreando aquelloque nos traía recuerdos de nuestra tierra tan lejana,cuando llegó a nosotros la noticia de Maroto. La emoción fué extraordinaria entre los comensaleS. Tres milrojos y posot.ros que éramos ochenta hombres escasos!¡ Dudo que. quedara uno sin que se le cortara la digestión! Yo, por mi parte, con t,da sinc.ei’idd lo declaro, fuiel unís emocionado porque sólo me atraganté con lostres mil rojos, sino también con una fomidable “papa”que en aquel momentol tenía an la boca dándole vueltas

para enfriarla. ¡ Creí mor’ir por asfixia! Perera, con. granpresencia de áni.rnlo, me salvó la vida. Gracias al formi

aable cogotazo que me dió, la ‘papa pudo seguir ii ca•mino!

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En un instunte, nuestra centuria estuvo preparada en marcha al enhuentro del enemigo. De los 3.000 rojos! Ni. uno sólo de nosotros tenía cara de miedo. Todosíbamos entusiasmados y decididos a pesar de que el asuhlo podía llegar a reveslii araeteres de verdadera catrístrofe. Porque la verdad, no era proporción muy halagueña la de ochenta contra tres mil.

En poco tienipo recorrimos los ocho kilómetros quenos •separaian de Eruste, pueblo que se encontraba arrtes de Mercegal. Por la canetera nos encontramos unaverdadera caravana de gente que huía. Había circuladova la noticia de los tres mil ro)os, y ancianos, niños ymujeres de aquellos cuntornos, se alejabair para no verse sornetidos a su salvajismo. ¡l)aba pena ver aquellamasa de seres indefensos desplazarse de sus hogares conel terror reflej ado en. us rostros!

Cuando llegarnos a Eruste, el puebló estaba verdaclerarnenf e alarirnado. Todo era confusión y carreras. En loalto del campanario, Teodoro el de “bebedero”, volteaha desesperadanientu las canipanas llamancloal vecinclaiO para que se aprestase a la defensa. ¡ Bien se conocíael paso de Iaroto!

Maroto, en su carrera despavorida sigui hasta Talavera de la Reina a donde llevó también, con toda clase, de aspavientos,, la noticia de los tres mil rojos. Deallí. ante tan alarmante nueva ordenaron lá salida, con -

toda urgencia, de fuerzas que pulieran auxiliamos. También de ‘Torrijos se elevaron ocho aparatos con el mismo exclusivo objeto. La conmoción era general en muchos kilcTirnetros a la redonda. Y, sin embargo, todo resul16 una falsa affarma. Un cuento de Maroto nacido de sumiedo, convertido ya en enfermedad cónica, ante la obsesión que padecía de una posible visita deaqueflos quese la ofrecieron ya hacía mudhos meses.

i)e todo ésto sólo nuestc centuria, mandada por’ Do-fi

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mingo Maos salió ganáieiosa al ser f€1ieit.ada, por sudecisión, por el Alto Mando, y tarnbiéii por la prensade Sevilla, la que hacía randes eioios de nuestra di

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LO QUE PUÉDEÍV PiÓPÓRCIÓNAJl bOSClÉN7ÁSCINCUENTA PESETAS

xv

Después de haber estado haciendo labo tranquilizadora, entre los que habían abandonado sus hogares yb.uÍdo ante los tres mil rojos imaginados por Maroto regresamos al pueblo de Domingo Pérez. Fuimos recibidoscomo los héroes. En todas partes éramos obsequiados yagasajados. Corrió el vino a raudales ¡ Nosotros nosdejamos querer!

Con respecto a mí, se repitió un caso que ‘ya e traíapreocupado, de otras veces, por no saber qué explicaciónatribuirle. En cada casa del pueblo a que llegdbamos,mientras a mis comipafieros les servían una sola copa- devino, a mí, sin embargo, me traían cuatro o cinco enuna bandeja. Esta distinción llegó a confundirme. No laveía con buenos ojos porque consideraba que mis compañeros podrían ofenderse y con razón. ¡ Bueno estabaque me ‘%raj eran cuatro o cinco, pero, con cuatro o ‘cinco.para cada uno de los drnás! 1or fin, con buenas palabras y en contra de mi gusto, naturalmente, me atretd protestar. Ante mi protesta, la señorita que en aquel moniento nos i’b a obsequiar, Cármen Olmedo, replicózumb6na:

Pero. Prndencio, no te apures! 1 Si no se trata dedistinción! ¡ Lo hago ‘sólo como medida prácLica paraevitar el levañtarme cuatro o cinco veces!

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Acompañé la carcajada general a que dió lugár iarespuesta, como s’i la cosa no fuera conmigo, y procuré encauzar la conversación por otros derroteros.

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A. la mañana siguiente recibí de Las Palmas. un girode doscientas cincuenta pesetas. Qué emoción cuandose reciben. pesetas inesperadas! Generalmente, es tanta laaJegría que lo prii.nero que se le ocurre a uno es cele-bar tan J.aus’to acontecimiento. Claro, que, en no pocasocasiones esto representa quedarse sin las pesetas. Pero por esta vez no ocurrió así. Y, no fué porue dejarade celbrar la llegada de las 250 pesetas; al contrario.lo hice dignamente y conmigo casi todo el pieh]o. Peroes tan barato el vino en esta tierra que, después de beber todo Id que quisimos, que no fué poco, cuando fuia hacer recuento de fondos me encontré conque sólo mehabía gastado quince esetas. Así dá gusto

Lo de los oincupnta duros corrió por e] pueblo comoreguero de pólvora. i?arec.ido a como circulaii por n.dpaís las malas noticias. AsI se entró todo el mundo deiiii “canibio de fortuna”. Y, no fué eso lo peor, sino que,por más que quise í]isinnilarlo, para evitarine molestias, no pude. Hubo hasta quien al yerme uñ poco retraído, actitud que tuve que adoptar para defenderme delos “sablazos”, me dijo molesto:

——Chi’co, indudiblemenl,e, se te han subido a la cábeza los cincuenta duros!

1stoy convencido de que mal lo hubieran pasado laspobres pesetas, a pesar de la baratura del vino y de miactitud conservadora, si mí guapa amiga Cármen, ente-rada tanbién de lo que ocurría no hubiese decididoconvertirse en mi administradora. Qué bella y buená administradora me deparó la suert@! ¡Fué or lo único queentí el fin del giro y el no recibir otro! ¡Resultaba tanagradable seplirse administrado (le aquella manera!

Todos los días acudía a casa de mi amiga para recibirde sus manos la cantidad que ella consideraba necesaria

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para mis a(Jciones de las veinte y cuatro horas.—--Vamos a ver ¿qué &piensas hacer hoy ?—me pregun

taba cori cara cte pretendida y no lograda seriedad.—Pues verís. Prr:iiniero ir al cine, después al teatio y

por ú)1t.mo al café.

—Me parece muy bien. Pero que muy bien. Ahoraque, como ni hay teatro, ni cine, ni café, con dos :pesetas tienes más que sobrado para vino.

Y, no me daba ni una más, y yo tan contento y sa-tisi’echo. ¡ Lo que pueden las mujereS! ¿ Quién me huhi—ra podido decir que, con dinero, (me iba a éonfomar condos pesetas diarias? Nadie. Fué entonces cuando lógrécninprender a muchos maridos que hasta ese moment&eran inomprensib1es para mí. A esas que. recibéii, desus mujeres, por cuenta gotas, el dinero para sus pequ..os gastos, con la obligación de ajustar euentas al .

greso de la calle. -

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CA Ti STROFE QUÉ NO LO FUE.

xv’

M acostaba temprano y me levantaba con las primnras luces de la aurora. Además, procuraba’ hacer vidatranquila. f0J0 esto por prescripción facultativa. Mi sistorna nervioso, a fuerza de choques emotivos, estaba ensituación deplorable y el médico me aconsejó, placidezteniperarnental Algo así, como ordeñar vacas de madrugada y, por el día, coger rábanos en la finca. Claro queesto no se avenía con mi manera de ser ni mucho menos, pero, el rhiedo a las con plicaciones que me anuncióel galeno, con cara de funeral, me hizo doblegaeme. Biendice el refrán que ‘iniedo guarda viña’!

Una de aquellas madrugadas ei que esperaba, comoioipre, l derrota de las tinieblas nocturnas en su rotidiana batalla con la luz del día, sonó, nervioso, el fienbre del teléfono del Cuartel (le Falange. Eran las seis dela mañana. El frío muy intenso. Llovía a torrentes. Nubes rasantes invadían el pueblo en una extensión de uikilómetros. Me PUSO a la escucha y recibí la conlunicación, Se trataba de una catástrofe ferroviaria ocurridaen las cercanías de Carnches. pueblo a nueve kilómetrosde Domingo Pérez, por choque de dos trenes. Dj la vozde alanma y, a los pocos momentos, salíamos en automó‘vil hácia ci lugar del suceso, con objeto de prestar ioauxilios que fwran necesarios.

El espectóculo que se presentó ante nuestros ojos, ala llegada, no fué nada tranquilizador. Uno de tos trenespermanecía en perfecto estado, pero el otro estaba con-

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ertido en un monLón de hierros y astillas. Pronto flOS III-formaron de la manera que se produjo el accidente. Losdos trenes seguían la misma dirección. De repente, seguro por confusión en las señales, el que marchaba aretaguardia, que era un tren hospital, lleno de heridos, seprecipitó sobre el que leprecedía que era un mercancías.El encontronazo fué violentísimo. Menos mal que el quesufrió las consecuencias fué l mercancías. De ser locontrario, las víctimas ente los heridos hubiesen sidonumerosísirnaS. Así sólo hubo que lairnentar las pérdidasarateriales y el consiguiente susto. ¡No hubó ni dna solaibtima!

Por nuetra parte, los canarios que acudirnos, nollevamos una sorpresa. Sorpresa, que por la frecuenciacon que se producía, debíamos dejar de catalogar comotal. Nos encontraimOs con que el jefe del tren hospitl eraun conocido paiano nuestro: el sargento Pérez Junco.Una. vez mÓs pudimos comprobar que la colaboracióncanaria al tmovimiento nacionalista, ha revestido caracteres excepcionales. En donde quiera que ha sido necesario, en. os sitios mís inverosíluiles, allí ha aparecido elcanario patriota y de buena voluntad, dispuesto a todaclase de sacrificio n favor de España.

Durante unas cuantas horas trabaj aimos con gran actividad para limpiar la vía de obstáculos. Antes, sacaiposlos heridos del tren y los trasladamos a la estación endonde quedaron perfectamente atendidos. Terminadanuestra dura tarea regresamos al pueblo cansados y maltrechos, llenos de lodo, pero contentos porque el trabajar para la Patria no. nos pesaba.

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EL DiABLO BOJO

XVII

En el local de Falange, en Domingo Pérez, teníamosnuestra correspondiente radio. Yo era uno dr los aficionados a dHa. A veces, cuando se ‘portaba bien, cuandome proporcionaba la audición limpia de ruidos desagradables, la trataba como a un verdadero amigo—; hasta lahubiese invitado a la taberna de enfrente !—; pero cuandose hacía insoportable, con pitos, zumJ3idos y tabl’eteo deatmosféricos, la hacía ‘callar y le volvía la espalda despectivainente.

Una noche, la radio d’e Falange, estaba coimplaciente. Se estaba comportando ‘como nunca. Me “servía” lasestaciones como por teléfono, sin averías. Yo estaba entusiasmado. Además, sentía l enorme satisfacción deque mis compañeros me hubiesen dejado sólo sin mportunarme, para que localizara. ésta o aquélla estación.De repente, y cuando mAs abstraído me encontraba, unasombra se acercó. Vaiiios—p.ensé----, ya tenemos el primer “pelma”! Pero, no; la sombra se sentó a mi lado yse estuvo quieta. Semejante conducta me llenó de éxtrañeza. Era tan raro que ningún compañero tuviera quietud y silencio, aunque fuera por unos instantes! La curiosiclad me impuisó a levantar la cabeza y a mirar almisterinso acompañante. Me encontré con unos ojos relujmhrantes como los de un gato, que estaban fij os en losmíos, Traté de reconQcer el rostro que’ correspondía a

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queIlos ojos, pero pronto saqué el convencimiento deque era la primera vez que lo veía. Por un momento tuve intenciones de alejarme dr la radio. La “pinta ‘ driindivíduo ne intranquilizaba. No obstante continué con

• ]os mandos del aparato sin perder de vista a mi vecino.Parecía corno si mr- tuviese hipnotizado. Por fin llegóBenito de la Concha que, llamándome aparte me dijo:

• [t sabes al lado de quien estás sentado?

— No !—repliqué.—Pues, al lado de un condenado a muerte, que va

a ser ejecutado dentrq de unos instantes. -

me dices ?—-exclamé sacudiendo los dedos. ¿Y lotienen así,. corno si se tratara de un ‘pacífico ciudadano?¡ Bien podían haberle puesto un letrero en la frente, porlo menos!

Ajandoné la radio y me alejé de sus proximidades.Desde lejos seguí contemplando la tratiquiÍldad de aquelindivíduo qu, sabieudo su próximo f-in, seguía, con tanto cui1ado el “canto flamenco” de la estación que habíaquedado localizada.

No Lardé en encontrarme d’e nuevo al lado. de aquelextraño sujeto. Esta vez •no fué corno radio-escucha. Iuéformando parte del pelotón que lo conducía a las afueras del pueblo, para ejecutarlo. Ya tení.a noticias másexactas de la condición d’e aquei personaje rojo. Era individuo extiaordinariairnente peligroso y capaz de todafechoría.

En un automóvil recorrimos los tes kilómetros quenos separaban del lugar de la ejecución. Mientras nosotros íbamos pensando en la misión que se nos había encomendado, el détenido con una tranquilidad ya dentrode los límites del cinismo, fumaba indiferente. Cómo sise tratara de un paseo con varios amigos!

Llegamos al sitio determinado y paró el automóvil.ruando nos disponímos a hacer descender al reo, ésteçon gran asombro y sorpresa por nuestra parte, dió unfantástico salto y salió corriendocomo al-ma ‘que lleya

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el diablo. Respuestos al instante, todos disparamos sobreél, pero, ni un sólo tiro hizo Jjlanco. Lo perseguimos siimpre haciendo fuego, pero, aunque le aplicamos los farosdel auto, los burló y desapareció d’ nuestra vista en cuan

to pudo, alcanzar los oliyares ceroanos.Durante dos horas estuvimos busctmndolo por aque

llos alrededoi’es A pesar de lo que significaba estar registrando árboles y matorrales durante tanL tiempo, ionos sentíamos cansados. La rabia’ nos sostenía! Por fin,viendo’ la inutilidad de nuestros sfuerzos, unís pofitepor la obscuridod de la noc:he,decidjmos dejar la buscapara ‘el día siguiente. EsLo, ante la seguridad de que 10sería imposible escapar, pues, e cuanto quisiera salir delpequeño bosque, sería capturado por restar tomadas pee.fectamenfe, las medidas para lograrlo. Pero estaba visto

- que, en aquella ocasión, nada iba a suceder como habíasido pensado. Y, así, a ‘pesar de que la batida duró durante todo el día, no pudimos dar eon aquel rojo del que yohe imaginarlo algunas veces pudÍera ser el Diablo en persona.

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DE UN PADRE MALO UN ¡ii/O BUENO

XVIII

De los episodios que me impresionaron durante lacampaña, el que más, fué el que voy a referir. Difícilmente lo olvidaré nunca.

En Falange de Domingo Pérez militaba un muchachoque, por su conducta ejemplar, era querido por todos suscompañeros. Adomás, erdadero falangista, sentía el cre-,do de Falange con todo el corazón. Siempre estaba dispuesto a la cooperacóii voluntaria y allí, donde habíaque prestar un servicio de peligro, nunca faltaba él.

Para limpiar de rojos los alrededores del, pueblo, dirante varios días, se estuvieron dando batidas con muybuenos resultados. Los que no huyeron a tiempo fueroncayendo en nuestro poder poco a poco. Uno de aquellosdías, por<una confidencia, se nos puso sobre la pista deuno de los rojos iiás peligrosos de la comarca. Y, daba ladesgraciada casualidad, que aquel individuo era precisamente el padre del falangista, cien por cie)a, como hoy sedice, de Domingo Pérez, Nosotros, que conocíamos bienal camarada; que sabíamos de sus buenos sentimientos yde su bonlad como hiju, sentimos de veras aquella circunstancia. ¡ Era triste que la maldad del padre, lo cola-cara frente a la bondad del hijo! ¡Y qué fueia este ñltimo, por su condición buena, el que soportara todo el peso de la tragedia!

Procuramos que el hijo, ignQ’ante d toçlo hasta

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aquel momento, no formara parte del pelotón que tenihque realizar la captur’a del padre. Quizá, al marchar hácia el lgar ‘en que se ocultaba el hombre roj o y ante lamagnitud del drama que se preparaba ninguno, de losque foriiábamos prte de la fuerza dejara de albergar elíntimo deseo de que, cuando llegáramos, aquel homiremalt que tantas fechorías había cometido, pudiera escapar. ¡Todo para evitarle al ‘pobre hijo, tan querido de -

todos nosotros, el trágico desenlace de la terrible circunstancia! Pero no sucedió. El padre cayó en nuestro poder y’el hijo no tardó en enterarse de cuanto ocurría.

Fué condenado a muerte como no podía menos desuceder dada l historia negra que e’saha sobre él. Conabsoluta indif’ereñcia acogió el reo la fatal noticia. ¡Nisiquiera, ei esos instantes en que.generalmente se aiblandan los corazones más duros, hizo la más leve alusióna su hijo! Este, sin emibargo, aun sin saber la completarealidad, parecía reflejar en su rostro, triste, el presagiodel fin de ‘su padre. -

Ligada la hora de la ejecución nadie se encontrabacon arrestos necesarios para comunicarle al hijo, ierdadera víctima, la noticia. ¡ Era muy duro aquello y nosotros esbíbamos destrozados por el sentimentalismo! ¡ Nolo podíamos remediar! Pero, por fin, álgui’en se clecidiy el desgraciado camarada, con la gran entereza qu debe distinguir al falangista, llorando interiormente, sMosolicitó una concesión que puso de relieve sus buenasdotes filiales: la de que, una vez dumplida la seIiteIh!a

le fuera entregado el cadáver de su padre para darle rristiana sepultura. Así se hizo.

Fué el momentd más ernocionate de todo’ aquello. Elver aquel hijo bueno abrazado al cadáver de su padre,tan malo en vida, fué algo que nos oprimió de tal manera el pecho que éste hubiera estallado d’e no ser por laslagrimas qu’e llenaron nuestros ojos y. que ingenuamente

tratjpç de disimular.

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EL PORQUE DE MI TITULO NOBILIARIO’

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Pocas personas son las que están enteradas de mitítulo de Barón. Y, se conat rende que asi sea, si se tieneen curnta rn.i carácter pnco dado a la ostentación. Sencillo nor tenermento, prefiero pasr desapercibido enLodas partes. Quizá influya en ello mi exorriencia sobrelos inconvenientes de la popularidad. Debido a esa populariciad. pccisamente, hoy me rodea una fama de gustador de placeres de Baco que en Cealidad es una exagera‘iÓD. No iuiero decir con ésto que me deje de gustar unmedio “whiskv” de vei en cuando. Pero. 11o que sí puedo asegurar es que, este gusto, no lo tengo ni más ni meios acentuado que tantos otros conciudadanos a los aueno se les tema en cuenta r no ser tan populares ccmo yo. Yo creo cue, en ‘este sentido, mi caso es únien.Basta ene, en cualquier ocasión, uno de los tantos miles de amigos que tengo, me 1vea tomando una copa, ui)agola, para que a la media hora, por habérsele soltado lalengua al señor, toda la ciudad comente, o que estababorracho, o ‘que ya tenía sobre mis espaldas un “tablón”‘le los de, marca. Gómo si este milagro se pudiera rea‘izar con una sola copa! Y, así lctor. ha nacido mi fa-rna. Esa fama que poseo por todas partes sin que tengamás fundamento que un aperitivo bien aprovechado. Pc¿‘o, en fin, dejemos cosas que nada tienen que ver con

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lo que se vá a tratar en este capítulos y volvamos a mitítulo nobiliario.

fiorrían ya los últimos días del mes de noviembre yel frío se había hecho insoportable Grippe, bronquitis ysabañones sr habían declarado nuestros enemigos, y, adiario, nos producían en nuestras filas de tres a euatrbajas temporales. El I-Iospitt de Talavera de la Reinaae iba tragando poco a poco, a toda la centuria canariaNo .estábaimos preparados para aquella contienda y sufríamos las consedunciaS. Sin erntbarlgo, yo resistía perfectamente, pero., cdmo siempre hay algún mal pensad, h.aiía quien achacaba ‘mi condición de invulnerablea mis largas viitas al bebedero de Teodoro el Torero. Y,,todo, porque establecidos de iiuevo en el pueblo de Eruste, había, reanudado mi. amistad con el gran Teodoro. Pero, atrihúyase el hecho a lo. que se quiera el caso patente era que no había .gipe ni bronquitis que. “me entrara”.

Un día, ante sendas copas de cazalla, departíamos, unbuen grupo en la taberna de Teodoro. Se hablaba de unhecho extraordinario. De algo así como para no creerlode. no tener la seguridad de su certeza. Un legionario ha.bía realizado la proeza más inverosi,mil que pensar sepueda. El sólo, sin n:iás acompañamiento que su fusil.,

se apocleró de un pueblo rojo. El hecho ocurrió así: Sencontr&ban reunidos varios legionarios alrededor de unamesa en la qií€ había, estratégicanient colocadas, variascopas de cazalla. Las copas se retiraban vacías y regresaban llenas con haría frecuencia y los legionarios discutían. El ir y venir de la.s copas influyó en que los ánimos se caldearan y en que., aquellos hombres, pasarande la discusión a las apuestas. Por fin, una de las tantas que se lanzaron, qi.izá por ser la más descabellada,encontró contrincante. Fué la dr conquistar el autorsólo, el pueblo rojo más cercano: Coneertada salió decidido el legionario, llegó al pueblo, se metió en el Ayun

tamiento en donde había varios concejales los echó a l

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calle, salió al balcón, con la bocina del pregonero, e hizoun llamamiento a la gente de ór.deii. Poco después losescasos rojos que quedaban en el pueblo estaban en lacárcel, el pueblo era nacionalista y el, legionario hahia ganado la apueseta.

Todos los que esflhhamos atentos a la historia nosquedamos admirados. Aquel soldado del Tercio adquirió,ante nuestra imaginación, proporciones de héroe legendarlo. Consideramos que su proeza difícilmente podríaser igualada.

Se continuó apurando copas de cazalla. Quizá contanta ptofusión como los legionarios de la anécdota. Había quien ya estaba hablando por los codos. Yo, por miparte, permanecía en silencio y obsesionado prn ci hecho cementado. La cazalla es así: a unos les impuisa ahablar y a otros a callar! De repente, me levanté comopude y dije que estaba dispuesto a eular al legionariode la apuesta. Que. yo sólo iba a tornar el pueblo deMaipica. El asombro f’ué generaL Hubo quien lo tomóa chacota y inc dijo que era preferille aue en vez deMalpica tomara otra copa de cazalla. No hice caso, miré al bromist,a don olímpico desprecio, y salí, con talante digno, aunque no: muy seguro de mi estalilidad, endirección a Malpica para ]levar a caso mi loco proyecto. Más loco aún que el del legionario del cuento porque,en Malpica, habían destacadas muchas fuerzas rodas.

Diez kilómetros andu sólo. sin sentir can mio. Mcempujaba el entusias’o de un éxito posible. Al llegar’ ala dehesa conocida por “La Cabila”, ya habían disminuido en mí lds eí’ectos de la cazalla. No oistante, con gran‘ntusismo expuse a los peones do la dehesa mis proyectos y les dije que si a las seis no había regresado,dieran parte a Erute para que salieran en mi auxilio loscuatro mii hombres que estaban dispuestos. Claro estáque lo de los cuatro mil hombres era sólo producto demi imaginación! Aquella sencilla gente me miraia, hoquiabiei’ta, mucho más al ver que, para tan extraordina_

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ría empresa, iba comp1etament desarmado. Seguro pasó por sus mentes la idea de que o estaba loco o estababorracho!

Continué mi camino y llegué a la márgen del Tajo,frente a Malpica. Pronto me descubrieron los cantinelas rojos y, sin ceremonial de ninguna blase, dispararonsus fusiles contra mí. Afortunadamente no me tocaronlo que me valió poder emprender veloz carrera, para aslejarme. de tan peligroso lugar. sin que pesaraii en mis piernas los muchos kilómetrps que había hacho para llegarhasta allí. Pude alcanzr un bosque de olivos cercano ‘ya, más tranquilo, después de considerar el enorme peligro de que había escapado, torné la resolución de renuneir a la empresa. Mis intenciones eran las de convencera aquellas gentes, para que se unieran a nosotros, perovistos los iazonarnientos que habían empleado, consideré

- más convellieTile dejarlo para mejor ocasión- Fué entonces cuando me alcanzaron mis paisanos Paco Delgadó y Francisco Guerra, que habían salido en mibusca.

Cuando regresé a Eruste fuí recibido con todos loshonores por mis compañeros. CeLbraron mi vaierosa conducta y acordaron por una-ninidad, corno justa reconpensa a mi gesto, armarme caballero y nombrarme Barón de Malpica. Se llenaron todas las formalidades protocolarias determinadas para estos casos y se me pusoen posesión dJ título, que cdnsrrvo conio oro en paño.

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POR FIN CAIGO VÍCTIMA DEL REUMA

xx

Aguien dijo que el hombre empezaba a ser viejocuando las mujeres lo trataban con cierta. conf ianza y sintemor. No sé si también deberá ser catalogado entre losviejos aquél a quien no se le encomiendan determinadosservicios por consideraciones a la edad. Si s asi lo siento porque durante la campaña me encontré a veces enéstas circunstancias. Ahora que yo no lo creo. Y, no locreo porque en ese case se cuLpliría tambien, en mipersona, lo de la. confianza y el smi temor de las mujeres. Y, eso sí que no. De mí las mujeres temen y desconfían cuando e encuentran a solas conmigo. ¿Seguramente por mi cara de pillo? Ellas, sin embargo, alegancomo diseu1pb, el que mis bjos castigadores, representanuna seria amenaza. ¡Vaya usted a saber!

El frío, cada dia, se hacía más insoportable y el servicio más duro. Por estas circunstancias, mis jefes—hora viene aquello—por consideraciones a mi. edad, acordaron dejarme exento de todo serVicio. No se avenía estaVentaja con mi carácter y decidí. vo1luntaIiam.ente, compartir las guardias con nis compañeros Mi sitio favorito fué, para este cometido, el puente de Juán de Vacasdonde se vigilaba el paso de trenes para el frente deMadrid. En aquel lugar, sin comodidades de ninguna clase, las horas que no teníamos puesto las pasábamos enun miserable “chozo’ que, ni resguardaia del frío ni de

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la lluvia. Meuos mal que la leña abundaba y una buenahoguera nos hacía más llevaderas las horas de descanso!

Los puestos de centinela estaban i’ieqar’tidos por unolivar. Muy próximos los rojos estábamos sometidos alco:ns:tanbe nerviosismo que produce el saberse en iñmedialo peligro. Las nocihes, en los puestos, eran trrib1’es. Deuna parte el aire helado del Guaciarrama nosdejaba ateridos, de otra, el roce de la hojarasca a impulso del viento, el canto lento y desagradable del mochuelo, el montar¿i cerrojo de su fusil por un compañero y el sin fin dernisteriósos ruidos que se producen en a noche. todoello rodeado d impenetrabe obscuridad, era algo que nosponía los pelos d’e punta, como vulgárimentie se suele decir. Sin embargo, todo era soportable por lo que representaba de grandioso y bello un amanecer en aquel sitio.

Llanura sin límites de Castilla, tiene, allá, lejos, en el:Çondo, una cadena de elevadas montañas que corren a loargo. Es la sierra cte Gredos que pone su nota de azulambiguo entre el rojo arcilloso de la planicie y el gristriste del éielo en la temperatura invernal Al avanzarel amanecer todo parece cuibrirse de alegría y optimismo. Los verdes de la fronda, se hacen. unís vivos; los detalles de la pradera menos confusos; y, los cientos declases de pájaros—tordos, alondras, aceituneros, guiIgu’e‘ros, gorriones aves frías; hasta cigueñas, huéspedes siempre de los campanarios—eIevan la plegaria de sus cantosy el alegre aletear de sus vuelos, háeia el sol del nuevodía que va apareciendo lentamente tras los picachos másaltos de la sierra. ‘Es esp:ectácu1o de maravilla pero quedura poco. Una hora escasa, regularmente. Después, como por arte de magia todo SC esfuma. El Sol, como asombrado por su atrevimiento de mostrarse debiendo observer clausura, se hace invisible; los pájaros enmudecen

el ambiente, adquiere ese tinte gris de invierno, quéentristece el alma y oprime el corazón.

El relevo siempre se anuncia con el canto de nuestros camaradas que se acercan. Al principio apenas per

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ceptibie se va haciendo ‘mús patente conforme adelantanhácia doude estamos esperando. Entre las notas vibrantes d] himno de Falange de vez en cuando, acariciannuestros oídos aires canarios. El isleño, siempre enamomorado de su tierra, uo puede pescindir de hacer patene su sentimiento de alguna manera. A veces, cuando 4anostalgia se acentúa, le basta l lamento triste de una“isa”, para calmar los sinsabores de la ausencia.

Durante algún tiompo estuve prestando el servicioque voluntariamente había aceptado, pero un día, congrau sentimiento por mi parte, no pude levantarme de lacama. El reuma, para vengarse, sin duda, de la c6ndi-ción de invulneralYIe que orgulosamente yo hwb:ía exhibido hasta aquella fecha, hincó rabiosamente sus terrihJes comillo en una de iis piernas. Me tuve que quedar en casa imposibilitado de Lodo movimiento.

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DR/IILI1)Af)ES DE iTA NUEL PEREfiA

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Durante veintisiete días estuvo postrado en mi. camas-1ro presa dl maldito reuma. Las Píscuas las pasé sin

poderme desprender de aquel perro que tenía “pegado” auna de mis extremidades infierioros. Fueron aquellos díascta verdadera prueba! El recueiclo de otras Páscuas eli-.ces, pasadas en mi tierra al lado de los miors, era algo queme obsiesiojiaha con dolorosa tenacidad. Hacia esfuerzos•nauditos para desprendarme do aquellas visiones, que tan-‘lo m torturaban, pero. mi imaginación, tozuda, se negaba a oledecerme. Además, mi condición de inválido, enaquéllos momntos, le prestaba efectiva cooperación Asíse apo’deró de mí una terrible melancolía que ‘sólo pudecam’batir a fuerza de “vinazo”.

Durante mi ‘enfermedad, ‘1anuei P’erera, fué el encargado de atenderme. Lo hacía bien pero, a veces, susdebilidades, lo em/pujaban a faltar a su deber. Siguiendosu iupulso enamoradizo, clurane mi enfermedad, se liizo novio de ‘la Carmen, hermana de la Remi y cia la Catalina, ya co’ncidas por cli lector. El mujeriego de Pererainc abandonaba con harta frecuencia por aquella mujet.¡ Olaro que er muy lógico, pero a un enfermo ‘que no levengan con lógicas de esta nátur’aleza! A veces me pasabahoras y horas sin veile el pelo y, cuando aparecía conojos de fiebre desgreñado y maltr’eoho,, me. decia, comodisculpa, ‘que le, había tenido que echar “un puño a la

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baifa”. Naturalmente, yo me indignaba, peeo él rio mehacía caso.

Un día, después de una de us prolongadas’ ausencias, apareció con la comida haciendO verdaderos equilibrios para no caer. La “torta” que traía era de las dn“agárrate y no te menees’. Me puse furioso. Lo insultey lo despedí de mi lado. El, a pesar de la borrachera, nosalía do su asbinibro. Me miraba Gorno si se tratara deun bicho i’aro.- Yo quise adivinar en su mirada estúpidade beodo aig como si quisiera decir.

—- Pero eres tú, Prudencio Doreste, el que me echaspor borracho? Vmos,a mi Prudciicio me lo han “camb ia e”

insistí cm toda mi energía para que se fuera. Colérico le grhé varias veces

—Veto; vete! ¡Déjame tranquilo!Pero él qu ya se había recuperado un tanto impa

sible, como si la cosa no fuera con él, respondió, invavariablemente, con el estribillo de pura cepa isleña:

—---Me “diba’!

Por un momento’, danLio tuinhos, aiió de ¡a hal itaciÓl) y volvió con una escopeta. Me desconcerté un pocoporque creí. que, en sri borrachera, iba a disparar sobremí. Pero, no: se dirigió a la ventana y desdé élla hizo fuego. La ventana daba sobre la plaza del pueblo y a ladetonación, éste se llenó de gente despavorida.

_,Qué pasa?—-’le empezaron a gritar a Manuel Pcrera al verlo con la escopeta aún humeante.

—No pasa nada!—repiiCó l interpelado con sonrisaLnexprrsiva—. ¡Es que don Prudencio necesitaba caldohueno y he matMo dos palomas para hacérselo!

Y, efectivamente, dos palomas de las muchas queadornaban la plaza, yacían ensangrentadas sobre el pavimento, víctimas inocentes, de la borrachera de Maiiuely de su afán de congraciarse conmigo. La indignaciófl

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• del pueblo fué enorme y menos mal que la gene sé hizopargo del eslado en que se. encontraija el aludido, porquede lo contrario Manuel Pere.ra hubiera leiniiiiaclo allí. para siempre. . -

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Ej. PRESAGIO DE LTNt NOCI e DE IN!1.EItiY()

‘XXII-

Lorenzo Guriérrez me dijo que tenía interés en ii. nBrunetc, a ver al hermano, y que quería que le accanpañáse. Le di mi conformidad, pero aquella noclie, sufrí terrihies pesadillas. Por todas partes veía sangre y muerte.Esto me hizo despertar y no poder conciliar do nuevo el sueño. Además, ano asaltó el presetimiento deque algo desagradable me iba a ocurrir. Y hasta tal punto de alteración llegaron mis nervios que, a las cuatro dola mañana, cuando más profundamente se encontrabadormido, desperté a Popo Carn’breien€ sólo para contardolas pocas ganas que tonía de hacer la excursión a Briinete. Poco faltó para rjueCunllbrolefllg me tirare una bo

la por habrio despertado pero, fué cd caso que con aquho, recupró la tranquilidad. Así ocurrió que dos horasmás tarde, Lorenzo Gutiérrez y y, estábamos en la estación osiperando el tren que nois debía conducir a Brunete.

Larga frió la espera pues el tren veníá con retraso.Menos mal que con el desavuno ‘que nos sirvió Basiliso,vecino próximo a la estacián, se nos hizo más llevadera.Cuando va, con €l estómago repleto, regresamos al andén, el zumbido de motores que volaban sobre nuestras

‘cabezas atrajo nu.éstra atención. Se trataba de sete avio-lies rojos que, acercándose al aeródromo de Torrijos, dLjaron caer gran parte de la carga de bombas que llevaban.El estruendo fué impopente, ‘pero las çonse:cuílflcjas nulas,

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Momentos después tornábamos el -tren que venía abaTirotado de tropas y material bélico. No habíamos hechomás que iniciar la marcha cuando mi presagio -de la no-dho anterior empezó a tomar visos -de pealidad. Un. aparato rojo se adellantó sobre el convoy y dejó caer vacias bombas que, por verdad-era casualidad, no ocasio-’naron victimas. Una de éllas cayó a diez metros escasosde nuestro vagón y el tirarnos al suelo a tiempo todossus ocupan-tos, •evitó una verdadera catástrofe. Los cristales salfaron hechos añicos y en -el techo quda-ron clavados varios trozos de ‘nietralla. -

Llegarnos a la estación de Saiit Olalla con tres ho

ras de retraso. Para ir a Brunieto teníamos que aipearflos yllegar hasta el pueblo de Santa Olalla. Hay que tener encuenta que la estación está a bastante distancia ‘del pue- -

blo. Así ocurrió que, a la un-a del- día, aún no habíamosalcanza-do nuestro objetivo a -pesar de que -nois dije-roique para llegar a él, apenas tehdríamOS que andar cuatro kilómetros. Se equivocrOn en más del doble, pues1ran nueve! -Cansados, naturalnieube, entrarnos en SantaOlalla pero’, sin embargo, nos faltó tieu-o ‘-para v-isita alo, falangistas canarios que. ‘se -encontraban allí, entre

- éllos, los hermanos Cante-ro y el Jefe Gabriel Estévez. Yahacía un mes que. no nos veíamos! Celebramos la entre-visía, con los honores de rúbrica: comida y vino.

Cumplido aquel deber, e’npr’endi’mos la marcha háciaNavalc-arnero. Una cajmioneta fué el vehículo qu nostransportó. Serían las seis de ‘la tarde cuando llegamosal pueblo. Bus’barno.s las fuerzas de- Intedenc’ia de LasPalmas, compuestas por gente - toda conócida. Fuimosacogidos -con gran entusiasmo. También aquí se celebróci acontecimiento de nuestra -entrevista co-ii comida y vino. Mij oc dic-ho, ccii vino y co-mida. Bien entrada la noche continuamos en dirección ‘a Brunete, pueblo al queteníamos interés 011 visitar por la gran. cantidad d!: gente ‘oaíaria que en él se encontraba des-tacada Pero nut-r deeQ pvo que quedar noum-p1i.do, l vino de Naval-

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carnero 1105 había vuelto locos, y en estas condiciones elháfpr cquivocó el camino y nos llevó a Leganés. Latoincideincia fué una burla del destino, pUes, CII Leganés,corno iadie igiiei’a, existe un formidhl mnicomiQ.

A las nueve de la noche la población estaba compietament a obscuras. Ni una sola ‘luz podía srvir de guía.Se trataba de una medida de elemental prudencia paraevitar el blanco al ericimigo. Próxima al pueblo la pri me—ra línea de ruego. el retumbar del cañón y los disparosde la fusilería, sin cesar un momnto, foemabari ensordecedor concierto. Sin embargo, todo esto no evitaba que,a aquella hora, nos ‘encontruíramos con la. banda de losRequetés tocando alegres pasacalles por’ el pueblo., Sentimos unos deseos locos de incorporarnos al público que’marchaba, cantando, tras los músicos, y así id hicimos.Hasta las once dnró la “parranda”. A esa hora, las callesquedaron completamente limpias de: transeuntes. Todo e:mundo se fué a la cama menos yo, que no la ‘tenía. Sinsaber dónde ir, ‘sóJo, como un alma en p’’na, pues micompañero Lof’enzo había desaparecido — hasta cuatromeses después no tuve noticias de éi—estuve vagando porel pueblo y ‘soportando la lluvia. A las dos de la madrugada decidí éoger una camioneta para dirigir:me a Cabanc’hefl Bajo CII donde se encontraba destacada una delas centurias de ‘Canarias. Fué entonces cuando, verdaderamente, ‘C11p;CZ a cumplirse el mal presagio que había tenido.

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SOY DE’! EN IDO Y ENCARCELÁDÓ

XXIII

Puesta la camioneta en marcha me dirijí hácia la salida del puehio para alcanzar la carretera de Carahanchel Bajo. Cuando más ageno iba con rIspecto a inconvenientes que se pudieran presentar, la Gualc1ia Civil surgió ante los faros dç’l vehículo y me ordenó que inc detuviera. Aí lo hice, sin que me extrañara el hecho, porser corriente. Uno de los guardias se acercó y me. pidióla documentación. No la tenía pero le expliqué con todaclase do detalles quin era y lo que pretendía. Me dijo quet&do aquello no era suficiente y que por tanto Leirí.a queacompañarlo a la Comandancia Militar. Así lo hice y enel patio del edificio quedé esperando mientras él entróen las oficinas a explicar el caso. Poco después salió yme. dijo que, según órdenes recii)idas, no podía continuarci camino porque para ello necesitaba la docuiiiontaciónqie no tenía. insistí y razoné y de nuevo volvió a entrarpero, cuando salió, el panorama se había agravado. Traíala orden de mi detención. Ni una bomba cayendo a mispies mo hubiese inipresionado. tanto!

La Guardia Civil, aun conijrendjendo por mi cara,que estaba diciendo verdad, no tuvo otro remedio que llevarme al cuartel de Intendencia en donde tenía que quear preso hasta que álgnien me reconociera y garantizara.El lector se extrañará de todo ésto, pero, sin embargo, eraii hecho lógico. Por aquel entonces existían entre nuies

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tras filas muohos espías que no dudaban en vestirse defalangistas y hasta de oficiales del Ejército para cumplirsu conetido. E’so daba lugar 6 que individuo que nc tuviera su documentación en regla fuese delenido hasta lacompieta identificación de su personalidad.

Nunca me he encontrado coi el ánimo más 4eprimido que en aquella ocasión. Tenía la seguridad de mi prorita libertad porque las averiguaciones que practicaran darían resultado favorable, pero, a pesar de ésto sentíagran pesimisnlO. No las tenía todas conmigo!

Los primeros días de mi detención los pasé menosmal; Mls vigilantes, Guardias Civiles, inc guardaban todiclase de consideraciones y ésto me consolaba. Además miencierro era relativo, pues t.odo el día me lo pasaba en lapuerta esperando a á1’guen, en tránsito, que me pudieraconocer. Peio, cuando después de dos o tres días mi ençierro continuaba, sin que al parecer nadie se acordarade iní, la desesperación me dorminó. Llegué a suponerque, olvi.dado de. todos, no saldría nunca de allí. Y más se‘due.ñó de mi este pensamiento cuando los días siguieion pasando sii.i que nadie paeci.era rcordar que. me encont.raba detenido.

Diez días estuve en esta situación! Sesenta guardiasconocí durante la temporada! Mi barba.. tan crecida esaba, que nada le tenía que envidiar a la de cualquierpatriarca! El ñltimo día, visto el poco resultado obtenidohasta. ,e,ntonc:es, por caminos terrénales, decidí encoinen

dar mi asunto a la Vírgen del Pino. Se lo pedí con toda

mi fé y, caso milagros6, aquel día c1u’edaba resuelta míanómala situación. No había hecho más que teiminar

mí demanda a la excelsa Patrona de mi tierra, cuando elcabo de la Guardia Civil me ordenó que me pusiera ehla puerta y una camioneta, cargada de tropas de Intendencia canaria, al mand’o dell tenFente Conde, se detuvoante mí. Poco faltó para que me desibayara de alegría.Con el afán que es de presumir le expliqué, al teniente,lo que me ocurría. Este me ofreció que al día siguiente

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volvería para €aantizarme ante la Comandancia Militar. ¡ Por fin, desipués de tantas noches pasadas en ve-la, aqüella podría dormir tranquilo! Pero no sucedió así.Cuando me encontraba en lo más profundo del primersueño, unas bofetadas dadas por manos amigas, me despertaron. Al abrir los ojos me encontré ante mí, rnuertos de risa, al ver mi cara de asombro, a Félix Bordes,capitán de la batería antiaérea volante, a Manuel Abreny a Juan Ma.nhado que., e:n,:terados de lo que me. ocurría,habían venido a visitarrme. Pasamos el rato lo mejor quepudimos.

A •la mañana siguiente, cuando fui puesto en líbertad, mi aiegría no tuvo lí’mies. Seguramente, si no hubiese sido por temor a un nuevo encierro, esta vez porloco, me hubiera puesto a hacer las más gracioas ca

.hriolas en la plaza público. Me presenié en la Comandancia Militar en donde me guardaron, por esta vez, toda clase, de coisideraciones. Me rogaron que. disculparael que se hubiesen olvidado de mí y me dieron un salvoconduelo para que pudiera incorporarme. ,a mi Centuria.Con esa idea torné el tren para Erust.e.

Eran tantas las emociones sufridas durante aquellosdías y tan grande mi cansancio, más moral que físico, que no tardé en donrnirme profundamente, a pesar del traqueteo del tren. Ya avanzaba la noche., cuan.-de me encontraba en el mejor de los sueños, fuí despertado por fuertes palmadas en la espalda. Era la GuardiaCi cii. Me exigieron la d ocume.nt.ación y me hichron, congran pesadez, más de cien preguntas. Los nervios se incpusieron de. ilunta. Por un momnto creí que no iba a tener fucrza de voluidaci suficiente, para :sujetarlos; peronc.; sufrí con cainia todo aquello hasta qu.e terminaron eliiil’errogatorjo y se marcharon.

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Y DIJO EL fiARON A LA DÜQLJLSA...

xxiv

Salió el tren de Leganés a las ocho y media de la noche. El viaje resultaba largo por las muchas paradas quetenía que realizar durante el recorrido. Illescas, Villaluenga, Numancia—se llanió Azaña hasta que rompí eletrero de la estación—Bargas, Rie;lves, Villamiel, SantaOlalla y Caemena, eran estaciones de parada hasta llegara Eruste. A las cuatro de la madrugada llegué a esta estació.n e inmediatamente me puse en marcha hácia elpueblo. Cuando la tía María, mi antigua patrona. abrióla luerta, respondiendo a mis ‘llaifuadas, su asombro notuvo limites. Era tanto lo que yo había canibiado duran-

• te e,l mes que faltaba del pueblo, que le ‘costó verdaderotraibaj o reoonocerme. Andraj oso, sucio, completamenteagotado y soportando ‘en mi cuerpo enorme cañtidad deparásitos que no inc dejaban un momento• de reposo es‘taba coirno para que me arrojaran a una •estrcoiera. Sinembargo, a pesar de todo lo que aquello eprcsentaba pa-ea mí, del sufr.i.meinio moral y físico a que estaba sorne-

• tido, ni una sola queja salía de mis lahis, Y, es qúe •pdami era suficiente pensar que toda sacrificio era por laPatria y por el Oeneralísi’mo Franco, para que me considerara con espíritu suficiente para soportar, con satisfacción y orgullo, las mayores inconveniencias.

La tía María, se hizo cargo inmediatamente de mi es-

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— —

tado y, corno sienpre, se desvivió por atenderme. En seguida hirvió agua para la. ropa y para mi cuerpó, el quequedó, al poco rato, como nuevo. Fué suficiente paraello unos buenos restregoii’eS con jabón y un estropajo.Doce horas dormí de un tirón. Buena falta me hacía!Cuando desperté parecía otro honcbre. La energía, el úptinismo y el buen humor, eran otra ve conmigo. Pero notardé en recibir otra mala nueva. La tía. Maria, que era unabuena mujer, dió muchos rodeos para darme la noticia.Se trataba de que mi centuria había sido trasladada aToledo. Esto quería decir que me encontraba sólo en elpueblo y que también tendría que abandonar Eruste, alque le había tomado afecto corno si fuera cosa mía, para incorporarme a mis compañeros. Pero no pude hacerlo tan. pronto corno estaba obligado. La gri’prpe lo impidió. En estas, circunstancias tuve que guardar cama, conelevarla fiebre, y reclamar por telégrafo del jefe de lacenturia los servicios de Prera, que no tardó en estar ami lado. Quince cijas duró mi curación. Al final de éllosfuí dado de alta y emprendí la marcha hacia Toledoacompañado •de mi fiel Pecera. Horas más tarde habíamos llegado a nuestro destino.

Ya llevaba ocho meses de campaña y ésto me decidióa pedir permiso, a mi buen jefe, Alfonso Larrea, para pa-sar unos día.s en mi tierra. Me fué concedido y me trasladé a Talavera de la Reina con el fin de ver, antes dernarchar a los buenos amigos que allí tenía. Fué mi primera visita al Hospital de Santo oirningo del que era jefe mi arnigo de. la infancia, Emilio Ley, persona muyquerida y apreciada por sus buenas cualidades y por lasconsideraciones que tenía coii todos sus paisanos los canarios.

Acudimos a.l Hospital Perera y yo. Apoyados en sendas “garrotas”—cayados •de pastor—hicimos el camino.Al llegar, preguntamos por “Papá Ley”, corno le llamanlos canarios, y esperamos a que terminara de una otperación que estaba realizando—la de sacarle una bala de

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un pulmón a un soidado—para saludarle. Mientras estosucedía, mi compañero y yo nOS dedica.ms a observar.. observar la pulcritud y li)mpi.eza de aquel lugar de heridos y las muchas enfer’meras, guapas, que pasaban ante nosotros. Las había de todas clases: rubias, rnorenas,de ojos grandes, de nariz respingona, que es corno a mime gustan las mujeres, algunas de mirada pii.la y soñadoras otras. Casi todas pertenecían a la buena sociedadde San Sebastián. María Pilar Zulueta, Corito Cros, Carmiña Saenz y todas élias merecían admiración y respetopor la gran labor que realizaban en favor de los heridos.Desde las siete de la mañana a las ocho de la noche, amás de cuaid les tocaba guardia que estaban veinti•cuatro horas cte servicio, aquellas mujeres tan delicadas,siernro’ dispuestas al sacrificio, no descansaban ni risólo instante. ¡ jra magnífico su ej empio!

- Cuando ní.s distraídcs nos encontrábamos haciendoestas consideraciones, se abrió la puerta del q’fliróf anoapareció, ante nosotros, con un recbpiente lleno de gasasy algodones manchados de sangre, una de aquéllas damas blancas. Nuestra atención quedó pendiente de su belleza. Y hasta tal punto realzaba el atractivo de su rostrotrigueño, la albura de a toca que lo eicuadraba, que nopude contener el piropo. Pero mis piropos nunca hanpodido tener la galanura de los tiempos versallescos, másbien han sido lo ue se ha dado en llamar, piropo moderno, ese con tenden’ia a galantería ordinaria, y asíocurrió que, a impulso de mi admiración, le espeté a ladama:

Tiene usted cara de handia!N.o hice más que soltarlo cuando comprendí que ha

bía exagerado la nota moderna. Me pareció mucho lo debandida para aquel lugar y para’ aquella dama. Así lodebió comprender élla también, aunque no hizo alto ni‘baj o. Pero me lo confirmó más tarde el saber ‘que sehabía ido en queja al Directór, precisamente a ‘Papá Ley”.Mefios mal que enterado éste de quien era el piropeador

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inc disculpó con calor y convenció a la ofendida señoria, que era Marta Figueroa, Duquesa ele las Torres y parienta del Cond de Rumanones, de que se trataba de unbuen muchacho incapaz de ofender intencionadamente.

Tuve que volver al hospital al día siguiente y, casualiclad, con la primer persona que me encontré fué conla Duquesa de las rllorres Me hice el “longuis”, como vulgarmente sic suele decir,pero élla no se conformó con iniforma de proceder y acercándose me preguntó, con ironía, si me enconftaba mejor. Cc;niprendí al instante laintención de su pregunta. Había súpuesto, con razón, fluturalmene, que el día antes “estaba en copas” y tratabade ponerse en plan de tomarme el pelo. Yo opté por continuar haciéndome el ‘longuis’. Esto la mortificó hastael extremo de ponerse seria y decirme:

— Ov{da usted que está hablando con la Duquesa delas Torres?

Aquella pregunta me sentó como una buena bofetada en pleno carrillo, pero, no lo demostré y deidí ponrinc a la altura de las circunstancias en la réplica.

—Cómo olvidarlo, Duquesa; eso no es posible!—ledije: Mucho menos, cuando se siente uño tan honrado. Además, yo también soy título. Soy Barón de Malpica y rmado Caballero en pleno campo de batalla. Como ustedvé, Duquesa, mi nobleza es digna de parangonearse conla que más. Procede directamente de valerosos hechos dearmas y no de herencia.

María Figueroa, Duquesa de las Torres, muy seria,me miró, pero, por más que se esforzó, no pudo resistirmás y soltó el trapo de su argentina risa. Por lo visto,por fin se convenció de que le había hecho gracia. Aproveché el momento para hacerle una ceremoniosa reverencia y despedirme de élla; reverencia que hubiera envidiado todo el Versalles eleante. -

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¡PRUDENCIÓ, EN MARCHA!

xv

Ultimo día en Talavera. Iba a emprender el viaje paa Canarias y quise despedirme de todo mis amigos,principalmente, de mi entrañable. amigo el aviador Ramón Pando, que también pensaba en tn viaje a Las Palmas, y de Diego Mesa, herido por la metralla, cuandoatendía facultativamente en la primera línea de fuego deBrunete, a los que necesitaban asistencia.

Marchaba camino del aeródromo, para ‘er a Pando,cuando mi dnimo fué s’obresallado por una terrible explosión. Un avión rojo, solapadamente, como de costumbre, a gran altura para no ser visto, se había acercado a -

Talavera y hahí.a dejado caer una bomba de gran potencio. ¡tina ola para evitar el peligro de ser alcanzado!Por verdadero milagro la bomba no cayó en el hospitalde Santo Dorñingo y por verdadero milagro también, Prudencio Doreste, es.aba vivo en aquel momento. La bomba había hecho sus catastróficos efectos en una barbería de la que yo había salido de afeitarme hacía un instante. ¡ Si me llega a “pescar” en el sillón, ‘me hubieseevitado la propina! -

El avión rojo, después de su cobarde hazaña. huyócamo alma que lleva el diablo. Pero sus ocupantes nopensaron en que no siempre las cosas salen como unolas calcula. Al pasar, en su huida, P0P ci puente de Al-

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herehe, unos lalailgistas tinerfeños, allí (le servicio, hirou fuego sol re él, y lograron derribarlo. Uno de susdos tripulantes, que resultaron ser rusos, se pegó un

tiro al caer; el otro fué cogido vivo. Así ven.garPn lostinerfeños la muerte de dos compañeros víctimas, no hacía mucho tiempo, de la áviaciófl roja.

L noche del día ‘17, pensando en que pronto estaríaen Las Palmas, entre los míos, no pude ‘pegar los ojos.Me la’ pasé imaginando la escena del recibirnieñto y losdías felices y descansados que iba a pasar en mi tierra.¡ Cómo llama a uno el terruño destpuós de una auseflcia! A las nueve de la mañana del día siguiente, tornéel tren para Plasencia, en cornipañía de Miguel Cambreteng y de Gabriel Estévez. A la salida, una verdaderalluvia de encargos, de los paisanos que habían ido a despedirme, cayó sobre mí. ¡No sé como puede haber persona enemiga de recibir encargos! Yo, en aquella ocasión,estaba satisfechísi:rnO de los tantos que me hacían! “M’ira no te olvides de darle ésto a mi novia! “Visitaa mi madre y dile que estoy bien!”. “Esta carta para laque tú sabes!”... me enorgullecía. Era mucha la conflana que depositaban en mí todos aque11o amigos paraque la dejara de apreciar en su justo valor y de hacerprome’sa solemne de no olvidarme. Claro que, después,ocurrió que de más de las tres ‘cuartas partes de los encargos al llegar a Las Palmas, ya no tenía ni idea. Peroeso es disculpable, ¿verdad, lector? ;Aderñás es lo quesiempre ocurre! ¡ Es el tanto por ciento que correspondea la cuenta’ de “cosas perdidas y olvidadas”, de la contel)ilidad del viaj ero!

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VENTA JÁS QUE REPRESENTA, A VECES, PERflEL TREN

XXVI

Un viaje largo en ferrocarril le embota a uno los sei,tidos. Después de estar unas cuantas horas soportando elmonótono “trac-ti’ac’, de choque de herrajes, terminauno por no tener otra cosa en ‘la cabeza. Termina unomás tonto de lo que s. A ésto fué debido, sin duda,i que, después de’ dos horas de viaje, a]llegar al Paso’de Tejada, endonde el convoy hizo parada, sin darmecuenta, perdiera el tren. Qué cosa mé,s desagradable es

- eso de perder el tren! Sin embargo, cuando al salir alandén de la estación vi que ya no estaba a mi alcance,que in preocuarse de mí se alejaba ‘como si yo nadaropresenta.ra pra él. y que’. por aquella circunstaicia, roequedaba sólo en un lugar en que ‘a nadie conocía, ni hice alto ni bajo y me ue’dé tan fresco corno una lechuga. Así mantuve, una vez más, mi decisión de no aho

- garme en un vaso de a.gua.Por un momento pense n eguir i’as l, por L vta,

hasta darle aleanc’e. pero, como a veces, aunque sea niro, estos trene.s aha.ndonaa su costumbre d marcha lenta y se vuelven loce corriendo, opté por esperar al qupasa.ria, según mo inforrnarón, a las óc.ho de la noche.,Para hacer tiempo me fuí a un mesón que había por allícerca y me corni una monumental tortil1a Después iescansé, tranquilamente unas cuantas horas.

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oii bastante anticJPacioIl p01. si las IllOSCaS, 1C fiial andén a esperar el tren anunciado. Por fin llegó. Setrataba de un tren hospital Y jenía totamente ocupadopor legionarios. De éstos, unos cantabali y otros dormíana pesar (le los cantos. Como mejor pude me acomodé enél para pasar las horas del viaje. Nadie me dijo IiUJa nia nadie pregunté. Ya había pasado un buen rato, desdeque el tren abandOnó la estación del Paso -de TejadQcuai’do hizo su aparición un sanitario .que iba ofreciendo agua a los heridos. Por el acento de su charla coanprendí que se trataba de un ‘gofiófl” de pura cepa. Cómo que era de Cuevas Caídas! Por él me enteré que elcuida4o de aquel hospital etaba a cargo de una secciónde sanitarios de Las Palmas. En vista de la noticia medediqué a recorrer los distintos departameflto para saludar a mis paisanos. Me tropecé con algunos de éllos ypor ñltimo, con; mi gran amigo Antonio ‘tel del Hielo”,como lo conoeemO por nuestra tierra. Celebré el encuentro, entre otrs cosas, porque me proiporcionó una opípa- -

ra comida y un cómodo lecho.Llegamos a Placencia. PlacenCia en estos momentos

- es uno de los nudos más impprtantes de las comunicaciones nacionalistas. Durante el día son muchos los trenes que salen de su estación para toda la zona liberada.Cuando el nuestro se detuvo yo salté rápidamente al andén para indagar el paradero de mis mpañerQS Gambrel-eng y Estéve, perdidos con el tren, en Paso de Tejeda. Me informaron que habían transbordado en direccióna Cáceres.

Para continuar el viaje tuve que esperar al expresode Irún. Al llegar éste YO fuí el primer viajero que saltódentro de él. Me acomodé en un d.epartamento de -primera y esperé tranquilamente los acontecimientos que necesan amente tendrían qu producirse cuando el revisor viniera a exigirme la justificación de mi derecho a ocuparaquel sitio. Ya habíamos pasado de Mérida cuando el

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hecho se produjo. El revisor me pidió el billBte y yo leentregué el pasaporte.

Con ésto no tiene usted derenho a viajar aquí !—

me dijo después de examinarlo.Le contesté, poniendo cara doliente, que venía eiifer

mo—-era una lección que me habían enseñado—y que lerogaba no me molestara no fuera que mi enfermedad pudiera tener complicacione:s. A pesar de que. mis razonesiban directas al corazón del revisor, éste, no daba su brazo a torcer e insistía en que abandonara aquel siti.o queno me corresiondia. Pr un momento creí que la iba aperder, pBro no; a fuerza de testarudez salí vencedor. Asu pretensión siemI.re le oponía yo las razones ‘le mi fingida enfermedad hasta que terminó por dejarme ranquilo.

En aquel tren viajaba, según pude enLeiarin métarde, el General D. Carlos Guerra Zagala, nuevo Conandante Militar de Canarias, su esposa y una hija. Me presenté a él y me acogió con la corrección y afabilidad cp.tele distingue. Cómo era natural, hablamos de Canarias, ala que sólo conocía por referencias. El ilustre Generalsufi.ía ya en aquellos momentos, la pérdida de un hijo,Teniente de Regulares muerto hacía poco, en el campo dobatalla, luchando por la salvación de España.

Corrió el tren, en aquella ocasión, comn un desesperado, lo que dió lugar aque llegara a Sevilla a las cincode la madrugaÚa. Tuve que esperar hasta las nueve paraver la cara de asombro que pusieron Cambreleng y Estévez, cuando me encontraron sperándolos n el andén dela estación sevii1na,

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DE SEVILLA A CADIZ Y DE: CADIZ A SEVILLA

XXVII

El General me había dicho que, aquel mismo día, saldría ‘correo de Cádiz para Canarias. Esta noticia me Ilei’Ó de alegría porque tenía mucho interés en llegar promito a Las Palmas. Y no era, precsamente, por cuestionesde negocios, ni siquiera por pulsar el mercado de bananas y tcmates; era ‘porque, después de ocho meses que f’atltaba de mi tierra, ocho meses que me habían parecidoociho siglos, tenía deseos de volverla a ver. ¡De ‘saboear1a” con todos sus aftactivos!

Siendo ésta ini decisión mo vi obligado a separarme,vo1unariamente, de mis compañeros, hacía poco recuperados, Cambreleng y Lévez, qtie de niIgún modo /quisieron seguirme en viaje tan rápido. Así fué como me que(lé sólo en la ‘estación, con mis bárLulos, hasta que pocosinu los después llegó el tren que inc debía llevar a Cádiz. Ete aaprieció resoplando como siempre. Co:n cara depocos amigos. Pero yo ni siquiera esperé a que se detuviera para tomarlo y acomodarme en él.

Seis horas duró el viaje. Por ser de día pude apreciar, or la ventanilla d’e mi departamento, con todo detalle, la campiña de esta parte de Andalucía,. Sus pra

dos, sus dehesas y SUS salinas. Esas innumerables pirániids blancas que forman, a uno y otro lado de la vía,media hora antes de llegar el tr’en al término de su recorrido. A las tres de a tarde llegué a Cócliz, Para Plan.

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zarine al andén esperé que el tren estuviese bien p&ado.Y, es que no soy muy decidido en esta operación porquesiempre experirnento al realizarla algo así conflo siflsaber nadar, me fuera a tirar al mar. Ya ‘en tierra firme, como mejor pude, sorteé maleteros y guías- de hotel. ¡ Era una verdadera nube! Preguntando a este y aquelguaédia pudre. llegar al cuartei de Falange. Allí expliquéa mis caniaradas las intenciones que tenía de embarcaren el vapor que, .segi.in me habían informado, salía aqueldía de Cádiz con éirección a Canarias, y éll’os mismosme prepararon las listas de omharque. Diligente acudí aTransportes militares para ultimar los requisitos nece’sanos,, pero ya en aquella d’epe.nde.iíci.a n encontré conque.... no podía embarcar ‘porque ni había barco para Canarias, ni se tenía idea de cuándo podía haberlo. Me resuitó muy desagradable. aquello de estar a las cuatro dela tarde n Cádiz sin saber qué hacer!

Decidí regrelsar a Sevilla. Pude averiguar que el primer ‘correo para Canarias saldría dircto de aquella capital andaluza. En estas circunstancias Sevilla me llamaha. Lo preparé todo para tomar el primer tren que saldríahoras más tarde.

Mientras tanto recorr.í la bella ciudad gaditana. Visité sus friterías de pescado y paladeé su rica manzanilla. No tuve tieempo d’e rn’á. Y, la verdad, lo sentí porque Cádiz ‘es digna de que se le rinda adecuada pieiteía.

Sevilla, y en Sevilla el Hotel inglaterra, me alibergaron durante seis días. ‘Fué el tiempo que tardó en salir‘para Canarias el “Ciudad de Melilla”. ¡Lo pasé bien enSevilla! ¡ Su barrio de Triana me encantaba, su gitaneríame sugestionaba! Aún hoy hay momentos en que sueñocon el sortilegio d’e aquellas horas flamencas.

Ya en Sevilla poco tiempo me hastó para lograr buenos amigos de los que. por aquella tierra llaman de “rompe y raja”. lunsejorables chicos todos éllos y rendidos

admiradores del buen vino blanco de’ la tierra. Entre éstos se encontraba Joseíto, flamenco hasta los huesos y

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siempre dispuesto a la juerga. Hijo de buena familia—supadre tenía un importante comercio de camisería_no ha-cía otra cosa que no fuera la de pasear isu sombrero deala ancha y enamorar. ra muy conocido y admirado,según él, por el sexo lébiI. A pesar de no trabajar, sielm,pre tenía un duro en bolsillo, lo que hacía que no le faatara nunca la compañía de un amigo. Su le;ma era, iprepetía a cada mmento, arrestos para los hombres y achares para las muje;res. Constantemente hacía resaltar sucondición vengativa. ¡ A mí—solía exclamar con ímpetusalvaje—-quien me la hace., me la paga! Sin ernhargo, enci fondo, era un buen muchacho dispuesto siempre a Sacrificar.se por los amigos.

Una noche, estando reunidos cinco de mis amigos sevillanos y después de tener en el cuerpo cada uno, mediadocena de vasos de manzanilla, se le ocurrió a Joseíto,recorrer las estaciones. Claro que las estaciones a que élse refería no tenían nada de. santas; eran, sencillaniecifeestacions j’aganas. Estaciones en las que se cotiza elamor a un tanto fijo. Se puso a discusión la propuesta ymientras unos mostraban completa conformidad con ella.otros, entusiasmados con la manzanilla, solicitahaji unmárgen de seis vasos más para adherirse. No obstante,friunfó Joseito. Pintó con tan vivos colores las ventajasque nos reportaría el ir con él, el cartel que él tenía poraquellos lugarus, la belleza de sus amigas; cantó con talarte las excelencias de la manzanilla, con que seríamosinvitados, sólo por retenernos para que él no se marchara, que nos declaraincis, sin reservas, incondicionales desu programa.

Recorrimos calles y más calles. La mayoría de éllassolitarias y mal alumbradas. Jose.ífo, jacarájndose, ecuaha nuestra vanguardia. La maniobra era siempre lamisma y los objetivos no tenían diferencia. Un zaguánobscuro, un fiimhre que suena, una débil luz que se enciencle, unos ojeé detrás de una mirilla, la puerta que seabre y unas cuantas mujeres, pintarrajeadas e indolen

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tes, con aire de haber salido hacía poco de la grippe, que,con voz bronca por el vicio, nos decían invariablemente:

—Anda, rico, “convíame”!La disolución fué cundiendo entre todos nosotros.

Aquellé no encerraba novedad alguna! ¿Dónde estaba elcartel de Joseíto, los convites de manzanilla, las mujeres guapas y todo aquel programa de. juerga por todo loalto? Jndudabiemeite, Joseíto había patinado! Así lopensé aunque mo guarde mucho en decírselo. No tenía inteiés en hacer explotar su iracundia.

De este modo llegamos a la “estación” décimo tercera. ¡Mal número, hubo quien apuntó; pero nadie hizopaso. Además se trataba de una semejante a las demás yno nos preocupaba el presagio. Joseílo, decidido comosiempre, oprimió el botón del timbre al mismo tiempoque nos dijo:

Ahora veréiis la sorpresa que os tengo “reservá.”!¡ 1-lay cada “gachí” aquí dentro! ¡ Y, todas “pirriaitas”por mis huesos!

Se abrió la mirilla y una voz hiriénte y desagradable,ohilló deste.miplada:

—- Qué queris?—Ahre, Carmeliya! ¿Pero es que no me has ‘coiosío’

gitana?—repiicó Joseíto.—Pos no te voy a conosé s’o permaso! ¡Por eso no

abro! ¡No estamos aquí dentro p’a perdé el tiempo connengún imalage! ¿ Te enteras?

—-—;No te conozco, Carmeliya! Pero, morucha, si...No pudo terminar, Joseíto, su melosa ¿ración. Tirada

la mirilla, con fuerza, casi le dá en la nariz. El habersepuesto nuestro amigo colmo una fiera, impidió que. soltá

.ramo!s la más estrepitosa de nuestras carcajadas. Joseítoestaba que se subía por las paredes y por eso optamos porponer cara de acomipañante de entierro. A viva fuerzatuvimos que sacarlo del zaguán de aquella casa. ¡No quería marcharse hasta que le abrieran la puerta! Por fin, vaen la calle y como pareciera más lranquilo le soltamos.

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•Fué entonces cuando, jui’:aindo y perjurando que. se lasiban a pagar, entró de: nuevo en Ja casa, rápido comouna cdneila. Al ver la actitud decidida y agresiva doJioseíto, un eíscaiofrío recorrió ‘el :cuerpn de todos ofros.

Ninguno s’e atrevió a seguirle. Puedo ‘seguirar que, pormi imaginación, en aquel trágico momento, pasó toda lahisteria h.onicicia d.c la navaja sevillana. Hasta mc parecióoir el característico sadtai de sus muelles. y o me equivoqué, ius instantes después, apareció Joseíto ante nosotros, con la sonrisa estúpida del asesino en da boba col!

una navaja de grau tamaño en la flnWflO. Poco me faltópara cíer desvanecido. Igual pmoción creo experimienta_ran Jo demás. Rápidamente nos aLejartos dei aquel lugar sin proferir patlal:ra durarrbe el camino, PUCiS sólo

os ‘embargaba cii temor de que nos pe’rsieuj.ei’a la policía, llegaimos cd primer bar que encontramos abierto.Ya en éil y más tranquilos, después de tres vasos de manzanilla, exigimos de Joseíto una :eXlJIliCaCjófl.

—- Cuál rué la clefunia?—s.e atrevió a preguntar que

damente, uno de los reunidos.Qué de4urta ni qué Niña de los Peines !_._excla:mó

Jes cito.no ibas decidido a que te las pagaran, gachí?

——;Y me las pagaron! Por mi salud y por la dic mi agüe-[a que está en la Gloria! ¡ Joseífo es mi.icho hom,e p’aaguant.á una esaboriión! Figur:aes la cara cjuee. pondríaCaimiya y las otras cuando se vieran a ‘obscuras. ¡ Jo—

sú, Jo.sú! Me parece. eslarlas viendo! Porque ¿ sabéis loque hicr? ¡ Po.s cortá el hilo de la el’eetrisiá!

Y, J use íto. lanzó una e:struend osa carcaj ada como açle_cuacla ovación a su venganza,

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. •

L}k, j: ji ,

‘VUELVO A MI TIERRA

xvIII

El que no ha asacto el Gúadalquivir, pasajero náuta,“no Sabe lo que. es cosa buena”, como diría cualquier vecino de la Giralda. Pues bien, yo he sabido lo que es cosa buena. Pasajero del “Ciudad de Melilla” he deseendido por el río, desde fa Torre: del Oro hasta el Atlántico,y me. he atracado de belleza; de ballieza andaluza, que eslina de las Ijellezas más originaileis. Los bellos paisajes deesta tierrá a una y otra ribera, haii desfilado por mi ratina llenándome de admiracIón. Aquí, la iota bianca deun cortij o, con sus acogedores coberizois impregnadosdel aroma de la floresta sana, con sus innumerables tietos cargados rio claveles de todos colores, adorno de reja:sy bahiconadas, y Irás esos claveles, que son patrimonio dela mujer andaluza, una cara mone’rla de mujer hermosa, más bien adivinada que vista, coi unos ojos de drama pasionál, negros, profundos y brillantes, que, en éxtasis, sueñan con el amor y el querer de un mocito tierno ypinturero. Allá, una dehasa, en la que la piara de resesbravas se entretiene en rnordisu.ear la hierba con todatranquilidad. Sin que nada la moleste ni la enfurezca. Como si b•aj o aquel continente de bestia noble y sOsegada noestuviese escondida la fiereza indomable del toro de lidia,capaz d arremeter con l arrollador va:lor que le proporciona su sangre de casta única, contra un tren enmarcha, si creyese ver en él afán de 1uch o desafio..

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En et avanzar lento det barco’ por el río, a veces se

e’ncueiitia con giigaiit.esccs tírbules, en ambas orillas, queparecen ompe.ñados en rendir honores y formar arcos deriunfo a su paso. Dic vz en cuando, cTe tarde cii tarde,como emergiendo del inmenso mar verde de la pradera osobre las copas de los olivos, surge el al’egr.e caserio andailuz, con sus casitas cte inmaculada blancura y su cam

panario, que parece vigilar y proteg’er. Tloníhres y mujeres, con sus aperos y utensilios de trabajo, van de unlado ‘para otro cii busca de la fena. El a.m!)iente, lurninoso y sc,neo., invita a la contempiación y a la indolencia.Todo. ésto aderezado, a voes con la queja dolorid deun cantador de flamenco que, al ext’onder.se por el espacioy alcanzar la borda del banco, hace prender, en quien laecucha, la dulzura de su tristeza. Y, así, hasta que pioco a poco, las márgeie.s del río se van alejando de nosotros y se pieccien die vista.

Estamos en pleno Atlántico: ¡ en el mar que acaricia amis Afortunadas! El “Ciudad dio Melilla”, marcha háciaIlas,. con la indiferencia del que se sabe. obligado y dominado. ¡ Ni aun las ciere:spadas olas, quia baten sus hand.a’s son capaces de hacerle dudar! Por mi .part solo siien

C:fl mi impaciencia acentuada ahora más que nunca,los días, las horas y los minutos., que fal’tain para llegar.

‘Conforme nos vajmos alejando ‘de tierra peninsular elmar s rnu1e.stra m’euos consjeculeInte. Parece empña’d’oen hacer el negocio del mayordierno. ¿Tendrá comisión?Lo cierto es que., con su intranquilidad, cada vez en aumento, impide que uao coma y que. e enga nada en ciiestómago. Olas, cte imipetuosidad creciente, con sus grandes crestas cargadas .de espuma blanca y jugue•tona., sesuo’edien en el asalto a nuestro pobre barco que., a veces,dolorido, .qucja y se retuerce. De mal augurio es rodo

ésto! Iadudabl,eue!nte anuncia fuerte’ temporal.No habían pasado. mucha, horas cuando. ya resulta

ba completamieinte imposible ,csar sobre cubierta. El buque era, como ‘enorme p’effeJl.c, traído y llevado por gran-

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des oías, a mi parecer, j uramenta.das para consumar elnaufragio. Yo, lanzado dr un lado o otro por el vaivelildlel Ijarco, sint.iend 1 os golpes aéeanza.do;s en aquel baile infernal, sólo pensaba en mi chaleco salvavidas y enalgo que leí una vez sobre el instinto de los tiburbnjes,Estó’s animalitos, según el autor de aquieftl.a lectura, adivinan cuando una embarcación va a naufragar y la siguen, pacientemrente, días y días, hasta que- el bocadilloles viene a la horca. Esto me nizo presumir que, a polpa,llevaríamos una buena escelta de éllors. Cuando más obsesionado me encontraba por estos p’esamientos un terrible bandazo y un escalofianle cruj ido me pusieron entrance de sentir pavor. El barco pareció querer ¿lar elsalto de la muerte. Por mi imaginación pasó -en un instante cli cuadro d mi carne, blanca y ateri’ciopciaida, devorada por las tres filas de dientes de aquellos animaluchosfeos y repulsivos. ¡ ¡Horror!! Cómo un loco salí l pasillo gritando:

—Qué pasa! ¡Qué es lo que pa...a...sa!

1No grite, caballero; no pasa nada! — me conteistó un camarero que sonriente y hailaaiJdo un eharlestcnpara guardar -el equilibrilo, pasó por mi lado con un hacm en la mano.

Sin embargo, más traPde-, cun]do drerpués del teim[poral vino [1ra calIma, me pude enterar de qu[er, a pesar del “nopasa nada” del cam&rero y de su ‘sonrisa tranquilla, había pasado algo, y muy grave. Un golpe de mar había roto la cadena tiril timón y durante unas horras estuvo di“Ciudad de Melilla” si.n mandol y en inminente peligrode zozobrar.

¡ Cuatro días tardamos en llegar a Las Palmas! Cuando ya avanzada la noche del cuarto, pude divisar las luces de la ciudad, una gran alegría invadió, todo mi sery un gran suspiro cte-sa’hcigó mi percho. Aquellas líneas depuntos luminosos, a 1-o largo de muelles y paseo de lasAlcarabaneras, inc parecieron, desde el nar, diademasde brillantes en nloehe de sarao; en noche de aristocrá

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lica fiesta celebrada en nonor a mi llegada. Al atracar el.barco tuve la gran alegría de encontrar en el mue]le, osperáiidome, a mis iiise,pana’b’ls amigos Perico Bonello yTeodoro Pírez: Nos abrazamos emocionados y seguimosal Hotel Metropole, para celebrar allí, comiendo y bebiendo, mi llegada. Despus, cuando consideré cumplido aqueldeler, traté de marchar a mi caa, peno no me dejaron.Se empeñaron en que fuera. a Teror y a Teror luí. ;.Laverdad, soy débil con ‘las amistades! En Teror desperlarnos a nuestro común amio Miguel Sánohez y volvimosa celebrar mi rgneso•.

Aproveché mi estancia en el puohlo para dar graciasa la írgen del Pino, por haber acudid o en mi auxiliocuando so ‘lo deanan’dé. Claro que no pude entrar en el1:eenpio porque, dada la hiora, e(staba cerrado, pero, desdela plazo, le ddiqué mis plegarias mós fervorsas.

Ya cL madrugada, cuando mis amigos me soltaron,fui a visitar a mi familia. Después de: esos transpoites d!eejiegría a que dé. ocasión el regnes’o sano y salvo, del sierquerido que ha e:sta’lo sujerto a los peligros de una vidazarosa, me acosté y dormí, como ya hacía muchos mesres no dormía. Fué aquello el mejor srodant para misnervios sin control.

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OTRA VEZ ENVIGO

XXIX

Diez díds estuve en Las Palmas. Los pasé muy bienporque, durante éllos, todo fueron atenciones para conmigo, pero, ya al finiI, estaba desesperadó por volver ami puesto en el frente. Pensala, que iio era lógico estaren la ‘retaguardia, gozando de vida plócicla y cómoda,mientras mis compañeros luc’liaIian y se sacrificabanpor la Patria. Así ocurrió que, cuando por finme vi denuevo camino de la Península, ima gran alegría invadiómi ser.

No fué el viaj e a Vgo tan bueno que me ocim•pensarade ‘los malos ratos pasados cii e “Ciudad de Melilla”. Fuésólo regular. No obstante, ni inc pareció largo, ni me resultó pesado. Por algo tuve c1cimo compañeros, en[r otros,a García de la Peña y . Félix Sínchez Jimeno. Cuandollegamos a Vigo,, una agradable sorpresa nos aguardaba.La toma de Mdlaga. También nosotros la “tomamos” bien tornada. Fué por el procedimiento de lo que llaman,en el caló de la taberna distinguida, “una torta de reglamepto”

En Vigo fuiçmos a hospedarnos él Hotel Moderno. ¡ Quéformidable hotel! Mejor dicho: ¡ Qué formidables camarera.s las del hotel! ¡ Parecían hadas bienhechoras, cuan—do por las mañanas, con •sus caras bonitas, adornadaspor o!egante:s cofias, nos traían el desayuno a la cama!¡ Por mncha hambre que uno tuviera siempre le asaba

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ha la duda entre coinere ef desayuno o comdse la caaiera!

Mis compañeros de vij e eran personas en paro obligado con respecto a ciertos excesos. E41 que no padecíadel estómago, padecía. del hígado o del riñón. Claro quesi yo hubiese estado COfi mi ataque de nruma mis condiciones no hubiesien sido más boyantes que las de óllos,pero, como no sucedía así, decidí aprcvccharme de lavenfaj a. Estar en la bella ciudad gallega y no gozar desus atractivos naturales era algo así corno hacer l papelde tonto. Y, naturalmente, tomó la decisión de no hacer-fo. Para ello me ví obligado a darle squina.z&” a miscorno ji oros.

Me. ech. a la calle coli mi abrigo de pi.e:les y mis guantes do jabalí con lo cual muy bin se me podía confundircon un poliitado. Con el rey de da “whiskineada”, porojempi.o Coti esi,a indumentaria me fui al mejor caibaietle Vigo Mi entrada en el establecimiento produjo sensación, CO.dO el mundo, allí dentro, prendió su curiosidadde mi persona. Yo procuré que no decayera, pasado el primer momento, mi condición de individuo interesante. Ntuve que esiorzarme mucho. Además, bas.tó que sacaracuatro cajetillas de “egipcios” y las pusIera sobre la mesa? para que quedara due.ño del establecimiento. Cómo si.yo fuera centro de atracción para bellas muchachas, ésas me rodearon, eso sí, observando gran. respoto, y mepidieron cigarrillos. Se los di, entablándose, conversación yal poco rato éramos todos, ]uJenos camaradas. Quise invitailas y pedí una botella de vino “J.andi11&’. A aquellabotella siguieron otras y cuando ya había sobre la mesa,seis vacías, n encontnarn’ps, las chicas y yo, dispuestos ala.s más dispa.ratada empresas. Solicité del director de laorquesta que tocara la “Carioca” y la tocó porque todo elniundo apoyó mi petición. Las notas de la célebre cancióntropical llenaron la sala y yo, en mi afán d.e divertirme,subí al escenario y empecé a bailar. El público, entuialsrnado ante mi arte coreográfico, einpezó a j alearoae y

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a aplaudir estrepitosamente. Fué tan grai’de’rni éxito quedifícilmente ló olvidaré., aunque, la verdad, debido a noestar en mis cabales, por culpa de La “jandilla”, no conservo muy precisa la escena en mi memoria. Sé que tiescándalo fué de los quehacen época y ‘que del cabaret‘alí detenido; pero, lo que no pu.edio precisar son las ra.ones que hubieron para que fuera ese el final de aquellanoche tan simpática.

Y, lo más triste del caso es que, jara no conservar nada como recuerdo de aquelas horas tan felices, i síquiera continúan siendo míos el ‘abrigo de pieles y losguantes de j aba1lí, que tanto cartel me dieron en aquellaocasión y que, más tarde, en una de esas crisis peseterasque se pa’de6en con tanta frecuencia, tuve que. vender enpública subasta. De este hecho guardo un p.eso sobre miconciencia. Peso que nace por entender,, ‘hoy, qie no’ medebí desprender ja:mñs de aquellas prendas. de tan gran valor histórico-sentimentaL Y mucho menos, ponerlas adisposición del ‘primer postor para que, ‘eon.sider’ónd’olas,ni más n.i menos, como el más vulgar de los objetos..

El dueño del flamante abrigo y de los” guantes de pielde jab.adí, es en la actualidad ini but.n amigo el tenientede Artillería Francisco Hernández González, qú’e se encuentra en el frente defendiendo el glorioso MovimientoNacional.

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S4LAMÁNCA. DOMINGO PLÍiEZ Y AA VALCA liNERO

xxx.

Salirnos de. Vigo a las siete de la mañana. Después detinas cuantas horas de marcha, el tren se detuvo en Mcii-forte de Lemos, nudo de las comunicaciones ferroviariasgal1eas. Allí me llevé una sorresa porque tuve la suerte de tropezarme cori mi amigo el teniente de. CaballeríaQulpatrik, uno de los deportados a Las Palmas, al adveniiniento de la Repúlica. Tuvimos ocasión de charlarun rato largo, pues, el tren se detuvo, con la disculpa de

hacer rnanidbras, más de ssenta minutos. Por fin con

tinuó el viaj e hácia Salamanca a donde lle.ganios d:es;pu.ésde interminable recorrido y de soportar paradas en cadauna de las estaciones y “esta:cioncillas” que encontramos.Ya en sta ciudad tuve el sentimiento de despedirime aomi co.mpañeco de viaje., José García de. la Peña, el que,con toda urgencia, tenía que incorporarse a la Jefaturadel Aire.

Salamanca es la. ciudad que nej or conserva el ambiente de la histórica y antigua Castilla. La que, a pesarde la obra demoledora y rimi.nal, pudiéramos decir, de la

piqueta contemporánea, aun puede most.i:’ar orgullosa sufisonmía medioeval con su catedral y sus murallas. Aun,al pasear el visitante, por sus calles estrechas y tortuosas,cuajadas de iglesias, .oiwentos, palacios y casas solariegas y de viviendas iroe,gulare.s y capricbosas su

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salientes y voladizos, .puede sentirse. transportado a aquella época feliz del Renacimi’e’tO español. Sin embargo, noso ha podido evitar que al lado de todo ésto, de evi’dentesabor tradicional, aparezca lo más moderno de iiuestrosiglo: et bar. Tres existen en la ciudad con (SUS “enyesquos”, sus altos taburetes y su caja registradora. Se denominan Las Torres, Novelty y La Granja. Son las únicas tres notas cosmopolitas d Salamanca, las que, d.espuesde todo, bien están, porque de no, difícilmente podría unoresistir la tentación de coger una rueca y ponerse a hilar tras ulia de aquellas ventanas, angostas y de ojivaatrevida, do tos palacios salamanquinos.

Cuatro días estuve en Salamanca. Traté de husmear-lo todo pero cteo- que no humeé riada.. ¡ Está hoy muyanimada Salamanca para que uno pueda prestar mayoratención a la parte rnonuimenta e histórica! ¡Un aumento fulminante de población, veinticinco mii nuevos ha’bitantes, ha trocado» ‘su prOIVerI)ial traaquli’dad, por vértigo de movimiento y traibajo!

Aprovechando mi paso por la ciudad quise saludaral señor Díaz Hernández, Alcalde de Las Palmas que, segúri noticias, se encontraba allí desarrollando una intiensa labor en favor de Canarias. Pero no pude lograrlo. Según ime pude informar, hacía unos cuantos días que había maiohado a Burgos.

Al salir de Salamanca do hice en compañía de milhombres que, en ol mimo tren, so dLrigían al frente. doMadrid. A depedir estas fuerzas, y a pesar do ser las cua1ro de la madrugada, acudió a ‘la estación enorme gentío que no se cansaba de vitorear y lanzar gritos patrióticos. Fué en la lardo de aquel día cuando llegué al pueblo de Domingo Pérez. ¡Mi pueblo peninsular! ¡Fué magnífico y emócionanto el recibimiento que se me disponsó! Todo el pueblo, enterado de mi llogáda, acudió a laestación a testimoniarme su simpatía y al frente de todos, y esafilé mi mayor sorpresa, mi “asilstenf.&’ ManuelPerera, Difícilmente pudo mostrar mf ‘agi’a’decimiento y

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corresponder a tarifa muestra de. afecto. Hubo momentosen que creí no poder sujetar las lágrimas que pugnabanpor saltar de mis ojos al ver tanta demostración de caPino.

Durante ocho días estuve en Domingo Pérez gozandode toda clase de atenciones. Pero conviene aclarar que‘bsta vez, Prudencio Doneste, no fué rl Prudencito de otrasveces: el de la tasea y el de la juerga. No uierte decir ésto que no visitase la primera y practicase la segunda. Iiidadaihiemente que sí; pero, lo hacía, como corr.espond.ea quien es conscieite del papel que deseiupefia en sucidad. Un Barón, el Barón de Ma1pi!ca, pO.i ejeIlil11)lO, 110 pUede emborracharse como cualquier pliebeyo, de hacerlo, esnecesario que sea con ciertos miramientos y con distiiiguida compañía, ünica formai de que no quede empañado el brillo de los blasones.. Y, así sucedió que, puesta ami disposición, para que me sirviera de hoepedaj e., la másaristocrática vivienda del puebito—-un verdadero palaciorodeadó de magnífico parque—rara vez salía de élla,Atendido por Manuel Perera, representaba mi papel Barón como si lo hubiera sido toda la vida. No recibía St

no a muy determinadas personas y sólo los sábados, a iacaída del sol, estaban declarados de audiencia pública.

Cuando ya me habia a;cnsLulmjhrado a aquel viyir (lepotentado tuve que abandonar el pueblo de Domingo Pérez para incorporarme a mi centuria que e hallaba destacada en Borox; en el frente de Aranjuez. En este via.je, al pasar por Toledo, inc detuve para saludar al Comandante Rúa, que se encontraba enfermo y hospitalizado.Me accinupañó cii la visita su ayudante, el teniente JoséRodríguez. Culnplido este deber seguí la marcha pasando por Móétorles, pueblo de destacado renombre patriótico. Cuenta la Historia que, cuauido la guerra (lela Independencia, el Alloalde de e.ste pueblo, por síy ante sí, sin toinar en consideración su insignificancia bélica, le declaró la guerra a Napoleón. Aquí empezó. nublarse l estrella cJe éste. Puede decirse que l fa

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só Alcalde dió al !rase con os éxitos guerreros de Napoleón, que tanto asombraron al miuido. Fué aquél unbonito geto de héroe. Hoy Mósfoes, a ini paso, por haber •oiiigado las hordas rojas, al abandoiario, que fuera evacuada toda la población civil, arcianos, mujeres yniños, se encuentra solitario co:mo un pueblo muerto. Sólo queda en él, a nuís de los soldados que lo guarneei,y como verdadero emblema de la España que vuehe, sucélebre alcalde rapre.sentado por una minúscula estátuaen el centro de la plaza mayor.

Llegué a Navaicarnero residencia del mando de la División reforzada de Madrid. Allí tuve ocasión de saludaral Co’mandan1e de Estado Mayor, 1). Antonio Oea, y al CapiVtu don Antotiiu Lucena, ambos agregados a la División. Tanubién yo quedé allí afecto a las oficinas y teniendo por compañeros a Juan Millán Rodríguez, JulioNavarro Jáiinez, Ignacio Camacho Pérez-Galdós, Lecpo•ldo Sandoval y los requetés Pepito Puenfe y Juan ConzáJe, Fueron mis j efus, en esla ocasión, el ComandanteArmada, el Capitán Martos y el Ten.ientie Navascués.

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CUICAS GUAPAS Y PATRONAS F&tS

XXXI.

Ya en Navalcarnero por una temporada; me hcpedé,junto con algunos compañeros, en casa de la Tía Narcisa. Era gorda, mofletuda y tenía cara de pocos aimigos.Scguraniente. la práctica le había demostrado que unamala cara •es un buen. preventivo contra los sablazos.Cuando llegué a su casa, a pesar de su condición pocoatractiva, quedé muy bien imiprasionado. Aquella grasaque te iebosaba por todas parte era indicio indudable deque allí se cómía bien. Pero está visto que no siempre losindicios constituyeii prueba. En esta ocasión, por desgracia. así sucedió. La Tía Nareisa creía que sólo con queélla comiera, nosoíros podíamos tener los estómagos satisfechos. 1Anle tan extraña teoría y ante la pOSil)ilidaCIde. morir de inacción digestiva optamos por abandonara aquella estrafalaria muj er.

I)eepués de asegurarnos contra sorpresas, ni lo quea comida se refería, nos instalamos en un inievo hospee.daj e. Nuestra nueva patrona, como la mayoría de éllas,poco tenía qu agradecer a la Madre Naturaleza. No ohstanfe, de dar crédito a sus manifestaciones, en su tiem

po, de haber existido lo de las “misses”, élla, sin duda alguna, hubiera alcanzado el título de “Miss Universo”.Los hombres •a su paso se quedaban bizcos! Sin embar

go, esta señora, tenía una hija que había acaparado gra

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óia y belleza por las dos. Estoy segura que de no ser tanabundante la comida, como en realidad lo era, todos noshubiéramos podido considerar lo suficiente, nutridos conla risa, la charla y la simpatía, de la hija de la paIron’a. Y eso que tocábaios a poco porque, además de nosotros, eran huéspedes también los moros de una secciónde Tiradores de Ifni.

La vida en Navalcarnero era insoportable por la temperatura que, no ,se por qué misterio barométrico, siempre se encontraba bajo cero. Y. ésto, menos mal, porque,con fe.cuen.cia, el viento huracanado del Guadarrama,la lluvia y el granio, la convertían en algo horrible. Apesar de todo, en ocasiones, logramos olvidarnos del fríoy de las inclemencias del clima a fuerza de vino y de calor de miradas í emer mas.

Todos los días acudía a tornar el té a un establecimiento moruno, de este género, en el que se pasaban lashoras bastante bien debido a lo acogedor de su ambientey a una orquesta moruna también que, con sus aires dedulce rnonotonia, hacía adormecer y soñar. Claro que noera sólo té lo que allí se podía tomar; el cliente podía dis

poner de cuanta bebida le; fuera grata. Por esta circunstancia una noche salí a la ‘deriva” del ‘e;sta’bleeimiento yen un triz estuvo que no hiciera rumbo hácia Griñón. Y¿por qué ?—se preguntará ci lector. Pues muy sencillo:porque. .me tropecé con dos enifermieras de buen ver, francesas, pertenexcientes a Ia.s Cruces de Fuego, que. prestaban sus servicios en el Hospital de. Griñón y que se pro.—pusieron demostrar, una vez más, que el hobre tienela cabeza sobre los homi ros mientras una mujer guapalo tolera.

En Navalcarn.ero tuve una amiga gupísimna. La másguapa do todas las chicas del pueblo. Además de esta envi’diable condición física podía también presumir de. sermuy valiente y de llamarse Cármen. ¡En resúmeri de seruna perfecta esrpa.ñola! Era hija de. un farmacéutico.

Raro era el día en que Cármen y yo a.cQmpañados de

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m4s compañeros Juan Mi1lái y Jósó Juan Mendoza, nodáibamos un paseo por la carretera de Madrid. A veces,embebidos por la charla, perdíamos la noción de la distancia y ‘del tiempo y llegábamos hasa lais primeras líneas de fuego. Not fué una vez sol. cuando la GuardiaCivil nos obligó a retroceder ante el peligro. Mi coanpañera no le daba importancia ‘alguna a este atrevimiento.Estoy seguro que., con la misma indifetrenca, hubiese seguido carretera adeante hasta llegar a la villa del Oso ydel Madroño, Qué horas ms agrdab1e.s pasé a su lado!

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OTRA VEZ ÉN VIAJE A LAS PALMAS

• XXXII

Estaba visto que mis achaques no estaban dispuestosa tolerar mi estancia ei terreno peninsular. Otra vez elreuma me hizo pensar seriaaiient.e en el regreso. Mi naturaleza no podía soportar aquel clima, menos el de N.avalcarnero, y me aguij oneaha, con el maldito reuma, para que cogiera la maleta y me marchara. Y así lo tuveque hacr mediante. autorización de mis superiores. Nome quedó más remedio a pesar de mi resistencia. Uii día,medio rengueando, tomé el tren ‘para que me llevara hastaVigo, en donde. pensaba embarcar con rumbo a Canarias.

En este viaje tuve ocasión de conten-rpiar, al paso, lamaravillosa obra de ingeniería que. representa la Presade Alberche. Esa presa que, al principio. se supuso había sido volada por los rojois para impe.dii. el avance: denuestras fuerzas.

A. pesar de. la elevada fiebre que me. aqueaba, al pasar por Aivihla.: no quise desaprovechar la, ocasión, quizáñniea, de poder contemplar las cosas interesantes qu

guarda esta ciudad. Por eso decidí visitarla. •En esta visita experimenté la satisfacción de ser acompañado porJosé Velavos, hijo dell ex miniistro de Agricultura, delmismo nombre. en el Gobierno de Lerroux.

Avila es una Población pequeña y mucho más pequeña parece por estar estrangulada por la muralla quela rodea. Es ciudad triste y SU emplazamiento, en terreno

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hosco y desolado, crea en élla ese ambiente que invIta alrecogimiento y al misliciamo. Así se comprende que sea.patria chica de tantos San-tos y tantos notables Caballeros, pues, ambos, se forjan en la.- vida es-pirituaü y contemplativa.

Para Avila parece no haber pasado el tiempo; parece h-€ubr.se mantenido estático para que las generaciones,presentes y futuras, puedan admirar, en esta ciudad, ungirón de la España de la Edad Media. El que vive enAvila, al igual que el que la visita, se siente siempre sugestionado por la visión p.retérita dé la Historia. Al contemplar su catedral, de puro estilo gótico, aun cree la

- gente adivinar en. su torre la de1icada figura de], Rey Niño—Alfonso VII el miperado-r—lndlinándose para sJudar desde allí, gentilmente a su padrasto Alfonso 1 deAragón que había puesto cerco y combatía a la ciudad.

Hablar d la parte monumental e histórica de. Avila,haría interminable esta obra. ll santuario de Santa Te-re-sa de Jesús, levantado en el mim-o lugar que ocupó laca-sá don-de naciera la célebre escritora-Santa; la Iglesiade San Vicente, con su puro estilo bizantino y el ex Convento de Sant-o Tomás, en don-de está enterrado el mf-aate Don Juan, primogénito de los Reyes Católicos, seríananás que suficientes, de dedicarle 1-a atención que se merecen, para llenar cuartillas y más caurtill-as, pletóricasde interés y enjundia artí:stieo-h-i-s’tórica, pero que, porapa-rtarse de las pretensiones de este libro, no encajaríanen él. - -

- Abandonada Avila se—gui en e-’ tren -hasta Virgo, endonde, no más que llegar, mba.rqué en el “Romeu” quesalía para Canarias. No fué directo- el viaje. El barco- hizo escala en Cádiz lo qu-e aproveché para visitar,, en eopañía del fioia.l Perico González, -el pueblo d-e San F-era-ndo, y de éste a la posición del Ardila, para saludar anuestro buen amigo, Félix Bordes, jefe d Ja Batería Antiaérea de di-cha prGsjCiófl-.

A -1-a -salida de Cádiz me- encontré -a- -bord con la se-

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flora de Barce1ó, muy conocida y apreciada en Las Palmas.. Procedía de la zona roja de donde había escapadopor erdadero milagrc. Triste odisea la de esta señoray su familia! l)e una en otra población ioja, ocultándosede todo el mundo, sufriendo terriblemente por todos conceptos, habiendo perdido a. su hijo político, el Capitán deAriLille.ría don Angel Ortega, asesinado casi ante su vista, élla y su esposo venían en un deplorable estado, Elsistema nervioso lo tea ían ocimipletarnente deshecho.

Por fin, después de tres días de navegación, llegué aLas Palmas. Venía bastante mal pues la fiebre, muy alta,en ocasiones, rara vez me abandonaba. Al llegar no tuveotro remedio que meterme cii la cama. Diez días estuvosometido a esta ‘tortura”. Fué el desagradable colofón demis aficiones guerreras.

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-e + + c- c-

OTIM TEZ CAMINO DEL FRENTE

XXXIII

Tres meses y medio estuve roparandu las fuerzas perdidas, de mi último viaje del frente.

Completamente restaijleojdo a fines de Julio de. 1937,los médicos me dieron de alta y tiempo me faltó para sacar mi documentación e ineoriporarme a mi Falange. dela Bandera de Marruecos, que al otro lado det mar, alláen tierras de Madrid, defendía con entusismo patrio elGlorioso Movimiento Nacional.

El 9 de agosto por la nohe, sin aspavientos y en compañía de algunos amigos que me fueron a despedir, entre los que se encontraban Frasco Bravo, Domingo Aonso y don “Lory Ley”, tomo el “Plus Ultra” que había deoornducjir.n-ie a la Penínsulla, mi Patria Grande, pasandoprimeramente por Tenerife.

bordo del citado vapor se enoo.iítrahan todas las autoridades civiles y militares que en visita protocolorariaiban a despedir al Sultán Azul y su séquito que., desde IIni, ia:rchaljan también a la Península en viaje de recIreQ.

El “Plus Utra”, coirnipletamente abarrotado de tropasd Intendencia y San:idad a más del pasaje en cantidadnuirn,érica, no tenía ni una litera libre donde pasar losdías hasta llegar a Cádiz.

Aquella noche tuve que paisarl.a al raso en la cubiertade primera, debajo de la escalera que da acceso al puc’I

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le de matato. lenía por lecho unos sacos de guano y un,capote-manta. Esta fué mi litera hasta Cádiz.

Amanace Son las seis de la mañana, y el “Plus Ultra”, debido a una háhil maniobra de su capitán bella ‘

simpítica persona, queda atçaoado a uno de los muellesde la ecin,a y hermana isla de Santa Cruz de Tenerife.A, los pdco’s momentos y después de cumplidas la formalidades de reiglame.nto que exige la autoridad militardesembarcamos. Me acompañan Manuel Pu?Iido, Luis A1-varado Duarte,, el Alférez Lodo, perteneciente a los Regulares Carlos Paet.own, Pepín Marrero y otros que no recuerd. Ya en tierra nos dirigimos a la Recova, y allí ‘fornarnos un suculento desayuno, y terminado éste, un esp1éndi.d.o coche nos bonduce a La Laguna, donde por elcamino tuvirno ocasión de contemplar los maravillosospaisajes que. a nuestra vista se ofrecían, ya conocidosdesde antiguo.

Parada en el Hotel “Agueres” y saludo al impáticobarman Alonso. Un os cuantos estampidos con su correspondiente enchesqucrío, y rápidos hácia el pueblo de las ictorias de Acenfejo, p.ue.s según referencias que flOIS

hahían dado en La Laguna, en él se cosechaba un excelente vino. No nos engañar.on. Nuestra estancia en estesimpático y hospitalario pueblo duró casi cuatro horas.Vino, conejo embarrado y papas arrugás, fué nuestra cornida de aquel día.

Casi de noche, hicimos el regreso a la Capital. En ésta tuve ‘la gran alegría de saludar a mis en’treñables ami

go Ramón González de Mesa, Aurelio Ballester, MiguelZerolo y Rodrigo Suárez. Demás está decir, queridos lectores, que la que se armó no es para contarlo, pues necesitaría mucho espacio donde describir los detalles d’eeste .siimjpático encuentro. que, duró hasta altas horas dela madrugada. Cuando dsperté al día siguiente, no podíadarme cuenta del sitio donde’ me hallaba. Pasados el pri

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mor momento ele extrañeza, S1:p.C que. estaba cii el Flo‘tel Carracho según me manifestala con cara de asomuro la camarera, a cada pregunta que le. l:acía. ¡ Eran losresultados de nuestra larga estancia en el. pueblo de LasVictorias de AcentejoI

Este día tuve el gusto de almorzar en compañía dedos distinguidas señoritas: Lolita Bravo de Laguna yMaruca Teresa González Vernetta, ambas pertenecientesa aristocráticas familias de Las Palmas y de Santa Cruz de.Tenerife. las cuales tuvieron la gentileza de. acompañar’me hasta que el va:or puso iroa a nuestra querida Patria grande!

Como en Las Palmas, las autoridade.s iocale hicieronla visita protocolaria al Sultán Azul. Aquí también embarcaron fuerzas que habían de marchar al frente. Eramoscerca de dos mil hombres. tbdcs dispuestos a defender anuestra querida España, contra los que la vendieron alextranjero: los sin patria.

Una gran muchedumbre se encontraba estacionad aa todo lo largo del muelle, formada por algunos miles depersonas que no’ ce.aban de dar’ vítores a los patriotas.

Son las siete çje la tarde. Suena Ja, sirena del Plus

Ultra”, y el barco poco a poco, d’esp.e’ga del muelle, a losacordes de lo:s himnos nacionafes y de Falange.

El espectáculo es ‘enrdcionante. Las sirenas de todoslos vapores surtes en el Puerto saludaban al “Plus Ultra”.Centenares de pañu’e.iots flamean. al viento, haciendo uncanto de despedida como estímulo’ a aquella juventud, quecon tanto entusiasmo marcha a ponerse a las órdenes denuestro salvador: el Caudillo’ Franco.

A nuestra vista se va perdiendo la molo gigantescadcli Teide y las elevadas montañas do Anaga. Son las ochode la n’cche y allá en la lejanía aún se perciben las luces de la isia hermana. Luego nada. Mar y cio y unaluna ‘explé’ndida que nos acompaña hasta el final de xme.stro viaje, es decir, hasta Cádiz.

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DE NUEYO EX LA MAli/tE PATRIA

XXXIV

Tres días en el ruar. Compañeros de viaje. La distinguida señora del Coronel Don Eduardo Rodríguez Couto,el cual s halla en el fente de Aagdn, defendiendo laSanta Causa; sus señoritas hijas Maiuca y Pepa; los ingenieros Algrónomos Don Aintcnio Gonzlez y Don Francisco Guerra, los cuaies rinarohahan a Burgos en comisión de servicio relacionada ccii nuestra exportación frutora; Sixto; Lecuona, Don Luis Mcnso, caipitcn riédi1cu,que iba al mando de las fuerzas drO Sanidad y muchísimos que no recuerdo, pues la lista se liaría inte.rminab%e.

El venerable jesuíta Padi Vilalloniga. todos los días alas seis de la mañana, oeicbi alba el Oficio de la Santa Misa. A esa hora tenía que ahanclonar mi litera, toda vezque ésta daba al lado de la capilla del vapor. Terminadala misa, l1an,aia a uno do los marineros jara que recogiesen la ropa de mi cama. Los sacos de guano y el capote-manta hasta que. 11egaoe. la noche y nuevamente adepositarios en su s:lior, es decir, debajo de la escaleró.riel puente. Esto causaba la inlaridad de todo el pasaje. Pero a restas muestras de regocijo contestaba yo con cierto

trino de orgullo, que ya para mí. habían. empezado denuevo las pe:natidades cíe la guerra y que estos sufrimientos los soportaba con gusto, y casi con alegría, por fra—tarso de nuestra patria del Caudillo.

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Es domingo. Pó-c-o a polco, va apareciendo a nuestravista Cádiz. A las doce y media del día -atracamos -almuelle. Aquí iarnbin, las autoridades gaditanas apar-eoen -en el nue-lle. a recibir al Sultán Azul. Moimento.s -ciesp-ués sal tamos a tierra -y mentalmente me digo el. a’nó-ni-mo, ya que-en esta lierm-osa provincia nadi.e me conone.Pr’iiníer ir, -con los agentes de la Aduaria. Estos quisie-ron sin tenier -en cuenta mi calidad de combatiente y yo--lun-tarjo, a pesar de mis -cuarenta años, despojar—me de un cartón -de cigarrillos que llevaba para un coUlpañero que sic rs-i-alia batiendo cii la carretera de Extremadura, dentro del mismo Madrid, y de una caja de cigarros puros que. la señora de mi buen atnio Luis Corujo, Capi-tátn -de la Armada, he había entregado en el HoteIl Metrcp-ol-e, la misma no-che que embarqué. Unos cuantos gritos y el incidente no tuvo mayores consecuencias,gea-cias a. la oportuna intervención de algunos ccmipañe_ros de viaje. Total qn-e los cigarros volvieron nuevarin-ente--a mi poder.

Un taxi nie conduce al Hotel ‘Lor-etu”, pero no hagasmalos juicios, lector, iues éste funciona sin las características del nuestro de Las Palmas. -

Et día lo pa-sé sólo, recorriendo la población que esbastante hermosa, y visita.ndó, cómo es de suponer, sustípicas .ri’eduría;s d.c pescado. La parte más bonita de Cádiz es la que dé. al mar, donde s.r encuentran gran núm-ero de bares, teniendo por fr-cuto el - Parque Genovés, enrl cual pasean guapí.s-i-m-as gaditanas, haciendo un derroche de sonrisas agradables par-a todcs aquellos que marchan al frente a -d-ef’e-nider la Santa Cruzada.

a nI.uy entrada la noche, me recojo al hotel, pueslas einocions de este -día y el la-ego viaje:, hile tenían argo—fado materialmente. Por la mañana cogí un autobús encoinipañía de S-jXtlür Lecucn:a. Es-te se dirigía a San F-e-rnaini o y un -servidor a la posición del Ártdil-a; con iii ten —

ción de visitar a mi estimado ajinigo Félix Bordes, capihin de Artille-ría de la Armada y ah mismo tiempo- Jefe. (le

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la Batería a:niiaénea de la mencionada posición. Despuésde l’os, saludos de rúbrica, mc prepara un ‘espléndido desayuno a base de pe3cado asado y huevos fritos. Corno esde suponer todo ésto fué regado con la olorosa “Jandiha” y el sotara ‘Río Viejo”.

Un par d;e ‘horas en compañía del buen amigo Félix yde otros srnpáticos chicos que me presentó, y a ‘las docecojo el tren que había de conducirme a Jerez. Para estapoíblación llevaba una carta de recomendación que, a bordo, mc había en.tre’aclo el ingeniero Agrónomo, señorGonziUe’z, para un compañero suyo que residía en la misma.

A las dos. de la tarde llegué a la henniosa y popularpoblación gaditana. Un sol expléndido iluminaba a Jerez, la ciudad de España ‘más conocida, en el Universo debido al ‘nombre de sus famosos vinos.

Uo’nio un simón en la estación y desde ésta me dirijoal Casino Nacional, situado en la calle larga, co’ii intención de saludar a un viej o amigó: Tomás Rivero’ González, muy conocido en Las Palmas, pues con liarla írecuenCia nos visita en viaje de propaganda para la ventaole sus también í’anxoscs vinos O. Z, de l!os cuales es propietario.

Tomás Rivero, vive más en el Casino que cii su propia casa. M recibe con todo cariño y seguidani,enle mepresentó a la flor y nata de Jerez, toid&s Pertenecientes alas mejores fainlias. Después de un ‘breve descanso en elCasIno, busco alojamiento en el Hotel de los Cisnes, situado también en la calle, larga, y seguida’meiite, nos enea-minamos a la busca de Juanito Camacho. a quien ia recomendado. Chico jovial y simpático’, nos recibe muyafable y cordialmente, cOrno es c’araclcrfsljoo en lo’do es-tos señores de l. hospitalaria ciudad jerezana.

Juanito ain’dona sus quehaceres para atenderm’e yfué en su grado máximo: visitas a las mejores bodegaspaellas, pescados de todas clases, cantes flamencos, zamliras gitanas, meriendas e Iü más típ’ios coh’i’iados, fue-

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ron los cuatro días de mi estancia en el simpático pueblojerezano.

Todos los muohaoho’s que me presentaron eran delgremio y buenas firmas. ¡ Dios los cría y el alcohol nosajunta”!

Guatro días como dije anteri’orenf e estuve en JerezDe no haber salido para el frente, tengo la conipleta seguridad que a estas horas no puedo hilvanar estas maltrazadas páginas.

Otra vez a la estación Un fuerte abrazo a mis entrañables amigos Tornés y Juanito, de quienes recibí tantas atenciones, las cuales llevaré conmigo mientras viva,y sólo pido a Dios corresponder algún día a tanta gentileza y oaballerosidad.

Son las seis y media de la tarde. Llega el rápido deCádiz que ha de conducirme a Sevilla, la famosa Ciutiácidel Betis, ya conocida mía y en donde tengo buenas amistad es.

Suena la sirena del exprés y poco a O0O se deslizapor el camino de hierro, la mole gris de sus vagones. A

medida que pasa el tiempo la velocidad se acentúa pormomentos. Corno una cinta cinematográfica pasa a nuestra vista toda la campiña andaluza. Allá a lo lejos se véSan Lúcas de Barrameda. Grandes bosques de eucaliptussirven de abrigo a las reses de ildia para guarecerse deun sol de cuarenta y cinco grados. El ca’loi es asfixianteen los vagones. Tengo que salir a la galería a respirar unpoco de aire. El tren pita con rabia, perdiénúose el ecoen la inmensa llanura andaiuza.

A la hra de viaje trabo amistad con un sargento dela gloriosa Legión. Es natural de La Palma; muy simpático y comunicativo. Como es natural entre com’haIients, cuando estamos libres de todo servicio, regaimnos nue;s1ro encuentro con sendas lii aciones del rico néctar deJerez, debido a la generosidad de Tomás y de Juanito, loscuales tuvieron la atención de regalarme media docenade botella.s el viaje. Estas desaparecieron antes de

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llegar a Sevilla que, por esta vez, contra de mi voluntad,no visité debido a qu’e vine adespertar a setenta kilómetros de la misma, en un pueblo que llaman el Pedroso.

Mi indignación no tuvo límites al saber que halía dejado atrás la tierra de María Santísima, por culpa dellegionario, con el cual me encaré y no sé cuántas cosasle dije, a lo que él me contestaba muy serio:

—Mire, Don Prudencio; ve no tengo la culpa d quea usted le uiia tan buena amistad con la familia pamipanuda del dios Baco.

No tuve más remedio que soltar la carcajada a. estarépftica y poneIme a la busca de alojmie.nto.

L.’egué rendido a el Pediosc. Iremiediatamente encontramos hospedaje, pues era tan grande mian.ganoio queno me hallaba con ánimos de seguir viaje hacia Cáceres,debido al agotamiento que se había ap!cdrado de todo miorganismo por el ya largo viaje, l cual no tenía trazasde terminar.

El Pedroeo tiene cierta import.a’ncia por ser un puehlo serrano donde acude mucha gente a pasar el veranodebido a ‘la bondad de su dlima y de sus habitantes. Esmuy liinpio y muy blanco. Sus casas están llenas de rejas y tiestos, donirle nace el famoso c’lavel sevillano. Detrás de estas populares y típicas rejas andaluzas, siempreeslá al acecho dril forastero la guapa mujer andalluza, ini—pecablemente peinada y adornada su cabeza con la elegante peineta.

Cuando más absorto estaba en la contemplación deesta estampa sevillana, que tantas veces había leído, ungrito dado desde lej os y llamándome por mi nombre, mellenó de extrañeza, pues nunca creí que tan lejos de mi tierra fuese conocido. Eran antiguos companeros de la Fa—lo.’nge de Sevilla, que habían oavrivido conmigo en losprimeros días de la guerra en Talavera de la Reina, re-ején tornada la mencionada población. Uno de. éllos eraJefe local de Falange en el pueblo; y el otro cartero. De-

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nus está decir que mi alegría fué inmensa al encontrarme con viej os camaradas de la campaña.

So.uidainente me consiguieron alojamiento en unapCflSiÓfl pulcra y hospitalaria. Su dueño se llamaba Trishin Pérez Alonso. Simpátioo y dado un poco a los placeros de la familia pampanuda del do;s Baco. Estaba es-.crito que no podí.a tener ni un día de descanso. Por mássúplicas que hice para que me dejasen descansar, no fuéposible pues tan pronto lleigaimcis a la pensión, se dieronlas órdenes oportunas encaminadas para poner al hornoun lechoncillo. La juerga duró para ini hasta la una dola madrugada. Desde mi cama entia el cante flamencode las muchachas del pueblo, muy buenas cantaoras ybailadoras. Estos me sirvieron de arroró y bien pronto mequedé doi mido. No s el. tiempo que estuve entregado alsueño. Segiín me infor:maro:n, fueron cerca de 24 horas.¡ Me hacía tanta talta este descanso! Tres días estuve eneste hospitalario pLLeb]f?

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PROSIGO MI VIAJE

xxxv

Son las once do Ya mañana del día 16 de Agosto de4937. A mi mente llega el recuerdo de mi lejana tierra,donde en este día se celebra la festividad de San Roque,patrono de mi barrio de Las Palmas, en el cual pasé losprimeros días de mi niñez. ¡ Qué contraste el de hoymarchando camino del frente a cumplir un sagrado deber: defender la patria querida, vendida al extranj ero porlos traidores que la han niañchado de crímenes tan horrendos que ha sido el asonthro del mundo civilizada.

Nuevamente en el exprés, que se pone en marcha hacia Cáceres, y de esta pohlacin a Placencia, ciudad de lamisma provincia. Llego a las doce y media de la noche.¡Catorce horas taédé de El Pedroso a esta población! Aldía siguiente, a la una de la tarde, a Plaoencia empalme.donde céimbié de tren, tomando el que había de oanduéirme a Talavera de la Reina.

TJna neche en Talavera de la Reina, y al otro dí hacia Leganés, para inoorporarme a la Bandera de Marruecos que se hallaba operando onu gran brillantez en lacarretera de Extremadura, en el barrio de Usera (frentede Madrid). Aquí, en este frente, han dado la vida pornuestra querida Patria, algunos cantaradas do la primleraexpedición.

En la representación de la Bandera, que está instata

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da en Leganés, me informaron que la mayoría de loscomponentes canarios que se hallaban en la misma, sehabían incorporado a la tercera Bandera de Falange deGran Canaria, mandada por mi buen amigo el capitánde la Guardia Civil, Mariano de Santa Ana.

Nuevamente tomo el tren de Legnés hacia rfa1a erade la Reina, para incorporarnie con el CapiLi’ui Santa Anay de esta ciudad al uelilo de Cehofla donde estaba desia—oada la menci onaci a bandera.

Una niéquina exploradora me conduce hasta el pueblode illán de Vacas, y desde aquí en camioneta a Cebolla. Este pueblo Ia liberó la primera expedtcin (le Falange enOctubre del año 1936, y con tal motivo misrelaciones enel mirimo, datan de esa f cena. Llegó al des{acan*ento a lasdos de la tarde del día 20 de agosto. Aquí tuve el gusto desaludar a antiguos amigos, entre los cuales figuraban Ha-

• fael López, José Carlos Cuyés. Federico Arias, FernandoFuentes, Santiago Cúll en, nieto del General del niisinionon bre, el Sargento Martínez y los Alféreces Carmona,Leóll, Figueroa, lleriumnde.z Ajena, Arturo Hurtado deMendoza y Cobos. y Mclinet (y Rafael Cordero, cnn el cualhice gran amistad debdo a su, buen ‘carctei y bellasprendas personales, pues siellipre tenía conmigo las miiximas consideraciones y cii tlgunos casos que estuve en—ferino, se desvivía Cli atenderme).

Fui incorporado a la Plana Mayor riel Capitón Santa Ana y 105 días me los pasaba en la Oficina, en la quetenía por cumipañeros a García Lorenzo y a Navarro Calderín, este último abogado, todos buenos chicos y entusiastas detensores del glorioso Moviniento. -

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EL líA flQtíE DE MÁ.LPJCA, TUVO DESEOS DECONOCERME

XXXVI

Cebolla es un [)ueblo de la provincia do Toledo, muyhuspi.t.alario. con una población dé unos cuatro mil habitantes. Esté. situado a orillas del Tajo, y a la

parte opuesta del río se encuentra Ja canalla marxista en mi ‘feudo” de Matpica. No hace mucho tienipose hallaba en Cebolla el Duqio do Arion y a la vez Marqués de Ma]’pica, y en una conversación que tuvo con suaidnuyiis trador—segiín me dijo éste—Jo manifestó que tenía unos deseos locos de oonnoer al ya famoso 3aróri deMalpica, muy popular en la mayoría de los pueblos deCastilla i’ al mismo ticmto le estaJéa muy agradeoído por su noble gesto de querer conquistar el pueblodel mismo nombre, donde tantas posesiones tiene elDuque.

No tuve rl gusto de conocer al noble prócer, biea querido por cierto CI) Cebolla, pues la única vez que estuvo ene.l pucho, me. encontraba en la .ftíbr.ca eléctrica, en elsalto de hgua situado dentro del mismo Tajo.

El río por esta parte es bastante hermoso, teniendo .SUS

riberas pobl’a(las de grandes bosques donde su anidanmiles de pdjaros de todas clases, En este sitio hay quetener toda clase de precauciones porque las aanutrallado—ras de la canalla marxista no pierden oportunidad de inolostarnos a cada momento.

r: -4

e,

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Para llegar a la fábrica tenemos que atravesar un cimino cubierto, toda vez que ci efectuarlo a carnpo libresupone un gran peligro.

Pasaban los días en Cebolla y cuando las circunstancias del servicio me lo permitían hacía friecuentes excur-siones en Pompa.ñía de Rafael Cordero y de Paquillo Rodríguez chico de la ciudad de Gáidar, a la taberna, de latía Anastasia, situada en la Cruz Verde, )n lo más altodel pueblo, donde se domina un hermoso panorama, prin—ipalmen1.e por la mañana, casi al toque de alba y adai’and’o el día, a la hora en que empiezan a eiicender.se lascocinas.

Centenares de columnas de humo se elevan hácia elcielo. Es un espectáculo ñaravilloso. Produce el efectocomo si todo el pueblo estuviese sometido a la acción delfuego. Esta estampa la adorna la inmensa culebra delTajo, que se pierde en el dilatado horizonte de la llanuracastellana.

En Ja taberna de la Lía Anastasia contaba con muybuenas amistades: su herm1ana Regin, guapa moza, quepudo huir del infierno de Madrid, después de. estar en élocho meses; su hija Pilar, muy simpáfica; los tíos BariHa, Sastre, Cresenciano, Caguetas y Salomón. Este undía que había ingerido más de la cuenta, me dijo quç enépoca ya lejana había sido condenado a muerte. Le pregunté los niotivos quo oligaron a la justicia para imlponene tan grave pena, y me contestó que había sido por haben aviado al Alcalde del pueblo, que Clra una. mala persona. ¡ Veinte años &suvo en presidio!

La Bandera s componía de mil hombres, y cubríam,os un frente de 50 kilómetros, en los pueblos cercanosal Tajo, teniendo que guarnecer las siguientes posiciones o pueblos: Pueblo de Montalbán,. Torrijos, Mont.earagón, Gebolla, Albarreal del Tajo, Corral do Toros (estaposición era la más cercana a la canalla marxista, pues

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la e.niainu.s a menos de un t.iro de fusil), F’brica eléctrica, Tejeras, Ailcuibille.te y otros que no recuerdo.

La Bandera es un modelo de organización y d,e discipluma, debido al celo e inteligencia de.l Capitú.n Santa Ana,el cual se desvivía para que las fuerzas que estaban bajosu mando no caieoiesen de nada.

‘Todas las semanas nos regalaban cajetillas de cigarrillos, gracias al gesto noble de la señoa doña CayetanaGómez de Lucena, y a los sentimientos patrióticos de mispaisalios. Con hart.a frecuencia se nos repartía ropa ynunca la tropa carecía de lo mís indispensable. La comida era abundante. e inmejorable.

No faltaba tampoco, un d€tal]e de la impedimenta:palas, picos, fusiles ametralladoras, ametralladoras, morteros, bombas de mano y, en una palabra, todo. el elemento bélico que cjge una. campaña de envergadura.Tamibién teníamos una sección tic Ingenieros zapadoresque eran los encargados de hacernos los caminos cubiertos y las trincheras.

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¡ TOCAN A NIÑO MUERTO! ¡ TOCAN A GLORL4!

xxxvii

Finaliza el mIes de. Octubre. Mañan. triste. Son lasiete. Las amcfr’alla1oras rojas situadas en la parte opilesta del río, suenan con mayor inten’s.idad que ‘de costumbre. Apenas hacemos oaso a este ruido, ya bastante faimiijar a nuestros oídos. Camino del Tajo van dos falangistas dell pueblo, con la intención de ganar unas pesetaspara el pan de sus hijos. EJ sitio es de peligro, En él hayuna extensión cte viña que ‘tiene que: cor’ta,rse. Cuando sehallaban en esta faera, suena la .metrallador.a roja. Unaráfaga de la misma segó casi i’nisitan,táneamente, la, vidade uno de los dos hoimbres; el otro, sin perder un momento, corre a dar cuenta a la Comandancia Militar delo ocurrido.

La noticia Circuló por el pueblo con la velocidald delrayo. La plaza se llena de mujepes dando gritos de espanto. La mayoría de éstas son familiares de Ja víctima.EJ osp col áeul o es escalofriante.

Una sección de morteros de 1os nuestrn marcha a infringir ‘duro castigo a los asesinos. Así f’ué. Unos treintamoirterazos’ fueron suficientes para imponer Silencio a laametralladora El nido de la máquina localizada por nuestros valientes falangistas, fiié deshecho con el aitef acto yservjdcres. Por inuh’o tj:empo ‘dejaron de molestarnos lostrái’dores de. la Patria.

La misma tarde., se verificó el entierro del pobre f a-

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laugista Una sección de la •Bandri’a rindió honores al cadáver. Suenan cornetas y tambores a la funer&a, perdiéndose el eco en la llanura sin fin de Castilla. El discosotar se pierde Iras los motes de la sierra de Gre.dos. Alláen la lejanía se ve la torre de la Iglesia de la Puebla Nueva, iluminada por los rayos del astro rey.

D.e regreso a’. pueblo voltean las campanas como endías estivos. Extrañado, pregunto a la. tía Gana el motivo de ésto.

Tocan a niño muerto! Tocan a Gloria! — señorBarón de Malpica.

Mediados (1C Noviembre. El fantasma del inviernohace su aparición. El soL temeroso de este huésped, desaparece la mayoría de los días, d’ej ando al pueblo sumiØoen la tristeza.

Nubes rasantes nos invaden y no cesa de llover unmoimento. El frío, es intenso. Gracias al “vinazo” de la tíaAnastasia varno escapando y haciéndole frente a tan peligroso enemigo. El reuma, la gripp.e y la bronquitis hacen nuevamente’ verdaderos estragos entre los isleños. Amuohois te entra la morriña como’ a los ga1legos. Apenascantan ya! ¡ Es que es muy triste e invierno en la tierracastellana!

A mí también me entró la morriña. Todas las nochessoñaba con mi jue’r’id tierra tan lejos de mí.

Me. empieza nuevamente el reuma y la. bronquitis y ante el temor de pasarm:e los día en el Hoispital, decido, ilejiando las formalidades legales volver a mi tierra, al lado de los míos.

Unos días en Talavera de la Reina para despedirme demi buen amigo el General cte E. M., Don Emilio Borrajos Viñas, y seguidamente hácia Sevilla, donde torno el“Ciudad de Melilla’ hasta Las Palmas. En Sevilla tuve elgusto d:e. saludar a Don Félix Riamírez. Dor.e.ste y a l)onDomingo Tejera DirecIorPrOPie’tari0 de la “Unión Grá

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fica”, los cuales tuvieron conmigo las mayores atenciornes.

Tres días de viaje y al cuarto atracábamos al muelle. Un carro de asalto de Falange, de Asistencia al Frente y I-Iospi:tale;s, nos esperaba.

En el muelle se encontraba su Presidnta, la señoraMary Bird de Ley, la cuna daba acenLadas órclene:s para quelos heridos y entcrmos. fuesen coloreados en el camión yluego conducidos a la Casa del Descanso, magnífica reside.ncia, limpia y elegante atendida por símpáticas y cariñosa.s falangistas que se desvivieron por atendernos anuestra llegada.

Esta magnífica residencia se debe al celo y entusiasmo de las patriotas señora de Octavio Ley, señorita PinoCabrera y otras que no recuerdo, y los señores Fahe]o yAbren.

Aquí nos sirvieron un espléndido deavuno y más tarde marché a mi casa, dond fuí “despiojado”.

En este capítulo, queridos lectores, ter’mino mi cam;paña. Catorce meses en total estuve en el frente déiendiendo la Santa Cruzada, unos n los parapetos, sufriendo todos los rigores de la guerra y otros donde mis jefes meordenaban. Y al cerrar este capítulo., sólo le pido a Diosque, cuando este modesto libro salga a la publicidad, sehaya terminado la campaña con el duro castigo a la canalla narxista y la máxima pena para. todos aquellos quevendieron a nuestra querida España al Extranjero.

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ÜN POCO DE HSTO1?IÁ

XXXVIII

El General Franco hahí.a sido siempre perseguido porlos hmbre,s del Frente Popular, Por se conglomeradoinsoluble, amorfo, inoompre’nsi’b.le., de ideas y progranas políticos ccmpletamenfe antíipodas, unidos sólo a impulso d.c un egoísta abmn de mangoneo. Dl por qué de estapersecución nadie sería capaz de. explicársdllo. Buenaprueba de ello es el que, a pesar de la antipaLía congénita que seniía,n aquellos hombres por el idusLr.e General, nopudieran aplicarle sanción alguna y tuvie:ran que mostrarse conformes sólo con alejarlo de Madrid; con mandarlo a Canarias de. Goinandanfe MiliLar.

El General Franco, cuando llegó a fanacias, era uncondenado muerte, Todo el mundo lo sabía. Con lamisma facilidad, y con la misma impunidad, conque hal)ía sido asesinado un Gobernador Civil de la provinciade Tenerife, el peor de lós días, podría serlo el GeneralFranco, sin que existiera otro motivo para ello, que nofuera el de :n.o haber caído en simpatia de les mandarines de aquel nefasto Gobierno.

No se 1e ocultaba a la oficialidad subordinada a Fraiico los peligros que rodeaban a su Jefe. Por eso, desde elprimer momento, sin que el General tuviera conocimiento de ello, una escolta pernianente de oficiales vestidosde paisano, guardó sus espaldas.

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Mientras tanto, conforme el Gobierno del Frente Popular avajizaba en su política de apisonadora; en su afánde destrozar la economía nacional y particular; en su deseo de que se convirtiera en mito la tan cacareada seguridad personal do todo país civilizado, y en que el culto alas e.encias del espíritu y de la tradición tuviera que esconderse, para no caer en delincuencia, en lo más profundo del pecho, su desconfianza, hacia los hombres proho’s y honrados de España, crecía con e] ritmo acelerado que la padecen los que se encuentran acobardados porsu conducta. ¡ Quizá, a pesar de su obseoación, comprendiera que, ante aquella catástrofe no podían permanecerindiferentes los españoles dignos!

Por esta circunstancia, sin lugar a dudas, en variasocasiones, le fué denegado al General Franco permiso para trasd.adaes’e a Las Palmas en misión de su cargo. Porlo visto, aquel Gobierno, bajo su especial manera de apreciar las cosas, lo consideraba más seguro en Tjnerifeque no en la isla vecina.

Vino, sin embargo, el Gene.ral Franca a Las Palmas ysino por ocurrir un suceso doloroso e inesperado que rec’lamó su urgente l)rescia. El General Bal.mes, Comandante Militar de la plaza, con ocasión de estarse ejercitando en el tiro al’ blanco, como todos lok días, sufrió unaccidente que l costó la vida. Fué algo que llenó de consternación a la ciudad, por ser en élla muy querido el protagonista. No obstante, a pesar de lo que representó aquella pérdida, por el prestigio de la víctima, por la heridaque dejó abierta en el corazón de todo buen canario, elsuceso puede considerarse como proviclencial, US diólugar a que el Movinuento Salvador de España, se ini—ciara con mayores garaitías de éxito. ¡ Quién sabe lo quehubiera ocurrido de cambiar las circunstancias! ¡ Consideremos por tanto al General Balines, primer mártir dehonor de la Nueva España!

Ya en aquellos días se respiral)a en el ambiente ex

traordinario nerviosislro, El as’einato de Calvo Sote] o

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perpetrado en las más repugnantes cond.i:cione’s, dió ‘lugar a que la revolución se considerara virtualmente prendida. Todo lo llenaba el c’lairnor de indignación de lasgentes honradas. Ni las enérgicas medida,s represivas delGobierno lograban callar las protestas. Así se comiprende que el acto de conducir al cementerio los restos delGeneral Ilalmes se convirtiera, a más de en una grandiosa manifestaión de duelo, en la que figuraban, sin excepción, todos los elementos de orden de la isla, en algosintomático, en algo que tenía todas las apariencias de lamarcha viril de los buenos patriotas hacia la reconquista de España. No otra cosa podía representar aqul1a euuime masa humana, que marchaba llevando en cabeza, como emblemas, la Cruz alzada de la Religión, el cadáverde un hombre que representó en vida la caballerosidadde los antiguos hidalgos de la Esi3aña Grande y. pees’idierldo tüid’o ésto, el ilustre General Franco, el que horas más tarde se convertiría en e1 gran Caudillo de laPatri.

Esto sucedía el día ‘17 de Julio de f936. Horas despuésen el amanecer del día siguiente. fué cuando tuvo su iniciación el entusiasta Movimiento Nacional, ‘en pro ele laliberación de España. Por la Autoridad Militar se hizo ladeclacación de Estado de Gu’e’rra, y se toniLaron los puntosestratégicos de la ciudad, para evitar sorpresas. Fueronaquellos momentos que siguieron a la declaración de laLey Marcial, de emoción e incertidumbre, No obstante, eledificio (le la Comandancia Militar se vió invadido porgente deseosa de cooperar, on el General Franco alrestablecimiento de la dignidad de Eapaña. ¡ De gran satisf acción le debió servir al Caudillo, en aquellas circunstancias, el gesto decidido de Gran Ganaria!

Por los elementos contrarios, por indicación de lossindicatos correspondientes y como respuesta a la declración del E’stad.o de Guerra, se dió la orden de huelgageneral revolucionaria. Además, en el Gobierno Civil sobailaban reunidos los ijicodicionales del Frente Popu—

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ar i:spfues’tos e tomar medidas para hacer abortar el Movimiento Nacionalista. Ante el edificio se fué aglomerando gran cantidad de gente en espera de acontecimientos. Dei Puerto’ de la Luz, andando l)01 haberse paralizadoel trífico, acudían grupos de obreros. Pronto las fuerzasdel Ejército desalojaron los alrededores del Gobierno Civil y disolvieron los grupos que se habían formado. Almismo tiempo, bajo la amenaza de una pieza de Artillería, situada frente por frente de.1 edificio, se conminó aJas persohas que en él se encontraban para el desa1je.Poco después todos los centros oficiales de la ciudad, nacionalistas y la autoridad militar dominaba la situación, Fué así como dió su prtrner paso el Movimiento Salvador de España, con la serenidad y entereza del que sevé asistido por su conciencia.

¡ Satisfecho debió volar el Caudillo, hacia otras tierrasde España, sabiendo que dejaba tras í el primer territorio de su Patria incoirdi,ci.on:a.liinente afecto a la causanacional ¡sta!

El ilustre General Orgaz, con su clara visión y talento, en cuarenta y ocho horas dorninó el movimiento dela canalla roja en la isla.

Il1i

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1

A ¡JORA, POR JUSTiCIA Y POR DEBER

XXXIX

Canaiia:s está a mil kilómetros de la Península. Así secompreiide que, hasta no hace tanto tiempo, en Canaiias,poco se supiera de la Madre Patria. Peio hagamos la justicia de reconocer que, si pcc sabíwrnos aquí de allá, menos sabían allá de aquí. Esta ignorancia re:ciproa, denuestras cosas comunes, nos hacía mirarnos, unos a otros,como extraños y desconocidos. Y, a veces, hasta con antipatía. ¡Cómo si no corriera por nuestras venas la misma sangre!

Esto, aunque no tan a’gudiado como a principios desiglo, persistía en forima desagrádable. Y mucho más—debo ser siucern—e.n mis paisanos que, siem•re creíanver sentimientos dr enemitad entre sus compatriotas,los peninsulares. Y si debo seguir siendo sincero, aun diré que yo mc encontraba entre los que así pensaban. Poreso, hoy, convencido de mi error, me apresuro a entonarel ego peccator’.

Por primera vez he estado en la Península. Durantelos ocho meses que ha durado mi estancia he tenido ooásión de convivir con gente de todas las regiones y de tódas las clases sociales. Ni una sola vez he notado lo másmínimo que pudiera representar desdoro para mi condición de canario. Al contrario, en todo momento ha bastado que se dieran cuenta de mi origen, para que las aten—clones hacia mí fueran redobladas. Lo mismo le ha ocu

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rrido a cada uno de los canarios que han visitado terreno peninsular. Cada casa, ha sido un hogar para nosotros y cada uno de sus habitantes, un padre, una madre, un. hermano o una hermana, que nos ha tratado contodo cariño y con exagerada atención. Y, que nate, queésto no ha sido a impulso de egoísta agradecimiento, pornuestra ayuda al Movimiento Salvador de España; ha sido, lo he podido coinpr:obar, porque en la Península semira al isleño de Canarias con el afecto y admiraciónque al familiar que regresa después de una larga correría por tierras lejanas.

Por eso, a mi retorno a las Afortunadas, al encontrarme de nuevo en mi ambiente nativo, entre mis familiares y amigos, saturado aún de. la emoción que me produjolas cariñosas atenciones de que fui objeto por parte demis compatriotas del otro lado del mar y que no tuvieroñótro motivo que el de yo ser canario, no puedo menos deunir a mi.s ¡Arriba España! .TjyU España! y ¡Saludo aFranco!, el grito, tan entusiasta como éstos, de ¡Vivanmis hermanos queridos, los peninsulares-

e

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n recuerdo a mis camaradas

de ía 1.a xpedición :-: :-:

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JA mí es también una gran satisfacción que figut? eheste libro nombres de camaradas que tuvieron siempreconmi.o toda clase de atenciones las cuales llevaré gra

vadas siempre en mi memoria como agradecimiento a ellos.1/aya es/o como recuerdo de los primeros dias de sufri

mientos defendiendo a la )Wadre Patria, cuándo dió comienzoel Glorioso .Movimiento ]Vacional. De los nombres que voy acitar muchos de éllos, han caído ya, como verdaderos hérosy grandes hijos de España que voluntariamente ofrecieron susvidas cuando la Patria fué invadida y vendida al extranjeropor los sin Dios.

Hay muchos camaradas que marcharon conmigo en el«DO.YWIJVE», que no recuerdo sus nombres, pelo conste quesiempre irán en lo más íntimo de ini corazón ya que todoscompartimos y sufrimos los rigores de la campaña.

Domingo Díai Estofan.Quico y Cástor Gómez Carló.José Miguel Sarmiento de Armas,Agustín Massieu.Santiago BethencourtLuis Reina Sánchez-Fano.José Lezcaño.Agustín Taisma.Genaro RiveroOscar Ramos Rodríguez (Muerto por Dios, por la

Patria y por Ja civiiización).Fernando Morales (médico).Manuel Matos del Toro.Manuel Poladura,

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Alfonso Larrea.Juan Cárdenes.Manuel Anaya.Manuel EstévezPaquito Hernández (Muerto Por Dios, por la Pa

tria y por la civilización).Manuel Cabrera.José y Manuel Guillén.Juanito y Francisco González.Diego Marrero (Muerto Por Dios, por la Patria y

por la civilización).José Peteneras (Muerto Por Dios, por la Patria y

por la civilización).Mario César (Muerto Por Dios, por Ja Patria y por

la civilización).José Jaime Gonzálvez (Inútil a consecuencia de un

balazo en la médula. Ataquede los rojos al barrio de Usera estando destacada aquí laprimera expedición de Falange de Gran Ganaria (frente deMadrid).

Manuel Cabrera.Juan Pablo.Manuel Arencibia.Manuel Aguiar Márquez.Juanito Melo.Carlos y Lorenzo Gutiérrez.Cristóbal Alzola.Antonio Bravo.Francisco Guerra Marrero.Francisco Delgado de León.Justiniano Perdomo.Agustín Martín.Eufemiano Fuentes.Bernardo Suárez Valido.Francisco Domínguez.Rafael Montero.

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Francisco Montero.Antonio Jiménez.Manuel Ramos.Antonio Rodríguez. -

José Saura,Juan CabreraJuan Hernández Naranjo.Federico González.Gregorio Ortega.Juan Artiles.Hermanos Bascón.Rafael GutiérrezJosé Reyes Espino.Segismundo Cárdenes.José Garcja GonzálezHonorio Martín Alejo.Juan Alejo.Manuel Padrón AivarezFélix Rivero.Lorenzo de la GuardiaAgustin Fernández.Oscar Reuter del Rio.

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erfificE1ciones y Cars

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Don Manuel Die y Diaz, Secretario de Sala de la AudienciaProvincial de Las Palmas:

CEnriFico: Que por el Juzgado de Instruoe.ión de Triana se siguió hajo el ni’merotrescientos treinta y seis del año mil r1Fove-cientos treinta y tres, sumario contra donPrudencio Do:rrestie Moraies por dar gritos su.bversi vos en 1o:S que se ínvo’aba al ex-Rey Alfonso XílI y al General Sanjurjo, siendoprocesado por auto de veinte y seis de Agosto del citado año de mil novecientos treintay tres y por otro de este Tribunal de tres doAbril del siguiente año de mil novecientostreinta y cuatro fué sohreseida libremente Jamencionada causa.

Lo relacionado resulta del rollo y causa aque se refiere y en cumplimiento de lo ordenadie en providencia de este día, extiendo la

presente, para entregar al interesado con elvisto bueno del Ilustrísimo Señor Presidenteen Las Palmas, a veinte y uno de Julio demil novecientos treinta y tres.

NUEL B, El Presidente, MORALES—MAHay un sello que dice: Audiencia Pro

vincial Las Palmas).

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A1UNTAMJEVTO DI? í1S PALMAS

Sc.ón dci 9 de Se’nuic,nljic de 1936

A su instancia, se acuerda conceder ‘icen-cia paia’marcliaa a la Peiiiiisuia a prestar

‘servicios en el Ejército en c.unceto de ‘olun—tarjo, al empIeado nrunicipal, doii PrudencioJ)oresle Morales. Apechada el permiso dado

pee el señor Mcalde, la Presidencia proponese haga constar e.i.i actas Tu satisfacción dela Corooración pOr este acto de patriotisnio.y que aUeniós se intei’use a la ConianclanciaMiti’tar que el enipliado mencionado en casode fallecimiento, se le considere corno muerto en campaña a los efectos de que sus f’anu—li’are.s disfruten vitalicia,jnejrte el sueldo quevenía devengando.

El Secretario. J. ARENC1BIA.

(Hay un sello que dice : La Muy Nciblu yMuy Leal del Real de Las Palmas, Orar Canaria)

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Don Daniel Bautista Medina, Secretario del Ayuntamiento deDomingo Pérez, Partido Judicial de Torrijos de laProvincia de Toledo:

CERTIFICO: Que. el soldadó peiteneciente a la columna de Falange Española de GranCanari, Don Prudencio Doresie Morales, tomd parte en el día de la fecha en la ocupación del pueblo que encabeza la presente ocr—lificación, deíenclieudo con eirtusiasino e]. Movimiento libertacloc de España contra la canalla marxista. Dicha columna vino al nando del bizarro Peni.’énle do Ingeriieros, DonAlfonso Larrea. Y para que así conste dondeconvenga expido la presente oertificacióri visada por el Señor Alcalde, en Domingo Péreza veinticuatro de Soptiemire de mii flO:V,Cciento.s treinta y seis.—V.° B.°:, El Alcalde, Ca—taimo S4nchez.—RuJ)ricado. —— Daniel Bau:tista.—Rubricado.—-Hay un sello que dice Al—caldía (on,stit.ucional Domingo Pérez (TOLEDO).

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Don Fernando Martín y Sánchez-Palomo, Secretario del Ayuntamiento de Eruste, partido Judicial de Torrijos dela Provincia de Toledo:

CERTIFJCO Que el soldado p•ertenecienea la columna de .Ia1ange Española de GranCanaria Prudencio J)orcste, Morales, ha pr!noctado varios días en este puehio defendiendo el movimjento lljeitador de España con-fra las hordas rojas. l)ioha columna estúi’ man-(lada por el Teniente de Ingenieros. Don Alf’cnso Larrea. Y para jue ló pueda hacer oonslar en donde convenga le expido la presenteccii ci vislo bueno riel señor Ajicaide en Erusir a veinte ocho dr Selptieinhre de mil no—veçientc,s trein1a y seis .—V.° B.°, El Alcalde,Alejandro Palom o.—Ruhrjcado. — FernandoMarlín.—Rnlwicado._Hay un srll o que diceAcaidia Constituçiona], Eruste (TOLEDO).

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Don Agustín Ruiz Gómez, Jefe de la Estación de Eruste, partido Judicial de Torrijos, provincia de Toledo:

CERTItIGO: Que el solidado pertenecientea la columna de Falange Española, don Prudencio Dore.ste Morales, ha prestado dos vecesvigilancia en esta estación de mi cargo observn’do el que extiende la presente certificación,, celo y disciplina en el mencionado indivíduo, en cuantos servicios lr han sido encomendados. Y para que co;nste expido esta certificación en la estaión de Eraste, a treinta deSep[Lembe de mil novecientos treinta y seis.Y con el Visto bueno del Jefe de EscuadraBenito (le la Conoha.—-Á. Ruiz.—Ruhricado.—Hay un sello que dice: EtRUSTF

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Don Julián de la Casa Martín, primer Teniente Alcalde enfunciones de Alcaide Presidente de la Comisión Gestora de este Ayuntamiento:

CEflTjFICO Que al sojidado perteneje.nfe

a la colu nna de Falange Española, don Pm—dencio J)oreste, Morales, llegó anoche de madrugada a este pueblo procadenI:.e de Eruste a

Prestar servicio cte protección y vigilancia deeste pu.hio situaldo en primera línea de fue

y a su instancia suscribo la prasei te en

CholIa, a veiitte de Octubre de mil floveci:dn_los frei o ta y seis—E1 Primer Teniente Aleal—de.—-Julicij de la Casa.—_RubrjcacJoHav unsello que. dice.——Avunfamjento CEBOLLA.

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Don Emulo Borrajo Viñas, General de Brigada, Alcalde Presidente del Excmo. Aynntamiento de Talavera de laReina:

CERTIV[CO: Que ci Falangista de la primera Centuria de Las Palmas, don PrudencioDoresLe. Morales. 000:pCrÓ con las tropas delEjército Español a la liheración de esta ciii—dad de Tal.axera. de la Reina, a ei.nte yoohode Octubre cje mil novecientos treinta y seis.—Emilio Borrafo..—Ruhrioa.do.—Hay un selloque dice.—Alcaldía Constitucional Talaverade la Reina

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SAL VOCON DUCTO

Expedido a favor del Falangista Prudenicio Dorete Morales, el cual marchade esta plaza a Epuste (TQLEDO), esperando de las autoridade.s militares no le pongan impedimen1o alguno en •u viaje.—Lega—nés, de 17 de Diciembre de 4936.—El Gomaridante MiliLar.—Jnan (Jasito. — Rubricado.—Hay un sello que cupe: Cqmandancia MiliiarLeganés.

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Ooi Matías Garrido Gómez de las Heras, Alcalde y Jefe Localde Falange de Domingo Pérez (Te!edo).

CERTIFICO: Que el falangista cte Gran Canaria don Prudencio Doreste. Morales, pTleSIÓ

un servicio en la mañana dci once de Noviem1.)re próximo pasado, siendo la, hora de. lassiete. Dicho servicio’cc,nsjstjó en dar axiso alDr. Don Conslahtino Hermmndez García, a DonFernahdo Martín Domínguez y a Don PedroN’onibeia Ballesteros, estos dos últdmos propietarios de. autcmóviIes, todos los cuales conel señor Doresite, formaron un pequeño tren deauxilio para prestar ayuda urgente a un siniestro fe.roviario, que mowetiijtios antes, había tenido lugar en la línea le los ferrocarriles del Oeste de España y en término municial de Carnches (TOLEDO), siendo los pnimeros en llegar al lugar cte la catástrofe yprestar los auxilios de urgencia a los individuos que viajaban en el tren objeto del accidente.

De.bido al celo y actividad del repetido senorDoreste, se. oiganizó di trasrpaso de los heridos al tren de ocorro. Y para que así conste,expido la presento aÑtificación con el cte laAlcaidía en Domingo Pérez, a dos de. Enerode mil novecientos treinta y siete.—Matía.s GoÍ’rid<?.—Rulwiicado.Ha.y un se11o que dice:Alcaldía Constitucional, Doimingo Pérez (:TOLEDO).

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SALVOCONDUCTOA favor del Falangista de Gran Canaria

Prudencio Doreste Morales, el cual marchavoluntario para prestar servicio en el puentede la vía férrea y en todo di secLor. eoniprendido desde Juán, hasta Eruste, desde las sietede la mañana hasta las siete de la tarde delmismo día.—Dcrningo Pérez 8 -de Enero 197.—El Jefe Locah_Crispín Hiidaégo.—Rubric-ado.—Hay un sello que dice: Falange Es’pañala de las JONS.—Dcmingo Pérez (TOLEDO).¡ Arrib-a España!

Se prescrita -en ésta el iRdiví;dEuo a que el presente se refiere. Iflán, 8 de Enero de 1937.—Elcabo de la Guardia Civil, Pablo García Martín.-—Ru-bri-cado.

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Hay un sello que dice: Ju.zgad Militar dela Comandancia de Talavera de la Reina.—Juzgado número 4.—-—Para su satisfacción mecomplazco en darle las gracias por el servicioque prestó en bien de la Causa y de España.,al preseiita.r la dniuacia contra varios vecinos del pueblo Otero. de esta Provincia, pormanifestacionies de los miemos en contra delglorioso Movimiento Nacionnll. Diós guarde aEspaña y a V. muohos añcs.—fPalavera, 18de f•ehrero de 1937.—El Teniente Juez Instructor_Alejandro Nieto.—Rubricado.—Sr. DonPrudencio 1)oreste Morales.

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COMANOANCIt MILITAR DE NAVALCARNERO

SALVOCONDUCToExpedido a favor de Don Prudencio Dores-

te MordIs, para que’ desde esta. localidad pueda trasladarse a rfü,ledo haciendo ‘el viaje porLeganAs, Getaf e y regreso a fin de resolverasuntos pa’rtioul.aries._..Encapgo a ifas autoniciad es Militares y civiJcis, no le pungan impedinento alguno en. su viaje.—---Navaoarriero.,a 11 d.c Marzo ck f937.—E1 Coiiandanfe. Milit;ar.—P. Ú., Antonio Madrigal Cabo.—R.ubr’ioaclo.—H•ay un sello, que dice : Guardia Civil,Comandancia Militar Nav.a’ic.arnero,

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Santa Cruz de Tenierif e, 18 de Marzo de 1937.

Sr. II. Prudencio Doreste.

Nava’lcarne.ro. E. M.

Mi estimado amigo: Recibo su atenta carta del 4 del actual, agrad?Iciénidole su atenciónal recordar n:unstro viaje camino de Canarias.

Sobre los elogios a que ‘Vd.. se refiere dic los

periódicos, no os cosa de darles mayor vaaoir(JUO el puramente forinulario, ‘aunque endesempefio de mi cargo pongo todo el interésque se. merece en bien de nuestra Patria y 1e

estas hermosas islas.Le saluda afectiuosaimente, agradeciendo mi

faini1ia sus sabidos y queda de Yd. alfino.amigo, q. e. s. m., CABL0s GUERRA ZAOALA.—

Comanrtacte Militar de Canarias.

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Encontrándome destacado en el pueblo de Cebolla, recibila siguiente carta de mi asistente Manuel Perera, que prestasus servicios en la actuahdad como soldado de nuestraGloriosa. Legión

Querido Don Prudencio: M a’egraré queal ser ésta en. su poder disfvLlte de. un buenestado de salud que ez mi ñnico deseo yo quedo bueno. gracias a Dios.

Querido amigo Don Pf.udoncio después desaludarle paso a decirle que pido permiso para y a berte pero no le loan [email protected] aher siusted puede beni ahenme, porque. yo poraorano puedo y albetud y deloque. me dise quieroniease tarta algo que se. lo pida diga p.oreso.ledigo yo le agradezcó .muchísirno las frases queyo 1o. único que le. pido es ue aher si juedohenir que es mi deseo. Don. Prudencio tanibiénque rl Legionario que nos acía la comida ancade de Nieve (Nieves la Tabernera) que amuerto e.u el bairio de usera lo cual ustede figurar l que asentido sumuerte porque era muJ)uen muchacho.

y sin mt’ts que decirle muchos redue’rclos para todos mis buenos amigos y reciba un fuerte airzo y un esfrechísimo apretón d.e ananos dee.ste un amigo que le quiere corno unermno y loes Manuel Perera.

La direlción es herta: Cta. Bandera 22, Gom—pañia., Talavera de la Reina, Toiedo, Con estadirelsion buscan siempre adonde esté la Bandera.

Mf [f el Pcrera, se encontraba en el mes de

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Spliembve en Pinto y el [ia 8 dei ni i.no festividad de Nuestra Excelsa Patrona la Vírgen del Pino vino a visitarme a Cebolla, locual le agradecí desde lo más íntimo de micorazón.

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Otra carta que para mi tiene va?or extraoirdinario, puesello da idea a mis queridos lectores foque era estimado pormis camaradas de expedición.

Borox (frente de Aranjuez).1)istiiiguido amigo Don Prudencio:

Cono una. granada ha caído entre nosotrosla notici de que tan ilustre y temerario camarada se había rajado para Las ]?aimas.

Nosctrcs e coTnunicamos en nombre delodos los camaradas nuestroi imás.honido sentimiento por su urarcha pues no sólo nos distraía en las duras penas del parapeto, on susocurrencias tan isleñas, y excéntricas sino sobre todo por el é.nino y buenas costuimbres aque nos tenía, acostu:mhrados, especiatmentecuando teníamos alguna.s horas libres en quedtíbarnos ejémiplo cte discipilina y seriedad.

Ya se ha ido Dan Prud enejo! Es la palabra

que. sale de todas las bocas. Camarda Prudencio. Vuestros paisanos se encuentran unpoco decaídos a causa de la abstinencia líqui-.da. Stop.

Pero nosotros no pedimos vino; sólo le pedimos un favor que eperamos nos sea con-cedido.

El favor es el siguiente: Entre sus compañeros de Casino que creemos sean muchos, esperanlos nos haga una suscripción admiliendo solamente O’25, para que nos envíe aIIgunas cajas de cigarros para celebrar el !prm’ieraniversari.o de nuestra prisión ior defender anuestra querida Esipaa.

Espeiamos este pequeño sacrificio del ca-

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marada que tan a1o supo poner nuestro pabellón.

Muchos .icuedos de Luis del Real y sin iMsde momenlo le saludan afectuosamente sus incondicionales amigos que se despiden •con unsaludo Nacional-Sindicalista.

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Don Antonio Arencibia Rodríguez, Oficial Mayor y Secretarioaccidental del Ayuntamiento de Las Palmas.

CERTIFICO: Que en sesión celebrada el díaseis de abril del corriente, año se acordó losiguiente por la Corporación Municipal:

“Vista después la instancia’ del funcionariomunicipal (1011 Prud enejo l)oiesLe Morales,solicitando su jubilación por motivos de saud, se aprueba, quedando convertida en

acuerdo la siguienLe propuesta de la Presidencia:

“El funcionario municipal, Jefe de Negociado de Té’rcera, Camarada Prudencio Do-reste MoraJes, en instancia fecha 17 de linero último, pendiente de resolución, ha SOli

citado su jubilación por mo’tivo de saluddebidamente acreditados, y en atención a susméritos de ex-combatiente que se le concedadicha jubilación con la caegoría de Jefe deNegociado de Segunda clase y se le recon•o7-ca para la misma, el tiempo de servicio quele falta para alcanzar los 25 años que so lecumplen el 29 de Mayo de 1939.

“P’osieri ormei Le a la presentación de ‘dicha instancia ha ocurrido la vaconte de una

plaza de Negoriado de segunda por fallenmiento de Don Néstor Rodríguez (Q. E. P. D.)que l desempeñaba. Esta plaza de cubrirsepor el procedimiento de ascenso por antigüedad generaimenLe empleado en la Muniei’palidad, 1 correspcn’dería ocuparla al referido camacada Prudencio Doreste, único Jefe de Negociado de tercera er la actualidad.

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I8€

Put esto y en consideración a que el Mun!cipio debe premiar como se merecen los actos de patriotismo que realicen sus fuiieionarios y es indudah1e que es digna de recompensa la conducta del indicado camarada al alistarse en la primera expedición defalangistas salidos para el frente de batallaafrontando los riesgos propios de la cama•ña, lo que le motivó incluso el quebranto desu salud según se desprende de la documentación presentada, aparte de consideracionesde otro órden que también deben tenerse encuenta me permito proFponer al Excelentísimo A’untamiento, conceda la jubilación solicitada, con los siguiertes beneficios:

Primero: Reconocer al peticionario para los efectos de la misma jubilación el haJer que le correpondiera si desempeña plaza de Jefe de Negociad de segunda.

Segundo: Reconocer tanibién a los mis:mos efectos y como pr’e!mio a su comportamiento patriótico en relación cori el Movimiento Nacional y la guerra que el mismosostiene, de 25 a 30 años de servicio, que ledan derecho a una pensióii equivatente alsetenta por ciento del haber que le acreditepor virtud del particular anterior de esta propuesta”.

Y para que así conste, expido la presente,de orden y con el visto bueio del Sr. Alcalde, en. Las Palrras, a It de abril de 1938 (IIAño Triunfal).

Firmado: A. AiRENCIBIA.—V.° B.°, El Alcalde, A. J. MULET.

Hay un sello que dice; La Muy Noble yMuy Leal Ciudad del Real de Las Palmas,Gran Canaria.

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Todas las seioritas a que hace re(erencia la presente relación,se desvivieron por atender a os canarios que estuvimos en elpueblo de Domingo-Pérez y para mi hoy es un orgu!lo que susnombres honren las páginas de este modesto libro como agradecimiento a tantas atenciones, tan lejos de nuestra querida 5ranCanaria;

Eugenia López Araque (Jefe Local Femenino)Carmen Jou Redondo.Filomena Palomo Verdejo. -

Margarita Verdejo Jou.Tcófila Bautista Martín.Francisca Lacoba Barreras.Pilar Galán Labrado.María Iglesias Martín;Juliana Carrasc Gómez.María Paz Verdejo Jou.Marcelina Díaz Jiménez.Brígida Palomo Romero.Valeriana Sánchez Bautista.Isaías Erustes Flores.Isabel Jou Redondo.Asunción Bolonio GonzálezGloria Olmedo S. Cabezudo.Francisca Enrique Palomo.Petronila Mrtín Enrique.Carmen Díaz Retamal.Teresa Muñoz Bolonio.Josefa Carrasco Sepúlveda.Patrocinia Sánchez Cabezudo. -

Manola Martín.Francisca Verdejo Jou.

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Saívando un error

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En la pógina 167, u en la Certificación delGeneral de Brigada, Alcalde del Auuntamientode Talavera de la Reina,, por efectos del corte,se omitió unas líneas, debiendo leerse así:

Cooperó a la liberación de esta ciudad deTalavera de la Reina, que durante mes y medioestuvo en poder de tos rojos. Y para que conste expido la presente a veinte y ocho, etc,, etc.’

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